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28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 408 - abril 2019

 

© 2007 Cheryl Reavis

Caído del cielo

Título original: Medicine Man

 

© 2007 Cynthia Rutledge

Seduciendo a la niñera

Título original: Romancing the Nanny

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Photodisc/Getty Images.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-948-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Caído del cielo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Seduciendo a la niñera

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

NUNCA debí haber venido», pensó Arley Meehan en medio de la alegre y bulliciosa recepción mientras se esforzaba por no parecer tan triste. El pub estaba lleno de militares. Era el contingente aerotransportado de la base de Fort Bragg, cortesía de Cal Doyle, el flamante marido de su hermana Kate. Arley se sentía feliz por Kate, por ambos. Había deseado asistir a la boda para salir de su encierro y pasar un buen rato. Sin embargo, las bodas no eran lo más adecuado para una mujer recién divorciada. De pronto deseó haberse quedado en casa con su hijo pequeño y disfrutar de una película alquilada, comer palomitas y reírse mucho.

La banda de música que su tío Patrick había alquilado para la ocasión, de improviso empezó a tocar una música muy movida y algunas parejas se pusieron a bailar. Arley quedó atrapada en medio de los bailarines y, mientras intentaba abrirse paso sin recibir un pisotón, reconoció a uno de los militares que se encontraba solo en un rincón del pub. Sabía que se llamaba Will Baron y que era médico. Trabajaba con Kate en el hospital de la base militar y en ese momento parecía tan solo como ella. Arley lo había visto una vez el año anterior, antes de que sus hermanas y ella se enterasen de que Kate pensaba casarse con un paracaidista, gravemente lesionado.

Arley se dirigió rápidamente hacia él. Grace, su hermana mayor, le había asignado la tarea de circular entre los invitados y asegurarse de que todos se divirtieran. Estaba claro que su misión debía comenzar con Will Baron.

—¿Sientes nostalgia del hogar? —preguntó cuando estuvo a su lado. Él la miró un tanto desconcertado—. Soy Arley Meehan. Bienvenido a la boda de Kate Meehan y Cal Doyle. ¿Te estás divirtiendo, especialista Baron?

—Sí —respondió, con cortesía.

Ella le lanzó una mirada maliciosa.

—Me parece que no es cierto.

Will apenas esbozó una sonrisa.

—La verdad es… que había olvidado cuánto echaba de menos… estas cosas familiares.

—¿Sí?

«Yo también», pensó ella. Había echado mucho de menos a sus hermanas tras haberse aislado deliberadamente durante un buen tiempo. La humillación sufrida por la traición del hombre que amaba había sido un golpe muy duro para ella, por no hablar del error de haberlo elegido como marido sin hacer caso de las advertencias de su familia. Había necesitado tiempo para recuperarse, para aceptar que sus hermanas habían tenido toda la razón y que ella se había equivocado de plano. Esa noche, era la primera vez que volvía al redil.

—¿Cómo está Scottie? —preguntó Will.

Arley sonrió. Había olvidado que su hijo estaba con ella cuando conoció a Will Baron.

—Todavía recuerdas su nombre —observó, sorprendida.

—Sí, tengo buena memoria. ¿Aún colecciona piedras?

—Sí, aunque en este momento lo único que quiere es ir de luna de miel.

Al verle sonreír, Arley pensó que debería hacerlo más a menudo.

—Muy bien por él. ¿Está aquí en la sala?

—No, ha quedado con sus primos bajo la custodia de las tías abuelas. En este momento están celebrando su propia fiesta que consiste en una pizza, videojuegos y tarta de boda. ¿De dónde eres?

En ese momento, la banda dejó de tocar y se produjo un extraño silencio entre ellos.

—De Arizona. Window Rock, reserva de los indios navajos.

—¿Así que eres… navajo?

—Mestizo. Mi madre biológica pertenece al Antiguo Pueblo.

—¿Tu madre biológica? —preguntó, pero él guardó silencio—. Te criaste entre ellos. Comprendo —concluyó Arley.

Sí, era cierto, comprendía su reticencia porque a ella tampoco le gustaba hablar de muchas cosas.

—Sí, con ellos, por ellos y para ellos —declaró Will finalmente.

—¿Y tu padre? —preguntó, sin detenerse a pensar si era de buena educación seguir preguntando.

Ella quería saber, y se había ganado el título de «Bicho Malo» más por su curiosidad que por su imprudencia.

En ese momento, volvió a sonar la música.

—De Carolina del Norte —respondió Will por sobre la barahúnda—. Un pura sangre.

Arley sonrió.

—Somos de la misma región. ¿Vive cerca de aquí?

—No exactamente,… falleció cuado yo tenía tres años. En realidad no sé mucho de él.

—Lo siento. Aunque puedes matar dos pájaros de un tiro —sugirió. Will la miró perplejo. La música se volvió estridente, y ella tuvo que acercarse más a él—. Si yo me hubiera enrolado para viajar por el mundo y hubiera venido a parar a Carolina del Norte, donde nació mi padre, posiblemente intentaría averiguar sobre él, precisamente porque casi no sé nada de su vida. Como puedes ver, dos pájaros de un tiro —concluyó. Will guardó silencio. La música se suavizó repentinamente—. ¿Fue muy difícil conseguir que te enviaran a Fort Bragg?

—Bueno, no fue tan fácil. Hubo que hacer unas cuantas acrobacias aéreas y saltos en paracaídas.

—¿Quién es éste? —preguntó una voz familiar detrás de la joven que al instante sintió que se congelaba.

No le cabía duda de que la pregunta iba dirigida a ella.

—Soy Will Baron, compañero de trabajo de la novia —intervino el médico de inmediato, al tiempo que extendía la mano al ex marido, alguien que se suponía que no debía estar ahí.

—Soy Scott McGowan —replicó el otro, en tono mordaz—. ¿De qué le conoces? —preguntó a Arley, ignorando la mano extendida. Arley se obligó a mirarlo, pero no respondió. Sabía que tomaría como una ofensa cualquier comentario que hiciera y no iba a permitirle una escena en la recepción de Kate. Entonces buscó con la mirada a sus hermanas, pero ninguna andaba por allí—. Te he hecho una a pregunta, Arley —dijo con una voz engañosamente tranquila.

A ella no se le escapó la velada amenaza, y seguro que tampoco a Will Baron.

—Lo sé, Scott —dijo con una sonrisa tranquila, pero no respondió.

—Vamos fuera. Ahora mismo —exigió Scott al tiempo que extendía una mano para tomarle el brazo, pero ella retrocedió bruscamente.

Will se interpuso entre los dos.

—¿Quieres ir con él? —preguntó a la joven.

—No —respondió Arley, incapaz de evitar el temblor de su voz.

—Para mí es suficiente. Y para ellos también —dijo Will al tiempo que hacía una seña con la cabeza al grupo de paracaidistas que ya estaban alertas y miraban en esa dirección.

Will y Scott se miraron fijamente.

—Disculpa —intervino Arley bruscamente—. Ha sido muy interesante charlar contigo, especialista.

Luego hizo lo que mejor sabía hacer: alejarse del lío que había organizado.

—¡Arley! ¿Qué quieres de mí? —preguntó Scott detrás de ella, en un tono estridente.

«Nada», pensó la joven. Y eso fue una revelación. No quería nada, no necesitaba nada de él. Nunca más.

Arley continuó adelante, esquivando a los que bailaban, consciente de que Scott la seguía. Era un hombre que no se rendía fácilmente. ¿Qué quería?

Entonces vio al tío Patrick afanado detrás la barra y fue en esa dirección.

—Vaya. Llegó el refuerzo. Ponte un delantal, querida. Necesito otro par de manos.

Con las piernas temblorosas, Arley se refugió detrás de la barra, se puso un delantal y, junto a su tío, se apresuró a llenar jarras de cerveza.

—Tranquilízate —dijo el tío Patrick—. Scottie está con sus tías y el innombrable acaba de dirigirse a la puerta.

Cuando al fin tuvo valor para alzar la vista, Arley no vio a Scott por ninguna parte. Tampoco a Will Baron.

 

 

—¿Qué fue todo eso? —preguntó Bernie Copus. Will miró al especialista pensando que sería mejor responder de inmediato, porque de lo contrario le haría la misma pregunta durante el resto de sus vidas—. De pronto pensé que le ibas a dar una zurra —comentó con una sonrisa que dejó al descubierto el espacio entre los dientes delanteros, un detalle que las mujeres encontraban irresistible, o al menos era lo que afirmaba.

—En realidad no sé qué sucedió —respondió Will, con la esperanza de que la verdad acabaría con el interrogatorio.

Todo lo que había comprendido de la situación era que Arley Meehan se había asustado.

—Y ahora escucha a tu tío Bernie. He de admitir que la ex señora McGowan es una mujer verdaderamente atractiva. Pero seguro que no quieres entrometerte entre el heredero de McGowan y algo que él aprecia. ¡No, señor!

—Copus, yo no quiero…

—Hablo en serio, Will. Sé cómo funcionan estas cosas.

—¿Cómo?

—Tú eres militar. Él tiene dinero. Su familia es dueña del mundo entero. ¿Y tú qué tienes?

—No mucho.

—Bueno, ahí tienes la respuesta. ¿Hace falta añadir algo más?

—Espero que no.

—Intento ayudarte, hijo —aseguró con una sonrisa.

—¿Y cuánto me va a costar?

—Ni un centavo, pero sólo por esta vez. Sé que la pequeña flor es muy tentadora, pero todo el asunto lleva escrita la palabra «problema». Lo sé porque tengo una vasta experiencia en estas cuestiones.

—Copus, ya te lo he dicho. No es… Ni siquiera la conozco.

—De acuerdo, de acuerdo. Piensa en mí como si fuera ese robot que aparece en la televisión y que repite maquinalmente: «Peligro». Sí. «¡Peligro, Will Baron!» —exclamó con un gesto tan enfático de los brazos, que tiró al suelo el vaso de cerveza de uno de los invitados.

Con una sonrisa, Will se alejó mientras Copus se deshacía en disculpas.

La música cesó de repente y la banda dejó espacio en el estrado para que la pareja de recién casados se despidiera de los invitados. Will se unió a los brindis en tanto se reía de las bromas subidas de tono de un grupo de paracaidistas respecto a la luna de miel de la pareja. Estaba decidido a disfrutar el resto de la velada. Incluso, sin el consejo de Copus, sabía mejor que nadie que no había que inmiscuirse en los problemas de la hermana de la novia y de su ex marido. Sin embargo, no dejó de observarla con el rabillo del ojo. Estaba detrás de la barra brindando y riendo, igual que él. Parecía que el incidente no le había afectado en absoluto.

Aunque él no lo creía así.

Era costumbre que todos los que se quedaban en la fiesta salieran a despedir a los novios. Will fue unos de los últimos en salir a la bochornosa noche de verano. Había crecido en el desierto y estaba habituado a las temperaturas altas, pero nunca podría acostumbrarse al calor húmedo tan opresivo de esa región del país.

Aunque en el interior la banda tocaba con entusiasmo, la estridencia de la música se disipaba en la brisa de la noche.

—Así que, ¿sientes nostalgia del hogar? —preguntó Arley junto a él.

Se encontraban en la acera, cerca de la puerta del pub.

—No demasiada —respondió Will, convencido de que intentaba retomar la conversación donde la habían dejado antes de la interrupción de su ex marido—. De veras que sí.

—Nadie lo diría por la expresión de tu cara.

—¿No te vas a despedir de Kate? —preguntó para cambiar de tema.

—Ya lo hice. Por lo demás, podría tocarme en suerte el ramo de la novia.

—Me imagino que no te gustaría.

—De ninguna manera. Así que pensé que sería mejor venir a darte la lata.

—¿Por alguna razón especial?

—Sí —respondió sin vacilar—. Me parece que eres un tipo muy sereno. Incluso cuando no te diviertes —afirmó. Él rió suavemente porque no podía estar más equivocada, al menos en ese momento—. ¿Eso viene de los navajos?

—¿Qué?

—La serenidad —repuso deliberadamente—. Presta atención a lo que te digo, Baron.

—Es difícil hacer ambas cosas a la vez —replicó, todavía sonriendo—. Estar sereno y a la vez prestar atención. Sí, la serenidad es propia de los indios navajos.

—Debe de ser difícil mantenerla en el ámbito militar.

—A veces.

—Y ahora contesta mi primera pregunta. ¿Sientes nostalgia del hogar?

Él respiró suavemente.

—Bueno, los pinos me traen reminiscencias del hogar, pero éstos son diferentes.

—Me lo figuré. ¿Dejaste una novia en Window Rock?

—No.

—¿Muchos familiares, tal vez?

—Muchos, sí.

—¿Cuántos hermanos y hermanas?

—Un hermanastro y una hermanastra.

—Eso no es mucho.

—Bueno, mi hermana Meggie tiene sus propios hijos y los del resto del mundo. Los niños desamparados son su debilidad. Y luego está mi padrastro, Lucas Singer. También es mi tío porque se casó con Sloan, la hermana de mi padre que litigó con la tribu para conseguir la custodia compartida y cuidar de mí. Ganó el pleito y me crié con ella. Lucas tiene una hermana que es abogado. Y muy combativa. Ella también tiene hijos. Después está la hija que Lucas no sabía que existía y su marido Ben. Ben es policía en la reserva igual que mi tío-padrastro y el marido de su hermana, la abogada combativa.

—Continúa —dijo la joven cuando él paró el recital deliberadamente complicado para ver si lo seguía.

Aunque pareciera increíble, ella lo escuchaba atentamente.

—Y luego están los que no forman parte de la familia y a quienes siempre se les invita a todas las reuniones sociales de la familia Baron-Singer; son los que pasan por ahí y huelen el aroma de la cena. Y por último están los que entran y salen de la cárcel.

Ella rió con suavidad. Y él sintió que le gustaba hacerla reír.

—¿Y tu madre biológica? ¿Suele ir a las reuniones?

—No. Aunque Meggie la invitaría si tuviera la oportunidad. Ella es así.

—¿Y tu hermanastro?

—¿Patrick? Él es… —Will guardó silencio.

No había adjetivos precisos para describirlo. Patrick era un ser muy contradictorio.

—¿Cuándo estuviste en tu casa por última vez?

—En Navidades. Dime, ¿esto nos lleva a alguna parte?

—Me gusta saber cosas. Especialmente cuando vienen de alguien a quien no le gusta hablar de ellas.

—Bueno, ése sería yo. Normalmente no hablo mucho.

—Y esa… reticencia, ¿es propia de los navajos o de la gente de Carolina del Norte?

—Está claro que no la he heredado de la gente de esta región.

—¡Eh!, no los confundas conmigo. Algunas personas de esta zona son muy reticentes. ¿Te gusta la vida militar?

—Es lo que necesito hacer por ahora —respondió en tono enigmático.

Nunca le había contado a nadie por qué se había alistado. Había muchas razones, aunque la más importante tenía que ver con el compromiso y afecto que Will sentía por las personas que lo habían rescatado y lo habían tratado bien tras la muerte de su padre.

En el grupo de invitados que rodeaban el coche de los novios, había dos mujeres que no dejaban de mirarles. Una era alta y rígida, como el tronco de un árbol que se quebraría antes de inclinarse ante la fuerza del viento. La otra parecía ser una persona indecisa y ansiosa, como si tuviera más problemas de los que pudiera resolver. Ambas se parecían mucho a Arley y a Kate.

—Me parece que allí hay dos parientes tuyas —observó Will, incómodo ante las miradas insistentes.

—Mis hermanas, Gwen y Grace. El blanco de sus críticas generalmente es Kate. Y ahora yo tendré que sustituirla las próximas dos semanas.

—Kate estará fuera sólo tres días.

—Para mí será como si fuesen dos semanas.

—Es bueno contar con familiares que se preocupan por uno.

—¿Tú crees ?

—Por lo menos donde yo me crié. Lo peor que puede pasar es comportarse como si uno no tuviera a nadie que lo quiera lo suficiente como para enseñarle a discernir lo bueno de lo malo.

—Sí, esa forma de pensar también es propia de aquí. Gracias, Will —añadió de improviso.

—¿Por…?

Ella echó una mirada a sus hermanas y luego se volvió a él.

—Por no preguntarme sobre lo que sucedió con Scott. Y por no permitirle armar un escándalo. Yo no podía…

—Está bien. No pasa nada.

—La gente piensa que él desea volver conmigo, pero no es así —comentó con un suspiro.

—Lo siento.

Ella se encogió de hombros.

—Lo que de verdad quiere es culpar a alguien por lo sucedido. Desgraciadamente para él, a mí no me puede culpar de haberle sido infiel. Realmente agradezco tu ayuda. Kate no merece que alguien le arruine la fiesta, y menos por mi causa.

—Al menos parece que ya no está aquí.

—No. Grace y Gwen lo vieron salir.

En ese momento, se oyeron unos alegres vítores de los invitados al ver que el coche de los novios comenzaba a ponerse en marcha.

—¡Arley! ¡Arley, ven aquí!

—¿Tienes idea de lo que significa tener cuatro madres? —preguntó Arley.

—De hecho, yo las tengo.

—Bueno, quizá volvamos a vernos en otra ocasión. Y podrás hablarme de tus cuatro madres.

Will guardó silencio, pero Arley no se sintió incómoda. Alzó la mano en un gesto de despedida y fue a reunirse con sus hermanas. Él la vio partir sin dejar de pensar en Bernie Copus y su robot.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

QUIÉN es ése? —preguntó Grace en voz baja por temor a que la oyeran los invitados que se arremolinaban a su alrededor.

Arley miró fijamente a sus hermanas. No tenían derecho a preguntarle, especialmente Grace cuyo matrimonio había terminado de una manera más abrupta que el de Arley. Las hermanas ignoraban la razón de la ruptura y, al parecer, Grace no tenía la menor intención de contarles nada. Su visión del derecho a la intimidad variaba notablemente cuando la suya estaba en juego. Todo lo que Arley sabía era que el marido se había marchado y que Grace parecía no haberlo notado.

—Esta noche estoy un poco cansada de que me hagan la misma pregunta. ¿Scott te la sugirió?

—Ni siquiera conoces a ese tipo, Arley.

—Grace, sólo hablaba con él. No pienso llevármelo a casa. Y no es un desconocido. Se llama Will Baron, trabaja con Kate y lo conocí el verano pasado. Además fue muy amable con Scottie, ¿de acuerdo?

—No eres tan inocente. Sabes cómo eres, y si lo ignoras, nosotras sí que lo sabemos. Porque no intentas provocar los celos de Scott con ese soldado, ¿no es así?

—¡Grace, por favor! Te dije que sólo estábamos conversando. Es una persona interesante. Will es de Arizona y es mestizo. Mitad navajo —informó al tiempo que miraba por encima del hombro al lugar donde había dejado a Will. Ya no estaba.

—Bueno, pero a Scott claramente no le gustó verte con él.

—Lo que le guste o le deje de gustar no es problema mío. Ni tampoco vuestro. Para empezar, no tenía nada que hacer aquí.

—Dije que no lo invitaran, pero nadie me quiso escuchar —intervino Gwen, a pesar de la mirada de Grace.

—¿Lo invitaron? —preguntó Arley, con incredulidad.

—Lo hice yo, pero sólo a la recepción. Fue un gesto de cortesía con el padre de Scottie.

—¡Grace! ¡Por qué no me lo dijiste!

—Sólo fue para comprobar si tendría el descaro de presentarse. Y lo hizo. Ahora sabemos de una vez por todas que es…

—¡No es asunto tuyo, Grace! —le interrumpió Arley, como si alguna vez ese argumento hubiera disuadido a su hermana mayor.

La determinación de Grace era legendaria en la familia.

—Es asunto mío si no tienes suficiente sentido común para darte cuenta de que puede hacer cualquier cosa para arrebatarte a Scottie. Sabes muy bien cómo es él y su familia.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No he hecho nada malo.

—¡Eso no importa, Arley! Scott es el tipo de hombre que le gusta salvar las apariencias. Cualquier día de éstos querrá dedicarse a la política, como su padre y su abuelo. Y tendrá que justificar su indiscreto adulterio. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que tratar de probar que nunca has sido una buena madre para su hijo?

—No quiero seguir hablando de este asunto.

—No tienes que hablar, limítate a escuchar, aunque sólo sea por una vez. En primer lugar, nunca debiste haberte casado con Scott McGowan, y Scottie no tiene nada que ver en el asunto. Quiero que se eduque con nosotras y no con su padre, porque es posible que a la larga sea un hombre igual a él.

—Grace, déjalo ya —intervino Gwen—. La estás asustando.

—Eso es lo que quiero.

Arley miró a sus hermanas.

—No seguiré hablando del tema —dijo antes de marcharse.

Estaba demasiado cansada para discutir con Grace. Le dolían los pies y la cabeza. Lo único que quería era recoger a su hijo y volver a Fayetteville.

—Adiós, Arley —se despidió Gwen.

Ella hizo un gesto de adiós con la mano. No quería herir los sentimientos de Gwen sólo porque estaba enfadada con Grace.

Sin embargo, por muy pesada que fuera, su hermana mayor tenía razón.

Scott McGowan era capaz de pedir la custodia legal de Scottie, aunque no la mereciera. El objetivo de su vida era adquirir lo que no merecía, como aprobar los exámenes universitarios, conseguir promociones en los negocios, una mujer como Arley Meehan. Y no la había merecido, como tampoco su amor, su lealtad, su deseo de creer en él, en contra de lo que hubiera hecho cualquier otra persona con sentido común. Aunque tampoco había sido una completa idiota respecto a él. No negaba que había amado su desenfreno y su encanto con la misma intensidad con la que durante largo tiempo había intentado ignorar su creciente pérdida de respeto hacia su marido. Finalmente, llegó el día que no pudo seguir fingiendo. No podía permitir que siguiera jugando con sus emociones, que rompiera todas las promesas que le hacía. Entonces decidió marcharse, más que nada por el bienestar de su hijo. Y lo hizo definitivamente, a pesar de los renovados arrepentimientos de Scott cuando al fin se dio cuenta de que por primera vez iba a pagar las consecuencias de su conducta.

Arley fue a despedirse del tío Patrick.

—Abraza en mi nombre tu precioso hijo y ten cuidado.

—Siempre conduzco con cuidado, tío Patrick.

—No me refería a eso. No me gusta lo que he visto, mi niña. Tú y yo sabemos que Scott McGowan puede causar muchos problemas.

—Lo sé, yo también desconfío de él. Pronto te llevaré a Scottie.

—Mientras más pronto, mejor —dijo al tiempo que le daba un abrazo del oso.

Esos abrazos del tío Patrick siempre eran un consuelo para ella, y Arley sintió que se le empañaban los ojos.

Cuando salió a la calle vio a un grupo de soldados charlando y riendo, pero Will Baron no estaba entre ellos.

A la joven le irritaba que Grace pensara que intentaba utilizar a Will para volver con Scott. Sólo había querido divertirse un poco. Estaba cansada de sentirse afligida, asustada y sola.

Scottie estaba casi dormido cuando fue a buscarlo a casa de las tías abuelas. Con gran esfuerzo el niño llegó al coche y se acomodó en el asiento trasero. Tras abrocharle el cinturón de seguridad, Arley le colocó su almohada favorita junto a la cabeza. Tenía forma de perro sabueso, y Scottie la había bautizado con el nombre de Dot. Arley lo miró un instante y luego le acarició la mejilla con ternura antes de cerrar la puerta del vehículo.

Estaba a medio camino de casa cuando empezó a llover. Conducía muy atenta a la carretera. De vez en cuando un relámpago iluminaba los prados. Afortunadamente, Scottie iba durmiendo porque los truenos le asustaban. La verdad era que el niño tenía muchos temores, y el más grande de todos era que su padre no lo quisiera. Cuando Scott se dignaba visitarlo, se mostraba muy ansioso. Intentaba impresionarlo con su colección de piedras, sus dibujos, las proezas que hacía en el jardín de infancia, cualquier cosa por atraer la atención de su padre siquiera un momento. Lo más triste de todo era que durante un tiempo Arley también había hecho lo mismo.

Aunque en la actualidad se encontraba sorprendentemente mejor. Su vida se desarrollaba razonablemente bien. Ya sabía que podía vivir sin Scott McGowan. Lo único que necesitaba era un trabajo permanente para dejar de depender de la agencia de empleo temporal. Estaba decidida a seguir estudiando en la universidad local y no dejaría de rellenar solicitudes para conseguir un buen trabajo. Arley sonrió. Cuando Scottie fuera al colegio, ambos harían sus deberes en la mesa de la cocina.

Entonces, inesperadamente recordó aquella tarde del verano pasado cuando conoció a Will Baron. No había sido un día bueno por algo que Scott había hecho o dejado de hacer y porque Scottie se había portado mal en el jardín de infancia privado que Scott todavía pagaba. Necesitaba ver a Kate. Como no la encontró en casa, fue a la de la señora Bee que vivía al lado y encontró a Will Baron en el vestíbulo de la planta superior. Había ido a hacer un recado por su cuenta a casa de la señora Bee. No sabía a ciencia cierta si había percibido su tristeza, pero de inmediato detectó la de Scottie. Cuando se marchaban, sacó una turquesa del bolsillo y se la regaló al niño para su colección. Fue muy amable con su hijo y quizá por eso lo recordó en ese momento.

Su aspecto era agradable, sus ojos sonreían antes que sus labios, y olía bien. Sin embargo, fue a causa de Scottie que más tarde preguntó a Kate por el paracaidista que había conocido en casa de la señora Bee.

Era cierto que Will le intrigaba. Pero durante la boda no hubo más que una breve conversación entre ellos. No había mentido a sus hermanas al decir que Will Baron era una persona interesante, aunque no había nada de malo en ello. El hecho de que Kate lo hubiera invitado a su boda tendría que haber sido una recomendación más que suficiente para Gwen y para la siempre suspicaz Grace.

Sin embargo, no tenía esperanzas de volver a verlo.

Raramente iba a la base, excepto cuando la agencia la enviaba para una entrevista de trabajo, o cuando iba al supermercado, o a buscar a Scottie al jardín de infancia. Y de tarde en tarde, cuando podía permitírselo, invitaba a su hijo a una hamburguesería. Una o dos veces había comido con Kate. Había llevado a Scottie al hospital de la base, a la sala donde trabajaba su hermana, pero en esas ocasiones no había visto a Will Baron.

No era probable que tropezara con él, a menos que hiciera algo para que sucediera. Cosa que no haría.

No le hacía falta la advertencia de Grace para sentirse preocupada por los planes de Scott respecto a su hijo. Scottie nunca había sido una de sus prioridades y siempre postergaba las visitas si coincidían con alguna de sus actividades sociales. Arley conocía demasiado bien a Scott para saber que si intentaba conseguir la custodia del niño no sería porque deseaba ser un buen padre para su hijo.

A pesar del sermón de Grace y del roce con Scott, no se arrepentía de haber ido a la boda. Entrometerse en los asuntos de las otras, era muy propio de las hermanas Meehan. Ella misma había hecho causa común con Gwen y Grace para impedir que Kate cometiera el gran error de involucrarse sentimentalmente con Col Doyle, paracaidista incapacitado físicamente y menor que ella. Sólo Dios podía saber qué sucedería si Arley imitaba el ejemplo de su hermana y se relacionaba con otro militar. No había duda que tendría problemas con Scott.

Todavía llovía cuando al fin aparcó ante el portal de su vivienda. Cuando llegaba con Scottie a la puerta, un coche blanco que no reconoció pasó lentamente frente a la casa y luego se perdió de vista.

 

 

Quizá volvamos a vernos en otra ocasión.

No había sido una invitación. Will no sabía exactamente qué había sido, aunque estaba seguro que contribuía al estado de ánimo en que se encontraba.

No se sentía en paz consigo mismo.

Tendido en su cama en la oscuridad de la habitación, Will intentó disipar los pensamientos que bullían en su mente.

La armonía era esencial para aquéllos que intentaban vivir conforme los preceptos de la tribu de los navajos. Si todavía fuera un hataalii…

Había dedicado años de su vida a convertirse en un buen sanador navajo, a aprender las complejidades de la disposición mental, los cantos y rituales y lograr finalmente una afinidad total con la Madre Tierra y el Padre Cielo.

La serenidad que Arley había mencionado en la boda, hacía tiempo que lo había abandonado.

Will volvió a pensar en los grandes planes que había hecho.

En el supuesto de que no sufriera daños durante su alistamiento y que éste concluyera en el plazo previsto, volvería a la reserva y allí combinaría los conocimientos adquiridos en los dos mundos a los que pertenecía. Utilizaría los conocimientos científicos y las habilidades médicas que había aprendido con los militares para ayudar eficazmente a su tía Sloan que lo había criado y que era enfermera en la clínica de la tribu. Sí, practicaría ambas disciplinas en beneficio de los miembros del Antiguo Pueblo. Sí, hubo un tiempo en que había creído que podría ser un médico militar y a la vez un sanador capaz de poner en práctica el arte de la curación de los indios navajos. Incluso podía recordar todas las técnicas que le habían enseñado en la reserva.

Sin embargo, Will sentía que había extraviado su camino, que había perdido algo integral al que ni siquiera podía dar un nombre; en el proceso se había perdido de sí mismo. No podía culpar al ejército. No podía culpar a nadie. Mucho antes de enrolarse había sentido que se le escapaba su capacidad de resolución, de comprensión y su sentido de pertenencia. Todo lo que le había quedado era una perpetua discordia entre su corazón y su mente. Y un inoportuno y poco aconsejable interés por Arley Meehan desde la primera vez que la vio. Su interés por ella le hizo desear ir a la boda con la esperanza de verla, a pesar de que en su vida desarticulada no había lugar para compromisos personales. Ella tenía un hijo y él estaba de paso, a pesar de los débiles lazos que lo unían a ese Estado. Arley era tan bonita, tan llena de vida. No se parecía a nadie que hubiera conocido anteriormente. Y además era perspicaz. De inmediato había visto la ventaja de haber sido destinado a la región central de Carolina del Norte. Dudaba de que alguien de la familia hubiera adivinado que se había enrolado porque albergaba la esperanza de ir a parar a la tierra natal de su padre.

Si fuera como su hermano Patrick, intentaría mantener una relación pasajera con Arley y nada más. Pero él no era como su hermanastro.

«No sé quién demonios soy ni adónde pertenezco», pensó con un suspiro.

Todavía no había ido al pueblo natal de su padre. Conocía por fotografías la gran casa de la familia Baron. Todavía pertenecía a Sloan, aunque estaba alquilada a perpetuidad. Había buscado muchas excusas para no ir. Sin embargo, si era honesto consigo mismo, debía admitir que si no se había acercado por allí para investigar la historia de la familia Baron era por temor a descubrir que no se sentiría más identificado con sus raíces blancas de lo que estaba con sus raíces indígenas. No estaba preparado para reconocer que era un inadaptado. Un mestizo que no calzaba en ninguno de los dos mundos.

En la oscuridad de su habitación, de pronto le asaltó el recuerdo del hijito de Arley. Cuando lo vio por primera vez, de inmediato reconoció la mirada en los ojos del niño. Era la mirada del miedo. Estaba atrapado en una querella de adultos y no sabía qué partido tomar. Había visto esa misma expresión al mirarse al espejo cuando era niño, cuando Sloan y la tribu se disputaban su custodia.

Will dejó escapar otro suspiro. Tenía que dejar de pensar en Arley Meehan y su hijo y el problema que tenía con su ex marido.

Él tenía sus propios problemas. En primer lugar debía evitarle disgustos a su familia. Era natural que se preocuparan por el próximo despliegue militar en el que naturalmente tendría que participar. Aunque ignoraban que se encontraba muy desorientado, que había perdido el rumbo. No, no les había confiado las dudas y temores que albergaba en su interior.

«¿Sientes nostalgia del hogar?», había preguntado Arley.

Sí, tal vez más de la que admitía. Añoraba su familia tan singular, tan desigual. Añoraba el desierto, el lugar al que casi pertenecía. Echaba de menos… algo inefable. Algo como una breve conversación con una bonita joven. Y no podía dejar de recordar sus palabras.

Quizá volvamos a vernos en otra ocasión.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

HAS llamado a tu casa en las últimas dos semanas? —preguntó Bernie Copus, intencionadamente.

—Sí —respondió Will.

—¿Has escrito cartas?

—Sí, ¿por qué?

—¿Las has enviado?

—Copus…

—Luego estás seguro de que te has puesto en contacto con tu familia últimamente.

—Sí, estoy seguro.

—Bueno, entonces no se trata de eso.

—¿De qué hablas?

—Me he enterado de buena fuente que el teniente quiere verte cuanto antes. Te llamará en cualquier momento, hijo.

Will aceptó la predicción sin hacer comentarios. Aunque sentía una leve curiosidad, continuó colocando cajas de gasas esterilizadas en las baldas del armario de la clínica.

—Cualquier otro se mostraría ansioso por saber qué quiere el teniente. Y tú ni parpadeas.

—Parpadeo, créeme —dijo al tiempo que abastecía el siguiente armario.

—Sí, pero no preguntas nada. Verás, hijo, tengo una o dos teorías y, afortunadamente para ti, estoy dispuesto a compartirlas. En el bien entendido de que obtendré una recompensa, claro está.

—Olvídalo.

Copus era capaz de levitar con tal de sacarle unos dólares a algún incauto.

—¿Qué crees que quiere el teniente?

—Supera mi comprensión.

—Puede que quiera que le des algunos consejos —dijo Corpus.

—No tengo consejos que dar.

—Seguro que sí, hijo. Podrías aconsejarle cómo llevar su vida amorosa. Está triste —respondió con una irónica sonrisa de oreja a oreja.

—Si quisiera algún consejo sobre su vida amorosa, te buscaría a ti, no a mí.

—O tal vez podrías darle algunas indicaciones sobre cómo vivir peligrosamente.

—El teniente está en el ejército. Seguro que ya lo sabe.

—Está bien, Will. ¿Quieres saber para qué te busca el teniente, o no?

—No.

—De acuerdo, olvida lo de la recompensa, Will. Creo que es por algo importante, hijo. Si no lo fuera, te llamaría el sargento; pero no el teniente. Creo que vas a tener que preparar una historia antes de…

—¡Copus! —gritó una voz de mujer desde el vestíbulo.

Kate Meehan, señora Doyle en la actualidad, había regresado de su luna de miel.

—Debería haber vuelto de mejor humor —comentó Copus en voz baja—. ¡Sí, señora! —respondió a voces al tiempo que salía apresuradamente de la habitación.

Will continuó con su tarea mientras oía a Copus que se justificaba con ella. Atribuía el incumplimiento de sus deberes a circunstancias fuera de su control, como que el teniente Quinlan, que por cierto no se le veía muy feliz, necesitaba ver cuanto antes al especialista Will Baron.

—Estoy enterada de su tristeza. ¡Baron! —gritó Kate—. Deja lo que estás haciendo y ve a ver qué quiere el teniente. Y tú deja de holgazanear.

Will ocultó una sonrisa. A pesar de su aparente indiferencia, le inquietaba la llamada del teniente Quinlan. En lugar de tomar el ascensor, subió por la escalera y, cuando pasaba junto a las ventanas del corredor, notó que llovía suavemente.

—El teniente quiere verme —dijo al único funcionario que pudo encontrar cuando entró en la cueva del león.

—Acaba de irse y no dijo cuándo volverá, aunque en tu lugar, yo esperaría —sugirió al ver que Will se disponía a marcharse.

Will esperó largo rato contemplando la lluvia que caía mansamente en tanto recordaba el aroma de la tierra mojada las pocas veces que llovía en su tierra natal, más bien desértica.

Cuando acababa de decidir que ya era hora de volver a su trabajo, apareció el teniente Quinlan.

—¡Que pase! —dijo en tono cortante cuando el funcionario le avisó que Will esperaba—. Cierre la puerta —ordenó al verle entrar.

Will pudo notar de inmediato que Bernie Copus tenía razón. El teniente no estaba contento.

—A la orden, señor.

—Siéntese.

—Sí, señor.

Will se sentó mientras el teniente se dejaba caer en el sillón detrás de la mesa de trabajo.

—No voy a andar con rodeos, Baron. Hemos recibido una queja —comenzó. Will frunció el ceño casi imperceptiblemente al tiempo que intentaba recordar los episodios más recientes de su vida militar, pero no encontró nada que mereciera la atención del ayudante del jefe. Así que esperó. Esperar era una de las pocas costumbres militares que coincidían con su educación en la reserva de los navajos—. Mire, Baron, no puede ir por ahí entrometiéndose en el matrimonio de otro hombre.

—¿Señor? No comprendo…

—¡Maldita sea, Baron! Me parece haber hablado con claridad. ¡Deje en paz a la mujer!

—Señor, ¿qué mujer?

—¿A cuántas mujeres casadas le ha echado el ojo últimamente?

—A ninguna, señor.

El teniente dejó escapar un suspiro.

—Un civil de las altas esferas se ha quejado al coronel de que la recién separada esposa de su hijo anda liada con el especialista Will Baron. Ése sería usted. Tengo entendido de que hay un hijo de por medio, y el coronel agradecería que usted dejara de entrometerse para no estropear una posible reconciliación familiar. Sobre todo si se trata de una familia como ésa. ¿Entendido? Así que tendrá que quitar de en medio su lamentable trasero.

—Señor, nunca me he entrometido en…

—Hemos terminado, márchese.

—Sí, señor.

Apenas salió del despacho, Will descubrió que Copus lo aguardaba.

—¿Y bien? —preguntó al tiempo que lo seguía en su apresurada carrera escaleras abajo.

—Tenías razón —respondió Will, sin detenerse.

—¿Qué pasó?

—Nada.

—¿Y qué habías hecho?

—Nada.

Bernie Copus no pensaba darse por vencido, así que lo siguió por el corredor intentando darle alcance.

—No me digas que seguiste tonteando con «tú sabes quién» después de lo que te dije —comentó. Will no se detuvo—. De acuerdo, no quieres hablar, lo respeto. Y no es porque esa pequeña flor no merezca que alguien la arranque de la planta…

—¡No he estado cortando flores! —espetó Will.

Varios reclutas se detuvieron para escuchar lo que decían.

—Bueno, no importa si lo hiciste o no lo hiciste. Hijo, si te han llamado de la jefatura es porque alguien quiere asegurarse de que te enteres de las reglas del juego. Te lo dije, ¿verdad que sí? Será mejor que empieces a prestar atención a los consejos del tío Copus. ¿Le vas a decir a la pequeña flor que te han advertido de que no te metas con ella?

—¡Ni siquiera la conozco!

—Sí, pero eso no fue un impedimento para que casi le dieras una patada en el trasero al ex marido el día de la boda, ¿no es cierto? ¿Qué piensas hacer ahora?

—Voy a meterme en mis propios asuntos.

—¡Copus! —Kate llamó a voces desde el corredor—. ¿Qué te dije?

—Hijo, no te preocupes —declaró Copus antes de echar a correr en dirección al lugar donde se suponía que debía estar—. Tú y yo vamos a encontrarle una solución al problema.

 

 

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kate.

Por el énfasis de su tono, Arley comprendió que no se refería a la caja que estaba llenando.

Como no podía permitirse pagar el piso que había compartido con Scott, había decidido mudarse al apartamento que el marido de Kate acababa de dejar en la planta superior de la gran casa Victoriana de la señora Bee. Las hermanas Meehan se habían criado en la casa de al lado y Arley se sentía muy afortunada porque la señora Bee había aceptado tenerla como inquilina junto con el pequeño Scottie.

—Será mejor que me lo digas tú —replicó la joven.

—Will Baron es un buen hombre, Arley.

—¿Will Baron? ¿Qué pasa con él?

—Lo has puesto en una situación comprometida.

—¿De qué estás hablando? No lo he visto desde el día de tu boda.

—Sí, el mismo día en que casi tuvo un altercado con Scott…

—No fue culpa mía. Fue idea de Grace invitar a Scott. Tal vez deberías hablar con ella. Y estás en deuda con Will Baron porque si no hubiese sido por él, tu recepción hubiera terminado en una pelea de bar, como en las películas de John Wayne.

—Eso no importa. Lo único que sé es que lo llamaron de la jefatura.

—Kate, de verdad que no sé qué significa todo eso.

—Significa que su teniente le sugirió que no frecuentara tu compañía.

—¿Qué? ¿Estás de broma? ¿Desde cuándo al ejército le importa que haya hablado con uno de sus médicos quince minutos como mucho?

—Ignoro los detalles, aunque imagino que los McGowan algo tienen que ver en el asunto.

—No conozco ningún McGowan que tenga tanta influencia en el ejército. ¿Quién te lo contó? ¿Will?

—No, he oído rumores por ahí.

—Tal vez no sean ciertos —sugirió Arley. Kate alzó una ceja—. De acuerdo, digamos que todo es verdad. Afirmas que un oficial llamó a Will para advertirle que no debe relacionarse conmigo. Kate, me niego a creer que el Ejército de los Estados Unidos obedezca órdenes de la familia McGowan. ¿Qué van a hacer si Will vuelve a hablar conmigo? ¿Enviarle al calabozo?

—Arley, hoy en día la imagen pública de los militares es más importante que en el pasado. Créeme, la vida de un recluta es menos dura si sus superiores están contentos y el soldado no les hace quedar mal en sus habituales partidas de golf.

—¿Partidas de golf? —preguntó Arley con incredulidad. Kate se encogió de hombros—. Will no ha hecho nada, salvo charlar conmigo en la recepción e impedir que Scott me sacara del pub contra mi voluntad. Ah, y el año pasado le regaló a Scottie una turquesa para su colección de piedras. ¿Qué hay de malo en todo eso?

—Ya te he dicho que la imagen cuenta mucho y quién sabe qué están tramando los McGowan. No olvides que la ley de alejamiento continúa vigente en este Estado.

—¡Sí que está bueno! ¿Es que nadie recuerda que el divorcio es inapelable? Nadie tiene que decirme con quién debo o no debo hablar. Ni los McGowan, ni el Ejército de los Estados Unidos, ni nadie.

—Me parece que en el fondo esto no tiene mucho que ver contigo —comentó Kate con la serenidad que demostraba cuando tenía razón y lo sabía—. Se trata de que Will Baron no debería sufrir un disgusto a causa de un matrimonio fracasado, sobre todo porque tiene sus propios problemas.

—Gracias, Kate. En realidad necesitaba a alguien que me lo indicara. Ya me siento bastante desgraciada, y ahora resulta que estoy perjudicando a un inocente.

—Arley sólo quería que te des cuenta de la situación.

—¡Me doy cuenta! Tendré que hablar con él.

—¿Con quién?

—Con Will.

—¿No has oído lo que te acabo de decir?

—¿Y tú? Le debo una explicación.

—No creo que desee verte. Te he contado todo esto para que estés prevenida. Los McGowan son muy influyentes y no vacilarían en hacer uso de sus relaciones.

—Gracias por decírmelo. Sé todo acerca de las relaciones de los McGowan. ¡Pasaron por alto las correrías de Scott con las mujeres de mala fama de toda la ciudad! Todo lo que les importaba era que yo hiciera la vista gorda para no ser testigos de un divorcio escandaloso.

—¡Eh, que no es culpa mía!

—Lo sé, sólo que eres la única persona que está aquí conmigo.

Kate la abrazó con una sonrisa.

—Ahora tengo que marcharme. Me alegro de que casi hayas vuelto al hogar. Será agradable verte a ti y a Scottie en casa de la señora Bee.

—¿Sabe Grace lo que le ha sucedido a Will?

—¡No! —le aseguró su hermana y, tras pellizcarle la mejilla, se marchó rápidamente.

Arley se quedó mirando la caja a medio llenar. Podría llamar al hospital, o dejar un mensaje para que Will la llamara.

Estaba tan acostumbrada al modo de actuar de los McGowan, que no le sorprendía en absoluto lo que le había ocurrido a Will. La familia tenía muchos prejuicios, y uno de ellos era su desdén por todo lo relacionado con los militares, a pesar de que gran parte de su fortuna se debía al Ejército de los Estados Unidos.

Arley decidió que por una vez en su vida no actuaría de forma impulsiva. Sopesaría sus opciones, las posibles consecuencias y las ventajas de ser prudente.

O de no serlo.