Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Daphne Atkeson
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El rastro de unos labios, n.º 1204 - marzo 2016
Título original: Lipstick on His Collar
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8056-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Si te ha gustado este libro…
Cuando aquella dama de rojo entró en el Backstreet, el bar se quedó en silencio y todas las miradas se volvieron hacia ella.
No era habitual ver a mujeres, y menos aún solas, en el local.
Llevaba un impresionante vestido color sangre, que se ajustaba provocativamente a sus curvas sensuales, acompañado de unos zapatos de tacón y un caro collar de diamantes que relucían insultantemente. Se quedó en la puerta, de pie, respirando intensamente, con aquella mata abundante y espesa de pelo negro enmarcándole el rostro.
Nick no entendía qué podía hacer alguien así en un lugar como aquel. Para él era el sitio de encuentro con sus amigos, pero a ojos de una mujer como aquella resultaría una pocilga.
Debió de darse cuenta de ello y se dio la vuelta dispuesta a marcharse. Pero, en ese mismo instante, su mirada se encontró con la de Nick. Sonrió y se encaminó hacia él son sensualidad y decisión.
Aquella era el tipo de mujer que daba problemas y caros, muy caros. Pero el vestido de seda muy fina se deslizaba provocativamente sobre sus senos y Nick pensó que, al fin y al cabo, no tenía nada mejor que hacer aquella noche.
La mujer de rojo se sentó en el taburete, justo al lado de él. Nick alzó su jarra de cerveza en señal de saludo y le sonrió.
Ella aceptó el gesto y se dirigió al camarero.
Ben miró a Nick y le guiñó un ojo antes de hablar con la nueva clienta.
–¿Qué quiere tomar?
–Un Martini –respondió inmediatamente ella–. Con un toque de ginebra.
–Marchando –dijo Ben, preparando el cóctel de inmediato.
Ella tomó la copa y se la bebió de un trago, como si fuera medicina. Carraspeó y golpeó la barra con la mano, haciendo vibrar todos los vasos. Tenía unas uñas perfectas, de manicura.
–¿Está usted bien? –le preguntó él, dándole un pañuelo para que se limpiara las gotas de ginebra que habían empapado su ojo.
–Gracias –dijo ella.
–Me llamo Nick –se presentó él.
–Yo, Miranda –levantó la copa, haciéndole a Ben una señal para que se la volviera a llenar. En cuanto la tuvo a rebosar, la alzó y brindó–. Por ti, Nick –volvió a bebérsela de golpe.
–Te estás tomando esos cócteles demasiado deprisa, ¿no crees? –la miró con curiosidad–. ¿Tienes algún motivo?
Ella se volvió hacia él.
–Dime, Nick, ¿piensas que soy una mujer sin sexualidad alguna?
Nick se atragantó con la cerveza.
–Quiero decir, ¿parezco una mujer a la que no le gusta el sexo?
Nick sintió que estaba en un campo de minas.
–No soy quien para juzgar algo así…
–Me gusta el sexo como a la que más –le aseguró, aunque sin parecer realmente convencida. Lo miró tan fijamente que Nick se tensó–. Por ejemplo, podría acostarme contigo sin problemas.
–Me halaga oírlo –dijo él, sin saber bien qué debía responder.
–Solo es un decir –se retractó ella.
–Por supuesto –dijo él.
Miranda se volvió de nuevo hacia la barra y golpeó con la copa.
–Llénamela otra vez.
Tenía unos modales muy bruscos para ser una mujer tan refinada, lo que intrigó aún más a Nick.
–Quizás deberías esperar a que la ginebra te hiciera efecto. Puede ser muy traicionera.
–Eso espero –le aseguró ella.
Nick miró a Ben y le hizo una señal para que le diluyera la bebida. De no hacerlo, la dama de rojo perdería los papeles muy pronto.
–¿Y qué te ha traído hasta Backstreet?
–Me pillaba de paso –respondió Miranda.
–Vas demasiado elegante para un bar como este.
–Estaba en otro sitio más formal. Me dieron una mala noticia, así que me vine aquí siguiendo un impulso.
–Un impulso… ya.
–Tiendo a hacer cosas sin pensar y a arrepentirme luego –dijo con cierta tristeza.
–¿También te arrepentirás de haber venido aquí?
Ella lo miró en silencio durante unos segundos.
–No –dijo finalmente–. Esta vez no.
–Me alegro –respondió él.
Ella le lanzó una sonrisa tan brillante que lo deslumbró y lo dejó necesitado de más. De pronto, quería todas sus sonrisas, la quería a toda ella para él solo. Sintió una punzante necesidad de ayudarla.
Ben puso la tercera copa sobre el mostrador, distrayéndola durante unos segundos. Miranda volvió a bebérsela de golpe. Luego miró a Nick.
–¿Siempre aguan las bebidas aquí? –preguntó.
Nick no respondió a su pregunta.
–¿Qué tal si dejas que esta tercera copa se asiente bien en tu estómago?
Ella pareció considerar la opción.
–Ya veremos –dijo.
–¿Quieres hablar de esa «mala noticia»?
La sonrisa del rostro de Miranda se desvaneció.
–Lo resumiré en que ya no estoy comprometida –se atusó el pelo, lanzando al aire una ráfaga de delicioso perfume.
–Ya. Y no era lo que tú querías.
–Sí, sí era lo que yo quería –respondió.
–Pero no por elección propia.
–¿Es tan obvio?
–No. Solo que he estado en la misma situación. Hace unos meses que me divorcié.
–Lo siento.
–No lo sientas. Queríamos cosas muy diferentes.
Él habría deseado una vida tranquila y hogareña en su compañía, mientras ella quería convertirse en la ayudante del alcalde, cosa que Nick descubrió al encontrarlos juntos en la cama.
–Lo mismo me ha ocurrido a mí.
–Él se lo pierde –dijo él.
–Te agradezco el cumplido, pero creo que él ni se ha dado cuenta de que me he ido de la fiesta –lo miró fijamente–. ¿Puedo pedirte un favor?
¡Qué peligro!
–Por supuesto.
–Me gustaría que te quedaras conmigo mientras me emborracho y que te aseguraras que no hago nada completamente estúpido.
–Será un honor.
Le tendió la mano para estrechar la suya. Se sobrecogió al notarla cálida y frágil. A ella también le afectó su tacto.
–Sentémonos allí –dijo él tratando de controlar el apetito carnal que tan leve roce había despertado en él–. Hablaremos un rato.
Ella asintió y se puso de pie.
Nick la condujo hasta una mesa y la invitó a sentarse. Se sentó con aquella sensualidad natural que enloquecería a cualquiera.
Apoyó los codos sobre la mesa apretando sus senos que se mostraron sutilmente por el escote.
–Cuéntame cosas sobre ti –le pidió ella.
–Bueno… soy policía.
–¿Policía? Qué interesante –dijo Miranda.
–Supongo que lo es –Nick tuvo tentaciones de decirle que tenía una diplomatura en arte, pero pensó que no tenía sentido. Después de todo, no iba a volver a verla en su vida.
–Tienes un cierto aire peligroso. Pero tu mirada es amable y te traiciona. Y cuéntame, ¿cómo es la vida de un policía?
Nick le contó las emociones y decepciones de su vida policiaca, más de lo que nunca le había contado a nadie. Quizás porque parecía realmente interesada. A Debbie nunca le había gustado escuchar sus historias.
Mientras hablaba, se cuidaba de evitar que Miranda siguiera bebiendo. Estaba mareada, pero no borracha, y así era como quería que permaneciera.
–¿Y tú? ¿Qué me puedes contar sobre ti? ¿A qué te dedicas?
–Yo… No hay mucho que decir –lo miró fijamente–. La verdad es que preferiría no hablar hoy de mí, si no te importa.
Nick dedujo que estaba pensando en el impresentable con el que había roto aquella noche.
–Escucha –le dijo él–. Un hombre que te rechace del modo que sea es un idiota.
–¿De verdad lo piensas?
–Con toda certeza.
–Gracias por decir eso –ella bajó los ojos.
Su prometido había acabado por machacar su estima.
–Mírame un momento, por favor –le rogó él y ella lo obedeció–. Eres una mujer increíblemente sensual y atractiva, y tengo que decirte que me cuesta controlar las manos estando cerca de ti.
–¡Oh! –exclamó ella–. ¡Cómo me alegra!
Sin más, se inclinó sobre él y lo besó, despertando aún más su deseo por ella. Sus labios le resultaron suaves, dulces y apetecibles.
Pero el sentido común lo obligó a poner fin a aquello.
–Creo que no es recomendable que sigamos con esto –dijo él con la voz ronca.
–Vaya… –parpadeó y lo miró. Se había ruborizado. Miró el reloj de diamantes que llevaba en la muñeca–. Tienes razón. Además es muy tarde. Debería marcharme. Gracias por este rato de conversación. Me ha ayudado bastante.
Abrió el bolso y sacó de la cartera un billete de cincuenta que dejó sobre la mesa. Excesivo, como ella.
Pero, al verla partir, notó el dolor de su gesto. La había herido. Pensaba que no la deseaba. No podía permitirlo. Tampoco podía soportar que saliera de su vida así. Ni siquiera le había dicho su apellido.
Salió detrás de ella.
Se la encontró dando tumbos de un lado a otro, mientras caminaba calle abajo. Iba llorando. Él sabía lo que tenía que hacer.
–¡Miranda!
Ella se volvió. Bajo la luz de la farola tenía el aspecto de una diosa de bronce.
Él acortó la distancia entre ellos, la tomó en sus brazos y la besó con pasión.
Ella gimió aliviada y dejó que el deseo tomara las riendas. Sus labios chocaron con frenetismo, luego sus lenguas se buscaron y conectaron con urgencia. Él la abrazaba con tanta fuerza que apenas si le permitía respirar.
Después de unos minutos, Miranda le susurró al oído:
–Por favor, llévame contigo.
–¿Estás segura?
–Sí. Quiero que hagamos el amor –lo miró fijamente, una mirada firme, solo enturbiada por el deseo, pero clara y decidida.
¿Quién era él para decirle que no a una dama?
Se encaminaron hacia la plaza Crowne y tomaron una habitación de hotel.
Mientras subían en el ascensor, él la abrazó. Se acoplaba tan perfectamente a él que, por un momento, olvidó que no le pertenecía. Se sentía responsable de ella, como si se tratara de alguien que necesitaba su protección.
Sin embargo, en el momento en que ella le lanzó una mirada llena de deseo, supo que no era protección lo que ella buscaba. Su tácita petición lo inflamó por completo.
La noche fue increíble, como un sueño febril. Nick se sintió en todo momento como si conociera a aquella mujer, aquel cuerpo, a la perfección. Quizás sería porque ambos habían sido traicionados o puede que fuera por el alcochol.
Al amanecer, la puso en un taxi y la mandó a casa.
Antes de partir, ella lo obligó a prometer que la llamaría.
Pero, cuando él lo hizo, ella se negó a responder a su llamada.