SERMONES SELECTOS DE

C.H.

SPURGEON

VOLUMEN-2

MÁS DE 100
SERMONES COMPLETOS

Y SUS CORRESPONDIENTES BOSQUEJOS

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© 2016 Editorial CLIE

SERMONES SELECTOS DE C.H. SPURGEON, VOL.2

ISBN: 978-84-8267-488-9

eISBN: 978-84-8267-798-9

Clasifíquese: 328 - HOMILÉTICA: Sermones colecciones

CTC: 01-04-0328-17

Índice General

Prólogo

CAPÍTULO I. DOCTRINA DE DIOS

1. Dios Padre

2. Jesucristo

3. Espíritu Santo

CAPÍTULO II. DOCTRINA DEL HOMBRE

1. Estado pecador

2. Libertad

CAPÍTULO III. SAGRADA ESCRITURA

1. Estudio de la Biblia

2. Parábolas

3. Personajes

4. Tipos y figuras

CAPÍTULO IV. SOTERIOLOGÍA

1. Expiación

2. Justificación

3. Gracia

4. Arrepentimiento

5. Fe

6. Salvación

7. Regeneración

CAPÍTULO V. VIDA CRISTIANA

1. Seguimiento

2. Discipulado

3. Oración

4. Edificación

5. Pecados

6. Educación familiar

7. Avivamiento

8. Santidad

CAPÍTULO VI. ECLESIOLOGÍA

1. Ministerio

2. Dones

3. Predicación

4. Mayordomía

5. Evangelismo

CAPÍTULO VII. ESCATOLOGÍA

1. Cielo

2. Infierno

Índice Escritural

Índice de Títulos

Prólogo

El secreto de Charles H. Spurgeon

El día 7 de octubre de 1857 una enorme multitud de personas, 23.654 para ser exactos, se congregó en el Palacio de Cristal de Londres con el solo propósito de escuchar un sermón a Charles H. Spurgeon (1834-1892). Fue quizás el auditorio más grande al que se dirigió un predicador evangélico hasta esa fecha. ¿Dónde reside el secreto de Spurgeon para atraer tal cantidad de público, la clave de su éxito en una cuestión tan prosaica y, aparentemente, poco atractiva y nada espectacular como escuchar pura y llanamente un sermón religioso sin apoyo de recursos musicales ni visuales?

La verdad es que no creo que se trate de ningún tipo de secreto ni de ninguna clave cuyo desciframiento abra las puertas del éxito en la actualidad. Primero, porque cada época tiene sus modos y preferencias, y la época victoriana que le tocó en suerte a Spurgeon, se caracteriza por el gusto y la afición de la gente por los temas evangélicos. Los temas de predicación dominical se convertían en objeto de conversación en la peluquería o el mercado durante toda la semana, tal como hoy ocurre con los asuntos relacionados con el deporte o las estrellas del cine o la televisión. La nuestra es una época secularizada que no responde a la invitación evangélica sino después de muchos esfuerzos.

Dicho sea de paso, Spurgeon tuvo el privilegio de vivir la época dorada del cristianismo evangélico: la iglesias crecían numéricamente, los candidatos al pastorado abundaban, la misiones se extendían por todo el planeta y parecía cercano el día del triunfo universal del Evangelio. En contraste con nuestros días, cuando el islam parece un amenaza creciente, entonces permanecía como una religión sumida en el letargo y la decadencia: «Contemplad la religión de Mahoma –dice Spurgeon–. Durante más de cien años amenazó con subvertir los reinos y trastornar el mundo entero; mas, ¿dónde están las espadas que brillaron entonces?, ¿dónde están las manos que asolaron a sus enemigos? Su religión se ha convertido en algo viejo y gastado; nadie se preocupa de ella, y el turco, sentado en su diván con las piernas entrelazadas y fumando su pipa, es la mejor imagen de la religión de Mahoma: vieja, estéril y enferma. Pero la religión cristiana permanece tan lozana como cuando comenzara en su cuna de Jerusalén» (Un pueblo voluntario y un guía inmutable, II, 1).1

En segundo lugar, lo que se llama secreto o clave no es, en lo que se refiere a los temas cristianos, una cuestión oscura o inaccesible sólo disponible para algunos elegidos. Hay mucho de equívoco, y hasta de engaño, en la búsqueda del secreto de esto o de lo otro, que hace que algunos se encumbren con la fórmula que todo resuelve. La religión siempre está tentada por la magia, que es una forma sutil de idolatría. Hablando en términos espirituales, el secreto de la vida cristiana, de la paz, del gozo, del ministerio, es un secreto a voces. Consiste en algo tan sencillo como ser cristiano. Simplemente eso, dejar que Dios sea Dios y el Evangelio sea el Evangelio, no imponerle fórmulas ni cargarlo con misterios que bajo la excusa de la sana doctrina impiden que el mensaje de Jesucristo se manifieste, desde la sencillez, en la pluriforme riqueza de su contenido que «hace nuevas todas las cosas» (2 Co. 5:17; Ap. 21:5), haciendo que cualquier manifestación del Espíritu pase por el tamiz de la tradición de los ancianos.

Ahora bien, es del todo cierto, que es una época de gigantes del púlpito evangélico, Spurgeon los rebasa a todos en el tiempo, conservando sus sermones la frescura y el poder espiritual de antaño. Alexander Maclaren (1800-1910); Henry Melville (1800-1971), Josehp Parker (1830-1902); F.W. Robertson (1816-1853); F.B. Meyer (1847-1929); Phillips Brooks (1835-1889); A.T. Pierson (1837-1911); y muchos otros destacan en las páginas de la historia de la predicación cristiana por el contenido de sus mensajes y su poder de atracción. A su manera todos fueron grandes. Pero lo fueron en su día, mientras que Spurgeon sigue gozando de la estima de miles de creyentes en todas las partes del globo como si de un contemporáneo se tratase. Y esto es así por una razón muy sencilla, sus mensajes exhalan lo mejor del mensaje evangélico de todos los tiempos.

Evangélico de evangélicos

En este punto reside no tanto el éxito como la perennidad del legado de Spurgeon. Encarna con nadie el espíritu evangélico heredero del avivamiento británico de Whitefield y Wesley, fuente y matriz del amplio y diversificado mundo evangélico moderno, que, pese a sus diferencias, y por encima de ellas, coincide en unos cuantos puntos básicos que identifican y distinguen el modo de ser evangélico de cualquier otra expresión del cristianismo habido y por haber.

En principio el cristianismo evangélico va más allá de las fórmulas doctrinales, no importa lo correcta y ortodoxas que sean, para indagar en el estado del corazón, regenerado o irregenerado. Profesante de una fe o un credo, o «nacido de nuevo», según la fraseología del Evangelio de Juan. Evangélico es, ante todo, quien en el umbral del cristianismo coloca el llamamiento a nacer de nuevo, necesidad primera, sin la cual todo lo demás resulta vano y, al final, condenatorio. Esta enseñanza se halla primeramente en la Biblia misma, luego en Lutero,2 y después en George Whitefield, y así hasta nuestros días. De tal manera caló está necesidad en las iglesias de la Reforma, que desde entonces nada se considera más aborrecible que un ministro o pastor irregenerado, no importa lo instruido que esté en teología o la perfección con que efectúe los servicios sagrados.

En segundo lugar, y siguiendo esta línea de pensar y proceder, evangélico es quien busca la salvación de los demás por el mismo sistema que a él le ha hecho salvo: el nacimiento de nuevo. La doctrina en un paso segundo en relación al primer paso de la experiencia de la conversión.

Por ello, y en tercer lugar, el celo evangelístico es característico del evangélico, por el que busca que, tanto cristianos nominales como personas ajenas al cristianismo, lleguen a experimentar el nuevo nacimiento, consistente en comprender la gravedad del pecado en uno mismo, por un lado, y grandeza de la obra amorosa de Dios en la muerte de Cristo en favor del pecador, por otro.

De tal modo que, en cuarto lugar, las llamadas doctrinas de la salvación ocupan el lugar central del mensaje evangélico, en especial las que tienen que ver con el arrepentimiento y la fe, por parte del hombre; y la muerte substitutoria de Cristo en la cruz, por parte de Dios, el cual es justo pero justifica al impío solamente por la fe, no por las obras.

En quinto, y ultimo lugar, el estudio de la Biblia para refrendar su mensaje y como un medio para alimentar la nueva criatura nacida como resultado del encuentro personal con Cristo y la iluminación del Espíritu Santo, que incorpora a cada nuevo creyente en una comunidad centrada en la predicación de la Palabra, la comunión unos con otros, el partimiento del pan y el testimonio personal.

En Spurgeon, como en todo grand predicador evangélico, pero superándolos a todos en profundidad, extensión y convicción, laten, surgen, se manifiestan, cobran vida una y otra vez estos grandes temas o puntos que hemos mencionado. Hable de lo que hable, de Dios o del hombre, de la oración o de la teología, del estado de la Iglesia o del mundo, de la piedad o de las misiones, de los creyentes o los pastores, Spurgeon dirigirá siempre la atención de sus oyentes a los susodichos puntos que son como la carta de naturaleza del cristianismo evangélico y el mejor remedio de todos los males relativos a la hipocresía e inconsistencia de los cristianos. Pues solo cuando el corazón desconoce el «nacimiento de lo alto», u «olvida su primer amor«, asaltan los conflictos a las congregaciones, enemista a los pastores entre sí, produce tristeza y malestar, pues al Reino de Dios se entre y se vive por el nuevo nacimiento (Jn. 3:3).

El corazón del Evangelio, dice Spurgeon, es que Cristo ha muerto por los pecadores, pero esto no significa nada si el pecador no puede añadir su pronombre personal y decir «por mí» y al decirlo, sentir como de su espalda se desprende el fardo del pecado y reconoce al instante que Jesús, y sólo Él es el único y suficiente Salvador, a partir de cuyo momento vivo por Él y para Él (Gá. 2:20). Conoce por experiencia que la gracia, no sus obras, incapaces de alzarse con el mérito o el derecho de la salvación, le abre la puerta del cielo y le da la completa seguridad de que pertenece al número de los elegidos, que nada ni nadie puede separarle de las manos del Padre. Todo esto, y poco más, es lo esencial el modo de ser y de vivir del cristiano evangélico. Lo demás es como una añadidura. La teología, las misiones, la asistencia social, el estudio, la iglesia, la ética, etc., existen como manifestación de una experiencia de gracia que, de parte del hombre, se vive como nuevo nacimiento, el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, de la condenación a la salvación.

La moral evangélica es ética de respuesta y gratitud. Se ama porque se ha sido amado, sentido el amor inabarcable de Cristo Salvador; se perdona, porque se sabe perdona por Dios; se sirve a los demás porque ha sido servido por Dios mismo; se sacrifica porque alguien, el Hijo de Dios, se sacrificó primero. La doctrina cristiana, tal como es desarrollada en el mundo evangélico, crece y se desarrolla en torno a estos puntos, nunca alejándose demasiado de ellos.

El cristocentrismo de la gracia

Spurgeon no fue, no es grande por el poder de su oratoria, por sus dotes naturales de retórica y oportuna ilustración de sus puntos de vista; tampoco por la apariencia de su persona o la modulación de su voz. De hecho, su apariencia personal no era atractiva, hasta donde podemos colegir por los informes que nos han llegado, no tenía magnetismo personal que algunos oradores poseen. Su voz era clara y poderosa, y podía oírsele muy bien en salón grande, pero carecía de la graduación de expresión de la que se han servido con ventaja muchos oradores. Spurgeon predicaba de un modo natural, sin ninguna afectación, y así enseñaba a hacerlo. Véase su sermón al respecto: «El don de hablar espontáneamente». Lo que distinguía realmente es la capacidad de concentrarse en Cristo sin dejarse aparte por cuestiones secundarias, y desde ahí cubrir todas las necesidades del corazón creyente y del pecador preocupado por su pecado.

La gracia soberana era predicaba por muchos, en especial la versión hiper calvinista cuyas críticas hubo de enfrentar, particularmente en lo que se refiere a la oferta indiscriminada de la salvación.3 «Algunos de nuestros hermanos –dice– que están muy ansiosos de llevar a cabo los decretos de Dios en vez de creer que Dios puede llevarlos a cabo por sí mismo, siempre están tratando de hacer distinciones en su predicación. ¡Predican un Evangelio a un conjunto de pecadores y otro a otra clase diferente! Son muy diferentes a los viejos sembradores que, cuando salían a sembrar, sembraban entre espinas y en los pedregales y junto al camino. Estos hermanos, con profunda sabiduría, se esfuerzan por encontrar cuál es la buena tierra. Insisten mucho en que no se debe tirar ni siquiera un simple puñado de invitaciones si no es en el terreno preparado. Son demasiado sabios para predicar el Evangelio a los huesos secos que están en el valle, como Ezequiel lo hizo mientras todavía estaban muertos» (Grados de poder en el Evangelio, I). En Spurgeon el anuncio de la gracia salvífica brota espontáneamente no de un sistema de decretos o pactos, sino del costado de Cristo, cuya sangre derramada testifica su amor por los pecadores. Estaba completamente seguro que la sangre de Cristo, es decir, su muerte sacrificial en la cruz, clamaba elocuente y suficientemente a favor de la conciencia pecadora. Ahora bien, en este punto, él se mantuvo fiel a los que creen que la sangre de Cristo sólo fue derramada por aquellos a quienes eligió para salvación.

«Ha sido siempre mi costumbre el dirigirme a vosotros con las verdades sencillas del Evangelio –dice en La redención limitada–, y raras veces he tratado de explorar en lo profundo de Dios», pero en aquello que Spurgeon considera suficientemente revelado en la Escritura, no duda en defenderlo y mantenerlo, aunque sea una cuestión impopular, todo ello en un espíritu pastoral, que busca el bien de sus oyentes: «La única pregunta que debe preocuparos es: ¿Murió Cristo por mí? Y la única respuesta que puedo daros: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. ¿Podéis escribir vuestros nombres detrás de esta frase, entre los pecadores; no entre los pecadores de compromiso, sino entre los pecadores que se sienten como tales, entre los que lloran su culpa, entre los que la lamentan, entre los que buscan misericordia para la misma? ¿Eres pecador? Si así lo sientes, si así lo reconoces, si así lo confiesas, estás invitado a creer que Cristo murió por ti, porque tú eres pecador; y eres instado a caer sobre esta grande e inamovible roca, y a encontrar seguridad eterna en el Señor Jesucristo» (La redención limitada).

Un príncipe admirado, pero poco imitado

Como ha ocurrido con todos los grandes iniciadores de movimientos religiosos, Spurgeon cuenta con más admiradores que con verdaderos seguidores de su ejemplo, no es un sentido de mera repetición o mímica, sino de continuidad creativa de sus principios, juicios y creencias. Unos se han quedado con el modelo calvinista del Spurgeon cuyo Evangelio está representado por las enseñanzas de Calvino y los puritanos al respecto. No hay duda que mucho de esto hay en Spurgeon: «Creo que Calvino –dice– sabia más del Evangelio que casi todos los hombres que han vivido, a excepción de los escritores inspirados» (La redención limitada, V, 1). Pero Spurgeon es el hombre que a la teología calvinista ha sabido sumar la calidez evangélica del metodismo primitivo: «Si lográramos predicar la doctrina de los puritanos con el celo de los metodistas, veríamos un gran futuro. El fuego de Wesley y el combustible de Whitefield producirán un incendio que inflamará los bosques de error, y calentarán el alma misma de esa tierra fría» (Sermones, su importancia, IV, e).

Para otros, Spurgeon es un modelo de improvisación y espontaneidad en la predicación, sin artificios de erudición o de teología. Cierto, pero sin olvidar que Spurgeon fue un apasionado de la lectura y un gran amante de los libros. Para él, la improvisación y espontaneidad no están reñidas con lo preparación y el estudio, antes al contrario, «solo un ministerio instructivo puede retener a una congregación; el mero hecho de emplear el tiempo en la oratoria, no bastará. En todas partes los hombres nos exigen que les demos alimentos, alimentos verdaderos. Los religiosos modernos cuyo culto público consiste en la palabrería de cualquier hermano que tenga a bien pararse y hablar, van ya disminuyendo, y acabarán por dejar de existir y esto, a pesar de los atractivos halagadores que presentan a los ignorantes y locuaces, porque aun los hombres más violentos y extravagantes en sus opiniones, y cuya idea de la intención del Espíritu es que cada miembro del cuerpo debe ser una boca, se fastidian muy pronto de oír los disparates de otros, por más que les guste mucho proferir los suyos. La mayoría de la gente buena se cansa pronto de una ignorancia tan insulsa, y vuelven a las iglesias de las cuales se separaron, o mejor dicho, volverían si pudieran hallar en ellas buena predicación» (El don de hablar espontáneamente, I). No hay excusas para la falta de preparación, por razones más altas que se invoquen: «El Espíritu Santo nunca ha prometido suministrar alimento espiritual a los santos por medio de ministros que improvisan. El nunca hará por nosotros lo que podemos hacer por nuestras propias fuerzas. Si podemos estudiar y no lo hacemos; si la iglesia puede tener ministros estudiosos y no los tiene, no nos asiste el derecho de esperar que un agente divino supla las faltas que dimanan de nuestra ociosidad o extravagancia» (El don de hablar espontáneamente, I).

Por esta razón, si el pastor no puede disponer de libros por carecer de recursos suficientes para comprar el mayor número, la Iglesia deben esforzarse en ayudarle. De hecho, Spurgeon emprendió una campaña para que se estableciesen bibliotecas para los ministros, como cosa de primera necesidad. «Si se pudiera asegurar a los ministros pobres una pequeña cantidad anual para ser empleada en libros, sería esto una bendición de Dios así para ellos como para sus respectivas congregaciones. Las personas de buen juicio no esperan que un jardín les produzca buenas plantas de año en año, a menos que abonen el terreno; no esperan que una locomotora funcione sin combustible, ni que un buey o un asno trabajen sin alimento; pues que tampoco esperen recibir sermones instructivos de parte de hombres privados de adquirir buenos conocimientos por su imposibilidad de comprar libros» (Ministros con escasos recursos para trabajar, I,1).

«Sed bien instruidos en teología –dice en otro lugar–, y no hagáis caso del desprecio de los que se burlan de ella porque la ignoran. Muchos predicadores no son teólogos, y de ello proceden los errores que cometen. En nada puede perjudicar al más dinámico evangelista el ser también un teólogo sano, y a menudo puede ser el medio que le salve de cometer enormes disparates. Actualmente oímos a los hombres arrancar de su contexto una frase aislada de la Biblia y clamar: “¡Eureka! ¡Eureka!” como si hubieran hallado una nueva verdad, y, sin embargo, no han descubierto un diamante, sino tan solo un pedazo de vidrio roto» (¡Adelante!, I, 2).

Esperemos que la publicación de estos sermones atraiga la atención de pastores y creyentes por igual, de tal manera que su lectura y meditación contribuya a reparar ese mal que consiste en dar culto de labios y no poner por obra lo que se alaba. Imitando la fe de los buenos discípulos de Cristo (1 Co. 4:16; 11:1; Ef. 5:1; Fil. 3:17; 1 Ts.1:6), estaremos mejor preparados para imitar el único modelo digno de toda imitación, a saber, Jesucristo, Salvador del mundo.

ALFONSO ROPERO

1 Lo mismo constató, algunos años después, la intrépida viajera británica Freda M. Stark (1893-1993), en su libro Los Valles de los Asesinos. Ed. Península, Barcelona 2001, ed. org. 1936.

2 Véase Martín Lutero, «Evangelio de Juan, cap. 3», en Comentarios de Martín Lutero, vol. VIII. CLIE, Terrassa 2002.

3 Véase Iain H. Murray, Spurgeon v. Hyper-Calvinism. The Battlle for Gospel Preaching. The Banner of Truth Trust, Edimburgo 1995.

Capítulo I

DOCTRINA DE DIOS

Dios Padre,
Jesucristo,
Espíritu Santo

1. Dios Padre

1.MISERICORDIA, OMNIPOTENCIA, Y JUSTICIA

«Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable» (Nahum 1:3).

INTRODUCCIÓN: Luces y sombras en el carácter del Altísimo.

I.TARDO PARA LA IRA

1.Nunca castiga sin advertencia.

a)Muestra paciencia

b)Instruye

c)Amonesta

2.Lento en amenazas.

3.Lento en sentenciar.

a)Le amonesta

b)Le da tiempo a arrepentirse

c)Retarda la condenación

4.El estado de nuestras ciudades.

5.Él es grandioso.

II.GRANDE EN PODER

III.JUSTICIERO

1.Nada quedará sin castigo.

a)La escena del Calvario

2.Las maravillas de su venganza.

a)El Edén arruinado

b)El mundo ahogado

c)Sodoma

d)La tierra abriendose

e)Las plagas de Egipto

4.Razones de su bondad

CONCLUSIÓN: No dormirse, sino clamar misericordia.

MISERICORDIA, OMNIPOTENCIA, Y JUSTICIA

INTRODUCCIÓN

Se requiere cierta educación para poder apreciar las obras de arte en sus exquisitos detalles. La persona que no ha sido aún instruida al respecto, no puede percibir de forma instantánea las variadas excelencias de la pintura de alguna mano maestra. Tampoco imaginamos que las maravillas de las armonías del mejor cantante, capturen de un modo mágico a los oyentes ignorantes de la música. Debe de haber algo en el hombre mismo, antes de que pueda entender las excelencias del arte o la naturaleza. Ciertamente es una cuestión de carácter. Por causa de las faltas y fracasos en nuestra personalidad y nuestra vida misma, no somos capaces de entender cada belleza en particular y la perfección unida del carácter de Cristo, o de Dios el Padre. Nosotros mismos éramos puros como los ángeles del cielo. Nuestra raza en el jardín del Edén era inmaculada y perfecta. Deberíamos hacernos una idea mucho más acabada y noble del carácter de Dios, la cual no poseemos, como consecuencia de nuestra naturaleza caída. Sin embargo, no podemos dejar de ver que los hombres, debido a la alienación de su naturaleza, están malinterpretando de continuo a Dios. Son completamente incapaces de apreciar su perfección. ¿Os habéis preguntado alguna vez si Dios detuvo su mano antes de ejercer la ira? Mirad, hay quienes dicen que Dios ha cesado de juzgar al mundo, y adoptan una actitud apática e indiferente. ¿Castigó en otro tiempo Dios a los hombres por su pecado? Algunos dicen que es severo y cruel. Los hombres lo malinterpretan porque son imperfectos en sí mismos, y no tienen la capacidad de admirar auténticamente el carácter de Dios.

Esto ocurre en lo que tiene que ver con ciertas luces y sombras en el carácter del Altísimo, que Él ha combinado sabiamente y a la perfección junto con su naturaleza. Aunque no podamos ver el punto de contacto donde se unen ambas características, somos impactados con la maravilla de la armonía sagrada. Al leer las Escrituras, y en particular la vida de Pablo, vemos que se destacó por su celo hacia la obra de Dios. Pedro será recordado por su valor y osadía. Juan es admirado por su capacidad de amar. ¿Habéis notado que cuando leemos la historia de nuestro Maestro, el Señor Jesucristo, no solemos decir que fue notable por alguna virtud en particular? ¿Por qué ocurre esto? ¿Es acaso porque la intrepidez y la osadía de Pedro crecieron de tal modo que echaron sombra sobre las virtudes de los demás? Cuando un hombre es notable en algunas áreas de su vida, casi siempre no lo es en otros campos. La absoluta y completa perfección de Jesucristo, hace que no podamos resaltar uno u otro de los rasgos de su carácter. No estamos acostumbrados a hablar de su celo, de su valor o de su amor. De Él decimos que tenía un carácter perfecto. Sin embargo, no somos capaces de percibir fácilmente donde se mezclaban las luces y las sombras de su personalidad. ¿En qué punto su mansedumbre se amalgamaba con su valor, y su amor se fundía con su resolución para denunciar el pecado? No podemos darnos cuenta de dónde convergían los distintos puntos de su carácter.

Lo mismo ocurre con Dios el Padre. Permitidme hacer las observaciones y comentarios que he hecho en mis apuntes, a causa de dos cláusulas que parecen describir atributos contrarios. Notaréis que en mi texto hay dos cosas distintas: Él es «tardo para la ira», pero «no tendrá por inocente al culpable». (Nah. 1:3). Nuestro carácter es tan imperfecto que no podemos ver la congruencia de los dos atributos. Tal vez nos preguntamos y decimos: ¿cómo es que es «tardo para la ira», pero «no tendrá por inocente al culpable»? Es porque su carácter es perfecto, pero nosotros no podemos ver estas dos características unidas la una con la otra. Su justicia es infalible, y la severidad que corresponde al dueño absoluto del universo, se combina con su amor y su encanto, su paciencia y sus tiernas misericordias. La ausencia de cualquiera de estos rasgos del carácter de Dios lo habría hecho imperfecto. La presencia de todo ellos, sella el carácter de Dios con una perfección nunca vista.

Ahora trataré de analizar y presentar estos dos atributos de Dios, y el vínculo que los conecta. El Señor es tardo para la ira y grande en poder. Tendré que demostraros como la expresión «grande en poder» se refiere a la cláusula anterior y a la que sigue, como un vínculo entre ambas. Pasaremos entonces, a considerar el próximo atributo: «No tendrá por inocente al culpable»; un atributo de justicia.

I. TARDO PARA LA IRA

Permitidme empezar con la primera característica de Dios. Él es tardo para la ira. Dejadme que os explique este atributo y luego llegaremos hasta su mismo origen. Dios es «tardo para la ira». Cuando Misericordia vino al mundo montaba en corceles alados y los ejes de su carruajes se encendían a medida que iba adquiriendo velocidad. Sin embargo, cuando llegó IRA, caminó con un paso lento y arrastrado; no tenía prisa para matar, ni era rápido para condenar. La vara de la misericordia de Dios, está siempre extendida en su mano. La espada de su justicia está guardada en su vaina. Puede sacarse con facilidad, pero hasta que llegue el momento, seguirá sujeta por su dueño, que tiene misericordia de los pecadores, y desea perdonar sus transgresiones. En el cielo Dios tiene muchos oradores, y algunos de ellos hablan con mucha rapidez. Cuando Gabriel descendió a la tierra para traer las buenas nuevas, habló rápidamente. Cuando las huestes angélicas descendieron de la gloria, volaron con alas de relámpago, mientras proclamaban: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Lc. 2:14). Pero el Ángel de la Ira es un orador lento, que habla haciendo muchas pausas. Cuando está a punto de languidecer, Piedad une sus lánguidas notas, y continúa expresándose. A la mitad de su discurso, a menudo esconde su rostro, dando lugar para que Perdón y Misericordia continúen. El Señor de la ira se dirige a los hombres con el propósito de que sean llevados al arrepentimiento y reciban la paz y el amor de Dios.

Hermanos, trataré ahora de enseñaros cómo Dios es «tardo para al ira».

1. En primer lugar, me propongo probar que Él realmente es «tardo para la ira»; porque nunca castiga sin antes advertir lo que está mal. Los hombres que son coléricos y rápidos para enojarse dan una palabra seguida de un resoplido. A veces viene primero el resoplido y luego la palabra. Los reyes, en algunas ocasiones en que sus siervos se rebelaban en contra de ellos, primero les castigaban y luego les hablaban. No hacían ninguna advertencia, ni daban tiempo para el arrepentimiento. Tampoco les permitían permanecer dentro de la alianza del reino. Eran echados fuera para siempre. No sucede así con Dios. Él no cortará al árbol enfermo hasta que cave la tierra a su alrededor, la abone y vuelva a recuperarlo. No borrará de la faz de la tierra a aquel hombre que tiene un carácter vil, hasta que no le haya enviado sus advertencias por medio de los profetas. No ejecutará sus juicios hasta ver que no obedecen la palabra llevada por sus enviados, y les instruirá línea sobre línea y precepto sobre precepto. Dios no destruyó ninguna ciudad sin antes advertirles seriamente a sus habitantes, sobre las consecuencias de su condición de pecado y desobediencia. Mientras Lot estuviera dentro de Sodoma, la ciudad no perecería. El mundo no fue inundado con el diluvio, hasta que ocho profetas estuvieron predicando y Noé, el octavo, profetizó sobre la venida del Señor. Dios no destruyó a Nínive antes de haber mandado a Jonás. No aplastó a Babilonia hasta que los profetas llevaron su mensaje por las calles. No destruye inmediatamente al hombre, sino que primero le hace muchas advertencias. Dios advierte por medio muchas vías; por su Palabra, por una enfermedad, por métodos providenciales y por medio de las consecuencias funestas del pecado. Él no hiere de golpe y de una forma contundente, primero reprende y amonesta. En la gracia de Dios no sucede como en la naturaleza, que primero brillan los relámpagos y después viene el trueno y el rayo. Dios manda primero el trueno de su ley, seguido por el relámpago de la ejecución. El ejecutor de la justicia divina, lleva su hacha atada a un manojo de leña, porque no cortará a los hombres de la faz de la tierra, sino hasta que los haya amonestado y éstos puedan arrepentirse. Dios es “tardo para airarse”.

2. Además, nuestro Dios es también muy tardo en advertir. Si bien advierte antes de condenar, así y todo es lento en sus advertencias. Sus labios se mueven con ligereza cuando promete pero despacio cuando advierte o amenaza. El trueno retumba tardío, lento suenan los tambores del cielo cuando tocan la marcha fúnebre de los pecadores; pero la música que proclama la gracia, el amor y la misericordia, tiene notas dulces y ligeras. Dios es tardo para airarse. Él no envió a Jonás a Nínive hasta que la ciudad se había convertido en un antro de inmundicia. No dijo a Sodoma que sería pasada por fuego, hasta que llegó a ser un centro de corrupción, detestable para el cielo y la tierra. Dios no inundó el mundo con el diluvio, ni aún amenazó con hacerlo, hasta el momento en que los pecadores hicieron alianzas prohibidas, llenaron la tierra de pecado y violencia, y se apartaron de Él. El Señor ni siquiera amenaza al pecador por medio de su conciencia, hasta que no ha pecado reiteradamente. Le amonestará una y otra vez, apremiándole para que se arrepienta, pero no hará que le salte a la vista el infierno con su increíble terror. Esperará a que una multitud irrefrenable de pecados hagan manifestar su ira. Él es lento aun para advertir o amenazar al pecador.

3. Pero, lo que es mejor aún, cuando Dios hace una advertencia, ¡qué lento es en sentenciar al culpable! Una vez que le ha amonestado, diciéndole que a menos que se arrepienta recibirá el castigo, ¡cuánto tiempo le da para que se vuelva a Él! «Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres» (Lm. 3:33). ¿Habéis meditado alguna vez en la escena del Jardín del Edén cuando el hombre cayó? Dios ya le había advertido a Adán que si pecaba, moriría. Adán pecó. ¿Se precipitó Dios en cumplir la sentencia? Dice Génesis 3:8 que Jehová «se paseaba en el huerto, al aire del día». Tal vez la fruta fue tomada temprano en la mañana, o al atardecer; pero Dios no se dio prisa en condenar. Esperó casi hasta la puesta de sol, y llegó luego el fresco del día. Se presentó ante Adán, en aquellos gloriosos días en que Dios caminaba con el hombre. Le veo caminar entre los árboles muy lentamente, su pecho palpitante y con lágrimas en su rostro por tener que condenar al hombre. Por último oigo la doliente voz: «¿Dónde estás tú?» (Gn. 3:9). ¿Dónde has caído?, pobre Adán. Has caído de mi favor; te has arrojado a ti mismo a la desnudez y al temor, pues estabas escondiéndote. Adán, ¿dónde estabas tú? Me das mucha pena. Te creíste ser Dios. Antes de condenarte te daré una palabra de piedad. Adán, ¿dónde estás tú? Sí, el Señor fue lento en enojarse y en ejecutar la sentencia, aún cuando el mandamiento había sido quebrantado y la amenaza tuvo que ser pronunciada por necesidad. Algo similar sucedió con el diluvio. Amonestó a la tierra, pero no selló la sentencia hasta darle tiempo para el arrepentimiento. Durante ciento veinte años, Noé debía predicar la Palabra y testificar a la generación rebelde e impía. Noé tenía que construir el arca. Ésta sería como un sermón perpetuo. Debía de ponerse en lo alto de un monte, esperando la inundación para poder flotar, de manera que fuera vista en lo alto y constituyera una advertencia bien clara para los impíos. ¡Oh cielos!, ¿por qué no abristeis al instante tus fuentes de agua? Dios había dicho: «He aquí yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra». ¿Por qué las aguas no subieron de inmediato? «Porque», les oigo decir con un sonido de gorgoteo, «aunque Dios había hecho una advertencia, fue lento en ejecutarla, esperando que la gente se arrepintiera y se volviera de sus pecados».

Lo mismo sucedió con Sodoma. Aún cuando la sentencia contra el pecador es firmada y sellada por el sello celestial de la condenación, Dios es lento en llevarla a cabo. La condena de Sodoma está sellada; Jehová ha declarado que será quemada con fuego. Pero Dios es lento en ejecutar el juicio. Se detiene. Los ángeles descienden a Sodoma, y ven la iniquidad que corre por las calles como un río. Sus habitantes, peores que las bestias, asechan detrás de las puertas. ¿Ha levantado ya Dios sus manos, diciendo: «infiernos, lloved desde lo alto?». No, la gente sigue con su alboroto toda la noche. Espera hasta el último momento, y entonces cuando el sol se está levantando, ordena que llueva fuego y azufre. Dios no se apresuró a ejecutar su condena. Una vez hecha la advertencia de que iba a desarraigar a los cananitas; declaró que las ciudades de los hijos de Amón serían juzgadas con fuego, y a Abraham le prometió que le daría la tierra a su simiente para siempre. Sin embargo, Él hizo permanecer a los hijos de Israel durante cuatrocientos años en Egipto, permitiendo a los cananitas vivir en los días de los patriarcas. Aún después, cuando guió a su pueblo fuera de Egipto, lo hizo peregrinar cuarenta años por el desierto, demorando aún más el juicio sobre los cananitas. Sin embargo, «Les daré un espacio», dijo Él. «Aunque he sellado su condenación, a pesar de que su sentencia de muerte ha venido directamente del trono del Rey y debe ser ejecutada, les daré un respiro, hasta que la misericordia haya alcanzado su límite». Él esperaría hasta que las cenizas de Jericó y la destrucción de Hai indicaran que la espada debía salir de su vaina. Entonces Dios despertaría como un hombre poderoso y fuerte, lleno de ira. Jehová es lento en ejecutar la sentencia, aún cuando ésta ya haya sido firmada.

4. ¡Ah, mis amigos!, un pensamiento funesto ha atravesado mi mente. Hay algunos hombres que todavía están vivos, y permanecen ahora bajo sentencia. Creo que la Escritura me lleva a una temible reflexión a la que quiero hacer alusión. Hay algunos hombres que están condenados antes de ser finalmente inculpados. Hay personas cuyos pecados van a juicio primero que ellos y son entregados a una conciencia cauterizada, preocupando a aquellos de quienes se dice que el arrepentimiento y la salvación son imposibles. Algunos pocos individuos en el mundo, son como aquel personaje en la novela de John Bunyan, que estaba dentro de una jaula de hierro y nunca pudo salir. Se asemejan a Esaú; no hallan lugar para el arrepentimiento, a pesar de que, contrariamente a él, no lo buscan porque, si lo hicieran, lo encontrarían. Existen muchos que han cometido el «pecado de muerte», por quienes no se puede orar, como vemos en 1 Juan 5:16b: «Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida». Pero ¿por qué, por qué no están ya en las llamas del infierno? Si van a ser condenados, si la misericordia ha cerrado los ojos para siempre sobre ellos y nunca les extenderá su mano de ayuda, ¿por qué no son barridos y cortados de la tierra de una vez? Porque Dios ha establecido: «No tendré misericordia sobre ellos, pero les dejaré vivir un poco más de tiempo, pues soy reacio a ejecutar la sentencia y los eximiré hasta que se cumplan los años que un hombre debe vivir. Les permitiré tener una larga vida aquí, pues tendrán una eternidad llena de ira y maldición para siempre». Sí, dejadles tener un poco de placer aquí, pues su fin será terrible». Pero que tengan cuidado, porque aunque Dios es lento para enojarse, cuando llega el momento lo hará. Si el Señor no fuera lento para la ira, ¿no habría ya fulminado nuestras ciudades, rompiéndolas en mil pedazos y barriéndolas de la faz de la tierra? Las iniquidades de estas ciudades son tan grandes, que si Dios las desarraigara y las tirara al mar, se lo merecerían. Por la noche, nuestras calles presentan un espectáculo de vicio que es difícil de igualar. Creo que no habrá sobre la tierra una nación que tenga una capital tan corrompida e inmoral como es nuestra ciudad de Londres. Señoras y señores; permitís que os digan ciertas cosas al oído, de las cuales vuestra modestia debería de avergonzarse. Hay espectáculos públicos vergonzosos. Ya es lo suficientemente malo que en La Traviata se oigan cosas acerca del sexo y diversas obscenidades; pero que las mujeres de las esferas de más alto refinamiento y mejor gusto, lo toleren y aprueben ya es intolerable. Caballeros de Inglaterra, dejáis que los pecados de los teatros de ambientes bajos de nuestro país escapen sin vuestra censura. La más baja bestialidad infernal de una casa de juegos y los teatros de la ópera, están casi al mismo nivel. Pensaba que con las pretensiones de piedad que tiene esta ciudad y las críticas que ha tenido de la prensa, (una prensa muy poco religiosa), no serían tan indulgentes con sus bajas pasiones. Pero, por haber dorado la píldora, ya habéis sorbido el veneno. ¡Vuestra conducta está llena de concupiscencias, es engañosa y abominable! Lleváis a vuestros hijos a escuchar lo que ni vosotros mismos deberíais haber escuchado. Os sentáis en medio de una compañía grande y alegre, a escuchar cosas de las cuales vuestra decencia debería revolverse. Aunque la marea de la impiedad os tenga por el momento engañados y engullidos, aún albergo un rayo de esperanza. ¡Ah! sólo Dios sabe de la maldad secreta de esta gran ciudad. Se necesitaría una voz fuerte como una trompeta; un profeta que grite a gran voz: «Haced sonar la alarma, hacerla sonar en esta ciudad, porque el enemigo se ha agigantado sobre nosotros». El poder del maligno es enorme, y a menos que Dios ponga su mano y haga dar marcha atrás el torrente de perdición que baja por nuestras calles, vamos rápidamente camino de la perdición. Pero Dios es lento para airarse, y todavía no ha desenvainado su espada. La ira ha dicho ayer: «¡desenváinate, espada!», y la espada se ha sacudido en su vaina. Pero la misericordia puso su mano sobre la vaina y dijo: «Quédate quieta espada, ¡atrás! La ira ha dado un golpe con el pie contra el suelo, diciendo: ¡Despierta, despierta espada!». Cuando casi había sacado a relucir su filo, Misericordia volvió a decirle: «¡atrás, atrás!», y la aseguró en su envoltura. Allí duerme todavía, pues el Señor es «… Lento para la ira, y grande en misericordia» (Sal. 145:8).

5. Ahora voy a explorar este atributo de Dios hasta su origen, ¿por qué Él es lento para la ira? Lo es porque Dios es infinitamente bueno. Su nombre es bueno. Su naturaleza también lo es, porque Él es lento para la ira.

Repito, Dios es lento para la ira porque Él es grandioso. En general, los seres pequeños son rápidos para enojarse. El perrito malhumorado ladra a cada una de las persona que pasa frente a él. Pero el león y el búfalo están acostados, tranquilos en la hierba y son lentos para mostrar su fiereza. El Señor es lento para la ira, porque es grande en poder.

II. GRANDE EN PODER

Veamos ahora la relación del vínculo del que hablábamos anteriormente. Una poderosa razón por la cual Dios es lento para airarse es porque es grande en poder. Éste es un vínculo que conecta esta parte del tema y la última, por lo que ruego vuestra atención. Insisto: esta expresión, grande en poder, conecta la primera frase con la última, y lo hace de esta manera. El Señor es tardo para airarse, y lo es porque es grande en poder. «¿Cómo dice usted eso?», me diréis. Pues porque el que es grande en poder, tiene poder sobre sí mismo, y el que puede mantener su temperamento bajo control y someter a su propia persona, es más grande que el que gobierna una ciudad, o conquista una nación. Ya hemos visto cómo Dios despliega su poder en el trueno que nos alarma y en el relámpago, cuya luz nos sobrecoge. Él abre las puertas del cielo y vemos su brillo cegador; y luego las vuelve a cerrar en un momento sobre la tierra polvorienta. Lo que nos parece tan impresionante no es sino una muestra del enorme poder que Él tiene sobre sí mismo. Cuando el poder de Dios hace que se restrinja a sí mismo, es verdadero poder; porque es el poder que controla al mismo poder, el poder que ata a la omnipotencia. Es, sin duda, un poder excelente. Dios es grande en poder y por tanto, puede guardar el enojo. Un hombre con una mente fuerte puede soportar que lo insulten y cargar con varias ofensas, porque es fuerte. La mente débil salta y se enoja a la menor provocación. La mente fuerte lo sobrelleva todo como una roca; no se mueve aunque reciba mil golpes. Dios marca a sus enemigos y sin embargo no se mueve. Se queda quieto y deja que le maldigan sin montar en cólera. Si Dios fuera menos de lo que es y tuviera menos poder del que le conocemos, habría enviado todos sus rayos y truenos sobre la tierra hasta vaciar los depósitos de los cielos. Las potentes minas de energía y combustible que Él ha puesto dentro del subsuelo terrestre, harían explotar el planeta en miles de estallidos. Todos nosotros volaríamos por los aires; seríamos consumidos y al final destruidos. Bendecimos a Dios que la grandeza de su poder es justamente nuestra protección; él es tardo en airarse porque es grande en poder.

Ahora no tendré dificultad en demostraros cómo este vínculo se une a sí mismo con la próxima parte del texto. «Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable» (Nah. 1:3). Esto no necesita ser demostrado por medio de palabras, no tengo más que tocar los sentimientos, y lo veréis. La grandeza de su poder es una seguridad, y una seguridad de que Él no tendrá por inocente al culpable. ¿Quien de vosotros puede mirar una tormenta como la que tuvimos el viernes pasado sin que los pensamientos sobre vuestros pecados se revolvieran en vuestro seno? Cuando brilla el sol y el tiempo está bueno, los hombres no piensan en Dios como el sancionador, o en Jehová como el vengador. Sin embargo, en días de gran tempestad, ¿quién de nosotros no palidece de miedo? Sin embargo, ocurre que algunos creyentes muchas veces se regocijan en estas tormentas y dicen: «mi alma está en paz en medio de este espectáculo de la tierra y el cielo. Yo me regocijo en él. Es un gran día en la casa de mi Padre, un día en que hay gran fiesta en los cielos».

«El Dios que reina en las alturas,

y lanza los truenos cuando le place,

que cabalga sobre los cielos

tormentosos,

y gobierna los mares,

Este terrible Dios es nuestro,

nuestro Padre y nuestro amor,

Él hará descender sus poderes

celestiales,

para llevarnos a Él.

Pero el hombre que no tiene una buena conciencia estará alarmado hasta cuando las maderas de su casa crujan. Los fundamentos de la tierra parecen gemir. ¡Ah!, ¿quién es el que no tiembla? Sus árboles están desgajados por el medio. Un rayo ha abierto sus troncos y allí yacen malditos para siempre, una muestra de lo que Dios puede hacer. ¿Quién estuvo allí y los vio? ¿Fue un blasfemo? ¿Blasfemó allí mismo? ¿Era alguien que quebrantó el día de reposo? ¿Era un arrogante? ¿Despreció a Dios? ¡Oh, cómo se sacudía entonces y temblaba! ¿No habéis visto sus pelos de punta? ¿No se palidecieron al instante sus mejillas? ¿No cerró sus ojos y caminó horrorizado hacia atrás al ver ese terrible espectáculo; temiendo que Dios hiciese lo mismo con él? Sí amigos, cuando se ve el poder de Dios en la tempestad, ya sea en la tierra o en el mar, en el terremoto y en el huracán, es una prueba de que Él no dejará escapar a los malvados. Yo no sé cómo explicar esta clase de sentimiento, pero sin embargo es la verdad. Los majestuosos despliegues de la omnipotencia, tienen un efecto convincente aún en la mente más dura. Dios, que es tan poderoso, «no tendrá por inocente al culpable». Amigos, así os he tratado de explicar y simplificar la función de este vínculo.

III. JUSTICIERO

El último atributo, y el más terrible, es que «no tendrá por inocente al culpable» (Nah. 1:3). En primer lugar, permitidme que desdoble estas palabras para daros una explicación más clara; y luego trataré ir a su origen como hice con el primer atributo.

Dios «no tendrá por inocente al culpable». ¿Cómo puedo probar ésto? Lo haré de la siguiente manera: El Señor nunca ha perdonado un pecado que quedara sin castigo. A través de todos los siglos de la historia, Dios nunca ha borrado un pecado sin que éste haya recibido primero su castigo. ¿Qué? preguntaréis vosotros, ¿las personas que están ya en el cielo no han sido perdonadas? ¿O no hay muchos transgresores perdonados, que han escapado sin castigo? Él ha dicho: «Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados» (Is. 44:22).

1. Sí, es muy cierto, y mi aseveración también lo es; ni uno solo de esos pecados que han sido perdonados quedaron sin castigo. ¿Me preguntáis cómo y por qué algo así puede ser verdad? Os señalo a la atroz escena del Calvario. El castigo que no cayó sobre el pecado perdonado, cayó allí. La nube de justicia fue cargada con fiero granizo. El pecador lo merecía; descendió sobre él, pero, por todas estas cosas, cayó y consumió su furia; cayó allí, en la gran reserva de miseria; y cayó en el corazón del Salvador. Las plagas, los azotes, que deberían caer sobre nuestra ingratitud, no cayeron sobre nosotros, sino en algún otro lugar, y ¿quién fue el que las recibió? Dime Getsemaní; ¡Oh dime cumbre del Calvario!, ¿quién fue azotado?. La doliente respuesta llega; “Eli, Eli, ¿lama sabactani?” (Mat. 27:46). “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?” Es Jesús, sufriendo todos los castigos del pecado. La transgresión es perdonada, Aunque el pecador es liberado.