Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Teresa Southwick. Todos los derechos reservados.

ENAMORADA DE DON PERFECTO, Nº 1945 - julio 2012

Título original: Holding Out for Doctor Perfect

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0680-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

AVERY O’Neill tenía muchos secretos de los que sentirse culpable, pero su actitud hacia cierto cirujano cardiotorácico no era uno de ellos.

Dejó de moverse el tiempo suficiente para mirar a Ryleigh Evans, su mejor amiga.

—Ya es bastante malo tener que aguantar a Spencer Stone en tu boda. No seré yo quien cuestione la elección de padrino que ha hecho tu futuro esposo, pero acabo de enterarme de que tengo que ir a Dallas con él.

Se encontraban en el despacho de Ryleigh, que estaba sentada tras su escritorio viendo a Avery caminar sin parar presa de la frustración. Tenía el brillo de las embarazadas, ya que su bebé nacería en cuatro meses. Era una morena muy guapa, y la felicidad le hacía ser más guapa todavía.

—¿Por qué tienes que ir con él? —le preguntó.

—Llevo meses diciéndole a Stone que el robot quirúrgico que va persiguiendo igual que persigue a todas las mujeres atractivas del hospital no está en el presupuesto. Me saltó y fue a hablar con mi jefe, quien me dijo que el doctor Stone atrae pacientes, publicidad e ingresos al Centro Médico Mercy. En resumen, es la gallina de los huevos de oro y tenemos que tenerle contento.

—¿Y cómo piensas hacerlo? —le preguntó su amiga con doble intención.

—No vayas por ahí.

Avery desde luego no pensaba hacerlo. Spencer Stone solo estaba interesado en el sexo sin compromiso, y a ella eso no le interesaba. Conocía a los de su clase, el tipo al que las mujeres no podían decirle que no. Ella aprendió en el instituto de la peor manera que no saber decir que no y acostarse con esa clase de chicos traía consecuencias. En su caso se trató de un embarazo no deseado y del nacimiento de una niña que tuvo que entregar en adopción.

Deslizó la mirada hacia el vientre de su amiga y se fijó distraídamente en cómo se pasaba la mano en gesto protector. La envidia y la tristeza se apoderaron de ella. Avery lo disimulaba como siempre hacía, mostrándose picajosa. Nunca le había confesado a nadie aquel secreto, ni siquiera a su mejor amiga.

—Tengo que ir con Stone para hablar con el departamento comercial y averiguar si esa tecnología de la Guerra de las Galaxias es realmente viable.

—¿Y a qué se dedicará él mientras tú haces números?

—Jugar con la carísima tecnología de la Guerra de las Galaxias.

Ryleigh asintió.

—Entiendo la postura de la administración del hospital. No quieren que termine trabajando en otro lado. Es muy bueno arreglando corazones.

—Me alegro, porque rompe demasiados.

Ryleigh le dirigió una mirada cargada de paciencia.

—Le conocerás mejor en la boda. Prometo que no te diré que ya lo sabía cuando descubras que estabas equivocada con Spencer. Si fuera tan malo como crees, no sería tan amigo de Nick.

Su mejor amiba iba a casarse de nuevo dentro de dos días con el doctor Nick Damian, el amor de su vida y el padre del hijo que esperaba. Avery era la dama de honor, lo que significaba que tenía que mostrarse encantadora. Pero para eso faltaba todavía dos días, y en aquel momento estaba enfadada.

—Stone es un imbécil.

—No es verdad. Es un buen tipo.

—Ya —Avery se cruzó de brazos dándole la espalda a la puerta abierta del despacho—. Todavía no he conocido a ningún cirujano que no se crea lo máximo y que no sea un obseso del control.

Avery se ponía furiosa cada vez que pensaba en la presión a la que la sometía Spencer Stone. Le llenaba el correo de mensajes urgentes de código rojo, y cuando eso no funcionaba la buscaba por todo el hospital hasta que daba con ella.

—¿Qué parte de la palabra «no» se le escapa?

—Ahora no es el momento de…

—Sí, lo es —Avery tenía ganas de seguir con el tema, y no hizo caso de los ojos en blanco que puso su amigo ni de la forma en que señalaba hacia la puerta—. Te juro que, si alguna vez conozco a un médico amable, tendría relaciones sexuales con él al instante…

—Avery —Ryleigh se llevó la mano a la garganta para indicarle que se callara.

Ella sintió que se le caía el alma a los pies y una oleada de calor le atravesó el cuerpo.

—Está detrás de mí, ¿verdad?

—Tengo entendido que vamos a viajar juntos. Hola, Avery.

El doctor Corazón de Piedra estaba justo a su lado.

Tenía una sonrisa pícara.

—Y como soy un cirujano realmente amable, al parecer también vamos a tener relaciones sexuales.

—No seas malo, Spencer —le regañó Ryleigh—. Te he defendido, y te agradecería que no me hicieras quedar como una mentirosa.

Avery no sabía qué decir. Acababa de insultar al brillante médico al que la administración del hospital le bailaba el agua para tenerle contento. Iban a viajar juntos porque él quería un robot y ella tenía que estrujar los números para conseguirlo. Si Stone decía que saltaran, su jefe le preguntaría cuántas veces. Si Stone decía que despidieran a Avery O’Neill, estaría en la calle en menos que canta un gallo.

Avery miró a su amiga porque no era capaz de mirarle a él.

—La próxima vez tienes que hacerme un gesto más claro.

—¿La próxima vez? —Spencer apoyó la cadera en la esquina del escritorio de Ryleigh. Sus penetrantes ojos verdes miraban con inteligencia. Llevaba el pelo rubio oscuro cortado a lo militar, lo que iba a juego con su mandíbula cuadrada. No era justo que el pijama verde del hospital le hiciera parecer tan sexy como un beso bajo la luna llena—. ¿Tienes pensado volver a hablar mal de mí, Campanilla?

Avery dio un respingo pero no dijo nada. La llamaba así porque medía un metro y cincuenta y dos centímetros, pesaba cuarenta y cinco kilos y llevaba el rubio cabello corto.

—¿Querías algo, Spencer? —le preguntó Ryleigh agarrando el bolso y poniéndose de pie.

—Solo quería confirmar la hora del ensayo de la boda.

—Mañana a las seis y media en casa. Después llevaremos a la comitiva nupcial a cenar.

—Confírmame quién estará en la comitiva nupcial —le pidió mirando directamente a Avery con un brillo travieso en los ojos.

—Vamos, Spencer, por favor. Tienes una memoria de elefante, nunca se te olvida nada. Sabes que solo sois Avery y tú. Ella es mi mejor amiga y mi dama de honor. No te metas con ella.

Los dos siguientes días iban a ser como una doble cita interminable. El destino se estaba riendo a carcajadas de ella.

—De acuerdo. ¿Te encuentras bien? —señaló a Ryleigh con la cabeza.

—Estupendamente —la joven sonrió y se pasó la mano por el vientre—. Las náuseas matinales han desaparecido.

—Qué bien.

—Bueno, tengo que ir a buscar a Nick. Pero vosotros dos podéis utilizar mi despacho para reestablecer relaciones diplomáticas.

—¿No quieres hacer de árbitro? —le pidió Spencer.

—Ni loca. Portaos bien el uno con el otro —añadió con firmeza camino de la puerta.

Cuando se marchó, Avery y Spencer se miraron. La expresión del médico era desafiante, pero no dijo nada. El silencio estaba poniéndole nerviosa y necesitaba llenarlo. En parte porque no habría demasiados invitados en el ensayo ni en la boda y en parte porque además tenía que trabajar con él. Y viajar con él, que era todavía peor.

—En cuanto al comentario que he hecho —aspiró con fuerza el aire y le miró a los ojos sin pestañear—, solo estaba expresando una opinión. Lo siento si he herido tus sentimientos.

—No parece que lo sientas —afirmó él.

Eso se debía a que solo lamentaba que lo hubiera oído.

—La procesión va por dentro.

—A diferencia de tu punto de vista, que has expresado claramente por fuera. Y yo también tengo sentimientos.

Avery dudaba que así fuera.

—¿Los tienes?

—Por supuesto —el tono burlón y el brillo de los ojos no la convenció, pero la combinación le aceleró el pulso más de lo que estaba dispuesta a reconocer.

Era demasiado guapo, demasiado sexy, demasiado seguro de sí mismo. Demasiado todo para su gusto. Llenar el silencio solo había servido para que se pusiera más nerviosa.

—Bueno, me alegro de que lo hayamos hablado —Avery se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones negros—. Ya me voy.

—¿Tienes algo que hacer? ¿Algún plan?

—No.

—Deberíamos ir a tomar una copa —sugirió él.

No, no deberían.

—¿Por qué querrías hacer algo así?

Las palabras salieron de su boca sin pensar. No era su intención mostrarse maleducada, pero sin duda podría haber tenido algo más de tacto.

Para su sorpresa, Spencer se rio.

—Nunca se me ocurrió pensar que necesitara una razón para invitar a una mujer a tomar una copa.

—Bueno, me has pillado de sorpresa. No tenemos una relación como de ir a tomar copas.

—Entonces, ¿estás diciendo que sí necesito una razón? De acuerdo, se me ocurre más de una.

—¿Por ejemplo?

El modo en que cruzó los brazos sobre su ancho pecho hizo que los hombros parecieran todavía más anchos. A Avery se le secó la boca y se le aceleró un tanto la respiración.

—Si tomamos una copa juntos, nos conoceríamos mejor. Aliviaría la tensión, y eso haría que la celebración de la boda resultara más divertida y el viaje a Dallas más relajado.

¿En qué planeta? Nada de aquello iba a ser relajado ni fácil.

—Piense lo que piense de ti, nunca haría nada que pudiera estropear la boda de mi mejor amiga. Y soy una profesional. Mis sentimientos personales, sean cuales sean, no impedirán que haga bien mi trabajo.

—Entonces, ¿te opones a conocerme mejor?

—No lo considero realmente necesario —aseguró.

—¿Y también me estás diciendo que no a esa copa?

—Sí, te digo que no.

—De acuerdo —Spencer se incorporó y se dirigió a la puerta—. Hasta luego, Campanilla.

Avery se lo quedó mirando mientras salía. Se sentía un poco culpable por haber dicho lo que pensaba, y eso le resultaba extraño. La culpabilidad, no el decir lo que pensaba.

Aunque Spencer era del mismo tipo que su primer amor no era justo que le encasillara en el mismo molde que al chico que la había dejado embarazada y luego se había alistado al ejército para evitar cualquier responsabilidad. Avery no era de las que juzgaban a una persona basándose en rumores, pero tenía debilidad por los hombres como Spencer Stone, y según su experiencia, aquellas relaciones no terminaban bien. Evitarle era la forma de actuar más inteligente.

Era la noche perfecta para una boda, pero Spencer Stone estaba profundamente agradecido de no ser él quien iba a casarse. Sujetaba corazones latentes con la mano y llevaba a cabo operaciones a vida o muerte todos los días sin romper a sudar, pero la presión de comprometerse con otra persona para siempre le resultaba insostenible.

Pero Nick estaba decidido a seguir adelante, y al menos la madre naturaleza le había regalado un día perfecto. Abril en Las Vegas no tenía nada que ver con los meses de verano, cuando la temperatura era más alta que la del sol. En el jardín del novio habría unos veintidós grados, y los rosados rayos del atardecer coloreaban el cielo azul. Spencer suponía que debía ser romántico si uno estaba en aquel canal.

No era el suyo en aquel momento. Estaba en el jardín de su amigo cumpliendo con su deber de padrino. Nick y él se habían conocido en el comedor de médicos del Centro Médico Mercy hacía varios años y se habían llevado bien al instante. Spencer se había perdido la primera boda porque todo sucedió muy deprisa, pero no se le habían escapado los cambios en su amigo cuando su matrimonio se fue a pique. Spencer ya era reacio al compromiso, pero después del impacto negativo que tuvo aquella experiencia en Nick se convenció todavía más.

Pero ahora su amigo iba a volver a casarse con la misma mujer. E iba a ser padre. Todo parecía perfecto y Spencer les envidiaba. Él no era lo suficiente valiente o estúpido como para dar aquel paso a menos que estuviera completamente seguro de que era lo correcto. En su vida no estaban permitidos los errores, ni los profesionales ni los personales.

Nick estaba a su lado bajo un cenador cubierto de flores que se había instalado para la ocasión. Los invitados hablaban en voz baja a la espera de que empezara la ceremonia. Los novios iban a celebrarlo de forma íntima. Nada de esmóquines, gracias a Dios, solo trajes oscuros. Quince o veinte personas que conocía de vista del hospital estaban sentadas al lado de la piscina. Nick y Ryleigh no tenían mucha familia que él supiera. A diferencia de Spencer, no sabían lo afortunados que eran. La familia podría complicar mucho las cosas.

—¿Tienes los anillos? —Nick se pasó nerviosamente la mano por el ondulado cabello.

Spencer sintió la cajita en el bolsillo de los pantalones. Compuso una falsa expresión de espanto.

—¿Se suponía que tenía que traerlos? —preguntó.

—Buen intento, Spencer. Aunque lo hubieras dicho en serio, nada podría alterarme hoy. Pase lo que pase, Ryleigh va a convertirse en mi esposa. Otra vez.

—¿No te preocupa que no salga bien?

—Ya he pasado por eso —aseguró Nick—. Dejé que saliera de mi vida una vez. No volverá a suceder.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Oye, ¿no se supone que tendrías que tranquilizarme? Ese tipo de preguntas llevaría a un novio nervioso a salir corriendo.

—Esa es la cuestión —Spencer sacudió la cabeza asombrado—. Pareces sólido como una roca, pero ¿cómo puedes estar seguro de que va a salir bien? —insistió.

—Sencillamente, lo sé. Cuando lo sabes, lo sabes.

En aquel momento se abrió la puerta que daba a la casa y salió el reverendo White, el capellán del hospital. Era un hombre de unos sesenta años y pelo gris.

—Señoras y caballeros, vamos a comenzar. Por favor, pónganse de pie para recibir a la novia.

Avery salió por la puerta con un ramo de rosas en tono azul lavanda a juego con el vestido de seda que le llegaba a la altura de la rodilla.

Podría haber jurado que durante un segundo se le paró el corazón. No era una sensación cómoda para un cirujano cardiotorácico ni para nadie.

Entonces apareció Ryleigh con una única rosa blanca en la mano. Estaba radiante con aquel vestido sin tirantes que le llegaba hasta el suelo. Spencer miró de reojo a Nick y supo que su amigo estaba pasando por aquella sensación paralizante en el corazón.

Avery se detuvo, ocupó su lugar a su lado y durante un instante sus miradas se cruzaron. Seguramente se debía al momento, pero por una vez no daba la sensación de que quisiera romperle el cuello.

Y hablando de cuellos, el suyo le llamaba completamente la atención. Y también la tela casi transparente en tono lavanda que le cubría los brazos y el pecho justo por encima de los pequeños senos. No había tirantes visibles de sujetador, lo que le hizo sentir más curiosidad por la ropa interior que llevara debajo del vestido. O la falta de ella.

El reverendo abrió el libro que tenía en las manos y comenzó a leer. Nick y Ryleigh solo tenían ojos el uno para el otro. Tras la lectura de los votos por parte de los contrayentes, el reverendo pidió los anillos, Spencer se los tendió guiñándole un ojo a su amigo.

Nick besó a la novia en medio de los aplausos y los vítores de los invitados. Era el momento de que los novios y los padrinos firmaran la licencia. Spencer le ofreció el brazo a Avery para acompañarla. Ella pareció vacilar pero finalmente aceptó y entraron en la casa.

Spencer se sentía atraído normalmente por mujeres altas de piernas interminables. Las rubias menudas de ojos azules que parecían sacadas de la ilustración de un cuento de hadas no tenían cabida en su lista. Pero había algo en Avery O’Neill que le inquietaba.

Tal vez porque le había dicho que no. Pero eso no explicaba que el aroma de su piel se colara en su interior e hiciera que la cabeza le diera vueltas como una centrifugadora. Al menos él lo ocultaba mejor de lo que Avery ocultaba su aversión hacia él. Cuando terminaron con las formalidades, los cuatro se sentaron alrededor de una mesita en la que había una cubitera de hielo con una botella de champán y otra de sidra sin alcohol para que brindara la novia.

Una vez servidas las copas, Spencer se aclaró la garganta.

—Como padrino, tengo el honor de brindar por la feliz pareja. Por mi amigo, Nick. Salud y felicidad —entrechocó su copa con la del novio—. Y por Ryleigh. Estás más guapa que nunca. Todas las novias deberían casarse embarazadas.

Spencer miró a Avery y advirtió que fruncía el ceño durante una décima de segundo. No le parecía el momento para hacer un gesto así. Otro misterio más que añadirle a la señorita Avery O’Neill.

—Gracias, Spencer. Ha sido precioso —Ryleigh agarró la rosa blanca que había llevado durante la ceremonia y se la pasó a la dama de honor.

Avery parecía sorprendida.

—¿Me la das a mí?

—Sí. Es sencilla, bella y pura. El símbolo de mi amor por Nick. La tradición dice que quien agarre el ramo de la novia será la siguiente en casarse, pero yo no quería ramo.

—Mejor, porque yo no quiero casarme —pero sujetó la rosa y se la llevó a la nariz para aspirar su fragancia.

—Solo representa mi esperanza de que encuentres un amor tan duradero y perfecto como el que tenemos Nick y yo.

—Gracias —A Avery le tembló la voz por la emoción cuando se inclinó para abrazar a su amiga.

—Bien, señora Damian. Ha llegado el momento de que nos unamos a los demás invitados —dijo Nick ofreciéndole el brazo.

Los recién casados salieron al jardín. Avery iba a seguirles, pero Spencer le puso una mano en el brazo.

—Espera un momento. Quiero despejar el aire ahora que tenemos un momento.

—No hay ningún aire que despejar —aseguró ella—. Las obligaciones que teníamos en común acaban hoy.

—Todavía queda nuestro viaje de trabajo —le recordó Spencer.

—Tú te dedicarás a tus cosas y yo a las mías. Nuestros caminos serán paralelos, pero no tienen por qué cruzarse. Así que lo repito: no hay ningún aire que despejar.

—Entonces, ¿no quieres conocer a mi familia?

—¿Perdona?

—Mis padres viven en Dallas. Mi hermana y su familia estarán allí de vacaciones también.

—Bueno, yo tengo una reunión con el vicepresidente regional para hablar de presupuestos y tú vas a ver a tu familia. Como ya te he dicho, no coincidiremos.

No había animadversión en su expresión. Las mujeres normalmente querían cruzarse en su camino. Pero esta mujer no.

—¿Por qué no te caigo bien?

—Digamos que me recuerdas a alguien —volvió a fruncir el ceño—. Alguien que no me caía bien. Y ahora, si has terminado, voy a unirme a la celebración en el jardín.

No había terminado, pero eso no evitó que ella se marchara. Spencer sabía que estaba pagando el pato por lo que hubiera hecho aquel idiota que no le caía bien.

Él era un luchador, y la determinación era su seña de identidad. Por mucho que le costara, iba a demostrarle que era un médico amable que cumplía con creces sus criterios para mantener relaciones sexuales.

Capítulo 2

EL lunes por la mañana a primera hora, Avery entró en su despacho del Centro Médico Mercy. Allí la esperaba su asistente. Chloe Castillo, una joven de veintipocos años morena de ojos marrones. Era guapa, inteligente y divertida. Y en aquel instante estaba entusiasmada.

—Quiero saberlo todo sobre la boda —le pidió—. No te dejes nada. ¿Qué aspecto tenía Ryleigh?

—Buenos días a ti también. ¿Quieres que te lo defina en una palabra? Impresionante —afirmó Avery sonriendo al recordarlo—. Pensé que a Nick se le iba a desencajar la mandíbula al verla. Y Spencer dijo que…

Lo había hecho. Había abierto la caja de Pandora. De lo último que quería hablar era de él, pero reconoció aquel brillo en los ojos de su asistente. No cabía esperar que se le hubiera escapado el desliz.

—¿Qué dijo el doctor Tío Bueno? —quiso saber—. Vamos, suéltalo.

Avery suspiró.

—Dijo que nunca había visto a Ryleigh tan guapa y que todas las novias deberían casarse embarazadas.

—Oh, Dios, qué monada —aseguró Chloe con expresión arrebolada.

Avery estaba de acuerdo. Las preciosas palabras de Spencer le habían pasado por la mente más de una vez durante la celebración de la boda. Avery estuvo embarazada en una ocasión y pensó que iba a casarse, pero el destino se interpuso y dijo que no.

—Bueno, pues Nick y Ryleigh ya están casados —miró a su asistente—. Ahora, a trabajar…

Chloe alzó la mano.

—Tan escasa información no colma ni por asomo mi gran curiosidad.

Eso era lo que Avery temía. Chloe no era la única que se sentía fascinada por Spencer. La mayoría de las mujeres que trabajaban en el hospital actuaban como idiotas cuando el médico aparecía por el pasillo. Avery era la única excepción, que ella supiera, pero tal vez se debiera a que solo ella había resultado profundamente herida en el pasado por alguien en quien confiaba.

Alguien como Spencer.

—¿Qué más quieres saber?

—Háblame de tu vestido.

Avery sonrió.

—Era de un tono lavanda con una falda muy femenina que se agitaba cuando andaba. Y…

—¿Y? —la urgió Chloe al ver que no seguía.

—Nada. Que encontré unas sandalias de tacón que le iban a la perfección.

No tenía sentido contarle que Spencer la había mirado como si le gustara lo que veía. Le había clavado la mirada en el escote y la había dejado allí unos instantes mientras componía una expresión de curiosidad.

—Cuéntame qué llevaba puesto el doctor.

—Nick llevaba un traje oscuro y…

—No me refiero a ese doctor —Chloe puso los ojos en blanco—. Me refiero al otro.

—También un traje oscuro. Camisa de vestir color crema y corbata de seda a juego.

Chloe se llevó la mano al pecho.

—Se me acelera el corazón.

No era de extrañar. Avery le había visto en pijama de quirófano, en vaqueros, pantalones de algodón y camisas de sport. En la boda fue la primera vez que le vio con traje y corbata. Y se quedó impresionada. Si no fuera tan bueno en su trabajo, podría haberse dedicado a la carrera de modelo. Pero Avery se llevaría aquella idea a la tumba, ahora era el momento de cambiar de tema.

—No se debe juzgar un libro por la portada —sentenció.

Su asistente alzó una ceja.

—No entiendo por qué te cae mal. Es un hombre encantador.

—¿Sabe tu novio que tienes una fijación con el doctor Stone?

—No pasa nada por admirar a un hombre guapo.

Mi corazón le pertenece a Sean, pero no estoy ciega.

—Así que no conoce tu secreto, ¿verdad?

—No. Y hablando de secretos, quiero saber cómo se las arregla el doctor Stone para seguir siendo amigo de todas sus ex.

—¿Crees que esa es una cualidad admirable?

—Sí, ¿tú no? —Chloe sacudió la cabeza—. ¿Por qué te cae mal, Avery? —insistió.

—Piensa en lo que acabas de decir. «Todas» sus ex. ¿Tal cantidad de mujeres no te da ninguna pista?

—Cuando el hombre es así de encantador, no —aseguró Chloe—. Deberías aprender de él.

Spencer le había dado a entender lo mismo cuando le preguntó por qué no le caía bien. Pero no pensaba compartir aquel detalle. Ni tampoco el hecho de que quisiera despejar el aire entre ellos. ¿De qué iba todo aquello? ¿Y lo de pedirle que conociera a su familia en Dallas? Le había dejado claro que le estaba ladrando al árbol equivocado. Tener una relación personal no era un requisito para trabajar juntos.

—Dime que al menos tienes una foto —suspiró Chloe con dramatismo—. Una imagen vale más que mil palabras.

—De acuerdo. Sí, tengo una —Avery sacó el móvil del bolsillo y pulsó algunos botones hasta que encontró una foto de los novios y los padrinos—. Mira.

—Qué pareja tan bonita —Chloe tomó el teléfono y miró la imagen con expresión soñadora—. El doctor Stone y tú tampoco estáis mal. Te mira como si quisiera comerte —aseguró devolviéndole el móvil.

Avery sabía a lo que se refería. Era difícil no haberse fijado en la determinación con la que Spencer la había buscado durante toda la boda, la intensidad de su mirada, que le provocaba escalofríos por la espina dorsal.

—Puede que haya tratado de echarme el diente, Chloe, pero soy dura de roer. Hombres mejores que él lo han intentado —se guardó el teléfono en el bolsillo—. Vamos, tenemos trabajo pendiente.

Chloe se dio un toquecito en los labios con el dedo.

—Hablando de trabajo, acabo de recibir un memorando de la administración autorizando tu viaje a Dallas con el doctor Tío Bueno.

—Me gustaría que no le llamaras así.

—Como gustes. ¿Quieres que haga las reservas?