Si alguno de sus nuevos amigos rezaba por ella en silencio en su habitación, les pedía que no lo hicieran. Se volvió muy reacia a los objetos consagrados, como las imágenes y el agua bendita, tiró el rosario o vertió el agua de San Damián en el suelo. Sólo podía llegar hasta la puerta de la iglesia, pero no entrar en ella. Sus piernas, como notó su compañera, se pusieron bastante rígidas. Sucedía ...