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Editado por Harlequin Ibérica.
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28001 Madrid
© 2018 Janice Maynard
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor pasajero, n.º 2130 - octubre 2019
Título original: On Temporary Terms
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-708-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
A Abby Hartman le gustaba su trabajo la mayoría de los días. Ejercer como abogada en un pueblo pequeño incluía más semanas buenas que malas y esa mañana en particular, aun siendo la temida media jornada de sábado que le tocaba trabajar una vez al mes, tampoco se podía quejar. Con las manos húmedas y el corazón acelerado, se estiró la falda y señaló el sillón situado frente a su escritorio de cerezo.
–Siéntese, señor Stewart.
Colocó unos papeles y unas carpetas y respiró hondo. Ese hombre tenía una presencia imponente. Pelo marrón oscuro y corto. Ojos chocolate. Cuerpo esbelto y atlético. Y transmitía intensidad, como si en cualquier momento fuera a saltar el pequeño espacio que los separaba para agarrarla y besarla hasta dejarla atontada.
Aun así, que ese tipo tuviera un acento escocés tan sexy y un cuerpo impresionante no era razón para que perdiera la compostura. Además, por muy atractivo que fuera, el escocés encarnaba esa arrogancia de los hombres ricos que tan nerviosa le ponía. Había conocido a decenas de hombres como él; hombres que tomaban lo que querían sin importarles a quién dejaban atrás.
Duncan Stewart también parecía algo inquieto, aunque tal vez por una razón distinta a la de ella.
–No estoy seguro de por qué estoy aquí. A mi abuela a veces le gusta ponerse misteriosa.
Abby esbozó una sonrisa como pudo.
–Isobel Stewart es una mujer muy original, de eso no hay duda. Ha actualizado su testamento y quería que lo repasara con usted. ¿Le importa que le pregunte por qué ha decidido trasladarse desde Escocia a Carolina del Norte?
–Suponía que era obvio. Mi abuela tiene más de noventa años y ya hace casi un año que mi abuelo murió. Como sabe, mi hermano Brody se ha casado y tiene un bebé. Los tres se han marchado a Skye.
–Sí, lo había oído. Su cuñada era la dueña de la librería, ¿verdad?
–Sí. Y ya que ninguno logramos convencer a la abuela de que vendiera sus propiedades y se marchara de Candlewick, alguien tiene que estar aquí para cuidarla.
–Es tremendamente generoso por su parte, señor Stewart. No conozco a muchos hombres dispuestos a posponer sus vidas por sus abuelas.
Duncan no estaba seguro de si el tono de la abogada era de admiración o sarcasmo.
–La verdad es que no tuve elección –no se sentía muy cómodo. Esa mujer parecía inofensiva, pero tardaría en confiar en ella. No tenía muy buena opinión de los abogados en general tras el divorcio de sus padres.
–Todo el mundo tiene elección, señor Stewart. En otras circunstancias podría haber pensado que lo hace por el dinero, pero su abuela me ha hablado de su hermano y de usted lo suficiente como para saber que no es así. Soy consciente de que disfruta de una fantástica posición económica con o sin su parte de Propiedades Stewart.
–Imagino entonces que también le ha dicho que mi padre no va a recibir ni un centavo.
–Sí, puede que lo haya mencionado de pasada. Su padre tiene varias galerías de arte, ¿verdad? Supongo que no le importará el dinero de su madre.
–La abuela y él tienen una relación complicada que funciona mejor cuando viven en continentes distintos.
–Puedo entenderlo perfectamente –dijo la aboga de pronto con gesto sombrío.
Aunque en un principio Duncan no había querido acudir a la reunión, ahora estaba dispuesto a prolongar la conversación por la mera razón de seguir disfrutando de la compañía de la abogada. Se había esperado una mujer de mediana edad con un traje gris y una actitud excesivamente estirada y contenida, pero lo que se había encontrado era un bombón curvilíneo de apenas metro sesenta. Según los diplomas que colgaban en la pared, debía de rondar los treinta años. Era una persona cálida y atrayente. Tenía el pelo muy ondulado y cortado a la altura de la barbilla, y no era ni rojizo ni rubio, sino una atractiva mezcla.
Llevaba una falda negra ceñida hasta las rodillas que destacaba un trasero redondeado y unas piernas preciosas. Los botones de su camisa roja contenían con dificultad sus espectaculares pechos, tanto que le estaba costando mucho apartar la mirada de esas tentadoras vistas.
Él no era un neandertal, respetaba a las mujeres, pero… ¡joder! ¡Abby Hartman estaba buenísima! Su atuendo no era provocativo, se había dejado desabrochados solo los dos primeros botones de la camisa, pero ese escote…
Se aclaró la voz deseando no haber rechazado la botella de agua que ella le había ofrecido antes.
–Quiero a mi abuela, señorita Hartman. Mi abuelo y ella levantaron Propiedades Stewart de la nada.
–Llámeme Abby, por favor. Me dijo que su abuelo decidió cambiarse el apellido y llevar el apellido de soltera de su abuela para poder perpetuar el apellido Stewart. Es extraordinario, ¿no cree? Sobre todo tratándose de un hombre de su generación.
–Vivieron un gran amor, uno de esos que se relatan en los libros. Se adoraban. Ella había renunciado a todo por él, a su familia y a su tierra natal, y supongo que mi abuelo lo hizo para demostrarle que quería darle algo a cambio.
–Me parece maravilloso.
–¿Pero?
–No he dicho «pero»…
Duncan sonrió.
–Estoy seguro de que he estado a punto de oír un «pero».
Abby se sonrojó.
–Pero… dudo de que algo así, una devoción como la que se tuvieron sus abuelos, siga encontrándose hoy en día. Dudo de que siga habiendo historias de amor apasionadas, gestos tan épicos y matrimonios de décadas de duración.
–Abby, eres tremendamente joven para ser tan pesimista.
–Usted no me conoce lo suficiente como para dar esa opinión –contestó ella con brusquedad.
Duncan se quedó atónito. La abogada tenía carácter.
–Mis disculpas. Deberíamos ponernos con el testamento. No quiero robarte mucho tiempo.
–Lo siento. Hemos tocado un tema delicado. Y, sí, estudiaremos el testamento, pero primero, una pregunta más. Si su abuela dejó Escocia para establecerse aquí con su abuelo, ¿cómo es que es usted escocés?
–Mis abuelos tuvieron un único hijo, mi padre, y siempre estuvo fascinado por sus raíces escocesas. En cuanto fue adulto, se trasladó a las Tierras Altas. Escocia es el único hogar que hemos conocido Brody y yo, exceptuando las visitas ocasionales a Candlewick.
–Estoy al tanto del negocio de barcos de su hermano en Skye. ¿A qué se dedicaba usted?
–Yo era su director financiero, y lo sigo siendo, supongo. No sabemos por cuánto se prolongará este paréntesis, pero le he insistido para que me sustituya de manera permanente por el bien del negocio.
–Lo siento. Todo esto debe de estar siendo muy complicado para usted.
Esa sincera amabilidad en sus suaves ojos grises lo conmovió y, por primera vez en días, pensó que tal vez podría sobrevivir a ese cambio tan radical que había sufrido su vida.
–No tanto como haber perdido a mi abuelo. Eso nos ha afectado mucho a todos. Era un hombre increíble.
–Sí que lo era. No lo conocí bien, pero tenía una reputación impresionante en Candlewick. La gente de por aquí haría prácticamente cualquier cosa por su abuela. Se la quiere mucho.
–Lo sé. Es una de las razones por las que no tuvimos valor para seguir insistiendo en que se marchara. Eso, y el hecho de que tendríamos que haberla llevado en brazos y haberla subido al avión a la fuerza entre gritos y patadas.
–Es muy testaruda, ¿no?
–Ni te lo imaginas. Cuando una escocesa anciana y cascarrabias tiene algo claro, no hay más opción que dejarle salirse con la suya.
Abby sonrió y Duncan intentó no fijarse en cómo se le movieron los pechos cuando se giró en la silla.
–¿Cenarías conmigo alguna noche?
La abogada se quedó paralizada e incluso Duncan se sintió avergonzado de pronto. No era un hombre impulsivo en absoluto.
–No estoy segura de que eso sea ético. A lo mejor debería haber sido más clara desde el principio. Mi colega, el señor Chester, ha sido el abogado de sus abuelos durante mucho tiempo, pero ahora mismo está de baja médica porque se ha sometido a una operación de corazón. Mientras tanto, yo soy la encargada de llevar los asuntos de su abuela, y tenemos un cliente que está muy interesado en comprar Propiedades Stewart.
Duncan respondió con una mezcla de cinismo y decepción.
–No me interesa.
–Es una gran oferta.
–No me importa. No quiero saber nada. Mi abuela no quiere vender.
–Creía que estaba velando por sus intereses.
–Eso hago, y me resulta alarmante que sus abogados intenten obligarla a vender una empresa que adora.
–El señor Chester se preocupa por el bienestar de su abuela. Todos lo hacemos.
–Qué conmovedor.
–¿Está siendo intencionadamente cínico y grosero o es algo natural en usted? Lamento tener que ver que se está cuestionando mi ética profesional.
–Y yo lamento que haya gente que intenta aprovecharse de una anciana.
–¿En qué sentido es estar aprovechándose de ella hacerla extremadamente rica?
–Mi abuela no necesita más dinero. Tiene suficiente.
–Nadie tiene suficiente dinero, señor Stewart.
Duncan captó algo en ese comentario, cierto dolor, pero decidió no ahondar en ello en ese momento. Y a pesar de su aversión por los abogados y de saber que debería mantenerse alejado de esa mujer, volvió a su propuesta inicial:
–Cena conmigo.
–No.
–No conozco a nadie en el pueblo, solo a mi anciana abuela y a ti. Apiádate de mí, Abby Hartman. Y, por cierto, llámame Duncan. Siento como si ya nos conociéramos.
–Lo pensaré, Duncan, pero no me presiones. Además, ¿por qué querrías cenar con una abogada traidora? Me estás lanzando señales confusas.
–De acuerdo, no volveré a mencionarlo. Al menos, no durante unos días. ¿Qué pasa entonces con el testamento?
Abby pareció aliviada de cambiar de tema y él se divirtió viéndola volver a su papel de abogada. Siempre le habían atraído las mujeres inteligentes, las que se lo ponían difícil, y Abby sin duda era una de ellas. Aunque era bien consciente de que la atracción era mutua, no era tan tonto como para pensar que sería una conquista sencilla.
Si quería a la exuberante y curvilínea abogada en su cama, ella le haría ganárselo. Y eso le gustaba. Le gustaba mucho.
–Aquí tienes –le dijo acercándole una copia del documento–. Habrás visto la versión anterior, pero en esta se ha añadido una cláusula de escape, por así decirlo. Cuando pasen veinticuatro meses, si no eres feliz aquí y quieres volver a Escocia, tu abuela accederá a vender Propiedades Stewart y volverá contigo a Escocia. Tu hermano y tu abuela ya lo han firmado.
–¿Sí?
–Sí. Brody tuvo que hacerlo antes de marcharse y tu abuela lo acompañó.
–¿Por qué no me dijeron nada?
–Te lo estoy diciendo yo ahora.
Duncan leyó detenidamente los puntos que requerían su firma.
–No lo entiendo. La abuela nos dijo que nos dejaba la empresa a los dos al cincuenta por ciento.
–Dados los últimos acontecimientos, la boda de Brody y tu establecimiento en los Estados Unidos, tu abuela y tu hermano pensaron que lo más justo era repartirla a un ochenta veinte. Has dejado tu trabajo y tu vida en Escocia y quieren asegurarse de que esa decisión no te perjudique.
–He tomado la decisión por voluntad propia. No pedí nada a cambio. Esto es ridículo. No pienso firmar.
–¿Es que no conoces a tu abuela? Puedo asegurarte que no cambiará de opinión. Además, tampoco lo tienes tan fácil. La empresa es enorme y compleja y el futuro o fracaso de Propiedades Stewart dependerá de ti.
–Gracias por los ánimos.
–Haberte mudado a Candlewick y cuidar de tu abuela no será fácil. Nunca es fácil tratar con la gente mayor y tendrás el estrés añadido de dirigir una empresa multimillonaria.
–Gracias otra vez. Esto se te da muy bien.
Ella sonrió.
–Mi trabajo consiste en dejar las cosas claras.
–Considéralas aclaradas. De pronto me están entrando ganas de dejárselo todo a Brody.
–No creo que él lo aceptara.
–Genial. Genial.
–Míralo como una aventura.
Duncan firmó donde se requería.
–Ya está. Hecho. Espero poder contar contigo en los próximos meses.
Los suaves labios de Abby, ligeramente cubiertos de brillo labial, se abrieron y se cerraron.
–¿Para asesoramiento legal?
Duncan se recostó en el sillón y le sonrió.
–Para todo.
Abby pasó el resto de la jornada aturdida, dividida entre la emoción por que Duncan Stewart le hubiese pedido una cita y la absoluta certeza de que había estado bromeando.
Por suerte, había quedado para cenar con su mejor amiga, Lara Finch, y ahora estaban en Claremont. En Candlewick había lugares encantadores para comer, pero si buscabas intimidad y un cambio de aires, merecía la pena recorrer treinta kilómetros.
Mientras tomaban unas crepes de pollo, Lara le dijo:
–Te pasa algo, Abby. Estás muy colorada y apenas has dicho nada.
–He hablado en el coche.
–Yo he hablado en el coche. Tú te has limitado prácticamente a escuchar.
–A ti te toca conducir hoy y yo me he tomado una copa de vino. Por eso estoy colorada.
–¡Abby!
–Vale, te lo contaré. Hoy he conocido a un hombre.
Lara soltó el tenedor y la miró estupefacta.
–No es tan raro, ¿no?
–La última vez que mencionaste a un hombre fue a principios de siglo más o menos, así que este hombre misterioso debe de ser especial. Por favor, dime que tiene un hermano. Estoy en periodo de sequía.
–Sí que lo tiene, pero por desgracia para ti, ya está casado.
–Mierda.
–¿Conoces a Isobel Stewart?
–Claro. Todo el mundo conoce a la señora Izzy. Tiene varias cuentas en el banco.
Lara trabajaba como asesora de préstamos, un puesto de mucha responsabilidad y autoridad en un pueblo pequeño.
–Bueno, pues es el nieto de Izzy.
–¿Brody?
–No. Ese es el que se acaba de casar.
–Con la chica de la librería…
–Eso es.
–Es por el acento, ¿verdad? Seguro que aunque tuviera dos cabezas y verrugas, la mujeres seguirían cayendo rendidas.
–¿Me estás llamando superficial?
–No te pongas a la defensiva y dime por qué es tan adorable e irresistible.
–Tiene algo, Lara, cierta intensidad. No estoy segura de poder explicarlo. Es muy masculino.
Lara abrió los ojos de par en par, se abanicó con la servilleta y dio un trago de agua.
–¿Y qué vamos a hacer para asegurarnos de que este hombre tan masculino se fije en ti?
Abby no logró contener una sonrisa de satisfacción.
–Eso no va a ser un problema. Ya me ha pedido salir.
Su amiga con cuerpo de modelo, cabello rubio ceniza y ojos color zafiro la miró atónita.
–¿En serio? Han sido las tetas, ¿verdad? ¡Lo que yo daría por tener esas tetas veinticuatro horas! Son como imanes para los hombres.
–No creo que hablara en serio. Está solo y él mismo ha dicho que no conoce a nadie en el pueblo.
–Tiene que haber algo más porque, si no, no estarías tan nerviosa.
–Ha flirteado conmigo casi desde el principio y después me ha pedido una cita, aunque también ha insultado mi profesión y ha cuestionado mis intenciones.
–Pero entonces ¿qué le has dicho?
–Que lo pensaría.
–Ah, muy bien. Eso, eso, ¡que se lo trabaje!
–No lo he hecho por eso. No estoy segura de que salir con él sea ético. He trabajado mucho para llegar adonde he llegado en mi carrera, para asegurarme de que todo el mundo sepa que no soy como mi padre.
–¡Oh, por favor! Además, la señora Izzy es técnicamente la clienta de tu jefe, no la tuya.
–Sí, pero…
Lara la interrumpió con una sonrisa triunfante.
–¡Problema resuelto! Y ahora, las preguntas importantes: ¿Tienes ropa interior buena? ¿Qué te vas a poner cuando lo saques de su soledad?
Abby decidió esperar una semana antes de contactar con Duncan para tener tiempo de saber si de verdad quería salir con él. Así, si en ese tiempo descubría que solo había estado jugando con ella, no se habría puesto en ridículo por nada.
Tenía intención de llamarle el sábado por la mañana. Ahora era viernes por la noche y Lara estaba en su casa para celebrar una batalla de cine. Era algo a lo que solían jugar y esa noche tocaba la batalla de los Chris: Chris Pine contra Chris Hemsworth.
Mientras preparaban palomitas, Lara rebuscaba en la nevera.
–¿Te ha molestado tu padre últimamente? –preguntó antes de dar un trago a un refresco y sentarse sobre la encimera.
–No. Ha estado sospechosamente tranquilo. Demasiado.
–Mi madre quiere que te diga que estás invitada a nuestra casa por Acción de Gracias.
–Aún queda mucho –dijo Abby con un nudo en la garganta.
–No tanto. Mi madre te quiere. Toda mi familia te quiere. No es culpa tuya que tu padre metiera la pata hasta el fondo.
Abby sirvió las palomitas en dos cuencos y suspiró.
–Siento que es culpa mía. A lo mejor debería haber intentado conseguirle ayuda médica. No sé si tiene algún problema diagnosticable o si simplemente es un cretino profundamente desequilibrado.
–No debería haber sacado el tema, pero no puedo soportar verte pasar las fiestas como el año pasado. Fue un infierno. Eres como mi hermana, Abby. Y te mereces lo mejor –saltó de la encimera–. Bueno, ya basta de hablar de cosas tristes. Vamos a comer. Y no olvides la tarta de queso que he traído.
–¿La tarta de queso va bien con las palomitas?
–La tarta de queso va bien con todo.
Hora y media después, cuando terminó la primera película, Abby ya estaba bostezando.
–Lo siento. Anoche no dormí mucho.
–¿Estuviste soñando con el atractivo escocés?
–La verdad es que no. No me ha llamado.
–Si no me equivoco, le dijiste que te diera tiempo para pensártelo.
–Sí.
–Entonces, ¿cuál es el problema?
–No sé si quiero salir con él.
–Mentirosa. Claro que quieres, pero tienes miedo.
Era cierto.
–Me sobran siete kilos, Lara.
–No a todos los hombres les gustan las mujeres palo. A él le gustó lo que vio y, además, eres preciosa, lo creas o no.
Para Lara era fácil decirlo. Era el paradigma de la mujer perfecta.