Umbra Vitae
Poemas póstumos

Georg Heym

Con 47 grabados originales de
Ernst Ludwig Kirchner

Heym, Georg
Umbra vitae. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Buchwald Editorial, 2020.

Archivo Digital: descarga
Traducción de: Enrique Salas y Sol Correa.
ISBN 978-987-47103-9-0

1. Poesía. 2. Poesía alemana. I. Salas, Enrique, trad. II. Título.

CDD 831

Título original: Umbra Vitae, Kurt Wolff Verlag, 1924.

©Buchwald Editorial, 2020

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ISBN edición digital (ePub): 978-987-47103-9-0

UMBRA VITAE

Estáticas en las calles las personas levantan

su mirada hacia las grandes constelaciones,

donde cometas de ígneas cabezas amenazantes

se deslizan por torres dentadas.

Y astrólogos pululan en los techos,

apuntan grandes tubos hacia el cielo,

y hechiceros salen de sus huecos,

postrados en la oscuridad, conjurando una estrella.

Hordas de suicidas atraviesan las noches,

buscan en el horizonte la existencia que perdieron,

por el sur y el este, el oeste y el norte, por los suelos

arrastran el polvo con sus brazos-escobas.

Son como el polvo, que perdura.

Y a su paso, el cabello yace.

Se arrojan a la muerte, precipitados,

y reposan en la tierra con sus cabezas muertas.

A veces, todavía se agitan en espasmos. Y las bestias del campo,

ciegas a su alrededor, clavan los cuernos

en su vientre. Cuerpos extendidos,

enterrados bajo salvia y espiga.

En cambio, los mares se detienen; de las olas,

enmohecidas y tristes, penden las embarcaciones,

dispersas, y ninguna corriente se agita,

y todos los claros del cielo se cierran.

Las estaciones no cambian, los árboles permanecen

eternamente en el ocaso de la muerte,

y sobre los ruinosos caminos se extienden

los largos dedos de sus manos de madera.

Quien muere se prepara para levantarse,

y apenas pronuncia una palabra

ya no está más. ¿Dónde está su vida?

Y sus ojos se rajan como vidrio.

Muchos son sombras. Oscuras y furtivas.

Y sueños, que se arrastran junto a las puertas mudas,

y quien despierta, abatido por la luz de la mañana,

debe quitar el sueño pesado de los párpados grises.

LA GUERRA

Se levantó ella, que estuvo dormida mucho tiempo,

se levantó del fondo de profundas cavernas

envuelta en oscuridad, enorme y desconocida,

y aplastó la luna en su negro puño.

Se expande con el ruido de las ciudades al atardecer,

frío y sombra de una oscuridad desconocida.

Y congela la vorágine circular de los mercados.

Todo queda en silencio. Miran a su alrededor. Y nadie sabe nada.

En las calles, roza su hombro.

Una pregunta. Ninguna respuesta. Un rostro palidece.

A la distancia suena un débil repique de campanas,

y en los mentones afilados, tiemblan las barbas.

En las montañas ya invita al baile,

y grita: ¡guerreros, vamos, adelante!

Y estalla un estruendo cuando su negra cabeza se agita,

miles de calaveras forman un collar que cuelga de ella.

Como una torre, se aleja de las últimas luces;

cuando el día escapa, los ríos ya están llenos de sangre.

Incontables son los cuerpos en los cañaverales,

blancos bajo el vuelo de las robustas aves de la muerte.

En la noche, acecha incansablemente al fuego,

un perro rojo, con altar de fauces salvajes.

De la oscuridad emerge el negro mundo de las noches.

Volcanes atroces iluminan sus fronteras.

Y de miles gorros rojos, puntiagudos,

se enciende el lúgubre horizonte,

y todo aquello que busca refugio por las calles,

choca contra el bosque de fuego, donde la llama rugiente se

/arrastra.

Y en su fragor, las llamas devoran uno a uno, los bosques,

murciélagos amarillos colgados del ramaje,

con su pala, ella, como un carbonero azuza

los árboles, para hacer más fuego.

Una gran ciudad se anegó en humo amarillo,

se lanzó sin hacer ruido en el vientre del abismo.

Pero ella permanece sobre escombros encendidos,

enarbola su antorcha tres veces en los cielos salvajes.

Sobre el reflejo de las nubes mutiladas por la tormenta,

en los desiertos helados de la muerta oscuridad,

que con el incendio la noche consumió,

vierte desgracia y fuego sobre Gomorra.