Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Megan Hart. Todos los derechos reservados.

ESTO ES LO QUE QUIERO, Nº 16 - noviembre 2012

Título original: This Is What I Want

Publicado originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Traducido por María Perea Peña

Editor responsable: Luis Pugni

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

™TOP NOVEL es marca registrada por Harlequin Enterprises Ltd.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2248-1

Imagen de cubierta: DEWITT/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

ESTO ES LO QUE QUIERO

MEGAN HART

Esto es lo que quiero.

Tus manos se mueven en círculos alrededor de mis tobillos. Me sujetan un momento antes de que tus dedos suban por el borde del hueso, por las formas de los músculos. Por mis pantorrillas y por las rodillas, donde te detienes para acariciar la superficie suave de la parte posterior de mis piernas. Son lugares intactos. Tus dedos permanecen ahí, buscando arrugas.

Subes las yemas de los pulgares por la piel bronceada de mis muslos, y yo los separo para ti, bajo la luz dorada y brillante del verano. Como la brisa que agita las puntas de mi pelo, tus dedos vagan por mi piel, ascendiendo poco a poco.

Esto es lo que quiero. A ti, acariciándome.

Te tomas un tiempo para seguir el trazo de una línea blanca, en el lugar donde, una vez, una mano temblorosa separó la carne con la hoja de un cuchillo. No tienes voz, salvo la que yo te permita, y hasta el momento no te he dado permiso para hablar.

Estás arrodillado ante mí, que es donde me gusta que estés. Cuánto me gustas. De rodillas, con mi cuerpo colocado para recibir tu adoración, y tus manos acariciándome mientras ascienden constantemente.

Esto es lo que quiero. Tu aliento en mi carne. Tus dedos separándome. Tu boca, hallando la pequeña y dulce perla de mi clítoris. Quiero sentir la presión de tus labios. Quiero que me acaricies con la lengua mientras yo estoy de pie sobre ti, y tú estás de rodillas.

Quiero que me adores.

–¡Sujeten la puerta! –pidió Eve Grant desde el otro lado del vestíbulo, aunque sabía que era inútil.

El ascensor era muy lento y tenía la costumbre de atascarse. Los empleados de Digiquest se veían obligados a subir y bajar por las escaleras. Nadie estaba dispuesto a contribuir a que se produjera una avería parando las puertas una vez que se estaban cerrando, ni siquiera a las nueve menos cinco y sabiendo que, si ella tenía que subir andando, iba a llegar tarde a fichar.

Casi nadie.

En el último segundo apareció una mano que se deslizó entre la puerta del ascensor y la pared. La puerta botó de mala gana contra la mano y retrocedió para abrirse. Eve se agarró a su bolso y salió corriendo.

–Gracias –dijo al entrar al ascensor, justo cuando por fin se cerraba la puerta–. Te lo agradezco.

–De nada.

Lane DeMarco, un monumento de un metro noventa, le sonrió. Automáticamente, Eve le sonrió también. Era difícil resistirse a una sonrisa de Lane.

A Eve y a Lane los habían contratado a la vez; a ella, en el departamento de atención al cliente, y a él, en el departamento de informática. Habían pasado juntos por la etapa de formación de empleados, y habían acudido a todas las excursiones y fiestas de la oficina durante dos años, pero eso no los había convertido en nada más que conocidos.

Él era el típico hombre que flirteaba lo suficiente como para halagar, pero no para agobiar, de los que sonreía y sujetaba la puerta del ascensor para cualquiera. Cualquiera. Eso no la convertía en nadie especial, ni nada por el estilo.

Lane se llevó el vaso de café a los labios y le dio un sorbito. Ya fue malo ver su garganta mientras tragaba, pero cuando sacó la lengua y se relamió la espuma cremosa de los labios, ella tuvo que apartar la vista.

–Huele muy bien –dijo ella, porque cualquier cosa, aunque fuera una conversación tonta, le parecía mejor que un silencio embarazoso.

¿Dónde estaba su facilidad de expresión cuando más la necesitaba? ¿Por qué podía hablar con extraños online, compartir con ellos sus más íntimos deseos, y sin embargo no podía decirle nada mejor a Lane? ¿Por qué era él tan… inalcanzable?

Lane hizo girar el café en el vaso y dio otro sorbito.

–Se llama Mocha Mint. Lo he comprado en el café de al lado, el Beanery. ¿Has estado alguna vez?

–No –dijo ella, y notó un vacío en el estómago. Había salido de casa sin desayunar. Otra vez. Verdaderamente, tenía que levantarse antes si quería escribir en su blog antes de desayunar–. Tendré que ir a probar.

Sonó el timbre del ascensor. Quedaba un piso más. Tal vez hubiera sido más rápido ir por las escaleras… Pero entonces se habría perdido la exquisita tortura de subir con Lane.

La puerta se abrió en su piso. Lane se hizo a un lado para cederle el paso a Eve, y ella perdió la oportunidad de poder mirarle el trasero. Demonios. ¿Estaría él mirando el suyo? Eve miró hacia atrás por encima del hombro, pero vio que él tenía los ojos fijos en su cara. ¿Era eso peor o mejor? Peor, pero no inesperado. Tal vez Lane fuera la estrella de sus fantasías online más picantes, pero para él, ella era solo otro ordenador que arreglar.

Y, como si le hubiera leído el pensamiento, Lane le preguntó:

–¿Sigues teniendo ese problema con las ventanas del chat? ¿Siguen quedándose bloqueadas en la pantalla?

–Oh, sí –respondió Eve. No había olvidado la petición de ayuda técnica que había hecho. Lane no era el único empleado de informática, pero ella esperaba que fuera él quien acudiera en su auxilio.

–Me pasaré dentro de un rato a echarle un vistazo, ¿te parece bien?

Ella asintió y se despidió agitando la mano mientras él se alejaba. Vaya. Era todo un monumento.

En su puesto de trabajo, Eve dejó el bolso sobre la silla extra y agitó el ratón para activar el ordenador. Después tecleó la contraseña y fichó a las nueve y un minuto de la mañana, lo cual significaba que, oficialmente, había llegado tarde. Ya tenía una cola de cinco clientes, y el cursor parpadeaba y le recordaba que estaba allí para trabajar, no para fantasear con Lane DeMarco, por muy tentador que fuera. Empezó a atender a los usuarios.

Un pobre diablo estaba teniendo muchas dificultades para conseguir que funcionaran sus aparatos inalámbricos, un problema tan común, que para Eve no fue nada complicado solucionarlo. Terminó el chat con la última de las frases preparadas y desconectó. Inmediatamente se abrió otra ventana de mensaje y ella comenzó de nuevo. Fue otro chat fácil, con una solución sencilla. La persona que estaba al otro lado de la pantalla no usó demasiados emoticonos, y tampoco fue necesario repetirle las instrucciones más de una vez. Eve dio los pasos necesarios sin problema alguno. Por desgracia, justo antes de que insertara el texto con el que preguntaba si había terminado el chat de asistencia de forma satisfactoria para el cliente, la pantalla se bloqueó. Intentó solventarlo con todas las combinaciones de teclas que conocía, y finalmente consiguió que funcionara de nuevo, pero el cliente ya se había desconectado. Demonios. Eso podía significar que le hicieran una evaluación negativa que afectaría a sus estadísticas, pero no tuvo tiempo de preocuparse, porque tenía que concentrarse en la siguiente ventana.

Enjabonar, aclarar, repetir.