Rule
Al principio creí que los golpes en mi cabeza eran mi cerebro tratando de escapar de mi cráneo después de las diez copas –o algo así– de escocés que había bebido la noche anterior, pero luego me di cuenta de que el estruendo lo provocaba alguien al irrumpir en mi apartamento. Ella estaba ahí y con horror, recordé que era domingo. No importaba lo que le dijera, ni lo grosero que fuera con ella, o el estado lamentable en que me encontrara, se presentaba todos los domingos para arrastrarme a casa, a almorzar.
Un leve gemido proveniente del otro lado de la cama me trajo a la memoria que anoche no había regresado solo del bar. Pero no recordaba el nombre de la chica, o su cara, ni si le había valido la pena trastabillar conmigo hasta mi apartamento. Me pasé la mano por la cara y bajé las piernas hasta el suelo en el momento exacto en que se abría la puerta de mi dormitorio. Jamás debí darle una llave a la mocosa.
No me molesté en cubrirme; estaba más que acostumbrada a sorprenderme desnudo y con resaca, y no veía por qué hoy debía ser diferente. La chica en mi cama se movió y miró con desagrado al nuevo integrante de nuestro incómodo grupo.
–Creí que habías dicho que eras soltero –el tono acusador hizo que se me erizaran los pelos de la nuca.
En mi opinión, ninguna chica dispuesta a irse con un desconocido para una noche de sexo sin compromisos tenía derecho a reclamos. Menos cuando todavía estaba enredada y desnuda en mis sábanas.
–Dame veinte –dije, dirigiéndome a la rubia que estaba en el umbral, mientras me pasaba una mano por el pelo alborotado.
–Diez –concedió, con una ceja levantada.
Le habría levantado mi ceja en respuesta a su tono y actitud, pero me estallaba cabeza y el gesto, de todos modos, se habría desperdiciado; ella era inmune a mis groserías.
–Prepararé café. Le ofrecí a Nash, pero dijo que tenía que ir a la tienda para encontrarse con alguien. Estaré en el auto.
Sin más, se dio la vuelta y el vano de la puerta quedó vacío. Con dificultad, me puse de pie buscando en el suelo los pantalones que tal vez había dejado la noche anterior.
–¿Qué está pasando?
Por un momento me había olvidado de la chica en mi cama. Maldije por lo bajo y me puse una camiseta negra que lucía razonablemente limpia.
–Debo irme.
–¿Cómo?
La observé con el ceño fruncido mientras se incorporaba sujetando la sábana contra su pecho. Por lo que pude ver, era linda y tenía una buena figura. Me pregunté cómo habría jugado mis cartas para que viniera conmigo. No me emocionaba despertarme con ella esta mañana.
–Debo ir a otro lado, y eso significa que debes levantarte y marcharte. Normalmente te podrías haber quedado un poco más porque está mi compañero de apartamento, pero hoy fue a trabajar y entonces tienes que poner ese lindo trasero en marcha y desaparecer.
–¿Es una broma? –parpadeó.
Miré por encima de mi hombro mientras rescataba mis botas, bajo una pila de ropa, y metía mis pies en ellas.
–No.
–¿Qué tipo de cretino hace algo así, sin siquiera un “gracias por anoche, estuviste fabulosa, qué tal si almorzamos”? ¿Solo “hazte humo”? –apartó las sábanas bruscamente y noté que tenía un hermoso tatuaje a lo largo de sus costillas que trepaba por sus hombros y seguía por la clavícula. Seguro que fue eso lo que me atrajo de ella en mi borrachera–. Eres un patán infeliz, ¿sabes?
Era mucho más que un patán infeliz pero esta chica, una de tantas, no tenía por qué saberlo. Maldije en silencio a Nash, mi compañero de apartamento, el verdadero villano. Somos amigos desde la primaria y, normalmente, puedo contar con él para intervenir los domingos por la mañana cuando debo escabullirme, pero me olvidé que hoy él debía terminar un trabajo. Eso significaba que me las tenía que arreglar solo para despacharla antes de que la mocosa me dejara de a pie lo que, en mi estado actual, era un dolor de cabeza aún mayor.
–Oye, ¿cómo es que te llamabas?
Si no estaba lo suficientemente enojada, ahora estaba furiosa. Se enfundó en una falda súper corta, negra, y se calzó algo que no llegaba a ser una camiseta. Retocó su pelo oxigenado con las manos y me fulminó con ojos manchados de maquillaje estropeado.
–Lucy. ¿No lo recuerdas?
Me pasé cualquier porquería por el pelo para que quedara parado, como penachos en distintas direcciones y me rocié un poco de perfume como para disimular los efluvios de sexo y alcohol que, estaba seguro, llevaba adheridos a mi piel. Encogí los hombros y esperé, mientras ella se calzaba los tacones que anunciaban a los gritos sexo cochino.
–Soy Rule –le habría estrechado la mano pero me resultó estúpido, así que simplemente señalé la puerta del apartamento y entré en el baño a lavarme los dientes y quitarme el aliento a whisky de la boca–. Hay café en la cocina. Quizá quieras apuntar tu número de teléfono así te llamo alguna vez. Los domingos no son un buen día para mí –jamás sabría hasta qué punto esto era cierto.
Me acribilló con la mirada y me preguntó si tenía idea de quién era ella. Esta vez, y en contra de los deseos de mi maltratado cerebro, una de mis cejas se elevó y la observé con la boca llena de espuma de dentífrico. Así me quedé hasta que chilló, señalando sus costillas.
–¡Al menos recordarás esto!
Con razón me gustó tanto su tatuaje; era uno de los míos. Escupí el dentífrico en el lavabo y verifiqué mi aspecto en el espejo. Era un desastre. Ojos llorosos y enrojecidos, piel grisácea y un magullón en el cuello, de un beso profundo. A mamá le iba a encantar, tanto como mi peinado nuevo.
Mi cabello natural era oscuro y grueso, pero me lo había afeitado en los lados y el frente, y teñido de un púrpura incandescente, hermoso; se erguía como cortado por una máquina bordeadora. A mis padres les molestaban los tatuajes que se enroscaban por mis brazos hasta el cuello, así que lo de mi pelo sería como la cereza del pastel. Como no había nada que pudiera hacer para mejorar a la ruina que me observaba desde el espejo, abandoné el baño y sin ceremonias, sujeté a la chica por el codo y la llevé hasta la puerta principal. Hice una nota mental de que en el futuro me iría con ellas a sus apartamentos en lugar de traerlas al mío; sería todo mucho más sencillo.
–Mira, tengo que ir a un lugar que no me fascina para nada, y que me montes una escena no logrará más que irritarme. Espero que la hayas pasado bien anoche y que me dejes tu número, aunque ambos sabemos que las posibilidades de que te llame son pocas o ninguna. Si no quieres que te traten como una basura, tal vez no deberías irte con borrachos desconocidos. Créeme, solo queremos una cosa y al día siguiente, lo único que deseamos es que desaparezcas silenciosamente. Me duele la cabeza, siento que voy a vomitar y tengo que pasar la próxima hora en un auto con alguien que me despreciará en silencio mientras planea mi muerte, así que, ¿podemos dejar los escándalos y ponernos en marcha?
Conseguí llegar con Lucy hasta la puerta de calle. Afuera me esperaba mi rubio tormento con el motor de su BMW encendido, estacionado justo detrás de mi camioneta. Estaba impaciente y si me demoraba un segundo más, me dejaría. Le dirigí una media sonrisa a Lucy y me encogí de hombros; después de todo, no era su culpa que yo fuera una porquería de persona y, hasta yo sabía que se merecía algo mejor que ser despachada con tan poca delicadeza.
–Mira, no te sientas mal. Puedo ser endemoniadamente encantador si me lo propongo. No eres la primera, ni serás la última en ver este pequeño espectáculo. Me alegro de que tu tatuaje fuera un éxito y prefiero que me recuerdes más por él, que por anoche.
Troté escalones abajo sin mirar atrás y abrí la portezuela del lujoso BMW negro. Detestaba ese auto, y detestaba que le sentara tan bien a su conductora. Elegante, distinguida y costosa eran palabras que podían describir perfectamente a mi compañera de viaje. Arrancamos y escuché a Lucy lanzando maldiciones a los gritos. A mi lado, mi conductora puso los ojos en blanco y murmuró “qué fina”. Estaba habituada a las escenas que montaban las ninfas cuando me las quitaba de encima por las mañanas del día siguiente. Una vez, debí reponer el parabrisas, cuando una de ellas me lanzó una piedra y le erró.
Ajusté el asiento al largo de mis piernas y apoyé mi cabeza contra el cristal de la ventanilla. El trayecto era siempre dolorosamente silencioso y largo. Algunas veces, como hoy, me venía bien; otras, irritaba hasta el último de mis nervios.
Ambos habíamos formado parte de la vida del otro desde la secundaria y ella conocía cada una de mis fortalezas y debilidades. Mis padres la querían como a una hija y no disimulaban el hecho de que en muchos casos preferían su compañía antes que la mía. Con tanta historia compartida –buena y mala– uno supondría que no debería ser difícil conversar amablemente durante el viaje.
–Vas a manchar mi ventana con toda esa porquería que tienes en el pelo–. Su voz, toda cigarrillos y whisky, no condecía con lo demás, todo champán y seda. Siempre me ha gustado su voz; cuando nos llevábamos bien, podía escucharla hablar durante horas.
–Haré que te lo limpien.
Rebuznó. Cerré los ojos y crucé los brazos sobre mi pecho. Me preparé para viajar en silencio pero, por lo visto, hoy tenía algo que decir, porque ni bien subimos a la autopista, bajó la radio y pronunció mi nombre.
–Rule.
Giré apenas la cabeza hacia un lado y abrí un ojo.
–Shaw –su nombre era tan elegante como toda ella. Piel clara, cabellos casi blancos de tan rubios y enormes ojos verdes como manzanas recién recogidas. Era menuda y una cabeza más baja que mi metro noventa, pero con su figura sinuosa lo compensaba. Era el tipo de chica que los hombres miran porque, simplemente, no pueden evitarlo. Pero en cuanto su mirada helada se encontraba con las suyas, sabían que no tenían ni la más mínima chance. Destilaba inaccesibilidad como otras chicas destilaban “estoy disponible”.
Soltó la respiración y un mechón se movió en su frente. Me dirigió una mirada por el rabillo del ojo y al ver sus dedos aferrados al volante, me puse tenso.
–¿Qué pasa, Shaw?
Se mordió el labio, una señal inequívoca de que estaba nerviosa.
–Supongo que no respondiste a ninguna de las llamadas de tu mamá en la semana, ¿verdad?
No se puede decir que me lleve de maravillas con mis padres. De hecho, nuestra relación es algo así como de tolerancia mutua, razón por la cual mi madre envía a Shaw a buscarme para llevarme a casa cada fin de semana. Los dos somos de un pequeño pueblo llamado Brookside, en una área de buen poder adquisitivo en Colorado. En cuanto obtuve mi diploma, me mudé a Denver y Shaw lo hizo no mucho después. Es unos años menor que yo, y siempre soñó con entrar a la universidad de Denver. No solo se veía como una princesa de cuento de hadas, sino que avanzaba camino a convertirse en una maldita doctora. Mamá sabía que no había forma de que yo hiciera el viaje de dos horas cada fin de semana para ir a verlos, pero si Shaw me pasaba a buscar, tendría que ir, no solo porque me sentiría culpable de que se hiciera tiempo en su apretada agenda, sino porque además, pagaba la gasolina, me esperaba mientras salía de la cama y me arrastraba en un estado lamentable, cada domingo, y nunca, en casi dos años, se había quejado.
–No, estuve ocupado toda la semana –y lo estuve, pero también es cierto que no me gusta hablar con mamá, así que ignoré sus llamados.
Shaw dejó escapar un suspiro y sus manos se ciñeron con más fuerza en el volante.
–Te estaba llamando para avisarte que Rome fue herido y que el ejército lo repatriaba por un mes y medio de descanso y recuperación. Tu padre fue a recogerlo a la base de Springs, ayer.
Me incorporé de un salto y me golpeé la cabeza con el techo del auto. Maldije y masajeé el golpe, lo que me hizo doler más.
–¿Qué? ¿Cómo que fue herido? –Rome era mi hermano mayor. Tenía tres años más que yo y se había pasado casi la totalidad de los últimos seis fuera del país. Éramos todavía muy compañeros y, aunque no le agradaba la distancia que había puesto entre mis padres y yo en los últimos tiempos, tenía la certeza de que, si estaba herido, me lo habría dicho él mismo.
–No sé muy bien. Margot dijo que algo le había pasado al convoy en el que estaba patrullando. Supongo que fue un atentado serio. Según ella, se había roto un brazo y varias costillas. Estaba muy alterada y me costó entender lo que decía.
–Él me habría llamado.
–Rome estaba sedado y se ha pasado estos dos últimos días dando su informe. Le pidió a tu madre que te llamara. Margot le dijo que no respondías y él le indicó que insistiera porque ustedes, los muchachos Archer, no son nada si no son persistentes.
Mi hermano estaba de regreso y herido, y yo ni me había enterado. Cerré los ojos nuevamente y apoyé la cabeza contra el asiento.
–Bueno, diablos, supongo que entonces son buenas noticias. ¿Pasarás a ver a tu madre? –le pregunté.
No me hacía falta mirarla para saber que se había crispado aún más. Podía sentir la tensión descendiendo de ella en ondas gélidas.
–No.
No agregó nada más y no esperaba que lo hiciera. Los Archer no seremos un grupo cariñoso y unido, pero los Landon nos superan de manera impresionante. La familia de Shaw prácticamente defecaba oro y respiraba dinero. Además mentían, engañaban, se divorciaban y se volvían a casar. Por lo que pude observar a lo largo de los años, tenían poco o ningún interés en su hija biológica, quien parecía haber sido concebida para deducir impuestos y no como el resultado de momentos pasados en el dormitorio. Shaw amaba mi casa y adoraba a mis padres porque eran lo más semejante a la normalidad que experimentara en su vida. Eso no me molestaba; en realidad, se lo agradecía porque desviaba la atención de mí. Si a Shaw le iba bien en la escuela, salía con un estudiante universitario y vivía el tipo de vida que mis padres querían para sus hijos, los mantenía alejados de mi caso. Como Rome estaba a dos continentes de distancia, solo quedaba yo como blanco, así que no tenía ninguna vergüenza de usar a Shaw como escudo.
–Viejo, no he hablado con Rome en tres meses. Será fabuloso verlo. Me pregunto si podré convencerlo de que venga a pasar un tiempo en Denver con Nash y conmigo. Debe estar listo para un poco de diversión.
Suspiró una vez más y se extendió para subir el volumen de la radio.
–Tienes veintidós años, Rule. ¿Cuándo dejarás de actuar como un adolescente consentido? ¿Acaso le preguntaste a esta última cómo se llamaba? Y si quieres saber, hueles a una mezcla de destilería con club de desnudistas.
Lancé un ronquido y dejé que mis ojos volvieran a cerrarse.
–Y tú tienes diecinueve, Shaw. ¿Cuándo dejarás de vivir según los parámetros de otros? Hasta mi abuela de ochenta y dos tiene más vida social que tú, y creo que es menos mojigata –no pensaba decirle a qué olía ella porque su aroma era agradable y dulce, y en ese momento, no tenía el menor deseo de ser amable.
Pude sentir su mirada helada y disimulé una sonrisa.
–Me agrada Ethel –dijo con tono de fastidio.
–Ethel le agrada a todos. Es corajuda y no tolera que nadie la avasalle. Podrías aprender un par de cosas de ella.
–Oh, tal vez me debería teñir el pelo de rosa, tatuarme todas las superficies visibles del cuerpo, clavarme un par de alambres en la cara y dormir con todo lo que se mueva. ¿Acaso no es esa tu filosofía de cómo se debe vivir una vida plena?
Eso consiguió abrir mis ojos unos milímetros y la marcha dentro de mi cabeza empezó una nueva ronda.
–Al menos hago lo que quiero. Sé qué y quién soy, Shaw, y no pido disculpas por eso. Oigo mucho de Margot Archer saliendo de tu boca, en este instante.
Sus labios se torcieron en un gesto de irritación.
–Como sea. Volvamos a ignorarnos mutuamente, ¿sí? Pensé que debías enterarte de lo de Rome. A los chicos Archer nunca les han gustado las sorpresas.
Tenía razón. En mi experiencia, las sorpresas nunca fueron algo bueno. Por lo general terminaban conmigo furioso y en algún tipo de pelea. Amaba a mi hermano, pero tenía que admitir que: uno, no se había molestado en avisarme que estaba herido, y dos, todavía quería forzarme a que me llevara bien con mis padres. Llegué a la conclusión de que el plan de Shaw de ignorarnos por el resto del viaje era excelente; me recosté tanto como el pequeño auto deportivo lo permitía y me dormí.
No habían pasado ni veinte minutos cuando el ringtone de su teléfono me arrancó del sueño al son de la marcha de la Guerra Civil. Parpadeé y me pasé la mano por la barba incipiente. Si mi peinado y la marca en mi cuello no sacaban de quicio a mamá, tal vez el hecho de que no me hubiera afeitado para su precioso brunch, le haría saltar un fusible.
–No, te dije que me iba a Brookside y que regresaría tarde –debió sentir mis ojos en ella porque me echó una rápida mirada y vi que sus mejillas se cubrían de un rojo suave–. No, Gabe, te dije que no tendría tiempo y que debo hacer algo en el laboratorio.
Aunque no capté las palabras, la persona del otro lado de la línea sonaba fastidiada con su respuesta. Vi que sus dedos se ceñían con fuerza al teléfono.
–No es de tu incumbencia. Debo cortar. Hablamos más tarde.
Pasó el dedo por la pantalla para cortar la comunicación y dejó caer el exquisito aparato en el portavasos, junto a mi rodilla.
–¿Problemas en el paraíso?
Realmente no me importaban nada Shaw ni su novio, más rico que Dios, futuro monarca del universo conocido, pero consideré que preguntarle era una amabilidad, ya que era evidente que estaba alterada. Jamás había visto a Gabe, pero según mi madre (cuando me molesté en prestarle atención), estaba hecho a medida para la doctora que sería algún día Shaw. Su familia nadaba en tanto dinero como la suya; su padre era juez, abogado o algo por el estilo, que me tenía sin cuidado. Seguramente, y más allá de toda duda, el tipo se vestía con pantalones planchados a la perfección, usaba camisetas de cuello alto, color rosa, y calzaba mocasines blancos. Por un momento pensé que no me respondería, pero entonces se aclaró la garganta y comenzó a golpetear el volante con sus dedos perfectamente cuidados.
–En realidad, no. Rompimos, pero creo que Gabe no se da por aludido.
–¿Ah, sí?
–Sí. Hace un par de semanas. Lo había estado pensando por un tiempo. Simplemente estoy demasiado ocupada con el trabajo y el estudio para tener un novio.
–Si fuera el indicado, no te sentirías así. Harías tiempo porque querrías estar con él.
Me dirigió una mirada como de sorpresa, ambas cejas pegadas casi a la altura del nacimiento de su cabellera.
–¿Tú, rey de los cretinos, estás seriamente tratando de darme consejos sobre las relaciones?
Elevé los ojos, lo que provocó que mi cabeza gimiera.
–Solo porque no apareció una chica con la que quiera salir en exclusividad no significa que no sepa la diferencia entre cantidad y calidad.
–Sí, claro, te creo. Lo que pasa es que Gabe quería más de lo que estaba dispuesta a darle. Va a ser molesto porque mamá y papá lo adoran.
–Eso es verdad, por lo que escuché está mandado a hacer para tus padres. ¿Qué quieres decir con que quería más de lo que estabas dispuesta a darle? ¿Quiso encajarte una roca en el dedo después de solo seis meses?
Sus ojos centellaron al mirarme y sus labios se fruncieron con desdeño.
–Ni cerca. Simplemente quería ir más en serio que yo.
Reí, apenas, y debí masajearme el entrecejo. Mi dolor de cabeza era ahora un latido sordo, pero empezaba a ser controlable. Debía pedirle que nos detuviéramos en un Starbucks o algo, para poder soportar el resto del día.
–¿Es ese tu modo cursi de decirme que quería ir un poco más lejos contigo y no pensabas dejarlo?
Dedicándome una mirada de disgusto, bajó de la autopista y tomó por el camino que nos llevaba a Brookside.
–Necesito que hagas una escala en Starbucks antes de ir a casa de mis padres, y no creas que no me di cuenta de que no respondiste a mi pregunta.
–Si nos detenemos, llegaremos tarde. Y no todos los muchachos piensan con lo que tienen en sus pantalones.
–El cielo no se vendrá abajo si alteramos el horario de Margot unos minutos. Y debes estar bromeando: ¿llevaste a ese perdedor de las narices durante todo este tiempo sin darle nada? Qué ridículo –estallé en una carcajada y tuve que sujetarme la cabeza con ambas manos porque el whisky acumulado en mi cerebro comenzó a chillar de nuevo. Dejé escapar un gemido y la observé con ojos lacrimosos–. Si crees que él no estaba interesado en meterse en tu ropa interior, no eres ni la mitad de lo inteligente que te hacía. Todo soltero menor de noventa quiere meterse en tu ropa interior, Shaw, especialmente si cree que es tu chico. Soy un hombre, sé de qué hablo.
Mientras entraba al estacionamiento del café, se mordió el labio, concediendo que tal vez yo tuviera razón. Bajé del auto casi de un salto, desesperado por estirar las piernas y poner algo de distancia de su típica actitud altanera. Adentro había una fila, y miré alrededor para ver si había alguien conocido. Brookside es un pueblo pequeño y por lo general, cuando venía en los fines de semana, era inevitable cruzarme con algún excompañero de colegio. No le pregunté a Shaw si ella quería algo porque había estado antipática con eso de detenernos. Era casi mi turno cuando en mi bolsillo sonó Social Distortion a todo volumen. Atendí después de ordenar un café doble, negro, y me acomodé en el mostrador, junto a una linda morena que se esforzaba por disimular que me estaba mirando.
–¿Qué pasa?
–¿Cómo anduvo la mañana? –preguntó Nash y pude oír la música de la tienda detrás de él.
Nash conocía mis defectos y mis malos hábitos mejor que nadie y la razón por la que manteníamos nuestra amistad tanto tiempo era porque no me juzgaba.
–Un desastre. Tengo resaca, estoy molesto y pronto estaré soportando una nueva y forzada reunión familiar. Y Shaw está especialmente pesada hoy.
–¿Y cómo era la chica de anoche?
–Ni idea. No recuerdo haberme ido del bar con ella. Aparentemente, le hice un súper tatuaje en las costillas, y se molestó porque no la recordaba. O sea, una porquería.
–Te lo contó por lo menos seis veces, anoche –comentó riendo–. Hasta intentó quitarse la camiseta para mostrártelo. Y te llevé a casa borracho como una cuba. Intenté sacarte de allí antes, a eso de la medianoche, pero como es habitual, te negaste. Tuve que conducir tu camioneta y después tomarme un taxi para volver a buscar mi auto.
Solté una especie de risa mezclada con un ronquido y recogí mi café cuando me avisaron desde atrás del mostrador. Noté que los ojos de la morena se perdían en el dibujo de mi mano. Era la mano que tenía la cabeza inflada de una cobra real y la lengua de la serpiente formaba la “L” de mi nombre, que se extendía sobre mis cuatro nudillos. El resto de la cobra trepaba por mi antebrazo y se enroscaba en mi codo. La boca de la chica formó una O de sorpresa; le guiñé un ojo y regresé al BMW.
–Perdón, amigo. ¿Cómo te fue con el trabajo de hoy?
El tío de Nash, Phil, había abierto la tienda de tatuajes hacía varios años, en Capitol Hill, en la época que atendían principalmente a pandillas y motociclistas. Ahora, con la llegada de jóvenes exitosos a la zona, Tatuados se había convertido en una de las tiendas de mayor demanda en la ciudad. Nash y yo nos habíamos conocido en la clase de Arte, en quinto año, y desde entonces éramos inseparables. De hecho, desde los doce planeamos que nos mudaríamos a la ciudad y que trabajaríamos para Phil. Ambos éramos talentosos y teníamos personalidad como para atraer más clientes a la tienda, así que Phil, encantado, nos puso a trabajar como aprendices antes de que cumpliéramos los veinte. Trabajar con un amigo que hace lo mismo es fantástico. Mi piel estaba cubierta de infinidad de dibujos que iban de no tan buenos a fabulosos. Era testigo de la evolución de Nash como artista del tatuaje, y él podía decir lo mismo de mí.
–Terminé la pieza en la espalda que vengo haciendo desde julio. Salió mejor de lo que esperaba y ahora el tipo está hablando de hacerse uno en el pecho. Por supuesto que se lo haré, sus propinas son suculentas.
–Qué bueno –estaba haciendo malabares para sostener el celular, el café y abrir la portezuela del auto cuando una voz femenina me detuvo en seco.
–Oye –miré hacia atrás, por encima de mi hombro y vi a la morena, de pie junto a un auto, unos metros más allá y me sonreía–. Me gustan mucho tus tatuajes.
Le sonreí a mi vez, luego di un salto y casi me vuelco el café hirviendo en la ingle cuando Shaw abrió la puerta de golpe, desde dentro.
–Gracias –si hubiéramos estado más cerca de casa y Shaw no hubiera puesto el auto en reversa, probablemente me habría tomado un segundo para pedirle el teléfono. Shaw me dedicó una mirada de desdén, que ignoré olímpicamente, y retomé mi conversación con Nash.
–Rome está de vuelta. Fue herido y Shaw dice que le darán unas semanas para que se recupere. Creo que por eso mamá estuvo llamando tantas veces en la semana.
–Buenísimo. Pregúntale si quiere salir con nosotros unos días. Echo de menos a ese gran hijo de perra.
Bebí un poco de café y mi cabeza, finalmente, empezó a calmarse.
–Esa es la idea. Al regreso pasaré a verte y te cuento cómo viene la cosa.
Terminé la llamada con el dedo y me acomodé en la butaca. Shaw me observaba con enfado y juro que sus ojos echaban chispas. Realmente, jamás he visto nada tan verde, ni en la naturaleza y, cuando se enoja, son algo fuera de este mundo.
–Llamó tu mamá mientras estabas ocupado coqueteando. Está furiosa porque llegamos tarde.
Sorbí un poco más del negro néctar de los dioses y empecé a tamborilear mi rodilla con la mano libre. Toda la vida he sido un tipo inquieto y cuanto más nos aproximábamos a casa de mis padres, peor me ponía. El almuerzo es siempre incómodo y forzado. No entendía por qué insistían todas las semanas, ni por qué Shaw se prestaba a la farsa; pero yo iba, aunque sabía que nada cambiaría jamás.
–Está furiosa porque tú llegas tarde. Ambos sabemos que no le importa un comino si voy o no –mis dedos repiquetearon cada vez más rápido cuando entramos al barrio cerrado y pasamos filas y filas de mini-mansiones que parecían de juguete, como las construidas en las montañas.
–Eso no es cierto y lo sabes, Rule. No me someto a hacer este trayecto todas las semanas, ni a las delicias de tu mal humor del día siguiente porque tus padres quieren que yo coma huevos revueltos y otros manjares. Lo hago porque quieren verte a ti, porque quieren intentar tener una relación contigo sin importar cuántas veces los lastimes o los apartes. Se lo debo a tus padres y más importante, se lo debo a Remy a pesar de que el cielo sabe que esto es casi un trabajo de tiempo completo.
Contuve el aliento ante el dolor enceguecedor que me golpeaba el pecho cada vez que alguien mencionaba el nombre de Remy. Mis dedos se abrieron y cerraron involuntariamente sobre el vaso de café y le clavé los ojos, lleno de ira.
–Remy no me perseguiría para que sea para ellos algo que no soy. Nunca estuvieron satisfechos conmigo, y nunca lo estarán. Él comprendía eso mejor que nadie y se esforzaba por ser lo que yo jamás sería.
Suspiró y se detuvo en el camino de entrada, detrás del vehículo todoterreno de mi padre.
–La única diferencia entre tú y Remy es que él se dejaba amar, mientras que tú –empujó la portezuela de su lado y me miró a través del espacio que nos separaba–… te has dedicado siempre a que todos los que te aman tengan que probártelo más allá de toda posible duda. Nunca has querido que sea fácil amarte, Rule, y te aseguras de que nadie lo olvide.
Cerró la puerta con tanta fuerza que hizo que mis dientes se aflojaran y que mi cabeza volviera a retumbar. Habían pasado tres años. Tres años de soledad, de vacío y dolor desde que los hermanos Archer dejaran de ser un trío para ser un dúo.
Con Rome éramos buenos compañeros. Él es fantástico y ha sido mi modelo en cuanto a ser híper cool y un sinvergüenza, pero Remy era mi otra mitad, tanto figurativa como real. Era mi gemelo, la luz a mi oscuridad, lo fácil a mi difícil, la alegría a mi angustia, lo perfecto a mi oh tan fallado, y sin él soy solo la mitad de la persona que jamás seré. Tres años desde que lo llamé en el medio de la noche para que me fuera a buscar a una fiesta absurda, porque estaba demasiado borracho para conducir. Tres años desde que abandonó el apartamento que compartíamos para ir a rescatarme, sin hacer preguntas, porque eso era lo que él hacía. Tres años desde que perdió el control de su automóvil en la lluviosa y resbaladiza I-25, y se incrustó debajo de un acoplado, a más de ciento treinta por hora. Tres años desde que en el entierro, mi madre, con lágrimas en los ojos me dijo: “debiste haber sido tú”, mientras bajaban a mi gemelo a la tierra.
Tres años, y la sola mención de su nombre era todavía suficiente para ponerme de rodillas, en especial cuando lo decía la única persona en el mundo que Remy amó tanto como a mí.
Remy era todo lo que yo no era: ordenado, bien vestido, de pelo corto, y le interesaba obtener una educación y asegurarse un futuro. La única persona en el planeta lo suficientemente buena y elegante como para equiparar su increíble magnificencia era Shaw Landon. Desde el primer día que la llevó a casa fueron inseparables. Ella tenía catorce años e intentaba escaparse de la fortaleza de los Landon. Él insistía con que eran solo amigos, que la quería como a una hermana, que solo deseaba protegerla de su espantosa y árida familia, pero su trato para con ella era reverente y amoroso. Yo sabía que él la amaba, y como Remy no podía hacer nada mal, Shaw se convirtió rápidamente en un miembro honorario de mi familia. Aunque me indignara, ella era la única que comprendía, de verdad, la profundidad de mi dolor por la muerte de Remy. Necesitaba un par de minutos para recomponerme así que terminé mi café y abrí la portezuela. No me sorprendió ver a una figura alta pasando junto al todoterreno, mientras yo salía con dificultad del auto deportivo.
Mi hermano mide unos centímetros más que yo y su contextura física es la de un guerrero. Su cabello castaño oscuro estaba cortado en el típico estilo militar y sus ojos celestes, del mismo tono helado que los míos, se veían cansados al forzar una sonrisa para mí.
Dejé escapar un silbido porque su brazo estaba enyesado y en cabestrillo, tenía una bota ortopédica en un pie y una línea de puntos le atravesaba la frente y una ceja. Era evidente que la misma máquina bordeadora que había atacado mi pelo, también había pasado por encima de él.
–Se te ve bien, soldado.
Me envolvió en un medio abrazo y me dolió por él cuando sentí su cuerpo vendado, indicando que sus heridas iban más allá de unas cuantas costillas rotas.
–Tan bien como me siento, y tú pareces un payaso saliendo de ese auto.
–No importa cómo esté, siempre parezco un payaso junto a esa chica.
Estalló en una carcajada y pasó una mano callosa por mi cabellera erizada.
–¿Todavía se comportan como enemigos mortales?
–Más como conocidos incómodos. Sigue siendo tan correctita y prejuiciosa como siempre. ¿Por qué no me llamaste o me enviaste un e-mail para avisarme que te habían herido? Me tuve que enterar por Shaw, en el trayecto.
Empezamos a caminar despacio hacia la casa y lanzó una maldición. Me alteraba verlo moverse con tanta dificultad y me pregunté si el daño no era más serio de lo que se veía.
–Quedé inconsciente después de volcar con el Hummer. Pisamos una bomba casera y fue bravo. Estuve en el hospital una semana con el cerebro hecho papilla y cuando me desperté, debieron operarme el hombro así que anduve medio drogado. Llamé a mamá y supuse que te avisaría, pero supe que, como es habitual, no estabas disponible cuando lo hizo.
Me encogí de hombros y extendí una mano para ayudarlo cuando tropezó con los escalones de la entrada.
–Estaba ocupado.
–Eres obstinado.
–No tanto. Vine, ¿no? Hasta hoy, ni sabía que estabas de regreso.
–Por el único motivo que estás aquí es por esa chica que está decidida a mantener a la familia unida más allá de que seamos sus parientes o no. Ve y compórtate bien, de lo contrario te patearé el trasero, con brazo roto y todo.
Mascullé unas palabras selectas y entré a la casa detrás de mi hermano. Sin lugar a dudas, el domingo era mi peor día.
Shaw
Cerré la puerta del baño con un suave clic y corrí el cerrojo. Me apoyé, exhausta, contra el lavabo y me pasé las manos por el rostro. Me temblaban. Cada vez se me hacía más y más difícil traer a Rule a estas reuniones familiares. Me iba a provocar una úlcera, y si debía cruzarme una vez más con una de sus conquistas pasajeras, no podía asegurar que saldría de ese apartamento sin cometer un homicidio.
Me di vuelta para echarme un poco de agua fría en la cara y pasé el pesado telón de mi pelo rubio hacia atrás, por encima del hombro. Debía recomponerme porque lo último que quería era que Margot o Dale –o incluso Rome– notaran que algo andaba mal. Rome era una de las personas más observadoras que conocía y me daba la impresión de que aun drogado y dolorido, no se le escaparía nada si se trataba de su hermano y de su hermana, ya que por asociación, yo había caído en la categoría de hermanita menor, sustituta.
A medida que pasaba el tiempo, se me complicaba aún más estar con Rule; no solo porque verlo me recordaba todo lo que yo ya no tenía, también porque era con lo que lidiaban Margot y Dale, aunque el insensible e infeliz no se compadeciera mucho de sus padres. Sucedía que Rule era complejo: un descarado, mal hablado y descuidado que, la mayor parte del tiempo no pensaba en nadie más que en él, además de ser malhumorado, y en general, un total dolor en el trasero. Pero cuando quería, era encantador y ocurrente, un artista brillante y la mayoría de las veces, la persona más interesante, sin importar donde estuviera. He estado locamente enamorada de él desde los catorce años. Es cierto que quería a Remy, lo quería como a un hermano, como el mejor amigo y el protector consumado que era, pero amaba a Rule como si fuera mi misión en la vida. Lo amaba como si fuera algo inevitable, más allá de cuánto me advirtieran que era una pésima idea, que haríamos una pareja desastrosa, que podía ser un desalmado cretino. Pero no me lo podía quitar de la cabeza. Así que, cada vez que debía enfrentar el hecho de que él solo me veía como a alguien que le hacía de chofer, perdía un trozo más de mi malherido corazón.
Mi familia es un desastre mayúsculo y, de no haber sido por los Archer y todo lo que hicieron por mí, no habría salido adelante. Remy me tomó bajo su ala protectora cuando era una adolescente solitaria y sin amigos. Rome juró romperle los huesos al primer chico que me hiciera llorar por no corresponder a mis sentimientos. Margot me llevó de compras para las fiestas del colegio cuando mi propia madre se desentendió, ocupada como estaba con su nuevo marido. Dale me llevó a la Universidad de Colorado-Boulder y me ayudó a reducir, de manera lógica y racional, la lista de carreras posibles. Y Rule, bueno, Rule era la prueba constante de que el dinero no puede comprar todo lo que necesitas y más allá del esfuerzo que hiciera por ser perfecta, nunca era suficiente.
Solté la respiración que había estado reteniendo por lo que se sentía como más de una hora y con una toalla de papel, me limpié las manchas negras debajo de los ojos. Si no bajaba pronto al comedor, Margot era capaz de venir a buscarme y no tenía una excusa razonable para explicarle por qué estaba desencajada, en el baño. Busqué una banda elástica en mi bolsillo y me sujeté el cabello en la nuca, me puse un poco de brillo y me amonesté en silencio, recordándome que había hecho esto un millón de domingos, y que este no era diferente.
Justo cuando salía al vestíbulo, sonó mi teléfono y me costó reprimir un gruñido al ver que se trataba nuevamente de Gabe. Desvié la llamada al contestador y me pregunté, por enésima vez durante el último mes, por qué había perdido más de un segundo con ese pomposo engreído. Era demasiado consentido, demasiado posesivo, demasiado superficial, y evidentemente le importaban más mis blasones y la fortuna de mis padres que yo.
Ni siquiera me interesaba salir con él, ni con nadie, pero mis padres me habían forzado y, como siempre cuando me presionan, cedí y terminé pasando más tiempo con él del que hubiera deseado. Lo soporté más de lo que creí poder. Después de todo, Gabe estaba más interesado en sí mismo que en mí. No fue hasta que empezó a querer más, poniéndome sus manos donde yo no las quería para nada, que corté el cordel. Desafortunadamente, ni él ni mis padres parecían haber entendido el mensaje y en estas dos semanas me bombardearon con llamadas, e-mails y textos. Era fácil eludir a Gabe, pero no tanto a mi mamá.
Estaba metiendo el celular en mi bolsillo trasero cuando una voz serena me detuvo.
–¿Qué pasa, pequeña? ¿Estuve ausente un año y medio, y todo lo que recibo es un rápido beso en la mejilla antes de que desaparezcas? ¿Dónde están esas lágrimas de emoción, esa escena de alegría por mi regreso sano y salvo? ¿Qué sucede dentro de ese complejo cerebro tuyo? Porque percibo que algo bulle ahí.
Reí entrecortadamente y dejé caer mi frente sobre el sólido pecho frente a mí. Aun maltrecho y lastimado, Rome era el tipo de hombre que se interponía entre la gente que amaba y cualquier cosa que pudiera lastimarla. Me dio unas palmadas en la cabeza y apoyó una mano pesada en mi nuca.
–Eché de menos tu linda carita, Shaw; no tienes idea de lo bueno que es estar de nuevo en casa.
Me estremecí levemente y, con cuidado, para no hacerle doler, le pasé el brazo por la cintura y le di un suave apretón.
–Yo también te extrañé, Rome. Estoy estresada, eso es todo. Estudio mucho, trabajo entre tres y cuatro noches por semana y mis padres no me dan paz con un chico con el que acabo de cortar. Ya sabes que adoro que estemos todos juntos. Pensé que a tu mamá le iba a dar un ataque cuando me llamó para decirme lo que te había pasado. Estoy tan feliz de que estés bien. No creo que esta familia pueda superar la pérdida de otro hijo.
–No, seguramente no. No puedo creer que el idiota de mi hermano todavía te tenga haciendo de chofer.
Enlacé mi brazo al suyo y empezamos a caminar hacia el comedor.
–Es la única manera de que venga. Si yo no pudiera venir, por la universidad o porque surge algo, él simplemente no vendría. Cuando voy a buscarlo, la mayoría de las veces ni sabe qué día es y tiene que apresurarse y llegar a los tropezones a la puerta. Hoy fue un ejemplo perfecto de eso. Si me presento, se siente obligado a venir, sea lo que sea que está haciendo... o con quién esté.
Rome maldijo entre dientes.
–Ser amable con mamá y papá, una vez por semana, no mataría a ese inmaduro. Y tampoco debería necesitar que le hagas de niñera.
Levanté los hombros porque ambos sabíamos que cada hermano Archer tenía un rol. Remy había sido el hijo bueno, con las mejores calificaciones, el futuro estudiante universitario en la Liga Ivy. También le había tocado ocuparse de mantener a Rule fuera de la cárcel e interceder cuando su gemelo se metía en problemas de los que no podía salir con su encanto. Rule era el indisciplinado y rebelde, el que vivía intensamente y no daba explicaciones a quienes podía ofender o lastimar en el camino. Rome era el jefe y los mellizos lo idolatraban y lo seguían adonde fuera, bueno o malo, porque bien sabía el cielo que con lo apuestos que eran, había mucho, mucho malo en el trayecto. Con la desaparición de Remy, no era de sorprender que al hermano que le quedaba y a mí nos correspondiera el rol de custodios, encargados de que Rule mantuviera un rumbo más o menos certero.
–Es lo menos que puedo hacer por Margot y Dale, considerando todo lo que han hecho por mí sin pedir nada a cambio. Sufrir la ira de Rule una vez por semana es un sacrificio fácil de hacer.
Algo relampagueó en sus ojos, tan similares a los de su hermano que a veces era doloroso verlos. Rome no era ningún tonto y no me extrañaría que supiera más de lo que yo confesaba, aunque tratara de ocultarlo.
–Es solo que no quiero que seas el blanco de Rule cuando hace de Rule. Mamá debe dejar ese modo que tiene, y él también. Ya estamos grandes y la vida es demasiado corta para que debas ser la mediadora entre los dos.
Suspiré y bajé la voz al aproximarnos a la entrada del comedor. La mesa estaba lista y todos ocupaban sus lugares habituales. Dale a la cabecera, Margot a su derecha y Rule en un asiento del otro lado de la mesa, lo más lejos posible de sus padres.
–Mamá debe superar que él jamás será Remy, y él debe dejar de provocarlos adrede para convencerlos de eso –prosiguió–. Mientras ninguno aprenda a perdonar, todo seguirá como hasta ahora.
Me dio un beso ultra leve en la sien y un suave apretón.
–Creo que ninguno de ellos se da cuenta de la suerte que tienen de tenerte, pequeña –concluyó.
Lo solté y fui hasta mi lugar entre Margot y Rule. Evité una mueca de dolor al ver que él me dedicaba una mirada filosa: estaba seguro de que Rome y yo habíamos estado hablando de su comportamiento. Me ubiqué en mi asiento y le sonreí a Dale cuando me empezó a llenar el plato de la comida típicamente abundante. Me disponía a preguntarle a Rome qué pensaba hacer con su tiempo libre cuando Margot me desconcertó con su baldazo de agua.
–¿Sería mucho pedir que vinieras a almorzar en una camisa con botones y un par de pantalones que no parezcan comprados en una tienda de segunda mano? Quiero decir, tu hermano tiene varios huesos rotos y sufrió un accidente terrible, y aun así se las arregla para estar más entero que tú, Rule.
Debí morderme la lengua para no decirle que lo dejara en paz. Sobre todo, porque se suponía que estas reuniones familiares eran informales y divertidas. Si yo me hubiera presentado en jeans y una camiseta, no habría ni pestañado, pero como se trataba de él, lo tomaba como un ataque directo a su persona.
Comió un poco de tocino del plato que le pasé y ni siquiera se molestó en responderle. En lugar de eso, se volteó hacia Rome y le preguntó qué planes tenía durante su licencia. Rule quería que pasara una semana con él y Nash en la ciudad. Vi que Margot se ponía rígida ante su indiferencia y que Dale fruncía el entrecejo. Cada domingo era testigo de variantes de esas miradas. Se me cerraba el pecho cada vez, porque Rule era el tipo de persona que se veía bien hasta en una camisa arrugada y jeans gastados, como fuera. Lo mismo ocurría con la cantidad de tatuajes que lo cubrían de pies a cabeza y con el metal que adornaba su rostro aquí y allá. No se podía negar que era un tipo guapo, honestamente, pero era complicado y su belleza quedaba sepultada y camuflada debajo de cosas que era difícil pasar por alto. De todos los hermanos, tiene los ojos azules más fríos y su pelo, incluso con tintura violeta, verde o azul, es el más brilloso y tupido. Aun con todos los colores del arcoíris en su piel, de los tres, Rule fue siempre el que atraía a todas las chicas. Como a la morena que estaba en Starbucks. Se llamaba Amy Rodgers y, con sus amigas porristas, me atormentaron durante los cuatro años de la secundaria. Salía con deportistas y tipos que sangraban en azul, no con rockeros mohicanos con piercings en labios y cejas, pero ni ella pudo resistirse a lo que era Rule en su magnética gloria.
–¿Y qué te has hecho en el pelo, hijo? –preguntó Dale–. Un color natural sería un cambio beneficioso, en especial ahora que estamos todos juntos y que tenemos la suerte de que tu hermano esté de regreso.
Contuve un gemido y en silencio sujeté la fuente de frutas que me pasó Margot. Ahora que lo atacaban en equipo no había forma de que no reaccionara. Habitualmente, ignoraba a su madre y le respondía con una sola palabra a Dale, pero que lo interrumpieran y lo atacaran de ambos flancos cuando estaba tratando de ponerse al día con Rome, era demasiado. En el mejor de los días, su límite de tolerancia era más que bajo, pero acorralado, con resaca y esforzándose de mala gana por ser amable, no había forma de evitar que estalle. Le eché una mirada de pánico a Rome a través de la mesa, pero antes de que pudiera intervenir, la voz de Rule sonó como un latigazo verbal.
–Bueno, pa, el púrpura está en toda la naturaleza así que no sé de qué estás hablando, y en cuanto a mi ropa, supongo que podemos estar agradecidos de que me haya molestado en ponerme pantalones considerando el estado en el que me encontró Shaw esta mañana. Ahora, si han terminado los dos de criticar cada cosa que hago, ¿puedo continuar mi conversación con mi hermano a quien no he visto en más de un año y que está aquí a pesar de que lo voló una bomba?
Margot exclamó y Dale apartó la silla de la mesa. Incliné la cabeza hacia adelante y masajeé mis ojos donde latió una incipiente jaqueca.
–Una tarde, Rule, una sola maldita tarde. Eso es todo lo que te pedimos –Dale se marchó, furioso y Margot no perdió tiempo en romper a llorar. Hundió su rostro en la servilleta y yo extendí un brazo para palmearla torpemente en el hombro.
era