FRANÇOIS-RENÉ DE CHATEAUBRIAND
Memorias de Ultratumba
El Genio del Cristianismo
(selección)
Selección y traducción de Rafael Gómez Pérez
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2014 de la versión española y de la introducción, realizada por
RAFAEL GÓMEZ PÉREZ by EDICIONES RIALP, S.A.,
Alcalá, 290 - 28027 Madrid
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Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4377-9
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE. MEMORIAS DE ULTRATUMBA
1. EL HOMBRE Y EL ROMÁNTICO
LAS MEMORIAS
EN LA ESCUELA, LOS NIÑOS
PRIMERA COMUNIÓN
CARÁCTER, GENIO
INSATISFACCIÓN
LA MUJER IMAGINADA
HABLAR CON LA LUNA
PERSEGUIDO
FINAL
SOY YO
2. SU MUJER, SU MADRE
3. CONSIDERACIONES SOBRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD
CONDICIÓN HUMANA
BARBARIE ILUSTRADA
PROGRESO Y RETROCESO
VIEJA Y NUEVA EUROPA
RELIGIÓN Y LIBERTAD
DINERO
EL FUTURO DE LA SOCIEDAD EUROPEA
4. LA REVOLUCIÓN
LA SONRISA DE MARÍA ANTONIETA
ENTENDER LA REVOLUCIÓN
LIBERTAD Y BARBARIE
5. RETRATOS
EVOCACIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
VOLTAIRE
MIRABEAU
FOUCHÉ
TALLEYRAND Y FOUCHÉ
MARAT
DANTON
ROBESPIERRE
NAPOLEÓN13
6. LA RETIRADA DEL EJÉRCITO FRANCÉS EN RUSIA
SEGUNDA PARTE. EL GENIO DEL CRISTIANISMO
1. APOLOGÍA DEL CRISTIANISMO
2. BELLEZA DEL MISTERIO
3. LA SOBERBIA
4. PECADO ORIGINAL
5. ARMONÍA NATURAL, DESORDEN HUMANO
6. LA NATURALEZA CANTA A DIOS
7. EL ANSIA DE FELICIDAD
8. DOS CLASES DE ATEÍSMO
9. RELIGIÓN Y PASIONES
10. LA AMISTAD
11. RELIGIÓN, MELODÍA Y SILENCIO
12. CIENCIAS Y LETRAS
13. PASCAL
14. SAN AGUSTÍN
15. JESUCRISTO
16. CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
Haría falta un genio algo parecido al de Chateaubriand para trazar en pocas páginas un perfil satisfactorio de uno de los grandes escritores franceses e incluso de cualquier tiempo y lugar. Las Memorias de Ultratumba son, entre otras cosas, una extensa y detallada autobiografía, una crónica de unos tiempos decisivos en la historia de Europa y, sobre todo, una singular muestra de maestría de estilo.
TESTIGO DE SU ÉPOCA
Chateaubriand fue un testigo inteligente de un tiempo apasionante: Revolución francesa, Napoleón, esperanzadas y, en sus resultados, anodinas restauraciones borbónicas. Vivió lo suficiente como para atisbar nuevos tiempos, pero murió el mismo año, 1848, de una nueva revolución casi triunfante en Europa, el mismo año en que Marx y Engels publicaron el Manifiesto comunista, que pasó entonces inadvertido.
Católico por nacimiento y por educación, y más profundamente después de una conversión, Chateaubriand defendió públicamente las verdades cristianas como nadie en su época, aun cuando, en lo moral, se enredara una y otra vez en líos amorosos, ante el silencio abnegado de su mujer, Céleste Amable Buisson de la Vigne, con quien se casó a los veinticuatro años. No tuvieron hijos.
Había nacido en Saint-Malo, ciudad bretona, el 4 de septiembre de 1768, de familia noble, de la que heredó el título de Vizconde. Su padre murió en 1786, cuando él contaba dieciséis años. Ese mismo año Chateaubriand ingresa en el ejército del Rey con el grado de subteniente. Al año siguiente está en París, y desde 1789 a 1791 presencia los avatares de la Revolución.
Huyendo de la quema, viaja a Estados Unidos, donde conoce a Washington, del que tuvo siempre una favorable opinión. La estancia americana dura cinco meses y en diciembre de 1791 está de nuevo en París, pero pronto emigra a Bruselas para formar parte del ejército contrarrevolucionario. Es herido en el sitio de Thionville y en 1793 deja el ejército y se traslada a Londres. Allí se entera de que su hermano Jean-Baptiste, yerno de Malesherbes —un liberal, protector de los enciclopedistas— es guillotinado a la vez que su suegro.
En 1798 muere su madre. Al año siguiente su hermana Julie. Regresa a Francia en 1800 y en 1801 publica la novela Atala, que le hace famoso. Fama que aumenta en 1802 con la aparición de El Genio del Cristianismo.
Trabaja en un cargo diplomático en Roma para Napoleón, en 1803, pero en 1804 renuncia a un nuevo nombramiento en Suiza en protesta por el asesinato del duque de Enghien, ordenado por el Emperador. Ese mismo año muere, loca, su hermana Lucile. Entre 1794 y 1804 ha perdido a su hermano, a su madre y a sus dos hermanas.
En 1805 publica, por separado, otra novela romántica, René, que ya incluyó en El Genio del Cristianismo. De nuevo viaja. Esta vez a Jerusalén, pasando por Venecia, Grecia, Constantinopla y Chipre, lo que contará en Itinerario de París a Jerusalén (1811).
En 1807 se instala en una residencia campestre, cerca de París. Dos años después publica Los mártires. Crece su fama y en 1811 es elegido miembro de la Academia Francesa, pero Napoleón ordena que no se le permita pronunciar el discurso de ingreso.
Cuando Napoleón cae, Luis XVIII lo nombra embajador en Suecia; después, ministro de Estado y par de Francia. Pero es crítico con la gestión de la Restauración —tema de su folleto La monarquía según la Carta— y en 1820, quizá para que no moleste dentro del país, el rey lo nombra embajador en Berlín y después (1822) en Londres. En 1823, como Ministro de Exteriores, es uno de los autores de la intervención francesa en España para restaurar en el poder a Fernando VII —del que, a pesar de eso, tiene una pésima opinión— en lo que se conoce como Los cien mil hijos de San Luis. Al año siguiente cae en desgracia ante la Corte y dimite.
Con el sucesor de Luis XVIII, Carlos X, es nombrado en 1828 embajador en Roma, pero dimite al año siguiente. Se muestra contrario a la revolución de 1830, que lleva al trono a Luis Felipe de Orleans. Va a Suiza pero en 1832 es detenido y procesado como conspirador a favor de los Borbones. Se le absuelve al año siguiente.
Tiene ya sesenta y cinco años y ha acabado su vida política activa. Publicará desde entonces —a la vez que sigue trabajando en las memorias, que empezó en 1811— Ensayo sobre la literatura inglesa, El Congreso de Verona y la guerra de España y Vida de Rancé. En 1847 muere su mujer. Al año siguiente, el 4 de julio, él.
ROMÁNTICO
El romanticismo, más o menos anticipado en autores antiguos, irrumpe en el último tercio del XVIII —el Werther, de Goethe, es de 1774— y ya no abandona nunca la cultura occidental. Por lo menos, el romanticismo es una etapa de la vida, de cualquier vida. Ese es su secreto. Ligado inseparablemente al amor, todavía hoy se califica de «comedia romántica» aquella en la que se ve surgir el mutuo sentimiento de amor.
Juan Ramón Jiménez titula Rimas su primer libro de poemas, en 1902, evocando a Bécquer y por el contenido claramente romántico de la obra. «Románticos somos... ¿Quién que Es, no es romántico?», escribió Rubén Darío en Canción de los pinos. Machado deja la duda, «¿Soy clásico o romántico?...», en su autorretrato.
François-René de Chateaubriand tenía solo seis años cuando Goethe publicó el Werther. Sin saberlo él, se iba a convertir en uno de los más destacados románticos: baste para comprobarlo, los textos incluidos en esta selección sobre su imaginaria construcción de una mujer ideal. Pero fue también romántico en sus pasiones, en sus viajes —como Byron—, en sus cambios de humor, en su reivindicación de la Edad Media, en su amor por la libertad. Un romántico que conocía perfectamente la tradición clásica, de la que se sentía deudor. Aportó una claridad de escritura, unida a una profundidad de observación, que han hecho que se le siga leyendo con un vivo interés.
Víctor Hugo (1802-1885), que tenía cuarenta y seis años cuando Chateaubriand murió, había expresado desde su juventud esta aspiración: «Seré Chateaubriand o nada».
Marcel Proust (1871-1922) debe mucho a su infatigable y apasionada lectura de Chateaubriand.
De Roland Barthes (1915-1980), en su día icono de la Modernidad, se publicó póstumamente, en 1987, Incidents. En una de sus partes Soirées de Paris, escribe: «Siempre esta idea: ¿y si los Modernos estuvieron equivocados?». La idea le viene al dejar de leer, por aburrimiento, una obra «moderna», regresar a la lectura de Chateaubriand y comprobar que allí estaban el ingenio, el sentimiento y el genio.
Roland Barthes está hoy más o menos olvidado, pero no Chateaubriand. Sus Memorias de Ultratumba se siguen publicando en muchos idiomas. El Genio del Cristianismo, de lectura más difícil, porque es más retórica, está llena, como siempre en él, de aciertos literarios, de una belleza que salta desde las líneas a los ojos. Pero es una obra que se ha quedado en gran parte antigua y carece de la perspicacia y el detalle de las Memorias. Mucha mejor fortuna han tenido las dos novelas cortas —Atala y René— que, de forma algo incomprensible, Chateaubriand incluyó en El Genio del Cristianismo, aunque fueron también publicadas por separado.
Las dos —las Memorias y El Genio— son obras extensas y la vista de su volumen puede echar para atrás a muchos lectores. De ahí la idea de esta selección que puede servir como ánimo e introducción a una lectura completa.
Las Memorias se dividen en cinco partes con cuarenta y tres libros correlativos y estos divididos en capítulos. En esta selección, detrás de cada texto, la primera cifra indica el libro y la segunda el capítulo. El Genio del Cristianismo se divide en cuatro partes, cada parte en libros y estos en capítulos. En esta selección cada texto está indicado con tres cifras, que corresponden a parte, libro y capítulo.
Rafael Gómez Pérez
PRIMERA PARTE
MEMORIAS DE ULTRATUMBA