AGRADECIMIENTOS

Un libro como este no ve la luz sin el esfuerzo de muchas personas. En primer lugar y ante todo, queremos dar las gracias a Rob Polishook, el «tercer Mosquetero» del equipo. Rob ha sido esencial y de un gran apoyo en el desarrollo del trabajo con brainspotting deportivo, el modelo de trauma deportivo y la aplicación de nuestras teorías en el terreno de juego y en el trabajo de campo. Asimismo, su ayuda ha sido clave a la hora de contactar con Mackey Sasser y Howard Smith. Rob es también un genio del marketing y una fuerza incontenible. Estas palabras nos llevan a hablar de Mackey Sasser, al que es un placer referirnos como amigo y seguidor. Mackey se abrió a nuestro trabajo y nos ayudó a demostrar que hasta el atleta más «bloqueado» puede desbloquearse. Él nos inspira y apuesta por nosotros; su empeño ha contribuido y contribuirá a confortar y liberar a innumerables buenos deportistas que sufren, víctimas de la parálisis.

Un millón de gracias a Howard Smith de MLB, por estar abierto a ideas ambiciosas y dispuesto a darnos su apoyo y su aval. Siempre encontró tiempo para interceder por nosotros y abrir una puerta que, de lo contrario, tal vez siempre habría permanecido cerrada. Gracias a Lisa Schwarz, pionera del uso de brainspotting en el ámbito de la disociación deportiva. Su labor en este terreno es trascendental, uno de los cimientos del modelo del trauma deportivo. Estamos muy agradecidos a Bob Scaer por haber aportado estas maravillosas innovaciones al campo del trauma y su tratamiento. Es un orgullo que Bob nos apoye y sea nuestro amigo. Gracias a Calder Kaufmann, que encarna el futuro de nuestro trabajo. Calder es un excelente lanzador/psicólogo que podrá llevar nuestra labor al futuro. Nuestra gratitud a Uri Bergmann, maestro y guía en su saber neurobiológico. Gracias a los chicos de Dog Ear Press, con los que libros como el nuestro se hacen realidad. Nuestro agradecimiento a Dave Larabel de Black Agency, por creer en nosotros y por todo lo que ha hecho por nuestra obra. Tenemos en gran estima al equipo que ha estado entre bastidores en este viaje de varios años: Esly Carvalho, Chris Ranck, Martha Jacobi, Pie Frey, Diane Israel, Roberto Weisz, Steve Walker, Earl Poteet, Laura Hillesheim, Ceri Evans, Shane Crain, Deb Antinori, Linda Brennan, Lucy Brown, Neilly Buckalew, Anne Buford, Sjoerd de Jongh, Susan Dowell, Kevin Dowling, Philip Dutton, Chloe Katz, Chaya Kaufmann, Oliver Schubbe, Mario Salvador, Fran Yoeli, Evan Seinfeld, Tom Taylor y Terrie Williams.

Por último, pero sin duda no menos importante, agradecemos a nuestros muchos atletas-clientes que hayan confiado en nosotros, que hayan compartido su dolor y nos hayan enseñado tanto sobre la resiliencia y cómo los bloqueos acaban siendo progresos. En especial, queremos expresar nuestra gratitud a quienes de tan buen grado nos han permitido compartir con el lector sus historias.

BIBLIOGRAFÍA

GOLDBERG, Alan [ed.], Sports Slump Busting – 10 Steps To Mental Toughness and Peak Performance, Champaign (Illinois), Human Kinetics, 1998.

GRAND, David, Emotional Healing at Warp Speed: The Power of EMDR, Nueva York, Random House, 2001.

LEVINE, Peter, Curar el trauma, Barcelona, Urano, 1999.

RYAN, Joan, Little Girls In Pretty Boxes: The Making and Breaking of Elite Gymnasts and Figure Skaters, Nueva York, Bantam-Doubleday Dell, 1995.

SCAER, Robert, The Body Bears The Burden: Trauma, Dissociation and Disease, Binghamtom (Nueva York), The Haworth Medical Press, 2001.

SCAER, Robert, The Trauma Spectrum: Hidden Wounds and Human Resiliency, Nueva York, W. W. Norton & Company, 2005.

SEY, Jennifer, Chalked Up: Inside Elite Gymnastics’ Merciless Coaching, Overzealous Parents, Eating Disorders and Elusive Olympic Dreams, Nueva York, Harper Collins, 2008.

SHAPIRO, Francine, EMDR: una terapia revolucionaria para superar la ansiedad, el estrés y los traumas, Barcelona, Kairós, 2013.

BIOGRAFÍAS

Dr. G.—El doctor Alan Goldberg es experto internacional en psicología aplicada al deporte. Antiguo consultor de psicología deportiva de la Universidad de Connecticut, el doctor Goldberg cuenta con más de veintiséis años de experiencia en el tratamiento de deportistas y equipos de todos los deportes y niveles, desde profesionales hasta escolares. Autor de Sports Slump Busting y Playing Out Of Your Mind, el Dr. G. está especializado en ayudar a superar miedos y bloqueos, acabar con los bajones y rendir al máximo de las propias capacidades. Para contactar con el doctor Goldberg, visite www.competitivedge.com.

Dr. Grand—El doctor Grand es especialista en rendimiento, psicoterapeuta, escritor, docente y filántropo célebre por el descubrimiento y el desarrollo del brainspotting, de fama internacional. Es el autor de Emotional Healing at Warp Speed. El doctor Grand goza de reconocimiento por sus descubrimientos y progresos en la sanación de traumas y la mejora del rendimiento y la creatividad deportivos. El uso de su método brainspotting y BioLateral Sound se ha extendido entre miles de terapeutas de todos los continentes interesados en superar las limitaciones de la psicoterapia. Para contactar con el doctor Grand, visite www.brainspotting.pro

CAPÍTULO 1

MACKEY SASSER, RECEPTOR DE LOS NEW YORK METS

Anatomía de un problema de rendimiento deportivo repetitivo (RSPP)

Yo (DG) he sido seguidor de los New York Mets desde que se fundó el equipo en 1962. El primer año asistí a partidos en el viejo estadio de Polo Grounds, y poco después fui testigo emocionado de la construcción del Shea Stadium. Estaba allí hasta cuando ponían el césped para el nuevo y flamante cuadro. La victoria de los Mets del 69 en el campeonato fue uno de los momentos cumbre de mi adolescencia. Recuerdo claramente cuando ficharon al receptor Mackey Sasser, de los Pittsburgh Pirates. Lo contrataron porque Gary Carter, el lanzador ya mayor del equipo, sufría lesión tras lesión, y los Mets necesitaban más profundidad tras el plato. Aunque me parecía que nadie podría reemplazar a Carter, yo confiaba en que el afable Sasser podría cumplir su cometido. Aquel jugador de 1,85 metros y 95 kilos de peso era un bateador agresivo y sorprendentemente ágil para su tamaño. Tenía fuerza en el brazo y una dejada rápida a la segunda base.

En su temporada de debut, el enérgico Sasser bateó .285 y cosechó un porcentaje de llegadas a base de .313. Sus resultados no dejaban de mejorar. En 1990, habiendo bateado .307, parecía ser el receptor del futuro de la franquicia neoyorquina. La era pos-Gary Carter parecía ir por buen camino, y eso era alentador.

Mackey Sasser bateando.

A pesar de las notables habilidades de Sasser tanto tras el plato como con el bate, no todo el monte era orégano. En su primera temporada con los Mets, a veces se las veía y se las deseaba con el gesto aparentemente simple de devolver la pelota al lanzador. Había ocasiones en las que, antes de soltar la pelota, se la pasaba de una mano a otra dos, tres y hasta cuatro veces. Cuando al fin la dejaba ir, las más de las veces lo hacía con suavidad, en lugar de hacer un lanzamiento contundente. Curiosamente, a Mackey no le costaba nada atrapar a un corredor que quisiera robar la segunda base. Al cabo de un tiempo, los corredores del equipo contrario aprovechaban la situación y ajustaban los robos de bases al movimiento de Mackey.

El problema de Mackey con el lanzamiento empezó antes de que me especializara en la resolución de problemas de rendimiento y traumas. En esa época yo, como la mayoría de la gente, daba por hecho que las dificultades del jugador desaparecerían por sí solas. Siendo aficionado al béisbol, sabía que el lanzador de los Pirates Steve Blass había perdido el control quince años antes. La situación de Mackey resultaba especialmente chocante, porque, de entrada, el jugador lanzaba la pelota sin problemas en la zona de calentamiento y a la segunda base. Sin embargo, no lograba devolver la pelota al lanzador durante el partido. En esa época aquello carecía totalmente de sentido. Poco me imaginaba que, dieciséis años después, estaría trabajando este mismo tema con Mackey.

En 1990, su mejor año en la Liga Nacional, sus problemas de lanzamiento fueron a más. Los seguidores de Nueva York y los medios de comunicación respondieron con crueldad: el «síndrome de Sasser» había llegado a la Gran Manzana. Titulares como «Sasser da al traste con su carrera» encabezaban las páginas deportivas. El joven era objeto de toda clase de burlas y, en los partidos, los seguidores de su ciudad, al unísono, contaban a voz en grito «¡Una! ¡Dos! ¡Tres!» cada vez que Mackey hacía ese gesto con la pelota. Su parálisis en los lanzamientos y la vergüenza correspondiente se intensificaron de tal manera que el joven sufría ataques de pánico en la víspera de cada partido.

Ese mismo año, Jim Pressley de los Braves embistió a Sasser en una fuerte colisión en la base del bateador. Mackey sufrió un grave esguince en el tobillo derecho, se desgarró parcialmente el tendón de Aquiles y se pasó seis semanas sin jugar. Cuando regresó al equipo nunca volvió a ser el mismo jugador. Su bateo cayó en picado, y sus problemas de lanzamiento empeoraron hasta el punto de ser incapaz de soltar la pelota. Cada vez intervenía menos tras la base, hasta que al final, en noviembre de 1992, rescindieron su contrato. Me entristeció mucho su marcha, pero me alegré por él cuando los Mariners lo ficharon enseguida. A principios de su segundo año con Seattle, su problema con los lanzamientos regresó en toda su dimensión, de modo que lo retiraron de la alineación defensiva. En 1995, tras jugar brevemente con los Padres y los Pirates, Sasser se retiraba. Volvió a su hogar de Alabama como entrenador de su alma mater, el Wallace Community College.

En la época en que Mackey dejaba a los Mets, yo empezaba a trabajar cada vez más como psicoterapeuta especializado en traumas. Como médico clínico, había adquirido y desarrollado nuevas herramientas, como el EMDR (desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares) y las SE (experiencias somáticas). Me sorprendía y complacía ver hasta qué punto podía sanar a personas traumatizadas. Con esta tecnología y herramientas nuevas, podía ayudar a mis clientes incluso a superar traumas de los que aún no me habían hablado. Ese tipo de trabajo me orientó más hacia el cuerpo, su papel en el control de las emociones y su influencia en el comportamiento. Observé que quienes habían sufrido accidentes o lesiones físicas seguían cargando con esos traumas en el cuerpo y en la mente mucho después del episodio. Era como si el trauma dejara huellas dobles en la mente y en el cuerpo, ambas unidas inexorablemente.

No tardé en descubrir la posibilidad de aplicar lo aprendido en estas observaciones a deportistas como Mackey, que, por la naturaleza del deporte que practicaban, eran tan propensos a lesionarse. Pensé: «Si el trauma deja una huella física y emocional en el atleta, ¿podría ser esta huella la causante de esos problemas de rendimiento repetitivos?». Cuanto más veía a golfistas, lanzadores, receptores, patinadores y gimnastas atrapados en dificultades de rendimiento, más me planteaba la base traumática de sus problemas. Me devolvían el recuerdo de Mackey y sus apuros con los lanzamientos. Me preguntaba qué hubiera pasado si yo hubiera tenido la capacidad y la ocasión de trabajar con él cuando todavía jugaba en la Liga Nacional.

Mientras duró su calvario, Mackey deseaba con todas sus fuerzas solucionar el problema, pero era del todo incapaz de hacerlo. No tenía ni idea de por qué no lograba hacer ese pase relajado al lanzador sin vacilar. ¿Cómo podía ser que, en un deporte en el que había destacado, siendo elegido MVP (jugador más valioso) en todas las categorías, de repente no fuera capaz de ejecutar la tarea más sencilla? Desesperado por hallar una solución, Mackey perdió la cuenta del número de psicólogos y especialistas que le visitaron. Hasta recurrió a un hipnotizador, pero nada sirvió y el problema fue a más.

Cuando lo conocimos en el verano de 2006, once años después del fin de su carrera, Mackey seguía buscando respuestas. Aseguraba que no había pasado un solo día sin que alguien le preguntara qué había sido de su lanzamiento. En nuestro primer encuentro reconoció que, entonces que era entrenador, aún había veces en las que lo pasaba mal al practicar el bateo. Todavía le costaba soltar la pelota sin dudar. De hecho, ese era el problema que entonces le impedía entrenar en la Liga Nacional, un sueño que seguía albergando, a pesar de haber dejado de competir. «Podría ser un entrenador de calentamiento buenísimo en la liga profesional, pero tendría que entrenar el bateo. Me temo que no estaría a la altura y no podría volver a hacer frente a esa humillación».

Al pedirle a Mackey que nos hablara de su historia y de su infancia, buscábamos tanto traumas emocionales como lesiones físicas que pudieran haberse acumulado inconscientemente con los años, para desembocar finalmente en su problema con los lanzamientos. La biografía y el historial de lesiones de Mackey revelaron claramente que la mayoría de los «expertos» se habían equivocado de pleno con sus aparentemente inhabituales dificultades de lanzamiento.

Los RSPP no aparecen porque sí. No son algo que se pueda «pillar» de un compañero de equipo afectado, y no tienen nada que ver con estar «mal de la cabeza». Son consecuencia de la acumulación gradual en el cerebro y el cuerpo del atleta de heridas físicas y emocionales sufridas durante la vida y la carrera del atleta. Punto. Para cuando el afectado, los entrenadores y el público en general se percatan del problema de rendimiento, la mayoría –si no todos– de estos traumas del pasado se olvidaron ya hace mucho, o se ignoraron completamente por carecer de importancia. Sin embargo, el cuerpo del deportista no los ha olvidado y, sin saberlo, lleva la cuenta, con todo lujo de detalles, de esas heridas y las emociones asociadas.

Los efectos físicos y emocionales de la cuenta del cuerpo son lo que acaba interfiriendo con el talento natural del afectado, las incontables horas que ha dedicado a entrenarse y su amplia experiencia. ¿Cómo puede ser que un deportista elegido MVP en todas las categorías no sea capaz de ejecutar la tarea más sencilla? La respuesta está siempre en la mente y el cuerpo del atleta.

Mackey Sasser durante una sesión con el doctor Grand.

La historia de Mackey Sasser muestra a las claras por qué la psicología deportiva tradicional no sirve para explicar ni para tratar a los deportistas que se enfrentan a RSPP. Al fijarnos más en los problemas de lanzamiento y el historial subyacente de lesiones de los atletas a través de la lente de nuestro paradigma, el misterio del síndrome de Sasser, de la enfermedad de Steve y otros problemas de rendimiento inexplicables en todos los deportes empieza a desentrañarse. Yo (DG) trabajé con Mackey cuatro veces en nueve meses. La primera sesión fue en Manhattan, Nueva York, y se prolongó unas cinco horas. La última fue en Dothan, Alabama, y duró noventa minutos. Entre ellas hubo dos consultas telefónicas de media hora.

Sasser había sufrido varias lesiones importantes en el instituto, la universidad y su carrera profesional. Calladamente, esas lesiones habían constituido la base de su bloqueo. Además, en el pasado había vivido traumas profundos que nada tenían que ver con el deporte, y todos ellos habían contribuido a la aparición posterior de sus yips. Llama la atención el hecho de que ninguno de los más de cincuenta profesionales que le visitaron durante su carrera preguntara jamás por ninguna de esas experiencias negativas o su posible relación con los problemas que en ese momento tenía en el lanzamiento.

Al evocar conmigo su primera infancia, Mackey relató dos cosas de inmediato. La primera era que su padre padecía una grave enfermedad reumatoide que limitaba en gran medida sus actividades y le causaba muchísimo dolor. Cuando empezaron a jugar juntos a la pelota, le resultaba imposible lanzar la pelota a su hijo de tres años: se la pasaba bajo mano (underhanded). El padre de Mackey combatía el dolor constante automedicándose con alcohol (era lo que se llama un «alcohólico silencioso») y, como resultado, siendo aún muy pequeño, Mackey asumió el papel de cuidador en la familia.

Lo segundo que Mackey compartió conmigo fue que, cuando tenía siete años, vio cómo su hermano de cinco se precipitaba a la calzada y lo atropellaba un coche. El vehículo golpeó al niño en el pecho y lo propulsó a una distancia de treinta metros. Se quedó «muerto», pero los técnicos sanitarios lograron reanimarle. Sasser cuenta que su hermano nunca volvió a ser el mismo, ni física ni emocionalmente. Aunque solo contaba siete años, la culpa por no haber cumplido con la responsabilidad de cuidar de su hermano atormentaba a Mackey.

(DG) Me dejó helado imaginar lo que debió de sentir un chico de siete años al presenciar esa escena horrible, con el cuerpo y la mente paralizados por el miedo y la impotencia. Sin duda, esa impotencia no hizo sino intensificarse cuando sus padres, aturdidos, llegaron al lugar del accidente y él vio su consternación. En el relato de Mackey de otros episodios de su biografía, el tema de la impotencia parecía resurgir una y otra vez, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Tenía catorce años cuando el mejor amigo y socio de su padre murió en un robo minutos después de que Mackey saliera del establecimiento. Por lo visto, el homicida, al que Mackey conocía, había esperado a que el chico se marchara. Al parecer, aquel trágico incidente destrozó emocionalmente a su padre, que abandonó toda esperanza. Una vez más, cayó sobre Mackey el peso de la responsabilidad por lo que había pasado y el impacto que había tenido en su padre.

Tenía diez años cuando cayó de un árbol, desde una altura de más de cuatro metros, y fue a dar contra el borde oxidado de un bidón de doscientos litros. Le dieron varios puntos en las profundas heridas de la barbilla y la pierna, pero treinta y cuatro años después seguía estremeciéndose al recordar el incidente. A los doce, le extirparon con cirugía un quiste de Baker alojado en la rodilla izquierda. A los diecisiete, se desgarró los ligamentos de la misma rodilla al caer en la segunda base, y tuvieron que volver a intervenirle. Las rodillas son esenciales para un receptor, de vital importancia para agacharse y lanzar. Las lesiones de rodilla que requieren operaciones exponen al deportista a traumas mayores. El cuerpo siempre queda traumatizado por la cirugía, aunque sea necesaria y útil. Junto con las lesiones deportivas y los traumas emocionales, las operaciones permanecen grabadas en el detalladísimo marcador del cuerpo, y se suman al depósito que inconscientemente alimenta problemas de rendimiento posteriores.

Una entrada por sorpresa es un trauma deportivo.

Cuando Mackey jugaba de pasador (quarterback) en el instituto, a menudo le golpeaban al pasar la pelota. A los dieciocho, jugó en la misma posición en una liga semiprofesional contra jugadores mayores y de más envergadura. En un partido, estaba retrocediendo cuando le entraron por sorpresa y le dieron en las costillas. La fuerza del golpe traspasó el acolchado protector, y Mackey sufrió durante semanas dolores. Estos desparecieron, pero su cuerpo no lo olvidó nunca. Es interesante destacar que la mecánica corporal que interviene al tirar la pelota en béisbol y fútbol americano es básicamente la misma. Un diestro se gira de lado y sitúa el brazo izquierdo en dirección del objetivo. Luego se mece hacia atrás y apoya todo su peso en el pie derecho, al tiempo que ladea el brazo. Al soltar la pelota, su peso se desplaza hacia adelante y lo acompaña. De este modo, el flanco izquierdo de un quarterback diestro queda expuesto a las embestidas de la defensa, que llega a la carrera.

El cuerpo y la mente de Mackey recordaban con todo lujo de detalles ºaquella entrada por sorpresa, sobre todo el movimiento de su cuerpo al colisionar. Siempre que volvía a estar en esa posición o devolvía la pelota al lanzador, los pormenores del trauma, almacenados inconscientemente en su cerebro y cuerpo, se activaban en su consciencia. Cuando su cuerpo recordaba, sentía miedo y se le oprimía el cuerpo al retroceder para lanzar. Ese miedo y tensión física eran lo que impedía que ejecutara su lanzamiento rápido, preciso y fluido.

En 1984, los Giants de San Francisco ficharon a Mackey. Ese año volvió a lesionarse la rodilla en una caída y tuvieron que repararle con cirugía el cartílago desgarrado. En el curso de su carrera, le operaron varias veces esa rodilla para limpiarle los huesos astillados.

In 1985, en la Liga de Texas de béisbol doble «A», Kevin Keene lo derribó en el plato y en la colisión le dio un rodillazo en la cabeza. Mackey sufrió traumatismo cervical y una posible conmoción cerebral. Estuvo varios días sin jugar por lo mucho que le dolían la parte derecha del cuerpo y el cuello.

A pesar de que esas lesiones y traumas fueron antes de que se desencadenara el singular problema de lanzamiento de Sasser, todos contribuyeron inconscientemente a su aparición. Al igual que se desarrolla con el tiempo a base de innumerables repeticiones, la memoria muscular registra el conjunto de lesiones. Los movimientos similares a los que intervinieron en la lesión original disparan la ansiedad y la tensión muscular.

Los primeros síntomas de los yips de Sasser llegaron a principios de temporada en 1987, en Calgary. Hacía una noche fría, y Sasser tomó al vuelo un violento rebote atrás, en la costura del peto. Una punzada de dolor le sacudió el hombro derecho y le recorrió el brazo lanzador. En contra de lo que hubiera dictado la sensatez, continuó jugando, y el hombro se le fue anquilosando. Dolorido, no era capaz de volver a estirar el brazo para ladear la pelota antes del lanzamiento, por lo que empezó a dejar el brazo recogido cerca del cuerpo, como un ave con el ala rota. Solo podía devolver la pelota al lanzador empujándola con las yemas de los dedos. Siguió haciéndolo en unos cuantos partidos, pero cuando su hombro por fin mejoró no recuperó el movimiento normal de lanzamiento.

Los entrenadores pueden ayudar y también perjudicar.

Al regresar a San Francisco, Mackey siguió pasándolo mal. No tardó en tener que hacer frente a un entrenador que se mofaba de sus problemas de lanzamiento. Le dijo a él –y a todos los compañeros de equipo que le oían– que multaría a Sasser con veinte dólares siempre que vacilara al lanzar la pelota. El entrenador creía que aquel «amor con mano dura» sería útil, pero subrayar el problema de Mackey no hacía sino intensificarlo. El resultado de esta vergüenza aumentada era de esperar: las dificultades del jugador con el lanzamiento empeoraron.

La experiencia de Mackey con su entrenador evidencia una dinámica habitual entre los atletas que lidian con RSPP. El problema de rendimiento es cíclico; los traumas provocan síntomas, que a su vez provocan mayores traumas en el afectado. La vergüenza y la humillación causadas por entrenadores, padres y seguidores siempre tienen un efecto traumático en el deportista. La crueldad, falta de sensibilidad y humillación de que es víctima el atleta acentúan la gravedad e intratabilidad del problema de rendimiento. La ansiedad añadida tensa aún más los músculos, distrae al deportista y prolonga y agrava el problema.

Ese mismo año, cuando le ficharon los Pirates, resurgió el problema de Sasser en la rodilla izquierda. Los preparadores físicos del equipo, creyendo que el bulto de la rodilla era otro quiste de Baker, siguieron pinchándolo una y otra vez, pero en realidad el bulto era un músculo desgarrado que más adelante requirió otra operación.

Para Mackey, el año 1990 estaba siendo sensacional, hasta que se desgarró el tendón de Aquiles en una fuerte colisión con Jim Pressley, de los Atlanta Braves. Mackey estuvo seis semanas sin jugar. En la colisión también se dañó el costado izquierdo, por lo que no podía mecerse hacia atrás al lanzar. De resultas, cuando volvió a la acción su problema de lanzamiento se había acentuado. Dijo que le invadía una «niebla de ansiedad» al pensar en lanzar. Muchas veces no conseguía soltar la pelota. Ese mismo año su padre perdió la batalla contra el cáncer.

En 1994, Sasser fue cedido a Seattle. En el segundo partido del entrenamiento de primavera, tuvo un fuerte encontronazo con Kevin Ryan y se rompió el omoplato izquierdo. El entrenador, pensando que tenía el hombro dislocado, intentó recolocárselo por la fuerza. Naturalmente, ese diagnóstico equivocado y mal orientado agravó el trauma de Mackey. Para el jugador, esa lesión fue «la estocada final» a su carrera; al cabo de un año dejaba para siempre la Liga Nacional.

El extraño problema de Mackey y su relación con su biografía e historial de lesiones ponen de relieve otro aspecto fundamental del misterio de los RSPP: los RSPP siempre están estrechamente relacionados con la historia personal del atleta. La psicología deportiva tradicional suele ser corta de miras con los atletas. Se centra demasiado en resolver el problema de rendimiento, lo que lleva a no ver al deportista como un individuo único. Las experiencias pasadas que han afectado considerablemente su vida y su personalidad no se consideran relevantes en el problema actual. ¿Cómo es que ninguno de los cincuenta profesionales que trabajaron con Sasser le preguntó jamás por su biografía y las innumerables lesiones físicas que modelaron su carrera de deportista? Creemos que nunca debería separarse el problema de rendimiento de un atleta de quién es como ser humano único. Y eso, por supuesto, incluye el historial de traumas del individuo.

En el trastorno por estrés postraumático (TEPT), el individuo todavía revive o se vincula con la experiencia traumática. Las imágenes, los sonidos o las interacciones de hoy activan viejos recuerdos. El individuo reacciona como si reviviera el trauma en el momento actual. Puede sentir las mismas emociones y sensaciones físicas, y hasta albergar los mismos pensamientos que tuvo en la experiencia original.

El trastorno de estrés traumático deportivo (STSD, por sus siglas en inglés) es una forma más sutil de la afección. Quien lo padece casi nunca es consciente del vínculo entre sus dificultades de rendimiento y las experiencias traumáticas del pasado, pero es muy consciente de la ansiedad, tensión corporal y pensamientos negativos integrados en el problema de rendimiento. En los partidos, siempre que se disponía a lanzar la pelota, Mackey se sentía desbordado por la ansiedad, el miedo y las ideas negativas, pero no tenía ninguna conciencia de las experiencias que alimentaban su pánico y su bloqueo.

Los datos de la historia de Mackey nos orientaron a la hora de desentrañar el misterio de sus prolongados yips. Como veremos con más detalle en el capítulo 9, nuestro modelo aborda los traumas paralizados, acumulados en el cerebro y el cuerpo del deportista. Nos ayudamos de una combinación de técnicas neurofisiológicas (que yo he desarrollado) para localizar, analizar y resolver esa serie de traumas. En el enfoque principal, llamado brainspotting, se busca la posición del ojo coordinada con el punto del cerebro donde está alojado el trauma. Mirando el puntero en esta posición ocular, el cerebro y el cuerpo procesan y resuelven el trauma, a veces a una velocidad extraordinaria. El brainspotting es aún más eficaz con la estimulación bilateral del cerebro, mediante el CD BioLateral, con sonidos de la naturaleza y música sanadora que va y viene entre el oído izquierdo y el derecho.

El brainspotting ayuda a desbloquear las experiencias traumáticas bloqueadas del pasado, para poder procesarlas totalmente en el presente. Con este método, los viejos traumas pierden las conexiones del cerebro y el cuerpo, así como su capacidad de expresarse en forma de miedos y bloqueos. En consecuencia, las ansiedades de los atletas se disipan, y los afectados se sienten lo bastante liberados como para actuar «como ellos mismos».

Así fue mi trabajo con Mackey en nuestro primer maratón cara a cara. Empezamos acometiendo dos de las experiencias traumáticas de sus primeros años de vida: presenciar cómo a su hermano lo atropellaba un coche y precipitarse desde un árbol a un bidón de aceite oxidado. Queremos que el atleta procese los hechos hasta que no se produzca absolutamente ninguna reacción cuando el incidente acuda a la conciencia.

Después de hacer brainspotting con los dos primeros traumas hasta casi acabar con ellos, nos centramos en la tristeza del niño Mackey por la artritis reumatoide que debilitaba a su padre. Sasser sacó a colación la imagen, aún vívida, de la incapacidad de su padre incluso para pasarle una pelota por encima de la cabeza. Ese primer pensamiento fue una revelación: «Os estoy contando que mi padre no podía lanzar, y miradme a mí con el mismo problema». Tras sanar este trauma, empezamos a abordar sistemáticamente la larga lista de lesiones deportivas de Mackey. A los dos nos sorprendió cómo la curación avanzaba en cascada, como fichas de dominó. Mackey iba haciendo saltos cronológicos en su proceso, a medida que emociones y sensaciones físicas del pasado resurgían aleatoriamente. Un flash profundo le situaba en Seattle, justo antes de que dejara el béisbol para siempre: no era capaz de soltar la pelota sin hacer aquel gesto tres o cuatro veces en cada lanzamiento. Sasser volvió a experimentar la humillación y el desprecio hacia sí mismo. Recuerda que pensó: «Por favor, que no tenga que hacerlo (recibir la pelota). No quiero pasar por ese fracaso y esa vergüenza».

Cuando hubo procesado todo aquello, Mackey vio «imágenes que se alternaban», donde le embestían al adelantarse para pasar la pelota; innumerables colisiones en la meta, en que le golpeaban y derribaban los corredores; incontables rebotes atrás aterrizando con distintas partes de su cuerpo y las numerosas cirugías por las que había pasado durante su vida. Al procesar totalmente cada una de estas experiencias, Mackey empezó a comprender en profundidad cómo aquellos episodios habían desembocado en sus yips.

Cuando se requería un trabajo aún más específico, alentaba a Mackey a activar más determinados traumas, representando físicamente los movimientos a cámara muy lenta. Siempre que aumentaba su angustia, le indicaba que parara y se mantuviera en la posición en que estaba. Esta técnica sirve para activar sensaciones físicas o emociones residuales. Para liberarlas por completo, también «me inventé» una nueva aplicación de la técnica para Mackey. Le guiaba para que recordara la lesión sufrida en Calgary en 1987 (cuando tomó al vuelo el rebote atrás en la costura del peto) que desencadenó la aparición de sus yips. Me situaba a tres metros de Sasser y movía una pelota de béisbol muy lentamente en dirección al punto del impacto. Al aproximarme con la pelota cada vez más a su hombro, se le disparaba la angustia. Yo mantenía la pelota quieta (por ejemplo, a un metro y medio) hasta que todo el malestar se esfumaba. Entonces la acercaba aún más, hasta el siguiente pico de ansiedad (pongamos a una distancia de un metro).

El doctor Goldberg practica micromovimientos con Cole S.

Me impresionaba el trauma que aún estaba ahí después de todo el trabajo específico que habíamos hecho, así que seguimos con el mismo procedimiento hasta que Mackey pudo observar sin alterarse cómo la pelota se acercaba cada vez más. Llegó un momento en que pude tocar el punto del impacto con la pelota, sin provocar absolutamente ninguna reacción en Mackey.

También recurrimos a los micromovimientos para localizar y sacar a la luz traumas que no hubieran surgido en el proceso de recogida del historial de lesiones. Por ejemplo, cuando hay un bloqueo en el lanzamiento como el de Mackey, le pedimos al atleta que represente todo el movimiento muy lentamente. Mientras lo hace, buscamos minúsculas muestras de tensión física o emocional (sacudidas, respingos o tics) que perturben la fluidez del movimiento y la ejecución. También le pedimos que nos diga si hay alguna posición que le provoque angustia. Le indicamos que mantenga esa posición y observe lo que sucede. Esas pequeñas alteraciones revelan dónde se han guardado los traumas ocultos. A partir de ahí, la técnica de los micromovimientos localiza y saca a la superficie los traumas.

Al acabar esta larga primera sesión, Mackey aseguró que se sentía agotado y a la vez relajado. Aunque no tuvo ocasión de practicar mucho el lanzamiento inmediatamente después, nos contó que estaba significativamente más tranquilo en su vida diaria. Durante los ocho meses siguientes, tuve dos sesiones de seguimiento telefónicas de treinta minutos con él, y dijo sentirse más en calma y cómodo consigo mismo. Esta sensación de alivio también se traducía en una mayor capacidad de practicar el bateo. Ya no sufría ansiedad ni tensión al lanzar la pelota, y podía soltarla poco a poco y con precisión.

Nueve meses después de aquel primer encuentro, nos desplazamos hasta Dothan, Alabama, para volver a reunirnos directamente con Mackey. La víspera había estado practicando el bateo durante una hora sin vacilar ni sufrir ansiedad. Sus yips con el lanzamiento habían desaparecido completamente. Así lo explicaba él: «Desde que nos conocimos todo ha sido positivo. He descubierto muchas cosas de mí mismo y digamos que me he enfrentado a aquello. Estoy más tranquilo y relajado. Me va bien con el bate. Tiro la pelota como es debido y no tengo ninguna clase de problema. Puedo recoger una pelota y lanzarla enseguida, cuando antes me daba miedo si había un público numeroso mirando. Ya no siento ese miedo. He llegado al punto en que ni siquiera me planteo el hecho de lanzar la pelota. Me siento bien, y puedo enviar la pelota adonde quiera».

En el capítulo 2, explicaremos detalladamente cómo las lesiones y los traumas se agolpan en la mente del atleta y luego emergen en forma de RSPP. A diferencia de las experiencias normales, que se procesan automáticamente hasta el final y se almacenan en lo más recóndito del cerebro, los traumas físicos y emocionales se quedan sin procesar, y esos restos congelados, si no se tratan, desencadenan en el atleta ansiedad, tensión corporal y falta de concentración, síntomas muy característicos de los RSPP.

CAPÍTULO 2

EL CUERPO LLEVA LA CUENTA

Lesiones deportivas y la raíz de los problemas de rendimiento deportivos repetitivos

Colin Burns era un hábil portero de Primera División que me (AG) derivaron en su penúltimo año en la universidad porque su confianza se veía mermada debido a un nerviosismo excesivo antes de los partidos. Antes de jugar, el miedo a equivocarse lo atenazaba, lo hacía ponerse «como un flan». En los encuentros rumiaba sobre todo lo que podía salir mal en la portería, quedaba incapacitado por la ansiedad. Confiaba en que la pelota no se aventurara en su lado del campo, una actitud que, evidentemente, no favorecía un buen rendimiento. Al enfrentarse al ataque de un adversario, se mostraba vacilante, indeciso e ineficaz. Su juego mediocre reflejaba poco de su gran nivel de ejecución, amplia experiencia y formación. Debido a su actuación imprevisible entre los postes, Colin sufrió nuevas humillaciones, por lo que perdió la titularidad frente a un estudiante de primer curso menos capacitado.

Lo que más desconcertaba eran las quejas de Colin, que afirmaba sentirse de lo más inquieto al recibir chuts dirigidos directamente hacia él, especialmente a la cara, pero no le costaba nada lanzarse en tromba a por el balón, a derecha o izquierda. Los chuts por encima de la cabeza o a ras de suelo tampoco le suponían ningún problema, pero siempre que uno le iba derecho a la cabeza era presa del pánico, se paralizaba y jugaba mal.

Colin soñaba con jugar al fútbol en categorías superiores, pero sus nervios, juego deficiente y degradación entorpecían sus esperanzas de lograrlo. Aunque los entrenadores y compañeros habían perdido la fe en él, por alguna razón el joven se negaba a tirar la toalla. Y había veces en que se recuperaba y jugaba sin temor y con seguridad. No perdía la esperanza de que, de algún modo, superaría sus miedos y haría honor a su potencial.

Colin Burns, portero del equipo sueco Ljungskile.

Los casos de Colin y Mackey, junto con nuestras otras historias, ilustran el paradigma revolucionario que presentamos en este libro: las raíces de todos los problemas de rendimiento importantes se hallan en el historial de traumas deportivos del afectado, sobre todo lesiones deportivas, que son a la vez traumas físicos y emocionales. Muchas veces estos traumas físicos, a menudo relacionados con el deporte, se sufren en la infancia y la adolescencia y se acumulan de modo inconsciente con el tiempo. En ocasiones, estas lesiones pueden estar directamente vinculadas con el problema de rendimiento si se han producido entre unos meses y un año antes de su aparición, pero normalmente el vínculo no se observa, porque las experiencias negativas pueden haber tenido lugar años antes de que llegara el problema de rendimiento.

Al emplear la palabra trauma, no nos referimos a la definición estricta de episodios potencialmente mortales, como ataques violentos, abuso infantil, accidentes automovilísticos graves y catástrofes naturales. A veces, estos episodios quedan subyacentes y contribuyen a los problemas de rendimiento del atleta. La expresión trauma deportivoestá determinada por el significado que le asigna el propio individuo