POE

UNA VIDA TRUNCADA

 

 

HENRY MILLER

 

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Título original: Poe: A Life Cut Short

Diseño de la cubierta: Edhasa basado en un diseño de Jordi Sàbat

Primera edición impresa: enero de 2009

Primera edición en e-book: noviembre de 2021

© Peter Ackroyd, 2008

© de la traducción: Bernardo Moreno, 2009

© de la presente edición: Edhasa, 2021

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ISBN: 978-84-350-4820-0

Producido en España

Notas

1 Traducción de Mournful and Neverending Remenbrance, subtítulo de la famosa biografía de Poe escrita por Kenneth Silverman. (N. del T.)

POE

UNA VIDA TRUNCADA

Capítulo 1

La víctima

La víspera del 26 de septiembre de 1849, Edgar Allan Poe se detuvo en Richmond (Virginia), para visitar al médico John Carter, quien le recetó un remedio a fin de paliar la fiebre alta que sufría. A continuación, cruzó la calle y cenó en un local próximo. Sin darse cuenta, se llevó con él el bastón con estoque del médico.

Poe iba a embarcarse en un vapor rumbo a Baltimore. Esta ciudad sería la primera escala en su viaje a Nueva York, donde tenía asuntos que atender. El barco zarpaba a las cuatro de la mañana del día siguiente, y el trayecto duraría unas veinticinco horas. A los amigos que lo vieron zarpar les pareció de buen humor y sobrio. Poe no pensaba estar fuera de Richmond más de dos semanas. Y ocurrió que se dejó el equipaje en tierra. Ésa fue la última vez que lo vieron hasta que lo encontraron moribundo en una taberna, seis días después.

***

Arribó a Baltimore el 28 de septiembre, viernes, y en esta ciudad se detuvo, en vez de seguir rumbo a Filadelfia, la siguiente etapa en su viaje hasta Nueva York. En Baltimore varias personas lo vieron beber sin medida. Puede que Poe bebiera para conjurar los efectos de la fiebre, y puede también que temiera un intempestivo ataque del corazón: los médicos le habían dicho en Richmond que una nueva crisis cardíaca tendría consecuencias fatídicas.

Es posible que después viajara en tren a Filadelfia, ciudad en que visitó a unos amigos y donde se emborrachó, o enfermó. A la mañana siguiente, presa de gran agitación, manifestó su intención de proseguir hasta Nueva York. Pero, ya fuera por casualidad ya por decisión propia, el hecho es que volvió a Baltimore. Según testimonios no contrastados, al parecer habría tratado de volver nuevamente a Filadelfia y fue hallado «sin conocimiento» en el tren. El revisor se habría encargado de devolverlo a Baltimore. Es difícil saber la verdad exacta: todo parece envuelto por una especie de niebla.

Neilson Poe, el primo del autor, escribió después a la suegra y cuidadora oficiosa de éste, Maria Clemm, comunicándole que «en qué momento llegó a la ciudad [Baltimore], dónde pasó el tiempo que estuvo aquí o en qué circunstancias, es algo que no he podido averiguar». A pesar de numerosas pesquisas y especulaciones, no se ha logrado arrojar verdadera luz sobre este asunto. Puede que vagara por las calles, que anduviera zigzagueante entre taberna y taberna. Lo único que se sabe con seguridad es que el impresor de un periódico mandó un mensaje a Joseph Evans Snodgrass el 3 de octubre en los siguientes términos: «Hay un caballero con aspecto bastante deprimente en la 4ª sede electoral de Ryan, que responde al nombre de Edgar A. Poe; que parece encontrarse en un estado muy lamentable, y dice que lo conoce a usted. Le puedo asegurar que necesita asistencia urgentemente». Snodgrass había sido editor del Saturday Visiter, periódico donde Poe había colaborado. Por la «4ª sede electoral de Ryan» debemos entender una taberna utilizada a este fin con motivo de las elecciones al Congreso que estaban celebrándose aquel mismo día. Ryan era el nombre del propietario de la taberna.

La nota del impresor era suficientemente grave para que Snodgrass hiciera acto de presencia. Al entrar en el bar, encontró a Poe sentado, completamente enajenado, con una multitud de «bebedores» a su alrededor. Su ropa llamó la atención de Snodgrass. Llevaba un sombrero de paja raído y unos pantalones que no eran de su talla. También vestía un abrigo usado, y ni el menor rastro de un chaleco o corbata. A excepción tal vez del sombrero de paja, no era la ropa con que había salido de Richmond. Y, sorprendentemente, aún tenía en su poder el bastón del doctor Carter. En estado de embriaguez, y de un posible acoso, puede que le pareciera un instrumento de defensa.

Snodgrass no se le acercó, pero reservó una habitación en aquella misma taberna. Estaba a punto de mandar un aviso a los parientes que Poe tenía en Baltimore cuando dio la casualidad de que se personaron dos de éstos. Uno era el primo de Poe Henry Herring, que había acudido a la taberna por asuntos relacionados con las elecciones; estaba emparentado con un político local. Snodgrass recordaría que «rehusaron cuidar personalmente de Poe», alegando que en el pasado había sido encontrado numerosas veces en aquel mismo estado de intoxicación; no obstante, aconsejaron que lo trasladaran a un hospital de la localidad. Consiguieron introducirlo en un coche –en el que fue transportado «como si fuera un cadáver»– y Poe ingresó así en el Hospital Universitario de Washington.

El médico residente John Moran manifestó después que Poe permaneció «sin darse cuenta de su estado» hasta las primeras horas del día siguiente. A un recién estupor le sucedió entonces un «temblor de los miembros», así como un delirio con «incesante e inane conversación con objetos espectrales e imaginarios en las paredes».

Hasta dos días después de su ingreso en el hospital, el 5 de octubre, viernes, no recuperó la calma. Empezó a hablar, aunque de manera incoherente. Le contó al médico que tenía una esposa en Richmond, lo que no era cierto, y que no sabía cuándo se había marchado de dicha ciudad. El médico trató de tranquilizarlo, asegurándole que pronto volvería con sus amigos, pero Poe empezó a reprocharse a sí mismo su degradación, llegando a decir que lo mejor que podía hacer un amigo por él era volarle los sesos. A continuación se quedó dormido.

Al despertar, entró en una fase de delirio. El sábado por la noche, empezó a gritar «Reynolds», y no paró de chillar hasta las tres de la madrugada del domingo. «Debilitado por tanto esfuerzo –escribió el doctor–, se quedó sosegado y pareció descansar durante un breve tiempo. Luego, moviendo levemente la cabeza, exclamó “Que el Señor se apiade de mi pobre alma” , y expiró.» Éste es el testimonio del doctor Moran, en una carta escrita a Maria Clemm cinco semanas después de dichos acontecimientos. Esto es lo que más se parece a la verdad, al margen de los ulteriores esfuerzos del médico por presentar la escena bajo una luz más favorable.

***

¿Qué había estado haciendo Poe durante el tiempo que perdió en Baltimore? La hipótesis más aceptada es la de que fue utilizado como «lacayo» para fines electorales; es decir, lo habrían estado vistiendo con distintos ropajes, de manera que habría podido así votar más de una vez por un candidato concreto. A estos falsos votantes solía encerrárseles en corrales o posadas, donde se les suministraba alcohol en abundancia. También corrió la voz de que «Reynolds», el nombre que Poe no dejó de gritar en su delirio final, era el apellido de un interventor electoral que se encontraba en la taberna de Ryan.

Es una explicación posible, pero no la única. Así, por ejemplo, se ha sugerido también que tenía gran cantidad de dinero recogido de eventuales suscriptores al Stylus, una revista que Poe estaba preparando, dinero que le robaron. Asimismo hay muchas explicaciones para su muerte temprana, entre ellas, el delírium trémens , la tuberculosis, una «lesión cerebral», un tumor cerebral o la diabetes.

El pozo es demasiado profundo para que pueda recuperarse la verdad.

El 8 de octubre, lunes, tuvo lugar una ceremonia fúnebre, a la que asistieron sólo cuatro personas. Entre ellas, Henry Herring y Neilson Poe. La ceremonia no duró más de tres o cuatro minutos. Al igual que los relatos y las fábulas de Poe, su propio relato termina de manera abrupta e inconclusa, envuelto en un misterio que nunca se ha podido desvelar, y que probablemente jamás se desvele.

Capítulo 2

El huérfano

Edgar Allan Poe se ha convertido en la imagen misma del poète maudit, del alma maldita, del vagabundo. El suyo fue un destino muy duro, y su vida resultó casi insoportable. Desde el momento de su nacimiento no dejaron de lloverle los golpes. En cierta ocasión dijo que «para revolucionar de repente la esfera del pensamiento humano universal», bastaba con «escribir y publicar un libro muy breve.

Su título sería muy sencillo, unas pocas palabras: “Mi corazón puesto al desnudo”. Pero ese libro debía ser fiel a su título». Poe no escribió nunca semejante libro, pero su vida se pareció bastante.

Lo que lo atormentaba, una mezcla de angustia implacable y de anhelo no menos desesperado, afloró en él muy temprano. Su madre ya había contraído la tuberculosis antes que Poe naciera, y cabe suponer que durante el embarazo el feto no estuviera suficientemente bien alimentado. Los riesgos de un espacio muy reducido, donde una víctima respira con dificultad, tienen gran presencia en sus relatos. Su padres, David y Eliza Poe, también penaron por los sinsabores constantes fruto de la pobreza. Aquella tensión ambiental afectó sin duda al feto. Así, puede decirse que la vida azorada de Poe empezó ya antes de nacer. «Creo que Dios me dio una chispa de genio –manifestó unas semanas antes de morir–; pero la apagó en la miseria.»

Poe nació un día frío de 1809, el 19 de enero, en una casa de huéspedes de Boston. Una tormenta había inundado el puerto de la ciudad de témpanos a la deriva. En ocasiones posteriores, Poe cambiará el año de su nacimiento de manera caprichosa, como si no le gustara que ese acontecimiento se relacionara con él. Sus padres eran actores ambulantes, es decir, poseían un estatus sólo un poco superior al de vagabundos. Puede que le pusieran el nombre de pila de Edgar por el empresario del grupo teatral con que trabajaban los Poe. Algunos de sus coetáneos notaron que, en años posteriores, Poe exhibía cierto aire teatral, casi histriónico. «El mundo será mi teatro –escribió en cierta ocasión–. Debo conquistarlo, o morir.»

En el mundo teatral, existe un viejo dicho según el cual el espectáculo debe continuar. Tres semanas después del nacimiento de Poe, en un periódico de Boston podía leerse: «Felicitamos a los aficionados al teatro por la recuperación de la señora Poe de su reciente convalecencia». Estaba representando a la sazón el papel de Rosalinda en una obra titulada Avelino, el gran bandido. La vida errante de los Poe surtió un efecto inmediato en su hijo: al poco de nacer, lo enviaron con sus abuelos paternos, que residían en Baltimore (Maryland), que lo cuidaron durante varios meses. Fue éste el primero de los múltiples rechazos sufridos por Poe. Sin embargo, tal vez a consecuencia de ello, siempre sintió veneración por su madre. En cierta ocasión, en un artículo que escribió en un periódico, afirmó que era «hijo de una actriz, y siempre me he vanagloriado de ello; ningún conde estará nunca más orgulloso de su condado que yo de proceder de una mujer que, aunque de alta cuna, no dudó en dedicar al drama su breve carrera de genio y de belleza». Estaba dando aquí la mejor versión de la conducta materna.

***

Por supuesto, Eliza Poe no provenía en absoluto de una buena familia. Había zarpado en 1796 de Inglaterra rumbo a América en compañía de su madre, una actriz de Covent Garden, con la esperanza, o las expectativas, de encontrar en el nuevo país mayores oportunidades en las artes dramáticas. Aunque sólo contaba nueve años en la época de su migración, no tardó en convertirse en una «artista» consumada. A los tres meses de su llegada a Estados Unidos, ya estaba actuando sobre un escenario. Actualmente se conserva un retrato de ella realizado en los primeros años de su madurez: en él vemos a una mujer bonita, aunque algo menuda, peinada con los tirabuzones a la moda; de expresión viva, tal vez –y sólo– ligeramente afeada por unos ojos algo saltones. Lleva una túnica estilo imperio y un gorro pequeño y coqueto. Debió de ser una actriz competente y agradable, pues fue objeto de numerosos elogios por parte de los periodistas de la época. Era también muy versátil: a veces interpretaba tres papeles distintos en una misma velada. En el transcurso de su relativamente breve carrera, dio vida a unos doscientos papeles diferentes. Uno de los actores con que más asiduamente formaba pareja era el señor Luke Usher, cuyo apellido pasaría a la posteridad.

En 1802, a los quince años, se casó con otro actor, Charles Hopkins, que murió tres años después. El 14 de marzo de 1804, a los seis meses de la muerte de su primer marido, la joven actriz contrajo matrimonio con David Poe en Richmond (Virginia), en unas circunstancias al parecer algo apresuradas. El novio tuvo que pedir dinero prestado para la ocasión. Destinado a cursar la carrera de derecho, sus ambiciones teatrales lo apartaron de ese camino. Sin embargo, dichas expectativas se vieron sólo colmadas en parte (en los periódicos puede leerse entre líneas que no estaba a la altura de su bonita y joven esposa). Según una revista, «no se hallaba preparado para los altos vuelos del drama». Tres años mayor que su mujer, contaba veintiuno en el momento de su boda. Sin embargo, para entonces ya era un hombre impetuoso y derrochador, además de aficionado a la bebida.

A menudo se cancelaban las representaciones, con muy poco margen de tiempo, a causa de lo que el empresario teatral llamaba una «súbita indisposición» del señor Poe, eufemismo empleado para ocultar una intoxicación total. Actualmente se debate si la propensión a beber en grandes cantidades, o la propensión al alcoholismo (que no es lo mismo), pueden heredarse. La única carta que ha llegado hasta nosotros del puño y letra de David Poe es una desesperada petición de dinero, con la promesa de que «sólo una angustia extrema podría empujarme a cursar esta solicitud». Exactamente el mismo tipo de carta que su hijo se vio obligado a escribir en años sucesivos. Podría decirse que Poe se convirtió en una especie de eco de su padre, relación tan fantasmagórica como muchas de sus obras de ficción.

Henry, el primer hijo de David y Eliza Poe, nació en enero de 1807. Dos años después, fue entregado para su cuidado a los abuelos paternos, a saber, Elizabeth y el General Poe. La vida errante de la pareja de actores Poe, que viajaban constantemente por la costa Este, desde Nueva York a Boston, o desde Baltimore a Filadelfia y Richmond, para a continuación desandar el camino, se había vuelto demasiado agotadora tanto para la madre como para el hijo.

El General Poe no era ningún general, sino un antiguo fabricante de ruecas. Nombrado suboficial de intendencia de la ciudad de Baltimore durante la época de la guerra de la Independencia de Estados Unidos, había sido posteriormente ascendido al rango de mayor. Sin embargo, era un oficial emprendedor y próspero, que más tarde logró ganarse los elogios del marqués de Lafayette. También debió de desempeñar con éxito el papel –no menos exigente– de padre, pues, en todo menos en el nombre, adoptó a Henry y cuidó a Edgar en los primeros meses de vida.

En el verano de 1809, David y Eliza volvieron a Baltimore a por el pequeño Edgar. Sin embargo, no fue una feliz reunión familiar. Marido y mujer habían contraído la tuberculosis, enfermedad agravada por la pobreza y el sustento incierto. En diciembre de 1810 tuvieron otro retoño, Rosalie, o «Rosie», como era conocida, lo que contribuyó a reducir aún más los escasos recursos de la joven familia. Se tienen noticias de que los dos hijos más pequeños fueron puestos bajo la tutela de una vieja mujer galesa, la cual «libremente les administraba ginebra y otros licores espirituosos, a veces acompañados con láudano», al parecer para hacerlos más «fuertes y saludables».

O tal vez también para mantenerlos callados, simplemente.

Poco después, en determinado momento de la primavera o de principios del verano de 1811, David Poe desapareció, y jamás volvió con su mujer ni con su familia. Según el Norfolk Herald del 26 de julio, la señora Poe «se quedó sola..., sin amigos y sin protección».

Años más tarde, Edgar Poe, según un compañero suyo, «fingía» no saber lo que había sido de su padre. Tal vez no fingiera. No se conoce la razón de la huida de David Poe. Según algunos rumores, o cotilleos, mantuvo una fuerte discusión con Eliza, al parecer porque Rosalie no era hija suya. También hay quien asegura que abandonó a su familia ya en 1810, es decir, antes del nacimiento de Rosalie.

Por esta época, Eliza se hallaba en los inicios de la fase terminal de la enfermedad. El pequeño Edgar debió de ser dolorosamente consciente de la desaparición paterna y del progresivo debilitamiento materno. Aunque puede que no comprendiera del todo lo que ocurría, en esos años tempranos se vio ciertamente inmerso en un clima de amenaza y fatalidad. La angustia fue sin duda el compañero de juegos de su infancia. Fue testigo directo del gradual deterioro de la salud de su madre, en medio de dolorosos accesos de tos y de vómitos de sangre. Imágenes éstas que nunca lo abandonarían. En muchos de sus cuentos, Poe resucitará las facciones consumidas por la tisis de la mujer amada.

Entre julio y octubre de 1811, Eliza Poe aún apareció sobre el escenario en un teatro de Richmond. Luego, en noviembre, se metió en la cama para no volver a salir de ella. A principios de dicho mes, un ciudadano de Richmond manifestó que se hallaba «enferma» y «en extrema necesidad». A finales de noviembre, el Richmond Enquirer anunció que « La señora Poe, condenada a guardar cama por enfermedad y rodeada de sus hijos, pide ayuda, y la pide tal vez por última vez» . Nueve días después, murió. A los dos niños pequeños se les permitió contemplar por última vez el cadáver cerúleo de su madre.

A Rosalie le dieron un estuche vacío, una de las pocas posesiones que quedaban de la señora Poe, y a Edgar una foto en miniatura de su madre junto con dos mechones del pelo de su padre guardados entre las páginas de un libro de bolsillo. En el reverso de la miniatura, ella había pintado una vista del puerto de Boston, con la exhortación a su hijo de «amar mucho Boston, su lugar de nacimiento». Mandamiento que Poe nunca cumplió. La trasladaron al camposanto de St John, acompañada de su hijo e hija.

En una carta escrita unos veinticuatro años después, Poe diría lo siguiente de su madre: «Personalmente, no llegué a conocerla, ni conocí nunca el afecto de un padre. Los dos murieron... a las pocas semanas uno del otro. Estoy muy familiarizado con la Adversidad, pero la falta de afecto de unos padres ha sido la más dura de las pruebas que he pasado». Parece poco probable que el padre muriera tan poco después de la madre. Poe solía buscar el efecto teatral en los asuntos más próximos a él. Pero la otra afirmación tal vez fuera auténtica. Es posible, e incluso plausible, que no recordara a su madre.

El dolor muy intenso puede conllevar la bendición de la amnesia.

Quizás aquellos primeros años estuvieran para él sumidos en la más completa oscuridad.

Pero Poe los interiorizó de otra forma. Aunque difícilmente podía saber entonces lo que suponía la muerte de su madre, con el paso de los años la sensación de dolor y de pérdida irreparable fue resultándole cada vez más opresiva. Había algo importante que faltaba. Algo precioso había desaparecido. Poe fue un huérfano perpetuo en el mundo. Tanto su vida como sus escritos parecen atados, con un vínculo de fuego, a estas primeras experiencias de desamparo y soledad. La imagen de la mujer muerta o moribunda, joven, bella y bondadosa, se halla en toda su obra de ficción. Cabe recordar aquí los famosos versos de Exeter en El rey Enrique V:

Mi madre toda me entró por los ojos,

y se me derramaron las lágrimas.

¿Qué fue de aquellos niños desgraciados, abandonados primero por el padre y después, involuntariamente, por la madre? En sus últimos días, mientras yacía en un jergón en medio de una habitación alquilada, Eliza Poe había sido visitada y consolada por las que en los periódicos eran conocidas como las «damas de las familias más respetables». Entre éstas, figuraba la esposa de John Allan, comerciante y hombre de negocios que había emigrado de Escocia al país de la promisión por lo que respecta a las finanzas. Frances, o Fanny, Allan sintió un cariño especial por el joven Poe. Con veinticinco años a la sazón, no tenía hijos propios, y la visión de aquel niño desamparado la movió a compasión, de modo que convenció a su marido de la necesidad de dar un hogar al pequeño Edgar; por su parte, la pequeña Rosalie fue cuidada por otra familia de negociantes escoceses, los Mackenzie. Así pues, Edgar se mudó a casa de aquellos extraños, sita en la confluencia entre la calle Trece y la calle Mayor, encima del negocio de Ellis y Allan. El día de su bautismo, el 7 de enero de 1812, recibió el nombre de sus padres adoptivos, pasando así a llamarse Edgar Allan Poe.

***

Las descripciones que se hacen del joven durante estos primeros años en casa de los Allan son invariablemente favorables. Los vecinos de Richmond lo recordaban como «un mozalbete adorable, de rizos oscuros y ojos relucientes, vestido como un joven príncipe»; era encantador y muy listo, y estaba dotado de un temperamento afectuoso y generoso, y de una disposición franca y vivaz. Parece casi demasiado bonito para ser verdad. El pequeño Lord Fauntleroy no era nada comparado con él. Bailaba sobre la mesa, para delicia de las amigas de Fanny Allan, y recitaba El canto del último trovador de Walter Scott. Brindaba a la salud de «las damas» con una copa de vino dulce rebajado con agua. La señora Allan lo vestía con esmero; y parece ser que se ganó también el afecto de su marido. John Allan tenía treinta y un años cuando Edgar entró a formar parte de la familia. Aunque consumado comerciante, no era un hombre severo ni duro; antes al contrario, parece que asimismo era muy aficionado a las delicias y distintos placeres de la vida. Se le conocían ya dos hijos ilegítimos, que vivían en Richmond. Probablemente sintiera un cariño especial por el joven Poe, dado que también él había sido huérfano desde muy pequeño.

Otras figuras que vivían en casa de los Allan han seguido en el anonimato y resultan escurridizas: me refiero al grupo de esclavos que vivían en dependencias separadas. Entre ellos, destacaba la mammy, encargada del cuidado del joven Poe siempre que Fanny Allan se ausentaba de casa. Sabemos que en el mismo domicilio habitaba un joven esclavo llamado Scipio, y otro mayor llamado Thomas.

Y había algunos más. Poe siempre defendió la institución de la esclavitud, que al parecer le traía recuerdos afectuosos. También había contraído una importante deuda con la pequeña comunidad negra, fuente inagotable para sus relatos de tumbas y osarios.

La abuela materna de Poe, Eliza Poe, lo describió como «el hijo de la fortuna» por haber sido acogido por una familia tan amable.

Pero no disponemos de testimonios acerca de lo que él sintiera al respecto. En su fuero interno, debió de pensar que estaba viviendo de la caridad y amabilidad de unas personas con quienes no le unía ningún vínculo de parentesco; hecho que seguramente le produciría cierta sensación de incertidumbre y recelo. Esto lo convirtió en una persona medrosa. Según se cuenta, durante su infancia un día pasaron por delante de un refugio rodeado de tumbas, visión que le hizo gritar: «¡Van a correr detrás de nosotros y van a llevarme con ellos!».

Capítulo 3

El alumno

Al final de la primavera de 1815, John Allan decidió trasladarse con toda su familia a Inglaterra. En Richmond, sus negocios habían sufrido repetidos reveses, toda vez que las perspectivas comerciales parecían más propicias en Londres. Sobre todo, quería entablar relaciones comerciales con los importadores de tabaco de la capital británica. Así pues, los Allan zarparon a bordo del Lothair rumbo a Liverpool a finales de junio; la travesía duró casi cinco semanas. La comitiva estaba compuesta por John Allan, Frances Allan, Anne Moore Valentine, en calidad de hermana y compañera de Frances, y el esclavo negro, conocido como Thomas. También se llevaron con ellos a su pequeño pupilo.

Poe se hacía a la mar por primera vez. En la lancha del práctico, mientras se dirigían a alta mar, John Allan refiere que «a Ned [Edgar] le importaba muy poco todo aquello, pobre criatura». Pero la visión de las olas y el horizonte ondulado quedarían grabados en la imaginación del niño, que volvería sobre ello en sus escritos futuros. Cuando aportaron en la otra orilla, Allan escribió que el niño de seis años le preguntó: «Papi, dime una cosa; dime que no he tenido miedo mientras cruzaba el mar». Esto indica sin duda que había estado intentando ocultar el miedo que sentía.

Arribaron a Liverpool el 29 de julio, pero no viajaron directamente a Londres. John Allan había decidido visitar a sus parientes de Escocia; tenía varias hermanas en Irvine y Kilmarnock, y otros familiares en Greenock, localidad desde la cual se dirigieron a Glasgow y luego a Edimburgo. La gran gira escocesa duró unos dos meses; a principios de octubre, los Allan contrataron un coche con destino a Londres. Alquilaron una casa en Southampton Row, justo al sur de Russell Square, donde todos se resfriaron pronto a causa del aire húmedo y denso de Londres. Según la descripción de la familia, realizada por John Allan en una carta, estaba «Edgar leyendo un breve libro de relatos». Podría tratarse del libro que Poe mencionó en un ensayo años después, donde se refiere al «cariño con que repasamos en la memoria esos días encantadores de nuestra niñez en que por primera vez aprendimos a tomarnos en serio a Robinson Crusoe».

Pero hubo lecturas más exigentes. A principios de abril de 1816, matricularon a Poe en el internado de Sloane Street, regentado por dos hermanas conocidas como «las señoritas Dubourg». Se conserva una nota de este establecimiento, donde se especifican cosas tales como una «cama separada», un «asiento en la iglesia», «la ortografía de Mavor» y la «geografía de Fresnoy». El resto del plan de estudios nos es desconocido; pero no cabe duda de que Poe realizó grandes progresos en dicha institución. En junio de 1818, John Allan escribía en una carta que «Edgar es un buen muchacho y lee latín con suma acuidad».

Los progresos fueron tales que, un mes después, «Edgar Allan» se matriculó en otra escuela para aprender más; a saber, en la escuela Manor House, en Stoke Newington, bajo la égida del reverendo John Bransby. Se hallaba situada en lo que entonces era un núcleo rural, con una antigua iglesia y varias casonas notables; Daniel Defoe había vivido en otro tiempo en la misma calle de la escuela. Allí, Poe estudió latín, entre otras asignaturas al uso, y tomó lecciones de baile. Años después, Bransby recordaría a su alumno como «un chico despierto y listo, que habría sido un chico realmente excelente de no haber estado tan mimado por sus padres; pero por desgracia éstos lo mimaban y le permitían gastarse una cantidad excesiva de dinero, lo que hacía que pudiera cometer todo tipo de travesuras...». En otra ocasión, lo describe como un niño «inteligente, antojadizo y terco». Son éstas, por cierto, unas características que también se aplicarán al Poe de una fase posterior de su vida. Era sin duda Fanny, más que John, quien consentía todo tipo de caprichos al pequeño.

Puede que el dinero con que contaba para gastos personales fuera algo «exagerado», pero sin duda, y en todo caso, más para un niño inglés que para uno americano.

Poe escribió su personal relato sobre la escuela –un relato donde carga algo las tintas– en «William Wilson», en que aparece descrita como un establecimiento austero y muy espacioso, con innumerables pisos y aposentos y «pasillos sin fin». Poe fue siempre especialmente sensible a los edificios, y esta estructura «singular» y «gótica» dio pie a su imaginación para ulteriores vuelos. Posteriormente se referiría también al «ambiente tenebroso» de esta «aldea neblinosa»; así pues, Stoke Newington contribuyó a alimentar sus primeras ensoñaciones, que no fueron, empero, necesariamente agradables. En efecto, años después le contaría a un amigo que sus días escolares en Inglaterra habían sido «tristes, solitarios e infelices».

Dicha infelicidad era plenamente compartida por Frances Allan, que nunca consiguió reconciliarse con la vida de Londres: padeció una gran cantidad de dolores no específicos en los cinco años que residieron allí. John Allan dijo en una ocasión que «Frances se queja como de costumbre» y, en fecha posterior, que «está quejándose muchísimo». Una parienta escribió que «está muy débil, y afirma sentirse demasiado cansada para poder escribir». Bajaba a Cheltenham para tomar las aguas, pero nada lograba atemperar su tristeza.

Su marido era de un temperamento más optimista. En el otoño de 1818, John Allan escribió que «Edgar está creciendo maravillosamente y destaca tanto por su capacidad como por su deseo de recibir instrucción». Un año después, refiere que Poe «es un chico excelente y un buen estudiante».

Martha,