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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 1998 Annette Broadrick
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión y olvido, n.º 1468 - junio 2021
Título original: Unforgettable Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises
Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-561-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
CASEY CARMICHAEL empujó la pesada puerta del bar y pasó al interior. De inmediato sintió que se le irritaban los ojos y la garganta a causa del humo del tabaco que invadía el local. De pie junto a la entrada, examinó la estancia a través de la bruma azul que la envolvía.
Él tenía que encontrarse en algún lugar en medio de aquel bullicio. Aunque había perdido las pruebas del rodeo, sabía que no se había marchado de la ciudad. Nunca se le habría ocurrido ir a buscarlo allí si no hubiera oído comentar a uno de los mozos de cuadra que siempre iba a ese bar cuando se encontraba en la ciudad.
Estaba desesperada, aunque no quería que él lo supiera. De algún modo, tendría que convencerlo de que su oferta era digna de consideración, y muy beneficiosa para ambos.
Casey se ajustó el sombrero tejano a la altura de los ojos. Su larga trenza quedaba oculta dentro del gran sombrero. Con la esperanza de disimular su condición femenina, se había puesto unos gastados vaqueros y una holgada chaqueta tejana que encontró en la cuadra.
Era la primera vez que pisaba un sitio como ése y se sentía intimidada.
Resueltamente, la joven irguió los hombros y se puso a examinar el local, con una deliberada expresión de aburrimiento, a fin de despistar a algunos parroquianos que la miraban con curiosidad. Pero muy pronto reanudaron la charla con los amigos, sin prestarle más atención.
Aparte de su fama y de una fotografía vista al pasar en un rodeo, mucho tiempo atrás, era un perfecto desconocido para ella. Temía no reconocerlo en ese ambiente cargado de humo y escasa luz.
Intentó recordar todo lo que había oído sobre él. Era un solitario. Al menos lo era cuando perdía una competencia, como le había sucedido esa tarde. Así que, probablemente, estaría solo.
Tan pronto como se le ocurrió la idea, empezó a mirar más detenidamente a los clientes, hasta que de pronto su vista se detuvo en una figura en la penumbra, al fondo del local.
Estaba solo; los pies, calzados con unas gastadas botas, descansaban con los tobillos cruzados en el asiento de enfrente. Era evidente que lo hacía con el propósito de impedir que alguien compartiera su mesa.
Tragando saliva y con las piernas temblorosas, Casey se acercó a la mesa.
Él ignoró su presencia, con la vista fija en el largo cuello de su botella de cerveza. El ala del sombrero tejano le tapaba gran parte de la cara. Todo lo que pudo ver fue una barbilla bien delineada, y nada más.
—¿Tú eres Bobby Metcalf? —preguntó, tras aclararse la garganta.
—¿Quién pregunta por él? —respondió una voz ronca, con brusquedad.
Casey se sentó en la orilla del asiento, esforzándose por verle la cara. Desde ese ángulo pudo ver unos pómulos altos, unos ojos oscuros y una nariz rota más de una vez.
—Me llamo Casey Carmichael. Necesito hablar contigo, si es que eres Bobby Metcalf.
—¿De qué se trata?
—¿Tú eres Bobby?
—Puede que sí. ¿Quién diablos eres tú, y qué quieres?
—Un poco de cortesía no estaría mal para empezar —dijo atropelladamente antes de que él pudiera interrumpirla.
Él alzo la vista de la botella, dirigiéndole una fría mirada que la dejó clavada en el asiento.
—Eres tú la que has venido a verme, encanto. Yo estoy de lo más tranquilo aquí pensando en mis propios asuntos.
—Mira —replicó ella con calma—. Si no necesitara tu ayuda, te aseguro que no estaría aquí. Una amiga me habló de ti y yo…
—¿Qué amiga?
—Dolores Bennet. DeeDee y yo…
—Nunca he oído hablar de ella —dijo tras acabar la cerveza. Dejó a un lado la botella vacía y al punto le indicó a la camarera que trajera otra.
La mujer se acercó a la mesa.
—¿Qué vas a tomar?
Casey pidió una gaseosa y esperó a que la camarera se alejara.
—El hermano de DeeDee solía asistir a los rodeos. Él…
—¿Te refieres a Bulldog Bennett? —preguntó en tono jocoso.
—Bueno, su nombre es Brad. Yo no sé…
—Es el mismo. Así que conoces a Bulldog.
—No muy bien. Su hermana y yo fuimos juntas al colegio. La familia tiene un rancho cerca de Cielo.
La camarera volvió con las bebidas.
—Quédate con el cambio —dijo el hombre, tendiéndole un billete.
—Gracias, Bobby —respondió la mujer con una abierta sonrisa.
Casey optó por ir directamente al grano.
—Se supone que debo casarme el próximo sábado —dijo atropelladamente.
—Enhorabuena.
—El asunto es que no quiero hacerlo.
Tras dejar la botella en la mesa, el hombre la miró con burlona curiosidad.
—¿No crees que te equivocas de persona, encanto? Me parece que al tipo con el que vas a casarte le gustaría mucho ser el primero en enterarse de la noticia.
DeeDee no se había tomado la molestia de advertirle que Bobby Metcalf podía ser muy sarcástico.
—Escucha; sé que no me expreso con claridad en este momento; pero cuando DeeDee me habló de ti, me dijo que su hermano… —en ese punto el hilo de voz se extinguió del todo.
—Exactamente, ¿qué dijo Bulldog acerca de mí?
—Que una vez te escapaste a Las Vegas para casarte con alguien que apenas conocías —soltó precipitadamente.
—Eso fue hace mucho tiempo, encanto; cuando yo era joven y estúpido —observó el hombre con un tono en el que se mezclaban la chanza y el disgusto—. Afortunadamente, me he vuelto un poco más sensato con los años. ¿Por qué te interesan esas viejas historias? —agregó echándole otra mirada.
—¿Qué tendría que ofrecerte para que te casaras conmigo? —preguntó Casey tras aclararse la garganta.
Aunque había imaginado muchas reacciones por parte del hombre, nunca pensó que se echaría a reír en su cara, como en efecto sucedió. Bueno, ¿y qué se había esperado? No había ninguna razón para que él la tomara en serio. Sin embargo, pese a todo, tenía que convencerlo de que nunca había hablado con tanta seriedad en toda su vida.
—Aclaremos este asunto —dijo el hombre finalmente, mientras hacía girar la botella entre los dedos—. Dentro de una semana vas a casarte, encanto. ¿No sería más sencillo cancelar la boda antes que pedirle a un desconocido que se case contigo?
Casey se habría marchado en ese mismo momento, si le hubieran quedado más alternativas. Pero como no era así, lo mejor sería intentar convencerlo, pero de forma serena y racional.
—Deja que me explique de modo que puedas comprender mi problema —comenzó a decir después de beber un sorbo de gaseosa—. He estado comprometida con Steve Whitcomb casi un año. Sé que te puede parecer una tontería, pero recientemente me he dado cuenta de que me iba a casar con él sólo por complacer a mi padre — explicó mirándolo de frente, con gran esfuerzo—. Verás, Steve representa todo lo que mi padre siempre ha deseado en un hijo. Pensé que si me casaba con alguien de su gusto, me ganaría su aprobación. Además, entonces creía estar enamorada de Steve. Me trataba como si fuera alguien muy especial para él, es decir, como si yo verdaderamente le importara. Pero sucede que hace poco, casualmente descubrí que ha mantenido relaciones con otra mujer durante todo el tiempo que hemos salido juntos. No me quiere. La verdad es que nunca me ha querido. Es un hipócrita, mentiroso y…
—Calma, calma, encanto —interrumpió Bobby—. Mira, si de verdad no quieres casarte con él, ¿por qué no rompes el compromiso?
—¿Crees que no lo he intentado? Pero cuando se lo dije a Steve, se rió en mi cara y me sugirió que hablara con papá. Así lo hice. Pero él alegó que soy demasiado joven para saber qué clase de hombre me conviene y que a muchas novias les sucede lo mismo antes de la boda. Para él es una cuestión de nervios. Por lo demás, asegura que Steve es la persona adecuada para hacerse cargo de lo que él llama su imperio. Terminó aconsejándome que no le diera importancia a la aventura de Steve, y que hablaría con él sobre la necesidad de ser discreto.
—¿Y qué opina tu madre al respecto?
—No tengo ni idea. Dejó a papá cuando yo tenía ocho años. Nunca he vuelto a saber nada de ella. Si la trataba como lo hace conmigo, no me extraña que lo abandonase. Según él, en vista de que las mujeres somos incapaces de razonar, necesitamos a los hombres para que piensen por nosotras.
—¿Cómo dijiste que te llamabas? —preguntó mirándola fijamente mientras bebía otro trago.
—Casey Carmichael.
—Vaya, la hija del gran Graham Carmichael. No me extraña que te atrevas a pedirle a un extraño que se case contigo. Has heredado el temperamento de tu padre. ¿No habrás armado todo este jaleo para atraer la atención de tu poderoso padre?
Ella guardó silencio, por temor a ponerse a gritar. Tal vez ese tipo no era el más adecuado para ayudarla, y le hacía un favor. Aunque fuera una simple formalidad legal, la verdad es que tampoco le gustaría casarse con un tipo tan detestable como Bobby Metcalf.
—Sí, creo que tienes razón. Todo esto lo hago para llamar la atención. Bueno, señor Metcalf, siento mucho haberte molestado.
Se deslizó por el asiento, pero las piernas de Bobby le bloqueaban la salida.
—¿Cuántos años tienes, niñita?
—¿Y eso qué importa? Si tienes la amabilidad de retirar los pies, podré salir de aquí.
—Perdona si te he molestado, pero tienes que admitir que lo que me pides es bastante estrafalario. Para resumir lo que has dicho, resulta que Bulldog te contó aquella vieja historia sobre mí, y tú pensaste que yo estaría dispuesto a casarme contigo. ¿No es así?
—Lo que yo quiero es liberarme de Steve, de mi padre y de toda mi forma de vivir hasta el momento. Pensé que si llegaba a un acuerdo económico con alguien que estuviera dispuesto a ayudarme, ambos saldríamos beneficiados.
—¿Y exactamente qué crees que yo podría querer de ti? —preguntó muy intrigado, a su pesar.
—He oído que estás ahorrando para comprar un rancho. Mi abuelo me dejó una buena suma de dinero, que heredaría sólo cuando me casara. Estoy dispuesta a compartirlo contigo.
—¿Cuántos años dijiste que tenías?
—No lo he dicho; pero para tu información tengo dieciocho años.
—Vaya, eso explica muchas cosas. Aparte de hacer tonterías, como sobornar a un extraño para que se case contigo, ¿cómo demonios se te ocurrió hacerlo tan joven? Y tu padre, ¿cómo fue capaz de consentir esa barbaridad?
—No fue cosa mía. Steve decidió que nos casaríamos en cuanto acabara el bachillerato. Yo acepté pensando que podría continuar mis estudios aún después de casada, y que él me apoyaría. Siempre he deseado ser veterinaria. Ahora me doy cuenta de que ellos nunca estuvieron de acuerdo con mis planes, y que me obligarían a desistir después de la boda.
—¿Cuántos años tiene ese Steve?
—No lo sé. Más de treinta, tal vez treinta y dos.
—Un poco mayor, ¿no? Siento desilusionarte, encanto, pero yo tampoco soy un jovencito, casi estoy en la treintena.
—No me importa tu edad. Contaba con que una vez que convenciera a mi padre de que nunca sería la mujer de Steve, porque me había casado con otro, tú y yo podríamos anular el matrimonio y cada cual partiría por su lado. Cuando DeeDee me habló de ti, me pareció que eras el candidato perfecto.
—Así que mi único mérito es haberme casado con una desconocida en Las Vegas —dijo Bobby con un hondo suspiro.
—No diría que es tu único mérito. Eres demasiado modesto. También eres campeón mundial en la doma de toros y laceando becerros. Bueno, ¿piensas considerar mi oferta?
El hombre sonrió, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Mira, encanto, no puedo negar que me he entretenido con tu historia, pero no quiero tomar parte en ella. ¿No has pensado que tal vez tu padre tenga razón en aquello de los nervios antes de la boda? Quizá ese tal Steve no sea tan malo, después de todo —dijo tras levantarse del asiento—. Bueno, te dejo. Necesito irme a dormir. Mañana me marcho muy pronto. Te aconsejo que vuelvas a casa antes de que te echen de menos. Y esta conversación nunca ha existido, ¿de acuerdo?
Sin decir una palabra, Casey se precipitó hacia la salida, luchando con las lágrimas.
Afuera estaba muy animado. Se oían voces y risas. Coches y camiones entraban y salían del lugar de aparcamiento.
Casey decidió que no necesitaba a Bobby Metcalf para llevar a cabo sus planes. Esa noche volvería a casa, y a la mañana siguiente se marcharía con unas cuantas cosas rumbo a Las Vegas, donde se quedaría unos días. Nadie iba a obligarla a casarse si no quería.
Con la barbilla alzada en un gesto de firme decisión, se dirigió al coche deportivo que hacía unas pocas semanas le había regalado su padre, con motivo de su graduación. Entonces pensó que había sido un regalo de amor. En ese momento, todo aquello le parecía muy lejano. Tendría que enfrentarse sola a los duros hechos, y responsabilizarse de su propia vida.
Mientras se acercaba al coche, observó que había cuatro hombres apoyados en la parte trasera. Bebían directamente de sus botellas entre fuertes risotadas.
Casey apretó con fuerza las llaves del vehículo.
—Oye, bombón, ¿Qué te parece si nos vamos a dar una vuelta en tu bonito coche? Incluso podríamos divertirnos un poco tú y yo en el asiento trasero, ya sabes. ¿No te gustaría? —preguntó el que parecía ser el jefe del grupo al darse cuenta de que, pese a las ropas, el dueño del vehículo era una chica. Los otros festejaron la ocurrencia a carcajadas.
Casey estaba demasiado furiosa para asustarse.
—No gracias, no me interesa —replicó mientras apretaba el botón de seguridad del mando a distancia. De inmediato se encendieron los faros y las puertas quedaron desbloqueadas. Casey abrió la puerta del conductor.
—Oye, no seas así —replicó el hombre, aferrándola de la muñeca.
Sin pensarlo dos veces la chica se volvió y le propinó una patada en la entrepierna. El hombre le soltó el brazo y Casey aprovechó ese segundo para asestarle un golpe en la barbilla con las llaves que mantenía entre los dedos. Pero otro hombre la agarró con fuerza, vociferando algo que ella no pudo entender, mientras le quitaba el sombrero de un tirón.
—Suéltala —se oyó una voz calmada, más allá del grupo que la rodeaba. En medio del jaleo, Casey reconoció la voz de Bobby.
Mientras Casey le propinaba otra patada al hombre que la aferraba por los hombros, un tercero se enfrentó a Bobby.