Rupert Sheldrake

EL ESPEJISMO
DE LA CIENCIA

Traducción del inglés
de Antonio Francisco Rodríguez

Título original: The Science Delusion by Rupert Sheldrake

Primera edición: Mayo 2013

Primera edición digital: Mayo 2013

ISBN papel: 978-84-9988-241-3

ISBN epub: 978-84-9988-271-0

ISBN kindle: 978-84-9988-272-7

ISBN Google: 978-84-9988-273-4

Depósito legal: B 13.331-2013

Composición: Pablo Barrio

Para todos aquellos que me han ayudado y alentado,
especialmente mi mujer Jill
y nuestros hijos Merlin y Cosmo

SUMARIO

Prefacio

Introducción: Los diez dogmas de la ciencia moderna

Prólogo: Ciencia, religión y poder

1. ¿Es mecánica la naturaleza?

2. ¿Es siempre idéntica la cantidad total de materia y energía?

3. ¿Son fijas las leyes de la naturaleza?

4. ¿Es inconsciente la materia?

5. ¿Carece la naturaleza de propósito?

6. ¿Es material toda la herencia biológica?

7. ¿Se almacenan los recuerdos como trazas materiales?

8. ¿Están las mentes confinadas en los cerebros?

9. ¿Son ilusorios los fenómenos psíquicos?

10. ¿La medicina mecanicista es la única que realmente funciona?

11. Ilusiones de objetividad

12. Futuros científicos

Notas

Bibliografía

PREFACIO

Mi interés por la ciencia empezó cuando era muy joven. De niño tuve muchos tipos de animales, desde orugas a renacuajos, pasando por palomas, conejos, tortugas y un perro. Mi padre, herbolario, farmacéutico y microscopista, me enseñó acerca de las plantas desde mis primeros años. Me mostró un mundo de maravillas a través de su microscopio, entre ellas diminutas criaturas en gotas de agua de estanque, escamas de alas de mariposa, conchas de diatomeas, secciones transversales de tallos de plantas y una muestra de radio que brillaba en la oscuridad. Coleccioné plantas y leí libros de historia natural, como Book of Insects, de Fabre, que relataba la vida de los escarabajos, las mantis religiosas y las luciérnagas. A los doce años quería ser biólogo.

Estudié ciencias en la escuela y luego en la Universidad de Cambridge, donde me especialicé en Bioquímica. Me gustaba lo que hacía, pero el enfoque me parecía demasiado estrecho y quería tener una imagen más amplia. Tuve una oportunidad crucial de ampliar mi perspectiva cuando me concedieron una beca Frank Knox en la escuela de graduados de Harvard, donde estudié Historia y Filosofía de la ciencia.

Regresé a Cambridge para realizar investigaciones sobre el desarrollo de las plantas. Durante mi proyecto de doctorado hice un descubrimiento original: las células moribundas cumplen un papel esencial en la regulación del crecimiento de las plantas al liberar la hormona vegetal auxina cuando se descomponen en el proceso de la “muerte celular programada”. En el interior de las plantas en proceso de crecimiento, las nuevas células vegetales se disuelven al morir, dejando sus muros de celulosa como tubos microscópicos a través de los cuales el agua llega a los tallos, raíces y los capilares de las hojas. Descubrí que la auxina se produce mientras mueren las células, [1] que las células moribundas estimulan el crecimiento; un mayor crecimiento provoca más muerte, y la muerte más crecimiento.

Después de doctorarme fui seleccionado para una beca de investigación del Clare College, de Cambridge, donde fui director de estudios en Biología celular y Bioquímica y enseñé a los estudiantes en seminarios y clases de laboratorio. A continuación me nombraron investigador asociado de la Royal Society y, en Cambridge, proseguí mi investigación relativa a las hormonas de las plantas, estudiando el modo en que la auxina es transportada desde los brotes a la punta de las raíces. Con mi compañero Philip Rubery descubrí la base molecular del transporte polar de la auxina, [2] lo que proporcionó unos cimientos sobre los que se ha construido buena parte de la investigación posterior centrada en la polaridad de las plantas.

Subvencionado por la Royal Society, pasé un año en la Universidad de Malasia estudiando los helechos de las selvas pluviales; en el Instituto de Investigación Rubber de Malasia descubrí cómo el flujo de látex en el árbol del caucho está regulado genéticamente y arrojé nueva luz acerca del desarrollo de los vasos de látex. [3]

Al regresar a Cambridge desarrollé una nueva hipótesis sobre el envejecimiento de plantas y animales, incluyendo a los seres humanos. Todas las células envejecen. Cuando dejan de crecer acaban muriendo. Mi hipótesis se centra en el rejuvenecimiento y propone que los productos nocivos de desecho generados en todas las células, que provocan el envejecimiento, pueden producir células hijas rejuvenecidas mediante divisiones celulares asimétricas en las que una célula recibe la mayor parte de los productos de desecho y muere, mientras la otra queda limpia. Las células más rejuvenecidas son huevos. Tanto en plantas como en animales, dos divisiones celulares sucesivas (meiosis) producen una célula huevo y tres células hermanas que mueren rápidamente. Mi hipótesis se publicó en Nature en 1974, en un artículo titulado «The ageing, growth and death of cells». [4] La “muerte celular programada” o “apoptosis” ha llegado a ser un importante campo de investigación, fundamental para nuestra comprensión de enfermedades como el cáncer y el VIH, así como para la regeneración de tejidos a partir de células madre. Muchas células madre se dividen asimétricamente produciendo un nueva célula madre rejuvenecida y otra célula que se diferencia, envejece y muere. Mi hipótesis es que el rejuvenecimiento de las células madre a través de la división celular depende de sus hermanas, que pagan el precio de la mortalidad.

Con la intención de ampliar mis horizontes y realizar investigación práctica que beneficiara a algunas de las personas más pobres del mundo, dejé Cambridge para unirme al Instituto Internacional de Investigación para el Cultivo en los Trópicos Semiáridos, cerca de Hyderabad, la India, como fisiólogo director; allí estudié los garbanzos y los frijoles. [5] Creamos variedades muy productivas de ese tipo de cosechas y desarrollamos múltiples sistemas de cultivo [6] que hoy son ampliamente utilizados por los campesinos de Asia y África, con un rendimiento mucho mayor.

Una nueva fase en mi carrera científica empezó en 1981 con la publicación de mi libro Una nueva ciencia de la vida, en el que sugerí la hipótesis de los campos que configuran la forma, llamados campos morfogenéticos, que controlan el desarrollo de los embriones humanos y el crecimiento de las plantas. Propuse que estos campos poseen una memoria inherente, que reciben mediante un proceso llamado resonancia mórfica. Esta hipótesis se basó en la evidencia existente y dio lugar a un amplio espectro de pruebas experimentales, recogidas en la nueva edición de Una nueva ciencia de la vida (2009).

Tras regresar a Inglaterra desde la India, seguí investigando el desarrollo de las plantas, y también empecé a investigar con palomas mensajeras, que de niño crié y que me intrigaban. ¿Cómo encuentran las palomas el camino a casa desde cientos de kilómetros de distancia, a través de territorios desconocidos e incluso atravesando el mar? Pensé que debían de estar vinculadas a su hogar por medio de un campo que actuaba como una banda elástica invisible, empujándolas de regreso a casa. Pero, aunque también dispusieran de un sentido magnético, no podían encontrar su hogar sabiendo solo la dirección magnética. Si te lanzas en paracaídas en un territorio desconocido con una brújula, sabrás dónde está el norte, pero no dónde está tu casa.

Descubrí que la navegación de las palomas era solo uno de los poderes inexplicados de los animales. Otra era la capacidad de algunos perros para saber cuándo sus amos están llegando a casa, al parecer telepáticamente. No era difícil o caro investigar esos asuntos, y los resultados fueron fascinantes. En 1994 publiqué un libro titulado Siete experimentos que pueden cambiar el mundo, en el que propuse los test de bajo coste que podían cambiar nuestras ideas sobre la naturaleza de la realidad, con resultados resumidos en una nueva edición (2002), y en mis libros De perros que saben que sus amos están camino de casa (1999; nueva edición 2011) y El séptimo sentido: la mente extendida (2003).

Durante los últimos 20 años he sido socio del Instituto de Ciencas Noéticas, cerca de San Francisco, y profesor visitante en muchas universidades, entre ellas el Instituto de Posgrado de Connecticut. He publicado más de 80 artículos en publicaciones científicas evaluadas por expertos, muchos de ellos en Nature. Pertenezco a muchas sociedades científicas, entre ellas la Sociedad de Biología Experimental y la Sociedad para la Exploración Científica, y soy socio de la Sociedad Zoológica y la Sociedad Filosófica de Cambridge. Imparto seminarios y conferencias sobre mi investigación en muchas universidades, institutos de investigación y simposios científicos en Gran Bretaña, la Europa continental, América del Norte y del Sur, la India y Australasia.

He sido científico toda mi vida adulta y creo firmemente en la importancia del método científico. Sin embargo, he llegado a convencerme de que las ciencias han perdido buena parte de su vigor, vitalidad y curiosidad. La ideología dogmática, la conformidad basada en el temor y la inercia institucional están inhibiendo la creatividad científica.

En mis colegas científicos me ha sorprendido una y otra vez el contraste entre las discusiones públicas y privadas. En público, los científicos son muy conscientes de los poderosos tabúes que restringen el espectro de temas permisibles; en privado, a menudo se muestran más audaces.

He escrito este libro porque creo que las ciencias serán más apasionantes y atractivas cuando se alejen de los dogmas que restringen la investigación libre y aprisionan la imaginación.

Muchas personas han contribuido a estas exploraciones a través de discusiones, debates, argumentos y consejos, y no puedo mencionar a todos aquellos con los que estoy en deuda. Este libro está dedicado a quienes me han ayudado y alentado.

Agradezco el apoyo financiero que me ha permitido escribir este libro: al Trinity College, de Cambridge, donde he sido investigador superior Perrott-Warrick desde 2005 a 2010; a Addison Fischer y la Fundación Herencia Planetaria; a la Fundación Watson Family, y al Instituto de Ciencias Noéticas. También le doy las gracias a mi ayudante de investigación, Pamela Smart, y a mi webmaster, John Caton, por su inapreciable ayuda.

Este libro se ha beneficiado de los muchos comentarios realizados a su borrador. En concreto, doy las gracias a Bernard Carr, Angelica Cawdor, Nadia Cheney, John Cobb, Ted Dace, Larry Dossey, Lindy Dufferin y Ava, Douglas Hedley, Francis Huxley, Robert Jackson, Jürgen Krönig, James Le Fanu, Peter Fry, Charlie Murphy, Jill Purce, Anthony Ramsay, Edward St Aubyn, Cosmo Sheldrake, Merlin Sheldrake, Jim Slater, Pamela Smart, Peggy Taylor y Christoffer van Tulleken, así como a mi agente Jim Levine, en Nueva York, y a mi editor en Hodder and Stoughton, Mark Booth.

INTRODUCCIÓN: LOS DIEZ DOGMAS DE LA CIENCIA MODERNA

El “punto de vista científico” es inmensamente influyente porque las ciencias han gozado de un gran éxito. Influyen en nuestras vidas a través de las tecnologías y la medicina moderna. Nuestro mundo intelectual se ha transformado gracias a la inmensa expansión del conocimiento, desde las partículas microscópicas de la materia hasta la vastedad del espacio, con cientos de miles de millones de galaxias en un universo en continua expansión.

Sin embargo, en la segunda década del siglo XXI, cuando la ciencia y la tecnología parecen estar en la cima de su poder, cuando su influencia se ha extendido por todo el mundo y su triunfo parece indiscutible, problemas inesperados están alterando la ciencia desde dentro. La mayoría de los científicos dan por supuesto que estos problemas acabarán solucionándose con una mayor investigación en las líneas establecidas, pero algunos, entre los que me incluyo, creen que se trata de síntomas de un malestar más profundo.

En este libro postulo que la ciencia está reprimida por supuestos que tienen siglos de antigüedad y que se han consolidado como dogmas. Las ciencias estarían mejor sin ellos: serían más libres, más interesantes y más divertidas.

El mayor espejismo de todas es que la ciencia ya conoce las respuestas. Aún hay que aclarar los detalles, pero, en principio, las preguntas fundamentales han obtenido respuesta.

La ciencia contemporánea se basa en la afirmación de que toda la realidad es material o física. No hay otra realidad que la realidad material. La consciencia es un subproducto de la actividad física del cerebro. La materia es inconsciente. La evolución carece de propósito. Dios existe solo como idea en las mentes humanas, y por tanto en las cabezas humanas.

Estas ideas son poderosas, no porque la mayoría de los científicos piensen en ellas críticamente, sino porque no lo hacen. Los hechos de la ciencia son lo suficientemente reales; otro tanto ocurre con las técnicas que utilizan los científicos y las tecnologías basadas en ellas. Pero el sistema de creencias que gobierna el pensamiento científico convencional es un acto de fe, encallado en la ideología del siglo XIX.

Este libro es pro-ciencia. Quiero que las ciencias sean menos dogmáticas y más científicas. Creo que las ciencias se regenerarán cuando se liberen de los dogmas que las oprimen.

El credo científico

Aquí están las 10 creencias principales que la mayoría de los científicos dan por supuestas.

  1. Todo es esencialmente mecánico. Los perros, por ejemplo, son mecanismos complejos, en lugar de organismos vivos con sus propios objetivos. Incluso las personas son máquinas, “robots pesados”, en la vívida expresión de Richard Dawkins, con cerebros que son ordenadores genéticamente programados.
  2. Toda la materia es inconsciente. Carece de vida interior, subjetividad o punto de vista. Incluso la consciencia humana es una ilusión producida por las actividades materiales del cerebro.
  3. La cantidad total de materia y energía es siempre la misma (con la excepción del Big Bang, donde de pronto surgieron toda la materia y energía del universo).
  4. Las leyes de la naturaleza son fijas. Son las mismas hoy que al principio, y siempre serán idénticas a sí mismas.
  5. La naturaleza carece de propósito, y la evolución no tiene objetivo o dirección.
  6. Toda la herencia biológica es material y se transmite en el material genético, ADN, y otras estructuras materiales.
  7. Las mentes están dentro de los cráneos y no son más que actividades de los cerebros. Cuando observas un árbol, la imagen del árbol observado no está “ahí afuera”, como parece, sino dentro de tu cerebro.
  8. Los recuerdos se almacenan como huellas materiales en el cerebro y se borran con la muerte.
  9. Los fenómenos no explicados, como la telepatía, son ilusorios.
  10. La medicina mecanicista es la única que funciona.

Juntas, estas creencias configuran la filosofía o ideología del materialismo, cuyo supuesto central es que todo es esencialmente material o físico, incluso las mentes. Este sistema de creencias llegó a ser dominante en la ciencia a finales del siglo XIX, y ahora se da por sentado. Muchos científicos no son conscientes de que el materialismo es un supuesto: piensan en él, sencillamente, como ciencia, o como la visión científica de la realidad, o el punto de vista científico. No reciben ninguna enseñanza al respecto, ni la oportunidad de discutirlo. Lo absorben por medio de una suerte de ósmosis intelectual.

En el uso cotidiano, el materialismo alude a una forma de vida completamente dedicada a los intereses materiales, una preocupación por la riqueza, las posesiones y el lujo. Estas actitudes son sin duda alentadas por la filosofía materialista, que niega la existencia de cualquiera realidad espiritual o finalidad no material, pero en este libro me ocupo de las afirmaciones científicas del materialismo, y no de sus efectos en los estilos de vida.

Desde el escepticismo radical transformo cada una de estas doctrinas en una pregunta. Perspectivas completamente nuevas se abren cuando un supuesto muy aceptado se toma como punto de partida de una investigación, en lugar de como la verdad incuestionable. Por ejemplo, el supuesto de que la naturaleza es mecánica o semejante a una máquina se convierte en una pregunta: “¿Es mecánica la naturaleza?”. El supuesto de que la materia es inconsciente se convierte en: “¿Es inconsciente la materia?”. Y así sucesivamente.

En el prólogo me centro en las interacciones entre ciencia, religión y poder, y en los capítulos 1 al 10 examino cada uno de los diez dogmas. Al final de cada capítulo analizo la diferencia que supone este tema y cómo afecta al modo en que vivimos nuestra vida. También planteo otras muchas preguntas, de modo que los lectores que quieran discutir estos asuntos con amigos o compañeros dispongan de algunos puntos de partida útiles. Cada capítulo viene seguido de un resumen.

La crisis de credibilidad del “punto de vista científico”

Durante más de dos siglos los materialistas han prometido que la ciencia acabaría por explicarlo todo en términos de física y química. La ciencia demostrará que los organismos vivos son máquinas complejas, que las mentes no son más que actividad cerebral y que la naturaleza carece de propósito. A los creyentes los anima la fe en que los descubrimientos científicos justificarán sus creencias. El filósofo de la ciencia Karl Popper llamó a esta actitud “materialismo pagaré”, porque depende de emitir pagarés para descubrimientos que aún no se han realizado. [1] A pesar de todos los logros de la ciencia y la tecnología, ahora el materialismo afronta una crisis de credibilidad inimaginable en el siglo XX.

En 1963, cuando estudiaba bioquímica en la Universidad de Cambridge, me invitaron a una serie de encuentros privados con Francis Crick y Sydney Brenner en las dependencias de este último en King’s College, junto a algunos de mis compañeros. Crick y Brenner habían ayudado a “romper” el código genético. Ambos eran ardientes materialistas, y Crick era también un ateo militante. Explicaron que en biología había dos grandes problemas sin resolver: el desarrollo y la consciencia. No se habían resuelto porque las personas que trabajaban en ellos no eran biólogos moleculares, o no muy brillantes. Crick y Brenner iban a encontrar las respuestas en un plazo de 10 años, o tal vez 20. Brenner estudiaría la biología del desarrollo, y Crick, la conciencia. Nos invitaron a unirnos a ellos.

Ambos lo intentaron. Brenner ganó el Premio Nobel en 2002 por su trabajo en el desarrollo de un pequeño gusano, Caenorhabdytis elegans. Crick corrigió el manuscrito de su último artículo sobre el cerebro el día antes de morir en 2004. En su funeral, su hijo Michael dijo que lo que lo impulsaba no era el deseo de ser famoso, rico o popular, sino el de «clavar el último clavo en el ataúd del vitalismo». (El vitalismo es la teoría de que los organismos vivos están realmente vivos y no son explicables únicamente en términos de física y química.)

Crick y Brenner fracasaron. Los problemas del desarrollo y la consciencia siguen sin resolver. Se han descubierto muchos detalles, se ha descifrado la secuencia de docenas de genomas y los escáneres cerebrales son cada vez más precisos. Pero aún no hay pruebas que demuestren que la vida y la mente pueden explicarse solo mediante la física y la química (véanse los capítulos 1, 4 y 8).

La proposición fundamental del materialismo es que la materia es la única realidad. Por tanto, la consciencia no es más que actividad cerebral. O es una sombra, un “epifenómeno” que no hace nada, u otra forma de hablar de la actividad cerebral. Sin embargo, entre los investigadores contemporáneos en neurociencia y estudios de la conciencia no hay consenso acerca de la naturaleza de la mente. Publicaciones destacadas como Behavioural and Brain Sciences y el Journal of Consciousness Studies publican muchos artículos que revelan grandes problemas con la doctrina materialista. El filósofo David Chalmers ha llamado a la propia existencia de la experiencia subjetiva el “difícil problema”. Es difícil porque desafía la explicación en términos de mecanismos. Aun si comprendemos cómo los ojos y cerebros responden a la luz roja, la experiencia de la rojez no se justifica.

En biología y psicología, la tasa de credibilidad del materialismo está cayendo. ¿Puede la física acudir al rescate? Algunos materialistas prefieren llamarse a sí mismos fisicalistas para subrayar que su esperanza depende de la física moderna, no de las teorías decimonónicas sobre la materia. Pero la propia tasa de credibilidad del fisicalismo ha sido reducida por la propia física en virtud de cuatro razones.

Primera, algunos físicos insisten en que la mecánica cuántica no puede formularse sin tener en cuenta la mente de los observadores. Afirman que la mente no puede reducirse a física porque la física presupone la mente de los físicos. [2]

Segunda, las más ambiciosas teorías unificadas de la física, la teoría de cuerdas y la teoría-M, con 10 y 11 dimensiones, respectivamente, llevan a la ciencia a un territorio completamente nuevo. Por raro que parezca, como Stephen Hawking nos dice en su libro El gran diseño (2010), «nadie parece conocer qué significa la “M”, pero puede ser “maestro”, “milagro” o “misterio”». Según lo que Hawking llama “realismo dependiente del modelo”, habría que aplicar diferentes teorías a diferentes situaciones: «Cada teoría puede tener su propia versión de la realidad, pero según el realismo dependiente del modelo, esto es aceptable mientras las teorías concuerden en sus predicciones cuando coincidan, es decir, cuando ambas puedan ser aplicadas». [3]

Las teorías de cuerdas y teorías M son actualmente inverificables, por lo que el “realismo dependiente del modelo” solo puede juzgarse por referencia a otros modelos, y no mediante experimentos. También se aplica a otros universos innumerables, ninguno de los cuales ha sido observado jamás. Como señala Hawking:

La teoría-M tiene soluciones que permiten diferentes universos con leyes aparentemente distintas en función de cómo se curva el espacio interno. La teoría-M tiene soluciones que permiten muchos espacios internos diferentes, quizá tantos como 10500, lo que significa que permite 10500 universos diferentes, cada uno con sus propias leyes […]. La esperanza original de la física de producir una única teoría que explique las leyes aparentes de nuestro universo como la única consecuencia posible de unos pocos supuestos tal vez deba abandonarse. [4]

Algunos físicos se muestran profundamente escépticos ante todo ese planteamiento, como muestra el físico teórico Lee Smolin en su libro Las dudas de la física en el siglo XXI: ¿es la teoría de cuerdas un callejón sin salida? (2008). [5] Las teorías de cuerdas, las teorías M y el “realismo dependiente del modelo” constituyen frágiles cimientos del materialismo o fisicalismo y cualquier otro sistema de creencias, como se discute en el capítulo 1.

Tercera, desde los inicios del siglo XXI se ha puesto de manifiesto que los tipos de materia y energía conocidos constituyen tan solo el 4% del universo. El resto consiste en “materia oscura” y “energía oscura”. La naturaleza del 96% de la realidad física es, literalmente, oscura (véase el capítulo 2).

Cuarta, el principio cosmológico antrópico afirma que si las leyes y constantes de la naturaleza hubieran sido ligeramente diferentes en el instante del Big Bang, la vida biológica nunca habría aparecido, y por tanto no estaríamos aquí para pensar en ello (véase el capítulo 3). Así pues, ¿acaso una mente divina ajustó las leyes y constantes en el inicio? Para evitar que emerja un Dios creador con un nuevo disfraz, la mayoría de los cosmólogos más eminentes prefieren creer que nuestro universo es uno entre un vasto, y tal vez infinito, número de universos paralelos, cada uno de los cuales posee leyes y constantes diferentes, como también sugiere la teoría-M. Existimos en aquel universo que cuenta con las condiciones adecuadas para nosotros. [6]

Esta teoría del multiverso es la última violación de la navaja de Occam, el principio filosófico que expone que: «las entidades no deben multiplicarse más allá de la necesidad», o, en otras palabras, que deberíamos establecer tan pocos supuestos como sea posible. También tiene la gran desventaja de ser inverificable. [7] Y ni siquiera logra librarse de Dios. Un Dios infinito podría ser el Dios de un infinito número de universos. [8]

El materialismo proporcionó una perspectiva clara y aparentemente simple a finales del siglo XIX, pero la ciencia del siglo XXI la ha dejado atrás. Sus promesas no se han cumplido y la hiperinflación ha devaluado sus pagarés.

Estoy convencido de que las ciencias han sido reprimidas por hipótesis que se han consolidado como dogmas y han sido mantenidas por poderosos tabúes. Estas creencias protegen la ciudadela de la ciencia establecida, pero actúan como barreras contra el pensamiento libre de prejuicios.