Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Day Totton Smith
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Misteriosa belleza, n.º 1577 - agosto 2017
Título original: The Royal Wedding Night
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-054-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Si te ha gustado este libro…
Principado de Avernos, Verdonia
De cómo empezó todo…
–No. Ni hablar. No voy a dejar que hagas esto, Miri. Me da igual lo que digas; no voy a permitir que te involucres en esto.
Miri arrojó a un lado la chaqueta que había tenido puesta hasta ese momento, y quedó al descubierto el vestido de novia que llevaba debajo. Puso los brazos en jarras y miró desafiante a Merrick, su hermanastro, que apretó los labios al ver su disfraz.
–Demasiado tarde; ya estoy involucrada.
–Sólo porque escuchaste una conversación privada –replicó él–. Y sí, haces bien en sonrojarte. Por amor de Dios, Miri, soy el jefe de la Brigada de Seguridad de la Casa Real. Si hubiera descubierto a cualquier otra persona haciendo lo que tú estabas haciendo, habría ordenado que la encerrasen en el más oscuro de los calabozos.
–Necesitas mi ayuda –insistió ella obstinadamente.
–Escúchame bien, Miri; esto es serio –la increpó él agarrándola por los hombros y sacudiéndola ligeramente–. Podría suponer la cárcel para todos los implicados si algo sale mal y nos descubren.
–Si de verdad tienes planeado raptar a la princesa Alyssa minutos antes de la boda, ¿no te parece que el novio se percatará de su desaparición? Necesitas a alguien que ocupe su puesto en el altar para darte tiempo a escapar.
Merrick se pasó una mano por el cabello, cuyos mechones oscilaban entre varios tonos que iban del rubio ceniza al castaño claro.
–Sí, pero eso supondría dejarte a merced de Von Folke. ¿Qué crees que ocurrirá cuando te quite el velo y descubra que no eres la princesa Alyssa Sutherland, y que con quien se ha casado ha sido con la princesa Miri Montgomery, hermana del rival con el que se disputa el trono de Verdonia?
–Vamos, Merrick, ¿qué es lo que puede pasar? ¿Acaso piensas que hará que me arresten? ¿Qué impresión daría algo así a cinco meses escasos de las elecciones para designar a nuestro próximo rey?
–Von Folke se pondrá furioso cuando descubra el engaño –dijo Merrick–, y no quiero que descargue esa furia sobre ti.
–No tienes por qué preocuparte; lo tengo todo pensado. Cuando llegue el momento de la ceremonia en que tenga que levantarme el velo, fingiré que me encuentro indispuesta y pediré que me dejen retirarme a mis aposentos… es decir, a los de Alyssa. Luego, en cuanto esté sola me pondré lo primero que encuentre en su armario y me marcharé.
–¿Así de fácil? ¿No crees que alguien intentará detenerte? –le espetó Merrick cruzándose de brazos–. ¿Cómo puedes ser tan ingenua, Miri?
La joven enarcó una ceja.
–¿Por qué iba a intentar nadie detenerme? Después de todo a quien verán saliendo por la puerta principal será a mí, Miri Montgomery, no a la princesa Alyssa Sutherland Von Folke. Y deja ya de rebatirme cada pequeñez, Merrick. En vez de criticar mi plan podrías dar ideas constructivas para perfeccionarlo. ¿Qué cambiarías tú para que funcionase?
–No tiene sentido intentar perfeccionar ni cambiar nada –le dijo él–… porque no voy a permitir que hagas esto.
–Si no me dejas que te ayude, le contaré a Lander lo que estás tramando –le advirtió ella, jugando su última carta.
Quizá se hubiera pasado un poco, pensó al ver enrojecer a Merrick de ira.
–Si haces eso estarás involucrándolo también y harás que pierda cualquier posibilidad de ser nombrado rey.
Miri tomó las manos de su hermanastro en las suyas.
–Entonces deja que te ayude –le rogó–. Si tu plan tiene éxito Lander se sentará en el trono. ¿No es eso lo que quieres?
–Ése no es el motivo por el que estoy haciendo esto –replicó él al instante–. Lo único que quiero es que Lander tenga las mismas posibilidades que Von Folke, y eso no es lo que ocurrirá si éste se casa con la princesa Alyssa. Si consigue tenerla como aliada política tendrá ganada la corona.
–Bien. Entonces los dos estamos haciendo esto por el bien de Verdonia. Y ahora… ¿nos vamos, o vamos a seguir perdiendo el tiempo aquí, discutiendo?
Merrick se quedó mirándola fijamente, furibundo, y por un instante Miri estuvo convencida de que había perdido, pero su hermanastro asintió bruscamente y dejó escapar en silencio un suspiro de alivio.
–Estupendo, vamos –dijo quitándose el pañuelo que llevaba en el pelo.
–No tan rápido –replicó él asiéndola por el brazo. Luego la llevó hasta a la ventana de la cabaña que había alquilado como centro de operaciones–. ¿Qué diablos te has hecho en el pelo?
Miri se llevó una mano al cabello.
–Oí a uno de tus hombres decir que Alyssa era rubia, así que pensé que mi disfraz resultaría más convincente si me lo teñía.
–¿Pero se podrá quitar ese tinte, no?
Miri no pudo evitar sonreír al oír el tono alarmado en su voz.
–Sí, claro que sí. ¿No te gusta cómo me queda?
–No; me gusta tu pelo tal y como es.
«Qué irónico», se dijo la joven. Desde el día en que su madre se había casado con el padre de Merrick y Lander, el rey Stefan, había querido parecerse a ellos, a los Montgomery. Todos eran altos y atléticos, de cabello castaño claro con mechas rubias y ojos marrones. Ella en cambio tenía el cabello negro como el azabache y los ojos verdes, lo cual siempre la había hecho sentirse como una extraña entre ellos, al igual que el hecho de que si era princesa no lo era de nacimiento, sino porque su padrastro la había adoptado y la había proclamado como tal. Únicamente junto a Brandt se había sentido…
Para su alivio Merrick interrumpió sus pensamientos justo en ese momento.
–Tal vez funcione –dijo–. Por las fotos que he visto sois más o menos de la misma altura y complexión.
–Menos mal; ésa era mi mayor preocupación.
–Pues no es la mía –replicó él irritado–. Cuando te quites el disfraz e intentes salir del palacio la gente podría preguntarse por qué te has teñido el pelo. Sobre todo si te ven saliendo de los aposentos de Alyssa.
–Pensarán únicamente que me he hecho un cambio de look poco afortunado. No se les ocurrirá que me lo haya teñido para suplantar a la novia en el altar. Y si me preguntan qué hago saliendo de los aposentos de Alyssa diré que la había acompañado porque la pobre debía de haber comido algo que no le había sentado bien y se encontraba indispuesta. Diré que ha pedido que nadie la moleste y que la dejen descansar un par de horas.
Merrick parecía estar considerándolo.
–Supongo que podría funcionar.
–Funcionará.
–No estés tan segura, Miri; no sois como dos gotas de agua precisamente, y éste no es ni con mucho un plan perfecto.
–¿Y qué? Improvisaré. Además apenas se me verá la cara debajo del velo. Claro que necesitaré el de Alyssa. Si llevo un velo distinto su madre y las otras mujeres que la hayan ayudado a prepararse se darán cuenta.
–De eso ya me ocupo yo –dijo Merrick–. Estás… estás preciosa, Miri. Ojalá ésta fuese tu boda de verdad y no una farsa. Sé que tu ilusión ha sido siempre casarte y formar una familia –añadió quedamente.
Sus palabras hicieron que Miri sintiera una punzada en el pecho. Si él supiera… Esbozó una sonrisa con dificultad y rogó por que no le temblara la voz al contestar.
–Gracias –murmuró–, pero para casarme antes me haría falta el novio, ¿no te parece?
Merrick escrutó su rostro en silencio y después de remeterle un mechón tras la oreja se encogió de hombros.
–Sólo tienes veinticinco años. Tienes mucho tiempo por delante –le dijo. Le echó un vistazo a su reloj y señaló la puerta con la cabeza–. Hora de irnos. Ya vamos justos de tiempo.
Salieron de la cabaña, y Merrick la ayudó a subir a un monovolumen plateado. Sus hombres se montaron en uno idéntico pero de color negro y los siguieron por la carretera que discurría entre las colinas de Avernos, el principado más al norte del reino de Verdonia.
Durante el trayecto Merrick puso al corriente a Miri de toda la información que había recopilado sobre la princesa Alyssa, sin dejarse ningún detalle, por nimio que pareciera.
Una media hora después tomaron un desvío, adentrándose en una carretera comarcal desierta, y tras haber recorrido unos diez kilómetros escasos se detuvieron al borde del camino.
Merrick dejó el motor en marcha y se giró hacia su hermanastra.
–Escúchame bien, Miri. Esto no debería llevarnos más de veinte minutos. Si no estamos de vuelta en ese tiempo… –le dijo dando unos golpecitos con el índice en el reloj digital del vehículo– te pones al volante y te marchas de aquí. Te diriges al sur, atraviesas Celestia, y no paras hasta llegar a Verdon. ¿Entendido?
–Pero, Merrick…
–Hablo en serio, Miri. Quiero tu palabra de que si no regresamos en veinte minutos te marcharás de aquí.
Miri tragó saliva.
–De acuerdo, te lo prometo.
Merrick asintió satisfecho y se bajó del vehículo. A una señal sus hombres, que se habían bajado también del otro coche, se acercaron. Los cuatro se pusieron un pasamontañas negro, como la ropa que llevaban, y corrieron hacia un terraplén medio oculto por la maleza y los árboles.
Miri mantuvo la vista fija en el reloj del vehículo. Los segundos pasaron lentamente, y cuando apenas faltaba medio minuto para que hubiesen transcurrido los veinte que Merrick le había dicho, lo vio reaparecer por el mismo lugar por el que habían desaparecido. Llevaba asida por el brazo a una mujer con un vestido de novia y un velo en la cabeza echado hacia atrás; la princesa Alyssa Sutherland.
Parecía un poco más baja que ella, pero aquello no sería problema. Se había llevado un par de zapatos sin tacón por si acaso. Se los cambió por los que llevaba puestos, se bajó del vehículo y se dirigió hacia Merrick.
–No tienes por qué hacer esto, Miri –le insistió éste una vez más–. Aún estás a tiempo de echarte atrás.
–No puedo, y no voy a hacerlo. Tengo mis razones.
No se atrevió a decir más. Si Merrick supiera la verdad nunca le habría permitido implicarse en aquello. Al oírla hablar la princesa dio un respingo, y Miri habló en verdonés cuando volvió a dirigirse a Merrick. Por lo que su hermanastro le había dicho, Alyssa se había criado y había vivido en Estados Unidos hasta entonces, así que era improbable que hablase verdonés.
–Deprisa –le dijo a Merrick–. Sólo tenemos unos minutos antes de que alguien descubra que ha desaparecido.
Merrick le quitó el velo a Alyssa y se lo arrojó.
–¿De verdad crees que esto funcionará?
–Pues claro. Nuestros vestidos son casi idénticos, y con el velo no se me verá la cara; no tienes por qué preocuparte –respondió Miri–. Quien debe preocuparte es ella –añadió señalando a la hermosa princesa con la cabeza–. Siempre pierdes la cabeza con las mujeres bonitas. Si te descuidas hará que acabes comiendo de su mano.
Merrick resopló.
–Y tú no tienes que preocuparte de mí, sino de ti misma –le contestó–. Ten cuidado con Von Folke. Ve por donde nosotros hemos venido. A unos quinientos metros hay una capilla. Encontrarás a un guarda inconsciente en los jardines que hay justo detrás. Ponte el velo y siéntate junto a él. Cuando vuelva en sí dile que se había desmayado o cualquier cosa que te parezca creíble, pero no dejes que reporte el incidente a sus superiores.
Miri asintió, se recogió las faldas y echó a correr, cuidando de que el vestido no se le enganchase en la maleza. Si no llegase a tiempo junto al guarda antes de que recobrase el conocimiento no podría cumplir con su parte del plan y podrían detener a Merrick antes de que lograse escapar.
Al llegar al claro donde estaba la capilla vio al guarda desplomado en el césped, cerca de un banco de piedra. Tenía un pequeño dardo clavado en el cuello. Se lo arrancó con una mueca de asco y lo arrojó hacia unos arbustos.
Después de asegurarse de que no había nadie más por los alrededores se sentó, y sacó unas horquillas de un bolsillito que le había hecho al vestido. Se recogió el cabello de un modo parecido a como lo había llevado recogido Alyssa y con unas pocas más se fijó el velo, colocándoselo de modo que le cubriera el rostro. Justo unos instantes después volvía en sí el guarda.
–¿Qué…?
Miri se apresuró a acuclillarse a su lado.
–¿Se encuentra bien? –le preguntó con voz suave, rogando que sonase parecida a la de Alyssa. ¿Por qué?, ¿por qué no le habría dicho a Merrick que la hiciese hablar para hacerse una idea de su acento y el timbre de su voz?–. Ha debido de tropezar, o se ha desmayado, o algo así. ¿Se siente mal? ¿Quiere que vaya a avisar a uno de sus superiores?
El hombre se sonrojó.
–No, no, señorita. Estoy bien.
–Deje que lo ayude a levantarse –le dijo ella pasándole un hombro por debajo del brazo–. ¿Está seguro de que no quiere que pida que venga un médico? –le insistió cuando el guarda estuvo de pie.
–No, por favor –le suplicó el hombre en un siseo–. No le cuente a nadie lo que ha pasado. Podría costarme el puesto.
–Oh, cielos, eso sería terrible. ¿Sabe qué? Será nuestro secreto. Al fin y al cabo no ha pasado nada. Estoy sana y salva.
El guarda asintió aliviado.
–Gracias, alteza. Y gracias también por no haber intentado escapar cuando habéis tenido la ocasión de hacerlo.
¿Escapar? ¿Por qué creería el guarda que Alyssa podría intentar escapar? A menos que… Vaya. O mucho se equivocaba, o parecía que la princesa Alyssa no estaba muy de acuerdo con aquel matrimonio concertado. Eso significaría que aquel guarda no había tenido únicamente la misión de acompañarla a la capilla, sino también de evitar que escapara.
¿Qué estaba ocurriendo allí? ¿Por qué quería forzar Brandt aquella unión? ¿Tan desesperado estaba por ser rey que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por lograrlo?
Le resultaba difícil de creer. Conocía a Brandt; él no era así. Aquél no era el Brandt al que conocía desde la tierna edad de siete años, y mucho menos el Brandt de un mes atrás, el Brandt del que se había enamorado, pensó con lágrimas en los ojos.
–Por supuesto que no me he escapado –murmuró–. Después de todo… ¿Adónde podría ir?
Se asió del brazo del hombre y juntos cruzaron los jardines y rodearon el pequeño edificio.
Frente a la fachada de la capilla había dos filas de guardas que formaban un pasillo hasta la entrada de la misma. Un enjambre de damas de honor la rodearon para arreglarle el vestido, y una le entregó un ramo de lilas con una pequeña reverencia. Luego se colocaron en parejas detrás de ellos dos.
Miri sentía deseos de llorar. Aquello debería ser real y no una farsa; aquél debería haber sido el día de su boda. «¿Por qué, Brandt, por qué?».
Inspiró profundamente y echaron a andar. Una vez hubieron entrado en la capilla se oyeron los acordes de un órgano; las primeras notas de la marcha nupcial.
Mientras avanzaban, fijó su vista en el hombre que la esperaba frente al altar. Alto, de cabello negro como una noche sin estrellas y rasgos severos, nadie lo habría calificado de «apuesto». Resultaba incluso intimidante… hasta que sonreía.
Cuando sonreía su rostro parecía transformarse por completo. Eso era lo que la había hecho enamorarse perdidamente de él. Había creído que él sentía lo mismo por ella, y había estado a punto de entregarse a él, pero entonces había recibido una llamada informándola de la muerte de su padrastro, y había regresado a Verdon de inmediato.
Le había dejado a Brandt una nota, una nota cuyo solo recuerdo le avergonzaba. Agitada como había estado en el momento en que la había escrito, había sido una nota apresurada y apasionada, en la que había expresado sus esperanzas y sueños de un futuro con él, diciéndole hasta qué punto lo adoraba. ¡Qué estúpida había sido!