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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Emma Richmond

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor sin engaño, n.º 1676 - septiembre 2019

Título original: Marriage Potential

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-642-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ENFADADA, exhausta y preocupada, Kerith seguía paseando por la sala de espera. No entendía por qué había tenido que llevar al sobrino de su vecina para que este se encontrara con su padre en una estación de tren francesa. ¿Por qué no en su casa? ¿Por qué no en un restaurante?

Alta y elegante, Kerith tenía un cierto aire de superioridad del que ni siquiera ella se daba cuenta y un estilo por el que cualquier mujer daría lo que fuera. Llevaba el pelo suelto, enmarcando unas facciones aquilinas, muy atractivas. El largo cabello oscuro, los ojos verdes grisáceos y unos labios muy generosos, además de una figura esbelta pero con curvas le daban aspecto de modelo.

Era una mujer segura de sí misma, incluso demasiado a veces, ella misma lo admitía. Y cualquier cosa que se pusiera le quedaba bien. Casi nunca se maquillaba y no solía mirarse demasiado al espejo. No tenía tiempo para ocuparse de su aspecto, pero sus amigas envidiaban que no perdiera tiempo arreglándose y, sin embargo, estuviera siempre a la última.

–Vendrá –le aseguró Michael con una sonrisa.

–Claro que sí.

Pero, ¿y si no acudía? Llevaban una hora y media esperando. Podría llevarlo al apartamento que había alquilado y dejar un mensaje en el contestador de su padre, pensó. En algún momento iría a buscarlo.

–Se habrá retrasado por el tráfico.

–Se supone que soy yo quien debe tranquilizarte –sonrió Kerith, mirando un cartel.

Su francés no era muy bueno, pero parecía advertir sobre los carteristas. Aunque no había peligro porque la estación estaba desierta. Desgraciadamente.

–O a la mejor llegó a tiempo y como nosotros hemos llegado tarde…

–Solo diez minutos –lo interrumpió ella. Además, el padre de Michael podría haber esperado diez minutos–. ¿Y por qué aquí precisamente? Es un sitio un poco raro para encontrarse.

El niño se encogió de hombros.

–No sé.

–¿Tu padre no suele ir a buscarte a Londres, a casa de tu abuela?

–Sí, pero esta vez no podía.

–Ya veo.

Kerith no veía nada, pero si ese era el arreglo…

–No ha sido un buen día, ¿eh? –preguntó el crío, con una percepción poco habitual en un niño de ocho años.

–No –rio ella.

El trasbordador había llegado tarde, las carreteras estaban congestionadas, se le había pinchado una rueda… Y tanto retraso y espera la ponía enferma.

Dejando escapar un suspiro, Kerith se sentó al lado del pequeño en un banco. Podrían ser madre e hijo. El pelo de Michael era oscuro y rizado, como el suyo.

–Ojalá… –el niño no terminó la frase.

–¿Ojalá qué?

–No, nada –dijo Michael.

¿Ojalá su padre no llegase tarde? ¿Cuántas veces habría tenido que esperarlo? ¿Cuántas veces no habría llegado?

«Seguramente llegará tarde», le había dicho su vecina, Eva, con sorprendente despreocupación. «Nunca hace lo que tiene que hacer». Una frase nada consoladora cuando no había modo de ponerse en contacto con él.

Eva le había dicho que Tris Jensen era un mujeriego, un canalla. Pero las ex cuñadas solían odiar a los ex maridos de sus hermanas. Por lo visto, Tris era encantador, mentiroso y terriblemente egoísta. Y llegaba tarde, pensó, mirando el reloj.

–Vamos a esperar, ¿no? –preguntó el niño.

–Claro que sí.

Pero, ¿durante cuánto tiempo?

En ese momento, oyeron el frenazo de un coche en la calle y Michael se levantó de un salto.

–¡Es él! –exclamó, corriendo hacia la puerta–. ¡Papá! ¿Por qué has tardado tanto? ¿Qué te ha pasado?

Kerith escuchó la risa ronca de un hombre al que no conocía. No estaba disculpándose, no parecía contrito por su tardanza… y a ella le hubiera gustado darle un puñetazo en la nariz.

¿No se daba cuenta de cómo hacía sufrir a su hijo?

Intentando controlar su rabia, tomó la maleta del niño y salió de la estación.

Pero lo que vio no era en absoluto lo que había esperado encontrar. Esperaba a un seductor, un tipo cínico y frío, pero el hombre que estaba apoyado en el taxi no parecía nada de eso. Para empezar, tenía la pierna izquierda escayolada y se apoyaba en dos muletas.

Era alto y fibroso, con una preciosa sonrisa y unos ojos azules de ensueño.

Y llevaba una camisa de color caldero… horrible.

No podía caerle bien, se dijo. ¿Cómo iba a caerle bien un hombre que trataba de ese modo a su único hijo?

Michael seguía parloteando y moviéndose de un lado a otro, evidentemente encantado de estar con su padre. Y a Kerith le daban ganas de llorar al ver la adoración que había en sus ojos.

–¿Qué ha pasado? –estaba preguntándole–. ¿Cómo te has roto la pierna?

Kerith observó al hombre detenidamente. Ojos azul cielo, pelo castaño claro un poco revuelto, facciones suaves… muy atractivo.

En absoluto como había imaginado al marido de la difunta hermana de Eva.

No parecía el tipo de hombre fuerte y pagado de sí mismo. Y mucho menos alguien que se pasaba la vida yendo de un lado al otro del mundo, aunque tal era su ocupación.

–Ojalá pudiera contarte algo emocionante, pero la triste verdad es que me caí por las escaleras –contestó por fin.

Dejando la maleta en el suelo con un golpe seco para mostrar su desaprobación, Kerith carraspeó para interrumpir el tête à tête.

–No estaría mal mostrar cierto arrepentimiento por habernos hecho esperar casi dos horas –le espetó–. Tengo que irme, Michael. No olvides la maleta –añadió, dándose la vuelta–. Y, por cierto, no debería ponerse una camisa de color caldero, señor Jensen. Le sienta fatal.