Editado por Harlequin Ibérica.

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© 2002 Harlequin Books S.A.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un cielo lleno de promesas, n.º 1375 - abril 2016

Título original: Sky Full of Promise

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8175-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

No pareces una destroza hogares.

Al oír aquella voz grave y masculina, Sky Colton apartó la mirada de las facturas. No se había dado cuenta de que alguien había entrado en la tienda. Hacía un mes que las navidades habían pasado y desde entonces la clientela de su joyería de Black Arrow, Oklahoma, había disminuido mucho. Al ver a aquel hombre moreno, alto y guapo, Sky sintió cómo su pulso se aceleraba.

Después recordó lo que el hombre acababa de decir. Sky se apoyó sobre el expositor donde estaban sus diseños exclusivos de joyas.

—¿Destroza hogares? No entiendo a qué se refiere, a no ser que esté hablando de una empresa demoledora.

—No la creo.

Ella lo miró atentamente. Llevaba una cazadora de cuero, una camisa azul y pantalones vaqueros. No pudo evitar fijarse en la firmeza de su abdomen. Tenía el pelo corto y de color castaño oscuro. Estaban a finales de invierno pero su cara poseía un tono caramelo. Esperaba que sus ojos fueran marrones y cálidos, pero no lo eran.

Eran azules y brillaban por la furia. ¿Por qué? ¿Acaso le había hecho algo malo? Estaba segura de que era la primera vez que lo veía.

—Si lo conociera, me acordaría de usted.

—No nos conocemos.

—No hace falta ser muy lista para darse cuenta de que está enfadado conmigo. ¿Puedo hacer algo por usted?

—¿No cree que ya ha hecho bastante?

Ella se puso de pie. Medía cerca de un metro setenta pero él seguía siendo más alto y bastante atractivo, no pudo evitar pensar. Si no hubiera estado tan enfadado quizá habría intentado flirtear con él.

—Escuche señor… —esperó a que él le dijera su nombre pero no lo hizo. Ella suspiró—. Me dedico a diseñar y vender joyas. A veces utilizo material de los nativos americanos y hay gente que piensa que esos materiales poseen poderes sobrenaturales. Pero yo no tengo poderes psíquicos y, si cree que le he hecho algo terrible y quiere que me disculpe, va a tener que darme más información al respecto.

—Yo no creo nada, lo sé.

—¿Qué es lo que sabe?

El hombre metió la mano en el bolsillo, sacó dos cajitas de terciopelo negro y las colocó encima del expositor. Estaba intrigada.

Tomó una de las cajitas y la abrió. En el interior pudo ver su logotipo y un anillo, estaba segura de que era uno de sus diseños, efectivamente, se trataba de uno de sus diseños favoritos. Era el anillo de oro que había hecho para Shelby Parker, la hija de un rico magnate del petróleo de Midland, Texas. Aquella mujer estaba prometida con un hombre que conocía desde hacía poco. Shelby le había contado que su novio tenía prisa por casarse.

A Shelby le habían hablado muy bien de los diseños de Sky, y había pedido a su chófer que la llevara desde Houston hasta Black Arrow para hacer el encargo personalmente. Su prometido estaba demasiado ocupado, y no había podido acompañarla. Shelby había regresado a la tienda para revisar su encargo un par de veces. Siempre viajaba en limusina y Sky se había preguntado si tendría miedo a volar.

Shelby había hablado bastante durante sus visitas y Sky estaba intentando recordar el contenido de aquellas conversaciones. Ella le había contado que su prometido era un cirujano plástico muy conocido en Houston. Le había dicho que se llamaba…

Solo podía recordar que ella lo había llamado el doctor corazón de piedra en tono burlón. No se acordaba de su nombre real. Abrió la otra cajita y examinó el anillo del novio. En la alianza se podían leer las iniciales D.R. Después alzó la mirada para ver aquellos ojos azules que parecían cada vez más furiosos.

—Doctor Dominic Rodríguez —le dijo mientras extendía la mano—. Encantada de conocerlo, yo soy Sky Colton.

—Lo sé —le contestó con frialdad.

—Shelby me habló mucho de usted —aunque no recordaba qué le había contado.

—Es curioso que asocie a sus clientes con las joyas que le encargan.

Sky no dejó que su tono la afectara.

—He visto muchas series de televisión sobre médicos que asocian a sus pacientes con las dolencias que padecen. Creo que mi asociación es mucho más agradable, ¿no cree?

Un atisbo de sonrisa se dibujó en sus labios, pero no duró mucho.

—No.

—Enhorabuena por su boda. Seguramente haya venido para hacer alguna modificación en los anillos. Puedo…

—Estoy aquí porque no va a haber boda.

Sky lo miró sorprendida.

—No le entiendo, ¿acaso Shelby y usted han decidido retrasar…?

—Creo que he sido bastante claro, pero se lo repetiré una vez más. La boda ha sido cancelada. Recibí la factura de los anillos.

Sky se quedó mirándolo fijamente. No pudo evitar pensar en lo sensual que era, parecía una persona muy apasionada… ¿Cómo podía pensar en algo así? ¡La novia de aquel pobre hombre acababa de abandonarlo! O quizá había sido él…

Sky se fijó en la tensión de su cuerpo, la mirada de odio y pensó que tenía que haber sido ella. Él parecía muy afectado.

Tenía razones para estarlo, después de todo había estado a punto de casarse. El hecho de que finalmente no fuera a casarse la alegró, aunque no entendía muy bien por qué. Ella también había estado prometida y cuando rompió su compromiso decidió no volver a pensar en sus infantiles ideas de casarse, tener hijos, crear una familia… Había decidido dedicarse a su carrera, a crear su propio negocio. No le convenía sentirse atraída por un hombre como aquél. Quizá era un hombre libre, pero en realidad seguía muy unido a alguien que lo había rechazado. Sky pensó que Shelby o era tonta o estaba ciega.

¿Qué podía haber pasado? Por lo que Shelby le había contado, el doctor corazón de piedra era el hombre ideal. ¿Por qué habría cambiado de opinión? ¿Por qué lo habría abandonado? De repente, Sky pensó en lo que aquel hombre había dicho al entrar en la tienda. ¿Qué había querido decir?

—Doctor Rodríguez, tengo la impresión de que me culpa de algo.

—Así es.

Ella alzó las manos.

—A ver si lo entiendo. Usted ha dicho que se ha cancelado la boda. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

—No finja que no sabe nada, señorita Colton.

—No lo hago doctor Rodríguez. La verdad es que no entiendo nada. ¿Le importaría explicármelo?

—En absoluto. Shelby se negó a casarse conmigo por algo que usted le dijo.

—¿Algo que yo le dije? —se puso la mano en el pecho—. Escúcheme doctor, cuando ella venía a la tienda yo estaba trabajando. Hablábamos de pequeñas cosas, no nos hacíamos confesiones personales. No he podido decir nada que la hiciera cambiar de opinión.

—Haga un esfuerzo por recordar.

—Me habló de usted. Me dijo que era cirujano plástico. Usted hace que la gente se enorgullezca de su imagen y ella me dijo que se sentía muy complacida de que alguien con una profesión tan noble se hubiera fijado en ella. Estaba llena esperanzas pero no mencionó… —se detuvo. Había estado a punto de hablar de su increíble atractivo.

—¿Qué no mencionó?

—Olvídelo, no tiene importancia.

—Eso lo decidiré yo. ¿Qué iba a decir?

No estaba dispuesta a contarle la verdad pero al ver el brillo de sus ojos buscó una alternativa.

—También me comentó que lo llaman el doctor corazón de piedra, aunque no entiendo muy bien por qué.

Él la miró sorprendido.

—He venido para arreglar el asunto de la factura. ¿Qué más le contó?

—Mencionó a un hombre llamado Reilly Donovan.

—¿Ah, sí?

—Sí, creo que es el chófer.

De repente, Sky comprendió todo.

Estaba empezando a recordar. Shelby le había hablado del chófer y de la extraña y embriagadora atracción que sentía por él. Aquella mujer había viajado al menos cuatro veces desde Houston hasta Black Arrow. Era un largo viaje, se había pasado muchas horas dentro de aquel enorme coche. Mucho tiempo en el que ambos habían tenido tiempo para hablar, para conocerse, para flirtear y hacerla dudar. ¿Pero por qué el doctor perfecto le echaba la culpa a ella?

—Por fin llegamos a la parte interesante —le dijo él mientras se apoyaba sobre el expositor—. ¿Qué le contó sobre el chófer?

Sky no pudo evitar fijarse en sus manos. Eran unas manos preciosas: grandes, delgadas, fuertes y sensibles. Las manos de un hombre que curaba a los demás. Seguramente aquellas manos sabrían cómo encender el cuerpo de una mujer. La idea la hizo temblar.

Se dijo a sí misma que era normal sentir algo así. Desde que había roto con Wes Keiler, no había tenido ninguna relación, y de eso hacía mucho tiempo.

Sky miró al doctor fijamente, decidida a no perder la compostura.

—Shelby me dijo que el chófer era muy guapo.

—Y usted le dijo que harían muy buena pareja.

—No exagere. El aspecto no lo es todo.

—Sin embargo creo que para Shelby fue suficiente. Se fugó con él por el consejo que usted le dio.

—Ya le he dicho que yo no le di ningún consejo.

Sky recordó la última visita de Shelby. Estaba resplandeciente, parecía acalorada y sus ojos tenían un brillo poco habitual. Sky siempre la había visto impecablemente vestida, peinada y maquillada.

De repente recordó que durante aquella última visita, Shelby parecía estar un tanto nerviosa, su aspecto parecía un tanto descuidado, como si alguien le hubiera acariciado el pelo y la hubiera besado aquellos labios no tan bien pintados como otras veces.

—La última vez que la vi estaba un poco rara —dijo con cuidado—. Pero estuvimos hablando de lo afortunada que era…

—Parece ser que no era yo la fuente de su felicidad —dijo él con un tono amargo.

—Quizá se puso nerviosa. Tal vez si habla con ella…

—Me dejó una nota que decía que no se iba a casar conmigo y me pedía que me encargara de cancelarlo todo. Me dejó esta factura de los anillos —le mostró el papel.

Sky tomó el papel y se fijó en la cantidad total de la factura. Era mucho dinero. ¿Qué iba a hacer? Normalmente habría aceptado la devolución de los anillos y se los habría vendido a otros clientes. Aquel diseño era magnífico y los beneficios que su venta le hubieran aportado, la habrían ayudado a abrir una nueva tienda, quizá en Los Ángeles, en Nueva York o en Dallas.

Antes de que pudiera responder, un hombre entró en la tienda. Se le había olvidado que tenía una cita con él, tenía que diseñar un regalo de aniversario para su mujer.

—Ahora te atiendo Clay —le dijo al recién llegado. Luego miró al médico—. Perdone, pero no puedo hablar de esto ahora mismo, tengo trabajo.

—Yo también. Pero no tenemos nada más de que hablar. Solo he traído los anillos para que me devuelva el dinero. Cuando me lo de, todo quedará zanjado.

—No estoy de acuerdo. Necesito pensar en esto. ¿Dónde puedo localizarlo?

Él la miró sorprendido.

—Yo me pondré en contacto con usted —se limitó a decir.

Cuando Sky volvió a alzar la mirada, el doctor ya había desaparecido. Aquel hombre moreno, alto y tan atractivo había dejado de ser un desconocido e iba a volver a verlo. Podría haberse sentido culpable por ello pero no era así. Aunque su próximo encuentro no tendría nada de romántico ni de agradable, a no ser que aquella leve sonrisa se repitiera.

No entendía por qué, pero tenía ganas de volver a verlo. Aunque fuera por última vez y aunque siguiera enfadado.

 

 

Dom esperó en la puerta de la tienda. Era una fría noche de enero y estaba temblando de frío. La joyería estaba en una de las calles principales de Black Arrow. Sky había estado trabajando con el hombre que los había interrumpido hasta pasada la hora de cierre.

Desde su coche, que estaba aparcado al otro lado de la calle, Dom había visto cómo Sky atendía a su cliente. Después el hombre se había ido, y ella había cerrado la puerta.

Dom había salido del coche para esperarla fuera. Era cirujano plástico especialista en injertos de piel para quemaduras graves. Pero aun acostumbrado a ver todo tipo de cosas, no era inmune al sufrimiento, lo sucedido hacía unos días con Shelby lo demostraba. Era extraño, pero al recordarlo, no sintió tanto dolor como otras veces. Quizá los que lo llamaban doctor corazón de piedra tuvieran razón, o quizá conocer a Sky Colton le había hecho olvidar parte del rencor.

¿Era por aquello por lo que esperaba en la acera en lugar de irse y regresar al día siguiente? ¿Por qué no quería que Sky se le escapase? Era una idea ridícula. En realidad, todo lo que quería era recuperar su dinero. Era el primer trámite tras la ruptura y probablemente el más sencillo.

La Sky Colton que se había imaginado era muy diferente de la que había conocido. Alguien dispuesto a dar consejos de amor tenía que tener por lo menos cincuenta años y Sky era mucho más joven. Una persona entrometida como la que se había imaginado no podía ser hermosa, ni mucho menos tener aquel cabello negro y brillante y unos ojos grises tan llenos de rabia cuando estaba nerviosa, y tan tiernos cuando algo la divertía. Aquella mujer que había destrozado sus planes de futuro no podía ser capaz de hacerle sonreír, menos mal que se había dado cuenta a tiempo.

No quería sonreír. Su vida tranquila y ordenada era un caos gracias a la señorita Sky Colton. Tenía que cancelar los pedidos de flores, el banquete, la fiesta de compromiso y las invitaciones para la boda. Y además de la parte práctica estaba la otra. La que afectaba a dos personas que eran muy importantes para él y que llevaban mucho tiempo deseando que se casara. No sabía cómo iba a enfrentarse a ellas.

Tras descubrir que su prometida se había fugado con el chófer, se había puesto furioso. Le había dejado una nota, muchas facturas, y había desaparecido. Sky era la única persona sobre la que podía descargar su frustración, aunque se arrepentía de haber sido tan duro con ella.

Entre sus grandes destrezas como médico estaba la de ser capaz de entablar una buena relación con sus pacientes. Pero tras la traición de Shelby, la rabia se había acumulado y no había encontrado ninguna válvula de escape. Hasta que entró en la tienda. Sky no era su paciente y él se había dejado llevar.

Inmerso en sus pensamientos, Dom tardó en darse cuenta de que las luces de la tienda se habían apagado. La puerta se abrió y Sky salió y cerró la tienda.

Dom salió de entre las sombras.

—Ya era hora.

—¡Dios mío! —Sky se giró y lo miró muy sorprendida. Se puso una mano en el pecho y suspiró—. ¿No le enseñaron en la facultad de Medicina que darle un susto así a alguien puede provocar un ataque al corazón?

—Lo siento —se encogió de hombros mientras se abrochaba el cuello del abrigo—. Mi sentido común está tan helado como el resto de mi cuerpo.

—¿No me estará diciendo que se ha pasado todo este tiempo esperando en la calle? —le preguntó incrédula.

—No exactamente, también he estado un rato en el coche.

—¿Acaso me estaba vigilando? ¿Creía que saldría huyendo? —le preguntó divertida.

—Además de series de médicos, usted ha visto demasiadas películas de suspense.

—Quizá. Tal vez le sorprenda, pero nunca abandonaría la ciudad. Tengo mucho que perder.

—¿Ah sí?

—Escuche, quizá no sea tan fácil volver a vender los anillos.

—¿Por qué?

—¿Cuáles cree que son las posibilidades de que una pareja entre en mi tienda y tenga las mismas iniciales que usted y Shelby?

—No sé de que me está hablando.

Ella frunció el ceño.

—¿Acaso no se ha dado cuenta de que son diseños exclusivos?

Él se encogió de hombros.

—¿Por qué habría de hacerlo? No estamos hablando de instrumental médico o de un estetoscopio.

—Yo creo que cuando has visto un estetoscopio, los has visto todos.

—No estoy de acuerdo, hay muchas diferencias. Algunas son muy pequeñas pero otras se notan a primera vista.

—Como las joyas que yo hago —le contestó—. Aun así, no lo identifiqué tan solo por el diseño del anillo. La alianza lleva sus iniciales grabadas. Shelby me lo pidió. No creo que una pareja con las mismas iniciales se enamore de repente y quiera comprar el anillo —se encogió de hombros—. Quizá pueda borrar las iniciales, pero no es algo fácil de vender y no puedo permitirme tenerlas a la venta demasiado tiempo.

—Entiendo… Entonces, ¿piensa cobrármelas?

—Debería hacerlo —contestó con un suspiro—. ¿Por qué debería sentirme responsable por lo que le ha hecho su prometida? A mí nadie me escucha, nunca me hubiera imaginado que ella lo haría. Yo solo hable con ella sobre cosas sin importancia.

—Eso me dijo hace un rato —se quedó mirándola—. ¿Se acuerda de haberle dicho a mi prometida que debería estar contenta por casarse con un médico?

—Vagamente.

—¿Se acuerda de haberle dicho que la vida es breve y que no debería hacer nada que no deseara de verdad?

—Más o menos.

—¿Acaso en su conversación superficial no le dijo que la gente debe hacer lo que le dicte el corazón?

—Tortúreme si quiere, pero eso es algo que todo el mundo sabe.

—¿Así que reconoce que le dio ese consejo?

—Quizá. ¿Qué le decía Shelby en la nota que le dejó?

—Qué usted le había dicho todo lo que le he contado, que se había dado cuenta de que usted tenía razón y que no podía seguir con la boda porque estaba enamorada de Reilly Donovan e iba a fugarse con él.

Ella se quedó mirándolo fijamente.

—No sé que decir… Lamento que la boda fuera cancelada.

Parecía tan joven con aquellos pantalones de lana grises, el jersey de cuello alto y el abrigo. Él tenía treinta y ocho años, no era tan mayor, pero comparado con aquel aire joven y fresco que ella poseía, parecía un anciano.

—¿Por qué piensa que nadie la escucha? —le preguntó de repente.

Ella lo miró sorprendida.

—Tengo cinco hermanos, tres mayores que yo y dos menores. Los quiero mucho, pero a ellos no les gustan las mismas cosas que a mí.

—¿Se refiere a las joyas?

Ella se rio.

—Esa es una de las cosas —se tocó los labios con un dedo. Él no pudo evitar fijarse en aquella boca grande y sensual—. Aunque me hacen caso cuando necesitan un obsequio que les ayude a salir de un callejón sin salida.

—¿Cómo?

—Cuando hacen algo malo y la mujer con la que están está dispuesta a romper con ellos. Si me dieran una moneda cada vez que he logrado salvar una relación sería una mujer rica. Las joyas ayudan a superar muchos problemas.

—Excepto los míos —pero él no se había dado cuenta de que su relación con Shelby estaba en peligro. Y todo gracias a Sky Colton—. Así que, ¿qué piensa hacer con mi factura?

Ella suspiró.

—Por mucho que necesite ese dinero, nunca podría cobrárselo. Mi conciencia no me lo permite.

—Gracias. Desearía que todos los demás preparativos para la boda fueran tan fáciles de cancelar.

Sobre todo la parte que estaba relacionada con su familia, las mujeres de su familia. Ellas iban a llevarse una gran decepción.

¿Qué le iba a decir a su madre? ¿Y a su abuela, que iba a viajar desde España para asistir a la boda?

—¿Qué más cosas tiene que cancelar? —le preguntó mientras se abrochaba el abrigo.

—Escuche, aquí fuera hace mucho frío. ¿Qué le parece si vamos a un lugar más cálido y la invito a cenar?

Ella lo miró intrigada.

—¿No estará pensando en echar veneno a mi comida?

—¿Y por qué habría de hacer algo así? ¿Y cómo cree que lograría hacerlo? —le dijo divertido.

—La amiga de mi primo Willow, Jenna Elliot, es enfermera. Ella me contó que los médicos y las enfermeras tienen acceso a muchas drogas. Pueden recetarlas, así que también pueden conseguirlas.

A pesar de que no quería sonreír, no pudo evitar hacerlo.

—¿Y esa enfermera amiga suya no le ha contado que los médicos tenemos que hacer un juramento que nos obliga a limitarnos a hacer el bien?

Ella sonrió de nuevo.

—Es que estaba tan furioso cuando entró en la tienda, que no puedo entender por qué quiere invitarme a cenar.

A medida que conversaba con ella, él había empezado a sentir cómo su enfado se desvanecía. Además se le había ocurrido algo insólito. Era una idea poco convencional, pero no podía dejar de pensar en un problema que pronto se convertiría en una gran crisis. Estaba desesperado y en momentos así, el sentido común desaparecía. Con la ayuda de aquella mujer, quizá todo podría ser más sencillo.

—Digamos que quiero invitarla a cenar en agradecimiento por haber aceptado que le devuelva los anillos —le contestó finalmente mientras la agarraba del codo—. Además, necesito desesperadamente una mujer.