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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Robyn Grady. Todos los derechos reservados.

TODAVÍA ENAMORADOS, N.º 1796 - julio 2011

Título original: Amnesiac Ex, Unforgettable Vows

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-628-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

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Portada Amor y fuego

www.harlequinibericaebooks.com

Capítulo Uno

Laura Bishop levantó la cabeza del almohadón y aguzó el oído. Dos personas mantenían una conversación, apenas audible, al otro lado de la puerta de la habitación del hospital. La primera voz era la de su hermana, siempre fogosa; la segunda era la de su esposo, Samuel Bishop, igualmente apasionado.

Se mordió el labio inferior e intentó entender lo que decían. No tuvo suerte, aunque era obvio que ni Grace ni Bishop estaban precisamente contentos.

Aquella mañana, Laura se había pegado un golpe en la cabeza y Grace, que estaba de visita, insistió en llevarla al hospital para que le echaran un vistazo. Mientras esperaban a que la atendieran, Laura le pidió a Grace que llamara a Samuel a su despacho de Sidney; no quería molestarlo, pero sabía que en Urgencias se eternizaban y no quería que su marido volviera a casa, la encontrara ausente y se preocupara.

Además, Bishop querría estar informado. Era un hombre muy protector; a veces, demasiado protector. Sin embargo, Laura lo comprendía porque tenía motivos para interesarse por su salud; a fin de cuentas padecía un defecto cardíaco de carácter congénito, y él mismo tenía antecedentes parecidos en su familia.

La puerta se abrió ligeramente y Laura se apoyó en los codos.

–No quiero que se preocupe –bramó Grace desde el pasillo.

–Ni yo tengo la menor intención de preocuparla –contraatacó Samuel.

Laura se volvió a tumbar, deprimida. Le habría gustado que sus dos seres más queridos se llevaran bien; pero Grace parecía ser la única mujer de la Tierra inmune a los encantos de Samuel Bishop. En cambio, ella se había quedado prendada de su carisma y de su atractivo en cuanto lo conoció.

Pero últimamente, había empezado a dudar.

Adoraba a Bishop y estaba segura de que él le correspondía. Sin embargo, la semana anterior había hecho un descubrimiento sobre sí misma que podía cambiar las cosas. Tal vez se habían equivocado al casarse tan pronto.

La puerta se abrió un poco más. Cuando vio el cuerpo atlético de su marido y lo miró a los ojos, se sintió más mareada que en todo el día. Llevaban seis meses juntos y todavía la excitaba y la dejaba sin respiración con una simple mirada.

Se había puesto un traje oscuro, hecho a medida, que le quedaba tan bien como el esmoquin de su primera noche, cuando le clavó aquellos ojos azules y la invitó a bailar. Pero esta vez no había intensidad alguna en su expresión; de hecho, a Laura le pareció que no reflejaba ninguna emoción.

Se estremeció, extrañada.

Bishop era un hombre extraordinariamente atento. Quizás estaba enfadado con ella por haberse resbalado; o quizás, por haberlo sacado de su trabajo.

Fuera como fuera, Laura rompió el hechizo, se llevó una mano a la venda de la frente y sonrió con debilidad.

–Al parecer, me he caído –dijo.

Él frunció el ceño.

–¿Al parecer?

Ella dudó antes de contestar.

–Es que no recuerdo nada... El médico ha dicho que son cosas que pasan de vez en cuando. Alguien se cae, se pega un golpe en la cabeza y no recuerda lo sucedido.

Samuel se desabrochó la chaqueta y se pasó una mano por la corbata. Tenía unos dedos largos y delgados, en unas manos grandes y habilidosas. Ella adoraba esas manos; sabían cómo y dónde debían tocar para causar placer.

–¿No recuerdas nada en absoluto?

Laura apartó la mirada y echó un vistazo a la habitación, tan aséptica como todas las habitaciones de los hospitales.

–Recuerdo al médico que me atendió cuando llegué... y también recuerdo las pruebas que me hicieron –contestó.

Bishop entrecerró los ojos.

Nunca le habían gustado las intervenciones médicas. Laura lo supo dos meses después de que empezaran a salir, cuando le propuso matrimonio. Se presentó con un anillo de diamantes y ella se llevó una sorpresa tan agradable que aceptó sin dudar. Aquella misma noche, mientras descansaban en la cama, le contó que padecía una cardiomiopatía hipertrófica; no se lo decía a todo el mundo, pero le pareció que merecía saberlo.

Bishop se preocupó más de lo que habría imaginado. La abrazó con fuerza y preguntó si podía pasar la dolencia a sus hijos, en el caso de que los quisieran tener. Laura, que había investigado mucho al respecto, respondió lo que sabía: que existía la posibilidad y que la dolencia se podía detectar durante las primeras fases del embarazo, aunque no había más tratamiento posible que el aborto.

Cuando lo supo, Laura notó que esa perspectiva no le agradaba más que a ella; sin embargo, fue evidente que tampoco quería que se arriesgaran con un embarazo de final dudoso.

–Grace me ha dicho que te vio cuando llegaba a tu casa. Dice que te caíste de la pasarela del jardín.

Laura asintió. Era una caída de casi dos metros de altura.

–Sí, es lo mismo que me dijo a mí.

–También dice que estás desorientada...

–No, al contrario. Hacía tiempo que no pensaba con tanta claridad –afirmó.

Bishop la miró de forma extraña, como si no estuviera seguro de que se encontrara totalmente en sus cabales. De hecho, mantuvo las distancias y no se acercó para animarla. La miraba como si se acabaran de conocer y le pareciera una anomalía curiosa.

–Bishop, ven aquí, por favor. Tenemos que hablar.

Él adoptó una expresión sombría y se acercó a regañadientes. Laura se preguntó si el médico le habría dado algo más que los detalles de su caída. De ser así, sería mejor que se lo dijera ella misma, antes de que se enterara por terceros. Pero no sabía cómo iba a reaccionar cuando supiera que se había hecho una prueba de embarazo.

Se incorporó un poco, con intención de sentarse en la cama y poner los pies en el suelo. Bishop reaccionó al instante; se acercó a ella con dos grandes zancadas, la volvió a tumbar y la tapó con la sábana.

–Tienes que descansar, Laura.

Ella estuvo a punto de reír. Su preocupación le parecía excesiva y absurda.

–Pero si estoy perfectamente...

Él volvió a fruncir el ceño.

–¿Seguro?

–Seguro.

–¿Sabes dónde estás?

Laura suspiró.

–Oh, vamos... ya he mantenido esa conversación con el médico, además de con Grace y un montón de enfermeras. Estoy en el hospital; al oeste de Sidney y al este de las Montañas Azules –ironizó.

–¿Cómo me llamo?

Ella sonrió y cruzó las piernas con timidez fingida.

–Winston Churchill.

Él la miró con humor durante unos segundos. Después, carraspeó y declaró con toda la seriedad de la que era capaz:

–Déjate de bromas.

Ella lo miró con exasperación; pero conocía a Bishop y sabía que podía ser muy obstinado, de modo que decidió colaborar.

–Te llamas Samuel Coal Bishop. Te gusta leer el periódico de principio a fin, te gusta salir a correr y te gusta el buen vino. De hecho, te recuerdo que esta noche celebramos un aniversario... han pasado tres meses exactos desde que nos casamos.

Las palabras de Laura fueron un golpe para él. Lo dejaron atónito, pero mantuvo el aplomo y se pasó una mano por el pelo.

Grace y la enfermera le habían dicho que se había pegado un golpe y que estaba confusa. Nadie le había advertido de que había olvidado los dos últimos años de su vida. Laura creía que seguían casados.

Había perdido la cabeza.

Durante un momento, pensó que le estaba tomando el pelo; sin embargo, sólo tuvo que contemplar sus ojos de color esmeralda para saber que no era una broma. Aquélla era la cara inocente y casi angelical de la mujer con quien había contraído matrimonio.

Cuando Grace lo llamó por teléfono y le dijo que Laura quería verlo, se preguntó por qué. Pero ahora lo entendía. Y también entendía que Grace insistiera en no mirarlo a los ojos cuando le pidió que le informara sobre su estado.

La hermana de Laura lo culpaba del fracaso de su matrimonio; seguramente albergaba la esperanza de que recobrara la memoria en cuanto viera al hombre que, desde su punto de vista, la había abandonado. De ser así, él volvería a ser el malo de la historia y la controladora y obsesiva Grace se convertiría en la heroína de su hermana pequeña.

Unos minutos antes, Bishop no habría creído que su opinión de Grace pudiera empeorar; pero se había equivocado.

Miró a Laura y supo que no podía desentenderse y marcharse sin más. Su divorcio no había sido ni pacífico ni agradable, pero estaba enferma y lo necesitaba. Además, había estado profundamente enamorado de ella.

Pensó que había muchas posibilidades de que Laura ni siquiera le agradeciera el esfuerzo si llegaba a recuperarse; pero en cualquier caso, se sintió obligado a ayudar.

–Laura, no estás bien –dijo con una sonrisa forzada–. Tienes que quedarte en el hospital esta noche. Hablaré con el médico y...

Bishop se detuvo unos instantes porque, en realidad, no sabía qué hacer.

–Y ya veremos lo que pasa –añadió.

–No.

Él frunció el ceño.

–¿No? ¿Qué quieres decir con eso?

Laura lo miró con angustia y extendió los brazos hacia él.

Bishop permaneció inmóvil. Sabía que debía evitar el contacto físico con ella, porque era incapaz de resistirse a sus encantos. Pero había transcurrido más de un año desde la última vez que se habían visto y supuso que su deseo estaría tan enterrado como el amor que habían compartido.

Se acercó lo suficiente y permitió que lo tomara de las manos. La sangre le empezó a hervir al instante, y por la mirada de Laura, era obvio que ella sentía lo mismo.

–Cariño, he pasado media vida en habitaciones de hospitales –murmuró Laura–. Sé que tus intenciones son buenas, pero no necesito que me tengan entre algodones. No soy una niña; soy una mujer adulta y sé que estoy bien.

Bishop rompió el contacto, dio un paso atrás y habló con frialdad y firmeza.

–Me temo que no estás en posición de objetar nada.

Ella apretó los labios, molesta.

–Si crees que renuncié a mi libertad cuando me casé contigo, te aseguro que...

Laura dejó la frase sin terminar. Se quedó repentinamente pálida, como si le hubieran dado una bofetada.

Tardó unos segundos en reaccionar. Y cuando lo consiguió, lo miró con tristeza y remordimiento.

–Lo siento, Bishop, lo siento muchísimo. No pretendía decir eso. No lo he dicho en serio.

Bishop suspiró. Por lo visto, su pérdida de memoria no inhibía los sentimientos que albergaba hacia él. La mujer que lo había acusado era la misma Laura que lo había echado de casa sin pestañear; la misma que, un día después, firmó los papeles del divorcio.

Contrariamente a lo que Grace pensaba, él no había sido el culpable de su ruptura.

Pero no la odiaba. Por mucho daño que le hubiera hecho, no la odiaba. Ni la amaba. Lo cual de

bía de facilitar las cosas.

–Anda, túmbate y descansa un poco.

–No quiero descansar. Necesito hablar contigo.

Él insistió.

–Túmbate.

Laura no le hizo caso. Bishop estuvo a punto de obligarla por su propio bien, pero se contuvo e intentó razonar con ella.

–Mira, sé que te sientes con fuerzas, pero...

–Pensé que me había quedado embarazada –lo interrumpió.

Bishop se llevó tal sorpresa que se mareó y se tuvo que sentar en la cama.

–¿Cómo? –acertó a preguntar.

–Estaba muy contenta, pero también preocupada. No sabía lo que dirías al saberlo.

Él sintió un dolor en el pecho y un vacío espantoso en su interior. No podía pasar otra vez por aquello.

–Escucha, Laura... No estás embarazada de mí. No puedes estarlo.

–Bueno, sé que siempre usamos preservativos, pero no es un método seguro al cien por cien –afirmó ella.

Bishop pensó que se encontraba peor de lo que había imaginado y consideró la posibilidad de decirle la verdad. De haber estado en su caso, él lo habría preferido; además, no quería que se sintiera una estúpida más tarde. No podía estar embarazada de él porque habían pasado casi dos años desde su último encuentro amoroso.

Cerró los ojos un momento y se resistió al deseo de tomarla entre sus brazos. Se acordó del día en que se conocieron, de su luna de miel, de su boda, de todo lo que compartieron hasta que su amor se fue apagando.

–No estás embarazada –repitió al fin.

Ella asintió.

–Ya lo sé. El médico me lo ha dicho. Pero cuando creí que llevaba un bebé en mi vientre, me di cuenta de que...

Laura dejó de hablar.

–¿De qué te diste cuenta?

–Bishop, quiero tener un hijo. Sé que existe el peligro de que herede mi enfermedad cardíaca, pero debemos tener fe.

Bishop se estremeció. Habían mantenido esa misma conversación dos años antes, cuando su relación ya se había empezado a romper.

–Discúlpame, Bishop. No debería habértelo dicho de un modo tan repentino.

Él sacudió la cabeza y se levantó. Necesitaba estar solo para pensar. La situación empeoraba por momentos.

–¿Quieres que te traiga alguna cosa? –preguntó–. ¿Necesitas algo?

Ella se puso en pie, llevó una mano a su pecho y contestó:

–Sólo necesito una cosa. Que me beses.

Capítulo Dos

Bishop la miró a los ojos y comprendió que aquella Laura estaba sinceramente enamorada de él; pero era consciente de que no estaba en sus cabales y se apartó de ella enseguida, aunque no sin dificultad.

Rechazar su afecto fue una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida; durante la última época de su matrimonio, Bishop habría dado cualquier cosa por conseguirlo, pero Laura se lo había negado. Definitivamente, tenía que ser cauteloso; si se dejaba llevar, se vería arrastrado al abismo en el que había caído su exmujer.

–Laura, éste no es el momento más oportuno –declaró.

–¿El momento más oportuno? –preguntó ella, desconcertada–. No lo entiendo... Somos pareja; nos besamos todo el tiempo.

Al contemplar su angustia, Bishop cometió el error del acariciarle un brazo. Automáticamente, sintió una oleada de calor que activó todas sus alarmas.

Apretó los dientes, dio otro paso atrás y dijo:

–Voy a hablar con el médico.

–¿Sobre la prueba de embarazo?

A él se le hizo un nudo en la garganta.

–Sí, sí... claro. Sobre la prueba de embarazo.

Salió de la habitación, se dirigió al mostrador de las enfermeras y preguntó por el médico de Laura. Las enfermeras señalaron a un hombre de bata blanca que en ese momento desaparecía por uno de los corredores laterales. Bishop salió tras él y lo alcanzó.

–Doctor...

El médico, de mediana edad, se detuvo y lo miró.

–¿Sí?

–Soy Samuel Bishop. Tengo entendido que lleva el caso de Laura Bishop...

–En efecto. ¿Usted es su esposo?

–Algo parecido.

El médico sonrió y lo llevó a un aparte para que nadie oyera la conversación.

–Encantado de conocerlo, señor Bishop. Soy el doctor Stokes –se presentó–. Como ya habrá observado, Laura padece amnesia.

–¿Será temporal?

–Eso depende. En este tipo de casos, la gente recupera la memoria poco a poco; pero hay excepciones...

–¿Excepciones? –preguntó con preocupación.

El doctor Stokes asintió.

–De todas formas, las pruebas indican que su esposa no tiene fracturas ni contusiones. Puede marcharse a casa ahora mismo, aunque tal vez prefiera pasar la noche en el hospital... Decidan lo que decidan, despiértela cada tres horas cuando se quede dormida y pregúntele cosas sencillas, como su nombre y la dirección donde viven, para asegurarse de que se mantiene estable.

Bishop se rascó la cabeza.

–Me temo que hay un problema, doctor... Ya no soy su marido.

El doctor arqueó las cejas.

–¿Que no es su marido? Pero su cuñada ha dado a entender que...

–Mi excuñada –puntualizó.

El médico lo miró con simpatía al comprender lo sucedido. Se metió las manos en los bolsillos de la bata y declaró:

–La memoria es caprichosa... Les recomiendo que le enseñen fotografías cuando crean que esté preparada; estoy seguro de que tardará poco en recordar los acontecimientos más recientes.

Stokes pareció a punto de decir algo más, pero se contuvo y se limitó a despedirse.

–Buena suerte, señor Bishop.

Justo entonces, el teléfono móvil de Bishop empezó a vibrar. Lo sacó y echó un vistazo a la pantalla. Era un mensaje de Willis McKee, su mano derecha en el trabajo; decía que tenían un comprador y que necesitaba hablar con él cuanto antes.

Bishop se llevó una buena sorpresa. Bishop Scaffolds and Building Equipment estaba en venta desde la semana anterior, pero pedía varios millones de dólares por ella y no imaginaba que encontraría un comprador en tan poco tiempo.

Su vida estaba cambiando muy deprisa. Primero se había divorciado y ahora estaba a punto de librarse de su empresa. Además, estaba saliendo con una mujer encantadora; sólo llevaban un mes y no iban muy en serio, pero se divertía mucho con ella.

Entre otras cosas, porque Annabelle no pedía imposibles. Se guardó el teléfono y volvió a considerar sus opciones.

Por una parte, no se podía marchar; por otra, no se podía quedar. Tenía un problema sin solución aparente. Un problema que empeoró segundos después, cuando alguien lo tocó en el hombro y resultó ser Grace.

–Supongo que ya lo sabes –dijo ella.

Él la miró con recriminación.

–Sí. Gracias por advertírmelo –ironizó.