Como psicólogo y autor de varios libros de esta colección (te recomiendo sobre todo El Poder de la Acción dado que su temática está muy relacionada con estilos de vida) es para mí un gran privilegio participar con el prólogo de este GuíaBurros que aborda la temática del divorcio.
Sin duda, resulta de gran utilidad conocer los aspectos legales que acompañan a este proceso y que serán determinantes a la hora de llegar a un acuerdo amistoso o a tener las ideas claras en caso de que el proceso se vea abocado a una resolución vía judicial. En este sentido, este manual resuelve muchas dudas que pueden surgir a cualquier persona que no sea experta en la materia.
Por lo que a mi participación se refiere, haré un abordaje, un breve y esquemático abordaje, desde la Psicología. Y es que un divorcio, además de ser un “trámite legal” es por encima de todo un proceso vital con grandes repercusiones, multitud de variables intervinientes y retos que afrontar a nivel emocional, de hábitos, sistémico, económico y un largo etcétera en el que no debemos olvidar el tema en el que para mí hay que poner toda la atención y buena intención: los hijos.
Si tuviera que resumir mi propuesta en una idea, sería esta: “vive tu divorcio de una manera sana”.
Antes de ver qué significa esta afirmación, vamos a señalar los tres aspectos de los cuales quiero hablar en estas páginas: la crisis, la ruptura y el duelo; seguiré con los hijos para acabar hablando, a modo de epílogo, del amor.
Crisis
Las relaciones interpersonales en general y las de pareja en particular, se van a caracterizar siempre por la sucesión de fases en las que el bienestar, la complicidad y tranquilidad darán paso a la falta de entendimiento, distanciamiento y tensión. Este carácter cíclico hará que la relación vaya pasando por diferentes etapas en las que la resolución de los aspectos presentes den paso a otra fase. Debemos entender que la crisis es una condición concomitante a toda relación por lo que debemos aceptarla y afrontarla con naturalidad, paciencia y generosidad. Un crisis no debe de ser sinónimo de ruptura o de conflicto, solamente supondrá que hay algo que resolver a cualquier nivel. En la medida en que abordemos esa crisis con el compromiso y los recursos personales necesarios (conocimientos y habilidades), podremos elaborar la situación y construir una nueva situación en la que ambas partes, en el caso de la pareja, salgan fortalecidas.
Indudablemente puede ocurrir que, esa crisis, no pueda ser resuelta, bien porque no hay manera humanamente posible de hacerlo, bien porque no contamos con los recursos para hacerlo. Y es que debemos saber que solo podemos actuar y afrontar las situaciones y retos de nuestra vida con los recursos personales de los que disponemos, por eso medrar, crecer como individuos nos permitirá alcanzar mayores cotas de libertad en tanto que la libertad, supone romper las cadenas que nos aferran a nosotros mismos y a los demás.
Continuando con la idea de la crisis, debemos asumir que toda relación está sujeta a la posibilidad real de que se rompa. Aceptar este aspecto, nos protegerá de vivir la experiencia como algo traumático, como un fracaso y nos liberará de la “obligación” de mantener la relación a cualquier precio, aceptando situaciones, en el mejor de los casos, desfavorables o que nos alejen de la felicidad.
Huelga decir que bajo ningún concepto debemos mantener una relación en la que la dignidad y/o integridad física y/o emocional se vea amenazada o socavada.
Ruptura y divorcio
¿Cuándo debemos tomar la decisión de romper? Dicho de otra manera, ¿qué tiene que pasar para tener claro que la relación ha llegado a su fin?
Me resulta muy complicado abordar esa parte de la decisión en pocas líneas, lo que sí te puedo decir es que debemos aceptar la posibilidad de que, cualquier relación, está sujeta a la posibilidad de que termine. En primer lugar, debemos tener muy presente el hecho de que, para poder hacer que perdure, es necesario poner grandes dosis de entrega y de dedicación. En segundo lugar, cabría preguntarse acerca de la “utilidad” del divorcio en términos de ruptura. Tener la capacidad de discernir cuándo ha llegado el momento de dar el paso, es sin duda un reto. En cuántas ocasiones me han preguntado, ¿debo separarme o seguir luchando?
Como decía, la ruptura es una posibilidad real que debemos contemplar. Déjame que introduzca otra idea. Tan poco práctico puede resultar rechazar la posibilidad de una ruptura en tanto que nos condena a quedarnos donde no debemos estar como vivir con la opción de “pegar un portazo” ante cualquier signo de malestar. Asumamos que, en pareja, el compromiso es importante y compromiso significa, entre otras cosas, la voluntad de tratar de construir la relación con el horizonte de que dure toda la vida como opción tan real como lo es una posible ruptura.
En cada caso, para cada persona, habrá unas líneas rojas que serán las que determinen lo que se puede/debe resolver y lo que no. Yo te invito a que hagas el ejercicio de reflexionar sobre esto, incluso que lo escribas. Si me permites que te dé un consejo más, hacer este ejercicio en pareja puede resultar sanísimo. Por un lado, permitirá a cada miembro conocerse, tener las ideas claras y poder construir la relación con los límites claros. Por otro lado, compartir esta información, nos permitirá un nivel de conocimiento y comprensión del otro que nos permitirá, nuevamente construir una relación sana, en tanto que se podrá mantener la distancia respecto a esas líneas rojas o se podrá negociar cómo abordar estas situaciones. Y un aspecto fundamental en el contexto en el que estas líneas se enmarcan, nos permitirá abordar una ruptura con madurez, sabiendo en todo momento lo que está ocurriendo y pudiendo tomar una decisión con la serenidad y tranquilidad de que es lo necesario. Si yo sé que, para mí o para mi pareja, una infidelidad es imperdonable, ya sé por dónde debo o no debo transitar y en caso de que ocurra, ya tengo claro qué decisión se ha de tomar. Evidentemente hay mil matices y lo que a priori es imperdonable o “no es para tanto”, en el momento de elaborarlo lleva una carga que realidad que puede hacer que la experiencia sea completamente diferente a lo que habíamos pensado. Pero, en cualquier caso, insisto, tendremos un marco sobre el que podremos entender y construir la relación, las necesidades del otro, sus límites y cuándo deberíamos tomar la decisión.
Decía que mi recomendación será siempre vivir el divorcio de una manera sana, ¿qué significa esta afirmación? En primer lugar, un divorcio sano, solo será posible en la medida en que sea sano para todas las partes implicadas. Es un error pensar que, un acuerdo que me favorezca en exclusiva a mí, me estará beneficiando en todos los aspectos. Antes bien, puede ocurrir que ese favor se vuelva en mi contra en forma de rencor, ira, falta de comunicación positiva, etc. En este sentido, la regla de oro será la generosidad, la capacidad de ceder en los aspectos necesarios que faciliten un acuerdo satisfactorio para todas las partes siempre con la visión puesta en la continua negociación de los acuerdos por cuanto, sobre todo si hay hijos, el acuerdo siempre estará sujeto a las nuevas necesidades que las nuevas circunstancias que se irán dando exijan. Indudablemente, debemos esperar la generosidad en ambas partes.
Retomando la idea de la utilidad del divorcio, es muy importante que entendamos que debe seguir un cauce sano. Es decir, como todo gran cambio (episodio vital) va a suponer una transición profunda entre dos estados, con todas las pérdidas (status, compañía, amistades, hogar, convivencia…) y beneficios (liberación, nueva vida, tiempo…) que ello comporta. La casuística es muy variada y cada separación tendrá un escenario único pero la realidad es que siempre supondrá un cambio.
Si además de enfrentarnos a esta situación en sí misma retadora, dolorosa, exigente, llena de incertidumbre y emociones encontradas, le añadimos el componente del conflicto y una mala gestión de las emociones, el cóctel puede ser absolutamente insoportable. Siendo esto así, cabe preguntarse, ¿cómo lo hacemos? Claro, como todo lo que tiene que ver con la pareja, es muy importante que este aspecto sea abordado desde la óptica de la participación de ambas partes. Y es que la lealtad, el compromiso, las buenas intenciones, el respeto… no deberían acabar con el amor, con la pareja. ¿Y si fuésemos capaces de vivir la ruptura desde estos valores?
Recuerda esto: el último reto que debe enfrentar toda pareja, es la separación. Bien sea porque esta ocurra en una ruptura, bien por la muerte de uno de los miembros (o de ambos).
En demasiadas ocasiones me encuentro con que el dolor, el rencor, la rabia, la frustración, los celos, la no aceptación, los deseos de venganza, etc. están presentes y son los que guían el proceso. Hasta cierto punto, la presencia de todo lo anterior es normal y forma parte de la ruptura y posterior duelo. Es por ello, que la comunicación desde el inicio, la entrada en juego de mediadores (profesionales o no) y la comprensión de que, incluso si todo ha ido mal, salir de ahí de una manera rápida y limpia, te proporcionará un escenario vital sano, son fundamentales. Te voy a hacer una propuesta que abordaré en tres puntos:
Duelo
Una vez que la ruptura es un hecho, debemos hacer un duelo sano.
En primer lugar, vamos a dar una idea sobre lo que es el duelo. En gran medida, todos sabemos lo que es un duelo, pero yo quiero ofrecer una visión que me ha resultado muy útil tanto a nivel personal como en mi praxis profesional: el duelo supone, por encima de todo, la oportunidad de despedirnos de la persona que éramos en la situación anterior al evento ocurrido.
Indudablemente, supone despedirnos de la persona, trabajo, etc., que desaparece de nuestra vida y la elaboración de todas las emociones concomitantes. Pero el reto es ser capaz de rehacernos, de seguir adelante en una nueva fase asumiendo que es uno el que cambia, esa persona que éramos con esos hábitos, rutinas, recursos, etc. deja de existir y debemos de dar paso a la “nueva personas” resultante de este proceso.
Para ello es de suma importancia, además de las estrategias de afrontamiento, la capacidad de perdonar. Recordemos que perdón no es tanto “hacer como si nada hubiese pasado” o liberar a la otra persona de toma emoción negativa y/o reproche por nuestra parte, como la oportunidad de liberarnos a nosotros mismos de todo dolor, rencor o de las emociones negativas a las que me refería antes. Así es, el primer beneficiario del perdón es uno mismo pues nos posibilita la oportunidad de seguir el camino libre de cargas. Y si algo nos va a exigir un divorcio, es volver a empezar.
En muchas ocasiones vemos que hay un intento por mantener situaciones, hábitos, amistades y todo lo que, en la vida anterior, suponía nuestra zona de confort. La nueva vida nos exigirá una reconstrucción que puede llegar a ser muy drástica. Ello, no quiere decir que haya que renunciar a todo, se trata más de un cambio mental en el que lleguemos a comprender que tenemos que volver a construir la vida. Habrá personas, posesiones, hábitos que podamos conservar y otras que habrá que dejar atrás. Quiero hacer dos apreciaciones más:
Debemos aceptar que lo que permanezca en nuestra vida será diferente. Piensa que todo está construido en torno a una realidad que ya no existe, por lo que lo normal, lo sano, es que todo experimente un cambio, toda vez que las personas involucradas ya no son dos sino una.
Al tiempo, recordemos que tú mismo ya no serás la misma persona, seas capaz o no de elaborar el duelo de una manera sana, tú habrás cambiado. La comunicación, los afectos, etcétera son permeables a esta nueva situación, recuérdalo.