Siglo XXI

Paul Strathern

Tomás de Aquino

en 90 minutos

Traducción: José A. Padilla Villate

 

 

Como las grandes catedrales góticas de Europa occidental, las certezas formaban parte esencial de la época medieval. Su monumento intelectual fue la filosofía, en gran medida estática y acumulativa, del escolasticismo, y el maestro por antonomasia de la escolástica fue Tomás de Aquino.

En Tomás de Aquino en 90 minutos, Paul Strathern presenta un recuento conciso y experto de la vida e ideas de Tomás de Aquino, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. El libro incluye una selección de escritos de Tomás de Aquino, una breve lista de lecturas sugeridas, para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento, y cronologías que sitúan a Tomás de Aquino en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.

«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y pensadores de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento y los descubrimientos de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.

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Título original

Thomas Aquinas in 90 minutes

© Paul Strathern, 1998

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 1999, 2015

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1760-6

Introducción

Tomás de Aquino murió el 7 de marzo de 1274 y subió al cielo. Fue santificado 49 años después y el papa León XIII, en 1879, proclamó que la obra de Tomás de Aquino era «la única filosofía verdadera».

Tomás de Aquino rompió así con la gran tradición filosófica de caer en el error, lo cual le separa de todos los demás filósofos (y quizá de la filosofía misma). En realidad, no se debería decir nada más, a menos que uno sea de los que creen que el pensamiento ha hecho algunos adelantos desde la época de la Cruzada de los Niños y del cinturón de castidad.

El ser objeto de numerosas hagiografías empalagosas, llenas de anécdotas favorecedoras y de la aceptación incondicional de muchos disparates metafísicos, no ha hecho mucho por la reputación filosófica de Tomás de Aquino. Solo vemos una figura indefinida en medio de nubes de incienso de teología, donde es difícil distinguir la más brillante mente filosófica de un milenio (desde san Agustín); sin embargo, Tomás de Aquino tiene, incuestionablemente, esa estatura.

Para apreciar a Tomás de Aquino con justicia es necesario distinguir, en lo posible, entre su teología y su filosofía; la primera, fuera de cualquier duda, es absolutamente correcta, se mire por donde se mire (todo el que dude de esto arriesga excomunión instantánea y la expectativa de una vida futura en una región tercermundista, desprovista de las modernas comodidades domésticas). La filosofía, en cambio, es algo cuya verdad es cuestionable. Esto es lo que hace que la filosofía sea lo que es.

Incluso en tiempos de Tomás de Aquino existía una diferencia implícita entre teología y filosofía; ambas conducían sus argumentos de manera similar, por deducción, razón, lógica, etc., pero los primeros principios de la teología se apoyaban en la fe en Dios, mientras que la filosofía no requería tal fe y comenzaba desde primeros principios que se daban por «evidentes en sí mismos», basados en nuestra aprehensión del mundo que nos rodea y en el solo uso de la razón.

Es natural que teología y filosofía se hayan solapado a menudo, particularmente en una civilización dominada por la religión como la de la era medieval. Puede que esta situación parezca pintoresca en estos tiempos sin dios, pero, en realidad, nuestro pensar se ha reducido a un estado misteriosamente similar. La filosofía moderna simplemente cubre con papel la línea divisoria entre el pensar teológico y el filosófico. También para filosofar debemos comenzar con una fe en algo, en los supuestos básicos, que quedan más allá de nuestra capacidad de prueba por medio de la razón; por ejemplo, una fe en la coherencia y consistencia del mundo, sin las cuales no puede haber leyes científicas. ¿Es esto un mero sofisma? ¿No es esto lo que quiere decir «evidente en sí mismo»? Es obvio que el mundo es coherente, aun cuando no tengamos medio de probarlo. Pero en realidad no es así. La moderna mecánica cuántica, que estudia el comportamiento de las partículas subatómicas, no tiene coherencia ni causalidad y es, claro está, ciencia, y es posible que aparezca pronto en escena una teoría global (una teoría del todo, digamos) que resuelva tales inconsistencias aparentes. Pero no es este el punto importante. En las circunstancias actuales, una fe en la consistencia última del mundo no es más justificable que una fe en Dios y esto es, de hecho, verdad en cualquier circunstancia.