Caminos para construir la identidad
a partir de los complejos materno y paterno
Verena Kast
Traducido del alemán por
Mª Belén Pérez de la Fuente
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© Verena Kast, Vater-Töchter Mutter-Söhne.
Wege zur eigenen Identität aus Vater- und Mutterkomplexen
© 2013² Kreuz Verlag part of Verlag Herder GmbH, Freiburg im Breisgau
© 2016 EDITORIAL ELEFTHERIA, S.L.
Olivella, Barcelona, España
www.editorialeleftheria.com
Primera edición: Junio de 2016
Traducción del alemán: María Belén Pérez de la Fuente
Ilustración de cubierta: istock.com/A-Digit
Maquetación y diseño: Rebeca Podio
ISBN: 978-84-945477-8-2
Depósito legal: B 12570-2016
Introducción
“Lo quiero hacer de otra forma”
El desapego apropiado a la edad
«No tiene ningún sentido implicarse»
Los complejos y la memoria episódica
«El mundo tiene que disfrutar de alguien como yo»
El complejo materno positivo originario en el hombre
«En la vida se puede soportar prácticamente todo si se ha comido bien»
El complejo materno positivo originario en las mujeres
«Vivir y dejar vivir»
Lo típico del complejo materno positivo originario
«Agresión y queja»
Evolucionar a partir del complejo materno positivo originario
«Padre orgulloso – hijo maravilloso»
El complejo paterno positivo originario del hijo
«Hijas atentas»
El complejo paterno positivo originario en las mujeres
«Un individuo malo en un mundo malo»
El complejo materno negativo originario en las mujeres
«Como paralizado»
El complejo materno negativo originario en el hombre
«Machacado hasta la aniquilación»
El complejo paterno negativo originario en el hombre
«En realidad no sirvo para nada»
El complejo paterno negativo en las mujeres
«La conquista de una tierra desconocida»
Conclusiones
Que las personas «tienen» complejos paternos y maternos forma parte hoy en día del conocimiento psicológico general.
Cuando un hombre busca siempre en sus parejas a una madre o bien busca abiertamente parejas maternales, entonces el diagnóstico está claro para la mayoría: ese hombre sufre un complejo materno. Por lo general, lo que ocurre es que ese hombre no ha conseguido liberarse del vínculo materno a la edad adecuada, se ha estancado en una fase evolutiva anterior, o bien simplemente es una persona que siempre necesita a una «madre». En estos casos, es evidente que algo falla, y se habla de niños de mamá. Algo parecido ocurre con el fils à papa, el hijo que sigue siendo el hijo de papá durante demasiado tiempo; no obstante, esta expresión, más bien amable, es un claro indicador de que en nuestra sociedad el complejo paterno del hijo se considera menos problemático. En cuanto a la mujer, si ésta muestra predilección por hombres mucho mayores que ella, se le certifica un complejo paterno y así se le reprocha sutilmente el no haberse desapegado aún del padre. Si, por el contrario, sigue viviendo con su madre demasiado tiempo o copia su modo de vida de forma muy evidente, en ese caso, la gente que se siente perjudicada por tal comportamiento dice de ella que sufre un complejo materno, aunque es posible que este complejo no se vea con muy malos ojos.
A primera vista, da la impresión de que estos dos complejos básicos están relacionados con el hecho de que las personas son educadas por un padre y una madre y que éstos dejan su huella en ellos; o bien que nuestra sociedad señala y censura la carencia del uno o el otro. Este concepto, que a primera vista parece tan evidente y convincente, es, en realidad, muy complejo y está directamente relacionado con el desarrollo del ser humano, como lo sugiere el sentido común.
El complejo del yo de un individuo debe desligarse de los complejos materno y paterno a la edad adecuada, el individuo debe poder distinguir cuáles son las tareas que corresponden a su estado de desarrollo y disponer de un complejo del yo coherente –un yo suficientemente fuerte– que le permita a él o a ella reconocer los retos que le plantea la vida, afrontar las dificultades y obtener de la vida una cierta porción de satisfacción y de alegría de vivir.
El concepto de complejo es uno de los conceptos centrales de la psicología junguiana, por eso no es de extrañar que en las descripciones de los sujetos analizados aparezcan constantemente enunciados del tipo «es que él tiene un complejo materno positivo», o «ella tiene un complejo materno muy dominante, qué le vamos a hacer». Estos enunciados también revelan una impronta básica de esa persona, y ésta, a su vez, da una idea de dónde residen sus dificultades especiales o sus mejores posibilidades vitales.
En las descripciones de casos concretos o en las viñetas clínicas de psicología junguiana se hace referencia constante a estos complejos, e incluso algunas descripciones de imágenes de complejos proceden del propio Jung.1
Sin embargo, los complejos paterno y materno no han sido descritos hasta ahora en su conjunto, al menos que yo sepa, y esta carencia es la que quiero cubrir con el presente libro, sobre todo porque, tal y como a mí me parece, el concepto de complejo va a ser objeto de una nueva actualización gracias a los resultados de las últimas observaciones realizadas en lactantes.
Por otro lado, lo que aquí presento es únicamente una visión general donde sólo describiré las formaciones de complejos típicas. Hay que tener en cuenta que ninguna persona está determinada «sólo» por un complejo materno, sino que también interviene siempre el complejo paterno y, además, en cada una de las situaciones vitales –y éstas pueden ser muy variadas– el complejo del yo puede influir de diferente manera en el desarrollo de los complejos predominantes, por eso, los complejos se manifiestan muy raras veces en su forma «pura», que es como los describiré aquí, aunque sí dan éstos una idea de la atmósfera que conforma cada uno de ellos.
La forma en que interactúan los diferentes complejos –y aquí hay que incluir otros, especialmente los complejos fraternos– se puede exponer de forma satisfactoria a través de descripciones metódicas y detalladas de casos concretos,2 tal y como se ha hecho ya en otros estudios de orientación junguiana3 que no resumiré aquí.
Lo que yo pretendo hacer aquí es exponer la visión particular que he obtenido de estos complejos tras más de veinte años de trabajo con pacientes a los que he analizado y de este modo también dar pie a un debate.
En primer lugar, voy a abordar minuciosamente el complejo materno positivo originario, por un lado, porque creo que éste, en general, ha sido muy poco tratado, por el otro, porque, en un mundo excesivamente marcado por el complejo paterno, cada vez hay más necesidad de aquellos valores propios del complejo materno que se han visto devaluados debido a la pérdida de valor de lo femenino, y que por ello están hoy ocultos en la sombra y los echamos en falta. De este modo, comprobamos que, al hablar del complejo materno, enseguida se pone éste en relación con la «madre devoradora», con lo que, subliminalmente, se está legitimando el patriarcado o, al menos, el androcentrismo.4 Es mi intención evitar incurrir en la práctica tan habitual hoy en día5 de suavizar la imagen del padre del complejo paterno para, de este modo, endurecer la imagen de la madre del complejo materno. Por eso mi intención aquí no es tanto describir estos complejos como corregir su imagen desfigurada, algo que haré en la medida que me sea posible.
Es obvio que estos complejos proceden, entre otras cosas, de una cultura patriarcal y, al describirlos, podría dar la impresión de que lo que pretendo es perpetuar las circunstancias que hacen posible su existencia. Pero nada más lejos de mi intención, pues lo que pretendo al describir estos complejos es dejar claro de qué manera estamos determinados por ellos y, por consiguiente, al darles un nombre y concienciarnos de su existencia, podamos liberarnos de ellos y convertirnos en personas más autónomas y con más capacidad de crear lazos afectivos.
Notas al pie
1 Jung, GW 9/1 p. 99-114; GW 4, pp. 366 ss.
2 Kast, 1990, pp. 179 ss.
3 Von Franz, 1970; Jacobi, 1985; Dieckmann, 1991, también pp. 128, 146, donde Dieckmann no sólo contribuye con viñetas clínicas, sino que además intenta presentar una teoría general de la neurosis.
4 Rhode-Dachser, 1991, p. 201.
5 Ibídem, p. 193.
Cuando hablo de complejos originariamente positivos, me refiero a que son complejos que originariamente ejercían una influencia positiva sobre el sentimiento vital del individuo afectado y con ello también sobre el desarrollo de su identidad, y seguirían ejerciéndola de haberse consumado un proceso de desapego a la edad adecuada.
El complejo materno positivo proporciona al niño el sentimiento de que su existencia está justificada de forma incuestionable, el sentimiento de ser importante y formar parte de un mundo que proporciona todo lo que uno necesita, y un poco más aún. De este modo ese yo puede entrar en contacto con «otro» con toda confianza. El cuerpo es la base del complejo del yo.6
Sobre la base de un complejo materno positivo, las necesidades físicas se conciben como algo «normal» y también pueden ser satisfechas con normalidad. Existe un goce natural del cuerpo, de la vitalidad, de la comida y de la sexualidad. El cuerpo puede expresar emociones y puede aceptar tales expresiones de otras personas. Este complejo puede liberarse de sus fronteras al experimentar el cuerpo de otra persona, sin tener miedo a perderse al hacerlo. Pero no sólo es posible compartir la intimidad física, sino también la psíquica. Uno comprende a otras personas y, generalmente, también es comprendido; otras personas contribuyen al bienestar de uno mismo y, de la misma forma, uno es capaz de contribuir al bienestar de otros. Una persona que puede contar con afecto y comprensión y que goza de una cierta plenitud de amor, cuidados, comprensión y seguridad, desarrollará una actividad egoica sana.
Como muy tarde durante la adolescencia (pubertad y pospubertad, hasta los veinte años), el individuo tendría que haber superado la idealización de la figura de los padres, pues la idealización de los padres lleva implícita siempre la devaluación de la posición de niño y es precisamente en ese momento cuando suelen hacerse conscientes los complejos materno y paterno. En esencia, este desapego tiene lugar con respecto a los padres como personas, pero el papel que juegan aquí los complejos no debe ser subestimado, ya que cada impronta del complejo permite determinados pasos del desapego, a la vez que impide otros. Si, por ejemplo, el hijo siempre tuvo prohibido salir o pensar de manera diferente a como lo hace el padre, entonces son estos aspectos del complejo los que destacarán y contra los que tendrán que luchar los jóvenes o, si no, abandonar, de momento, el proceso de desapego. En ocasiones puede ocurrir que los jóvenes consigan tomar clandestinamente de otras personas aquello que falta en su patrón paterno y materno, incluso cuando, en realidad, no está permitido todavía el proceso de desapego. Este hecho implicaría un yo fuerte, implicaría que el desapego ya ha tenido lugar –quizás de una forma velada, porque no se ha permitido que se realizara de forma abierta–, o bien, que estamos ante jóvenes que, independientemente de las improntas de los complejos, tienen una fuerte tendencia a la independencia.
El desapego es un compromiso que se establece entre aquello que la propia vida quiere de un hombre y lo que quiere de él el entorno, es decir, en última instancia, el padre y la madre, los profesores o la sociedad en la que vivimos. Fases de desapego tan claras como la de la adolescencia están en relación con un clima propio de inicio de una nueva etapa, son fases de cambios radicales; el complejo del yo se reestructura, y esto significa que la autoestima se vuelve muy inestable.
Por lo tanto, sería esencial para los jóvenes sentir una cierta solidaridad con los padres, a pesar de que deban enfrentarse a ellos. Necesitan a los padres de los que se están desligando, por eso, en esta fase son tan problemáticos aquellos elementos de los complejos que básicamente impiden el desapego y amenazan con la pérdida del afecto o de la dignidad del joven. Ciertamente, es ahora cuando el grupo generacional se convierte en una red que proporciona al joven una cierta seguridad, pero nunca puede sustituir el intercambio de opiniones, afectuoso, doloroso y honesto de los padres. En esta confrontación, los padres muestran una imagen de sí mismos que los jóvenes a veces no han llegado a conocer de ellos y es precisamente a través de esta confrontación con la imagen que los padres tienen de sí mismos donde los jóvenes determinan su propia imagen. En esta situación, los hijos detectan aquello que los padres no han llegado a vivir y lo elevan a la categoría de un valor que ellos, los jóvenes, quieren experimentar ahora; el hecho de que los hijos vivan las experiencias a las que los padres han renunciado puede despertar su envidia y lo no vivido, aquello que en realidad ellos deberían haber experimentado también –es decir, la sombra– cobra un peso muy importante.
Pero los adolescentes no sólo se desligan de sus padres, pues el desapego tiene lugar también dentro de un grupo generacional; hay una sombra colectiva que casi siempre es asimilada por los jóvenes con entusiasmo y creatividad y se desarrolla como un estilo de vida. Así por ejemplo, a finales de los sesenta y en los setenta, los hijos de aquellos que gracias a su esfuerzo tuvieron un rol decisivo en la recuperación del país se convirtieron de repente en «hippies», impregnados por la experiencia artística, el eros y la sensualidad. De repente, a nivel colectivo, los aspectos positivos del complejo materno se consumaron en un mundo determinado por el complejo paterno. Este tipo de fenómenos pueden rastrearse incluso en la forma de vestir; por ejemplo, los hijos de los padres que llevan pantalones vaqueros tienen hoy en día una predilección especial por la ropa de diseño.
Durante la adolescencia, el padre o la madre individual de cada uno puede ser sustituido por padres o madres colectivos, tal y como los conocemos en la religión. En la pedagogía religiosa se habla de «rigorismo religioso» en esta edad, queriendo decir con ello que las cuestiones religiosas se plantean con carácter absoluto. Esto es muy fácil de entender desde el punto de vista psicológico. Dado que el joven se encuentra inmerso en una crisis de identidad, busca orientación, y como ésta no puede venir de los padres (los padres personales) se ponen en marcha los arquetipos que hay detrás de estas figuras tal y como se manifiestan en el sistema de valores colectivo, y es así como el joven puede desarrollar un fuerte interés por determinadas corrientes religiosas, un compromiso vinculante con un dios o una diosa cuya palabra quiere transmitir. Transitoriamente, el joven puede llegar a convertirse en «hijo de un poder superior», lo que hace que su autoestima se estabilice, y esto, a su vez, le facilita la separación de sus padres y la renuncia a sus atenciones. Pero lo que en esa situación el joven o la joven experimenta como algo absolutamente individual, como su «camino único y exclusivo», es, por lo general, un camino colectivo, el cual exigirá nuevos procesos de desapego cuando el individuo haya encontrado su auténtico camino personal. Por eso, la imagen de Dios de un hombre está sujeta a cambios: si comparamos las diferentes imágenes de Dios que han surgido en nuestras vidas –en el caso de que hayan tenido una cierta relevancia–, nos daremos cuenta de que éstas han ido cambiando. Incluso una fuerte convicción política en la etapa adolescente puede estar relacionada con el hecho de que los complejos materno y paterno sean proyectados sobre las promesas incumplidas de programas políticos. La diferencia entre un compromiso «normal» y otro que nace de un complejo radica en que, en el último, las convicciones son sagradas y se habla de traición con suma facilidad, en que la política no se entiende como una posibilidad de que los hombres vivan sin fricciones, sino que se busca en ella la esperanza de la salvación, por lo tanto las decepciones están programadas.
En general, se puede decir que durante las fases de desapego juegan un papel importante aquellas personas sobre las que, sin ser el padre ni la madre, se pueda proyectar lo paterno o lo materno, pero entonces también pueden asumir este papel las imágenes de dioses-padre y diosas-madre y sus respectivos programas vitales.
Blos: Freud y el complejo de padre
Peter Blos presenta una interesante tesis sobre la adolescencia de los jóvenes en su ensayo titulado «Freud und der Vaterkomplex»7 (Freud y el complejo paterno). Blos parte de la pregunta de por qué existe tanta rivalidad, tanta competencia y tanta rebeldía entre los jóvenes adolescentes y sus padres. Según Blos, ocurre que a menudo esta fase no se supera adecuadamente, y por eso los problemas no resueltos se arrastran el resto de la vida. Blos postula que esto no es sino un resquicio de la primera infancia; según su tesis, durante la primera infancia el padre ayuda al hijo a superar la dependencia absoluta de la madre y lo apoya durante toda la vida en sus ansias de superación, en su evolución tanto psíquica como física. El padre ofrece su apoyo en la lucha contra la regresión, en la lucha contra los miedos (esto está relacionado con la fantasía masculina de que el padre está al servicio de los instintos vitales). Durante la pubertad del hombre, el amor hacia la madre cobra una nueva forma, esto es, que el complejo materno, dotado de elementos del ánima, adopta una nueva constelación y de este modo se despierta de nuevo el miedo a la dependencia primaria de la madre. Para Blos, esto indica que el joven volvería a necesitar al padre como cuando era un niño pequeño para que aliente su ansia de progreso; por lo tanto, durante la adolescencia también se reactiva la relación padre-hijo propia de la primera infancia, pero esa relación tan tierna y cariñosa ya no puede tener lugar, porque entonces el hijo se quedaría estancado en la figura del hijo de papá, traicionando de esta manera el principio de individuación. Este hecho explica la rebeldía frente al padre. Además, Blos considera que la rivalidad será más fuerte cuanto más se hayan querido y se sigan queriendo padre e hijo. Y en este contexto, Blos postula una segunda tesis: en realidad, la ardorosa sexualidad de los adolescentes se dirige más contra el padre, como un medio para lograr el desapego de él, que hacia las mujeres, como modo de relacionarse con ellas, por eso habría que dejar de entender la sexualidad como la imperiosa ambición del padre.
Por otro lado, Blos apenas trata de la emancipación de la madre, lo que me resulta extraño –o quizás no tanto–. Considera que cuando la confrontación con el padre se produce de la manera adecuada, desvaneciéndose así la idealización del padre, el hijo podrá emprender su propio camino, siempre observado por el padre desde la distancia.
Sin embargo, visto desde la psicología profunda, es necesario que se produzca también el desapego de la madre y del complejo materno, pues, de lo contrario, el complejo materno y todas sus expectativas implícitas serían trasladados a la novia o la pareja. Si el joven únicamente se apartara de la madre, para así desvalorizarla, entonces deberían escindirse y devaluarse muchos aspectos del complejo materno y las partes del ánima relacionadas con él, y esto a su vez implicaría que lo materno, y también lo femenino, provocaría mucho miedo en el joven y, por lo tanto, tendría que ser aún más reprimido. Resulta sorprendente lo frecuente que es la expresión de la «madre devoradora»8 en las diferentes teorías y con qué facilidad la adoptan las mujeres, ¿es que acaso se identifican con su agresor? En estos casos suele tratarse de madres concretas. Es esencial entender que las madres que describimos en nuestros complejos no se corresponden completamente con madres concretas y que no es legítimo confundir las figuras arquetípicas con nuestras personas de referencia.
Sabemos que los miedos aparecen cuando reprimimos algo; el miedo vendría a hacer algo así como presentarnos lo reprimido, con el fin de que lo tengamos en cuenta, porque está claro que forma parte necesariamente de nuestra vida. Por lo tanto, tendríamos que preguntarnos si al desvalorizar lo femenino, al convencernos de que no es necesaria ninguna confrontación con la madre ni con el complejo materno en el proceso de formación de la identidad del hombre, las madres, lo materno y en última instancia también lo femenino, se convierten en algo mucho más peligroso de lo que son en sí. Todas las teorías de la «madre devoradora» han sido elaboradas por hombres y, por lo que yo sé, se encuentran absolutamente en todas las escuelas de psicología profunda.
Blos ejemplifica su tesis en la figura de Freud, lo cual es especialmente interesante. Considera probado que Freud tuvo una relación muy estrecha con su padre, Jakob, una fuerte vinculación sentimental que duró hasta bien entrada la edad adulta. En algunas cartas escribe Freud que él fue reconocido como el hijo predilecto de ese temido hombre; a su padre lo describe como un hombre «de profunda sabiduría y carácter extremadamente despreocupado»9 y físicamente lo compara con Garibaldi, un personaje heroico. De sí mismo dice que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por seguir siendo el predilecto de su padre. El complejo paterno originariamente positivo de Freud se refleja en su vida posterior en sus apasionadas y prácticamente exclusivas amistades masculinas, las cuales derivaron con facilidad en relaciones padre-hijo, igual que le ocurrió a Jung. Éste, veinte años más joven, enseguida se sintió desbordado por su «padre Freud». En este contexto, Blos ve una transferencia; también Freud se sentía desbordado continuamente por su idealizado padre, al que quería obsequiar con honra y fama. En 1896, a la edad de cuarenta años, Freud sufrió una crisis existencial cuando perdió a su padre. Pero la muerte de su padre estuvo precedida de un extraño comportamiento por parte del propio Freud: estando ya el padre en su lecho de muerte, el hijo decidió irse dos meses de vacaciones y finalmente llegó tarde al entierro porque le entretuvieron en la peluquería. Este comportamiento le asombró tanto al propio Freud que decidió analizarse a sí mismo. El primer libro que surgió como consecuencia de este autoanálisis es La interpretación de los sueños. Era absolutamente necesario que se desligara ya de su padre; Freud cayó en una crisis de identidad que pudo utilizar de forma creativa, dando vida al psicoanálisis. En el prólogo, Freud escribió lo siguiente: «La interpretación de los sueños es una reacción al suceso más significativo, a la más amarga pérdida en la vida de un hombre».10 Una afirmación así sólo puede venir de alguien que haya mantenido una relación absolutamente idealizada con su padre.
Dos años después de la muerte de su padre, Freud descubrió el complejo de Edipo, pero, según Blos, en la interpretación de este complejo Freud había pasado por alto completamente el papel del padre. Como es sabido, en el mito de Edipo el oráculo predijo que el hijo que Yocasta trajera al mundo mataría a su padre, Layo, por lo que, tiempo después, Layo cogió al recién nacido, le atravesó los pies con unas fíbulas para que tampoco pudiera caminar como espíritu y lo abandonó en lo alto de un monte. Es decir, que intentó matar a su hijo. En muchas interpretaciones se pasa por alto que el padre abandonó a su hijo en manos de la muerte,11 y eso también le ocurrió a Freud.
Por lo general, allí donde comienza nuestra región del complejo estamos determinados por ese complejo y no por la objetividad.
Después de la muerte de su padre, Freud se desligó de él y superó su idealización y con ello también la implícita desvalorización de sí mismo, del hijo, y a partir de ese momento inició un notable progreso y una enorme creatividad.
Con esta interesantísima investigación, Blos ha confirmado claramente que nuestras teorías tienen algo que ver con nuestras constelaciones de complejos, y esto podría explicar por qué hay diferentes teorías para una misma cosa: en las diferentes improntas de un complejo los mismos fenómenos se ven y se valoran de forma ligeramente distinta. La teoría de Blos –que sostiene que la ardorosa sexualidad de los adolescentes sirve en primera instancia para lograr el desapego del padre–, podría explicar, por ejemplo, por qué la sexualidad del ser humano, que sin duda es muy importante, ocupa una posición tan central en la teoría freudiana.
El psicoanálisis pasa por ser una ciencia patriarcal en un mundo patriarcal. En la discusión teórica del psicoanálisis, la mujer tiene, si acaso, una posición marginal.12 Pero también lo sigue teniendo difícil en nuestra cultura para salirse de los restringidos lugares que desde siempre ha tenido asignados y conquistar aquellos que le corresponden, o, simplemente, para establecerse con normalidad en los lugares más acordes a ella. Con demasiada frecuencia se sigue viendo a la mujer en relación al hombre y en relación al hijo, pero, en realidad, esto hace que la mujer sea despojada de una identidad original propia, ya que la mujer sólo existe en relación al hombre, es decir, que su personalidad se deriva de él.13 El hecho de que en la teoría del psicoanálisis apenas haya lugar para la mujer se entiende mejor al conocer que el psicoanálisis nace de la confrontación con el complejo paterno dominante. Y esto, además, nos da una indicación metódica: si el complejo es muy dominante, el análisis de los sueños, el análisis del inconsciente, parece ayudar a desligarse del padre. No obstante, el hecho de que las mujeres de hoy en día sigan afirmando que es demasiado difícil determinar «el lugar de las mujeres» en el psicoanálisis14 debería hacernos cuestionar si el desapego del hombre ha sido suficientemente impulsado. ¿No faltaría en este caso también la reactivación y la elaboración del complejo materno?
¿Pero fue únicamente el complejo paterno personal de Freud lo que provocó que su teoría fuera tan androcéntrica? Pues bien, Jung, quien estuvo fascinado toda la vida por el arquetipo de la Gran Madre, y cuya psicología está mucho más comprometida con el pensamiento matriarcal –y él también, debido a una complicada relación con su padre–, cuando hablaba de la mujer la describía también sólo en relación al hombre. Teniendo en cuenta su concepto de individuación, él mismo debería haberse prohibido tal cosa, pero, al fin y al cabo, ambos investigadores trabajaron en un tiempo en el cual la razón de ser de las mujeres era únicamente ser madres o hijas. Depende de nosotras, de las mujeres de hoy en día, dar nombre a estas limitaciones de la teoría de la psicología y reformular estas teorías adaptándolas a nuestra propia psicología, intentar, en suma, describir «el lugar de las mujeres».15
Durante la adolescencia de la mujer también se reactivan complejos paternos y maternos. El complejo paterno se sitúa en primer plano, mezclado con formas del ánima cercanas al complejo paterno. Así, aquellos comportamientos vitales que se relacionan con el padre se transfieren ahora a un amigo o a un ser intelectual espiritual, mientras que los comportamientos vitales de los que las jóvenes se han visto privadas se buscan ahora en otros hombres o en el mundo espiritual.
En las jóvenes hay que diferenciar dos formas de socialización diferentes: las que tienen una pareja y experimentan la relación de pareja desde muy pronto y las que se centran en lo intelectual. Dependiendo de la correspondiente impronta de su complejo materno, pueden vivir muy ajenas a su cuerpo; así, si se da una impronta positiva del complejo materno –incluso aunque sea inconsciente–, se entiende el cuerpo como algo natural. El mundo espiritual al que se sienten vinculadas estas jóvenes puede ser uno fascinante, lleno de inspiración, aventuras interiores y experiencias espirituales, pero también puede ser un mundo de erudición y de conocimiento del pensamiento. En todo caso, la inteligencia y la agudeza forman parte de su ser. A veces puede ocurrir que se den los dos tipos de socialización a la vez. En ambas formas de socialización se mantiene siempre el vínculo con el complejo paterno y, por lo tanto, se mantiene la subliminal idealización de lo paterno.
El problema al que se enfrentan las mujeres consiste en que la sociedad tradicional no exige el desapego del complejo paterno; la mujer cumple con su rol social simplemente teniendo novio o pareja y, si además desarrolla una identidad propia, parece ser algo totalmente secundario. Exagerando, esto quiere decir que desde el punto de vista de la distribución de los roles, nuestra sociedad sugiere a una joven adolescente que sea «normal», que sea una mujer como es debido, aun cuando carezca de una identidad propia y en última instancia dependa de la identidad que le proporcione el hombre;16 es decir, que con la simple presencia del hombre, la mujer tenga la sensación de ser ella misma y así el hombre le pueda decir lo que debe ser, cómo debe sentirse y cómo debe comportarse. Si la mujer se atreve a vivir según sus propias reglas, entonces no es una mujer «como es debido» a los ojos de los hombres. Si para ella la opinión de los hombres es decisiva e importante, en el caso de que éstos la critiquen caerá en una crisis de identidad o bien se adaptará, pero sólo una crisis de identidad le proporcionaría la oportunidad de encontrar su propio Selbst.
Aquellas mujeres que no desarrollan una identidad propia, que no se desligan del complejo paterno y que no se enfrentan al complejo materno o, que por cualquier otro motivo, no desarrollan su identidad propia, suelen reaccionar a las separaciones cayendo en la depresión. En las situaciones de separación uno ha de reorganizarse desde su Selbst de referencia hacia el Selbst original,17 pero esto sólo es posible si existe un Selbst propio en origen. Emily Handcock, estudiando a mujeres que presentaban un mayor grado de seguridad en sí mismas que la media, descubrió que éstas, después de muchos años de no decidir por sí mismas, a menudo habían vuelto a encontrar el acceso a su «muchacha interior», liberando así a su auténtico yo.18 Carol Hagemann-White extrae la conclusión de que a menudo las jóvenes competentes y seguras de sí mismas pierden su yo al inicio de la adolescencia y se dejan llevar por el ideal que rige en su entorno.19
Ciertamente, esta afirmación resulta demasiado general y, ante todo, no se da en todas las constelaciones del complejo en exclusiva; a pesar de esto, con frecuencia se constata que, si preguntamos a las mujeres por su etapa infantil, comprobamos que hacia los diez años de edad aún mostraban una personalidad sustancialmente más independiente, perfilada e interesante. Al adaptarse, la muchacha pierde los aspectos más importantes de su Selbst original; esto cambiaría si las muchachas recibieran más halagos por su originalidad y menos por su adaptación y si las mujeres no sólo fueran tenidas en cuenta en relación al hombre.
Se sabe que aquellas mujeres que tienen trabajos de responsabilidad se sintieron muy atraídas de niñas por el rol del padre;20 en este tipo de mujeres se hace muy evidente la problemática de la adolescencia femenina. Bernardoni y Werder han descubierto que ocho de cada diez mujeres que tienen trabajos de responsabilidad son hijas de titulados universitarios que las educaron para ser independientes y autónomas. Estas mujeres describían a su padre como una persona activa, inteligente, ambiciosa y liberal. Convirtieron al padre en su modelo, mientras que rechazaron a la madre; también rechazaron el restringido papel de la mujer, porque no podían ni pueden aceptar la pasividad y la apatía de sus madres. A la pregunta de cómo habían manejado sus problemas de identidad durante la adolescencia, respondieron en su mayoría que trabajando y estudiando más, es decir, que se dieron cuenta de que los problemas de identidad se pueden compensar rindiendo más en el trabajo. Casi todas ellas están casadas, algo que forma parte de su imagen del complejo paterno positivo. Por un lado, consideran al hombre atractivo y alguien de confianza, por el otro, las mujeres con complejo paterno positivo hacen justo aquello que se hace en una sociedad determinada, si esto es casarse, pues entonces se casan.
Ésta es una de las formas de socialización femenina de hoy en día: una mujer no desligada del complejo paterno, pero que ejerce con gran éxito un trabajo dentro de ese mismo mundo paterno, por el cual obtiene su reconocimiento. El hecho de que su identidad femenina sea especialmente frágil más allá de la identificación con su rol se hace patente cuando su trabajo deja de compensarla o cuando se produce una situación de separación, en ese momento es necesario que se produzca la confrontación con la madre o con el complejo materno específico.
Sería especialmente importante para todas las mujeres –pues en este nuestro mundo androcentrista todos estamos determinados por el complejo paterno, independientemente de cómo sea éste– que siguieran confrontándose con su identidad tal y como es experimentada por ellas mismas y con sus fracturas de identidad, y que no se doblegasen a las teorías que nos dicen cómo ha de ser la identidad de la mujer. Sería necesario describir la búsqueda de la identidad y la experimentación de la identidad en diferentes situaciones de la vida, y las mujeres deberían hablar de este tema entre ellas.21 Uniéndonos a lo expresado en el libro de Christa Wolf En ningún lugar. En ninguna parte, entre mujeres debe escucharse la llamada de un lugar propio, pero nunca deben dejar que nadie se lo indique, menos aún los hombres, sino que son ellas las que tienen que dar nombre a ese lugar y ocuparlo según su propio criterio.
Para llegar a encontrar su propia identidad, la muchacha adolescente debe confrontarse con la madre y con el complejo materno. Si no lo hace, lastrará la relación con su pareja a través de la proyección de su vivencia del padre y las expectativas respecto a él no satisfechas, además de a través de los problemas maternales que están por llegar y de las expectativas respecto a la madre no satisfechas.
El desapego de la madre tiene lugar en un terreno muy difícil. Se puede decir que, en realidad, no es algo exigido, y quizás con razón, pues para la mujer el desapego no tiene como fin cortar la relación con la madre ni tampoco llegar a una autonomía, entendida como ausencia de lazos afectivos. En el mejor de los casos, el desapego de la muchacha adolescente respecto a su madre tendría que acarrear el nacimiento de una nueva relación con ella, en la cual queden resueltos todos los aspectos del complejo que existieran en la relación que mantuvieron durante la infancia. Y es por este motivo por lo que sí es necesario que se produzca tal desapego, aunque su finalidad no sea llegar a una separación definitiva, sino el poder establecer entre ambas una forma de relación más sana.22
Obviamente, igual que la madre también llega a desarrollar un complejo filial en relación a su hija o en relación a su hijo, sólo que normalmente no se habla de eso, con el padre ocurre lo mismo. Cuando las madres y los padres hablan de sus hijos o se quejan de ellos, casi siempre pensamos que se trata de problemas «reales», pero hay que tener en cuenta que en este tipo de relaciones también intervienen los complejos. Así mismo, en niños concretos también puede haber elementos del complejo –en este caso en el sistema del padre o de la madre–, pues con los niños también se tienen expectativas que van más allá de la individualidad del niño en concreto y que también son diferentes en función de la edad. Durante el proceso de desapego del adolescente se activa en los padres su propio proceso tardío y necesario de desapego de sus padres.23 Sin embargo, me parece –y habría que estudiarlo más detenidamente– que sería muy importante que también se produjera el desapego de los complejos de hijo y de hija, determinados éstos por los propios hijos, ya que esto facilitaría a los adolescentes su propio desapego.
Hoy en día hay madres que viven roles muy diferentes. Así por ejemplo Sandra Scarr24 constata que las hijas de madres que se dedican a trabajos con los que se sienten satisfechas están más seguras de sí mismas en su papel de mujer y menos dispuestas a ponerse en situación de dependencia con respecto a los hombres, aunque tengan un complejo paterno más bien positivo. Para ellas, la confrontación con la madre es más fácil de superar porque no tienen que rescatarla de una desvalorización previa.
Sin embargo, no es únicamente la madre personal la que interviene en el desapego de la hija, ni es únicamente el papel de la mujer como madre en la sociedad el que interviene en la cuestión de la emancipación, ya que también están implicadas las imágenes arquetípicas de lo femenino, es decir, aquello que de forma general se considera femenino; y, en este sentido, siempre reaparece la idea de que lo «femenino» es algo peligroso. Dado que las grandes diosas femeninas representan el nacimiento y la muerte, la fertilidad y la sequía, el amor y el odio, se vincula el poder de mujeres concretas con todo aquello que está comprendido entre las dos grandes fuerzas vitales, es decir, entre la abundancia y la muerte. Pero no es lícito proyectar estas experiencias arquetípicas sobre mujeres concretas. Lo que se manifiesta en estas proyecciones es, sobre todo, el miedo al poder de las mujeres, miedo que en última instancia procede del hecho de que las mujeres o bien son idealizadas o bien son desvalorizadas, pero nunca son tomadas en serio en su esencia misma. Ninguna mujer encarna la muerte, aunque haya dado la vida a un hijo, entregándolo a una vida que terminará en la muerte. Para una mujer adolescente, los conceptos de mujer que a diario le llegan a través de la publicidad, el cine y la literatura significan que sus raíces son peligrosamente ambivalentes. Por otro lado, los dioses masculinos están mucho más presentes que las diosas, aunque en este aspecto en los últimos años ha habido muchos cambios. El hecho de que las mujeres lleven a cabo estudios sobre las diferentes diosas femeninas –y no sólo sobre su aspecto materno– y tomen conciencia de ellas nos muestra hasta qué punto es esencial que la mujer también sea consciente de que tras ella hay una diosa y no sólo un dios masculino, y que, por lo tanto, para la mujer también es bueno tener una identidad originaria y no una prestada por un dios masculino. Es importante que se siga desgranando lo femenino arquetípico, tal y como se nos aparece hoy en día, para así hacerlo consciente. De esta manera, el compromiso unilateral de la mujer con la creación de vida y la consecución de la muerte se amplía hasta alcanzar toda la rica diversidad que distingue la vida femenina y sobre todo también a las diosas.
Este cambio en la conciencia colectiva que claramente se está abriendo camino debería procurar a las jóvenes adolescentes la percepción de que su identidad se fundamenta en algo que tiene valor en sí mismo y que cubre aspectos importantes de la vida de forma autónoma y que hoy en día la mujer puede desempeñar muchos papeles. El anhelo de modelos femeninos, de testimonios de mujeres que han hecho su vida a su manera, está directamente relacionado con la toma de conciencia de las figuras femeninas arquetípicas. Y este anhelo queda reflejado hoy en día en las innumerables biografías de mujeres escritas por mujeres. En ellas se muestra que ahora las mujeres ya no son simplemente idealizadas ni se identifican sin fisuras con diosas, lo que supondría una forma diferente de identidad derivada, sino que se buscan testimonios de vidas de mujeres posibles, es decir, que buscan ideas de cómo podría ser su propia vida.
Con este escenario de trasfondo, la emancipación de la mujer adolescente tiene lugar en la confrontación con su propia madre. La madre es el modelo contra el cual se concibe inicialmente la identidad propia. Las muchachas detectan la sombra, la vida no vivida de sus madres y comienzan a idealizar aquello que en la vida de la madre no tomó el impulso definitivo. Obviamente, la frase «Quiero hacerlo todo de manera diferente a mi madre» puede indicar que la mujer tiene un complejo materno negativo originario, tal y como lo describió Jung,25 pero también se trata de una frase muy habitual durante el proceso de desapego. La hija no tiene en realidad una postura propia, pero siempre está en contra. En ese momento ya puede comenzar la búsqueda de la identidad.
No es necesario que las hijas odien a las madres mientras dura esa postura de enfrentamiento con la madre. En teoría, esta necesidad procede de la idea de que madres e hijas son idénticas, de que el odio conlleva la separación necesaria para llegar a encontrar la personalidad propia.26 Aquí hay dos malentendidos: aunque ambas sean mujeres, esto no implica en absoluto que sean iguales, que en cierto modo vivan en una unión dual hasta que la hija llegue a la adolescencia. Y aunque las dos mujeres se parecieran mucho, lo que se puede dar en determinados casos, el odio no sería la solución, pues el odio no separa, sino que une. Posiblemente nos acordamos tanto, o más, de las personas a las que odiamos como de aquéllas a las que amamos.