jul1177.jpg

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Natalie Fox

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazones enfrentados, n.º 1177 - julio 2020

Título original: A Marriage in the Making

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-736-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

KARIS observaba al Estrella deslizarse suavemente hacia el embarcadero; el sonido del motor casi ahogado por el ruido de las olas.

A la sombra de una palmera, donde nadie podía verla, se colocó a Tara sobre la cadera mientras observaba a los turistas bajar del yate.

Como siempre, eran hombres de mediana edad, en bermudas, y del brazo de rubias preciosas. Cuanto más guapa fuera la rubia, mayor solía ser el hombre.

Karis los miraba con una sonrisa en los labios. Una vez le había resultado insoportable observar el ritual, casi despreciando a aquella gente por disfrutar de la vida. Solían ser parejas y, aunque fueran poco usuales, la hacían recordar que ella estaba sola.

Con el tiempo se había acostumbrado y podía observarlos con una sonrisa. Ella no tenía pareja, pero sí algo que aquellas rubias no tenían. Tenía el amor de dos niños preciosos, una cierta felicidad y una saludable autoestima, algo de lo que carecía cuando llegó a la isla.

Y Josh… ¿dónde estaba? Cuando se volvió, Karis encontró al niño muy ocupado intentando atrapar un cangrejo que corría por la arena, de modo que siguió prestando atención a la última pareja que descendía del barco.

Él era guapísimo. Alto, joven, con el pelo negro y facciones muy masculinas. Llevaba pantalones de lino blanco y una camisa de seda azul, y Karis lo miró boquiabierta durante unos segundos antes de ver a la mujer que lo acompañaba. Ella también era preciosa y tenía que reconocer que parecía más inteligente que las rubias que solían ir a la isla de vacaciones.

Parecían la típica pareja guapa y rica, pero Karis estaba segura de que eran algo más que eso.

—Deja el equipaje, Simone —estaba diciendo el hombre con firmeza—. Hay gente que se encarga de eso.

—No quiero arriesgarme a que se pierda —replicó ella.

El hombre, con los ojos escondidos tras unas gafas de sol, apoyó las manos en la barandilla del yate y Karis se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo para controlar su temperamento mientras su acompañante le pedía al capitán que sacaran su equipaje inmediatamente y lo llevaran al hotel.

—Querida joven —replicó el hombre—. Yo me encargo de pilotar este yate, pero en cuanto a los equipajes…

—¡Encargado de equipajes a su servicio! —le llegó la voz de Leroy, uno de los empleados del hotel, que corría descalzo por el embarcadero.

Karis tuvo que ponerse la mano en la boca para ahogar una carcajada mientras observaba cómo el chico desarmaba a la irascible rubia con su sonrisa de bienvenida.

El hombre de los pantalones blancos no parecía darse cuenta de lo que pasaba. Estaba perdido en sus pensamientos, mirando la pequeña isla tropical con la mandíbula apretada y los anchos hombros tensos. Tenía aspecto de persona fría y distante y… no parecía especialmente encantado de estar allí.

Karis recordaba sus propios sentimientos cuando llegó a la isla por primera vez. Ella también se sujetaba con fuerza a la barandilla del yate mientras miraba la isla paradisíaca, como una joya en un mar de color turquesa. Pero su belleza le había pasado, como al hombre, desapercibida. No había sido capaz de apreciar su encanto debido al nerviosismo de empezar una nueva vida.

Haber tenido que ir tan lejos para olvidar un pasado doloroso solo le producía angustia.

El extraño tenía una expresión similar, como si viviera lleno de remordimientos y Karis se sentía intrigada.

Pero eran suposiciones, pensaba, mientras observaba a la pareja tomar el camino de piedra que llevaba al hotel, seguidos de Leroy cargado de maletas hasta las cejas.

No podía saber lo que el extraño pensaba porque no lo conocía, pero la impresión que daba era la de alguien que no quería estar allí.

De repente, Josh puso su manita en la suya y Karis la apretó, dedicándole toda su atención. El pequeño también estaba observando a los visitantes con sus impenetrables ojos oscuros.

—Más turistas, pero esta vez no hay niños —le dijo, intentando no mostrar su desilusión—. Tendrás que seguir jugando con Tara.

Karis sabía que Tara era demasiado pequeña y que Josh, un niño solitario y retraído, necesitaba la compañía de niños de su edad. Pero aquella vez no había niños. Si los hubiera, habrían encontrado el camino a su casa. «La extraordinaria niñera» era como Fiesta, la propietaria del hotel, se refería a ella en sus momentos más amables, aunque en general la trataba con indiferencia. Karis era una empleada, contratada para que el niño no la molestase.

En aquel momento, Josh y ella observaban a los dos extraños que se dirigían al hotel sin decirse una palabra.

Karis volvió a experimentar el sentimiento de envidia que solían producirle las parejas que llegaban alegres y felices a la isla. Aquella pareja no parecía particularmente feliz, pero no pudo evitar una punzada de envidia al mirar a aquel hombre tan atractivo. Parecía frío y distante, pero se mostraba atento con su novia… o su esposa. Estaban juntos, eran una pareja y habían ido a la isla para disfrutar de sus vacaciones. Karis ya no tenía pareja, ni siquiera un hombre con el que poder discutir de vez en cuando y en aquel momento, por alguna extraña razón, sintió que su soledad dolía más de lo normal.

Apartando aquellos pensamientos de su mente, empezó a caminar por la playa en dirección a su casa, pero Josh tiró de su mano, obligándola a pararse. Al mismo tiempo emitió una especie de grito que parecía salir de lo más profundo de su garganta.

Los visitantes habían llegado al jardín, cerca de la playa, y el hombre se volvió al oír el grito.

La rubia y Leroy siguieron caminando, pero él se paró para mirarlos. Cuando el hombre se quitó las gafas, el niño apretó su mano con fuerza y Karis descubrió quién era.

Y su corazón dio un vuelco.

Sus ojos no eran grises sino negros y la miraba de arriba abajo, casi con desprecio.

Josh estaba muy quieto detrás de Karis, temblando. Sin apartar sus ojos verdes del extraño, ella acarició la cabecita del niño para tranquilizarlo. Un brillo de sorpresa apareció entonces en los ojos del hombre. La brisa movía el pareo de Karis, moldeándolo a su cuerpo y haciendo que se sintiera desnuda bajo los escrutadores ojos negros. Pero no había nada sexual en su mirada, solo una fría desaprobación.

Josh soltó su mano entonces y empezó a correr en dirección contraria.

La primera intención de Karis fue llamarlo, pero decidió no hacerlo para no despertar a Tara, que estaba dormida en sus brazos.

La expresión del hombre había cambiado al ver correr al niño. En su hermoso pero frío rostro había un rictus de profundo dolor que la sobrecogía.

—¡Daniel!

El extraño no respondió, ni siquiera se movió un centímetro, pero ella dio un paso atrás, desesperada por alejarse de aquel hombre que no dejaba de mirarla.

Sabía quién era. Y Josh también lo sabía.

Karis se dio la vuelta con el corazón encogido. Aquel frío escrutinio la había agitado tan profundamente que parecía que el sol hubiera desaparecido.

Saffron, la criada nativa, tomó a Tara en brazos cuando llegó al porche de la casa que Karis compartía con los niños.

—Está debajo de la cama, señorita Karis —dijo la mujer en voz baja—. Haciendo ese ruido que me parte el corazón. Estaba tan bien y ahora…

—Se recuperará, no te preocupes —intentó sonreír ella—. Mete a Tara en la cuna. Yo intentaré sacar a Josh de su escondite.

—Ya lo he intentado, incluso lo he tentado con un pastel, pero no vale de nada; está ahí gimiendo y gimiendo. Ese niño necesita un médico, uno de esos médicos de la cabeza…

—Calla, Saffron —dijo Karis en voz baja, sabiendo que la mujer estaba realmente preocupada por Josh. Saffron quería al niño tanto como ella—. Tú sabes tan bien como yo lo que Josh necesita.

—Pues no lo va a encontrar en esa —dijo la mujer, señalando hacia el hotel. Se refería a Fiesta, por supuesto.

Con un suspiro, Karis entró en la cocina y tomó un vaso de agua para tranquilizarse. No, Josh no iba a conseguir de Fiesta lo que necesitaba, una familia estable. Fiesta estaba demasiado ocupada dirigiendo el hotel como para prestarle atención.

Siempre había sido un misterio para Karis que Josh estuviera a su cuidado cuando, obviamente, Fiesta no era capaz de encargarse del niño. Al principio, había pensado que era la madre de Josh, pero ninguna madre podría tratar a su hijo con tanta indiferencia. A pesar de todo, el niño estaba a cargo de Fiesta y ni siquiera Saffron sabía por qué. Todo lo que la mujer sabía era que tenía un padre en alguna parte y que nadie sabía nada de la madre.

Karis cortó un trozo de pastel de zanahoria y lo colocó en una bandeja junto a un vaso de leche. La experiencia le decía que era imposible sacar a Josh de debajo de la cama. El niño saldría cuando quisiera y ella lo estaría esperando, como siempre. Después de dejar la bandeja en la habitación, se sentó en uno de los sillones del porche para leer un libro, pero no podía apartar de sus pensamientos los fríos y oscuros ojos del extraño.

El hombre, con su impresionante apariencia, parecía haberla hipnotizado. Sin embargo, la expresión de dolor al ver correr al niño… ¿o la habría imaginado?

—Karis…

—Respira profundamente, Josh —dijo ella, colocando al niño sobre sus piernas. Llevaba un rato detrás del sillón, pero Karis no había querido dar el primer paso. Tenía que salir de él. Mientras Josh respiraba profundamente, ella acariciaba su espalda.

Habían avanzado mucho. Un año antes, cuando Karis había llegado a la isla con su hija de cuatro meses, el niño se negaba a hablar.

Había conseguido el trabajo a través de un anuncio que Fiesta había puesto en un periódico inglés. Aunque no tenía cualificaciones, estaba desesperada por encontrar un trabajo. Pero Fiesta no le dijo que Josh fuera un niño problemático. Solo cuando llegó a Levos, se dio cuenta de cuál era el problema y, lo peor, que ella era la última en una larga lista de niñeras, la mayoría de ellas altamente cualificadas, pero incapaces de hacerse cargo del niño.

Al principio, Karis había pensado que ella tampoco podría; sobre todo porque además de cuidar de Josh tenía a Tara y la tragedia de su pasado a la espalda. Pero algo en el niño había tocado su corazón. Y lo curioso era que al tener que dar tanto de sí misma para ganarse la confianza del crío, había recibido mucho a cambio. Había llegado a la isla siendo una sombra de sí misma y se encontró con un niño que soportaba la misma tristeza que ella. Pero en un niño, la melancolía era algo trágico.

De modo que Karis había dejado atrás la tristeza para cuidar de Josh y de su propia hija y los tres vivían una vida relativamente feliz. Había hecho un gran esfuerzo para conseguir la confianza del niño y seguía habiendo días en los que era difícil, pero Josh estaba progresando y Karis no era la sombra triste que había sido un año atrás.

—¿Me va a llevar… con él? —preguntó el niño por fin.

—¿Quién? —preguntó Karis, para que Josh le confirmara que aquel hombre era quien ella creía que era. Había intentado que Fiesta le hablara sobre el pasado de Josh, pero la mujer le había dicho que hiciera su trabajo sin hacer preguntas.

—Mi padre. ¿Me va a llevar con él?

De modo que aquel Daniel era el padre de Josh. Karis lo había imaginado. Tenían los mismos ojos, oscuros y recelosos… aunque a veces los ojos del niño tenían un brillo cálido, adorable; incluso había en ellos un brillo de humor. Quizá su padre también era capaz de sentir esas emociones. El pensamiento hizo que su pulso se acelerase tontamente.

—No lo sé. Pero me enteraré de qué está haciendo aquí —le prometió, acariciando su pelo.

Y lo haría. Daniel Kennedy, el padre de Josh, debía haber ido a la isla para ver a su hijo y discutir su futuro con Fiesta. Karis estaba segura de que la atareada propietaria del hotel no podría cuidar de él para siempre. ¿Y dónde estaba la madre de Josh? No podía ser aquella Simone porque el niño se lo habría dicho.

Karis estaba preocupada. Sabía que Josh necesitaba un hogar estable y, aunque ella hacía todo lo posible, una niñera nunca podía ocupar el sitio de los padres. Pero si Josh se marchaba ella tendría que irse también. ¿Y dónde iría? No quería volver a Inglaterra. Había aprendido mucho en la isla, sobre todo que una vida tranquila era el mayor de los tesoros.

—¿Podemos ir a nadar? —preguntó Josh entonces, acariciando el pelo oscuro de Karis. El cariñoso gesto le llegó al corazón. Sabía que el niño, a su manera, la quería mucho, y si su padre había ido para llevárselo…

Si su intención era llevarse al niño de la isla seguiría necesitando una niñera, a menos, claro, que hubiera una madre en alguna parte. Pero eso no lo sabía nadie. Josh y Fiesta eran como un libro cerrado cuando alguien se refería al pasado del niño. Era como si no hubiera vivido antes de llegar a la isla dos años antes.

—Sí, podemos ir a nadar —decidió Karis rápidamente, abrazando a Josh y dándole un ruidoso beso en el moflete.

Si Daniel iba a la casa buscando a su hijo, Saffron podría decirle dónde estaban. Siendo optimista, Karis se imaginaba a sí misma hablándole de Josh, de lo bien que nadaba, lo bien que leía… algo asombroso para un niño de cinco años que un año antes no era capaz de leer una frase completa sin tartamudear.

Sí, tendría muchas cosas que decirle. Entonces, ¿por qué sentía aquel peso en su corazón? Karis lo sabía, pero no quería pensar en ello. Un día aquel hombre frío y distante se llevaría a Josh y… No quería pensar en ello. Josh quería nadar y perseguir tortugas marinas y, francamente, ella también.

 

 

—¿Seguro que no te importa quedarte mientras yo voy al hotel, Saffron? —preguntó Karis más tarde.

Saffron vivía en las habitaciones de empleados que había detrás del hotel y Karis nunca le había pedido que se quedara a dormir en su casa. Ella no salía nunca y, aunque hubiera querido, no había ningún sitio al que ir en aquella pequeña isla. Fiesta nunca la había invitado a asistir a ninguna de sus reuniones, muy numerosas sobre todo en temporada de verano. Después de todo, ella solo era una empleada.

—Claro que no —dijo la mujer, observando cómo Karis intentaba arreglarse el rebelde pelo frente al espejo—. Será mejor que vaya a informarse sobre las intenciones de ese hombre.