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Catálogo histórico-sísmico del Perú. Siglos XV-XVII
Lizardo Seiner Lizárraga

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Colección Investigaciones

Historia de los sismos en el Perú. Catálogo: Siglos XV-XVII

Primera edición digital: noviembre, 2017

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

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Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial

Ilustración de carátula: Señor de los temblores, Escuela cusqueña siglo XVII.
Colección particular.

Versión ebook 2017

Digitalizado y distribuido por Saxo.com Perú S. A. C.

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Avenida Dos de Mayo 534, Of. 304, Miraflores

Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-423-3

… Terremoto: Movimiento violento e impetuoso de la tierra. Engéndrase regularmente de las exalaciones y vientos gruesos en las concavidades de ella que apretándose con la humedad, impide que salgan o broten y buscando la salida causan con su ímpetu el temblor lo qual suele suceder con más frecuencia en puertos o lugares cercanos al mar…

DICCIONARIO DE AUTORIDADES. Madrid [1737]

Índice

Introducción

Estudio preliminar

La sismicidad histórica

1. Sismólogos y sismos en el Perú

2. El campo de estudio

3. Investigaciones realizadas

3.1 América

3.2 Europa

4. Los usos de las sismicidad histórica

4.1 El estudio de la dimensión religiosa

4.2 La evolución de la arquitectura

4.3 Las manifestaciones de la ciencia

Los sismos y las fuentes en el Perú: Vicisitudes de búsqueda y posibilidades de uso

1. Las fuentes y los sismos: notas sobre el uso de fuentes para la reconstrucción de la sismicidad histórica

1.1 Tipos de fuentes

1.2 Limitaciones

1.3 Atribución de autores

1.4 Formas de citar de los autores

1.5 La disponibilidad de ediciones

1.6 La oferta de fuentes

1.7 Perspectivas regionales

1.8 Felices hallazgos: nuevos sismos conocidos

1.9 Precisiones cronológicas

1.10 Vías abiertas

Uso del catálogo

Siglo XV

Siglo XVI

Siglo XVII

Anexos
Catálogo histórico-sísmico peruano. Siglos XV-XVII. Tabla general

Bibliografía

Introducción

El propósito del presente libro se centra en un objetivo puntual: emprender el rastreo exhaustivo de las manifestaciones sísmicas ocurridas en el Perú entre los siglos XV y XVII a partir de la consulta de documentación publicada. La decisión de abocarnos exclusivamente a su hallazgo y comentario, dejando de lado la documentación de archivo, se tomó con el único propósito de ponderar el valor de la información contenida en cada fuente materia de publicación. Solo después de haber restituido la calidad informativa de cada fuente podrá apreciarse mejor cuáles son las lagunas de información alrededor de cada evento sísmico y, a partir de eso, abocarse al rastreo y hallazgo de la documentación que existe en archivos. Creemos que solo así se podrá afirmar qué es en verdad inédito en cuanto a información sísmica.

Varios aportes han allanado, previamente, el camino para acometer esta tarea. Desde la década de 1980, varios investigadores —sismólogos y geofísicos vinculados al Instituto Geofísico del Perú— emprendieron dicho trabajo, sacando a luz catálogos sísmicos en los que se homogeneizan centenares de registros sísmicos comprendidos entre los siglos XV y XX (Ocola, 1984; Huaco, 1986). Estos catálogos, a su vez, aprovecharon la valiosa información histórica publicada desde inicios del siglo XIX hasta la década de 1970. A los varios listados publicados en esos años (Unanue [1806], 1940; Córdova y Urrutia [1844], 1875; Mendiburu [1876-1890], 1931-1934; Middendorf [1893], 1973; Polo, 1898-1899; Bachmann, 1935; Silgado, 1967, 1978), se suman valiosas compilaciones documentales en las que se reproducían relatos de variada extensión que yacían olvidados en archivos del país o de Europa (Odriozola, 1863; Barriga, 1951; Villanueva, 1970; Silgado, 1980, 1985, 1992). Es bueno mencionar que, en los últimos años, la historiografía vinculada al estudio de los efectos políticos y sociales de los terremotos se ha enriquecido con contribuciones importantes (Aldana, 1996; Walker, 2002, 2003, 2004; Pérez Mallaina, 1997, 2000, 2001; Sánchez, 2001, 2005a, 2005b), aun cuando no hayan significado un aporte para la elaboración de nuevos catálogos sísmicos o el afinamiento de los anteriores.

Un catálogo histórico-sísmico como el que presentamos, descansa esencialmente en fuentes que deben ser ponderadas de manera debida a través de las herramientas ofrecidas por la crítica histórica. En la medida de lo posible hemos tratado de proporcionar los elementos que sean necesarios para apreciar la calidad de la fuente: referencias al autor, proximidad con relación a los sucesos que relata y contemporaneidad del relato con la ocurrencia del evento. En términos generales, las fuentes que utilizamos las hemos clasificado de acuerdo con el nivel de información que proveen. Algunas se reducen a ser simples listados de sismos, conteniendo ligeras referencias a su intensidad, entendida como el conjunto de efectos destructivos producidos en un área dada. Otras ofrecen mayor detalle, informando pormenorizadamente sobre las angustias y avatares padecidos por los pobladores; en estas aparecen, en dramática sucesión, el angustiado ritmo de los rezos y las plegarias elevadas a Dios, el desolador paisaje que mostraban las ciudades tras la sacudida —la que destruía una obra acumulada por décadas—, con edificaciones ferozmente abatidas, y algunas concluyen con el exhaustivo conteo de las réplicas ocurridas en las semanas que siguieron al sismo (Seiner, 1997). La evaluación de la bibliografía dedicada al estudio de la sismicidad histórica permite identificar tres grandes tipos de autores: ordenadores, testigos y recopiladores (Seiner, 2002). Largo ha sido el esfuerzo de historiadores, sismólogos y geofísicos por aclarar el nebuloso panorama que rodeaba el conocimiento de la sismicidad histórica peruana en los últimos dos siglos.

No obstante los avances reseñados, en el Perú aún se dista de la exhaustividad a la que han llegado investigaciones emprendidas en otras latitudes. Una de las más importantes contribuciones es la realizada por un equipo de investigadores mexicanos a mediados de la década de 1980 (García y Suárez, 1996): las labores de búsqueda, transcripción y digitación de la documentación depositada en decenas de archivos dispersos en todo el territorio mexicano demandaron varios años de trabajo y representan en la actualidad una provechosa fuente de consulta para los investigadores. En Europa, la experiencia es múltiple y valiosa; a propósito, por ejemplo, del caso de Italia, cabe recordar que los catálogos sísmicos representan allí una tradición de larga data, pues se trata de un país de alta sismicidad. Desde inicios de la década de 1980, el equipo encabezado por Emanuela Guidoboni —al frente de la empresa Storia Geofisica Ambiente— ha ordenado voluminosa documentación sobre terremotos italianos desde el siglo IV a.C. (Guidoboni, 2000) y generado información valiosa que ha sido usada extensamente en programas de reducción de vulnerabilidad sísmica implementados por instituciones gubernamentales.

Para nuestra investigación hemos rastreado, ubicado y ordenado gran parte del material sobre sismicidad histórica publicado en textos y revistas peruanas y extranjeras. Y decimos gran parte porque, a pesar de que nuestro objetivo ha sido identificar todas las fuentes disponibles editadas sobre un suceso sísmico, no es improbable que hayamos omitido alguna, bien bibliográfica o hemerográfica (esta última, de mayor dificultad de hallazgo). Respecto a la documentación encontrada, creemos que sus posibilidades de uso son amplias, pues no solo la propia investigación histórica —en historia del arte, historia social, medioambiental o económica— contará con información puntual, suficientemente corroborada, sobre eventos que influyeron en las sociedades del pasado, sino que ingenieros y arquitectos —pero en particular sismólogos y geofísicos— podrán sacar provecho de esa información para afinar los catálogos sísmicos disponibles hoy en día y así estar en condiciones de evaluar mejor la recurrencia secular de la actividad sísmica en el Perú.

Cuando empezamos este trabajo, una de nuestras hipótesis fue entender que los catálogos sísmicos usados actualmente en el Perú no eran lo suficientemente exhaustivos en la mención de los eventos sísmicos de los siglos XVI y XVII (Ocola, 1984; Huaco, 1986; IGP, 2001). Al final de la investigación esa hipótesis fue corroborada, pues, mediante la identificación de nuevos sismos y el descarte de otros que no descansaban en información confiable, se comprobó la existencia de una serie de falencias de información en aquellos catálogos. Hecha esa primera intervención sobre la documentación, decidimos establecer una escala de confiabilidad de la información a partir del conjunto de fuentes relacionadas con cada sismo. Esta escala se extiende del 1 al 5, donde el 1 es la escala más baja de confiabilidad y el 5 revela la total certeza de ocurrencia, sobre la base de una identificación espacio-temporal, la serie de lugares afectados y los efectos físicos e infraestructurales provocados. En suma, estimamos y confiamos en que los resultados de esta investigación no quedarán reducidos al manejo erudito de un grupo de académicos, sino que se materializarán en propuestas que llevarán a incrementar la sensibilización de la población civil ante los sismos y a la redefinición de los parámetros sísmicos que han venido empleándose para establecer la intensidad de dichos eventos.

El estudio introductorio al catálogo se compone de dos capítulos. En el primero presentamos un panorama de las características del campo de estudio de la sismicidad histórica y evaluamos el uso posible de la información en el análisis de la religión, la arquitectura y la ciencia. En el segundo mostramos la serie de problemas que se derivan del uso de fuentes históricas con contenido de sismicidad histórica y las prevenciones que se deben tener para asegurar su manejo adecuado.

La presente investigación fue desarrollada mediante la consulta de varias bibliotecas de Lima. Debemos destacar la riqueza del material bibliográfico disponible en la Sala de Investigaciones de la Biblioteca Nacional del Perú, en especial, las ediciones más antiguas que hemos consultado, correspondientes al siglo XVI. En su hemeroteca pudimos acceder a algunas antiguas revistas limeñas de fines del siglo XIX, que reproducen relatos de sismos de comienzos del siglo XVII.

En otras bibliotecas también hubo hallazgos felices. En la Universidad de Lima accedimos a algunas antiguas ediciones de crónicas que formaron parte de la valiosa colección del recordado arquitecto Emilio Harth-Terré, y el sistema de bibliotecas de la Pontificia Universidad Católica del Perú permitió consultar los fondos de la Biblioteca Central en el Fundo Pando, de la biblioteca del Instituto Riva Agüero y de la que perteneció a don Félix Denegri Luna, rica en títulos inhallables en otras, además de hallarse en excelente estado de conservación.

En las bibliotecas de instituciones científicas los hallazgos no fueron menos gratos. En el Instituto Geológico Minero Metalúrgico del Perú (Ingemet) está parte de la antigua biblioteca de una institución señera, pionera de la investigación sismológica en el país, fundada a inicios del siglo XX: el Cuerpo de Ingenieros de Minas y Aguas del Perú. Allí pudimos identificar los sellos originales de esta biblioteca, estampados en títulos valiosos de la bibliografía sismológica: Perrey, Montessus de Ballore o Sieberg. De igual manera, en el Centro Regional de Sismología (Ceresis) encontramos títulos importantes de autores nacionales, como Silgado, aunque no podemos dejar de expresar nuestra nostalgia por la antigua biblioteca del Instituto Geofísico del Perú, que consultamos en su antiguo local de Camacho —luego consumido por un devastador incendio—, donde revisamos los catálogos sísmicos peruanos.

No queremos concluir sin expresar nuestro agradecimiento por el apoyo institucional recibido de la Universidad de Lima para los proyectos de investigación que sirvieron de sustento a esta publicación. Además, reiterar que todo lo vertido en las siguientes páginas es de nuestra exclusiva responsabilidad.

Estudio preliminar

La sismicidad histórica

Uno de los campos menos transitados en la historiografía peruana es el que se centra en la identificación de las relaciones entre sociedades y medio ambiente. Las relaciones entre ambos son diversas y complejas, y en muchas de ellas se manifiesta un fuerte componente de presión por parte del medio ambiente. En ese amplio escenario de interacciones se sitúa la relación entre sociedades y desastres naturales, y, entre estos últimos, los sismos —entendidos como fenómenos naturales de origen tectónico que suelen presentarse con cierta regularidad en determinadas zonas del mundo, entre ellas el Perú— representan uno de los ámbitos donde aquella presión se manifiesta con más fuerza. Por su posición geográfica, el Perú se halla en la zona de influencia del denominado Cinturón de Fuego del Pacífico, amplia área que se extiende a lo largo de las costas americanas y asiáticas ribereñas al océano Pacífico, en donde se produce una actividad tectónica de colisión de placas que es causante directa del ochenta por ciento de toda la actividad sísmica mundial. Porque el Perú está ubicado en una zona de tanta actividad sísmica, donde los sismos y terremotos no son fenómenos infrecuentes, pensamos que indagar sobre la ocurrencia de ellos en el pasado, ofrece información central para efectos de planificación y reducción de la vulnerabilidad.

1. Sismólogos y sismos en el Perú

Terremotos en el Perú, obra publicada en julio de 1981 por Alberto Giesecke y Enrique Silgado —prestigiosos científicos peruanos vinculados al Instituto Geofísico del Perú—, tuvo el propósito de ofrecer una perspectiva amplia sobre la problemática sísmica en el Perú. A través de cuatro partes, claramente diferenciadas, los autores abordan varios aspectos vinculados a dicha problemática. La primera identifica la ocurrencia histórica de sismos en territorio peruano entre los siglos XVI y XX, y se trata de una versión abreviada de un trabajo anterior publicado por Silgado (1978) y que hoy ha devenido en un clásico de la disciplina y fuente de consulta obligada para cuanto trabajo se emprenda con relación a sismicidad histórica. La segunda parte está animada por un objetivo explícitamente pedagógico: a partir de una presentación breve de las teorías geológica y sismológica, los autores describen muy sucintamente la estructura de la tierra, la mecánica sísmica y los sistemas de medición de sismos, explicando el significado de valor de los grados que conforman las escalas Richter y Mercalli. En la tercera parte se reproduce una útil cartilla sísmica publicada por la Organización de Estados Americanos en 1977, en la que se informa sobre las medidas que la población debe adoptar en caso de producirse un sismo.1 Finalmente, la última parte se reserva para reproducir comunicaciones de dos científicos norteamericanos, colegas de los autores, en relación con la predicción de sismos. La primera comunicación es una carta con fecha 28 de abril de 1981, en la que el Dr. Brian Brady — físico y funcionario del United States Bureau of Mines— informa a Alberto Giesecke sobre la ocurrencia de tres devastadores terremotos, de escala 8 Mercalli y más, en la costa peruana, entre junio y agosto de 1981. La segunda es una declaración suscrita el 12 de junio de 1981 por William Spence, opinando sobre la predicción de Brady y tildándola explícitamente de incorrecta.

Uno de los propósitos de la obra de Giesecke y Silgado fue el de refutar las predicciones de Brady, especialmente porque trascendieron a los medios de comunicación, sobre todo prensa escrita. Muchos diarios, carentes de parámetros idóneos para presentar información científica, distorsionaron el carácter de la afirmación, convirtiéndola en un hecho incontrovertible; en opinión de aquellos, Lima sería destruida indefectiblemente a mediados de 1981. Evidentemente, el tono de la información causó alarma en la población, en particular porque se afirmaba que no se trataba de sismos cualesquiera, sino nada menos de terremotos de gran magnitud, causantes de una segura y severa devastación. Al final, los terremotos no se produjeron; sin embargo, quedaron planteados dos hechos incontrovertibles: por un lado, las predicciones sísmicas no son posibles, así se hayan, aparentemente, “legitimado” desde la ciencia; por otro, lo único seguro que se sabe es que, por sus particulares características tectónicas, la costa central y sur del Perú puede ser afectada por un gran sismo. Giesecke y Silgado lo indican con énfasis al señalar: “… el Dr. Brady trata de predecir cuándo ha de ocurrir lo que de todos modos, con o sin predicción, ha de ocurrir en el futuro…”.2 Consideran, además, que la aún inasible predicción sísmica implica un asunto extremadamente delicado al crear un problema social real, materializado en el pánico que se apodera de la población y que aun se agrava: “… los medios de comunicación tienen una grave responsabilidad, pues no deben distorsionar la información científica ni darle carácter sensacionalista a la noticia…”.3 Aun en el futuro —concluyen los científicos—, gracias al mayor acopio de datos precisos aparecerán otros pronósticos semejantes, pero no existirá otra alternativa que aprender a vivir sobrellevando predicciones; más aún, sabiendo y reconociendo que el Perú está en una zona de gran actividad sísmica y que un sismo puede presentarse en cualquier momento.

Al cabo de más de veinticinco años, sus palabras resultaron proféticas: el 15 de agosto del 2007, un fortísimo sismo, de gran intensidad y magnitud, aunque en grado menor que las presentadas durante el último gran sismo que la había afectado allá por 1974, sacudió Lima. En esa ocasión —y aun cuando no hubo de por medio una predicción pseudo-científica semejante a la de Brady— la ciudad se conmocionó, y un sector de la prensa escrita distorsionó la opinión de los científicos, endilgándoles la responsabilidad de haber afirmado la futura ocurrencia de un sismo devastador, cuando, en realidad, lo único que hicieron fue reiterar la característica tectónica de la costa central peruana.

En su obra, Giesecke y Silgado presentan una serie de conceptos indispensables para entender el comportamiento sísmico de la tierra. Una diferencia que es importante tener en cuenta es la referida a los conceptos de magnitud e intensidad. Magnitud es la energía liberada por un sismo y que —a partir del uso de instrumental idóneo— mide el grado de ocurrencia alcanzado; para su determinación, en la actualidad es de uso común la denominada escala Richter (Giesecke, 1981: 90). Por otra parte, intensidad es la medida de los efectos macrosísmicos, en una localidad dada, sobre los objetos naturales, las estructuras artificiales y los observadores. Su determinación es más compleja, en la medida en que “… no es nada fácil reducir fenómenos tan variados, que incluyen todas las complejas influencias del medio ambiente local y las interpretaciones subjetivas de testigos nerviosos, a un formato apropiado para referencia científica…” (ibíd.: 97). Para la medición de la intensidad se utiliza la escala Mercalli, establecida desde 1902, y la denominada MSK, de 1964 —no adoptadas como patrón mundial, pero de extendido uso—, que presentan además escalas con rangos que van de I al XII (ibíd.: 100).

Reproduciendo lo que había dado a publicidad en 1978, Silgado inserta su registro sísmico histórico e incluye las referencias sobre eventos de este tipo ocurridos entre los siglos XVI y XIX (Silgado, 1981: 11-22). Más adelante, al dar cuenta del comportamiento de los parámetros sísmicos durante los más importantes terremotos ocurridos en el Perú, en esos siglos, explicita sus métodos e indica:

Las coordenadas del epicentro son aproximadas y son apreciaciones del autor. La magnitud instrumental, un concepto que se utiliza hoy en día para determinar el tamaño o grandor de un terremoto, se establece en base de las relaciones empíricas encontradas entre la magnitud, intensidad y extensión areal de los sismos ocurridos en el Perú durante los últimos cuarenta años… (Silgado, 1978: 65).

En la actualidad, y probablemente durante mucho tiempo más, es posible que el único parámetro empleado para medir sismos históricos sea la intensidad, es decir, toda aquella evidencia física o humana de los efectos de un sismo.

En años recientes, sismólogos vinculados al Instituto Geofísico del Perú han iniciado una reevaluación del trabajo de Silgado, a quien consideran autor de la más útil recopilación sobre sismicidad histórica peruana —por consiguiente, referencia indispensable para trabajos en esa área—, la que, aunque de valor, dista de ser la más completa. José Toribio Polo compuso, a fines del siglo XIX, un catálogo muy completo, con más de 2.500 referencias sísmicas, pero que es escasamente usado de manera directa por los sismólogos. Pareciera que, o bien Polo es un autor desconocido, o bien, en el caso de no ser así, el volumen de su información dificultaría su estudio. La preferencia hacia Silgado es clara: pertenece al gremio científico, piensa como geofísico y, además, ha emprendido el arduo trabajo de procesar la información.

Identificando los sismos históricos con intensidades mayores o iguales al grado VIII de la escala Mercalli modificada, los sismólogos observan que dicha sismicidad se concentra, principalmente, a lo largo de la línea costera centro y sur, y reconocen que podría haber cierta distorsión, en la medida en que esta zona era la más poblada y albergaba las ciudades más importantes desde el siglo XVI (Tavera y Buforn, 1998: 191). Revelan, además, que para el periodo 1513-1920 no existe información sobre terremotos ocurridos en la zona andina y subandina del centro y norte del Perú, aunque en la actualidad está comprobado que estas regiones son sísmicamente muy activas (ibíd.: 194). Son, pues, vías abiertas que comprometen la investigación en sismicidad histórica.

2. El campo de estudio

En realidad, la sismicidad histórica representa un campo fácilmente delimitable, en la medida en que identifica los movimientos sísmicos registrados, en una zona determinada, a lo largo del tiempo; no obstante, ello implica hacer algunas precisiones. Es evidente que no todas las zonas presentan periodos de ocupación humana semejante, lo que determina la variación del periodo para el cual se cuenta con información. Algunos ejemplos podrán aclarar lo afirmado.

Las fuentes disponibles permiten rastrear los sismos, en América Latina, solo a partir de la llegada de los españoles. Los patrones de asentamiento urbano practicados por los conquistadores se implementaron muy tempranamente; y debido a la extensa política de fundación de ciudades, contamos con un volumen apreciable de información relativa a la ocurrencia de sismos, casi desde la fundación de ellas: generalmente, para un buen número de ciudades latinoamericanas, se cuenta con casi cinco siglos de registros históricos de tales eventos. Y es de notar que, para cada siglo, la información disponible es mayor conforme se transcurre del pasado hasta la actualidad. No obstante, algunos países solo cuentan con información sísmica desde el siglo XVII, como es el caso de Costa Rica, cuyos registros se inician en 1638.4 Parecido es el panorama en la América anglosajona,5 ya que sus registros recién se inician en los siglos XVII y XVIII, como son los casos —por citar dos ejemplos— de Nueva York, desde 1638, y California, desde 1769.6 Hay contribuciones recientes para el Caribe francoparlante, lo mismo que para el Canadá francés (Saffache, 2004; Gouin, 2001). Es indudable que las ocurrencias sísmicas sucedidas en tiempos prehispánicos nos son desconocidas debido a la inexistencia de evidencia escrita en América precolombina, aunque es menester destacar la notable excepción constituida por las fuentes escritas que provienen de la cultura maya.

A diferencia de América, Europa muestra una realidad muy distinta. La organización de los archivos, la enorme oferta de fuentes, las sucesivas publicaciones referidas al tema y la convocatoria permanente de eventos alusivos que reúnen a especialistas, dan cuenta de las altas cotas a las que puede llegar la investigación en sismicidad histórica cuando existen las redes institucionales que propician los intercambios de conocimiento e información.

En términos generales, el panorama que hemos encontrado se revela como un campo transitado desde hace décadas en distintos países, aunque en el Perú su abordaje se muestra más bien escaso. Además, aunque la sismicidad histórica —conforme a lo definido— busca aclarar la ocurrencia sísmica de un país a través de la exhaustiva búsqueda y ponderación de fuentes, debe igualmente incorporar parámetros conceptuales. Dicha vía aún está en exploración, y los escasos trabajos dedicados al tema han puesto énfasis especial en la construcción social del riesgo sísmico (Quenet, 2005).

3. Investigaciones realizadas

Este subcapítulo dará cuenta de algunas de las investigaciones de sismicidad histórica a las que hemos accedido, clasificándolas con base en un criterio zonal. Presentamos primero aquellas desarrolladas en América, y reservamos las de Europa a la siguiente parte.

3.1 América

Observamos que existen líneas permanentes de investigación de sismicidad histórica en América Latina. Un caso interesante es el de Ecuador: con apoyo de IRD de Francia, la Escuela Politécnica Nacional del Ecuador (en adelante EPN) —en cuya Escuela de Ciencias se encuentra el Departamento de Geofísica, el que desde 1983 es denominado (como su par peruano) Instituto Geofísico— viene realizando una importante contribución en la investigación sísmica contemporánea. Uno de los objetivos específicos del área de sismología del Instituto Geofísico —institución oficial encargada del monitoreo de la actividad sísmica en el Ecuador— es “conocer los procesos anteriores”, siendo una de sus líneas de investigación, “la historia sísmica y volcánica”.7 En lo que concierne a registros sísmicos, la EPN reemplazó al Observatorio Astronómico de Quito —establecido en 1873 por el jesuita alemán Juan Bautista Menten—, institución que los inició de manera sistemática en 1910, con la instalación de modernos sismógrafos.8 El Instituto Geofísico plantea entre sus responsabilidades “la identificación y el análisis de las fuentes sísmicas en el territorio ecuatoriano”. En el 2003 tenía entre sus investigaciones la que José Egred desarrollaba con el título “El terremoto de Riobamba de 4 de febrero de 1797”, sismo considerado como el más destructor de la historia ecuatoriana. En el resumen de la investigación se lee:

El terremoto de Riobamba de 1797 es el más destructor que ha soportado el territorio ecuatoriano en su historia desde la conquista española y, por consiguiente, es el que mayor cantidad de muertes causó, pese a la poca densidad de población en la época en que ocurrió. El presente trabajo es un estudio de los parámetros sísmicos y efectos del terremoto, basado en la investigación realizada en los archivos históricos y bibliografía nacionales y en el Archivo General de Indias de Sevilla, España, que fue auspiciado por la organización francesa ORSTOM (actualmente IRD)…9

Esta investigación se transformó, luego, en un exhaustivo artículo que reunió toda la información acerca de dicho sismo.10 Cabe destacar la breve introducción a la sismicidad histórica ecuatoriana que se encuentra en la página web de la institución,11 donde se incluye una tabla que identifica los terremotos de grado VIII registrados a partir del siglo XVI y un útil mapa que indica los lugares de ocurrencia de los de grado VII y VI, también desde la época colonial. En dicha tabla se indica 1541 como el año de ocurrencia del primer evento para el que se cuenta con registros históricos, terremoto sentido por los expedicionarios españoles que iban en procura del País de la Canela, encabezados por Gonzalo Pizarro. Este sismo es un caso interesante, pues a pesar de haber ocurrido en territorio ecuatoriano, sus efectos debieron sentirse también en el Perú, debido a su gran intensidad, razón por la cual lo mencionamos en el actual catálogo histórico-sísmico .

Otro país de gran actividad en el campo de la sismicidad histórica es Venezuela. A mediados del 2002, la Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas (Funvisis) organizó las Terceras Jornadas Venezolanas de Sismología Histórica, con el apoyo del Ministerio de Ciencia y Tecnología, entidad de la que forma parte.12 Las jornadas empezaron en 1997, con éxito rotundo, debido a la favorable acogida de académicos venezolanos, testimoniada en las comunicaciones presentadas. En forma paralela, el Laboratorio de Geofísica de la Universidad de Los Andes (Mérida) lleva adelante, en la actualidad, un programa de investigaciones en sismicidad histórica,13 y ha retomado una de las conclusiones que emanó de las Primeras Jornadas, a saber: la necesidad de crear una base de datos que contenga toda la información sobre sismos históricos ocurridos en Venezuela.

Sin embargo, en términos de resultados, los avances más importantes los tiene México, gracias a la acción conjunta de la Universidad Nacional Autónoma de México y el dinámico Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas).14 El equipo de investigadores de Ciesas partió de la interrogante: ¿por qué estudiar la historia sísmica de México? Indicaba que la sismicidad puede estudiarse a través de dos vías: el registro instrumental —corto en el tiempo: remontable apenas a comienzos del siglo XX— o la evaluación cualitativa basada en el análisis de documentos históricos que describen daños. En México, la sismicidad más activa se produce en la zona de Oaxaca, donde la placa de Cocos se introduce debajo del continente; otro panorama es el que se presenta en el centro de Jalisco, lugar en el que actualmente la actividad sísmica es apenas perceptible, incluso para los sismógrafos. Sin embargo, en 1569 un gran sismo asoló la zona, dato que se conoce gracias a la información proporcionada por frailes franciscanos que relataron la caída de iglesias de cal y canto. Si esto se desconociera, la evaluación del potencial sísmico sería muy diferente y ello tendría directa incidencia en un cálculo imperfecto de los diseños estructurales de las edificaciones concebidas por los ingenieros (Suárez Reynoso, 1996: 11).

De ello surge, entonces, la necesidad de establecer estimaciones confiables de peligro sísmico. En la investigación de sismos históricos se cuenta con un componente sismológico y otro social. El primero consiste en conocer qué ocurrió durante un sismo y, a partir de eso, derivar su localización, magnitud aproximada y otros parámetros; luego los resultados se evalúan, eventualmente de manera estadística, a fin de precisar mejor el peligro sísmico de la zona. Sin embargo, ello topa con graves limitaciones derivadas del carácter de la información histórica, la cual, de suyo, es fragmentaria, subjetiva y parcial; por consiguiente, impide cumplir satisfactoriamente las metas. El segundo componente, el social, propone una metodología para la búsqueda e interpretación de las descripciones de los daños y efectos de los sismos, talón de Aquiles de un vasto número de recopilaciones de sucesos históricos (ibíd.: 12). El estudio de los efectos contribuye decisivamente a definir los modos en que una sociedad se enfrentó al peligro sísmico.

Virginia García Acosta relata que los sismos sucedidos en México D.F., en 1985, fueron el germen del desarrollo de una conciencia de riesgo sísmico y, también, de un renovado rescate de la historia sísmica de México. El proyecto demandó varios años de esfuerzos y se inició bajo el auspicio de Ciesas. Empezó revisando algunas cronologías sísmicas disponibles y luego pasó a revisar fuentes primarias para las épocas prehispánica y colonial. Las cronologías disponibles para México tuvieron que ser ampliadas y afinadas. Un primer resultado apareció en 1987, y demostró que los catálogos disponibles sufrían de omisiones e imprecisiones. Una segunda etapa se prolongó entre 1987-1991 y sirvió para recoger más información, ampliándola hasta el siglo XIX. La búsqueda se inició en bibliotecas y archivos del Distrito Federal, y luego pasó a provincias, elegidas con base en su potencial sísmico; finalmente, las búsquedas llegaron al Archivo General de Indias. El resultado es notable: un catálogo descriptivo hecho a partir de un esfuerzo multidisciplinario, plasmado en una doble visión de los sismos: como fenómeno natural y, también, social.15

Es evidente que los tres casos reseñados distan de ser los únicos, pero son enormemente útiles de conocer, en la medida en que permiten aquilatar el valor de experiencias exitosas en las que la difusión y conformación de equipos multidisciplinarios han ofrecido resultados palpables y de gran impacto social y académico.

3.2 Europa

En este continente los avances revelan una acción emprendida a lo largo de un tiempo mayor, cuyo fruto es el establecimiento de redes continentales de investigadores. Dentro de la European Seismological Commission16 (en adelante ESC) —formada en 1952— funciona un grupo de trabajo en sismología histórica, en el que se implementó, entre 1989 y 1993, el proyecto “Review of historical seismicity in Europe”, basado originalmente en una propuesta planteada en la XII reunión de la ESC, relativa a la creación de un catálogo sísmico europeo unificado. Los resultados fueron halagadores, pues se afinaron decenas de registros sísmicos; sin embargo, lo más importante fue que se puso de manifiesto el valor del encuentro entre sismólogos e historiadores, quienes conocieron los métodos y alcances de la metodología empleada por cada experto en esas áreas.17 No obstante los avances en materia institucional europea, es bueno destacar los avances nacionales y, en tal sentido, los logros alcanzados en Italia por Emanuela Guidoboni —probablemente, los más destacados a escala europea—, esencialmente por la exhaustiva revisión de fuentes históricas que sustentan sus investigaciones.

4. Los usos de la sismicidad histórica

4.1 El estudio de la dimensión religiosa

Manuel de Mendiburu —militar de carrera y famoso polígrafo peruano—, antes de entrar de lleno a narrar lo ocurrido en Lima a raíz del terremoto que la asoló el 28 de octubre de 1746, presenta una breve y compendiosa evolución del culto religioso limeño relacionado con los sismos:

A los 52 años de su fundación [terremoto], el 9 de julio de 1586, día de la Visitación a Santa Isabel que fue jurada patrona contra temblores. A los 44 años sucedió la segunda ruina de 27 de noviembre de 1630 y dio origen al protectorado de la Virgen que se tituló del Milagro, 57 años después aconteció el terremoto de 20 de octubre de 1687 y se juró por segunda abogada a la Virgen conocida con la advocación de las lágrimas. Pasados 59 años se destruyeron Lima y el Callao el 28 de octubre de 1746 día de los santos Simón y Judas que fueron declarados patrones en tercer lugar… (Mendiburu, [1885], 1933, VII: 182-183).

El listado no deja de ser interesante, pero revela una omisión flagrante: no haber incorporado en la lista al Señor de los Milagros, en quien ya había recaído el encargo de erigirse como protector de la ciudad desde 1715 (Vargas Ugarte, 1966: 77-80).

Otras ciudades también establecieron advocaciones para otros guardianes celestiales. A mediados del siglo XVI, Arequipa se hallaba en un serio conflicto; a juicio de la Iglesia, la ciudad se hallaba sobreprotegida, pues, aparte de haberse consagrado a Nuestra Señora de la Asunción y jurar solemnemente defender el misterio de la Concepción, contaba además con tres santos padrinos: santa Marta, contra los terremotos; san Sebastián, contra las epidemias, además de defensor contra las erupciones volcánicas; y san Genaro, también conocido con el nombre de san Januario. Se trataba de una situación anómala, toda vez que contar con varios intercesores entraba en entredicho con lo que Urbano VIII tenía mandado desde hacía medio siglo: que ninguna ciudad se amparase en más de un santo. Puesto a debatir, el cabildo no se vio en otra alternativa que elegir uno solo, elección que recayó en santa Marta, la que quedaría como patrona tutelar (Ricketts [1990], apud Rivera Martínez, 1996: 100). El hecho revelaba el temor reverencial que los arequipeños dispensaban a los sismos, eventos que solían presentarse con mayor frecuencia que los otros dos.

Los ejemplos anteriores muestran la íntima relación que existe entre sismicidad y religiosidad. Es claro que un aspecto interesante y central para apreciar la dimensión social de los eventos sísmicos del pasado es la dimensión religiosa. En el sentir de los contemporáneos, un sismo no es sino la manifestación explícita de la ira divina como castigo a una extendida práctica pecaminosa en la sociedad; es, por consiguiente, un poderoso activador de la fe.

No obstante, este efecto sobre la fe no asegura el mantenimiento de prácticas piadosas: no son pocas las ocasiones en las cuales, tras un sismo y habiéndose dado una serie de pietísimas manifestaciones religiosas —expresadas en sermones y procesiones—, al cabo de un tiempo vuelven a denunciarse los pecados cometidos, generalmente los mismos aludidos antes del evento sísmico. María Emma Mannarelli ha estudiado una dimensión importante de la religiosidad limeña del siglo XVII.18 En suma, la vida religiosa permeabiliza todas las manifestaciones sociales, y los autores coinciden en ello: ya el padre Vargas Ugarte indicaba que el púlpito era la caja de resonancia de la vida cotidiana de la ciudad (Vargas Ugarte, 1942). Años después, Guillermo Lohmann también coincidía en lo mismo (Lohmann, 1996). Muchas ciudades peruanas de época virreinal son testigos de tales manifestaciones.

La historia de Lima, durante el Virreinato, está plagada de historias vinculadas con sucesos considerados extraordinarios en la época. Una imagen de la Virgen, muy antigua y traída de España, ubicada en la capilla asignada a la cofradía de la Purísima Concepción en el templo de San Francisco, fue la que obró el prodigio asociado al terremoto de 1630 (Bernales Ballesteros, 1972: 96). La ocurrencia del suceso, extraordinario en la percepción de los individuos de aquel entonces, fue motivo para materializar el agradecimiento por la intercesión mariana. La capilla del Milagro, colindante con el convento grande de San Francisco, inició su edificación a partir de dicho evento (Portal, 1924: 309).

También la historia de la mayor expresión de devoción católica de América hispana, la procesión del Señor de los Milagros, está asociada a sucesos de este tipo. Hace varios años, Vargas Ugarte ya dio puntual cuenta de la evolución del culto del pueblo limeño hacia la imagen, cuyos orígenes remonta hasta el sismo que afectó seriamente la ciudad en 1655 (Vargas Ugarte, 1966: 9).

Los sucesos extraordinarios no eran protagonizados solo por acciones como las mencionadas; en muchas ocasiones, los actores son individuos que se ven bajo el amparo del manto protector de la gracia divina. Las crónicas conventuales son un venero abundante de historias de esta clase: Antonio de la Calancha, por ejemplo, narra episodios milagrosos acaecidos con ocasión del sismo de Trujillo de 1619. Sin embargo, la información sobre los milagros debe entenderse con suma precaución: ya Riva Agüero, Porras y Vargas Ugarte alertaban sobre el carácter de estas fuentes.

Ante el peligro originado por un sismo o cualquier otra manifestación dantesca de la naturaleza, o el que suscitaba la presencia de corsarios holandeses o ingleses, una ciudad implementaba una estrategia de respuesta.19 Y si la respuesta técnica a la inminencia de un ataque corsario radicaba en construir defensas —murallas, en el caso de Lima y Trujillo—, la respuesta desde la religión implicaba una acentuación de la piedad. En tal sentido, los sermones, la consagración de santos y las procesiones fueron los vehículos a través de los cuales se canalizaron las angustias de los pobladores. Aún falta identificar los santos y advocaciones marianas y cristianas en los que cada población peruana depositó su confianza para que intercedieran ante la cólera divina. Los dos casos de mayor significación están representados en la actualidad por las sagradas imágenes del Señor de los Milagros y el Señor de los Temblores. Conocemos otros fuera del Perú, como el de san Saturnino, quien recibía culto en Santiago de Chile, en tiempo del terremoto de 1647 (Villarroel, 1650: 575); y un ejemplo de la Lima virreinal: el caso de los “votivos protectores contra esta plaga los santos Crispín y Crispiniano” (Peralta [1732], 1863, I: 157). La lista podría incrementarse, preliminarmente, con el culto a la Virgen del Rosario, en Lima, para el siglo XVI, o el de santa Marta para Arequipa.

Varios autores ya han destacado la importancia de la denominada oratoria sagrada en el Virreinato. Han trascendido los impactantes sermones que en ocasión de Viernes Santo pronunciaba el P. Alonso Messía, en Lima, y se ha afirmado que la vida social del Virreinato tenía correlato directo en los púlpitos. No obstante, existen sermones que están directamente asociados a la ocurrencia sísmica, y hemos tenido ocasión de revisar parte de ellos en la Biblioteca Nacional.20 Algunos sacerdotes ejercieron su celo predicador con ocasión de las desgracias. Sabemos el caso del P. Del Río, jesuita, predicador en el Callao en 1746 (Portal, 1924: 78).

Las actitudes y respuestas de la población y autoridades se han modificado en el tiempo. En un primer momento, la Iglesia arraigó el eficaz binomio sismos = castigo divino, luego remontado —con ciertas limitaciones— a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando surge una novedosa corriente de pensamiento —por ejemplo, en México— que buscaba explicar racionalmente los fenómenos naturales. Como veremos más adelante, la explicación que se daba a los temblores tenía un origen aristotélico: eran entendidos a partir de la existencia de gases en el interior de la tierra y que, en su afán por liberarse, causaban vibraciones. En términos generales, las actitudes sociales, religiosas y científicas permean los relatos y dan color a las descripciones (Suárez Reynoso, 1996: 12).

4.2 La evolución de la arquitectura

… De los alcaldes, de los terremotos y de los urbanizadores, líbranos Señor…

Raúl Porras Barrenechea
PEQUEÑA ANTOLOGÍA DE LIMA (1935)

A lo largo de su historia, toda ciudad se ve enfrentada cada cierto tiempo a una serie de vicisitudes de origen diverso; los ejemplos son múltiples. Evidentemente, en el Perú los sismos han sido uno de los más serios causantes de dichas vicisitudes, pues no solo provocaron situaciones de riesgo para los pobladores por la destrucción de infraestructura, sino que la dimensión de esa destrucción planteaba otra suerte de problemas cuya solución podía demandar acciones más radicales. No fueron pocas las ocasiones en las cuales, luego de ocurrido un sismo y comprobarse el extendido panorama de destrucción material, las autoridades planteaban la reubicación inmediata de la urbe.21

Ya desde el siglo XVI, Lima estaba acostumbrada a la ocurrencia eventual de sismos. Se ha planteado, para los tiempos posteriores a la conquista, que “los temblores dieron continuo sobresalto, mas no fueron de gran intensidad hasta 1586” (Bernales Ballesteros, 1972: 21). Algunos ejemplos confirman lo dicho. La construcción de la segunda catedral de Lima se retrasó por causas diversas, que Vargas Ugarte identifica con la falta de piedra de calidad, los sismos y, especialmente, la desidia de las autoridades para reunir fondos (Vargas Ugarte, 1968: 35). Inaugurada en 1625, los sismos de 1630, 1655 y 1687 causaron notable daño al que las fuentes calificaban de “hermoso edificio” (ibíd.: 41). Algo distinto fue el caso de la catedral del Cusco, construida en un lapso de noventa años y que en plena edificación resistió los efectos del terremoto de 165022 y pudo estrenarse poco tiempo después, en 1654 (ibíd.: 44). En Trujillo, elevado a sede episcopal en 1616, año en que se inició la construcción de su catedral, esta se vino abajo con el terremoto de 1619. Tan grave fue la situación padecida por esta ciudad, que el virrey llegó a dictar una provisión que ordenaba su reubicación:

… en consideración a la comodidad del edificio antiguo de dicha ciudad de Trujillo por ser arena y falta de agua acordé de dar y di la presente por la qual mando se passe y traslade dicha ciudad a otro sitio superior en parte y lugar fixo que no sea de arena y tenga agua suficiente (Larco Herrera, 1917: 37).

A los pocos días de recibida la provisión, se presentaron el prior de Santo Domingo, el P. guardián de San Francisco, el comendador de La Merced y la abadesa de Santa Clara, oponiéndose al traslado (ibíd.: 40). Finalmente, la decisión del virrey no se materializó y la ciudad permaneció en su emplazamiento original, donde Francisco Pizarro la había fundado en 1535.

En otros casos, el sismo interrumpe las obras de construcción de una iglesia, como en el del templo de los franciscanos en Arequipa, detenido un tiempo a causa del sismo de 1582 (ibíd.: 80). Para Huánuco, una de las ciudades más antiguas del país —fundada como Ciudad de los Caballeros del León de Huánuco, y para la cual no existe sino la única referencia al sismo que la afectó en 1613—, no deja de ser interesante lo que se afirma sobre la iglesia de los agustinos, la mejor y más sólida de la ciudad: su construcción se inició en 1596 y se terminó en 1634, a pesar de haber “sufrido seriamente por los temblores” (ibíd.: 139).

Una de las ciudades que ha gestado una visible identidad arquitectónica es Arequipa, donde se generó un estilo mestizo que algunos han calificado de “barroco andino”, desarrollado a lo largo del siglo transcurrido entre 1680 y 1780, y que se caracterizó por una despreocupación por las plantas de iglesias del tipo cruz latina y se interesó más bien por la presencia de elementos decorativos (Gisbert, 1985, apud Rivera Martínez, 1996: 172 y ss.). No obstante, se trata de un estilo que fue surgiendo en relación directa con la naturaleza sísmica del suelo de la ciudad. La opinión de Héctor Velarde —renombrado arquitecto peruano— es muy clara cuando afirma que “la ciudad fue arruinada varias veces por los terremotos” (Velarde [1978], apud Rivera Martínez, 1996: 175). Anteriormente, otro ilustre arquitecto —norteamericano de origen— observó que, en Arequipa, “más que en Lima, la tragedia ha acechado en la forma de terremoto tras terremoto, que han reducido la ciudad a cenizas en numerosas ocasiones. Los peores fueron los de 1582, 1600, 1687, 1715, 1784 y 1868” (Wethey [1946], apud Rivera Martínez, 1996: 182). No sin razón, Wethey reflexionaba sobre el hecho de que “la historia de la arquitectura arequipeña es más la historia de lo que alguna vez existió que de los monumentos que aún subsisten en nuestros días” (loc. cit.).

Nuevas edificaciones renacían de los escombros, y desde 1687 adoptaron el nuevo estilo mestizo: es el caso de la portada de la iglesia de la Compañía, que data de 1690. Wethey llamaba la atención sobre las portadas esculpidas en estilo mestizo, pues, en su opinión, constituían la contribución más característica de Arequipa al arte colonial (Wethey [1946], apudapud