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HISTORIA JUDÍA, RELIGIÓN JUDÍA

EL PESO DE TRES MIL AÑOS

Israel Shahak

Traducción de

Juan Aranzadi y Celia Montolío

Israel Shahak (1933-2001) nació en Varsovia de padres judíos ortodoxos y sionistas. Tras sobrevivir al internamiento en los campos nazis de Poniatowo y Bergen-Pelsen, emigró a Palestina en 1948 y allí se convirtió –según sus propias palabras– en «parte integral del establishment» del Estado de Israel. Hasta su jubilación fue profesor de Química orgánica en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

A través de conferencias y artículos en los más prestigiosos diarios occidentales Shahak adquirió una notable presencia como intelectual enfrentado a la política expansionista israelí, un enfrentamiento que se intensificó a partir de la guerra de 1967 y la subsiguiente ocupación israelí de Cisjordania y Gaza. Presidente desde 1970 de la Liga de Derechos Humanos y Cívicos, Shahak simultaneó la defensa práctica en Israel de los derechos de todos los ciudadanos (judíos, cristianos, musulmanes, árabes, drusos, etc.) con la investigación histórica y la reflexión teórica sobre el sionismo y el judaísmo.

Número 1

EDITA A. Machado Libros

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Título original: Jewish History, Jewish Religion

Los capítulos 2, 3, 4 y 5 fueron publicados por primera vez en la revista «Khamsin»

y han sido reproducidos con su permiso.

Esta traducción ha sido editada en acuerdo con Pluto Press Ltd., London

© del prólogo: Gore Vidal, 1994

© Edward Said, 1997

© de la traducción: Juan Aranzadi y Celia Montolío

© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

REALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-178-5

Índice

Semblanza del autor

Prólogo de Gore Vidal a la primera edición (1994)

Prólogo de Edward Said a la segunda edición (1997)

Capítulo 1. ¿Una utopía cerrada?

Capítulo 2. Prejuicio y prevaricación

Capítulo 3. Ortodoxia e interpretación

Capítulo 4. El peso de la historia

Capítulo 5. Las leyes contra los no-judíos

Capítulo 6. Consecuencias políticas

Semblanza del autor

Juan Aranzadi y Celia Montolío

Cuando esperábamos recibir la definitiva confirmación de que Israel Shahak estaba preparando un prólogo para la edición española de su libro Jewish History, Jewish Religion, tarea para la que había mostrado su mejor disposición, la editorial inglesa Pluto Press nos comunicó la triste noticia de que el día 2 de julio del 2001, a la edad de 68 años, había fallecido a consecuencia de una complicación de su diabetes. Como pobre sustitución de ese proyectado y ya imposible prólogo, nos ha parecido necesario ofrecer al lector español algunas informaciones básicas acerca de la personalidad y la obra de un autor cuya importancia para comprender el complejo conflicto de Oriente Medio no cabe exagerar.

Israel Shahak nació el 28 de abril de 1933 en Varsovia, Polonia, el vástago más joven de una familia próspera y cultivada de la clase media judía. Su padre y su madre eran judíos ortodoxos que se hicieron sionistas y dieron a sus hijos una esmerada educación tanto religiosa como laica, en polaco y en hebreo, prohibiéndoles hablar yiddish. Hasta tal punto llegaba la preocupación del padre por la educación que, cuando la ocupación nazi de Polonia (1940) recluyó a la familia en el ghetto de Varsovia, se esforzó por buscar para sus hijos hasta un profesor de ajedrez.

La familia no tardó en desmembrarse: el hermano mayor de Israel logró huir de Varsovia y se acabó incorporando a la Royal Air Force; murió combatiendo en el Pacífico. Tras la represión nazi de la insurrección del ghetto de Varsovia en la primavera de 1943, Israel Shahak y sus padres fueron trasladados al campo de concentración de Poniatowo, del que su madre logró escapar junto con él, abriéndose paso mediante sobornos hasta un registro para ciudadanos judíos de países extranjeros; el padre, del que habían sido separados en Poniatowo, «desapareció» para siempre.

La madre pagó para esconder a Israel durante un tiempo en el seno de una familia católica pobre, pero, cuando ya no pudo seguir pagando, madre e hijo volvieron a reunirse. Pronto fueron detenidos de nuevo y enviados juntos, a finales de 1943, al campo de exterminio de Bergen-Belsen. Aunque no llegaron a verse sometidos a los procedimientos de «selección» que llevaban a las cámaras de gas, Israel Shahak siempre recordaría haber contemplado, a los 11 años, montones de cadáveres desnudos arrastrados diariamente al crematorium. Israel Shahak estaba al borde de la muerte por inanición cuando él, su madre y el resto de supervivientes de Bergen-Belsen fueron liberados por las tropas norteamericanas en abril de 1945.

En la breve rememoración de su infancia en Polonia bajo el nazismo que escribió para The New York Review of Books, Israel Shahak se recuerda a sí mismo escuchando una conversación entre varios trabajadores polacos durante los días que permaneció en el «lado gentil» de Varsovia: discutiendo la situación, un joven defendía a los alemanes señalando que estaban limpiando Polonia de judíos, cuando otro le interrumpió con la pregunta: «¿Acaso no son también seres humanos?» Israel Shahak nunca olvidaría aquella frase: la defensa de los derechos humanos de todas las personas, de cualquier etnia, religión o condición social, fue el norte ético de su vida.

Otro acontecimiento de esos años que había de marcar su futuro fue una «experiencia interior» que Shahak describe como una auténtica «conversión»: en 1946, a la edad de 13 años, decidió examinar científicamente las pruebas a favor y en contra de la existencia de Dios, convirtiéndose en consecuencia, desde entonces y para siempre, en un racionalista ateo de estricta observancia.

En 1948 Shahak y su madre emigraron a Palestina cuando esta estaba todavía bajo mandato británico, poco antes de la proclamación del Estado de Israel. Rechazado inicialmente como voluntario para un kibbutz por ser «demasiado debilucho», se fue convirtiendo poco a poco en un ciudadano israelí modelo: logró vivir en un kibbutz; hizo el servicio militar en un regimiento de élite; cumplió siempre con sus obligaciones como reservista durante su vida adulta; estudió Ciencias Químicas en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde se doctoró en 1961; fue asistente, discípulo y amigo de Ernest Bergmann, director de la Comisión de Energía Atómica de Israel; en suma, se convirtió, según sus propias palabras, en «parte integral del establishment israelí»1.

El progresivo distanciamiento de Shahak respecto al establishment israelí y el sionismo se inició en 1956, durante la guerra de Suez: «Fue un gran shock descubrir que Ben Gurion había mentido, porque realmente creí, cuando el ejército me movilizó, que se trataba de una guerra de defensa. Pero entonces llega él y dice que es una guerra para restablecer el Reino de David y Salomón, y que el Sinaí no es parte de Egipto. Vi que tendría que oponerme a esa idea mesiánica, y todavía considero que es ese el rasgo principal de mi oposición a la política israelí»2.

Los pasos siguientes fueron consecuencia de su «experiencia americana» durante los dos años (1961-1963) que pasó en la Stanford University de California haciendo trabajo postdoctoral en Química. «Allí descubrí –explica Shahak– que, en contra de todo lo que me habían enseñado durante mi educación en Israel, los judíos americanos ni eran anormales ni cultivaban forma alguna de perversidad o locura. Yo había creído seriamente que los judíos que no vivían en una sociedad judía no podían ser normales y sanos. Eso es lo que los sionistas enseñan e intentan hacer creer a los judíos. La educación judío-israelí se basa todavía en la noción de que solo los judíos en la sociedad judía de Palestina son seres humanos sanos, mientras que todos los demás judíos son anormales o medio anormales. Los israelíes que emigran también se perturban, según dice Rabin con frecuencia. En segundo lugar, también me enseñaron a creer que todos los no- judíos son antisemitas por naturaleza. Y puesto que yo no había visto muchos no-judíos hasta 1961, cuando ya tenía 28 años, dado que la gente joven tiende a creer lo que le enseñan, seguí creyéndolo incluso después de 1956, aunque con algunas reservas. Al poco de vivir en Estados Unidos llegué rápidamente a la conclusión de que este segundo punto era también una gran mentira. Por consiguiente, hasta hoy, mi oposición básica al sionismo descansa en algo más profundo que en una reacción a lo que el sionismo les está haciendo a los palestinos o a los árabes. Me habría opuesto al sionismo incluso si el Estado judío hubiera sido fundado sobre una isla desierta que hubiera emergido de la nada en el océano, porque pienso que sus premisas básicas acerca de los judíos y de la raza humana en su totalidad son incorrectas. Mi actitud hacia los palestinos y los árabes solo se formó después de 1967 y, para ser más precisos, fue mi actitud hacia los árabes la que se formó primero»3.

Pese a su creciente rechazo al sionismo, Shahak nunca se planteó vivir fuera de Israel, y en 1964, tras su breve periplo norteamericano, volvió a su amada Jerusalén, ciudad en la que vivió hasta el final de sus días, en cuya historia y arqueología se convirtió en un experto y en cuya Universidad Hebrea impartió clases de Química Orgánica hasta su retiro de la docencia en 1990. Una apreciable cicatriz en su rostro, obtenida al rescatar a una alumna de las llamas que la rodeaban tras una explosión producida en un laboratorio de química, se convirtió en perenne testimonio de su dedicación docente y personal a sus estudiantes, que le correspondieron en sucesivas ocasiones eligiéndole mejor profesor del año. Como científico hizo importantes contribuciones a la investigación sobre el cáncer y como miembro del staff académico apoyó decididamente, desde los años sesenta, las luchas de los estudiantes palestinos por lograr igualdad de derechos en la Universidad. Después de 1967 participó activamente en las protestas contra el encarcelamiento de estudiantes palestinos en virtud de las disposiciones de detención administrativa establecidas por las leyes de emergencia de la Defensa. Como diría más tarde su amigo Fouzi El- Asmar –a quien Shahak apoyó cuando, bajo esas leyes de emergencia, fue primero encarcelado sin cargos y después mantenido en arresto domiciliario–, fueron muchos los palestinos a quienes su ejemplo obligó a «no generalizar nunca acerca de los judíos».

Christopher Hitchens añade un importante matiz: «Le respetaban no solo por su consistente apoyo contra la discriminación, sino también porque nunca se mostró condescendiente con ellos. Detestaba el nacionalismo y la religión y no ocultó nunca su desprecio por el codicioso entorno de Arafat»4. El componente ético de elemental dignidad y genuino reconocimiento mutuo que siempre presidió la escrupulosa etiqueta con que Shahak trataba a los palestinos se refleja a la perfección en la siguiente declaración a Christopher Hitchens después de 1967: «A partir de ahora solo me reuniré con portavoces palestinos fuera de nuestro país. Tengo algunas críticas severas que presentarles. Pero no puedo hacerlo mientras estén viviendo bajo ocupación y yo pueda “visitarles” como un ciudadano privilegiado»5.

La guerra de 1967 y la subsiguiente ocupación israelí de Cisjordania y Gaza marca un punto de inflexión en la evolución política de Shahak. En tanto que «miembro prominente del establishment israelí», explicó Shahak en 1989 (alegando como iluminadora prueba de esa pertenencia que «a pesar de lo que he hecho y he dicho he sobrevivido, y en Jerusalén, no en el exilio»), «conozco su mentalidad y sus intenciones reales; por eso pude entender inmediatamente, después de 1967, que Israel pretendía quedarse con los territorios ocupados (“redimidos” los llaman los sionistas mesiánicos) y que los Estados árabes nunca se lo permitirían». «En 1967 –confiesa Shahak– no estaba seguro de que existiera el movimiento nacional palestino. Sin embargo, hasta el día de hoy mi más fuerte oposición al sionismo y a la política de Israel se basa en la relación global entre Israel y las naciones árabes de Oriente Medio [...] Más adelante comprendí también que existía el problema palestino, pero todavía pienso que el problema palestino no es el punto clave de la situación en Oriente Medio. El meollo del asunto es la voluntad israelí de dominar la totalidad de Oriente Medio. Los palestinos son solo las primeras víctimas »6. Ese dominio político y económico, que no implica necesariamente anexión territorial, lo buscaría Israel –según Shahak en Open Secrets: Israeli Nuclear and Foreign Policies7– de modo directo e independiente y/o en estrecha colaboración con Estados Unidos.

Pese a no considerar el problema palestino como el principal, Shahak pronto llegaría a la conclusión de que «debe haber un Estado Palestino; puede llegar a nacer con un mínimo derramamiento de sangre o con un máximo derramamiento de sangre, pero incluso si la Intifada fuera derrotada –opinaba Shahak en 1989– eso solo provocaría un retraso»8.

En 1970 Shahak fue elegido presidente de la Liga de Derechos Humanos y Cívicos, organización fundada en 1937 por judíos y árabes para apoyar una huelga de hambre de prisioneros contra la administración colonial británica. Tras languidecer durante largos años, la Liga fue revitalizada en los años sesenta para defender la larga lista de derechos de los no-judíos sistemáticamente violados por el Estado de Israel: limitaciones a la libertad de pensamiento y de expresión, ordenanzas restrictivas sobre el acceso a la propiedad de la tierra, retribuciones desiguales, restricciones laborales y de movimiento, confiscaciones de tierras, destrucciones de casas, encarcelamientos y arrestos domiciliarios sin cargos bajo legislación de emergencia, tortura de prisioneros, castigos colectivos, homicidios, discriminaciones en la educación, limitaciones de la actividad política, privaciones de la ciudadanía, etcétera.

Su actividad en defensa de los derechos humanos y cívicos de todos en Israel obligó a Shahak a profundizar su conocimiento de la sociedad israelí y le hizo acceder a una ingente cantidad de información desconocida fuera de Israel. «Por supuesto –explicaba en 1989–, como presidente de la Liga tengo el deber de dedicar la mayor parte de mi tiempo a luchar contra las violaciones de los derechos humanos, pero también tengo el deber, como ser humano racional, de no olvidar el problema básico»9. Y para Shahak el problema básico, del que deriva la opresión de los palestinos y la voluntad de dominio de Israel en Oriente Medio, es el carácter sionista del Estado judío.

Uno de los puntos de la plataforma electoral de Shahak para acceder a la presidencia de la Liga fue el compromiso de «decir fuera de Israel cualquier cosa que se diga dentro de Israel», rompiendo así un doble tabú: el tabú sionista que considera «dar armas a los enemigos de Israel» el difundir «fuera» las críticas que se toleran «dentro» y el tabú rabínico que excomulga y castiga –con la muerte incluso– al judío que da a los gentiles información que pueda perjudicar a la comunidad judía.

Israel Shahak se dio cuenta desde muy pronto, desde principios de los setenta, de lo poco conocidas que eran fuera del país las violaciones por el Estado israelí de los derechos humanos de los no-judíos en general y de los palestinos en particular, y decidió esforzarse por remediar esa falta de información. Así describe Norton Mezvinsky, el historiador judío-norteamericano que colaboró estrechamente con él en esa tarea10, los motivos y objetivos de Shahak: «Cuando nos encontramos por primera vez en Jerusalén a finales de 1971, insistió en ese punto (la falta de información fuera de Israel, especialmente en Estados Unidos) y argumentó que la difusión de información podía ayudar mucho en la lucha por los derechos humanos de los palestinos. Creía que si más norteamericanos conocieran los hechos algunos de ellos podrían sentirse impulsados a protestar. Si aquellos norteamericanos que ya se sentían concernidos por el compromiso con los palestinos estuvieran mejor preparados y armados con más información, podrían ser más efectivos en su intento de influir en otros. Todo ello, esperaba, podría llevar a que más norteamericanos protestaran contra lo que estaba haciendo el gobierno israelí, lo cual podría llevar al gobierno de Estados Unidos a poner objeciones a algunas de las acciones del gobierno israelí y podría, de rebote, influir en que el gobierno israelí moderase al menos, aunque no suprimiese por completo, algunos aspectos de su opresión. E incluso aunque todo esto no fueran más que buenos deseos que no produjeran los resultados anhelados, el suministro de información podría ser en sí mismo de valor. Me mostré de acuerdo con sus análisis y decidimos actuar juntos. Nuestra campaña de difusión de información en Estados Unidos comenzó activamente con una primera gira de conferencias que organicé para Israel Shahak en 1972. Después vendrían más giras, organizadas por mí y por otros, en las décadas de los setenta y de los ochenta y en los primeros noventa. Durante estas giras dio conferencias a distintos grupos en universidades, iglesias y otras organizaciones e instituciones. También se entrevistó en privado con numerosas personas, incluyendo algunos miembros del Congreso y del Departamento de Estado. En sus charlas, Israel Shahak subrayaba una y otra vez cómo el gobierno israelí denegaba a los ciudadanos palestinos, no-judíos, del Estado judío ciertos derechos reservados a los judíos, y cómo los palestinos que vivían en los territorios ocupados y que no eran ciudadanos eran tratados aún peor»11.

No obstante, quizá la tarea con mayor trascendencia que realizó Shahak en su campaña de difundir información fue la distribución regular en Estados Unidos de traducciones inglesas de artículos cruciales publicados en la prensa israelí escrita en hebreo. Sufragadas por instituciones como el National Council of Churches of Americans for Middle East Understanding, unas pocas publicaciones –como Swasia y Washington Report on Middle East Affairs – publicaron desde mediados de los ochenta los artículos seleccionados, traducidos y comentados por Shahak. Entre 1988 y 1997 Frank Collins, con el apoyo del editor del Washington Report Richard H. Curtis, distribuyó a una creciente lista de suscriptores esas selecciones bajo el título de Translations from the Hebrew Press. Ese mismo origen tiene el Informe de la Liga Israelí por los Derechos Humanos y Cívicos titulado Report: Human Rights Violations during the Palestinian Uprising 1988-89, editado en Estados Unidos por Mezvinsky.

No contento con ello, Shahak hizo un abundante uso de Internet para difundir información: «Año tras año –escribe Alexander Cockburn– aquellos que estaban en la lista de corresponsales electrónicos de Shahak podían obtener, cada pocas semanas, un paquete de unas seis apretadas páginas escritas a un espacio con sus traducciones de la prensa israelí en lengua hebrea, salpicadas con sus propios comentarios acerbos y, con frecuencia, eruditamente divertidos. Cada paquete se concentraba habitualmente en un tema, como la demolición de casas palestinas por los israelíes o la corrupción en el IDF o el Mossad. Leerlas suponía no solo acceder a informaciones enteramente inaccesibles en cualquier publicación de lengua inglesa, sino también darse cuenta de que en periódicos de lengua hebrea como Ha’aretz y Yediot Ahronot había honorables periodistas y editores que no tenían ningún problema para escribir y publicar material que desacreditaba por completo las “verdades oficiales” de Israel tal y como las reciclan amablemente los chicos de la prensa occidental en Jerusalén y Tel Aviv. Estos periodistas podrían haber contratado traductores o incluso haber aprendido hebreo, pero no lo hicieron»12.

Entre aquellos cuyos análisis de los problemas políticos de Oriente Medio se beneficiaron de la correspondencia regular con Israel Shahak y de sus recopilaciones de artículos de la prensa hebrea se encuentran Noam Chomsky y Edward Said. Chomsky, él mismo de ascendencia judía, conocedor «desde dentro» del hebreo, del judaísmo y del sionismo13, reconoce esa deuda en una nota de uno de los libros mejor informados sobre Oriente Medio, The Fateful Triangle: «Me he apoyado extensamente en la obra de concienzudos y valientes periodistas israelíes que han alcanzado y mantenido niveles bastante inusuales en la exposición de hechos desagradables acerca de su propio gobierno y sociedad. Mi experiencia es que no hay nada comparable en otros países [...] Estoy en deuda con varios amigos israelíes, especialmente con Israel Shahak, por haberme suministrado una gran cantidad de material proveniente de esas fuentes, así como esclarecedores comentarios»14.

En cuanto a Edward Said, cuyos análisis enraízan, como los de Shahak, en una trágica experiencia personal del problema de Oriente Medio –aunque vivida, en este caso, desde el otro lado, desde el lado palestino y la condición de exiliado–, véase, además de lo que dice en su Prólogo a esta obra, lo que recoge en la «Nota Bibliográfica» de The Question of Palestine: «Sin duda alguna, el material más impresionante proviniente de Israel procede de un hombre, el profesor Israel Shahak [...] Traduce artículos, ofrece detallados estudios realizados por él mismo y organiza campañas de defensa de los derechos humanos en Israel y en los territorios ocupados. Sus materiales (The Shahak Papers ) se pueden obtener en la Palestine Human Rights Campaign, 1322 18th Street NW, Washington DC 20036; una sola entrega (basada en lo que ocurre durante unas tres semanas) tiene más valor que lo que una combinación cualquiera de periódicos occidentales pueda ofrecer a sus lectores en una década»15.

Sobre esta sorprendente paradoja de que la prensa en hebreo discuta libremente lo que la prensa en inglés omite o censura, merece la pena recoger lo que Shahak y Mezvinsky escriben, en Jewish Fundamentalism in Israel, sobre idéntico fenómeno en el caso de los libros: «Creemos que la gran mayoría de los libros sobre judaísmo y sobre Israel, especialmente los publicados en inglés, falsifican su tema central. La falsificación es a veces resultado de una mentira explícita, pero con más frecuencia se debe a la omisión de hechos importantes que pueden crear lo que los autores consideran una visión negativa de lo que tratan. Muchos de los libros que encajan en esta categoría son comparables a gran parte de la literatura producida en los sistemas totalitarios, ya sean religiosos o seculares y estén o no materializados en un Estado. No negamos que haya libros sobre Israel y el judaísmo publicados en inglés que tengan valor; pueden contener, y con frecuencia contienen, información correcta y valiosa. Hay libros sobre la URSS bajo Stalin o sus sucesores escritos por estalinistas, libros sobre Irán escritos por seguidores de Jomeini y libros sobre el fundamentalismo cristiano escritos por sus seguidores que a menudo contienen información correcta y de valor. Hay muchos otros ejemplos análogos. Lo que habitualmente convierte tales libros en indignos de confianza no es tanto las mentiras cuanto las omisiones deliberadas. Por lo que se refiere al judaísmo y a Israel las omisiones son más descaradas y numerosas en libros publicados en inglés fuera de Israel de lo que lo son en la literatura israelí en hebreo. Las omisiones pertinentes para nuestro tema del fundamentalismo judío se producen por las mismas apologéticas razones que las omisiones literarias en cualquier sistema totalitario. La información libremente disponible en hebreo puede y debe ser usada para corregir la apología por omisión en inglés. La cobertura en hebreo del fundamentalismo judío es más completa y no se ve oscurecida por omisiones porque, como muestra nuestro libro, el fundamentalismo judío plantea una amenaza inmediata a las creencias y al estilo de vida de una mayoría de los judíos israelíes. El fundamentalismo judío, si acrecienta su poder, podría destruir la democracia israelí; este peligro no existe en la diáspora, donde los judíos, aun cuando soporten los peores aspectos del fundamentalismo judío, se benefician de la democracia y del pluralismo. En nuestra opinión, el Estado de Israel tiene defectos cuya causa ha sido y sigue siendo la naturaleza del sionismo y la influencia, tanto abierta como oculta, del fundamentalismo judío. Cambiar la realidad actual del Estado de Israel por un Estado judío fundamentalista de la variedad haredi o de la variedad mesiánica crearía una situación aún peor para los judíos, para los palestinos y quizá para todo el Oriente Medio. Creemos que nuestro libro, basado sobre todo en fuentes hebreas, señala correctamente este peligro por primera vez en inglés»16.

Esa libertad de la prensa escrita en hebreo es uno de los muchos testimonios de algo que Shahak nunca tuvo inconveniente alguno en reconocer: «Israel es todavía una democracia para judíos», le explicaba en 1989 a Richard H. Curtiss17. Pero precisamente por ser una democracia solo para judíos, Israel no es –para Shahak– una democracia. No es, al menos, una democracia tal y como Shahak entiende la democracia: como un Estado que respeta los derechos humanos y cívicos de todos, con igualdad ante la ley y sin discriminaciones por motivos de raza, religión, etnia o cultura.

Y en opinión de Shahak, a medida que la política racista del Estado de Israel hacia los palestinos se intensifica, a medida que la ocupación del territorio palestino busca y encuentra legitimación en la ideología mesiánica del Gran Israel y de la «redención de la tierra judía» –con lo que ello implica de aumento del poder y la influencia del fundamentalismo judío y de los rabinos–, Israel corre un serio peligro de dejar de ser una democracia incluso para los judíos. «Israel no puede seguir siendo un Estado judío, una democracia y un poder ocupante. La discusión en la actualidad (1989) es acerca de cuál de esos tres elementos incompatibles debería retener Israel»18.

Acerca de las relaciones entre democracia y racismo, Alexander Cockburn recuerda una ilustrativa comparación entre Israel y Estados Unidos con la que Shahak acostumbraba a provocar a su auditorio norteamericano: «Pienso que sería bueno para los americanos que se preguntaran una vez al año si los Estados Unidos eran una democracia antes de 1865, es decir, antes de la abolición constitucional de la esclavitud. La situación del Estado de Israel y de los territorios ocupados por él es bastante análoga. Del mismo modo que la situación de los territorios ocupados recuerda la del Sur antes de 1865, así también la situación dentro del Estado de Israel recuerda la de numerosos estados de Estados Unidos hace unos 50 o 60 años, cuando el racismo era popular y cuando el muy influyente Ku Klux Klan hacía y deshacía políticos, al modo en que Gush Emunim lo hace actualmente en Israel»19.

¿Desde qué presupuestos políticos o ideológicos realiza sus críticas Shahak? ¿Qué teorías sociales o políticas postula o defiende? «No tenía héroes ni dogmas ni fidelidades de partido –escribe Christopher Hitchens–. De tener que aceptar algún modelo intelectual, este habría sido Espinosa»20, autor sobre el que Shahak estaba preparando un libro cuando murió. De ascendencia judía («marrana» por más señas), excomulgado por los rabinos, expulsado de la sinagoga y de la comunidad judía, iniciador de la crítica histórica de la Biblia, racionalista insobornable y demócrata radical, Espinosa es sin duda – en todos y cada uno de esos rasgos– el hombre y el filósofo con quien más se identificó Shahak.

«Un liberal a la antigua usanza»21, Shahak fue también influido, en menor medida, por otro filósofo que tampoco se sintió obligado por su reconocida ascendencia judía a profesar o suscribir ni el judaísmo ni el sionismo: Karl Popper, el Popper de La sociedad abierta y sus enemigos. Para Shahak la sociedad judía del ghetto, las comunidades judías cohesionadas en torno al imperio de la Torá y el poder de los rabinos –que inspiran el modelo de sociedad que los sionistas mesiánicos y los fundamentalistas judíos intentan con creciente éxito restaurar en Israel–, son el ejemplo más acabado y perfecto de lo que Popper entiende por sociedad cerrada y totalitaria.

En consecuencia, «para Shahak la liberación del pueblo judío era un aspecto de la Ilustración e implicaba su propia autoemancipación con respecto a la vida del ghetto y con respecto al control clerical de los rabinos, no menos que con respecto al antiguo prejuicio “gentil”. De ello se deriva naturalmente que los judíos no deberían nunca traficar con supersticiones o mitos raciales; es muchísimo lo que se exponen a perder con la tolerancia de tales basuras. Y ni siquiera es preciso decir que no cabe alegar ninguna excusa defendible a la denegación por los judíos de los derechos humanos de otros»22.

Shahak nunca abandonó Israel, siempre vivió en Jerusalén y siempre proclamó que sus críticas al Estado de Israel perseguían la defensa de los intereses de sus ciudadanos y la liberación de los judíos iniciada con la Ilustración. Ello no impidió que sus críticas del sionismo y del fundamentalismo judío llevaran a sus enemigos y detractores a adjudicarle el socorrido diagnóstico de «autoodio judío». A quienes buscaban desautorizarle calificándole de «judío que se odia a sí mismo», Shahak les recordaba algo de lo que tuvo, desgraciadamente, conocimiento de primera mano: «Esa es una expresión nazi. Los nazis calificaban a los alemanes que defendían los derechos de los judíos como alemanes que se odian a sí mismos»23.

Notas al pie

1 Cf. entrevista de Anne Joyce en Middle East Policy, junio de 1989.

2 Ibid.

3 Ibid. (Cursivas de los traductores.)

4 Cf. Christopher Hitchens, «Israel Shahak, 1933-2001», The Nation, 23 de julio de 2001.

5 Idem.

6 Cf. Middle East Policy, n.º 29, julio 1989.

7 Pluto Press, London, 1997.

8 Cf. Richard H. Curtiss, «Dr. Israel Shahak. Personality», en Washington Report On Middle East Affairs, junio 1989, p. 19.

9 Cf. Anne Joyce, op. cit.

10 Norton Mezvinsky, profesor de historia en la Central Connecticut State University, es coautor, con Israel Shahak, del libro Jewish Fundamentalism in Israel, Pluto Press, London, 1999.

11 Norton Mezvinsky, «Israel Shahak (1933-2001)», en The Washington Report on Middle East Affairs, agosto/septiembre de 2001.

12 Alexander Cockburn, «Remembering Israel Shahak», en Left Coast, 13 de julio del 2001. Alexander Cockburn fue editor del Times Literary Supplement y de New Statesman antes de pasar a residir permanentemente en Estados Unidos en 1973. Durante los años ochenta fue columnista regular de The Wall Street Journal.

13 Descendiente de judíos emigrados a Estados Unidos tanto por el lado paterno como por el materno, Noam Chomsky es también, en menor medida que Shahak, alguien que ha llegado a posiciones críticas con el sionismo y con la política del Estado de Israel a partir de su conocimiento, en buena medida, «desde dentro». Su padre fue un prestigioso profesor de hebreo y persona prominente en la comunidad judía norteamericana, y el primer trabajo lingüístico publicado por Noam Chomsky versó sobre la Morfosintaxis del hebreo moderno. Poco después de casarse contempló la posibilidad de irse a vivir a Israel y residió durante algún tiempo en un kibbutz.

14 Noam Chomsky, The Fateful Triangle. The United States, Israel and the Palestinians, South and Press, Cambridge, Massachusetts, 1999, p. 3.

15 Edward Said, The Question of Palestine, Vintage Books, New York, 1992, p. 247.

16 Israel Shahak y Norton Mezvinsky, Jewish Fundamentalism in Israel, Pluto Press, London, 1999, «Note on Bibliography and Related Matters», pp. 150-151.

17 Richard H. Curtiss, Washington Report On Middle East Affairs, junio 1989.

18 Idem.

19 Alexander Cockburn, «Remembering Israel Shahak», Left Coast, 13 de julio de 2001.

20 Christopher Hitchens, op. cit.

21 Elfi Pallis, The Guardian, 6-7-2001.

22 Idem.

23 Citado en Richard H. Curtiss, op. cit.

Prólogo a la primera edición inglesa de 1994

Gore Vidal

En algún momento a finales de los años cincuenta, aquel cotilla de talla mundial e historiador esporádico que fue John F. Kennedy me contó que, en 1948, Harry S. Truman había sido prácticamente abandonado por todos cuando emprendió la carrera presidencial. Entonces, un sionista norteamericano le llevó dos millones de dólares en metálico, en una maleta, al tren en el que viajaba haciendo su campaña relámpago. «Ese es el motivo de que nuestro reconocimiento de Israel se llevase a cabo tan aprisa.» Como ni Jack ni yo éramos antisemitas (a diferencia de su padre y de mi abuelo), nos lo tomamos como una divertida anécdota más sobre Truman y la serena corrupción de la política de Estados Unidos.

Por desgracia, el apresurado reconocimiento de Israel como Estado ha traído cuarenta y cinco años de mortífera confusión, y la destrucción de lo que los compañeros de viaje sionistas pensaron que sería un Estado pluralista, un hogar para la población nativa de musulmanes, cristianos y judíos, así como futuro hogar de pacíficos inmigrantes judíos europeos y americanos, incluso de aquellos que fingían creer que el gran agente inmobiliario de los cielos les había dado, en perpetuidad, las tierras de Judea y Samaría. Puesto que muchos de los inmigrantes eran buenos socialistas en Europa, dimos por hecho que no permitirían que el nuevo Estado se convirtiera en una teocracia, y que los palestinos nativos podrían vivir con ellos de igual a igual. Estaba escrito que no habría de ser así. No voy a enumerar las guerras y tribulaciones de esa infeliz región. Pero sí diré que la precipitada invención de Israel ha envenenado la vida política e intelectual de Estados Unidos, el insólito patrocinador de Israel.

Insólito, porque no ha habido en la historia de Estados Unidos ninguna otra minoría que se haya apropiado de tanto dinero de los contribuyentes norteamericanos con el fin de invertirlo en una «patria». Es como si al contribuyente se le hubiese obligado a apoyar al Papa en su reconquista de los Estados papales simplemente porque un tercio de nuestro pueblo es católico-romano. De haberse intentado, habría habido un gran revuelo y el Congreso habría dicho que no. Pero una minoría religiosa de menos del dos por ciento ha comprado o intimidado a setenta senadores (los dos tercios necesarios para vencer un improbable veto presidencial), disfrutando a la vez del apoyo de los medios de comunicación.

En cierto sentido, no puedo por menos de admirar cómo el lobby de Israel se ha encargado de asegurarse de que miles de millones de dólares, año tras año, se dediquen a convertir a Israel en un «baluarte contra el comunismo». De hecho, ni la URSS ni el comunismo tuvieron jamás una gran presencia en la región. Lo que Estados Unidos consiguió fue que el otrora amistoso mundo árabe se nos pusiera en contra. Mientras tanto, la mala información acerca de lo que está ocurriendo en Oriente Medio ha ido en aumento, y la principal víctima de estas mentiras chabacanas –aparte del contribuyente norteamericano– es el conjunto de los judíos de Estados Unidos, acosado constantemente por terroristas tan profesionales como Begin y Shamir. Peor aún, con unas pocas excepciones honrosas, los intelectuales judío-norteamericanos abandonaron el liberalismo en favor de una serie de alianzas enloquecidas con la derecha (antisemita) cristiana y con el complejo industrial del Pentágono. En 1985, uno de ellos escribió alegremente que cuando aparecieron los judíos en la escena americana «la opinión liberal y los políticos liberales resultaron tener actitudes de mayor simpatía y sensibilidad hacia los asuntos judíos», pero que ahora a los judíos les convenía aliarse con los fundamentalistas protestantes porque, al fin y al cabo, «¿tiene sentido que los judíos se aferren, dogmática, hipócritamente, a sus opiniones de antaño?». En ese momento la izquierda americana se dividió y a aquellos de nosotros que criticamos a nuestros antiguos aliados judíos por su insensato oportunismo se nos recompensó de inmediato con los epítetos rituales de «antisemita» o de «judío que se odia a sí mismo».

Por fortuna, la voz de la razón está viva y coleando, y precisamente en Israel. Desde Jerusalén, Israel Shahak no deja nunca de analizar no solo la funesta política actual de Israel, sino el propio Talmud y el efecto de la tradición rabínica en su totalidad sobre un pequeño Estado que el rabinato de extrema derecha pretende convertir en una teocracia exclusivamente para judíos. Llevo años leyendo a Shahak. Tiene la capacidad de un escritor satírico para localizar las confusiones que hay en toda religión que intenta racionalizar lo irracional. Descubre con el ojo de lince de un erudito las contradicciones textuales. Es una delicia leer lo que escribe sobre el doctor Maimónides, aquel gran odiador de gentiles.

Sobra decir que las autoridades de Israel condenan a Shahak. Pero poco cabe hacer contra un profesor de química retirado que nació en Varsovia en 1933 y pasó su infancia en el campo de concentración de Belsen. En 1945 fue a Israel1; sirvió en el ejército israelí; no se hizo marxista en los años en que estaba de moda. Era, y sigue siéndolo, un humanista que detesta el imperialismo, ya sea en nombre del Dios de Abraham o en el de George Bush. Del mismo modo, se enfrenta con gran ingenio y erudición a la veta totalitaria del judaísmo. Como un eruditísimo Thomas Paine, Shahak ilustra el panorama que tenemos ante nosotros, así como la larga historia que tenemos a nuestras espaldas, y de esta manera continúa razonando, año tras año. Sin duda, quienes le presten atención serán más sabios y –me atrevo a decir– mejores. Es el más reciente, por no decir el último, de los grandes profetas.

Notas al pie

1 Gore Vidal se equivoca aquí doblemente: en 1945 aún no existía el Estado de Israel, y Shahak, junto con su madre, no emigró a Palestina hasta 1948, cuando todavía era mandato británico y el Estado de Israel no había sido aún establecido por la ONU. [N. de los T.].

Prólogo a la segunda edición inglesa de 1997

Edward Said