la_iglesia_de_los_padres.jpg

1 Apo, 7.

2 Diff. I, pp. 370-1.

3 ECH, I, p. 228.

4 LD IV, p. 320. Se refiere a su lectura del teólogo anglicano George Bull (1643-1710) en su obra Defensa del Credo de Nicea.

5 Apo. 26.

6 Apo. 43.

7 Apo. 114-115.

8 Biblioteca de los Padres de la Santa Iglesia Católica, anterior a la división entre Oriente y Occidente, dedicada al arzobispo de Canterbury.

9 Apo. 135.

10 Wiseman sería más tarde el primer cardenal inglés después de la restauración de la jerarquía católica en 1850; tuvo un papel señalado en la vida católica de Newman.

11 Contra epistulam Parmeniani, 3, 24 (CSEL 51, p. 131,6).

12 Apo. 117.

13 Carta a Pusey.

14 Fundado en 1832 para promover los principios anglo-católicos y oponerse a las reformas de los liberales.

15 Apo. 73.

16 LD VII, p. 254.

17 LD VII, p. 218, 241.

18 Se trata del mismo Isaac Williams, tal como se desprende del propio texto. Newman no lo nombra para evitar a su amigo una situación incómoda con los anglicanos, clérigos como él o laicos. Insinúa, no obstante, su esperanza de que Williams, gran amante de los Padres, descubra que solo la Iglesia romana es la Iglesia de los Padres y que la acepte como madre, cosa que no llegó a suceder.

19 Texto añadido en la edición de 1857.

20 «Nos fue más provechosa para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes».

21 Parece referirse al inglés santo Tomás Becket.

22 Versos tomados de The Christian Year de John Keble (Oxford, 1827).

23 En 325 Constantino trasladó la capital del Imperio romano, de Roma a Constantinopla (Bizancio, hoy Estambul). El Asia Menor formaba parte del Imperio.

24 Ciudad italiana —hoy Rímini— de la costa del Adriático. Si bien la mayoría de los 400 obispos de ese concilio era ortodoxa, la minoría arriana maniobró de tal modo que se llegó al cabo a una fórmula vaga y equívoca.

25 El Concilio de Nicea, de 325, dice en su Credo que el Hijo es «homoouisios Patrí», es decir, consubstancial o de la misma naturaleza del Padre (en latín «consubstantialis Patri»), contra Arrio, que hablaba del Hijo como inferior al Padre, emanado de Aquel y por lo tanto creado. Por eso el Credo puntualiza: «engendrado, no creado», agregando que era «Dios de Dios, Luz de Luz, consubstancial al Padre».

26 Es decir, el primer «monje».

27 Eunomio enseñaba que el Hijo es «desemejante» [anomoios] al Padre, lo cual constituía una nueva especie de arrianismo.

28 Apolinar primero se adhirió a Nicea, pero en su ardor por combatir el arrianismo y afirmar la divinidad de Cristo cayó en el error opuesto de reducir su naturaleza humana negando que tuviese un alma racional.

29 Gregorio compara a Basilio con aquel artesano citado en el libro del Éxodo, que fue suscitado por Dios para construir su tabernáculo.

30 Probable referencia al proverbio latino Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Hombre soy, nada humano me es ajeno). Terencio la incluyó en su comedia Heautontimorumenos (El que se castiga a sí mismo, 165 a.C.)

31 Eran sofistas que jugaban con las palabras.

32 Hildebrando, monje benedictino de Cluny, a quien le cupo, al convertirse en papa Gregorio VII, extender la reforma ya realizada en su Orden a toda la Iglesia hacia fines del siglo XI.

33 San Ambrosio de Milán y el luchador contra el arrianismo san Atanasio de Alejandría, ambos obispos en el siglo IV.

34 Si el arrianismo atacaba la Trinidad rebajando la esencia del Hijo respecto al Padre, el sabelianismo la atacaba también, pero reduciendo las Personas divinas a simples manifestaciones —diversas y temporales— de una misma individualidad.

35 San Atanasio, obispo de Alejandría, el máximo campeón de la fe de Nicea en la lucha posterior contra los arrianos y semiarrianos: por esta causa católica tuvo que padecer varios exilios.

36 Nota de Newman: El papa Dionisio, alrededor del año 260.

37 San Gregorio Nacianceno, que fue obispo de Constantinopla.

38 San Gregorio de Nisa, hermano de san Basilio, era ante todo un contemplativo, y por ello poco apto para la diplomacia.

39 Esto es una descripción de las falsas doctrinas arrianas.

40 Las Equínades son islitas que están en el Adriático, y el mito cuenta que allí se refugió Alcmeón.

41 Gregorio adapta el pasaje de la Odisea, VIII.

42 Gregorio continúa con sus citas y comparaciones clásicas. El suplicio de Tántalo consiste en tener el agua y la comida al alcance de la mano y no poder beberla ni comerla. Los lotófagos (comedores de flor de loto) y el banquete de Alción, rey de los feacios, a Ulises, relatados en la Odisea.

43 Cabe recordar que esta vida monástica era calificada entonces como «vida angélica».

44 «Cenobítica», de Xenós Bíos, significa: vida comunitaria.

45 Cuando Gregorio fue Patriarca de Constantinopla.

46 La herejía de Apolinar, según el cual el Verbo no habría asumido toda la naturaleza humana sino solo la parte superior del alma —en consecuencia, la redención era ineficaz pues no abarcaba a toda la naturaleza humana—; es una reducción de la «encarnación», mientras la herejía de Arrio, condenada en el Concilio de Nicea, de 325, desmerecía «lo divino» en Jesús. Contra esto el Credo de Nicea afirmaba que Jesús era «Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consubstancial al Padre».

47 Refiriéndose a Basilio, cita el Salmo 116,15: «preciosa es ante los ojos del Señor la muerte de sus santos».

48 Nota de Newman: Vid. Greg. Ep. 80, y Carm. p. 990.

49 Quiere decir: asumir el cargo de obispo, en representación de Cristo (cabeza) en la Iglesia que es el cuerpo de Cristo.

50 Otra imagen evangélica: la Iglesia como un barco en medio de las tempestades del mundo a lo largo de la historia.

51 Nota de Newman: Ver Ef 1,23.

52 Referencia a la historia del pueblo elegido, cuando ya no le bastaban los «jueces» que Dios le iba enviando, sino que le requerían «un rey como lo tienen los gentiles» (1 Sam 8,5).

53 Se trata de san Basilio y san Gregorio de Nacianzo.

54 Apoc 8,7-13.

55 El arrianismo es la doctrina de Arrio, condenada en 325 por el Concilio de Nicea, y nuevamente en 381 por el Concilio de Constantinopla, según la cual Cristo no sería plenamente Dios, igual al Padre. En ello influyó la concepción neoplatónica de un Verbo o Logos que no sería igual a Dios sino una simple emanación suya. Contra este error, el Credo de Nicea afirma que el Verbo (y por tanto Jesucristo, Dios encarnado) «es Dios de Dios, Luz de Luz, engendrado, no creado, consubstancial al Padre». Posteriormente, se llamará «arrianos» a todos los que negarían la divinidad de Jesucristo, aún partiendo de otras premisas.

56 Los obispos Mansuetus y Papininianus figuran juntos en el Martirologio como habiendo padecido el martirio el 28 de noviembre por orden de Genserico.

57 El III Concilio Ecuménico de Éfeso tuvo lugar entre el 22 de junio y fines de octubre de 428, y declaró que la Virgen María es realmente «thetókos», Madre de Dios.

58 Tertuliano, en De fuga in persecutione, en 203.

59 San Atanasio, obispo de Alejandría, el gran campeón de la fe católica contra los arrianos durante el siglo IV, que sufrió persecución y varios exilios por esa causa.

60 Apología de su huida, escrita en 357.

61 El montanismo proviene de Montano, frigio de fines del siglo II, quien, además de exagerar las efusiones del Espíritu Santo, dio pie entre sus seguidores a la creencia de la inminente Parusía y a un rigorismo moral que comportaba asimismo una actitud de desafío durante las persecuciones. Tertuliano al fin de su vida cayó en este error.

62 Esto se cumplió en Inglaterra en los siglos XVI y XVII. Por no dejar privados de socorros cristianos a los fieles católicos que quedaban en Inglaterra tras implantarse allí el protestantismo, los jóvenes con vocación sacerdotal iban a estudiar y ordenarse en el continente, tras lo cual volvían y, ejerciendo el sacerdocio clandestinamente, eran perseguidos y en gran número fueron martirizados (y han sido canonizados).

63 Julián de Eclano, el obispo italiano que retomó la postura herética de Pelagio sosteniendo, como éste, que el hombre puede hacer el bien con los solos recursos de su naturaleza. Contra el pelagianismo, san Agustín enfatiza la necesidad de la gracia. La obra aquí mencionada es Contra Julianum, empezada en 421 y retomada en 428.

64 Esta invasión de los musulmanes —con sus «jinetes de Alá»— acaeció en el siglo VII.

65 Nota de Newman: Después de escrito este relato, los franceses reinstalaron la sede.

66 Lord Byron (1788-1824).

67 Nota de Newman: Muchas de estas traducciones son de la edición Oxford de 1838.

68 El emperador Juliano el Apóstata no solo renegó del cristianismo sino que volvió al culto oficial pagano y prohibió tener escuelas a los cristianos. El edicto que establece esto es de 392. Pero duró poco pues Juliano murió no mucho después.

69 Este amigo era Verecundo, un gramático de Milán que puso a su disposición su propiedad de Cassiciacum. Agustín se instaló allí junto con su madre Mónica, su hermano Navigius, sus primos Rusticus y Lastidianus, y dos jóvenes discípulos suyos de Milán, Licentius y Trigetius.

70 Formaban parte de esta comunidad de Tagaste: su hijo Adeodato, y algunos amigos como Alipio y Evodius.

71 El procedimiento por aclamación popular era corriente entonces para la nominación de obispos. Así fueron elegidos, entre otros, san Atanasio y san Basilio en la Iglesia Oriental; y en la Occidental, san Ambrosio y san Paulino de Nola.

72 Poema tomado de El Año Cristiano de John Kebble.

73 Referencia a Hch 21,10: el diácono Felipe tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban.

74 Joseph Bingham (1668-1723), Origenes Eclesiasticae or the Antiquities of the Christian Church (1708-22).

75 1 Tim 5,5.

76 Mt 19,24; Mc 10,25.

77 1 Tit 6,17.

78 Sal 62,2.

79 Lc 18,1.

80 Lc 6,12; 22,44.

81 Se trata de las jaculatorias.

82 Sal 37,10.

83 Mt 11,8.

84 Lc 2,36-37.

85 Hch 21,9.

86 Est 14,16.

87 Sal 101,10 y 34,12.

88 Mt 4,4.

89 Dn 3,47.

90 Referencia a la filosofía griega y al dicho del oráculo de Delfos.

91 1 Ped 5,6.

92 St 4,6.

93 Rm 9,16.

94 Aquí san Jerónimo enuncia un principio esencial —que luego subrayará san Agustín— contra el cual se oponía la doctrina errónea de Pelagio, aquel monje que minimizó la importancia de la gracia por una confianza excesiva en el poder «natural» de la voluntad.

95 Ut supra: la herejía de Pelagio.

96 En esta cita de Pelagio puede advertirse que su doctrina errónea es promotora de orgullo, es decir, lo más opuesto a la humildad cristiana.

97 1 Cor 4,7.

98 Sal 3,4.

99 El pelagianismo perduró después de la muerte de Pelagio, y fue objeto de varias condenas, por ejemplo en los concilios de Cartago y de Orange. El pelagianismo involucra la negación del status naturae lapsae, y constituye una tentación constante hasta nuestros días. De allí la actualidad de este trabajo de Newman que lo pone en evidencia.

100 Demetria falleció a mediados del siglo V bajo el pontificado de san León Magno.

101 Louis-Sebastian Le Nain de Tillemont, Mémoires pour servir à l’histoire ecclésiatiques des six premiers siècles, 6 volúmenes, 1693-1712. Fue una de las fuentes de Newman, además de las Acta Sanctorum (1643) de Jean van Bolland, y De Re Diplomatica (1681) de Dom Jean Mabillon y Paléographie greque (1708) de Dom Bernard Montfaucon, padres mauristas de Saint-Germain-des-Prés.

John Henry Newman

La Iglesia de los Padres

Título en idioma original: The Church of the Fathers

© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2022

Prólogo: Fernando María Cavaller

Traducción original: Inés F. de Cassagne y Armando Jolly Silveira, cedida por Ágape Libros, Buenos Aires, Argentina

Revisión de la traducción para esta edición: Ediciones Encuentro S.A.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección 100XUNO, nº 95

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN EPUB: 978-84-1339-422-0

Depósito Legal: M-127-2022

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa
y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Prólogo

Abreviaturas

Advertencia

Introducción

I. Las Pruebas de Basilio

II. Los trabajos de Basilio

III. Basilio y Gregorio

IV. Elevación y caída de Gregorio

V. Antonio en tiempos de conflicto

VI. Antonio en tiempos de calma

VII. Agustín y los vándalos

VIII. Conversión de Agustín

IX. La Virgen Demetria

X. Martín y Máximo

Cronología de los hechos contemporáneos

Prólogo

Newman y los Santos Padres

Hablar de Newman es hablar necesariamente de los Padres de la Iglesia. La vida creyente del joven Newman y su desarrollo como sacerdote anglicano, teólogo y educador en Oxford, que llegaría a convertirse a la Iglesia católica, estuvo siempre acompañada por las grandes figuras de la Iglesia primitiva que llamamos Santos Padres.

Él mismo nos lo dice en la Apologia pro Vita Sua, la historia de sus ideas religiosas hasta la conversión. A los quince años, en ese verano de 1816 —que Newman recuerda como el momento de una profunda conversión a Dios— leyó, entre otros libros, la Historia de la Iglesia de Cristo de Joseph Milner. Allí encontró la descripción de la Iglesia primitiva de los Padres, que siempre recordaría. Así lo dejó expresado: «Poco me costó enamorarme de los largos extractos de san Agustín, san Ambrosio y otros Padres que allí encontré»1. Y también: «Debo decir que la visión de los Padres fue siempre para mi imaginación un paraíso de deleite para la contemplación, al que yo dirigía mis pensamientos de tanto en tanto, siempre que me lo permitían las ocupaciones propias de mis años»2.

El mundo teológico anglicano había olvidado a los Padres desde comienzos del siglo XVIII. Los reformadores ingleses del siglo XVI habían reconocido a los Padres de los primeros cuatro siglos, sobre todo en cuanto a la Trinidad, la Cristología y el pecado original, pero dejaron ingresar las doctrinas luteranas en cuanto a la Sagrada Escritura y la justificación, y las calvinistas acerca de los sacramentos. Richard Hooker, el teólogo anglicano más grande del siglo XVI, había dado mucha importancia a los Padres de la Iglesia. También lo habían hecho, en el siglo XVII, los principales teólogos carolinos y los no-juramentados, que aceptaban la reforma inglesa en aquello que derivaba de la Iglesia de los Padres. Pero esta «edad de oro» de la Iglesia de Inglaterra se vio oscurecida después de la revolución de 1688, que hizo renacer el puritanismo nacido el siglo anterior e hizo surgir el latitudinarismo, el unitarianismo, el metodismo y el evangelismo, todos ellos muy alejados de la tradición patrística. En general, la Iglesia Alta, que valoraba a los Padres como testigos y expositores de la verdad de la Escritura cuando se podía establecer un consenso católico con ellos. Sin embargo, esa teología de la Iglesia Alta y sus representantes consideraba a los Padres solo en la medida en que pudiesen avalar sus doctrinas reformadas, y así eran leídos. En realidad se los veía como irrelevantes. Cuando Newman deja el evangelismo de su primera juventud y pasa a la Iglesia Alta descubre nuevamente a los Padres: «retornó mi antigua devoción a los Padres, y comencé a leerlos cronológicamente, empezando por Ignacio y Justino». Pero adopta aquella tendencia liberal y racionalista del anglicanismo ilustrado, y cuando lee a los Padres lo hace buscando en ellos doctrinas que no podía hallar confirmadas. Sin embargo, se da cuenta: «Cualquiera sea el modo verdadero de interpretar a los Padres, y en particular a los Padres Apostólicos, si alguien comienza por ponerlos ante él en vez de ser tomado por ellos, buscando hacerlos evidencia de dogmas modernos en vez de volcar su pensamiento en sus textos y sacar de ellos sus propias doctrinas, perderá ciertamente el sentido que tienen»3.

Hubo entonces una segunda lectura de los Padres entre 1830 y 1832 con motivo de su estudio del Concilio de Nicea y del arrianismo. Esta vez Newman reafirma la que sería en adelante la convicción más importante de su pensamiento sobre la Iglesia: «la Antigüedad como verdadera fuente de las doctrinas de la cristiandad y la base de la Iglesia anglicana. Siempre tenía ante los ojos que había algo más grande que la Iglesia establecida, y ello era la Iglesia católica y apostólica, instituida desde el principio, de la que aquella era solo la presencia y órgano local. Si no era esto, no era nada». De aquí surge, en 1832, su primera obra teológica sistemática: Los arrianos del siglo IV, publicada al año siguiente. Pero le pareció que había recurrido a comentarios de «segunda mano»4. Entonces, en 1834, al año siguiente del inicio del Movimiento de Oxford, decidió abandonar los comentarios e intentar una lectura de los Padres por sí mismo. Allí se vio impulsado a estudiar a los Padres anteriores a Nicea, especialmente a los de Alejandría, que había sido el lugar donde la «batalla del arrianismo empezó», y la sede de «san Atanasio, en cuyos escritos remite a los grandes nombres religiosos anteriores, Orígenes, Dionisio, y otros que fueron la gloria de su sede o de su escuela»5. Allí ahondó sus conocimientos de las polémicas cristológicas de aquellos siglos. Además, parece que con Newman es la primera vez que tuvieron influencia los Padres griegos en la teología anglicana, pues los teólogos carolinos del siglo XVII y los de la Iglesia Alta del siglo XVIII se habían referido más bien a los Padres latinos. Para entonces, Newman tenía la colección íntegra de patrística griega y latina, que en parte le fue regalada por sus estudiantes en 1831, y en parte la hizo traer de Alemania.

Hay que señalar que el Movimiento de Oxford, que Newman lideró desde 1833, se inspiraba en la Iglesia antigua de los Padres. «Estábamos sosteniendo aquel cristianismo primitivo que había sido enseñado para todos los tiempos por los primeros doctores de la Iglesia, y estaba consignado en los formularios anglicanos y por los teólogos anglicanos. Esta antigua religión había poco menos que desaparecido del país a causa de los cambios políticos de los últimos ciento cincuenta años, y había que restaurarla. Sería, de hecho, una segunda Reforma; una Reforma mejor, pues no sería un retorno al siglo XVI, sino al XVII»6. El Movimiento, también llamado «tractariano», por los «Tracts» o folletos que publicaba, pretendía salir del llamado tunnel period, el «túnel» de ciento cincuenta años desde la Revolución de 1688, que abrió las puertas al presbiterianismo puritano, al latitudinarismo y al congregacionalismo, con el Acta de Tolerancia. Había que ir más atrás de 1688, a los teólogos carolinos del siglo XVII, no a los reformadores del siglo XVI, y más atrás aún, a los Padres de la Iglesia, es decir, a la Iglesia de los Padres. Con el Movimiento una nueva generación fue atraída hacia la Iglesia primitiva, y Newman dice: «Con esta absoluta persuasión en mi cabeza creí que no se podía ir demasiado rápido en la labor de dar a conocer la enseñanza íntegra y los escritos de los Padres. Pensaba que la Iglesia de Inglaterra estaba sustancialmente fundada sobre ellos»7.

Buscar continuidad entre la Iglesia anglicana y la Iglesia primitiva significaba ir a los Padres, y por eso surgió en 1836 la iniciativa de Newman, junto a Edward Pusey y John Keble, dos de los más ilustres miembros del Movimiento, de editar una serie patrística que se llamó Biblioteca de los Padres8. La empresa fue un éxito y uno de los grandes logros del anglicanismo del siglo XIX, concluida después de cuarenta y siete años. Newman se ocupó de los escritos doctrinales de los Padres orientales y escribió varios prefacios: a las obras catequísticas de san Cirilo de Jerusalén (1838), a los tratados de san Cipriano (1839), al comentario de san Juan Crisóstomo a las cartas de san Pablo a los Gálatas y a los Efesios (1840) y a los tratados históricos de san Atanasio (1843). En 1839 comenzó a editar las obras de Teodoreto de Ciro, de san León Magno y de san Cirilo de Alejandría, y agregó una edición latina de Dionisio de Alejandría para la editorial universitaria de Oxford.

Pero esta última obra nunca la acabó porque en 1839 volvió a estudiar la controversia monofisita del siglo IV (Eutiques negaba la naturaleza humana de Cristo afirmando solo la naturaleza divina), y allí encontró un paralelo sorprendente con la situación del siglo XIX: «Me asaltó por primera vez la idea de que el anglicanismo era insostenible... Mi baluarte era la Antigüedad; y he aquí que, en pleno siglo V, me pareció ver reflejada la cristiandad de los siglos XVI y XIX. Vi mi rostro en ese espejo: yo era un monofisita. La Iglesia de la Via Media ocupaba el lugar de la Comunión Oriental; Roma estaba donde está ahora; y los protestantes eran los eutiquianos... El drama de la religión, la lucha de la verdad y el error, ha sido siempre el mismo. Los principios y modos de actuar de la Iglesia ahora, eran los de la Iglesia entonces; los principios y modos de actuar de los herejes de entonces eran los de los protestantes de ahora... Había una terrible semejanza»9. Apareció con fuerza la figura del gran Padre de la Iglesia, el papa san León Magno. Dirá en 1850, cinco años después de su conversión: «era difícil averiguar cómo los eutiquianos y monofisitas eran herejes si no lo eran también los protestantes y anglicanos; difícil hallar argumentos contra los padres de Trento que no fueran también contra los padres de Calcedonia; difícil condenar a los papas del siglo XVI sin condenar a los del siglo V. El drama de la religión y la lucha entre la verdad y el error han sido siempre los mismos».

Ese mismo año 1839 lee un artículo de Nicholas Wiseman10, donde citaba el texto de san Agustín «securus judicat orbis terrarum» [seguro juzga el orbe de la tierra], contra los donatistas, una secta africana11. Era el argumento de catolicidad: es la Iglesia católica, universal, quien juzga rectamente en cuestiones de fe. «Con estas grandes palabras del antiguo Padre, que interpretaban y resumían el largo y accidentado curso de la historia de la Iglesia, la teoría de la ‘Via Media’ había quedado absolutamente pulverizada»12. La Via Media había sido una respuesta de Newman a favor de la Iglesia anglicana, ni romana ni protestante. Hasta ahora había sido para él la antigüedad el único principio, y la catolicidad la entendía solo como antigüedad, como la Iglesia antigua de los Padres de los primeros cinco siglos, la antigua Iglesia aún indivisa. A esta llamaba católica y así llamaba a la Iglesia anglicana, pues la consideraba, junto con toda la tradición inglesa, la continuación de la Iglesia católica primitiva. Pero san Agustín contradecía esta suposición: la Iglesia anglicana no mostraba la nota de catolicidad, era inglesa, como los donatistas eran africanos.

Y el mismo año, al proseguir el estudio del arrianismo con san Atanasio, le ocurre algo similar: en la historia de los arrianos encontraba el mismo fenómeno, en forma mucho más atrevida que el que había encontrado en la historia del monofisismo: «vi con toda claridad que en la historia del arrianismo, los arrianos puros eran los protestantes, los semi-arrianos eran los anglicanos y Roma estaba ahora donde había estado entonces. Roma aparecía con la nota de catolicidad y permanecía en la verdad».

Lo que hay que subrayar aquí es que eran los Padres con quienes se hallaba siempre frente a la verdad: primero san León, luego san Agustín y después san Atanasio. La Iglesia antigua de los Padres no le hablaba solo de antigüedad sino de catolicidad, una nota que la Iglesia anglicana no podía exhibir y Roma sí.

Es durante estos últimos años, de 1835 a 1839, que publicará las semblanzas patrísticas que presentamos aquí, a las que me referiré más adelante.

Precisamente la insistencia en los Padres comenzaba a ser motivo de crítica y sospecha: «de todos lados se levantaba un clamor: los Tracts y los escritos de los Padres nos llevarían a hacernos católicos antes de nos diéramos cuenta». Y el clamor tuvo razón. Aunque él mismo dice que en 1839 su posición en la Iglesia anglicana estaba en su apogeo, ahí mismo comenzó a declinar porque arreciaban las críticas.

Luego vino el Tract 90, donde hizo una interpretación lo más católica posible de los 39 Artículos de la fe anglicana, causando una reacción enorme y condenas de los obispos. «A partir de 1841 yo estaba en mi lecho de muerte en lo que respecta a mi pertenencia a la Iglesia anglicana, aunque solo me percaté de ello gradualmente». Esta etapa la vivirá en Littlemore, pequeña población cercana a Oxford, donde él mismo ya había levantado una iglesia y restaurado una casa. Allí se retira ahora y guarda silencio. En esa situación crítica se volvió una vez más a los Padres, y comenzó a traducir Algunos tratados de san Atanasio en la controversia con los arrianos, publicando el primer volumen en 1842 y el segundo en 1844. Newman leyó a san Atanasio hasta el fin de su vida, porque con 86 años seguía preparando una nueva edición de esta traducción. San Atanasio y aquella escuela alejandrina antigua influyeron en la teología de Newman, que puso en el centro el misterio de la Encarnación de Verbo.

El paso final estuvo precedido del ensayo que empieza a escribir en 1844 sobre el Desarrollo de la doctrina cristiana. Ha llegado la hora de la suprema consulta patrística. Escribe hasta catorce horas por día. El principio del desarrollo «servía como verificación, que el anglicano no podía presentar, de que la Roma moderna era, en verdad, la antigua Antioquía, Alejandría y Constantinopla, exactamente como una curva matemática tiene su propia ley y expresión». En una carta escribe: «Estoy mucho más cierto [según los Padres] de que estamos [los anglicanos] en estado de separación culpable que de que no se den desarrollos bajo el Evangelio y de que los desarrollos romanos no sean verdaderos». Y dice al final del ensayo: «de todos los sistemas actuales, la Iglesia romana de hoy es la que, de hecho, se acerca más a la Iglesia de los Padres... Resucitad a san Atanasio o san Antonio, y sabéis bien a qué comunión irán derechos... esos Padres se encontrarían en su hogar en la casa de san Bernardo o de san Ignacio de Loyola, en la vivienda de un cura párroco de una aldea perdida, o en un convento de caridad, o en medio de una muchedumbre ignorante que ora ante el altar. Entre éstos y los doctores o los miembros de cualquier otra Iglesia, no dudarían ni un solo instante». En Roma no había habido adición sino despliegue: lo implícitamente creído que llega a ser explícitamente profesado. La identidad con la Iglesia de los Padres la tenía la Iglesia de Roma. Se considera este ensayo el aporte más importante de Newman a la teología posterior, un testamento intelectual y a la vez un acta religiosa antes de su conversión. Trabajó en él desde 1844 hasta octubre de 1845. El 9 de octubre dio el paso definitivo a la Iglesia católica.

En 1877 hace una confesión trascendental: «Mi deseo ha sido el de tener la verdad como la amiga más querida, y ningún enemigo, salvo el error». Y él mismo nos dice quiénes fueron los guías de ese itinerario hacia la verdad: «Los Padres me hicieron católico»13.

Las Semblanzas patrísticas

En el marco del fervor patrístico de Newman, propio también del Movimiento de Oxford, comenzó en 1835 la publicación de La Iglesia de los Padres, como una serie de artículos en el British Magazine14. «Pretendía introducir en la moderna Iglesia de Inglaterra los sentimientos, ideas y costumbres religiosas de los primeros siglos»15. El editor, Hugh Rose, dándose cuenta de lo polémico del material, no lo publicó en la sección principal sino en la de correspondencia, bajo el título «Cartas sobre la Iglesia de los Padres». Las tres primeras enfocaban la difícil relación de san Ambrosio con la corte imperial en Milán bajo la emperatriz Justina y su hijo Valentiniano II, defensores del arrianismo. Ya desde el comienzo, Newman llamaba la atención sobre el paralelo que él veía entre esta situación y la de la Iglesia de Inglaterra con el gobierno de entonces. La cuarta carta trataba los intentos del emperador Valerio de neutralizar la influencia de san Basilio Magno en Capadocia. De este modo, Newman escribió veintiuna «cartas», que tocaban no solo el tema de la relación Iglesia y Estado sino el de la autoridad episcopal, el monasticismo, el celibato, las reliquias y los cánones o usos apostólicos, reglas y principios entre los cuales estaban los mismos sacramentos. Pero, por sobre todo, eran un cuadro olvidado de la antigüedad cristiana. El monasticismo, por ejemplo, estaba rechazado desde el siglo XVI por los reformadores con el argumento de que semejante vida no aparecía en los evangelios, a lo cual se sumó entonces la codicia de los nobles ingleses y la del propio Enrique VIII, que terminó en la disolución de todos los monasterios, abadías y prioratos de Inglaterra, unos ochocientos, muchos destruidos salvajemente y cuyas ruinas se pueden visitar hoy, otros vendidos, y otros, grandes abadías benedictinas, pasaron a ser catedrales con canónigos seculares. Cerca de nueve mil monjes y monjas quedaron en la calle. Newman alegaría que en los Artículos de la fe anglicana el monasticismo no estaba condenado explícitamente. En esta cuestión, y con otras también, quería restablecer prácticas olvidadas que desde los orígenes formaron parte de la vida de la Iglesia.

Estas «cartas» se publicaron entre 1835 y 1838, y Newman decidió editarlas a modo de libro con el título La Iglesia de los Padres. La obra, con veintiún capítulos, vio la luz en 1840. Estaba nervioso y decía: «todo es tan tremendamente monástico que tengo temores de lo que pasará conmigo»16. Lo mismo sentía respecto del celibato, los milagros, y cosas por el estilo. Y, por cierto, hubo críticas desde algunos ambientes. Pero él decía: «es el libro más bello que he hecho, porque no contiene más que las palabras y las obras de los Padres»17. Dedicó el libro a su amigo Isaac Williams (1802-1865), del grupo tractariano, poeta y sacerdote ayudante de Newman en St. Mary de Oxford, la iglesia de la Universidad, y en la capilla de Littlemore. En el prefacio o advertencia explica que «la finalidad con la que fueron escritas estas semblanzas fue la de ilustrar tanto como puedan el tono y la manera de pensar, los hábitos y las costumbres de los tiempos primitivos de la Iglesia». Además, su intención era dirigirse al gran público, no a los especialistas. Apareció una segunda edición en 1842.

Tres años después de la segunda edición Newman se convierte a la Iglesia de Roma. En 1857 emprende una tercera edición de la Iglesia de los Padres. Newman era sacerdote católico, establecido en Birmingham, donde había fundado el primer Oratorio inglés según el espíritu de san Felipe Neri, su creador en el siglo XVI. Para esta edición eliminó ocho de los capítulos, dejando los demás. Agregó al prefacio algunas consideraciones, pues era consciente de que esas semblanzas «son principalmente históricas, son polémicas en su forma y carácter, al estar dirigidas contra ciertas ideas y opiniones protestantes». También cambió algunas expresiones, aunque no muchas, que no le parecieron adecuadas pues respondían a sus convicciones anglicanas de cuando habían sido escritas.

En la cuarta edición, de 1868, explicará cuáles capítulos había suprimido y por qué. Las razones eran distintas según el caso, pero Newman pensaba que eran los más polémicos contra el protestantismo y que tenían un carácter menos interesante para los lectores en general. En ambas ediciones Newman insertó en la página del título una cita del Cantar de los Cantares según el texto latino de la Vulgata: «¿Quién es ésta que surge cual aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones?» (6,10). En las dos ediciones anglicanas había sido la que correspondía al texto inglés de la versión del rey Jacobo.

En estas ediciones posteriores a su entrada en la Iglesia católica cambió, naturalmente, el ángulo de visión, y en vez del énfasis puesto en defender a la Iglesia anglicana de la intromisión del estado quería acentuar solo la diferencia entre la Iglesia primitiva y la Iglesia anglicana o el protestantismo. Así señala que san Antonio Abad hubiese sido calificado de fanático antisocial de haber nacido en el siglo XIX inglés. El rechazo al monasticismo tampoco era fiel a la Iglesia de los Padres.

La edición definitiva, como fue el caso de otras obras de Newman, se hizo en 1873, la llamada «edición uniforme». Las semblanzas aparecieron en el segundo tomo de los Historical Sketches. Dos capítulos sobre san Basilio fueron integrados en uno, y otros dos fueron descartados, pero el resto permaneció sin alteraciones con diez capítulos:

Introducción

I. Las pruebas de Basilio

II. Trabajos de Basilio

III. Basilio y Gregorio

IV. Ascenso y caída de Gregorio

V. Antonio en tiempos de conflicto

VI. Antonio en tiempos de calma

VII. Agustín y los vándalos

VIII. Conversión de Agustín

IX. La virgen Demetria

X. Martín y Máximo

En cuanto a los ocho capítulos excluidos de las ediciones de 1857 y 1868, fueron compilados bajo el título Cristianismo Primitivo, e incluidos en el primer volumen de los Historical Sketches, según cinco capítulos:

I. ¿Qué dice san Ambrosio [sobre el cristianismo primitivo]?

II. ¿Qué dice Vicente de Lerins?

III. ¿Qué dice la historia de Apolinar?

IV. ¿Qué dicen Joviniano y sus compañeros?

V. ¿Qué dicen los cánones apostólicos?

A estos escritos patrísticos hay que sumar otros de su época católica. Newman tenía el proyecto de publicar un volumen titulado Santos antiguos, con semblanzas de san Juan Crisóstomo, san Ambrosio, san Jerónimo y san Atanasio, pero dice: «al final, de mala gana, tuve que perder la esperanza de completarlo». Pero escribió la de san Juan Crisóstomo en cinco capítulos, que ya había publicado en el Rambler en 1859-60, y Las pruebas de Teodoreto en diez capítulos. También escribió una semblanza sobre La misión de san Benito y otra sobre las Escuelas Benedictinas, para el Atlantis en 1858-59. Estos cuatro textos patrísticos fueron incluidos en el segundo volumen de los Historical Sketches, junto a los diez capítulos de La Iglesia de los Padres.

Nuestra edición presenta solo la primera parte del segundo volumen de los Historical Sketches de 1872, titulada «La Iglesia de los Padres». Se han incluido las dos dedicatorias y las advertencias y prefacio originales de Newman para las ediciones de 1840 y 1857. Se incluye, además, la cronología de la era primitiva de la Iglesia que él mismo publicó.

Agradecemos el trabajo de traducción de Inés de Cassagne y Armando Jolly Silveyra (fallecido).

Ofrecemos esta publicación en acción de gracias por la Beatificación del cardenal John Henry Newman, que tendrá lugar el 19 de septiembre de 2010 en Inglaterra, presidida por Su Santidad Benedicto XVI, gran conocedor y admirador de la figura de Newman y de su influencia perdurable en la Iglesia de nuestro tiempo, y que, como él, es un devoto y estudioso de los Santos Padres.

Mons. Fernando María Cavaller

27 de mayo de 2010

memoria de san Agustín de Canterbury,

apóstol pionero de la evangelización de Inglaterra

Abreviaturas

Obras patrísticas citadas por Newman:

Hist. Historia Eclesiástica, Sozomeno

Ep. Cartas, san Gregorio de Nacianzo

Ep. Cartas, san Basilio

Ep. Cartas, san Agustín

Ep. Cartas, san Jerónimo

Ep. Cartas, Sulpicio Severo

Orat. Discursos, san Gregorio de Nacianzo

Hom. De Humil. Homilía sobre la humildad, san Basilio

Greg. Nyss., App Elogio a San Basilio, san Gregorio de Nisa

Carm. Poemas sobre su vida, san Gregorio de Nacianzo

Vit. B. M. Vida de San Martín, Sulpicio Severo

Dial. Diálogos, Sulpicio Severo

Otras citas las encontrará el lector precedidas de la correspondiente fuente literaria en el mismo texto, como es el caso de la Vida de San Antonio escrita por san Atanasio, o las Confesiones de san Agustín.

Obras de Newman:

Apo. Apologia pro Vita Sua: Being a History of his

Religious Opinions, ed. 1865

Diff. Certain Difficulties felt by Anglicans in Catholic

Teaching, 2 vols., ed. 1873.

ECH Essays Critical and Historical, 2 vols., ed.1871

LD Letters and Diaries, 32 vols., ed. 1961-2010

Otras obras citadas:

CSEL Contra epistulam Parmeniani, san Agustín

Diog. Epístola a Diogneto

A mi querido y muy admirado Isaac Williams, B. D., fellow de Trinity College, cuya presencia hace recordar a sus amigos los tiempos antiguos, santos y felices

21 de febrero de 1840

A un amigo18 que me es tan querido ahora como cuando su nombre estaba aquí y derramaba luz sobre mis páginas; cuyo corazón, en las manos de Dios está que entre a gozar de la sagrada mansión que es a la vez la Iglesia de los Padres y el hogar de los hijos.

25 de marzo de 1857

Advertencia

Estas semblanzas que, con dos o tres excepciones, aparecieron en el British Magazine, durante 1833 y los años siguientes, no justifican, como su autor es consciente, un título tan pretensioso como el prefijado y que aquí se conserva. Pero al menos tal título mostrará la finalidad con la que fueron escritas, esto es, ilustrar tanto como puedan el tono y la manera de pensar, los hábitos y las costumbres de los tiempos primitivos de la Iglesia.

El autor es consciente de cuán numerosas imperfecciones acompañan una obra que, como esta, está compuesta de opiniones personales y puntos de vista, de pequeños detalles históricos y de traducciones. Y no se expondría a las críticas que inevitablemente provoca aquella si no pensara que la oportunidad de sacar a colación o recomendar una o dos de las características del cristianismo primitivo merece el riesgo de equivocaciones, que, después de todo, por su naturaleza, le afectarían más a él mismo que a sus lectores.

En cuanto a las traducciones, él se da cuenta de qué constante e incansable atención requiere toda traducción para captar el sentido del original, qué discreción para que el inglés escogido le haga justicia, y qué certeza tiene de las deficiencias, después de todo. Más aún, por encima de las faltas reales, la variedad de gustos y disposiciones de los lectores hacen imposible traducir para complacer a todos. Y si un traductor es consciente de considerar de modo distinto ya sea su original o su versión, de acuerdo a la época o al sentimiento con el que ha comenzado, y encuentra que nunca lo hará sin correcciones y modificaciones excepto por un acto de autocontrol, lo más fácil será para él que se resigne a tales diferencias de juicio acerca de su trabajo como lo experimenta en otros.

Debería considerarse también que, después de todo, una traducción es en sí misma un problema: dados dos idiomas, ¿cómo puede hacerse la mayor aproximación en el segundo para expresar las ideas ya comunicadas por medio del primero? El problema casi comienza al asumir que algo debe ser sacrificado y la pregunta principal será cuál es el sacrificio menor. En el balance de dificultades, un traductor aspirará a ser críticamente correcto y llegará a ser oscuro, engorroso y extraño; otro aspirará a ser inglés y aparecerá deficiente en erudición. Mientras se siguen las partículas gramaticales se evapora el espíritu, y mientras queda asegurado un fácil fluir del lenguaje se introducen nuevas ideas, o se pierde lo importante del original, o se daña el significado del contexto.

Bajo estas circunstancias, quizás, es justo dejar sentado que mientras se deben tomar todas las precauciones contra la introducción de lo nuevo o la omisión de ideas existentes, al traducir el texto original, más aún en un libro pensado para una lectura general, la fidelidad puede consistir simplemente en expresar en inglés el sentido del original, viendo las palabras reales de éste principalmente como direcciones hacia el interior de su sentido, siendo necesaria la erudición para obtener la plena penetración de ese sentido que ellas proporcionan. Y luego, donde algo debe ser sacrificado, precisión o inteligibilidad, es mejor en una obra popular que sea entendida por aquellos que no son críticos que aplaudida por quienes lo son.

Se ha partido de este principio, además, para justificar al autor en la omisión de pasajes, y aquí y allá en la abreviación de frases, cuando el extracto hubiese sido de otro modo demasiado largo; y, en todo momento, se ha hecho un esfuerzo esmerado para no perjudicar el sentido.

* * *

En cuanto a estas Semblanzas19, es claro que, aunque son principalmente históricas, son polémicas en su forma y carácter, al estar dirigidas contra ciertas ideas y opiniones protestantes. Esta consideración debe excusar ciertas peculiaridades tales como la libertad en tratar con personas santas, el carácter gratuito de algunas afirmaciones, y la liberalidad de muchas de sus concesiones. Debe recordarse que, en controversia, un escritor otorga todo lo que puede otorgar, y se vale de todo lo que puede dar por sentado. En otras palabras, si parece admitir algún punto es principalmente «por razón del argumento», y si parece afirmar es principalmente como un «argumentum ad hominem». En cuanto a declaraciones positivas propias, se compromete tan poco como puede, así como un soldado en campaña no lleva más equipaje que el suficiente y las comodidades de la vida del hogar las considera meros impedimenta [estorbos] en su marcha.

Plus nobis Thomas infidelitas ad fidem, quam fides credentium discipulorum profuit20

Y de igual modo, el descontento de los santos, el de san Basilio, o el de nuestro santo Tomás21, con la actitud o la conducta de la Santa Sede, mientras no puede tomarse para justificar de sentir lo mismo a hombres comunes, obispos, clérigos o laicos no es un reproche ni a aquellos santos ni al Vicario de Cristo. Tampoco está comprometida su infalibilidad en decisiones dogmáticas por ningún error personal y temporal en el que pueda haber caído, o en su juicio, sea de un hereje tal como Pelagio o de un Doctor de la Iglesia como Basilio. Accidentes de esta naturaleza son inevitables en el estado de nuestro ser aquí abajo.