En este libro, Oscar Iván Londoño Zapata reflexiona sobre el análisis del discurso como campo académico, actividad profesional y práctica interpretativa crítica e interdisciplinaria. Cada capítulo indaga sobre un tema diferente: la normalización moral en los cuentos tradicionales, las restricciones sociales contra la prostitución en las tarjetas publicitarias de prostíbulos, la penalización del aborto en los artículos ilustrados del Nuevo Código Penal ilustrado de Colombia y la promoción de la donación en las Goticas Éxito. Estos estudios sobre la gestión discursiva de problemas diversos provenientes de los campos literario, publicitario, jurídico y del marketing contribuyen a considerar la importancia de analizar sistemáticamente las prácticas sociales desde miradas discursivas.
Oscar Iván Londoño Zapata Magíster en Educación por la Universidad del Tolima y maestrando en Lingüística por la Universidad Tecnológica de Pereira. Licenciado en Lengua Castellana por la Universidad del Tolima. Profesor del Departamento de Estudios Interdisciplinarios del Instituto de Educación a Distancia (IDEAD) de la Universidad del Tolima. Investiga sobre el análisis del discurso en América Latina y el Caribe y los discursos sociales desde perspectivas interdisciplinares.
OSCAR IVÁN LONDOÑO ZAPATA
GESTIONES DISCURSIVAS
Acercamientos desde el análisis discursivo
Luis Cortés Rodríguez*
Escribir un prólogo de un texto ajeno es siempre complicado, y más cuando este es –temáticamente– tan original. Si bien es cierto que la parte fundamental del trabajo está dedicada al análisis de cuatro discursos, muy distintos entre ellos, también lo es que antes de afrontarlos el autor nos explica con riqueza aspectos tales como sus puntos de vista sobre el análisis del discurso, la metodología empleada o lo que entiende por gestiones discursivas, entre otras consideraciones. Consecuentemente, la parte que precede a los cuatro estudios es importante para comprender el análisis llevado a cabo.
Las primeras páginas de esta obra están dedicadas a reflexionar sobre lo que para el analista son los objetivos y principios del análisis del discurso, dominio en el que hay que ubicar el presente trabajo.
En uno de los capítulos que estamos elaborando en este momento para un futuro volumen, Manual de lingüística del hablar, libro coordinado por los profesores Ángela Schrott y Óscar Loureda, tratamos con amplitud el tema de por qué el análisis del discurso y la sociolingüística son los dos dominios que se ocupan de los más diversos asuntos relacionados con los manejos reales de la lengua. Ambos son como ríos que, poco a poco, se van agrandando con la concurrencia de distintos afluentes (corrientes). Así, en tanto que el dominio sociolingüístico se pergeña con tres grandes corrientes –la sociolingüística variacionista, la etnografía de la comunicación y la sociología del lenguaje–, el campo que hoy conocemos como análisis del discurso es el resultado de la confluencia de otra serie de corrientes, muy diversas, como la teoría de la enunciación, el análisis conversacional, la lingüística del texto o el análisis crítico del discurso, entre otras.
Desde un principio, el autor del volumen –profesor en la Universidad del Tolima, Colombia, y consumado estudioso del discurso– ubica sus indagaciones en el quehacer de este dominio. Es más, valiéndose de una definición de Elvira Narvaja de Arnoux,1 insiste, a lo largo de su trabajo, en los principios básicos que presiden su obra. Son los siguientes:
a) La perspectiva de su trabajo y el objetivo del análisis del discurso:
La perspectiva interpretativa […] constituye una propuesta latinoamericana de análisis del discurso que considera este campo como “una práctica interpretativa que atiende a todos los discursos y que según los problemas de los que parta recurre a unas u otras disciplinas lingüísticas y no lingüísticas”.
b) La causa principal de por qué se muestra partidario de tal perspectiva:
En el recorrido interpretativo, el analista del discurso debe reconocer determinadas marcas discursivas que operan como indicios a partir de los cuales formula hipótesis en relación con un problema que se ha planteado o que le ha propuesto otro profesional (Arnoux, 2006, 2019).
c) La forma de actuación que implica la técnica del analista del discurso y que él va a aplicar a los cuatro análisis discursivos que lleva a cabo en esta obra:
El planteamiento del problema propuesto conllevó indagar más ampliamente el campo al que este remite, se seleccionaron los materiales, se delimitaron las marcas discursivas que operaron como indicios pertinentes para abordar el problema, se constituyó el corpus, se reconoció la disciplina lingüística a la que se apeló para llevar a cabo el análisis, se formuló una hipótesis explicativa de una regularidad a partir de las marcas discursivas encontradas en la exploración inicial, se definieron las categorías de análisis y, finalmente, se verificó la hipótesis a partir de la interpretación de los datos.
No hemos de olvidar que el dominio que abarca el análisis del discurso ha recorrido un largo camino desde la década de 1960. Precursores como Émile Benveniste y la teoría de la enunciación, Michael A. K. Halliday y Ruqaiya Hasan y la teoría de la cohesión o John L. Austin y John R. Searle y los principios pragmáticos dieron la antorcha de sus intuiciones a quienes, con posterioridad, van a ir perfeccionándola con sólidos andamiajes que se incorporarán a los estudios discursivos: el principio de cooperación con Herbert P. Grice, la teoría de la argumentación con Jean-Claude Anscombre y Oswald Ducrot o la teoría de la relevancia con Dan Sperber y Deirdre S. Wilson, etc. Estas y otras varias teorías irán disponiendo las diferentes corrientes de las que hoy hablamos y que, cada día más, siguen propiciando los acercamientos a las más distintas manifestaciones donde haya un discurso, una propuesta dentro de un campo de acción (político, publicitario, jurídico, etc.) cualquiera que sea su género (debate, anuncio, chiste, etc.), su registro (formal, técnico-profesional, coloquial, etc.) o la relación de igualdad o no entre sus interlocutores. Y en este mundo discursivo, concretamente en este dominio que llamamos análisis del discurso, hemos de encuadrar esta obra que tiene el lector delante: Gestiones discursivas: acercamientos desde el análisis del discurso.
Londoño, en sus aplicaciones discursivas, a algunas de las cuales más tarde nos referiremos, se muestra como ese modelo que ha de ser un buen analista del discurso, según Arnoux: un profesional formado en la disciplina lingüística y capaz de articular saberes provenientes de ámbitos distintos. Se acerca a campos extraños a lo lingüístico –por ejemplo, el jurídico– para analizar la penalización del aborto o al de la mercadotecnia cuando pretende hacerlo con los incentivos para la donación de las Goticas. En ambos casos, como en los otros dos no citados, el lingüista que hay en el autor del libro supo encontrar, tras esa aproximación a lo desconocido hasta entonces, unas marcas discursivas que operaron como indicios y de las que se valió para articular su propuesta discursiva.
Decía Beatriz R. Lavandera algo en lo que ha venido a coincidir el autor; ambos se han referido a lo complicado que resulta el estudio del discurso para el lingüista, o sea, lo difícil que se ha puesto la profesión de lingüista si este pretende enfrentarse a lo discursivo. Anteriormente, existían el gramático, el fonetista, el semantista, etc.; en cambio, el estudioso del discurso ha de saber de todas estas disciplinas, pues en tal discurso hay aspectos fonéticos, sintácticos, prosódicos (si es discurso oral), semánticos, etc., que, obviamente, habrán de atenderse; además, estará todo lo referido a las cuestiones pragmáticas, antes inexistentes. Por eso, concluye Londoño que “todas las disciplinas lingüísticas –interesadas o no por los usos del lenguaje– están implicadas en el análisis del discurso”.
Como confirmación de lo dicho anteriormente, el profesor de la Universidad del Tolima se refiere a dos tipos de dimensiones interdisciplinarias en el análisis del discurso: la primera aborda el vínculo cooperativo entre disciplinas lingüísticas (fonología, morfología, sintaxis, semántica, pragmática, etc.); la segunda viene dada por el empleo de sus procedimientos como caja de herramientas para resolver los problemas de disciplinas como antropología, arqueología, derecho, filosofía, historia, pedagogía, periodismo, psicología, sociología, entre otras. Creo que, tal vez, sería posible que la primera dimensión pudiera ser denominada intradisciplinaria, pues son los diferentes niveles de la disciplina lingüística los que se relacionan y vinculan; en tanto que podríamos dejar el adjetivo interdisciplinaria para la segunda dimensión: la que se establece entre la disciplina lingüística y otras disciplinas: antropología, historia, etc. Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que, como se afirma en la obra, profesionales de otros campos –el derecho, la medicina, el marketing, la publicidad, etc.–, “pueden verse beneficiados gracias a las herramientas que provee el análisis del discurso para el estudio de los diversos fenómenos comunicativos que los convocan”.
Londoño habla de lo que él comprende por gestiones discursivas, que –si mal no entendemos– son los mecanismos empleados por quienes elaboran los discursos con objeto de que estos digan aquello que quieren que interprete el lector/oyente, aunque deja claro que los sujetos no poseen total control de su decir, esto es, solo tienen dominio parcial sobre su palabra. Precisamente, la parte empírica de su trabajo, sin duda la más original de la obra, consistirá en el acercamiento a cómo se aplican estas gestiones en cuatro manifestaciones de campos de acción bien distintos: 1) a la normalización moral en los cuentos tradicionales; 2) a las restricciones sociales contra la prostitución en las tarjetas publicitarias de prostíbulos; 3) a la penalización del aborto en el Nuevo Código Penal ilustrado de Colombia, y 4) a la promoción de la donación en las Goticas Éxito.
El autor, desde el inicio, presenta algunos modelos teóricos basados en principios auspiciados por seguidores de la Escuela Francesa de análisis del discurso, como Dominique Maingueneau, Elvira Narvaja de Arnoux, entre otros. Con el primero, por ejemplo, coincide en que “el Análisis del Discurso es, en efecto, por naturaleza, portador de una dimensión crítica”, idea con la que estamos de acuerdo porque, como se afirma en el libro, basándose en Arnoux: “Analizar un discurso […] implica articularlo con lo social, entendido como situación de comunicación, situación de enunciación, condiciones de producción, esferas de la vida social o contexto, según la perspectiva que se adopte”. En efecto, cuando analizamos, por ejemplo, un discurso político, las “huellas” que dentro del discurso estudiado nos permiten guiar el análisis siempre vienen condicionadas por el estatus de quien emite el discurso: conservador o liberal, de derechas o de izquierdas, en el poder o en la oposición, perteneciente al endogrupo o al exogrupo, etc. Solo en este sentido se puede emplear el término “crítico”, y es en el que creo que lo emite el autor.
Pero hay un pequeño y tal vez insustancial apunte que hacer: no siempre que hacemos un análisis del discurso este ha de tener relación con ese aspecto crítico; es lo que sucede, por ejemplo, en la segmentación de un fragmento de un discurso oral con objeto de crear determinadas unidades que sean propias de esa modalidad, en el establecimiento de la tipología de las series enumerativas o, por indicar otro caso, en la instauración de ciertas funciones de marcador del discurso en un texto oral. Son estudios necesarios si luego queremos aplicar estos mecanismos a un mejor acercamiento en el marco de lo interdisciplinario: su aplicación al tipo de estructuras empleadas por los jueces en determinados juicios, por los publicistas en sus anuncios más recientes o en cualquier discurso presidencial con el objeto de reforzar las argumentaciones.
La perspectiva desde la que se van a afrontar los análisis es un punto de máximo interés, y como tal lo considera el autor al dedicarle uno de los apartados introductorios del libro. De todas las posibilidades que nos ofrecen las distintas corrientes del análisis del discurso, se decanta por una propuesta latinoamericana de análisis del discurso inspirada en la teoría de la enunciación francesa y en otras miradas: la perspectiva interpretativa. Tras Benveniste, los estudios pertenecientes a esta teoría de la enunciación han recorrido un largo camino que va de aquellos tempranos problemas terminológicos suscitados en los trabajos de Louis Guespin, en los inicios de la década de 1970, sobre el léxico en los discursos de políticos franceses, a aportaciones tan importantes como las de Ducrot y su polifonía de la enunciación, Anscombre y Ducrot y la teoría sobre la argumentación, Catherine Kerbrat-Orecchioni y sus contribuciones sobre lo implícito, la subjetividad y otros aspectos interactivos; François Recanati y su transparencia; Michel Pêcheux y su perspectiva interpretativa o, finalmente, la lingüística de la enunciación de Jacqueline Authier-Revuz o Dominique Maingueneau. Ha sido Elvira Narvaja de Arnoux –referente a lo largo del libro– una de las personas que más han colaborado en el mundo hispánico a la difusión de la corriente francesa, en general, y en la consolidación de una perspectiva latinoamericana de análisis del discurso, en particular.
Podemos decir que tal perspectiva sirve de marco para luego aplicar distintas líneas de investigación a cada uno de sus cuatro análisis. Londoño lo explica así: “La dimensión interdisciplinaria de la perspectiva interpretativa permite que diversas miradas teóricas –provenientes de variados territorios y tradiciones– sean puestas en escena en el análisis”.
También indica las cuatro líneas de investigación aplicada a cada uno de los cuatro trabajos: la semántica del discurso (van Dijk), la semántica léxica (Berruto, Martínez), la teoría de la enunciación (Maingueneau) y la lingüística de la enunciación (Authier-Revuz, Pendones, Maingueneau).
Metodológicamente, el autor procede de manera impecable. En el fondo, y como fin último, va a intentar explicar a los lectores cómo opera la gestión discursiva, o sea, cómo se emplea el discurso, de qué mecanismos se valen los creadores de los textos para decir lo que pretenden decir y evitar lo que no quieren que se piense al respecto. Se trata de hacer saber determinada cuestión para que, una vez sabida, el sujeto que la sabe haga, actúe (visite el prostíbulo o se haga donante, por ejemplo). Y lo hace partiendo de un corpus elaborado para cada una de las cuatro gestiones discursivas que se han de indagar (la normalización moral, las restricciones sociales contra la prostitución, la penalización del aborto y la promoción de la donación); así, Londoño descubre muy acertadamente las marcas que él considera indicios de las gestiones discursivas que se van a llevar a cabo en los textos. Se trata de desenmascarar los mecanismos semánticos, enunciativos o retóricos, que no son otros que aquellos con que se intenta persuadir al lector u oyente.
No olvidemos que el analista del discurso se acerca a las formas que cumplen funciones, pues tras esas formas hay unos mecanismos y tras esas funciones hay unas intenciones. Y esto es lo que va a llevar a cabo con acierto Londoño a lo largo de los cuatro análisis. Es más, al ser al menos tres de ellos inéditos, prácticamente, en la bibliografía en español, se ve obligado a establecer, lo que es otro mérito del volumen, cuáles serán las categorías de análisis en cada caso a partir de los corpus; estas no vienen establecidas como puede ocurrir si el acercamiento es a temas como la cortesía, los conectores o el discurso presidencial, por citar algunos ejemplos, donde ya hay unas categorías de las que podemos partir. En cada uno de los cuatro acercamientos se han de formular las categorías, se han de reformular y, finalmente, se han de verificar a partir de los datos. Como dice el autor: “La verificación corresponde a la inducción en el sentido peirceano, es decir, es la puesta a prueba de la hipótesis explicativa proyectada”.
La necesidad de concebir la literatura como una construcción discursiva susceptible de ser analizada sistemáticamente, los aportes que realiza el análisis del discurso al estudio de la literatura y el interés por indagar la forma como se gestiona la normalización moral en los cuentos tradicionales justifican la relevancia de este estudio.
De este modo tan acertado justifica Londoño el porqué de su acercamiento al análisis de los mecanismos empleados en los cuentos tradicionales (Blancanieves, Caperucita Roja, La bella durmiente del bosque y La Cenicienta) para su normalización moral. Se trata de descubrir qué estrategias son empleadas para que los protagonistas sean las personas que moralmente la sociedad demanda.
Ya advierte el autor, siguiendo ideas de Arnoux y en apartados previos, la obligación del lingüista, estudioso del discurso, de requerir cuanta más información mejor del campo de acción en el que el discurso ha sido producido. Por este motivo, va a dedicar una primera parte de ese capítulo a cuestiones teóricas sobre el cuento tradicional, a la sociedad en que nace y a sus requisitos morales. Solo conociendo estos asuntos, sea el campo analizado el que fuera (literario, legislativo, político, publicitario, etc.), podrá afrontarse el estudio del discurso en cuestión.
La perspectiva teórica elegida es la semántica del discurso, a partir de la categoría de macroestructura semántica de Teun A. van Dijk. Por tanto, lo que a continuación se lleva a cabo es una descripción de toda la teoría de las diferentes estructuras, según el lingüista holandés, y de su naturaleza jerárquica: en los niveles superiores encontramos el tema o asunto más general del texto y en los inferiores los asuntos más locales; como dice van Dijk: “Una macroestructura es una organización jerárquica de las proposiciones importantes del texto”.
Sin entrar en los detalles que Londoño explica de la teoría semántico-discursiva ni del estado de la cuestión que presenta con respecto al estudio del cuento desde la disciplina del análisis del discurso, sí es necesario indicar la hipótesis planteada para este análisis: la consideración de que en los cuentos tradicionales que analiza “la normalización moral se gestiona a partir de la construcción de estereotipos asignados a la mujer que se despliegan en los temas de los textos”.
Metodológicamente, se procede como en las tres restantes aproximaciones; orienta su análisis desde una perspectiva interpretativa, la cual permite al analista el reconocimiento de ciertas marcas discursivas; tales marcas sirven de indicios para formular la hipótesis correspondiente. Con todo ello, llega a unos resultados a partir, decíamos, de las macroestructuras semánticas; se abordan dos aspectos distintos: los temas locales y los valores y estereotipos asignados a las mujeres, que las encuadran en modelos ideales de conducta. Todo ello puede verse resumido en varias tablas aclaratorias, en especial la 1 y 2.
Los temas locales se refieren a personajes femeninos centrales (niña-princesa), quienes, como se explica en la obra, “coexisten en la diégesis a partir de la construcción de un mundo dual determinado por el bien y por el mal”; son nueve los temas locales mostrados: belleza, bondad, educación moral, servidumbre, mala conducta, violencia, salvación, recompensa y castigo. Tras el análisis de cada uno de ellos, se estructuran los dos temas generales, esto es, los núcleos informativos centrales: las mujeres bellas y buenas alcanzan la felicidad y las mujeres buenas son obedientes.
Los valores y estereotipos asignados a las mujeres son las cuestiones tratadas a continuación, y cuyo resumen encontramos en la tabla 2. Las mujeres son bellas, bondadosas, obedientes, serviles o indefensas. Como señala el autor, los cuentos presentan valores diferentes, pues están “los que describen aquello que más se exalta de los cuerpos (belleza) y sobre todo los que muestran los juicios acerca del carácter (docilidad, sumisión, obediencia)”. También aparecen valores negativos, especialmente en los personajes antagonistas (reina, hermanastras, hada) rechazados por su altanería, codicia, crueldad, hipocresía, maldad, mentira o vanidad.
Tras el análisis detenido de estos dos aspectos (temas locales y valores y estereotipos), el trabajo se cierra con un apartado de conclusiones donde los cuentos –siempre efectos de la sociedad que los vio nacer– muestran sus personajes antagónicos, como sucedía con las novelas de tesis; los buenos siempre son buenos y nunca en ellos podrá haber maldad, en tanto que todo lo contrario debe ocurrir con los malos, que en los cuentos se ofrecen en forma de hada, hermanastra, reina, etc. Esta tipificación de los actores, según Londoño, “contribuye a edificar el sistema axiológico tradicional que propende a la purificación del mal (lo amoral) y la confirmación de la supremacía del bien (lo moral)”.
El análisis segundo nos presenta un tema casi inédito en la bibliografía hispánica:2 las restricciones sociales contra la prostitución en las tarjetas publicitarias de prostíbulos en Medellín. Para su desarrollo, se parte de los principios de la semántica léxica, ocupada de todo lo relativo al significado de las palabras y, sobre todo, de las relaciones que estas mantienen en virtud de su significado: ¿cómo presentar un término prohibido como el de prostituta en unos anuncios que han de atraer al cliente?, ¿cuáles son las marcas que desembocan en determinados indicios que nos puedan llevar a los mecanismos empleados para la sustitución del término? En síntesis, se responde de manera muy acertada a una pregunta que Londoño se plantea: ¿qué mecanismos atenuativos son los empleados para enmascarar una práctica degradada con unas protagonistas –las prostitutas– cuya imagen también está deshonrada? Recordemos que se parte de la perspectiva interpretativa, para la cual se necesita descubrir determinadas marcas en los discursos analizados que sirvan de indicios a partir de los cuales formular una hipótesis.
El corpus para el análisis consta de veintiún octavillas publicitarias de prostíbulos, de las cuales doce presentan información acerca de los servicios y dieciséis introducen, además, propuestas laborales (“Se necesitan chicas”, por ejemplo). A partir de este corpus se establecen, de forma muy atinada, tres esferas semánticas mediante las cuales se construye la prostituta: esfera semántica de la informalidad, esfera semántica de la formalidad y esfera semántica del empleo. Todo ello es presentado mediante tablas y figuras, con las que el lector podrá siempre tener una idea más clara de lo que se plantea a lo largo del análisis.
En la esfera semántica de la informalidad, desplegada en los servicios de las tarjetas, el tabú prostituta se sustituye por los nombres chica, chicas, términos que, como argumenta el estudioso, sugieren un contacto íntimo informal entre la mujer prostituta y el cliente; junto a ellos, los adjetivos hermosas, lindas y mejores, a cuyos rasgos compartidos de belleza, grandiosidad y exquisitez añade esta última (mejores) los de [+deseable] y [+especial]; en todo caso, son términos sugerentes y asociables con atributos de belleza y exuberancia. En la segunda, la esfera semántica de la formalidad, se indica cómo la mujer prostituta se construye a través de los nombres damas y señoritas, separados por los rasgos distinguidores de [+adulta]/[+joven], y los adjetivos lindas y exclusivas, distanciadas por los rasgos [+adulta]/[+joven], respectivamente. Bien es verdad que todos estos términos formales, tanto sustantivos como adjetivos, pretenden ser más selectos, más considerados y, sin duda, dirigidos a otro tipo de público.
Por lo que respecta a los clasificados, Londoño identifica dentro de la esfera semántica del empleo dos campos semánticos distintos, tal y como hacía en el apartado anterior: el formal y el informal. En el primero, el anuncio se forja con la consideración de un mayor o menor involucramiento de las posibles aspirantes; estas aparecen nombradas con dos rótulos: personal femenino y damas, cuyo rasgo distinguidor será [+profesional]/[-profesional]. El término “damas” sugiere la idea de señoras nuevas, no profesionales; distintas, por tanto, a las conocidas tradicionalmente por el cliente. En el campo semántico del empleo informal, los vocablos empleados son los de chicas y jovencitas, sin que en ambos términos se señale rasgo distinguidor alguno.
En fin, estamos de acuerdo con la opinión defendida acerca del valor de su contribución; palabras acertadas del autor nos parecen estas: