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Diseño de la cubierta: RQ
Ilustración de la cubierta: Cerrojo de casa antigua
Primera edición impresa: marzo de 2021
Primera edición en e-book: noviembre de 2021
© de la edición: Marina Mayoral, 1986, 2021
© de la presente edición: Edhasa, 2021
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ISBN: 978-84-9740-877-6
Notas, variaciones en la segunda edición (romanos)
Capítulo I
I debía andar. Lo esperable es «debía de», pero la segunda edición mantiene la forma sin «de», como sucede en otros muchos casos a lo largo de la novela. Véase en el estudio introductorio el apartado «Esta edición».
II a más desahogada senda.
III le ayudó.
IV la expresión.
V mixto.
Capítulo II
I debía de ser.
II a un lado el botín.
III husmeando con.
IV con quienes.
V llar.
VI del del año.
VII el mejor.
Capítulo III
I quitándose.
II hoja de lata.
III su vista.
IV semejaba a.
V y con la otra.
VI levantado.
VII yo qué quiere que haga.
VIII todo el huerto.
IX había sido.
X maltratara.
XI no se puede.
XII debe de ser.
XIII haría usted obra de caridad.
Capítulo IV
I separarlos.
II papelotes.
III papelorios.
IV inteligencia.
V debe de.
VI apuesto que sí.
VII maniataron y amordazaron.
VIII hicieron.
IX intimaron.
X hacienda.
Capítulo V
I arrastra.
II el aguamanil {...} abastecido.
III el.
IV y no de.
V no querría verla ni en pintura.
VI las.
Capítulo VI
I de su impaciencia.
Capítulo VII
I alto y oscuro.
II un cuidado.
III ¡Qué diantre!
IV vívora, en ediciones posteriores.
Capítulo VIII
I el antiguo.
II que entretanto me quede aquí.
III ni mover.
IV mortecino.
V enjutas.
VI tan recto.
VII atada.
VIII se viene usted por fin con nosotros.
Capítulo IX
I de bata.
II por el pasillo.
III entre sí.
Capítulo X
I quien.
II enlazarse.
III no desproporcionadas.
IV es.
V quitaba.
VI algunos actos.
VII en todo.
VIII en Compostela.
IX en el pueblo.
X conocimientos.
XI logrados.
XII la virtud.
XIII la doncella.
Capítulo XI
I enfriar.
II de plata
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
I pudieran.
II quizá.
III venía el plato.
IV hacíanle.
Capítulo XV
I marmolillo. Se refiere al poste de piedra destinado a resguardar el paso de los carruajes.
II acostumbradas.
III de un angelote.
IV tallados.
Capítulo XVI
I de una pared.
II Esto en cuanto sacerdote. Como hombre tampoco.
III quizás.
IV hubiese.
V tenían.
VI hubiese.
VII se llega.
VIII le ilumine.
Capítulo XVII
I quizá.
II Al cabo.
Capítulo XVIII
I a otra Virgen sino a.
II a usar zapatos.
III cominera.
IV y un fracaso que el brasero se apague.
V misteriosos arcanos.
VI que forman.
VII toda la carne.
VIII deberíamos pasar.
IX le ocurría.
X otros alarmantes.
XI con descuidado.
Capítulo XIX
I proyectar.
II una sola idea.
III una serie.
IV con el color macilento.
V en lo sucios y pringosos.
VI y músculos firmes.
VII creería.
VIII conocía.
IX del sueño.
X se queda helado en la garganta siempre.
Capítulo XX
I afilado rostro.
II indicio.
III tejiendo.
IV la tema constante del señor.
V aspecto.
VI mortecina y dudosa.
VII cera de color.
Capítulo XXI
I cacería.
II con perdón de las barbas que.
III literalmente se descalzaba de risa.
IV la más gorda.
V y dijo serio.
Capítulo XXII
I colocarlo.
II cristal oscuro.
III tener el lecho.
Capítulo XXIII
I interrumpida su diversión.
II las inflexiones propias de la pena en personas mayores.
III balbuceó.
IV insistió.
V quería.
Capítulo XXIV
I cotidianas.
II cercan.
III pronunciado como Dios quería.
IV trapisondas.
V el marqués.
VI los labriegos.
VII rondan a.
VIII corrían Filomena y Sabel.
IX pensaba.
X el.
Capítulo XXV
I mulita.
II vengan.
III señor.
IV que rayo de cuenta.
V con el rabo entre las piernas.
VI en Cebre.
VII cuando se le conocía por abad de Anles.
VIII quedábanle.
IX todo de color de rosa.
X de Guardia Civil.
XI de la cáscara amarga, nada edificante.
XII tengo bastante.
XIII entonaba.
Capítulo XXVI
I iban.
II sólo podía verla en la habitación de su madre.
III pasillo.
IV que ninguna sospecha cabe.
V manifestó.
VI hubiese.
VII surtiría.
VIII fustigaría.
IX el bullicio.
Capítulo XXVII
Ihuraño como nunca.
II se clavó.
III le confundía y turbaba.
IV solicitando.
V siempre a la mano.
VI artificialmente se sonrosaba.
VII con mi padre.
VIII el secreto.
IX eran como de quien tiene perturbadas.
X respiraba fatigosamente, con sobrealiento penoso.
XI con cierta serenidad.
XII en el corazón.
XIII muchísimo más.
XIV quitarle.
XV que dijese.
XVI le seguía gustando Rita!
Capítulo XXVIII
I dura y metálica.
II monedas.
III o cosa análoga por la noticia.
IV a su gran.
V sonoro.
VI te han ofrecido.
VII también corría en regla.
VIII podía.
IX atortolado y suspenso.
X del mayordomo.
XI propios.
XII pudiese.
XIII divisado.
XIV tercerola negra; ... flotaba. Suprime dos frases.
XV Suprime «frases injuriosas».
XVI aturdirlo.
XVII se escurriría.
XVIII presentan.
XIX sobrepujaría en orgullo y satisfacción en tales momentos a Perucho.
XX la gloria.
XXI velo.
XXII debía de envolver su.
XXIII indómito.
XXIV cierra con.
XXV inmensa roca.
Capítulo XXIX
I impensados.
II ser.
III reto airado.
IV a Primitivo, al traidor.
V no investiga, no cavila en.
VI legendarias.
VII de antiguos.
VIII corrido medio año.
IX recoge.
X con uniformidad.
XI labriegos.
XII alterna.
XIII quiere.
XIV hace.
Capítulo XXX
I Orense y Pontevedra.
II indomable.
III traicionera condición.
IV cual.
V rasgos.
VI cual.
LA EDITORA
MARINA MAYORAL
(Mondoñedo, Lugo, 1942) es novelista y catedrática jubilada de Literatura Española de la Universidad Complutense de Madrid, además de académica de honor de la Real Academia Gallega.
Escritora bilingüe en castellano y gallego, ha sido traducida al alemán, italiano, portugués, catalán, polaco, inglés y chino. Entre sus obras más reeditadas y traducidas destacan Recóndita armonía (1994), que en 2020 se publicó con estudio introductorio de José M.ª Merino en Clásicos Castalia (Edhasa); Tristes armas (1994), de la que se han publicado treinta y dos ediciones en gallego y veinticuatro en su traducción al castellano; Dar la vida y el alma (1996), Recuerda, cuerpo (1998), Bajo el magnolio (2004), Contra muerte y amor (2008), Deseos (2011) y La única mujer en el mundo (Edhasa, 2019).
Ha publicado más de un centenar de trabajos de investigación, entre los que sobresalen los dedicados a Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, los análisis de poesía y prosa contemporáneas y los que tratan la problemática de la escritura femenina a lo largo de la historia. De ellos destacamos La poesía de Rosalía de Castro, así como las ediciones críticas, completamente renovadas, de En las orillas del Sar (1978/2019) y Los Pazos de Ulloa (1986/2021), ambas en Clásicos Castalia.
XXX
Diez años son una etapa, no sólo en la vida del individuo, sino en la de las naciones. Diez años comprenden un período de renovación: diez años rara vez corren en balde, y el que mira hacia atrás suele sorprenderse del camino que se anda en una década.305 Mas así como hay personas, hay lugares para los cuales es insensible el paso de una décima parte de siglo. Ahí están los Pazos de Ulloa, que no me dejarán mentir. La gran huronera desafiando al tiempo, permanece tan pesada, tan sombría, tan adusta como siempre. Ninguna innovación útil o bella se nota en su mueblaje, en su huerto, en sus tierras de cultivo. Los lobos del escudo de armas no se han amansado; el pino no echa renuevos; las mismas ondas simétricas de agua petrificada bañan los estribos de la puente señorial.
En cambio la villita de Cebre, rindiendo culto al progreso, ha atendido a las mejoras morales y materiales, según frase de un cebreño ilustrado, que envía correspondencias a los diarios de Pontevedra y Orense.I
No se charla ya de política solamente en el estanco: para eso se ha fundado un Círculo de instrucción y recreo, artes y ciencias (lo reza su reglamento) y se han establecido algunas tiendecillas que el cebrefio susodicho denomina bazares. Verdad es que los dos caciques aún continúan disputándose el mero y mixto imperio; mas ya parece seguro que Barbacana, representante de la reacción y la tradición, cede ante Trampeta, encarnación viviente de las ideas avanzadas y de la nueva edad.
Dicen algunos maliciosos que el secreto del triunfo del cacique liberal está en que su adversario, hoy canovista, se encuentra ya extremadamente viejo y achacoso,306 habiendo perdido mucha parte de sus bríos e indómitoII al par que traicionero carácter,III Sea como quiera, el caso es que la influencia barbacanesca anda maltrecha y mermada.
Quien ha envejecido bastante, de un modo prematuro, es el antiguo capellán de los Pazos. Su pelo está estriado de rayitas argentadas; su boca se sume, sus ojos se empañan, se encorvan sus lomos. Avanza despaciosamente por el carrero angosto que serpea entre viñedos y matorrales conduciendo a la iglesia de Ulloa.
¡Qué iglesia tan pobre! Más bien parece la casuca de un aldeano, conociéndose únicamente su sagrado destino en la cruz que corona el tejadillo del pórtico. La impresión es de melancolía y humedad: el atrio herboso está a todas horas, aun a las meridianas, muy salpicado y como empapado de rocío. La tierra del atrio sube más alto que el peristilo de la iglesia, y ésta se hunde, se sepulta entre el terruño que lentamente va desprendiéndose del collado próximo. En una esquina del atrio, un pequeño campanario aislado sostiene el rajado esquilón; en el centro, una cruz baja, sobre tres gradas de piedra, da al cuadro un toque poético, pensativo. Allí, en aquel rincón del universo, vive Jesucristo... ¡pero cuán solo!, ¡cuán olvidado!
Julián se detuvo ante la cruz. Estaba viejo realmente, y también más varonil: algunos rasgos de su fisonomía delicada se marcaban, se delineaban con mayor firmeza: sus labios, contraídos y empalidecidos, revelaban la severidad del hombre acostumbrado a dominar todo arranque pasional, todo impulso esencialmente terrestre. La edad viril le había enseñado y dado a conocer cuántoIV es el mérito y debe ser la corona del sacerdote puro. Habíase vuelto muy indulgente con los demás al par que severo consigo mismo.
Al pisar el atrio de Ulloa notaba una impresión singularísima. Parecíale que alguna persona muy querida, muy querida para él, andaba por allí, resucitada, viviente, envolviéndole en su presencia, calentándole con su aliento. ¿Y quién podía ser esa persona? ¡Válgame Dios! ¡Pues no daba ahora en el dislate de creer que la señora de Moscoso vivía, a pesar de haber leído su esquela de defunción! Tan rara alucinación era sin duda causada por la vuelta a Ulloa, después de un paréntesis de dos lustros.
¡La muerte de la señora Moscoso! Nada más fácil que cerciorarse de ella... Allí estaba el cementerio. Acercarse a un muro coronado de hiedra, empujar una puerta de madera, y penetrar en su recinto.
Era un lugar sombrío, aunque le faltasen los lánguidos sauces y cipreses que tan bien acompañan con sus actitudes teatrales y majestuosas la solemnidad de los camposantos. Limitábanlo de una parte las tapias de la iglesia, de otra tres murallones revestidos de hiedra y plantas parásitas; y la puerta, fronteriza a la de entrada por el atrio, la formaba un enverjado de madera, al través del cual se veía diáfano y remoto horizonte de montañas, a la sazón color de violeta, por la hora, que era aquella en que el sol, sin calentar mucho todavía, empieza a subir hacia su cénit, y en que la naturaleza se despierta como saliendo de un baño, estremecida de frescura y frío matinal. Sobre la verja se inclinaba añoso olivo, donde nidaban mil gorriones alborotadores, que a veces azotaban y sacudían el ramaje con su voleteo apresurado; y hacíale frente una enorme mata de hortensia, mustia y doblegada por las lluvias de la estación, graciosamente enfermiza, con sus mazorcas de desmayadas flores azules amarillentas. A esto se reducía todo el ornato del cementerio, mas no su vegetación, que por lo exuberante y viciosa ponía en el alma repugnancia y supersticioso pavor, induciendo a fantasear si en aquellas robustas ortigas, altas como la mitad de una persona, en aquella hierba crasa, en aquellos cardos vigorosos cuyos pétalos ostentaban matices flavos de cirio, se habrían encarnado, por misteriosa transmigración, las almas vegetativas también en cierto modo de los que allí dormían para siempre, sin haber vivido, sin haber amado, sin haber palpitado jamás por ninguna idea elevada, generosa, puramente espiritual y abstracta, de las que agitan la conciencia del pensador y del artista. Parecía que era sustancia humana –pero de una humanidad ruda, primitiva, inferior, hundida hasta el cuello en la ignorancia y en la materia– la que nutría y hacía brotar con tan enérgica pujanza y savia tan copiosa aquella flora lúgubre por su misma lozanía. Y en efecto, en el terreno, repujado de pequeñas eminencias que contrastaban con la lisa planicie del atrio, advertía a veces el pie durezas de ataúdes mal cubiertos, y blanduras y molicies que infundían grima y espanto, como si se pisaran miembros fláccidos de cadáver. Un soplo helado, un olor peculiar de moho y podredumbre, un verdadero ambiente sepulcral se alzaba del suelo lleno de altibajos, rehenchido de difuntos amontonados unos encima de otros;307 y entre la verdura húmeda, surcada del surco brillante que dejan tras sí el caracol y la babosa, torcíanse las cruces de madera negra, fileteadas de blanco, con rótulos curiosos, cuajados de faltas de ortografía y peregrinos disparates. Julián, que sufría la inquietud, el hormigueo en la planta de los pies que nos causa la sensación de hollar algo blando, algo viviente, o que por lo menos estuvo dotado de sensibilidad y vida, experimentó de pronto gran turbación: una de las cruces, más alta que las demás, tenía escrito en letras blancas un nombre. Acercose y descifró la inscripción, sin pararse en deslices ortográficos: «Aquí hacen las cenizas de Primitibo Suarez, sus parientes y amijos ruegen a Dios por su alma...». El terreno, en aquel sitio, estaba turgente, formando una eminencia. Julián murmuró una oración, desviose aprisa, creyendo sentir bajo sus plantas el cuerpo de bronce de su formidable enemigo. Al punto mismo se alzó de la cruz una mariposilla blanca, de esas últimas mariposas del año que vuelan despacio, como encogidas por la frialdad de la atmósfera, y se paran en seguida en el primer sitio favorable que encuentran. La siguió el nuevo cura de Ulloa y la vio posarse en un mezquino mausoleo, arrinconado entre la esquina de la tapia y el ángulo entrante que formaba la pared de la iglesia.
Allí se detuvo el insecto y allí también Julián, con el corazón palpitante, con la vista nublada, y el espíritu, por vez primera después de largos años, trastornado y enteramente fuera de quicio, al choque de una conmoción tan honda y extraordinaria, que él mismo no hubiera podido explicarse cómo le invadía, avasallándole y sacándole de su natural ser y estado, rompiendo diques, saltando vallas, venciendo obstáculos, atropellando por todo, imponiéndose con la sobrehumana potencia de los sentimientos largo tiempo comprimidos y al fin dueños absolutos del alma porque rebosan de ella, porque la inundan y sumergen. No echó de ver siquiera la ridiculez del mausoleo, construido con piedras y cal, decorado con calaveras, huesos y otros emblemas fúnebres por la inexperta mano de algún embadurnador de aldea; no necesitó deletrear la inscripción, porque sabía de seguro que donde se había detenido la mariposa, allí descansaba Nucha, la señorita Marcelina, la santa, la víctima, la virgencita siempre cándida y celeste. Allí estaba, sola, abandonada, vendida, ultrajada, calumniada, con las muñecas heridas por mano brutal y el rostro marchito por la enfermedad, el terror y el dolor... Pensando en esto, la oración se interrumpió en labios de Julián, la corriente del existir retrocedió diez años, y en un transporte de los que en él eran poco frecuentes, pero súbitos e irresistibles, cayó de hinojos, abrió los brazos, besó ardientemente la pared del nicho sollozando como niño o mujer, frotando las mejillas contra la fría superficie, clavando las uñas en la cal, hasta arrancarla...308
Oyó risas, cuchicheos, jarana alegre, impropia del lugar y la ocasión. Se volvió y se incorporó confuso. Tenía delante una pareja hechicera, iluminada por el sol que ya ascendía aproximándose a la mitad del cielo. Era el muchacho el más guapo adolescente que puede soñar la fantasía; y si de chiquitín se parecía al Amor antiguo, la prolongación de líneas que distingue a la pubertad de la infancia le daba ahora semejanza notable con los arcángeles y ángeles viajeros de los grabados bíblicos, que unen a la lindeza femenina y a los rizados bucles asomosV de graciosa severidad varonil. En cuanto a la niña, espigadita para sus once años, hería el corazón de Julián por el sorprendente parecido con su pobre madre a la misma edad: idénticas largas trenzas negras, idéntico rostro pálido, pero más mate, más moreno, de óvalo más puro,VI de ojos más luminosos y mirada más firme. ¡Vaya si conocía Julíán a la pareja! ¡Cuántas veces la había tenido en su regazo!
Sólo una circunstancia le hizo dudar de si aquellos dos muchachos encantadores eran en realidad el bastardo y la heredera legítima de Moscoso. Mientras el hijo de Sabel vestía ropa de buen paño, de hechura como entre aldeano acomodado y señorito, la hija de Nucha, cubierta con un traje de percal asaz viejo, llevaba los zapatos tan rotos, que puede decirse que iba descalza.309
París, marzo de 1886.
LOS PAZOS DE ULLOA
INTRODUCCIÓN BIOGRÁFICA Y CRÍTICA
I. Resumen cronológico de la vida y la obra de Emilia Pardo Bazán
1851: El 16 de septiembre nace Emilia Pardo Bazán en A Coruña, en la casa de la calle Tabernas, hoy sede de la Real Academia Gallega. Sus padres, don José Pardo Bazán y doña Amalia de la Rúa Figueroa, ambos con títulos de hidalguía, cultos, de ideas liberales y con una considerable fortuna, formaban parte de una clase privilegiada que desempeñó un papel importante en la vida social y política de la época. En ese ambiente de cultura, riqueza, poder y liberalismo transcurrió la infancia de doña Emilia.
A esa infancia feliz debió de contribuir la influencia de Ramón Pérez Costales, el llamado «médico de los pobres», muy amigo de la familia, que fundó en A Coruña un escuela-asilo, siguiendo las ideas krausistas, en la que los niños aprendían mediante juegos, sin imposiciones ni castigos. Por otra parte, en la biblioteca de su padre había obras de pedagogos de ideas avanzadas, como Pestalozzi, Krause y Friedrich Fröbel, y de los filósofos Schelling y Kant.
Probablemente la figura de Pérez Costales, unida a la de su propio padre, se encuentra en la base del personaje del doctor Moragas, que aparece en varias obras de Pardo Bazán.
En los Apuntes autobiográficos que publicó como prólogo a Los pazos de Ulloa destaca algunos hechos ocurrido durante su infancia.1
1860-65: Cuenta con pormenor el desembarco en A Coruña de las tropas vencedoras en la guerra de África y el entusiasmo patriótico que despertó en ella la visión de aquellos soldados que desfilaban con los uniformes cubiertos de polvo, de «remiendos y desgarrones de la lid» y con «la enseña de la patria agujereada por las balas». La Emilia adulta nos dice que se dio cuenta entonces de que se estaba celebrando:
Algo muy grande y digno de ser celebrado, algo que no era del gobierno de quien yo solía oír pestes en mi casa– sino de otra cosa mayor, tan alta, tan majestuosa que nadie dejaba de reverenciarla: la Nación.
Revelan esas palabras una actitud que será constante en doña Emilia hasta su muerte: el amor a España y su defensa, por encima de cualquier otro sentimiento o afiliación política. Ella misma lo ratifica en los Apuntes.
De mi sé decir que ese sentimiento es uno de los que no han modificado ni lecturas, ni estudios, ni azares de la vida, ni ciertos sofismas que hoy corren disfrazados de última palabra del desengaño filosófico, cuando no son más que atrofia del alma y signo infausto de decadencia de las naciones.
Ese entusiasmo patriótico de la infancia la lleva a escribir sus primeros versos: «me refugié en mi habitación y garrapateé mis primeros versos, que barrunto debían de ser quintillas».
Lee el Quijote, del que llega a aprenderse capítulos de memoria, y la Biblia, que la entusiasma. Estos primeros libros los encuentra en la biblioteca de una casa alquilada para pasar el verano en Sanxenxo, mientras reparan el pazo familiar de la Torre de Miraflores.
Pasa los inviernos en Madrid, mediopensionista en un colegio francés «flor y nata de los colegios elegantes», dirigido por «una vieja muy adobada y peripuesta que nos trataba peor que a galeotes [...] Francesa más tacaña no he visto, y eso que el género abunda». En compensación, sale de allí hablando con toda soltura el francés.
Pide que le den clases de latín en lugar de piano, para el que se siente poco dotada, pero no lo consigue: «Creo que la mala ley que tengo a los pianos nació de entonces».
Cuenta que leyó a escondidas Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, en un volumen que sacó sin permiso, ocultándolo entre sus ropas, de la biblioteca del padre de una amiga. La obra le descubre un mundo novelesco diferente al de Cervantes y Fernán Caballero, únicos a los que hasta entonces había tenido acceso: «influyó en el concepto que por muchos años tuve de la novela, creyéndola fuera del dominio de mis aspiraciones, por requerir inventiva maravillosa».
Con quince años escribe dos relatos de carácter realista: «Un matrimonio del siglo XIX», que publica en el Almanaque de La Soberanía Nacional para 1866, y la novela corta Aficiones peligrosas, que publicó por entregas en El Progreso de Pontevedra, de agosto a octubre de 1866. Ambos son relatos didácticos y moralizantes. En ellos denuncia los desastres que ocasionan el gasto desmedido y la afición al juego, y la mala influencia de folletines y novelas no recomendables en el comportamiento de los jóvenes.
1868: De ese año destaca muy brevemente tres sucesos: «Tres acontecimientos importantes en mi vida se siguieron muy de cerca: me vestí de largo, me casé y estalló la Revolución de Septiembre».
Su marido, don José Quiroga Pérez Deza, sólo tres años mayor que ella, pertenece también a la aristocracia provinciana. Es alto, delgado, guapo según los cánones de la época, de aspecto romántico. Es estudiante de Derecho y carlista.
De la Revolución de 1868, «la Gloriosa», doña Emilia escribirá años más tarde:
Yo abrí los ojos al espectáculo social cuando estalló la revolución de septiembre de 1868 [...] De familia liberal, acogí con simpatía el movimiento; en breve los desplantes y excesos de la Gloriosa me arrojaron en sentido contrario, hacia la reacción completa.2
1869-70: El padre de doña Emilia, don José Pardo Bazán, es elegido diputado a Cortes y la familia comienza a pasar los inviernos en Madrid y los veranos en Galicia.
De esos dos años doña Emilia destaca que casi abandonó el cultivo de la literatura. En Madrid se sumerge por completo en la vida social de la aristocracia3, y da de ella una visión bastante frívola:
Todas las mañanas visitas, o al picadero a aprender equitación; todas las tardes en carruaje a la Castellana; todas las noches a teatros o saraos; en primavera, conciertos Monasterio, y a la salida del concierto a ver matar al Tato...
Y de su vida en Galicia dice: «Durante los veranos no me quedaba tiempo de recogerme y orientarme, pues los ocupaban diversiones y fiestas, paseos a caballo, en coche y a pie».
Escribe y publica versos de los que se avergüenza en su madurez: «Literariamente, sabe Dios que me pesan en la conciencia».
Y pasa sobre ascuas sobre su participación en los movimientos que provocaron la salida de España de Amadeo de Saboya: «Omito lo que se refiere a la atmósfera reaccionaria de los salones, a la cruzada contra Amadeo de Saboya y al espíritu de insurrección carlista, aunque no fui enteramente ajena a todo ello».
En el año 1970 el papa Pío IX concede a su padre el título pontificio de conde de Pardo Bazán.
1871-72: Toda la familia se marcha a Francia, «con ánimo de ver correr tranquilamente desde París las turbias aguas de la revolución, ya sin dique».
Estudia inglés: «Me había propuesto leer en su idioma a Byron y a Shakespeare». Viaja por Italia, visitando museos y monumentos y leyendo a los románticos italianos: Alfieri, Foscolo, Manzoni...
1873-75: De regreso a España, entra en contacto con el krausismo. Lee mucha filosofía, sobre todo a Kant. Aprende alemán y lee a Goethe, Schiller, Burger y Heine, prefiriendo para la filosofía alemana las traducciones francesas, que mitigan las dificultades de comprensión. Se somete a una intensa y férrea disciplina de trabajo:
Viendo lo mal fundado de mi instrucción, mi erudición a la violeta y el desorden de mis lecturas, me impuse el trabajo de enlazarlas y escalonarlas, llenando los huecos de mis conocimientos, a modo de cantero que tapa grietas de pared.
Escribe poemas amorosos, que no publica, cuyo destinatario parece ser el catedrático de universidad Santiago Augusto González de Linares.4 En sus versos habla de una relación platónica: «Alzó nuestra voluntad / que nuestras almas fundía / una muralla de bronce / en donde el deseo expira». «Antes de conocerte / giró mi vida ociosa [...] Y desde que en tu espíritu / mi espíritu reposa / se concentró en creencias / mi alma activa y mórbida».5
1876: Mantiene con Francisco Giner de los Ríos, a quien admira profundamente, una relación de amistad que durará hasta la muerte del filósofo. Giner ejerció sobre ella una «vigilancia afectuosa» y le transmitió los valores del krausismo.6
Nace su hijo Jaime.
Gana la rosa de oro en los juegos florales de Orense con una oda a Feijoo. El premio es, tal como su nombre indica, una rosa de oro macizo, de tamaño natural.
Surgen desavenencias serias con su marido a causa de la pasividad de éste para enfrentarse a su familia y reclamar la herencia que le corresponde, según lo acordado con la familia Pardo Bazán antes del matrimonio.7
1877: Publica los primeros artículos en revistas madrileñas.
1878: Descubre y empieza a leer a los novelistas españoles contemporáneos. Dice en los Apuntes autobiográficos que eso fue lo que la animó a lanzarse al campo de la novela:
Si la novela se reduce a describir lugares y costumbres que nos son familiares, y caracteres que podemos estudiar en la gente que nos rodea, entonces (pensé yo) puedo atreverme; y puse manos a la obra.
1879: Lee a Zola y publica su primera novela: Pascual López. Nace su hija M.ª de las Nieves, a quien familiarmente llaman Blanca.
Vive una etapa de gran inquietud e inseguridad. En cartas a Giner, le confiesa: «No sé qué camino seguir». Y «No tengo rumbo alguno».8
1880: Estancia en Vichy para curar una afección hepática. Aprovecha el descanso para leer novelas francesas contemporáneas: Balzac, Flaubert, Goncourt, Daudet... Acepta dirigir la Revista de Galicia. Semanario de literatura, ciencias y letras, donde, pese a su título, no dio noticia de la primera novela publicada en gallego, Maxina ou a filla espúrea, de Marcial Valladares, ni de la publicación de Follas novas de Rosalía de Castro.
1881: Publica su libro de poesías Jaime, en una edición de sólo trescientos ejemplares sufragada por Francisco Giner de los Ríos.
Publica Un viaje de novios con gran éxito. Los críticos más respetados la adscriben al movimiento de la novela moderna, naturalista.
Nace su hija Carmen.
1882-83: Publica San Francisco de Asís, de nuevo con gran éxito.
Después de haber recogido durante meses información directa del trabajo en la fábrica de tabacos de A Coruña, publica La Tribuna, que provoca gran escándalo literario y social. En La cuestión palpitante analiza el movimiento naturalista y deja clara su postura: no comparte la ideología, pero lo admira como método literario.
Se siente agobiada por las limitaciones de la vida provinciana y familiar
1884: Se funda la Sociedad de Folklore gallego en casa de los condes de Pardo Bazán, con doña Emilia como presidenta.
Se separa discretamente de su marido. En carta a Giner le había confiado que a él le gusta la vida provinciana por «las compensaciones que encierra para los que no gustan de ser cola de león».9
Se disuelve la sociedad conyugal mediante un documento notarial que confiere una amplia licencia marital que no restringe ninguna libertad a la esposa.10
Se adhiere a la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, un paso más para convertirse en escritora profesional.
1885: Publica El cisne de Vilamorta.
Destaca en sus Apuntes Autobiográficos la conferencia que pronunció en el Círculo de Artesanos de A Coruña, en homenaje a Rosalía de Castro, muerta ese mismo año, a quien califica de «primer poeta regional», ignorando sus composiciones castellanas. Sólo cuenta lo bien que le salió la conferencia.
Se inicia su amistad y correspondencia con Narcís Oller, que se prolongará con altibajos hasta 1890.
1886: Es el último año que recoge en sus Apuntes autobiográficos. Viaja ella sola a París. Conoce a Edmundo de Goncourt, cuyo «desván» frecuenta. Conoce también personalmente a Zola. Escribe y publica Los Pazos de Ulloa. Lee a Dostoievski.
Pasa temporadas en Madrid, sola, en hoteles o aposentos alquilados, siempre en zonas elegantes, dejando a sus hijos en Galicia al cuidado de madre.
Su fama y su éxito como escritora crece.
1887: Da varias conferencias en el Ateneo sobre la revolución y la novela en Rusia. Publica La Madre Naturaleza, segunda parte de Los Pazos de Ulloa. Viaja a Italia y visita a don Carlos, el pretendiente carlista.
1888: Viaja a Portugal y de nuevo a París. Publica Mi romería, contando muy por extenso las impresiones de su viaje a Italia y su entrevista con don Carlos. Origina una polémica entre los carlistas que da lugar a la escisión de la rama capitaneada por Ramón Nocedal. Visita la Exposición Internacional de Barcelona. Allí conoce a Lázaro Galdiano, con quien vive una breve aventura erótica, que se convierte después en colaboración cultural y en una larga amistad. Por estas fechas mantiene también una relación íntima con Galdós.
1889: Colabora en La España Moderna, revista creada por Lázaro Galdiano. Continúa la relación con Galdós. Publica Insolación, Morriña y Al pie de la Torre Eiffel.
1890. Muere en A Coruña su padre. Es un duro golpe para doña Emilia, que no llega a tiempo para despedirse de él. Escribe a Galdós: «He perdido el mejor de los amigos, el más leal de los consejeros y el apoyo de todos los momentos».11
Asiste a la ejecución de Higinia Balaguer acusada de ser la culpable del llamado «crimen de Fuencarral». Al día siguiente publica en El Imparcial un artículo que tiene gran repercusión, condenando abiertamente la pena de muerte.
Publica Por Francia y Alemania y Una cristiana.
1891: Con el dinero de la herencia de su padre funda el Nuevo teatro crítico, que ella sola escribe y edita durante tres años. Publica La prueba y comienza la publicación de las Obras Completas. Participa en la polémica sobre la entrada de las mujeres en la Academia. Publica La piedra angular, donde vuelve a plantear el tema de la pena de muerte.
1892: Instalada ya en Madrid con su madre y sus hijos, crea la editorial Biblioteca de la Mujer. En ella coexisten obras sobre la vida de la Virgen María o de Isabel la Católica con La esclavitud feminista de Jonh Stuart Mill o La mujer ante el socialismo de August Bebel. Tiene escaso éxito y la cierra en 1893.
Publica los Cuentos de Marineda.
1893-97. Publica Cuentos nuevos y Doña Milagros. Amistad con Unamuno. Durante toda la década de los noventa los críticos dedican escasa atención a su obra, pero al mismo tiempo aumentan su fama y su prestigio.
Empieza a colaborar en Blanco y Negro (1895). Publica Memorias de un solterón y El saludo de las brujas (1896-1897).
1898-99: Crisis de pesimismo patriótico. Publica Cuentos de amor y Cuentos de la Patria. Estrena El vestido de novia, su primera obra de teatro
Desarrolla una importante actividad como conferenciante política. Invitada por la Société de Conférences de París, habla allí de «La España de ayer y la de hoy» (1899). Su postura crítica levantó gran revuelo e incluso acusaciones de antiespañola.
1900: Amistad con Blasco Ibáñez, que acaba mal. Visita la Exposición Universal de París. Muere el pintor Joaquín Vaamonde a la edad de veintinueve años. Amigo y protegido de doña Emilia, a él se deben las imágenes más bellas que se conservan de la escritora.
1901-02: Viaja a Bélgica. Entra en contacto con el socialismo católico y lo cuenta en Por la Europa católica. Algunos autores creen que da una imagen demasiado idealizada de Bélgica.12 Publica Misterio, novela histórica. Interviene en la vida política mediante conferencias y artículos.
1904: Pone en escena La suerte. La familia real acude al estreno. Éxito de crítica y público, excepto en A Coruña, por razones de política lingüística.
1905: Publica La quimera, donde da forma literaria a su relación con Joaquín Vaamonde. El personaje de Minia es un alter ego de doña Emilia, y el de Silvio Lago, el protagonista, lo es del pintor.
1906: Es nombrada presidenta de la sección de literatura del Ateneo de Madrid. Estrena Verdad con María Guerrero como protagonista; el estreno resulta desastroso y las críticas, feroces. Pocos días después estrena Cuesta abajo, con fracaso menos estrepitoso.
1908: El rey Alfonso XIII le concede el título de condesa (recuérdese que el título de su padre era pontificio). A partir de entonces firma sus colaboraciones como «condesa de Pardo Bazán».
1909: Publica en su Obras Completas las cuatro obras de teatro estrenadas y tres inéditas: El becerro de metal, Juventud y Raíces.
1910: Es nombrada consejera de Instrucción Pública y publica el primer tomo de La literatura francesa moderna.
1911: Publica Dulce Dueño, su última novela.
1912: Muere su marido. Publica el segundo tomo de La literatura francesa moderna.
1915: Muere su madre, la persona que había resuelto todos los problemas de su entorno doméstico y familiar.
1916: El ministro Julio Burell la nombra catedrática de la Universidad Central de Madrid en la disciplina Literatura de las Lenguas Neolatinas, con la total oposición del claustro de profesores y de la Real Academia Española. Abandonó el cargo poco después por falta de asistencia de los alumnos.
1921: Publica su último cuento, «El árbol rosa», relato lleno de desengaño romántico y optimismo vital y realista.
Muere el día 2 de mayo, de una gripe complicada por la diabetes.
II. LOS PAZOS DE ULLOA
UNA NUEVA MANERA DE NARRAR
Con los Pazos de Ulloa doña Emilia inicia una modalidad narrativa que repetirá en dos ocasiones posteriores. Se trata de novelas largas que aparecen publicadas en dos partes. En la segunda se repiten personajes y ambientes, pero se desarrolla en un tiempo posterior. El lector las siente como una continuación, aunque cada una de ellas se constituye como una novela autónoma.
Los Pazos de Ulloa se publicó en 1886 y al año siguiente salió a la luz La Madre Naturaleza, que lleva entre paréntesis un subtítulo: «segunda parte de Los Pazos de Ulloa».
Por la correspondencia que mantuvo doña Emilia con el novelista catalán Narcís Oller, sabemos que la composición de Los Pazos fue ardua y laboriosa y que, mientras luchaba con las dificultades, tenía ya in mente la continuación, que se le presentaba, por el contrario, fácil y atractiva:
El desaliento respecto a la novela se ha templado un poco desde que estoy aquí [...] Para la segunda parte estoy más animada; me gustan las notas que tengo tomadas y creo que habrá en ellas una inspiración.13
Nelly Clemessy cree incluso que tenía la idea de las dos novelas desde el comienzo.14
El esquema de novela larga dividida en dos partes lo repite en Una cristiana y La prueba (1890-1891), y por tercera y última vez en Doña Milagros y Memorias de un solterón (1894-1896). Las más trabadas, las que presentan una mayor dependencia entre sí son Una cristiana y La prueba, que no pueden considerarse novelas independientes, como sucede en las otras dos series, donde, pese a la evidente relación, cada parte se constituye como una novela autónoma.
Inicia esta nueva manera de narrar cuando se encuentra ya en su madurez creadora. Tiene relación con las maneras de Galdós y Balzac: narración de amplio trazado, que desborda la extensión de la novela y necesita un marco más amplio, y de la cual el retorno de los personajes o la reiteración de escenarios son manifestaciones estructurales.
En Pardo Bazán, la longitud de las novelas parece estar sobre todo en función del estudio psicológico de los personajes más que en el análisis de aspectos sociológicos o históricos. La quimera, la más larga de sus novelas independientes, está centrada en el análisis de la personalidad de Silvio Lago –el joven y malogrado pintor gallego Joaquín Vaamonde–, obsesionado por la muerte y el deseo de gloria. En Una cristiana y La prueba asistimos a través de los ojos del personaje narrador, a la evolución espiritual de Carmiña Aldao, a su lucha entre el deber conyugal y la creciente atracción hacia su sobrino, a una crisis moral que culmina con el triunfo del espíritu cristiano de sacrificio. En Doña Milagros y Memorias de un solterón nos ofrece un verdadero muestrario de tipos femeninos. Las nueve hijas de don Benicio, más su esposa Ilduara y su vecina y platónico amor, la andaluza doña Milagros, constituyen un fresco de la vida femenil en el que va a destacarse la personalidad de Feíta, la niña que disfruta leyendo y estudiando, la jovencita que se rebela contra las limitaciones que la sociedad le impone por haber nacido hembra, la mujer que lucha por su independencia, enfrentándose a los prejuicios de una sociedad burguesa, y que acaba claudicando en aras de «el deber y la familia». Este personaje, alter ego fracasado de la triunfante doña Emilia, necesita la extensión de las dos novelas para desarrollarse plenamente. Sin el contrapunto de las otras vidas femeninas no se entendería su rebeldía ni su sacrificio final; sin la doble perspectiva de los dos narradores (don Benicio, su padre, en la primera; Mauro Pareja, su adversario y después admirador y pretendiente, en la segunda) no tendríamos tan cabal idea de lo que su postura significaba en la sociedad de finales del siglo XIX.
Algo similar ocurre en las novelas de los pazos. Don Julián es el personaje de más importancia, al que la autora dedica mayor atención. El estudio de su carácter se completará en la segunda parte. Sólo al final de La Madre Naturaleza entenderemos cabalmente la clase de sentimientos que unía al capellán con la «señorita Marcelina».
UNA REFLEXIÓN SOBRE EL MAL Y EL DOLOR
Por encima del estudio de personajes o de la decadencia de una clase social, que es otro de los grandes temas unificadores, la concepción de las dos novelas como un todo unitario se apoya en un criterio más general todavía: se trata de una reflexión sobre el sentido del dolor y del mal en la existencia humana.
En la primera parte asistimos a los avatares de dos seres inocentes –Julián y Nucha–, poco dotados para sobrevivir en el ambiente hostil que los rodea. Tenemos a menudo la impresión de que el dolor y el mal son algo evitable, producto de unas circunstancias adversas: si don Julián no fuese tan inexperto y blando, si Nucha no fuese tan débil e histérica, si no estuviera por medio Primitivo... En La Madre Naturaleza, Primitivo ha desaparecido y Manolita es una chica fuerte y sana, perfectamente adaptada a la vida del campo. El papel masculino (relegado don Julián a mero espectador de la acción, lo mismo que don Pedro) se divide entre Perucho, fuerte y bondadoso, y Gabriel Pardo, culto, experimentado y deseoso de arreglar los entuertos del pasado. El escenario en el que se desarrollan los hechos no puede ser más grato: la naturaleza, en pleno derroche de sus dones, invita a disfrutar de la vida y del amor. ¿Cuál es el resultado? El mismo que en la primera parte: si Nucha y don Julián han sido desgraciados, no lo son menos Manolita y Perucho y, por añadidura, Gabriel.
Don Julián expone, al referirse a su cariño hacia Manolita, lo que podría ser la moraleja cristiana de la obra:
Cuando era pequeñita, puede decirse que recién nacida, le tenía yo cobrado un cariño... un cariño ¡que no sé! [...] Como luego me fui de aquí y tardé bastante tiempo en volver [...] pude meditar y considerar las cosas de otro modo, con más calma, y entonces evité ver mucho a la niña, por no poner el corazón en cosas del mundo y en las criaturas, que de ahí vienen amarguras sin cuento y tribulaciones muy grandes del espíritu (cap. XXXIII).
Las palabras del cura resultan poco convincentes ya que, a pesar de esa actitud de despego del mundo, don Julián sufre. Y, además, en cierto modo, es culpable del desarrollo negativo de los acontecimientos. En la primera parte, su intervención provoca la tragedia y en la segunda, su inhibición coadyuva decisivamente a que se produzca. En la primera parte, su buena voluntad se estrella contra unas circunstancias adversas que anulan todos sus esfuerzos. En la segunda, su inhibición lleva a dos jóvenes, aparentemente nacidos para disfrutar de la vida en medio de un paraje paradisíaco, a ser las víctimas de un amor imposible y culpable. Consideradas en su conjunto, las dos novelas muestran una concepción del mundo muy pesimista: el mal y el dolor son inevitables, porque son consustanciales con la existencia humana.
Este pesimismo sobre la vida y sus escasas posibilidades de felicidad dimana en doña Emilia de sus creencias católicas, al menos ella así lo piensa, y lo manifiesta de forma categórica años más tarde en su estudio sobre Balzac, en el que destaca su espíritu «honda y naturalmente católico»:
El análisis encarnizado, anatómico, lúcido, de la miseria humana –que vale tanto como decir de la vida humana– es, en cambio, tarea y obra de escritor católico, no materialista sino pesimista, necesariamente pesimista. Dimana del dogma del pecado original y la caída, de la corrupción de nuestra naturaleza, de la certidumbre de que nos rodea el mal y nos persigue eternamente el dolor [...] El error psicológico es el optimismo, la creencia en la bondad humana, y de este error nacen la soberbia, la fe en el propio dictamen, la rebeldía a la autoridad, las teorías de laxitud e impunidad en lo penal, la consagración de todos los instintos y, como consecuencia, la licitud de todos los apetitos.15
Maurice Hemingway señaló en un interesante estudio el carácter de tragedia católica de estas obras, contraponiéndolas a Una cristiana y La prueba:
One can see these two novels as a counterbalance to Los Pazos de Ulloa and La Madre Naturaleza, for whereas in the earlier novels Pardo Bazán dramatized the order of nature unilluminated by Grace, in Una Cristiana and La Prueba, she dramatizes (though, it must be said, far less successfully) the workings of Grace in the life of an individual.
Un poco antes ha afirmado:
Los Pazos de Ulloa presents us, then, with a Graceless situation, where man is neither able nor even willing, in the absence of Grace, to raise himself above the level of the animals.16
Creo que en esta interpretación se ha dejado al margen la figura fundamental de don Julián, cuyas actuaciones en ningún caso son reductibles al nivel de los animales, como tampoco las de Nucha o Gabriel Pardo. Pero sí es cierto que todos ellos actúan desde un plano fundamentalmente humano, no sobrenatural, y que sus intentos de solución obedecen a un punto de vista humano, es decir, van encaminados a conseguir una felicidad aquí, en la tierra, y se basan en la propia voluntad.
Consideradas en el conjunto de la obra de Pardo Bazán, las novelas de los pazos aparecen como un hito importante en una trayectoria narrativa en la que se plantea repetidamente el sentido de la existencia humana, la búsqueda de un camino para ese ser acechado por el mal y el dolor. Este camino no es, desde luego, el de la naturaleza: «Naturaleza, te llaman madre... Más bien deberían llamarte madrastra», es la conclusión de la novela. El hombre, entregado a sus propias fuerzas, se hunde más y más en el pozo de un dolor sin sentido. A través de Una cristiana y La prueba y, sobre todo, de Dulce Dueño, aparecerán las soluciones trascendentes: el camino que ofrece la religión que es, en definitiva, el de la renuncia al mundo y a la propia voluntad. Carmiña Aldao alcanza la serenidad tras haber renunciado a sus inclinaciones naturales (que la llevan hacia su sobrino y la apartan de un marido que la repugna físicamente). Natalia Mascareñas va todavía más lejos: ha renunciado a todo para acomodar enteramente su voluntad a la del Dulce Dueño:
En lo mejor de mis años me encuentro encerrada, llevando la monótona vida del Establecimiento, sometida a la voluntad ajena, sin recursos, sin distracciones, sin ver más que médicos, enfermeros y dolientes [...] Y yo soy feliz. Estoy donde Él quiere que esté.17
Ése es para doña Emilia el precio de la felicidad en esta vida.
NATURALISMO VERSUS CATOLICISMO
Cuando doña Emilia concreta su postura frente al naturalismo en la serie de artículos La cuestión palpitante, tiene buen cuidado en dejar claro su desacuerdo con las tesis filosóficas del autor de Los Rougon Macquart. El determinismo, en la medida en que niega la libertad humana, le parece «perniciosa herejía» que hay que descartar. Pero juzga que es campo adecuado para el novelista el estudio de las influencias mutuas entre el cuerpo y el espíritu:
... De todos los territorios que puede explorar el novelista realista y reflexivo, el más rico, el más variado e interesante es sin duda el psicológico, y la influencia innegable del cuerpo en el alma, y viceversa, le brinda magnífico tesoro de observaciones y experimentos.18
Suprimidos por su traductor Alberto Savine en la versión francesa, que es la que lee Émile Zola, los capítulos en los que Pardo Bazán expone sus ideas sobre la libertad humana, el escritor francés manifiesta en repetidas ocasiones19 a un tiempo su admiración por la «penetración crítica» de la novelista española y su extrañeza por su condición de naturalista y de «católica ferviente, militante»; contradicción que el mismo se explica «por lo que oigo decir de que el naturalismo de esa señora es puramente formal, artístico, literario». En su contexto, las palabras de Zola resultan mucho más comprensivas y ponderadas que las de los colegas españoles de doña Emilia, y no escatima alabanzas:
Reconozco que el retrato que hace de mí la señora Pardo Bazán está muy parecido [...] Tiene el libro capítulos de gran interés y, en general, es excelente guía para cuantos viajen por las regiones del naturalismo y no quieran perderse en sus encrucijadas y oscuras revueltas.20
Posturas mucho menos comprensivas fueron las de don Marcelino Menéndez Pelayo o la de Valera. El primero atribuía su interés por el naturalismo a frivolidad femenina:
En cuanto a doña Emilia, no hay que tomarla por lo serio en este punto ni en muchos otros. Tiene ingenio, cultura y sobre todo singulares condiciones de estilo; pero, como toda mujer, tiene una naturaleza receptiva21