Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Teresa Ann Southwick
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La hija secreta, n.º 1306 - junio 2015
Título original: If You Don’t Know by Now
Publicada originalmente por Silhouette© Books.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcasregistradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6367-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
Maggie Benson se quedó boquiabierta. Miró al hombre que se encontraba a metro y medio de ella y deseó pellizcarse; o mejor aún, pellizcarlo a él. Pensó que estaba soñando o alucinando. Si en aquel momento hubiera empezado a sonar una vehemente interpretación del tema musical de En los límites de la realidad, no le habría extrañado. El individuo que se encontraba de pie junto al cercado era la viva imagen de Jack Riley, pero no podía ser él. Se dijo que si todo el mundo tenía un doble, aquel era el suyo. Jack siempre había sido hombre de muchas mujeres y no esperaba volver a verlo.
—Hola.
Al oír su profunda y seca voz, Maggie supo que no era un sueño.
—¿Jack?
—El mismo, Maggie.
Era él. Jack Riley había vuelto. Y no sabía si abrazarlo o abofetearlo. El temblor de sus manos se extendió a sus piernas, y por si fuera poco, su corazón latía desbocado. Notó que tenía sudorosas las palmas, y se dijo que sería mejor que no le estrechara la mano; pero teniendo en cuenta lo que había pasado entre ellos diez años atrás, ese habría sido el menor de los problemas.
Jack había sido el primer hombre con el que había hecho el amor, algo difícil de olvidar. Pero suponía que la experiencia no había sido tan importante para él, porque se marchó sin mirar atrás.
Por desgracia, seguía siendo tan atractivo que se había quedado sin aliento. Sus ojos eran de un azul increíblemente intenso, de pestañas largas y oscuras. Y tenía el mismo pelo negro de siempre, aunque lo llevaba muy corto, al estilo militar.
No lo había visto desde que se había marchado de Destiny, cuando solo era un adolescente. Habían pasado diez años y ahora estaba de nuevo ante ella, pero más fuerte, más grande, convertido en todo un hombre.
—Me alegro mucho de verte, Maggie.
Maggie no sabía qué decir. Había permanecido en paradero desconocido durante una década y aparecía de repente y sin advertencia en el campeonato de rodeo del instituto North Texas.
—¿Te ha comido un gato la lengua? —preguntó él, como si pudiera leer sus pensamientos.
Maggie se encogió de hombros y se limitó a decir:
—Guau...
—Bueno, es un principio.
Jack la observó con intensidad, como si pudiera atravesarla con la mirada, y Maggie rezó para que no adivinara su secreto. Al menos, no todavía.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó ella.
—Bien. ¿Y a ti?
—Bien.
—Parece que hayas visto un fantasma...
—Tal vez porque me siento así. Hace un rato le comenté a Taylor Stevens que creía haberte visto, pero pensé que lo había imaginado. Y desde entonces he tenido una sensación extraña, como si ya hubiera vivido todo esto.
—Pues acertaste. Era yo.
—¿Por qué no te has acercado antes a saludar?
En lugar a responder a la pregunta, Jack tomó una de las tarjetas de Maggie, que se encontraban sobre uno de los tablones del cercano.
—¿Qué tienda es esta que aparece en la tarjeta? Aquí dice que eres su propietaria...
—Sí, es mía. La abrí hace cinco años en Destiny. Vendemos antigüedades, recuerdos para turistas, sombreros, bolsos, artesanía... ya sabes. De hecho soy la vendedora oficial de la camiseta del campeonato de rodeo del instituto —declaró, mientras le enseñaba la parte trasera de la tarjeta—. ¿Lo ves? Aquí están los nombres de todos los alumnos que participan. Además, bordé y pinté personalmente las chaquetas y las camisetas.
Maggie estaba tan nerviosa que quería seguir hablando, pero se detuvo. Prefería que fuera él quien hablara.
—Impresionante —dijo él.
—Gracias.
—¿Te ha sorprendido verme? —preguntó Jack, mientras se apoyaba en el cercado.
En realidad, estaba algo más que sorprendida. Estaba asombrada, perpleja, desconcertada, al borde de un ataque de nervios. Pero naturalmente no estaba dispuesta a admitirlo, de modo que se apoyó también en el cercado, a escasa distancia de él y dijo:
—¿Por qué iba a estar sorprendida? Escribiste un par de cartas y luego desapareciste. Es algo que pasa con frecuencia.
—Nunca he sido muy bueno escribiendo cartas.
—¿En serio? Pues tu última carta fue clara y concisa. Básicamente, te deshiciste de mí.
Maggie no había olvidado la carta. La había tirado a la basura pero aún recordaba algunas líneas, porque a fin de cuentas le habían roto el corazón. En la misiva, Jack le decía que su relación había llegado a ser demasiado intensa, que no era justo para ella y que sería mejor que continuaran por caminos separados.
—Si no recuerdo mal, dijiste que tu vida era demasiado inestable para mantener una relación amorosa —continuó ella.
—Sí, es cierto —dijo, apartando la mirada.
—Te envié una carta de contestación, pero me la devolvieron. Y desde entonces no había sabido nada de ti.
Maggie intentó adoptar una actitud desenfadada, pero estaba muy alterada. En aquella época era una adolescente dominada por sus hormonas qué llegó a creer que nunca dejaría de amarlo. Pero ya no era ninguna niña. Las circunstancias la habían obligado a madurar, y su talante romántico había desaparecido bajo el peso de la realidad.
—Decidí marcharme de Destiny, eso es todo —dijo él.
—No necesito que me des explicaciones. Admito que me dolió en su momento, pero los años han pasado y tengo una vida. Ya no soy una adolescente.
—Ya lo veo —dijo, con una sonrisa.
El brillo de sus ojos azules la estremeció. Al parecer, los diez años transcurridos no habían borrado el efecto que tenía sobre ella. Solo habían pasado cinco minutos y ya estaba a punto de caer rendida a sus pies, pero intentó mantener la compostura.
—¿Qué has estado haciendo todos estos años? —preguntó ella.
La sonrisa de Jack desapareció y su rostro se ensombreció repentinamente.
—De todo un poco —respondió.
—¿Y cuándo has vuelto?
—Esta mañana.
—¿Por qué?
—Por asuntos personales. Y por cierta historia aparecida en un periódico.
Era evidente que Jack no quería hablar sobre ello. Maggie se sorprendió un poco, porque no recordaba que en el pasado hubiera sido tan reservado. Sin embargo, no se podía decir que hubieran pasado mucho tiempo hablando. Recordó sus fuertes brazos, sus besos, la excitación del amor, y se ruborizó.
Alzó un poco la cabeza para observarlo con más atención. En realidad no lo conocía demasiado cuando se marchó de la pequeña localidad y seguía sin conocerlo en ese momento. Pero estaba decidida a solventar ese problema.
—¿De qué historia hablas?
—De un artículo en el que se hablaba del rodeo y del rancho para turistas que va a abrir Taylor Stevens. También había una fotografía de Mitch Rafferty y Dev Hart, con Taylor.
—Estoy impresionada...
—¿Por qué?
—Porque parece que eres capaz de decir más de tres palabras seguidas.
—Lo siento. Es la costumbre del lenguaje militar.
—¿Del lenguaje militar?
—Sí, está pensado para evitar cualquier tipo de comunicación.
—Entonces, dudo que me gustara el ejército.
Maggie habría dado casi cualquier cosa por saber lo que estaba pensando. El Jack que había conocido era abierto y cariñoso, no se parecía a aquel individuo frío y distante. Se preguntó qué habría pasado si no hubiera decidido enrolarse en el ejército. Tal vez habrían seguido juntos. O tal vez no.
—Pero cuéntame cómo te ha ido la vida —continuó ella.
—He viajado mucho. Nunca me quedo mucho tiempo en el mismo sitio.
—¿Por qué?
Por segunda vez, Jack evitó contestar. En lugar de hacerlo, volvió a sonreír y lo hizo de un modo tan encantador que la joven se estremeció.
—¿Por qué sonríes de ese modo?
—Porque sigues siendo tan directa como siempre.
—De modo que nunca estás mucho tiempo en el mismo sitio... Comprendo. ¿Echas de menos a tu padre?
—No, ya no tanto.
El padre de Jack había muerto cinco años antes, de un ataque al corazón. Maggie había oído que Jack había regresado para ayudar a su abuela con los detalles del funeral, pero en aquel momento estaba de vacaciones en Florida y no coincidieron. Solo entonces, cayó en la cuenta de cuáles podían ser los asuntos personales a los que se había referido unos minutos antes.
—Siento mucho lo de tu abuela. Te echamos de menos en el entierro. Casi todo el mundo estuvo presente. Es una lástima que no pudieras venir.
—Desde luego.
—¿Por qué no viniste?
—Estaba... trabajando —respondió, con evidente dolor.
—Dottie me comentó que no hablaba muy a menudo contigo. Decía que cuando estabas trabajando no te pasaban los mensajes.
—Es cierto.
—Pero murió hace seis meses. Eso es mucho tiempo. ¿Por qué has tardado tanto?
—Después de perderme el entierro, las prisas ya no tenían sentido.
—Dottie también decía que estabas demasiado centrado en tu trabajo.
—Mi abuela siempre fue muy perceptiva.
—Y te quería. Yo la apreciaba mucho.
Cinco años atrás, Maggie había inaugurado su tienda, había dejado la casa de sus padres y se había marchado a vivir sola. Tres años y medio después, había encontrado una casa a un precio razonable junto al domicilio de la abuela de Jack. Y hasta su fallecimiento, las tartas y galletas de Dottie Riley llegaron a convertirse en algo muy querido para la joven.
La anciana siempre se las arreglaba para asegurarle que Jack no mantenía ninguna relación amorosa seria, y Maggie la adoraba por gestos como ese, al igual que Faith. Su hija. Y la hija de Jack.
Maggie había intentado contárselo y lo habría hecho si Jack no hubiera desaparecido de Destiny. Más tarde, pensó que ya no tenía sentido. Pero en ese momento, después de tantos años, se dijo que tal vez debía decírselo. Lamentablemente estaba segura de que se quedaría poco tiempo en la localidad y que cuando se marchara lo haría para siempre, porque ya no tenía familia allí. O él pensaba que no la tenía.
Miró hacia la multitud que se había congregado para disfrutar del rodeo e intentó localizar los rizos negros de su hija. La había dejado en compañía del sheriff Grady O’Connor, sus hijas gemelas y Jensen Stevens. Sin embargo, ahora solo podía ver al sheriff.
—¿Adónde habrán ido? —se preguntó en voz baja.
—¿Quién? —preguntó él.
—Tres niñas a las que estaba vigilando. Estaban jugando por los alrededores.
—¿Qué aspecto tienen?
Maggie estuvo a punto de contestar que una de ellas tenía sus ojos azules y su color de pelo, pero no lo hizo.
—Dos son gemelas. Y la tercera lleva vaqueros y una camiseta de color rosa.
Jack miró hacia las gradas. Maggie tuvo la impresión de que observaba con tanta precisión como si estuviera mirando a través de unos prismáticos. Había una extraña intensidad en él, que no recordaba haber notado antes, y se preguntó qué le habría sucedido en la última década.
—No las veo.
—Yo tampoco, maldita sea. Y estoy preocupada porque hace un rato se acercó a ellas un desconocido.
—Estamos en un rodeo. Esto está lleno de gente que no conoces.
—Sí, lo sé, pero ese tipo me dio mala impresión... Ríete si quieres.
—No, no me río. He aprendido a no despreciar el instinto de la gente.
Nuevamente, Maggie sintió curiosidad por el pasado inmediato de Jack, pero no le preguntó por él. Y tampoco le contó que poco antes, cuando lo había visto en la distancia, había tenido la misma sensación que la había asaltado tras el regreso de Mitch Rafferty a Destiny. Era como si el pasado los estuviera atrapando a todos.
En aquel instante, Maggie vio que Jensen, la hermana de Taylor, se acercaba a ellos.
—¿Jen?
—Hola Maggie —dijo la preciosa morena de ojos verdes, antes de volverse hacia Jack—. Tu cara me resulta familiar...
—Soy Jack Riley.
—Ah, claro, ahora recuerdo... —dijo Jensen, que de inmediato miró a Maggie—. ¿Qué te ocurre? Pareces preocupada.
—Hace un rato te vi con las niñas. ¿No sabes dónde están ahora?
—Sí, creo que Kasey y Stacey han ido a comprar unos refrescos. Y Faith se alejó hacia los cercados de los animales.
—Dios mío, esa chica no tiene ningún sentido común...
—Oh, vamos, seguro que está bien.
—¿Puedes hacerme un favor, Jen? Vigila mis cosas mientras voy a buscarla.
—Descuida, ya me encargo de todo.
—No creo que te den mucho trabajo ahora. El intermedio del rodeo está a punto de terminar y además no tardaré en volver. Hasta ahora, Jen. Ah, y encantada de verte, Jack...
—Iré contigo —dijo él.
—No es necesario.
Maggie sintió la necesidad de salir corriendo. Pero su metro ochenta y cinco de altura y su duro y estilizado cuerpo le afectaban tanto que no habría podido hacerlo.
Localizaron a Faith nada más llegar a los cercados de los animales. Se había subido a uno de los tablones y estaba observando a los toros.
—Bájate de ahí ahora mismo —le ordenó.
—Ah, hola...
La niña quiso darse la vuelta para saludar, pero al girarse resbaló en el tablón y cayó al interior del cercado. Todo el mundo estaba atento a Mitch Rafferty, que era el comisionado del rodeo y que en aquel instante estaba dando un discurso, así que nadie se fijó en Faith.
—Oh, Dios mío...
Maggie sintió que su corazón se detenía, pero Jack no dudó. Sin decir una sola palabra, saltó el cercado, tomó a la niña en brazos y la sacó de allí a toda velocidad.
—Gracias —dijo la pequeña, sonriendo.
—De nada. ¿Estás bien?
—Sí, bueno, pero tal vez deberías dejarme en el suelo. Esto tendrá consecuencias funestas...
Maggie tomó a su hija por los brazos y empezó a buscar posibles heridas o magulladuras, pero no encontró nada. Solo se había manchado la camiseta.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, está bien —intervino Jack—. Pero deberíamos buscar a sus padres.
Faith lo miró y dijo:
—No tendrás que buscar muy lejos.
—¿Cómo? —preguntó él, asombrado.
—Maggie es mi madre...
Jack miró a Maggie y palideció. Se puso tan tenso que la joven sintió cierta satisfacción por haber conseguido, por fin, que reaccionara ante ella de algún modo.
Entonces, Jack arqueó una ceja y preguntó:
—¿Tu madre?