Índice

Cubierta

Portadilla

Prólogo

Agradecimientos

África

América

Asia

Europa

Oceanía

Acerca de esta antología

Fuentes y contexto

Referencias bibliográficas

Créditos

A mi madre y a mi hija

Prólogo

Hace medio siglo escuchaba atónita los cuentos que circulaban en el pueblo de mi infancia: el hombre de hielo, aficionado a arrancar orejas y narices a mordiscos; Kludde, que por la noche se lanzaba al cuello de los distraídos transeúntes y se hacía más pesado a cada paso; y el renegrido diablo del cieno que arrastraba a las niñas demasiado curiosas hasta el fango del río.

A diario, mi padre me contaba historias sentado en su sillón de cuentacuentos, infundiéndome de por vida el amor a la palabra hablada. Quien como yo haya tenido esa fortuna, no olvidará jamás los olores y los colores de aquel rincón, el timbre inconfundible de la voz, los gestos y las miradas, los silencios deliberados para crear tensión y estimular la fantasía, la viveza de la lengua oral y los dichos populares. La forma en que el espacio entre la boca y el oído se colma de cuentos ancestrales siempre se me ha antojado pura magia.

Los relatos de mi padre me integraron en la cultura popular de la región del río Rupel, situada en Flandes. Al poco tiempo, me animé a contar a mi vez aquellas historias. Y cuando mi tío abuelo regresó a Bélgica tras permanecer un cuarto de siglo en China, dedicado a la obra misionera, no solo me cautivaron su mitra y los jarrones de porcelana, sino sobre todo los relatos que habían viajado con él entre los pliegues de su hábito de color púrpura. También en aquellas tierras lejanas, más allá de las altas montañas y las aguas profundas, el lobo, disfrazado de abuelita, intentaba comerse a las niñas. En mi cabeza me movía a saltos entre lo extraño y lo conocido, acariciando el deseo de recorrer el mundo en busca de relatos. La muchacha que mendigaba cuentos y los absorbía con avidez acabó convirtiéndose en una antropóloga que no desperdicia viaje alguno para recopilar historias, especialmente las que se cuentan durante o acerca de los rituales de crecimiento.

De niña grande a pequeña mujer

Cuando en agosto de 1995 pregunté a Dawn Horse, una chica navaja de catorce años, qué parte del rito de transición consideraba de mayor importancia, me contestó que los cuentos «le habían cambiado la carne» y que, gracias a ellos, ya no era una niña grande, sino una pequeña mujer. Sus palabras se erigieron en el lema del viaje alrededor del mundo que había emprendido con el fin de recopilar historias similares. Tras veinticinco años de búsqueda he reunido mis sesenta cuentos favoritos, todos ellos centrados en el paso de niña a mujer. Unas veces –las más– la temática salta a la vista, pero otras está presente en términos velados. Los relatos de esta antología poseen una gran fuerza literaria, debido al manifiesto poder del lenguaje, y sus narradores los transmiten con pasión y osadía. Causaron en mí una honda impresión, cayendo como un mazazo o, al contrario, rozándome como una tierna caricia. He elegido aquellos cuentos que deseo compartir, en mi calidad de mujer y de madre, con mi hija y mis hijos, con los hijos de los demás, y en realidad con mujeres y hombres de cualquier edad. Enérgicos y vigorosos, hacen aflorar emociones vitales que raras veces se verbalizan, al tiempo que muestran cómo las gentes del mundo damos interpretaciones diferentes a una misma temática y nos parecemos en las historias que contamos. Los relatos aquí reunidos alcanzan la esencia de la mujer y del ser humano en general, invitándonos a meternos en la piel del otro y a compartir sentimientos más allá de las fronteras. Hacen resonar dentro de nosotros a nuestros ancestros, revelándonos de una forma muy especial quiénes somos, y nos ponen en contacto con los antepasados y la identidad de los demás. A mi modo de ver, son capaces no solo de unir a hijas, madres y abuelas, sino de cautivar también a abuelos, padres e hijos.

A través de esta antología quiero compartir, además, el placer de contar y escuchar cuentos. He disfrutado enormemente de la diversidad de los relatos, así como de los diferentes momentos de la narración, espontáneos o provocados, en la intimidad o ante un gran público de todas las edades. Por otra parte, también he podido comprobar que se cuentan cada vez menos historias en todo el mundo y que muchos relatos muy valiosos corren el riesgo de perderse para las próximas generaciones.

Los cuentos se clasifican por continentes y los continentes aparecen por orden alfabético: África, América, Asia, Europa y Oceanía. Los subtítulos recogen el grupo cultural y el país de origen. Para aquellos que no están vinculados a ningún grupo cultural en particular solo figura la indicación geográfica. Al final de la obra, expongo mi forma de trabajar, explico a qué géneros pertenecen los relatos seleccionados, paso a contextualizar cada uno de los cuentos agrupados por continentes, comento de qué modo han llegado a mis oídos y describo las fuentes.

Niñas malas las hay en todas partes

La mayoría de los cuentos recogidos en la versión original de esta antología no se habían publicado nunca antes en traducción neerlandesa. Y no cabe duda de que todos ellos aparecen por primera vez en esta combinación tan singular, entrelazados con un tejido femenino sumamente personal. Además, estos sesenta relatos se comunican entre sí y nos invitan a sumergirnos en un apasionante juego de exploración y reconocimiento. ¿Cómo devoran los monstruos acuáticos a las niñas desobedientes en los trópicos? ¿En qué se diferencian y se parecen las Cenicientas, las Blancanieves, las Caperucitas, las Bellas Durmientes, las Pieles de Asno y las bestias propias y extrañas? ¿Qué sucede aquí y allá con las niñas rebeldes, soberbias, tozudas, perezosas o demasiado exigentes? ¿Acaban invariablemente en la cama con una serpiente gigante, un tapir, un cerdo o la luna? Las niñas malas protagonizan buena parte de los relatos admonitorios. El cuento de la «niña desobediente» constituye un género aparte en la literatura de transmisión oral de todo el mundo y ha dado lugar a numerosas variaciones sobre el mismo tema: la joven abandona el pueblo, desatendiendo todos los consejos, y se adentra en el bosque oscuro, donde se topa con un ser indómito, grande, fuerte, lascivo, viril, preparado para asaltarla y devorarla. Del mismo modo, la muchacha demasiado exigente, «la niña difícil», que no admite a ningún hombre por marido, suele terminar emparejada con un ser animalesco. Estos cuentos con moraleja instan a la obediencia y al acatamiento del sistema establecido, pero a la vez son emocionantes, atrevidos y soeces, subversivos y díscolos. Demuestran que las niñas buenas llegan al cielo, y que las niñas malas llegan a todas partes.

En un origen, los cuentos populares que se contaban en Europa Occidental también eran bastante atrevidos. Sin embargo, el advenimiento de tiempos más pudorosos puso coto al erotismo y a la agresividad, especialmente en las versiones para niños, que acabaron perdiendo todo su sabor. En el cuento de Caperucita Roja que recojo en este volumen he conservado intencionadamente el tono picante de las antiguas fuentes francesas, donde se describe lo que hace el lobo con la abuela y la nieta y lo que hace la nieta con la abuela. En esta misma línea, la narración en la que el príncipe da un beso a la Bella Durmiente –que no se despierta– tiene otro desenlace muy distinto al de Walt Disney.

Elige bien a tu novio

«He sido una mujer bonita y he tenido una vida bonita porque me han contado cuentos bonitos», me contó Sebasa, ya entrada en años, allá por septiembre de 2006, en Tzaneen, Sudáfrica. «Los cuentos anunciaban lo diferente que iba a ser todo después de mi primera luna. A partir de ese momento, yo miraría con otros ojos a los chicos y los chicos me mirarían a mí con otros ojos. ¿Quién se encarga ahora de contar cuentos a los jóvenes en los que se les explique cómo vivir?»

Bastantes de los relatos reunidos en esta antología pretenden instruir a la siguiente generación sobre el amor, el erotismo y la elección de la pareja. Advierten de lo que puede ocurrir si una joven se arriesga a relacionarse con un desconocido. En ese caso se corre el peligro de que el amado rebase los límites de lo humano y resulte ser un animal transformado, por ejemplo un delfín, un tapir o una anaconda. En todo el mundo se cuentan historias en las que los animales seducen a las jóvenes y actúan como prometidos o esposos. Este escenario no necesariamente termina mal para las jóvenes y sus amantes. Lo peor es cuando eligen a una pareja demasiado cercana, ya que entonces les aguarda invariablemente una suerte terrible. Las consecuencias nefastas del incesto suelen ser objeto de unos relatos despiadados. Al escucharlos, los integrantes del grupo cultural de turno tienden a tomar partido por la víctima de forma unánime y a voz en grito. El fin de estos cuentos consiste en fortalecer la resistencia de los jóvenes, fijando aquellos límites que no pueden transgredir bajo ningún concepto. Al mismo tiempo, van dirigidos a la generación adulta: incitan al padre y a la madre a cumplir con su papel y a guardar las distancias con respecto a su hijo o hija, que deben salir a buscar el amor carnal fuera de la familia. Se repite una y otra vez el mismo mensaje: amar también es saber desprenderse. Los jóvenes no son los únicos que crecen; sus padres y sus abuelos crecen con ellos.

Cuentos universales de máxima actualidad

Los relatos que se cuentan durante los rituales de crecimiento o que los mayores desean transmitir a los jóvenes al margen de estos ritos son siempre narraciones poderosas y desafiantes centradas en temas significativos: el origen del mundo, la esencia del ser humano, la enfermedad y la muerte, las (di)similitudes que existen entre personas y animales, la diferencia de género y la intimidad sexual, las transgresiones y las consecuencias de la ruptura de tabúes, la importancia de la elección de pareja, los retos planteados por las relaciones entre hijastras o hijastros y madrastras o padrastros, la fuerza del deseo de la procreación, la magia y la ambivalencia del amor –incluso del amor primigenio al que debemos nuestra existencia y nuestra supervivencia: el amor materno, capaz de nutrir y de devorar–, las dificultades y las posibilidades inherentes a la metamorfosis, la transformación, el renacimiento, la transición de la juventud a la edad adulta.

La riqueza del contenido va siempre unida a una hechura vigorosa. Se observa una indiscutible inversión en estilo, estructura y ritmo, aunque estos puedan no coincidir con el ideal de belleza formal que se estila en Occidente. Los cuentos se manifiestan como un continuo juego de imágenes y símbolos. No todo se revela ni se explicita, sino que mucho queda oculto entre las líneas y los pliegues del relato. El lenguaje sugerente deja lugar a la interpretación y contribuye a que cada relato se viva de manera distinta en función de la edad, la experiencia y el caracter.

Gracias a esta riqueza, los cuentos admiten lecturas muy diversas. Si transmitieran un único mensaje, si fueran unívocos, no tendría cabida la imaginación. Al ayudar a los jóvenes a familiarizarse con su nuevo cuerpo y con la edad adulta, estos relatos les brindan la oportunidad de asumir un papel activo, en busca de respuestas personales. Sin interpretación creativa no puede haber crecimiento. Ello no impide que todos estos cuentos sigan teniendo interés para quienes han llegado a la madurez hace ya tiempo. Al comienzo de la adolescencia, los relatos inician a los jóvenes en un cuerpo nuevo y fértil y en una vida como adultos, a la vez que los integran en una cultura, en una forma de vivir y de pensar en comunidad, de buscar sentido a la existencia y de encontrarlo. Por eso mismo se revelan como una vía estimulante para que incluso oyentes y lectores no iniciados puedan conocer mejor a un determinado grupo cultural. A través de sus cuentos, los ticunas, los tuaregs o los aborígenes warlpiri se nos presentan de otro modo que en los documentales o las obras de consulta.

Sueños y pesadillas

Algunos relatos evocarán recuerdos entrañables y tranquilizadores propios de los sueños más dulces, pero otros se convertirán en pesadillas tremendamente inquietantes. Asombrada como una niña, he sido testigo de las narraciones más estrambóticas: de por qué en tiempos remotos los órganos genitales se situaban en la axila o crecían en los árboles, o estaban provistos de unos dientes temibles. Estos cuentos enlazan con las dudas, los sueños y las fantasías que albergan los jóvenes, y con el deseo de saber en qué consiste el amor. Sobrecogedores, durísimos y crueles, hablan también de nuestros miedos atávicos: del temor a explorar un cuerpo ajeno (¿y si los genitales del otro están, en efecto, provistos de unos dientes que chirrían como los de un lobo?), del pánico a admitir un cuerpo ajeno en nuestra parte más íntima (¿y si la voracidad lo consume todo?), del miedo al carácter inhumano del (primer) contacto sexual, del temor a desangrarse por completo, y a que el propio cuerpo no sea capaz de dilatarse lo suficiente como para gestar y dar a luz a un bebé.

Puede que la exploración narrativa de los miedos y anhelos básicos adquiera un significado especial para quienes se inician en el amor, pero en realidad nos ayuda a todos. Además, en no pocas narraciones se ven materializados unos deseos que no pueden cumplirse en la vida cotidiana. De hecho, en más de un relato es el hombre el que gesta a los bebés, da a luz y amamanta a los hijos.

Fuente de extrañeza

Buena parte de los cuentos recogidos en esta antología nos resultan extraños no solo por su contenido, sino también por la apariencia. El gabinete de curiosidades compuesto por motivos y personajes se completa con toda una serie de peculiaridades formales: saltos narrativos aparentemente inconexos, una labor de corta y pega poco cuidada, un estilo pobre, tosco, sin adornos, y un humor a veces extraño, crudo y de mal gusto. Unas veces la línea argumental presenta lagunas inexplicables, cambios bruscos o una avalancha de acontecimientos descabellados, otras veces el tiempo y el espacio se desbocan. La irrupción de tanto disparate y caos puede llegar a desorientarnos. En algunos casos, la moraleja del cuento está ausente, resulta confusa o contraria a lo que se esperaría. En no pocas ocasiones surge la pregunta: ¿cómo hay que interpretar esto?

¿Hace falta adoptar una actitud especial al escuchar o al leer estos cuentos? Me parece que sobre todo nos invitan a mantener la mente abierta y a aprovechar esta oportunidad única de internarnos en unas exploraciones insólitas, por momentos hilarantes, atroces o extremadamente dolorosas, de lo humano. Por eso mismo, su efecto puede ser más poderoso que el de los relatos con los que estamos familiarizados desde siempre. Aquello que produce asombro tiene una gran capacidad de impacto, al ser capaz de romper con las evidencias y el inmovilismo. Estos cuentos raros y desconcertantes, llegados de muy lejos, nos sorprenden a la vez que nos tienden un espejo. Nos incitan a aportar una interpretación y una lectura desde lo más hondo de nuestro ser. Quien esté dispuesto a dejarse llevar por los relatos más inusuales de este volumen se verá asaltado por ideas y sentimientos personales, y difícilmente podrá evitar la confrontación consigo mismo. Eso es lo que nos define como seres humanos: el deseo y la necesidad de encontrarle un sentido propio a todo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Y eso es lo que nos permite crecer.

Bruno Vanobbergen, pedagogo y comisario flamenco para los Derechos de la Infancia, subraya la importancia de los relatos atrevidos y sorprendentes: «Los magníficos cuentos sobre el paso de niña a mujer tratan de aprehender un cambio profundo en la vida humana, un cambio descrito con asombro y a menudo también con admiración. Del mismo modo que la búsqueda y el viaje constituyen motivos recurrentes, los relatos son por así decir una exploración en sí mismos. Ello da lugar a una imagen hermosa: el crecimiento como viaje y búsqueda (de la verdad). Los cuentos también ponen de manifiesto que el crecimiento no se produce de forma automática, sino que requiere la participación activa de niños y jóvenes. Crecer no es sinónimo de convertirse en algo que otros ya son. El crecimiento se opera entre cuerpos vivos, jóvenes y mayores. Es el baile entre estos cuerpos el que determina el ritmo de la tradición. La educación y sobre todo la enseñanza deberían llevar incorporada una fascinación por lo desconocido. Si bien es cierto que los padres y los profesores deben dar seguridad a los jóvenes, también tienen que dejar un margen para la “in-seguridad”».

¿Una apuesta arriesgada?

Teniendo en cuenta que los relatos recogidos en estas páginas tratan del paso de la juventud a la edad adulta y prometen crecimiento, quisiera dedicárselos muy en especial a los jóvenes a partir de doce años. Los grupos culturales de los que provienen estas historias también las cuentan a niños de esas edades. Dado que en nuestras latitudes la primera menstruación aparece en chicas cada vez más jóvenes, que reciben escaso apoyo ritual y narrativo, puede resultar interesante poner a estas jóvenes en contacto con relatos procedentes de culturas en las que el paso de niña a mujer se acompaña con una fiesta y unos cuentos ad hoc. En estos casos, el enfoque abierto es el más indicado, puesto que permite al oyente o al lector quedarse con lo que necesite en cada momento.

¿Es arriesgado poner los relatos de este volumen –sobre todo aquellos que son especialmente sobrecogedores– a disposición de un público joven? ¿Son tan intimidantes como para llegar a trastornar a los adolescentes?

En mi calidad de antropóloga y autora de literatura juvenil, tomo muy en serio a los jóvenes, me niego a subestimarlos y apuesto decididamente por estos cuentos osados –siguiendo las huellas de quienes continúan organizando rituales de crecimiento–, convencida de que la juventud está preparada para afrontar estas narraciones y tiene derecho a conocerlas.

Peter Adriaenssens, psiquiatra infantil y juvenil, opina al respecto: «Nunca antes había leído unos cuentos semejantes. Me parecen estimulantes, porque invitan a la reflexión. Por un lado, presentan un mundo real, ambientando las escenas en el bosque, la aldea o el río; pero, por otro, rebasan los límites de la realidad. Hablan del desarrollo sexual y de las relaciones humanas en unos términos que nos resultan extraños. No estamos acostumbrados a que el pene desempeñe un papel protagonista en un relato destinado a un público joven ni a que mediante los cuentos se transmita a nuestros hijos o nietos la idea de que no hay nada mejor que una mujer de carne y hueso. Por todo ello, estos relatos nos obligan a reflexionar sobre nuestras propias normas, dudas y fronteras, y también sobre las de aquellos grupos culturales en cuyo seno se han gestado. Los adolescentes aprenden a no tener miedo de emplear palabras e imágenes que en más de una ocasión pueden resultar chocantes. Se les inculca la diferencia entre la provocación como transgresión normativa y el juego provocador propio de unos relatos que tratan temas delicados respetando en todo momento las normas morales».

Es precisamente el contexto narrativo el que puede ayudar a digerir una materia tan compleja.

La opinión de Lut de Rijdt, psiquiatra juvenil, se enmarca en la misma línea: «Son unos relatos preciosos en los que hay cabida tanto para el miedo y el terror como para el deseo y el cuerpo. Otro punto muy positivo es que en los cuentos no occidentales se reserva un lugar destacado a la comunidad, algo a lo que nosotros no estamos habituados. No creo que la soledad de la adolescencia y la posibilidad de recurrir a generaciones anteriores sean incompatibles. Estoy convencida de que estos cuentos también lograrán despertar el interés de los jóvenes de la era de internet. Dudo que les hagan daño, por muy duros que sean algunos de los relatos. Sin duda encontrarán algo que los cautive hasta en las historias más estremecedoras. En realidad, se les ofrece una forma arquetípica para reflexionar acerca del incesto, la menstruación, la fertilidad, los celos y la muerte. Es muy probable que nuestros adolescentes se sientan intrigados y que les entren ganas de hablar sobre estos temas. Para ellos, el valor de los relatos radica en que a través de una narración sugestiva y abierta les brindan acceso a los secretos de la vida. Gracias a su carácter estratificado, los cuentos les permiten extraer lo que comprenden o lo que pueden asimilar. Solo adquieren sentido en un contexto de crecimiento y desarrollo».

Carne amada

Estoy convencida de que los cuerpos de los jóvenes necesitan cuentos para crecer. Cuentos que verbalicen el crecimiento, que activen el conocimiento que llevamos anclado en nuestras carnes desde niños, que supongan una iniciación tanto desde el punto de vista literario como emocional, que encierren una invitación a jugar con las imágenes, a descubrir los diferentes niveles de significado y a interpretar los espacios en blanco.

Las lagunas existentes en los relatos admonitorios de mi infancia retaron mi imaginación. Ni lo que tramaban el renegrido diablo del cieno y el lobo con las niñas malas ni el grado de su voracidad se describían con palabras, sino con silencios elocuentes. Los fragmentos implícitos tenían que ver con un conocimiento borroso, aún no adquirido del todo, un conocimiento que ansiaban las niñas y que poseían las mujeres. Ahora lo llamaría carnal knowledge, el conocimiento del cuerpo, tal y como se refleja en la carne amada. Ahora vincularía los momentos clave de mi crecimiento con los relatos que me contaron entonces. Ahora afirmaría que los jóvenes tienen derecho a ser iniciados en el conocimiento narrativo autóctono, el denominado indigenous knowledge, y también en los cuentos procedentes de culturas lejanas, con la profunda extrañeza que ello conlleva.

En mi propio crecimiento, la narración oral cumplió una función de capital importancia. A través de esta obra quiero transmitir aquello que en su día recibí y lo que continúo anhelando a diario como antropóloga y autora: oportunidades para crecer, en la palabra, mediante la palabra y con la palabra.

A modo de conclusión

Si nadie entiende los relatos al cien por cien, ni siquiera el narrador o la narradora, ¿cómo vamos a ser capaces de aprehender por completo el efecto que generan? Los cuentos canalizan nuestro interés, limitan momentáneamente nuestra experiencia, incluyen y excluyen temas, relacionan el presente con episodios trascendentes del pasado, presentan una selección de vivencias que acaparan nuestra atención durante un tiempo. Por eso mismo pueden promover un cambio o implicar una toma de conciencia.

Tal vez estos relatos expresen unas verdades que no logramos asimilar de ninguna otra manera. Tal vez resulte imposible vivir determinadas experiencias sin apoyo narrativo. Los relatos nos ayudan a situar nuestras vivencias altamente fragmentadas en un todo coherente, conciliando elementos irreconciliables.

Estos relatos ocultan a la vez que desvelan, consuelan a la vez que atemorizan. Nos sumen tan pronto en el orden como en el caos. Construyen y destruyen mundos. Nace una nueva generación y se acepta que una parte de ella venga dada por las generaciones anteriores.

Las narraciones orales también pueden morir. Mueren cuando no hay cuerpos jóvenes a los que transmitirlas. Corresponde a los adultos poner de su parte, llevando los cuentos a los niños y los adolescentes.

A mi juicio, estos relatos merecen el esfuerzo. Para mí, son grandiosos, tratan sobre la Tierra y el Sol y la Luna y los planetas, sobre la vida y el amor y la muerte, sobre las plantas y los animales y los espíritus y los seres humanos, sobre las niñas y las mujeres y los niños y los hombres; en definitiva, tratan sobre ti y sobre mí.

MARITA DE STERCK,

diciembre de 2009.

Agradecimientos

Debo mucho a mucha gente, ya sean especialistas en la materia o narradores. Les agradezco sus narraciones y la revisión crítica de mi selección de cuentos y las versiones contadas de nuevo por mí:

Peter Adriaenssens, Cecilia Alfonso, Jan van Alphen, Corazón Alvina, Anki, Wendy Baarda, Bala V., Beatrice N., Hans C. ten Berge, Wendy Nungarrayi Brown, Hillary de Bruin, Carla, Celestina, David, Dawn Horse, Renaat Devisch, Diana Edgar, Etty, Florinela P., Frits, Veronika Görög-Karady, Alma Nungarrayi Granites, David Guss, Ilda C., Maia Jessop, Vanessa Joosen, Mieke Kalhöfer, Kamal, Michiel van Kempen, Cees Koelewijn, Suzanne Lallemand, Marc Lamboray, Chris de Lauwer, Françoise Lempereur, Harlinda Lox, Barbara Napanangka Martin, Theo Meder, Eddy Moerloose, Gloria Morales, Maria Nikolaieva, George Nuku, Isidore Okpewho, Nancy Napurrurla Oldfield, Georges Petitjean, Pedro Ignácio Pinheiro, Roger Pinon, Rik Pinxten, Neville Cobra Japangardi Poulson, Lut de Rijdt, Tess Napaljarri Ross, Samira A., Ruth Napaljarri Stewart, Marleen Temmerman, Lut Vanloo, Bruno Vanobbergen, Sophie Vanonckelen, Leon Verbeek, Peter Verlinden, Daniel de Vos, Lotte van de Werf, Henk van der Wijngaart, Pauline van der Zee, Jack Zipes; y en último lugar, pero no menos importantes, mis seguidores en casa: Michel, Samuel, Jonas y Naomi.

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