Elle Kennedy es una de las nuevas revelaciones de la novela romántica. Tras graduarse en Letras Inglesas por la Universidad de York en 2005, decidió orientar su vida profesional a la escritura, y desde entonces ha ido consolidando una gran carrera literaria: una treintena de novelas que recorren la temática amorosa desde distintos géneros.
Es autora best seller del The New York Times, el diario USA Today y el Wall Street Journal.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
V.1: noviembre de 2020
Título original: The Chase
© Elle Kennedy, 2018
© de la traducción, Sasha Pradkhan, 2020
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020
Todos los derechos reservados.
Se declara el derecho moral de Elle Kennedy a ser reconocida como la autora de esta obra.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Publicado por Wonderbooks
C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª
08009, Barcelona
www.wonderbooks.es
ISBN: 978-84-18509-00-1
THEMA: YFM
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
No hay ningún motivo lógico para que me sienta atraída por Colin Fitzgerald. No me gustan los chicos llenos de tatuajes que juegan al hockey, son unos frikis de los videojuegos que además me consideran la típica chica popular superficial. Para colmo, Colin es el mejor amigo de mi hermano. Y su compañero de piso Hunter está coladito por mí. Por si fuera poco, acabo de mudarme con ellos. Sí, lo habéis leído bien: ¡acabo de mudarme con ellos!
No…, por mucho que me guste Colin Fitzgerald, es territorio prohibido. Aunque supongo que da igual, porque es evidente que no le intereso.
La nueva novela de Elle Kennedy, autora best seller de Kiss Me y Los Royal
«¡Sumamente adicitiva! Amor prohibido es una lectura ligera perfecta».
Vi Keeland, autora best seller del New York Times
«¡Este libro tiene todo lo que me encanta de Elle Kennedy! Una novela muy divertida y llena de amor.»
Sarina Bowen, autora best seller del USA Today
«Una historia de amor de dos polos opuestos que se atraen repleta de humor y escenas románticas y apasionadas… Cuando digo que Amor prohibido lo tiene todo, ¡lo tiene todo! Una experiencia lectora fantástica.»
Mary Dubé, autora best seller del USA Today
«Amor prohibido es sumamente adictivo. ¡Una lectura obligatoria!»
Natasha is a Book Junkie
«Kennedy ha escrito una historia de amor increíble llena de amistad, pasión y tensión no resuelta que te hará perder la cabeza.»
Shayna Renee's Spicy Reads
#wonderlove
No tenéis ni idea de lo divertido que ha sido volver al mundo del hockey universitario con Amor prohibido. Además, ¡me he reencontrado con mis jugadores de hockey buenorros y unas chicas muy guais que me moría por presentaros a todos! Como siempre, llevar este libro a vuestras manos no ha sido fruto de un esfuerzo solitario. No habría sido posible sin la ayuda de algunas personas maravillosas.
Quiero dar las gracias a Edie Danford, por dar forma al manuscrito a latigazos (y por meterme en la cabeza para siempre el símil entre una tortuga asustada y unos genitales).
A Sarina, Nikki y Gwen, lectoras de la versión beta, amigas, y mujeres sexies en general.
A Aquila Editing, por corregir el libro (¡¡perdón por todas las faltas!!).
A Connor McCarthy, mi jugador de hockey universitario personal, que ha recibido muchísimas preguntas (la mayoría de ellas aleatorias y un poquito alocadas) y las ha contestado como el campeón que es. Muchas muchas gracias por toda tu ayuda, tío. Significa mucho para mí. ¡Espero que a tu novia le guste el libro!
A Viv, porque sí.
A Nicole, una asistente extraordinaria. Madre mía, todavía me sorprende tu apoyo, tu eficiencia, tu ética de trabajo, tu genialidad en general, y cómo ni siquiera parpadeas ante mis peticiones más descabelladas.
A Tash, asistente, mejor amiga del mundo mundial, salvavidas, terapeuta, la persona que me incita a comprar y mi alma gemela, con la que comparto momentos en los que ponemos los ojos en blanco. Lo eres todo.
A Nina, mi ángel celestial. Siento todas las velas que tienes que encender por mí. Las dos sabemos que no sobreviviría sin ti.
A Natasha y Vilma, por vuestro apoyo continuo. Significa muchísimo para mí.
¡A Damonza.com por la portada absolutamente despampanante de la edición original!
A mis amigos autores (¡sabéis quiénes sois! ¡Pssst, Vi!), por compartir este lanzamiento y vuestro cariño y apoyo a la serie. ¡Os quiero!
Y por supuesto, a los blogueros, reseñadores y lectores por seguir hablando al mundo sobre mis libros. Estoy muy agradecida por todos y cada uno de vosotros. Gracias por tomaros el tiempo para hacer todo lo que hacéis.
Con amor,
Elle
—¿Es una broma?
Miro boquiabierta a las cinco chicas que me juzgan. Cada una tiene el pelo, la piel y los ojos de un color diferente; sin embargo, no soy capaz de distinguirlas porque sus expresiones son idénticas. La arrogancia asoma por encima del falso remordimiento que intentan transmitir, como si realmente estuvieran devastadas por la noticia.
Seguro. Lo están disfrutando.
—Lo siento, Summer, pero no es broma. —Kaya me ofrece una sonrisa lastimera—. Como miembros del Comité Normativo, nos tomamos muy en serio la reputación de Kappa Beta Ni. Hemos recibido una notificación de la sede nacional esta mañana.
—Oh, ¿en serio? ¿Habéis recibido una notificación? ¿Os han mandado un telegrama?
—No, era un correo electrónico —dice ella, pasando completamente por alto el sarcasmo. Se aparta el pelo reluciente detrás del hombro—. Han recordado al comité que todos los miembros de esta hermandad deben respetar las normas de conducta establecidas. En caso contrario, nuestra sección perderá su buena reputación.
—Tenemos que mantener nuestra buena reputación —exclama Bianca, que me suplica con la mirada. De las cinco idiotas que tengo delante de mí, esta parece la más razonable.
—Sobre todo después de lo que le pasó a Daphne Kettleman —añade una chica cuyo nombre no recuerdo.
La curiosidad puede conmigo.
—¿Qué le pasó a Daphne Kettleman?
—Intoxicación etílica.
La cuarta chica —creo que se llama Hailey— baja la voz hasta un susurro y echa un vistazo rápido a su alrededor, como si hubiera uno o dos micros ocultos entre los muebles antiguos que llenan el salón de la mansión Kappa.
—Tuvieron que hacerle un lavado de estómago —revela la chica sin nombre regocijándose, lo que hace que me pregunte si realmente le entusiasma la idea de que Daphne Kettleman estuviera a punto de morir.
Kaya alza la voz, con un tono tajante:
—Basta de hablar de Daphne. Ni siquiera deberías haber sacado el tema, Coral.
¡Coral! Eso es. Así se llama. Su nombre suena igual de estúpido ahora que cuando se ha presentado hace quince minutos.
—No pronunciamos el nombre de Daphne en esta residencia —me explica Kaya.
Por-fa-vor. ¿Un mísero lavado de estómago y tratan a la pobre Daphne como si fuera Voldemort? La sección Kappa Beta Ni de la Universidad Briar es flagrantemente mucho más estricta que la sección de Brown.
El caso es que me están echando incluso antes de que haya tenido tiempo de mudarme.
—No es nada personal —continúa Kaya, que me obsequia con otra sonrisa falsa de consolación—, nuestra reputación es muy importante para nosotras, y aunque estés aquí porque tu madre fue una Kappa Beta Ni…
—No una…, presidenta —puntualizo. ¡Así que, ja! ¡En tu cara, Kaya!
Mi madre fue presidenta de una sección Kappa durante sus dos últimos años de carrera, igual que mi abuela. Las mujeres de la familia Heyward y Kappa Beta Ni van de la mano, igual que los abdominales y cualquier Hemsworth varón.
—En cualquier caso —prosigue—, ya no nos regimos por los lazos ancestrales de una forma tan estricta como antes.
¿Lazos ancestrales? ¿Quién dice eso? ¿Se ha teletransportado desde la antigüedad?
—Como he dicho, tenemos normas y reglamentos. Y no te fuiste de la sección de Brown en los mejores términos.
—No me echaron de Kappa —sostengo—. Me echaron de la universidad, en general.
Kaya me mira con incredulidad.
—¿Es algo de lo que estás orgullosa? ¿De que te hayan expulsado de una de las mejores universidades del país?
Contesto con los dientes apretados:
—No, no estoy orgullosa de ello. Solo digo que, en realidad, todavía soy miembro de esta hermandad.
—Tal vez, pero eso no significa que tengas derecho a vivir en esta residencia.
Kaya se cruza de brazos por encima del jersey de lana de angora blanco.
—Ya veo.
Imito su pose y, además, me cruzo de piernas.
La mirada envidiosa de Kaya se posa sobre mis botas de ante negras de Prada, regalo de mi abuela para celebrar mi admisión en Briar. Solté una buena carcajada cuando abrí el paquete anoche; no estoy muy segura de si la abuela Celeste entiende que solo estoy en Briar porque me han expulsado de otra universidad. En realidad, me apuesto lo que sea a que lo sabe y simplemente no le importa. La abuela buscaría cualquier excusa para ponerse sus Prada. Es mi alma gemela.
—¿Y no se os había ocurrido —prosigo con un tono de voz cada vez más borde— decírmelo antes de hacerme empaquetar todas las cosas, conducir hasta aquí desde Manhattan y atravesar vuestra puerta?
Bianca es la única que tiene la decencia de parecer culpable.
—Lo sentimos mucho, Summer, en serio. Pero como ha dicho Kaya, la sede nacional no se ha puesto en contacto con nosotras hasta esta mañana, y entonces había que votar y… —Se encoge de hombros ligeramente—. Lo siento —repite.
—O sea que habéis votado y habéis decidido que no tengo permiso para vivir aquí.
—Sí —responde Kaya.
Miro a las otras.
—¿Hailey?
—Halley —me corrige con frialdad.
Aj, como sea. ¿Se supone que tengo que recordar sus nombres? Acabamos de conocernos.
—Halley. — Miro a la siguiente chica—. Coral. —Y entonces, a la siguiente chica. Mierda. No tengo ni idea de cómo se llama—. ¿Laura?
—Tawny —gruñe.
¡Tocada y hundida!
—Tawny —repito con un tono de disculpa—. ¿Estáis seguras de esto, chicas?
Las tres asienten con la cabeza.
—Genial. Gracias por hacerme perder el tiempo.
Me levanto, me aparto el pelo del hombro y empiezo a enrollarme la bufanda roja de cachemir alrededor del cuello. A lo mejor lo hago con demasiada energía, porque parece que molesta a Kaya.
—Deja de ser tan dramática —me ordena con cinismo—, y no actúes como si fuera culpa nuestra el hecho de que incendiaras tu anterior residencia. Perdónanos por no querer vivir con una pirómana.
Me esfuerzo por mantener la ira bajo control.
—Yo no incendié nada.
—No es lo que dijeron nuestras hermanas de Brown. —Tensa los labios—. Bueno, tenemos una reunión de la residencia en diez minutos. Es hora de que te vayas.
—¿Otra reunión? ¡Fíjate tú! ¡Hoy tenéis la agenda apretada!
—Vamos a organizar un evento benéfico de Nochevieja para recaudar dinero —dice Kaya con frialdad.
Oh, mea culpa.
—¿Para qué organización benéfica?
—Oh. —Bianca parece avergonzada—, estamos recaudando dinero para renovar el sótano de la mansión.
Dios mío. ¿Las beneficiarias son ellas?
—Es mejor que os pongáis a ello, entonces. —Con una sonrisa socarrona, levanto la mano para despedirme de forma despreocupada y salgo de la habitación.
En el recibidor, noto que empiezan a escocerme los ojos.
Que les den a estas chicas. No las necesito, ni a ellas ni a su estúpida hermandad.
—Summer, espera.
Bianca me alcanza a las puertas de la entrada. Rápidamente, finjo una sonrisa y parpadeo hasta que las lágrimas que habían empezado a salir desaparecen. No dejaré que me vean llorar, y estoy muy orgullosa de haber dejado todo el equipaje en el coche y de haber entrado solo con el bolso de tamaño oversized. Me habría matado tener que arrastrar mis maletas de vuelta al coche. Además, me habría llevado varios paseítos, porque no viajo ligera, que digamos.
—Escucha —dice Bianca. Habla tan bajito que tengo que esforzarme para oírla—, deberías considerarte afortunada.
Arqueo las cejas.
—¿Por ser una sintecho? Claro que sí, tengo una suerte…
Logra esbozar una sonrisa.
—Tu apellido es Heyward-Di Laurentis. No eres, ni serás nunca, una sintecho.
Sonrío tímidamente. No puedo contradecir eso.
—Pero lo digo en serio —susurra—. No te gustaría vivir aquí. —Lanza una mirada hacia la puerta—. Kaya es como una sargento. Es su primer año como presidenta de Kappa y se le ha subido el poder a la cabeza.
—Lo he notado —contesto con brusquedad.
—¡Tendrías que haber visto lo que le hizo a Daphne! Fingió que fue por lo del alcohol, pero en realidad solo estaba celosa porque Daph se acostó con su exnovio, Chris, así que decidió arruinarle la vida. Un finde que Daphne estaba fuera, Kaya donó «accidentalmente —Bianca dibuja unas comillas en el aire— toda su ropa a unos de primero que estaban recolectando cosas para una campaña anual. Al final, Daph dejó la hermandad y se mudó.
Empiezo a pensar que esa intoxicación etílica fue lo mejor que podría haberle pasado a Daphne Kettleman si la sacó de este agujero infernal.
—Me da lo mismo. No me importa si vivo aquí o no. Como has dicho tú, estaré bien —contesto con una voz despreocupada que he perfeccionado a lo largo de los años para demostrar que nada me afecta.
Es mi coraza. Finjo que mi vida es una bonita casa victoriana y espero que nadie se acerque lo bastante como para ver las grietas de la fachada.
Pero no importa cómo de convincente haya sonado delante de Bianca, porque no hay manera de parar la enorme ola de ansiedad que me golpea en cuanto me meto en el coche cinco minutos más tarde. Me cuesta respirar y se me acelera el pulso, y empieza a ser difícil pensar con claridad.
¿Qué se supone que debo hacer?
¿Adónde puedo ir?
Inhalo profundamente. Todo va bien. No pasa nada. Tomo otra bocanada de aire. Sí, encontraré una solución. Siempre lo hago, ¿no? La cago constantemente y, al final, siempre doy con una solución. Solo tengo que ponerme a ello y pensar…
Mi tono de llamada, «Cheap Thrills», de Sia, suena a todo volumen. Gracias a Dios.
No tardo nada en contestar.
—Ey —saludo a mi hermano, Dean, agradecida por la interrupción.
—Hola, mocosa. Solo quería comprobar que has llegado sana y salva al campus.
—¿Por qué no iba a hacerlo?
—Bueno, ¿quién sabe? Podrías haberte fugado a Miami con algún aspirante a rapero autoestopista que hubieras recogido en la interestatal, o, como lo llamo yo, la receta perfecta para convertirse en el traje de piel de un asesino en serie. Oh, espera. Que eso ya lo hiciste.
—Ay, Díos. En primer lugar, Jasper era un aspirante a cantante de country, no un rapero. En segundo lugar, iba con otras dos chicas y estábamos yendo a Daytona Beach, no a Miami. En tercer lugar, ni siquiera intentó tocarme, así que matarme ya ni te digo —suspiro—. Lacey, en cambio, sí que se acostó con él, y se llevó un herpes de regalo.
Un silencio incrédulo llega a mis oídos.
—¿Dicky? —Es el mote que le puse a Dean cuando era una niña. Lo odia—. ¿Estás ahí?
—Trato de entender cómo piensas que tu versión de la historia puede de algún modo ser más potable que la mía. —De pronto, maldice—. Oh, mierda, ¿no me acosté con Lacey en la fiesta de tus dieciocho? —Hace una pausa—. El viaje del herpes fue antes de esa fiesta. ¡Mierda, Summer! O sea, usé protección, ¡pero habría estado bien que me avisaras!
—No, no te acostaste con Lacey. Te refieres a Laney, con ene. Dejé de ser amiga suya después de eso.
—¿Por qué?
—Porque se acostó con mi hermano cuando se suponía que tenía que estar pasando el rato conmigo en mi fiesta. Eso no mola.
—Es verdad. Fue una egoísta.
—Sí.
De repente, hay mucho ruido al otro lado de la línea. Oigo viento, motores de coches y luego cláxones ensordecedores.
—Lo siento —dice Dean—. Estoy saliendo del apartamento, ha llegado mi Uber.
—¿Adónde vas?
—A buscar la ropa a la tintorería. El sitio al que Allie y yo vamos está en Tribeca, pero son geniales, así que vale la pena la excursión. Lo recomiendo.
Dean y su novia Allie viven en el West Village, en Manhattan. Allie admitió que la zona es mucho más sofisticada de a lo que está acostumbrada, pero, para mi hermano, en realidad supuso bajar de nivel; el ático de nuestra familia está en el Upper East Side y ocupa las tres últimas plantas de nuestro hotel, el Heyward Plaza. Sin embargo, el edificio nuevo de Dean está al lado de la escuela privada donde enseña y, como Allie tiene un papel protagonista en una serie de televisión que rueda por todo Manhattan, la ubicación les conviene a los dos.
Debe de ser muy guay para ellos tener un sitio donde vivir y tal.
—En fin…, ¿estás ya instalada en la residencia Kappa?
—No del todo —confieso.
—Madre mía, Summer. ¿Qué has hecho?
Se me desencaja la mandíbula de la rabia. ¿Por qué mi familia siempre asume que soy yo quien hace las cosas mal?
—No he hecho nada —contesto con firmeza. Pero la derrota me debilita la voz—. No creen que alguien como yo sea adecuada para una hermandad con tan buena reputación. Una de ellas ha dicho que soy una pirómana.
—Bueno —responde Dean sin mucho tacto—, en parte lo eres.
—Vete a la mierda, Dicky. Fue un accidente. Los pirómanos causan incendios intencionadamente.
—O sea que eres una pirómana accidental. La Pirómana Accidental. Es un buen nombre para un libro.
—Maravilloso. Venga, empieza a escribirlo. —No me importa lo borde que haya sonado. Estoy cabreada y alterada—. En cualquier caso, me han echado y ahora tengo que ver dónde narices voy a vivir este semestre.
Se me forma un nudo en la garganta y casi emito un sollozo ahogado.
—¿Estás bien? —pregunta Dean de inmediato.
—No lo sé. —Trago saliva con fuerza—. Yo… Esto es ridículo. No sé por qué estoy enfadada. Esas chicas son horribles y no me habría gustado vivir con ellas. O sea, es Nochevieja ¡y todas están en el campus! ¡Están organizando una recaudación benéfica en lugar de estar de fiesta! No es mi ambiente ni de broma.
Las lágrimas que he estado aguantando se vuelven incontrolables. Dos gotas enormes me recorren las mejillas, y estoy muy contenta de que Dean no esté aquí para presenciarlo. Ya es bastante horrible que me oiga llorar.
—Lo siento, mocosa.
—¿Qué más da? —Me seco los ojos, furiosa—. No importa. No voy a llorar por un par de chicas horribles y una residencia abarrotada. No voy a dejar que me afecte. ¿Dejaría Selena Gomez que algo así le afectase? Está claro que no.
—¿Selena Gomez? — pregunta con confusión.
—Sí. —Levanto la barbilla—. Es un símbolo de clase y pureza, mi modelo a seguir. En cuanto a personalidad. Obviamente, en lo que a estilo se refiere, siempre trataré de ser Coco Chanel, aunque fracasaré, porque nadie puede ser Coco Chanel.
—Obviamente. —Hace una pausa—. ¿De qué Selena Gomez estamos hablando? ¿De la de la época de Justin Bieber o la de The Weeknd? ¿O de la segunda parte de Bieber?
Frunzo el ceño mirando el móvil.
—Espera, ¿lo dices en serio?
—¿Qué?
—Una mujer no se define por sus novios. Se define por sus logros. Y por sus zapatos.
Poso la mirada en las botas nuevas, cortesía de la abuela Celeste. Por lo menos, he tenido un éxito estelar en el ámbito de los zapatos.
En el resto, no tanto.
—Supongo que puedo pedirle a papá que llame a los encargados del alojamiento y pregunte si hay sitio en alguna de las residencias de estudiantes. —De nuevo, estoy derrotada—. Aunque tengo cero ganas de hacerlo, la verdad. Ya tuvo que mover hilos para que me admitiesen en Briar.
Y preferiría no vivir en una residencia de estudiantes si puedo evitarlo, sinceramente. Compartir baño con una docena de chicas más es mi mayor pesadilla. Tuve que hacerlo en la residencia Kappa de Brown, pero la habitación privada hizo la situación de los baños mucho más llevadera. Y fijo que no quedan habitaciones individuales a estas alturas del curso.
Sollozo bajito:
—¿Qué se supone que debo hacer?
Tengo dos hermanos mayores que nunca pierden la oportunidad de molestarme o de dejarme en ridículo, pero, en ocasiones muy puntuales, muestran raros destellos de compasión.
—No llames a papá todavía —responde Dean con voz ronca—. Déjame ver qué puedo hacer yo primero.
Frunzo el ceño.
—No creo que puedas hacer nada.
—Bueno, espera un poco antes de llamarlo. Tengo una idea. —El chirrido de los neumáticos interrumpe la frase—. Un segundo. Gracias, tío. Te pondré cinco estrellas en la valoración del viaje. —Se cierra una puerta de coche—. Summer, ¿vas a volver a la ciudad esta noche igualmente, no?
—No lo tenía pensado, la verdad —admito—, pero supongo que no tengo elección. Tendré que pillarme un hotel en Boston hasta que solucione lo del alojamiento.
—Boston no, me refiero a Nueva York. El semestre no empieza hasta dentro de unas semanas. Había dado por hecho que te quedarías en el ático hasta entonces.
—No, quería deshacer las maletas, instalarme y todo el rollo.
—Bueno, eso no lo vas a hacer hoy de todos modos, y es Nochevieja, así que igual podrías venir a casa y pasarla con Allie y conmigo. También vendrán algunos de mis antiguos compañeros de equipo.
—¿Por ejemplo? —pregunto, curiosa.
—Garrett está en la ciudad para un partido, así que vendrá. También viene el equipo actual de Briar. Ya conoces a algunos: Mike Hollis, Hunter Davenport. De hecho, Hunter estudiaba en el Roselawn Prep, creo que iba un curso por detrás de ti. También estarán Pierre y Corsen, pero creo que no los conoces. Fitzy…
Se me aceleran los latidos.
—Me acuerdo de Fitzy —comento con la mayor indiferencia de la que soy capaz, aunque no lo consigo. Incluso yo advierto la emoción en mi tono de voz.
Pero ¿quién podría culparme? Fitzy es el diminutivo de Colin Fitzgerald, que resulta que es el unicornio. El hombre unicornio, un jugador de hockey increíblemente alto, sexy y tatuado que tal vez que me haga un poquito de tilín.
Bueno, vale.
Confirmo que estoy coladísima por él. Hasta las trancas.
Es tan… mágico. Pero está superfuera de mi alcance. Normalmente, los amigos del equipo de mi hermano me tiran la caña cuando me conocen, pero Fitz no. Lo conocí el año pasado cuando visité a Dean en Briar, y el chaval ni siquiera miró en mi dirección. Cuando lo vi de nuevo en la fiesta de cumpleaños de Logan, otro amigo de Dean, me dirigió unas diez palabras. Y estoy bastante segura de que la mitad de ellas fueron «hola», «¿qué tal?» y «adiós».
Es exasperante. No es que espere que cualquier chico que se me acerque caiga a mis pies, pero sé que le atraigo. Lo vi en la manera en que ardían sus ojos marrones cuando me miraba. Le ardían, maldita sea.
A menos que solo vea lo que quiero ver.
Mi padre tiene un dicho muy grandilocuente: «La percepción y la realidad son infinitamente dispares. La verdad, por lo general, se encuentra en un punto intermedio». Usó esta frase una vez como argumento en un juicio por asesinato y ahora siempre la utiliza en cualquier situación que se preste mínimamente.
Si la verdad está en algún punto entre la indiferencia de Colin Fitzgerald hacia mí (me odia) y el calor que veo en sus ojos (la ardiente pasión que despierto en él), supongo que podría decir que me ve como una amiga, ¿no?
Aprieto los labios.
No. Definitivamente no. Me niego a ser una pagafantas sin antes haber intentado dar un paso siquiera.
—Será guay —dice Dean—. Además, hace mil años que no estamos en el mismo sitio en Nochevieja. Así que mueve el culo y vente a Nueva York. Escríbeme cuando llegues. Ya estoy en la tintorería, así que tengo que colgar. Te quiero.
Cuelga, y tengo una sonrisa tan grande que parece mentira que hace cinco minutos estuviera llorando. Dean puede ser un pesado la mayor parte del tiempo, pero es un buen hermano mayor. Está ahí cuando lo necesito, y eso es lo que realmente importa.
¡Y… aleluya! Ahora tengo una fiesta a la que ir. No hay nada mejor que una fiesta después de un día de mierda. Lo necesito mucho.
Miro la hora. Es la una del mediodía.
Hago un cálculo mental rápido. El campus de Briar está a una hora de Boston. Desde allí, el trayecto es de tres horas y media; cuatro hasta Manhattan. Lo que significa que no llegaré a la ciudad hasta bien entrada la tarde, cosa que no me va a dejar mucho tiempo para prepararme. Si voy a ver a mi unicornio esta noche, pienso arreglarme de los pies a la cabeza.
Ese chico va a flipar, y no sabrá ni de dónde le viene.
—¿Bailamos?
Quiero responderle que no.
Pero también quiero responderle que sí.
Esto es lo que yo llamo el Dilema de Summer: las reacciones opuestas que me provoca esta diosa de ojos verdes y cabello dorado.
Joder, sí, y hostia, no.
Quiero desnudarme con ella. Alejarme y echar a correr, hasta estar muy lejos de ella.
—Gracias, pero no me gusta bailar.
No miento. Odio bailar. Además, cuando se trata de Summer Di Laurentis, mi instinto de huida siempre gana.
—Vaya muermo que eres, Fitzy. —Hace un chasquido con la lengua que provoca que le mire los labios. Carnosos, rosas y brillantes, con un pequeño lunar sobre el lado izquierdo.
Es una boca extremadamente irresistible.
Todo en Summer es extremadamente irresistible. Es, de lejos, la chica más guapa del bar, y cada chico que pasa por nuestro lado, o la mira a ella «con ganas» o me fulmina a mí con la mirada por estar con ella.
O sea, no es que esté con ella. No estamos juntos. Solo estoy a su lado, a un metro y medio de distancia. Distancia que Summer intenta acortar en todo momento inclinándose hacia mí.
En su defensa, diré que prácticamente tiene que gritarme al oído para que la oiga por encima de la música de baile electrónica que retumba en la sala. Odio la electrónica, y no me gustan este tipo de bares, con pista de baile y música ensordecedora. ¿Para qué usan un eufemismo así? Llama discoteca directamente a tu local si eso es lo que quieres que sea. El propietario del Gunner’s Pub debería haberlo llamado Gunner’s Club. Así podría haber dado media vuelta con solo ver el letrero y me habría ahorrado destrozarme los tímpanos.
Por enésima vez, maldigo a mis amigos por haberme arrastrado hasta Brooklyn en Nochevieja. Estaría mucho mejor en casa, bebiéndome una cerveza o dos y viendo las campanadas en Times Square por la tele. En realidad, ese es mi rollo.
—¿Sabes qué? Ya me habían avisado de que eras un cascarrabias.
—¿Quién te había avisado? —pregunto con recelo—. Eh, y espera, no soy un cascarrabias.
—Mmm, tienes razón. Ese término está algo anticuado. Quedémonos con «Gruñón».
—Mejor no.
—¿Policía del aburrimiento? ¿Te gusta más? —Su expresión es pura inocencia—. En serio, Fitz, ¿qué tienes en contra de la diversión?
Una sonrisa involuntaria me delata.
—No tengo nada en contra de la diversión.
—Muy bien. Entonces, ¿qué tienes en mi contra? —Me reta—. Porque cada vez que intento hablar contigo, huyes.
Mi sonrisa se desdibuja. No debería sorprenderme que me eche la bronca en público. Nos hemos visto la friolera de dos veces, lo suficiente para saber que es de las chicas que se crecen con el drama.
Y yo odio el drama.
—Tampoco tengo nada en tu contra.
Me encojo de hombros e intento escabullirme de la barra, preparado para hacer justo aquello de lo que acaba de acusarme: escaparme.
Sus ojos reflejan frustración. Son grandes y verdes, del mismo tono que los de su hermano Dean. Él es la razón por la que me obligo a quedarme quieto. Es un buen amigo. No puedo ser un cabrón con su hermana, tanto por respeto a él como por miedo a no conservar mi integridad física.
He estado en la pista de hielo cuando Dean se quita los guantes. Tiene un gancho derecha potente.
—En serio —replico, de forma brusca—. No tengo nada en tu contra. Todo bien entre nosotros.
—¿Qué? No he oído lo último que has dicho —grita por encima de la música.
Acerco la boca a su oreja y me sorprende que apenas tengo que inclinar el cuello. Es más alta que la mayoría de las chicas, metro setenta y nueve u ochenta, y como yo mido metro ochenta y ocho y estoy acostumbrado a ser una torre al lado de las mujeres, me resulta agradable.
—He dicho que todo bien entre nosotros —repito, pero he calculado mal la distancia entre mis labios y la oreja de Summer. Chocamos y siento un escalofrío que emana de su piel.
Yo también me estremezco, porque tengo la boca demasiado cerca de la suya. Huele genial, es una combinación fascinante de flores, jazmín, vainilla y… ¿sándalo, tal vez? Podría colocarme solo oliendo su fragancia. Por no hablar de su vestido. Blanco, sin tirantes, corto… Tan corto que apenas le roza la parte baja del muslo.
Joder, necesito ayuda.
Me enderezo enseguida para no hacer algo estúpido, como besarla. En lugar de eso, doy un buen trago a mi cerveza. Pero me entra por el lado equivocado y empiezo a toser como si estuviéramos en el siglo xviii y fuera un tuberculoso.
Muy sutil, Fitz.
—¿Estás bien?
Cuando se me calma la tos, me topo con sus ojos verdes, que brillan en mi dirección. Sus labios están curvados en una sonrisa diabólica. Sabe exactamente qué me ha alterado.
—Sí —consigo pronunciar, mientras tres tíos que van cieguísimos se tambalean hacia la barra y chocan contra Summer, que tropieza. Y de repente, no sé cómo, tengo en los brazos a una chica preciosa que huele deliciosamente.
Se ríe y me da la mano.
—Venga, salgamos de este bullicio antes de que nos hagan daño.
Por alguna razón, dejo que me guíe.
Terminamos en una mesa alta al lado de la barandilla que separa la sala principal del local de la minisala de baile cutre. Una mirada rápida a mi alrededor revela que la mayoría de mis amigos van muy pedo.
Mike Hollis, mi compañero de piso, le está perreando a una chica morena muy mona a la que no parece importarle en absoluto. Es él quien ha insistido en venir a Brooklyn en lugar de quedarnos en la zona de Boston. Quería pasar la Nochevieja con su hermano mayor, Brody, que ha desaparecido en cuanto hemos llegado aquí. Supongo que la chica es su premio de consolación por el plantón de su hermano.
Nuestro otro compañero de piso, Hunter, baila con tres chicas. Sí, tres. Les falta poco para chuparle la cara y estoy casi seguro de que una de ellas tiene la mano metida en sus pantalones. A Hunter, por supuesto, le encanta.
Menuda diferencia en un año… La temporada pasada le incomodaba toda la atención femenina, decía que le hacía sentirse un poco asqueroso. Ahora parece que está en su salsa al disfrutar de las ventajas de ser jugador de hockey de la Universidad Briar. Y sinceramente, hay un montón.
En serio: los deportistas son los chicos que más triunfan en la mayoría de campus universitarios. En las universidades con equipo de fútbol americano, existe una alta probabilidad de que haya una fila de fanáticas suplicando hacerle una limpieza de sable al quarterback. ¿En las universidades con equipo de baloncesto? La cuadrilla de groupies se duplica y triplica en tamaño cuando llegan los partidos de la Locura de Marzo, el campeonato de la división I de equipos universitarios. Y en Briar, con un equipo de hockey que ha ganado una docena de campeonatos de la Asociación Nacional Deportiva Universitaria y con más partidos televisados a nivel nacional que cualquier otra universidad del país, los jugadores de hockey son dioses.
Bueno, excepto yo. Juego a hockey, sí. Se me da bien, por supuesto. Pero «dios», «deportista mazado» y «superestrella» son términos con los que nunca me he sentido cómodo. Muy en el fondo, soy un friki. Un friki disfrazado de dios.
—Hunter ha encontrado sus presas —dice Summer, examinando al séquito.
El DJ ha cambiado el ritmo de la basura electrónica a hits del Top 40. Por suerte, también ha bajado el volumen, probablemente al anticiparse a la cuenta atrás, que ya llega. Treinta minutos más y podré darme a la fuga.
—Sí, las ha encontrado —coincido.
—Estoy impresionada.
—¿Ah, sí?
—Claro. Los chicos de Greenwich suelen ser unos mojigatos en secreto.
Me pregunto cómo sabe que Hunter es de Connecticut. No creo haberles visto intercambiar más de un par de palabras esta noche. ¿A lo mejor se lo ha dicho Dean? O quizá…
O quizá no me importa cómo lo sabe, porque si en realidad me importase, significaría que esta sensación rara y punzante que tengo en el pecho son celos. Y eso, francamente, sería inaceptable, joder.
Summer hace otro barrido visual por la multitud y empalidece.
—Ay, madre mía. Qué asco. —Se coloca las manos alrededor de la boca para formar un altavoz y grita—: ¡Quieta esa lengua, Dicky!
Se me escapa una risa. Es imposible que Dean la haya oído, pero supongo que tienen una especie de radar de hermanos, porque despega los labios de los de su novia de forma abrupta. Gira la cabeza en nuestra dirección. Cuando localiza a Summer, le muestra una peineta.
Ella le contesta mandándole un beso.
—Estoy tan contento de ser hijo único —comento.
Me sonríe.
—No, qué va, te estás perdiendo cosas. Atormentar a mis hermanos es uno de mis pasatiempos favoritos.
—Ya lo veo.
Llama a Dean «Dicky», un mote infantil que alguien más majo habría dejado de usar hace años.
Por otro lado, Dean llama a Summer «mocosa», así que tal vez tenga motivo para torturarlo.
—Dicky se merece que le torturen esta noche. No me puedo creer que estemos de fiesta en Brooklyn —refunfuña—. Cuando dijo que veríamos las campanadas en la ciudad, asumí que se refería a Manhattan, pero entonces va y, en vez de eso, Allie y él me arrastran hasta Brooklyn. Qué asco. Me han timado.
Suelto una risita.
—¿Qué tiene de malo Brooklyn? El padre de Allie vive por aquí, ¿no?
Summer asiente.
—Mañana pasan el día con él. Y para contestar a tu pregunta: ¿qué no tiene de malo Brooklyn? Era guay, antes de que lo infestasen los hipsters.
—¿Los hipsters todavía existen? Pensaba que ya habíamos superado esa estupidez.
—Dios, no. Y no dejes que nadie te diga lo contrario. —Se estremece, burlándose—. Toda la zona todavía está repleta de ellos.
Dice «ellos» como si fueran los portadores de una enfermedad espantosa incurable. Aunque puede que tenga algo de razón: un examen exhaustivo de la muchedumbre revela una gran cantidad de vestimenta vintage, hombres con vaqueros demasiado estrechos, accesorios retro conjuntados con tecnología nueva reluciente y muchas muchas barbas.
Me froto mi propia barba y me pregunto si, para ella, formo parte del bando de los hipsters. He tenido un aspecto andrajoso todo el invierno, más que nada porque la barba es un buen aislante contra el tiempo polar que hemos experimentado. La semana pasada nos atizó una de las peores tormentas que he visto nunca. Casi se me caen los huevos de lo congelados que estaban.
—Están tan… —Busca la palabra correcta—. Agilipollados.
Me tengo que reír.
—No todos.
—La mayoría —responde—. Mira, ¿ves a esa chica? ¿La de las trenzas y el flequillo? Lo que lleva encima es un cárdigan de Prada de mil dólares y lo ha combinado con una camiseta de tirantes de cinco dólares que seguramente ha comprado en una tienda de segunda mano y esos zapatos raros con borlas que venden en Chinatown. Es un fraude total.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo sabes que el cárdigan vale uno de los grandes?
—Porque tengo el mismo en gris. Además, identifico una prenda Prada en cualquier outfit.
No lo dudo. Probablemente la vistieron con un body de diseño en el mismo momento en que salió del vientre de su madre. Summer y Dean vienen de una familia tremendamente adinerada. Sus padres son unos abogados exitosos que ya eran ricos antes de casarse, así que ahora son como un superdúo megarrico que tal vez podría comprarse un país pequeño sin que eso ni siquiera hiciese mella en su cuenta bancaria. He estado en su ático de Manhattan un par de veces, y es increíble. También tienen una mansión en Greenwich, una casa en la playa y un montón de propiedades más alrededor del mundo.
Yo apenas puedo pagar el alquiler de la casa que comparto con otros dos pavos. Aunque todavía estamos en busca y captura de un cuarto compañero de piso, así que mi parte del alquiler bajará cuando llenemos esa habitación vacía.
No voy a mentir: el hecho de que Summer viva en áticos y tenga prendas de ropa que cuestan miles de dólares es un tanto perturbador.
—En fin, los hipsters son un asco, Fitzy. No, gracias. Antes preferiría… ¡Oh! ¡Me encanta esta canción! Tenía entradas con pase al backstage para su concierto en el Madison Square Garden el junio pasado y fue increíble.
El TDAH va fuerte con esta, amigos.
Escondo una sonrisa mientras Summer abandona por completo su discurso de muerte a todos los hipsters y empieza a mover la cabeza al son de una canción de Beyoncé. Su coleta alta da latigazos salvajes.
—¿Estás seguro de que no quieres bailar? —implora.
—Seguro.
—Eres lo peor. Ahora vuelvo.
Parpadeo, y ya no está a mi lado. Vuelvo a parpadear y la localizo en la pista de baile, con los brazos sacudiéndose en el aire, la coleta haciendo piruetas y las caderas moviéndose al compás.
No soy el único que la mira. Un mar de ojos codiciosos se dirigen a la preciosa chica del vestido blanco. Ella no se da cuenta, o no le importa. Baila sola, sin una pizca de inhibición. Está completamente cómoda en su propio cuerpo.
—Por Dios —dice Hunter Davenport con voz ronca mientras se acerca a la mesa. Como la mayoría de hombres a nuestro alrededor, está mirando a Summer fijamente con una expresión que solo puede describirse como hambre voraz—. Parece que no ha olvidado ninguno de sus antiguos movimientos de animadora.
Hunter dirige otra mirada de admiración en la dirección de Summer. Cuando repara en mi expresión perpleja, añade:
—Era animadora en el instituto. También estaba en el grupo de baile.
¿Cuándo han tenido tiempo de mantener una conversación lo bastante larga como para que se haya enterado de todos estos chismes?
Vuelve la sensación punzante e incómoda y, esta vez, me recorre la espalda.
Pero no son celos, eh.
—¿Animadora y bailarina, entonces? —pregunto como de pasada— ¿Te lo ha dicho ella?
—Hicimos la secundaria en el mismo colegio privado —me revela.
—No jodas.
—Sí, iba un año por detrás de ella, pero créeme, cualquier chico hetero con una polla funcional estaba familiarizado con las rutinas de animadora de Summer Di Laurentis.
Estoy seguro de que sí.
Me da una palmadita en el hombro.
—Voy al baño y luego me pillo algo más de beber. ¿Quieres algo?
—Estoy bien.
No sé por qué, pero me alivia que Hunter no esté por aquí cuando Summer regresa a la mesa, con las mejillas sonrojadas por el sobresfuerzo.
A pesar de la temperatura gélida del exterior, ha optado por no llevar medias ni mallas y, como diría mi padre, tiene piernas para dar y regalar. Unas piernas largas, suaves y bonitas que seguramente quedarían de puta madre alrededor de mi cintura. Y el vestido blanco resalta su intenso bronceado dorado, que le da un aspecto sano y radiante casi hipnótico.
—Entonces…, —Me aclaro la voz—… estarás en Briar este semestre, ¿no? —pregunto, y trato de distraerme de su cuerpo irresistible.
Asiente entusiasmada.
—¡Pues sí!
—¿Echarás de menos Providence? —Sé que ha estudiado primero y segundo en Brown, más un semestre de tercero, que en total asciende a la mitad de su carrera universitaria. Si fuera yo, odiaría tener que empezar de cero en una facultad nueva.
Pero Summer niega con la cabeza.
—La verdad es que no. No era muy fan de la ciudad, ni de la uni. Solo estudiaba allí porque mis padres querían que fuera a una Ivy League y no entré ni en Harvard ni en Yale, donde estudiaron ellos. —Se encoge de hombros. —¿Tú querías ir a Briar?
—Sí, claro. Había oído cosas fenomenales sobre el programa de Bellas Artes. Y, sin duda, el programa de hockey es espectacular. Me ofrecieron una beca completa por jugar, y estoy estudiando algo que me mola de verdad, así que… —Me encojo de hombros.
—Eso es muy importante. Hacer lo que te gusta, quiero decir. Hay un montón de gente que no tiene esa oportunidad.
Me invade un chispazo de curiosidad.
—¿Qué te gusta hacer a ti?
La mueca con la que me responde va cargada de autocrítica.
—Te lo haré saber cuando lo descubra —responde.
—Vamos, debe de haber algo que te apasione.
—Bueno, sí, ha habido cosas que me han apasionado: el diseño de interiores, la psicología, el ballet, la natación… El problema es que nunca me apego a nada. Pierdo el interés demasiado rápido. Todavía no he encontrado la pasión de mi vida, supongo.
Su candidez me sorprende un poco. Parece mucho más centrada esta noche que en nuestros encuentros previos.
—Tengo sed —anuncia.
Reprimo las ganas de poner los ojos en blanco, seguro de que con eso quiere decir «págame una copa». Pero no. Con una sonrisa traviesa, me arrebata la cerveza de la mano.
Nuestros dedos se rozan brevemente y hago ver que no reparo en el destello de calor que me recorre el brazo. Miro cómo rodea la botella de Bud Light con los dedos y da un trago largo.
Tiene unas manos pequeñas, con unos dedos delicados. Sería todo un reto dibujarlos, capturar la intrigante combinación de fragilidad y seguridad. Lleva las uñas cortas, redondeadas, con los bordes blancos franceses o como se llamen, un estilo que parece demasiado simple para alguien como Summer. Me esperaba unas garras extralargas pintadas de rosa o de cualquier otro color pastel.
—Lo estás haciendo otra vez —dice, con un tono acusatorio. También atisbo algo de exasperación.
—¿Haciendo qué?
—Desconectarte de mí. «Cascarrabiear».
—Esa palabra no existe.
—¿Según quién? —Da otro sorbo a la cerveza.
Fijo la mirada en sus labios al instante.
Mierda, tengo que parar esto. No es mi tipo. La primera vez que la vi, todo en ella me hizo pensar que era la típica «chica de hermandad». La ropa de diseño, las ondas de pelo rubio, una carita que podría detener el tráfico…
Tampoco hay probabilidades de que yo sea su tipo, la verdad. No tengo ni idea de por qué está pasando la Nochevieja hablando con un imbécil andrajoso tatuado como yo.
—Perdona, no soy muy hablador. No te lo tomes como algo personal, ¿vale? —Vuelvo a robarle mi botellín de cerveza.
—Vale, no lo haré. Pero si no te apetece hablar, por lo menos entretenme de otro modo. —Coloca los brazos en jarra—. Te propongo una cosa: líate conmigo.
Me atraganto a medio sorbo una vez más.
Ay, madre mía. ¿En serio acaba de decir eso?
Levanto la mirada y veo que ha arqueado una ceja perfecta, a la espera de mi respuesta. Sí, lo ha dicho.
—Eh… Quieres que…Mmm… —Vuelvo a toser.
—¡Ay, cálmate! —Se ríe—. Era broma.
La miro con los ojos entornados
—Una broma —repito—. ¿O sea que no estás para nada interesada en liarte conmigo? —Mierda, ¿por qué la estoy retando? Una erección empieza a rozar la cremallera del pantalón, un aviso de que no debería alimentar la idea de besar a Summer.
—Quiero decir, tampoco sería el fin del mundo si ocurriera —dice, y guiña el ojo—. Y siempre está bien tener a alguien a quien besar a medianoche. Pero, principalmente, era broma, sí. Me gusta hacer que te sonrojes.
—Yo no me pongo rojo —objeto, porque soy un tío, y los tíos no van por ahí declarando que se ruborizan.
Summer aúlla.
—¡Ya te digo yo que sí! Te estás ruborizando.
—¿Oh, en serio? Y ves el supuesto rubor a través de la barba, ¿no? —Me froto la cara, con una actitud desafiante.
—Ajá. —Estira la mano y me acaricia la mejilla por encima de la espesura de la barba—. Aquí. Mismo.
Trago saliva. Se me vuelve a poner dura.
Odio lo mucho que me atrae.
—Fitzy —me susurra al oído, y se me dispara el pulso—, creo que…
—¡Feliz Año Nuevo, hostia!
Salvado por Hollis.
Mi amigo se tambalea hacia nosotros y le planta un besito a Summer en la mejilla. Se acaban de conocer esta noche, pero el beso no parece ofenderla; solo la divierte ligeramente.
—Vas como veinte minutos adelantado —le informa ella.
—¡Y tú no tienes una copa en la mano! —La observa con una mirada de desaprobación—. ¿Por qué no tiene una copa en la mano? ¡Que alguien le traiga algo de beber a esta preciosidad!
—No soy muy de beber —protesta Summer.
—Qué mentirosa —suelta Dean con una carcajada. Ha llegado hasta aquí con su novia, Allie Hayes, al lado—. Ibas cieguísima cuando quemaste la residencia de la hermandad.
—¿Quemaste la residencia de una hermandad? —pregunta una voz familiar.
Dean se gira.
—¡Ge! —cacarea—, ¡justo en el último momento!
—Sí, casi no llegamos —dice Garrett Graham, que da una zancada hacia la mesa—, ha habido un choque en cadena de diez coches en el puente. Hemos estado allí parados casi una hora hasta que el tráfico ha empezado a moverse de nuevo.
—¡Han-Han! —grita Allie con alegría mientras abraza a Hannah Wells. Hannah es la novia de Garrett, pero también resulta ser la mejor amiga de Allie—. ¡Estoy tan contenta de que estés aquí…!
—¡Yo también! Feliz víspera de Año Nuevo.
—Víspera de Garrett —la corrige su novio.
—Tío —replica Hannah—, déjalo. No voy a llamarla así.
Summer se ríe.
—¿Víspera de Garrett?
Dean pone los ojos en blanco y mira al antiguo capitán del equipo.
—Menudo pedante. —Mira a Summer—. Su cumpleaños es el día de Año Nuevo.
—El día de Garrett —dice Ge automáticamente, antes de girarse para saludarme a mí, a Hollis y al resto de chicos del equipo que han hecho el viajecito hasta Brooklyn.
Le da un abrazo rápido y un beso en la mejilla a Summer.
—Me alegro de verte, Summertime. ¿Pegaste fuego a la residencia de una hermandad?
—Oh, Dios mío. No. ¡No pegué fuego a nada! —Fulmina a su hermano con la mirada.
—Eh, tío, todo el mundo te está mirando —le dice Hollis de repente a Garrett, con una sonrisa de oreja a oreja.
Hollis tiene razón. Varias cabezas se han girado en nuestra dirección. La mayoría de la gente va demasiado borracha como para prestar atención a su alrededor, pero algunos han reconocido a Garrett. Es uno de los novatos más prometedores de la historia de los Bruins, así que no me sorprende que llame la atención incluso fuera de Boston.
—Seguramente pronto empezarán a burlarse de mí —responde con desánimo—, perdimos contra los Islanders anoche. El resultado final fue cinco a cuatro.
—Ya, pero tú te marcaste un hat trick —objeta Hannah—. Cualquiera que se burle de un jugador que hace algo así es un estúpido imbécil.