Posibilidad de que
haya una región en el mundo, en la cual el hombre nazca por
generación espontánea
Cuentan nuestros virtuosos antepasados (¡Dios se compadezca de
ellos!) que hay una isla en la India, situada bajo la línea
ecuatorial, en la cual nace el hombre sin madre ni padre, a causa
de ser la temperatura de aquel lugar la más templada de la faz de
la tierra y de resultar la mejor dispuesta para recibir los rayos
de luz [de la región] más alta. Ciertamente que tal aserto está en
contradicción con lo que opina la generalidad de los filósofos y
grandes médicos, quienes afirman que la temperatura más templada
del mundo es la de los países habitados del cuarto clima. Si dicen
esto porque creen cosa segura que no los hay en la línea
ecuatorial, a causa de una dificultad propia de aquel suelo, tienen
alguna razón al afirmar que el clima cuarto es el más templado en
el resto del mundo. Pero si solamente quieren decir con semejante
afirmación que los países situados bajo la línea ecuatorial son muy
calurosos, según manifiesta la mayoría de los autores, es un error,
cuyo contrario puede demostrarse.
Está admitido como cierto en las ciencias naturales que el calor
no puede producirse sino por una de estas causas: el movimiento, el
contacto con los cuerpos cálidos, o la luz. También se demuestra en
ellas que el sol, por su esencia, no tiene calor propio, ni está
dotado de ninguna de las cualidades inherentes a los cuerpos
mixtos. Y en las mismas ciencias se prueba también que los cuerpos
que mejor reciben la luz son los pulimentados no transparentes,
siguiéndoles en esta condición receptiva los opacos no
pulimentados; los transparentes sin opacidad alguna no reciben la
luz de ninguna manera. Ésta es una de las cosas que sólo el maestro
Abu Ali [Avicena] ha demostrado, sin que la hubiera mencionado
ninguno de sus predecesores.
Si estas premisas son ciertas, forzoso es concluir de ellas que
el sol no calienta a la tierra, en la misma forma en que los
cuerpos cálidos calientan a otros cuerpos con los que están en
contacto, puesto que el sol, por su esencia, no tiene calor. La
tierra tampoco se calienta por el movimiento, porque está inmóvil y
en un mismo estado, al tiempo de la salida del sol y al de su
puesta, y porque los sentidos nos manifiestan sus diferentes
estados de calefacción y de enfriamiento en estas dos fases
distintas. Tampoco se puede decir que el sol calienta primero a la
atmósfera y, por medio del calor atmosférico, calienta luego a la
tierra. Si esto fuera así, ¿cómo explicar que hallemos, en el
tiempo del calor, las capas atmosféricas más cercanas a la tierra
mucho más calientes que las superiores, más lejanas? Resta, pues,
que la calefacción del sol a la tierra se haga únicamente por medio
de la luz. Porque el calor sigue siempre a la luz, hasta el extremo
de que si la luz se concentra en espejos ustorios, enciende lo que
se coloque frente a ella.
Además, consta en las ciencias matemáticas, por demostraciones
convincentes, que el sol es de figura esférica, lo mismo que la
tierra; que aquél es mucho más grande que ésta; que la parte de la
tierra alumbrada por el sol es siempre más de su mitad; que de esta
mitad alumbrada de la tierra, la parte que en todo tiempo tiene más
cantidad de luz es la central, porque es el lugar más retirado de
la oscuridad y porque presenta frente al sol una superficie mayor;
y que lo más cercano a la periferia tiene menos luz, hasta llegar a
la oscuridad en la periferia del círculo que constituye la parte
iluminada de la tierra.
Solamente un lugar es el centro del círculo de la luz, cuando el
sol está en el cenit de los que habitan en aquel lugar, en tal
caso, el calor será allí el más fuerte posible. Si el lugar es tal,
que el sol se aleja en él de su cenit, el frío será muy fuerte; si
el lugar es tal, que el sol gira en él hacia su cenit, el calor
será extremo. Mas la astronomía ha demostrado que en la superficie
de la tierra situada sobre la línea ecuatorial, el sol no está en
el cenit sino dos veces en el año: cuando pasa por los signos de
Aries y Libra, respectivamente; en el resto del año está seis meses
al Norte y otros seis al Sur; no tienen, pues, en esta línea ni
calor ni frío excesivos, y su clima es, por tanto, siempre
uniforme.
Esta doctrina exige una demostración más extensa que la expuesta
y que no cae dentro de nuestro propósito; solamente la hemos hecho
notar, por ser una de las cosas que confirman la exactitud de la
opinión que admite la posibilidad de que en esta región el hombre
nazca sin madre ni padre.
Algunos cortan la cuestión y resuelven diciendo que Hayy ibn
Yaqzan es uno de los que han nacido en esta región, sin madre ni
padre. Otros lo niegan, y cuentan la historia de ese asunto en la
forma que te vamos a referir.
Opinión de los que creen a Hayy hijo de una princesa, que para
evitar el deshonor se ve obligada a abandonarlo, arrojándolo al
mar
Dicen que enfrente de esta isla en la que Hayy vivió, había
otra, más grande, de playas extensas, de muchas riquezas y muy
populosa, en la cual reinaba un hombre de carácter altanero y
orgulloso. Este rey tenía una hermana, a quien impedía contraer
matrimonio. Rechazaba todos los pretendientes, por no encontrar
ninguno que le pareciera digno de ella. La joven tenía un vecino,
llamado Yaqzan, con quien casó secretamente, según uso permitido
por la religión dominante entonces en aquel país. Ella concibió de
él y parió un niño. Y temiendo que se descubriese su deshonor y se
revelase su secreto, colocó al niño (después de haberle dado el
pecho) en una caja, cuya cerradura aseguró; salió con su preciosa
carga al principio de la noche, acompañada de sus esclavas y
personas de confianza, hacia la orilla del mar, llevando su corazón
abrasado de amor hacia el niño y lleno de temor por su causa.
Luego, se despidió de él diciendo:
«¡Oh, Dios! Tú eres quien ha creado este niño, que no era
nada ; Tú lo has alimentado en lo profundo de mis entrañas y
Tú te has cuidado de él hasta que ha estado acabado y perfecto.
Temerosa de este rey violento, orgulloso y terco, yo lo confío a tu
bondad, y espero que le concederás tu favor. Está a su lado y no lo
abandones, ¡oh, el más piadoso de los piadosos!». Después arrojó la
caja al agua. Una ola impetuosa la arrastró y la llevó, durante la
noche, a la playa de la vecina isla, anteriormente citada.