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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Victoria Parker

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Más allá de la culpa, n.º 2336 - septiembre 2014

Título original: The Woman Sent to Tame Him

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4558-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Mayo, Montecarlo

 

Prepárense, señoras, porque el piloto Lothario Finn St George vuelve a meterse en la lista de los más ricos y famosos.

Después de llegar al puerto de Mónaco rodeado de bellezas la pasada noche, el considerado el hombre Más Guapo del Mundo se dirigió al Gran Casino cual James Bond, vestido de esmoquin y luciendo su característica sonrisa. Armado con su carismático encanto, el seis veces campeón del mundo cautivó a la multitud a pesar de que el dueño de Scott Lansing le ha sugerido al playboy que se olvide de las fiestas locas e intente cambiar su mala fama.

Al parecer, los patrocinadores siguen amenazando a Michael Scott con retirar los cuarenta millones de libras con los que apoyan al equipo.

Es cierto que Finn St George siempre ha jugado a provocar, pero últimamente parece estar poniendo a prueba a los patrocinadores de productos más familiares. De hecho, la semana pasada se le fotografió divirtiéndose con no una, sino cuatro mujeres en Barcelona. Al parecer, es de los que piensa que en la variedad está el gusto.

No obstante, a dos días de la carrera anual Príncipe de Mónaco, sospechamos que la ajetreada vida social de Finn es la última de las preocupaciones de Scott Lansing, porque es evidente que nuestro piloto favorito está fuera de juego.

El tercer puesto de Australia fue un fracaso, y las difíciles victorias de St George en Malasia y Baréin dejaron a Scott Lansing a la par que su rival, Nemesis Hart. Pero después del espectacular accidente del mes pasado en España, que le impidió terminar la carrera, ha hecho no solo que los aficionados lo apoden el Retador de la Muerte, sino también perder varios puntos en la clasificación, dejando que Nemesis Hart lo adelante por primera vez en varios años.

¿Está perdiendo St George su agudeza? ¿O tanto le ha afectado el trágico accidente del pasado septiembre con su compañero Tom Scott?

Normalmente al frente de la parrilla, parece que nuestro querido donjuán va a tener que reformarse si no quiere que Scott Lansing tenga serios problemas económicos. Una cosa es segura: mientras Mónaco espera ansiosa la gran carrera de mañana, Michael Scott estará paseando de un lado a otro, nervioso, esperando un milagro.

 

 

Un milagro...

Con un giro de muñeca, Serena Scott tiró el periódico al otro lado del escritorio de su padre.

–Tiene razón en todo menos en una cosa. No estás paseando de un lado a otro.

Este guardó silencio unos instantes y lo único que se oyó en su despacho del yate fue la respiración de Serena y los latidos acelerados de su corazón.

–No, todavía no –respondió, clavando sus ojos oscuros en ella.

Serena tenía la sensación de que por fin, después de varias horas preguntándoselo, iba a descubrir por qué su padre la había hecho levantarse a las tres de la mañana y viajar desde Londres a la Costa Azul. Si el motivo era el que sospechaba, no le hacía ninguna gracia.

–No sé qué es lo que te preocupa –le dijo en tono amable, cruzándose de brazos–. Finn está actuando como siempre. Haciendo amigos, saliendo toda la noche, bebiendo, jugando, acostándose con famosas y rompiendo coches. Nada fuera de lo normal. Esto ya lo sabías hace dos años, cuando lo contrataste.

–Entonces no era así –respondió su padre–. Y no es solo eso. Finn...

Michael Scott frunció el ceño antes de continuar.

–¿Qué?

–No sé cómo explicarlo. Actúa como si no hubiese pasado nada, pero es como si quisiese matarse.

Serena rio con incredulidad.

–No lo creo. El problema es que es tan arrogante que piensa que es indestructible.

–Es algo más. Hay algo... oscuro en él.

¿Oscuro? Serena pensó en su pasado y se estremeció. Hasta que se dio cuenta de quién estaban hablando.

–A lo mejor le está dando demasiado el sol.

–Estás deliberadamente obtusa –protestó su padre.

Sí, era cierto, Finn St George sacaba lo peor de ella, lo había hecho desde que lo había visto por primera vez, cuatro años antes...

Serena intentó ser neutral y no pensar en una de las experiencias más humillantes de su vida. Prefirió pensar que era una lección aprendida. Después de aquello, había empezado a trabajar como ingeniera junto al famoso diseñador de coches del equipo, en Londres. Y Finn había continuado con su sed de brillar ante los medios, de los que ella huía como de la peste bubónica. Así que, por suerte, casi no habían vuelto a verse.

Hasta que, para su desgracia, los habían presentado formalmente en el equipo, ocasión en la que Serena había tenido que hacer un gran esfuerzo para no dejarse llevar y Finn la había retado y se había burlado de ella con la mirada. Era un hombre odioso. Y Serena tenía claro que ella no era ninguna mujer fatal, en especial, con un Casanova tan superficial como aquel.

Su falta de moralidad ya la había puesto enferma antes de que le hubiese robado su bien más preciado.

Sintió tanto dolor que se tambaleó.

–Mira –añadió su padre, tirando del puño de su camisa blanca–. Sé que no os lleváis bien...

Menudo eufemismo.

–Pero necesito tu ayuda, Serena –terminó.

Ella resopló con incredulidad y miró a su padre con el ceño fruncido. Tenía casi cincuenta años y parecía un icono del cine. Era un hombre guapo y aunque para ella no había sido precisamente una figura paterna, eran buenos amigos.

–Es una broma, ¿verdad? –le respondió, a pesar de que tenía un nudo en la garganta–. Porque te diré que es más fácil que me convierta en la peor pesadilla de Finn St George que en su supuesta... salvadora.

¡La idea era ridícula!

Su padre sacudió la cabeza con cansancio.

–Lo sé, pero me pregunto si serás capaz de llegar a él mejor que yo. Porque, sinceramente, a mí se me están acabando las ideas. Y los pilotos. Y los coches –le dijo su padre exasperado–. ¿Has visto el accidente del mes pasado? Va a matarse.

–Pues deja que lo haga –le dijo ella como solía hacerlo, sin pensarlo.

–Sé que no lo dices de verdad –la regañó su padre.

Serena cerró los ojos, respiró hondo para intentar calmarse y pensó que era cierto: no lo decía en serio. Tal vez no le cayese bien, pero no quería que le pasase nada malo. O nada demasiado malo.

–Y me niego a perder a otro chico en esta vida.

Ella espiró y, por segunda vez en los veinte minutos que llevaba allí, volvió a estudiar a su padre con la mirada. Tal vez también fuese un playboy, pero ella lo había echado mucho de menos.

Estuvo a punto de preguntarle si seguía sufriendo por la pérdida de su único hijo varón. Estuvo a punto de preguntarle si la había echado de menos a ella, pero nunca tenía conversaciones profundas con su padre. Nunca. Así que se contuvo.

Sí, era una chica dura. No lloraba por tonterías ni se quejaba de que el mundo fuese injusto. ¿Qué sentido tenía? Era hija de aquel hombre, había sido criada como uno más. Dejarse llevar por sus emociones no tenía sentido.

Así que, a pesar de tener un enorme agujero en el corazón, supo que tendría que ser capaz de tratar con aquel hombre y mantenerse ocupada, seguir con su vida.

Era una pena que el plan no le estuviese saliendo tan bien como había planeado. Algunos días le dolía tanto el corazón que era casi insoportable. «No seas tonta, Serena, tú puedes con todo».

–De todos modos, no puedes quedarte toda la temporada en Londres, jugando con el prototipo. Pensé que a estas alturas ya estaría terminado.

–Y lo está. Vamos a hacer las últimas pruebas esta semana.

–Bien, porque te necesito aquí. El equipo de diseño puede terminar las pruebas sin ti.

Su padre le había dicho que la necesitaba. Siempre sabía lo que tenía que decir y cuándo.

–No, lo que necesitas es que controle a tu chico malo. El problema es que a mí no me apetece nada volver a verlo.

–No fue culpa suya, Serena –le dijo su padre.

–Eso has dicho siempre.

Pero Finn se había llevado a Tom de juerga a Singapur y él había vuelto en su jet mientras que su hermano había regresado metido en una caja. ¿Y no era culpa suya? ¿No era culpa suya haberlo subido en un barco cuando Tom no sabía nadar, y que se hubiese ahogado? ¡Y ni había tenido la decencia de asistir al funeral!

Pero Serena no se molestó en llevarle la contraria a su padre porque sabía que eso no la llevaría a nada.

–Entonces... ¿qué es lo que quieres que haga? ¿Que lo perdone? De eso, nada. ¿Que le haga sentir mejor? No. ¿Por qué iba a hacerlo?

–Porque este equipo se está hundiendo y dudo que quieras eso.

Ella suspiró.

–Sabes que no.

El equipo Scott Lansing era su familia. Su vida. Un maravilloso grupo de amigos y tíos adoptivos a los que echaría mucho de menos, pero aquella conversación le estaba trayendo tantos recuerdos que le estaba costando pensar con claridad.

–Tienes que aceptar que no fue culpa de Finn –repitió su padre–. Fue un accidente. Discutir del tema no beneficia a nadie, al que menos, a mí.

Michael Scott se apretó el puente de la nariz como si quisiese detener una de sus horribles migrañas y Serena se sintió culpable.

Su padre estaba sufriendo. Todos estaban sufriendo. En silencio...

Pero, no sabía por qué, cada vez que hablaban del trágico día ella tenía la sensación de que le estaban ocultando algo. Y lo odiaba.

Había pedido a su padre que le diese más detalles, pero este siempre cambiaba de tema.

–A Tom no le gustaría verte así –añadió, molesto–. No le gustaría que culpases a Finn, que tuvieses una vida rutinaria, que no salieses de Londres y que te dedicases solo a trabajar. Ha llegado el momento de que vuelvas a vivir. Que dejes de correr y de esconderte.

–¡No me he estado escondiendo!

Su padre resopló con incredulidad.

Y ella reconoció en silencio que tal vez fuese cierto.

Cerró los ojos un instante, estaba muy cansada.

Había perdido a su hermano, a su mejor amigo, y se le olvidaba seguir con su vida como si no hubiese pasado nada. Había sido criada para ser dura, era necesario, teniendo en cuenta que había estado viajando diez meses al año rodeada de hombres. No era la mejor manera de criar a dos niños, pero a Serena le había encantado su vida.

Si bien se había preguntado muchas veces cómo habría sido tener una madre, vivir en una casa normal e ir al colegio todas las mañanas, siempre se había dicho que su vida era mucho más emocionante. Y había compensado la falta de madre con Tom. Siempre había podido apoyarse en él.

Pero él ya no estaba. Ya nada era emocionante y nadie le daba la mano por las noches. «No necesitas que nadie te dé la mano. Eres fuerte».

Se tragó el nudo que tenía en la garganta y añadió:

–Si lo que dices es cierto y realmente hay un problema, ¿cómo puedo yo ayudarte?

–Quiero que Finn se interese por el prototipo, o que trabaje en tus últimos diseños... No sé, que se centre en algo que no sea mujeres ni alcohol.

Imposible.

–Yo soy una mujer.

–Solo desde el punto de vista técnico.

–Vaya, gracias.

Aunque no quería parecerse en nada a las mujeres con las que solía salir Finn. Serena siempre llevaba vaqueros en vez de faldas, tenía pocas curvas, se ponía botas en vez de sandalias. Y sus rizos rubios y suaves eran imposibles de domar.

Cosa que a ella le encantaba.

–Lo último que necesita es otra amante –murmuró su padre–. Lo que le hace falta es una patada en el trasero. Un reto. Y, sinceramente, cuando estáis juntos saltan chispas. Así que te estoy pidiendo, no, te estoy diciendo, que tienes que ayudarme. Ya te tengo en nómina, así que solo tienes que venir aquí e intervenir.

Ella guardó silencio.

–O lo haces, o tendrás que despedirte de tu prototipo.

Serena dio un grito ahogado.

–No te atreverías.

–¿No?

Sí, sí se atrevería. Su padre no pensaba que el coche que Serena había diseñado tuviese nada de especial y ella estaba dispuesta a cualquier cosa para demostrarle lo contrario.

Aquel prototipo era su bebé. Tres años de duro trabajo. Su inspiración y la de Tom. Habían soñado con estrenarlo en el circuito de Silverstone. Y era la única cosa tangible que le quedaba de su hermano.

–Qué golpe tan bajo, papá.

Él evitó mirarla a los ojos.

–Estoy desesperado.

Serena suspiró.

–Está bien. Intentaré... algo.

Empezó a sentirse incómoda. No sabía cómo tratar a aquel hombre. No tenía ni idea.

–Estoy segura de que Finn lo conseguirá. El año pasado tampoco empezó bien. Los patrocinadores lo perdonarán y se olvidarán de todo en cuanto empiece a ganar. Tenemos Mónaco en el bolsillo. Aquí siempre gana. ¿Qué ha pasado hoy en la clasificación? Está en la pole, ¿no?

–Se ha cargado el motor –anunció su padre con gesto compungido.

–Entonces, ¿mañana saldrá el último? ¿En uno de los circuitos más lentos y duros del mundo?

–Sí.

De repente, recordó la imagen que había visto al pasar con su moto por el puerto y se puso furiosa. Levantó el brazo y señaló en dirección al burdel flotante de Finn.

–¿Y está ahí, en su... yate? ¿Celebrando su último fracaso con sexo y alcohol?

Su padre se encogió de hombros y eso la calentó todavía más.

–¿Es que todo le da igual? Mejor no respondas a esa pregunta. Ya sé la respuesta.

¡Ese hombre solo pensaba en él! ¿Y aquello era noticia? Era evidente que no tenía vergüenza.

–Estoy harta.

Atravesó la puerta como un rayo, golpeando el suelo con fuerza con sus botas de motorista.

–Voy a matarlo. Con mis propias manos.

–¡Serena! Contrólate. Lo necesito.

Sí, y ella necesitaba a su hermano, pero recuperarlo era tan imposible como controlarse con Finn St George. Estaba harta de que aquel hombre le causase problemas a su familia. A su equipo. A ella. Su hermano estaba muerto y su padre, cada vez mayor.

¿Cómo era posible que aquel tipo fuese tan egoísta?

Ella iba a parar aquello. Iba a tomar las riendas de la situación.

En ese momento.