Científico de reconocido prestigio internacional, mecenas de jóvenes artistas y artista él mismo, Carl Djerassi hace gala en sus obras de un gran talento narrativo.
Recientemente ha incursionado en la dramaturgia, mediante la cual continúa su tarea de divulgar el conocimiento científico.
Puede visitar su página en Internet:
http://www.djerassi.com
SECCIÓN DE OBRAS DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA
NO
Traducción:
MARCO ANTONIO PULIDO
MÉXICO
Primera edición en inglés, 1998
Primera edición en español, 2003
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: Sergio Bourguet
Título original:
NO
publicado por
University of Georgia Press
© 1998 by Carl Djerassi
ISBN 0-8203-2032-3
D. R. © 2003, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-2471-0 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
A
GEORGE ROSENKRANZ
y
ALEJANDRO ZAFFARONI
por un siglo acumulado de amistad
En una primera ojeada, la mayoría de los lectores pronunciarán e interpretarán el título de esta novela como una negación exclamativa. Pero si lo ponemos en mayúsculas y pronunciamos cada letra en forma separada, NO es también la fórmula química de la molécula simple y diatómica del óxido nítrico, que, en 1992, la revista multidisciplinaria Science nombró la “molécula del año” en un artículo que llevaba el título de “Just say NO”. Como quedará claro después, ambos significados son pertinentes para este cuarto volumen de mi tetralogía de “ciencia en ficción”.
En oposición a la ciencia ficción, el género mucho menos frecuente de la ciencia en ficción tiene como base la ciencia verdadera o al menos razonable. Salvo por alguna pequeña predatación en la cronología (de modo que se ajuste a la trama de mi novela), ningún aspecto importante de las propiedades biológicas del NO recientemente descubiertas es inventado. Tampoco, además, el comportamiento de los varios científicos protagonistas, empresarios y abogados. Bien pueden no existir, pero su comportamiento y sus prácticas son precisamente las suyas.
En mi calidad de químico, no pude resistir la tentación de tomar en cuenta, en estos días de quimicofobia rampante, el descubrimiento reciente y extraordinario de que el óxido nítrico (NO) —un gas de origen industrial y contaminador del medio ambiente (cuyo descubrimiento mereció en 1995 el Premio Nobel de química)— desempeña, de hecho, una función singularmente complicada y compleja en el cuerpo humano donde generándose continuamente, sirve como mensajero biológico indispensable en una sorprendente variedad de procesos entre los que se incluye la erección del pene. Esto, a su vez, me llevó a emplear el tratamiento terapéutico de la impotencia masculina como el medio para ilustrar el papel que desempeña una compañía biotecnológica dentro de la investigación biomédica contemporánea.
Las investigaciones actuales acerca de la disfunción eréctil se centran alrededor del proyecto denominado MUSE (Medicated Urethral System for Erection),1 que es un invento de VIVUS, Inc., una compañía californiana de los años noventa. El creador de MUSE y fundador y presidente del consejo de administración de VIVUS, el doctor Virgil Place, me ha provisto generosamente de información técnica inédita acerca del tratamiento de la impotencia masculina, la que he intercalado en la trama de mi novela. Pero, caveat lector, la descripción que hago del ficticio sistema MUSA (Medicated Unit for Sexual Arousal; Unidad Medicamentosa para lograr la Excitación Sexual, y también el nombre del género al que pertenece el banano) y especialmente la incorporación de NONOatos (el tipo de liberadores de óxido nítrico descritos recientemente en un informe publicado por el Instituto Nacional del Cáncer) no deben ser leídos, en forma alguna, como un apoyo de cualquier tratamiento de la disfunción eréctil.
En vista de que mis contribuciones científicas en el campo de la biología reproductiva se han enfocado en la mujer más que en el hombre, no pude resistir la tentación de presentar un segundo desarrollo biotecnológico que incluyera la predicción de la ovulación —un enfoque actual de lo que estoy enseñando en la Universidad de Stanford—. La orientación electroquímica y el denominado, en forma ficticia, Mago de Ov, descrito en esta novela, se basan, en parte, en desarrollos muy recientes logrados por la Conception Technology Inc., situada en Fort Collins, Colorado. Pero aquí funciona también el mismo caveat expresado anteriormente: no acepto responsabilidad alguna por la paternidad de cualquier niño o por cualquier fracaso en la determinación del sexo, si alguien se valió del Mago de esta novela.
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La cultura y las costumbres de los investigadores científicos son tribales. Al igual que la mayoría, esta conducta del tribalismo científico se adquiere, por ejemplo, mediante el aprendizaje por medio de una relación maestro-alumno o por ósmosis intelectual, más que en libros de texto o en conferencias. Los miembros de la tribu científica rara vez describen sus prácticas culturales y no porque hayan firmado un pacto que los comprometa al silencio, ni porque nuestra rutina cultural en raras ocasiones sea articulada, sino a causa de que los investigadores científicos no se muestran, por lo general, interesados en dialogar con legos. En la ciencia, el avance profesional y el reconocimiento dependen, exclusivamente, de la aprobación de quienes uno considera sus pares, y no de la comunicación, o de aprobación, con extraños que no sean científicos.
En mi calidad de miembro de esta tribu ya por largo tiempo, intento reducir el golfo, siempre en proceso de ensancharse, que existe entre la comunidad científica y las demás subculturas de la sociedad contemporánea —las artes y las humanidades, las ciencias sociales y, en forma más sorprendente, la cultura en su totalidad—, de un extremo al otro, por medio de la ciencia en ficción. Hasta ahora mis novelas se han enfocado en el mundo académico, pero en la presente incursiono en el campo biomédico en el que ocurren también gran cantidad de excitantes prácticas idiosincráticas y científicas. En NO me he pasado a otra subcultura con la cual la ciencia contemporánea coexiste en una relación que en ocasiones no es nada fácil: la industria —en forma más específica, las empresas pequeñas de dirección empresarial y dirigidas a la investigación, y que en algunas ocasiones son denominadas en forma colectiva como biotecnológicas—.
Como fundador, antiguo director y funcionario, crítico ocasional de varias de estas compañías —así como de profesor universitario—, me encuentro íntimamente familiarizado con este medio. Aún más, en contraste con la “gran” industria, las compañías biotecnológicas de los años ochenta y noventa constituyen un singular fenómeno estadunidense surgido del mundo académico (gran parte de él en mi propio patio trasero, la zona de la Bahía de San Francisco). Por su origen intelectual —pues surgieron de instituciones educativas—, las empresas dedicadas a la biotecnología han dado lugar a una serie de problemas legales que nacen de la interacción entre empresas, cuyo fin principal es el lucro, y otras en las que, supuestamente, no lo es, y de científicos (idealmente) desinteresados. Todo esto ha causado numerosos debates legales, filosóficos y éticos que seguirán ejerciendo influencia en la conducta que debe seguir la ciencia dentro del mundo académico, así como en la forma en que se difunde libremente en la economía y en la cultura.
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Otro de los temas que he decidido resaltar en este libro es la abrumadoramente patriarcal cultura de clan de los científicos, en la cual mis personajes de ficción, y en ocasiones no tan ficticios, se desempeñan. En mi literatura retorno invariablemente a dos temas que tienen que ver con el género: la marginación histórica de las mujeres en el universo científico dominado por los hombres, y los intentos de las mujeres modernas, así como de algunos hombres, por cambiar tal estado de cosas. No sorprende entonces que la mayoría de mis personajes femeninos sean “independientes”, término peyorativo para algunos, pero que es, a mis ojos, el elogio más definitivo.
Un fenómeno sorprendente de la escena científica contemporánea lo constituye la notable asiatización de la investigación académica en el laboratorio que ha ocurrido en Estados Unidos. Los asiáticos representan en este momento, en disciplinas determinadas, tales como la química y la ingeniería, la mayoría de los estudiantes graduados en numerosas universidades estadunidenses. En muchas de estas instituciones, más de la mitad de los estudiantes a los que se concede una beca para continuar sus estudios (el sector más explotado pero también el más productivo del establishment de la investigación) ha recibido la mayor parte de su educación universitaria o de posgrado en Asia. Inicialmente procedían mayoritariamente de la India o de Japón, pero a partir de los años setenta han sido superados en número por los chinos y, ocasionalmente, por los científicos coreanos, ya sean visitantes o inmigrantes.
Revisten para mí un interés particular los retos que deben enfrentar las mujeres procedentes de la India y, de las cuales, Renu Krishnan, la protagonista principal de NO, ha sido pensada como su prototipo. En vista de que el lenguaje académico en su tierra es el inglés, no padece los manifiestos problemas idiomáticos con los que tropiezan los científicos chinos y japoneses que trabajan en Estados Unidos. Y, sin embargo, al igual que todas las mujeres asiáticas que trabajan en el campo de la ciencia estadunidense contemporánea, las indias siguen padeciendo una marginación por partida triple: en su calidad de mujeres en un campo históricamente dominado por los hombres; como extranjeras pertenecientes a una raza de color oscuro (incluso si se convierten en ciudadanas naturalizadas) y, finalmente, por provenir, como ellas, de una cultura en la que el papel de la mujer se encuentra claramente definido, y entrar, con el tiempo, en el proceso de perder parte de su cultura nativa sin ganar en el cambio una nueva que sea aceptable. Renu Krishnan representa la destilación de los complicados conflictos que tienen que afrontar estas mujeres. A medida que intenta negociar las exigencias de una familia india tradicional, al tiempo que se mueve entre un medio estadunidense de investigación totalmente moderno y un proyecto israelí más ambiguamente estable, Renu confronta, en una apremiante forma personal, el problema de construir puentes que cubran las brechas entre subculturas ampliamente divergentes, lo cual ha constituido el reto que han enfrentado todos mis personajes, yo en especial, el científico inmigrante transformado en escritor de novelas en su idioma de adopción.
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1 MUSE es un sistema erector por infiltración medicamentosa transuretral.
—“ENTONCES, ¿QUÉ ES lo que está haciendo en Brandeis con el fin de lograr pitos duros?” —Felix Frankenthaler la imitó hablando agudo—. —Qué día más desagradable —suspiró en tono un octavo más bajo, hundiéndose con cansancio en su sillón favorito—. Nunca me di cuenta de que, en la descripción de mi trabajo, se incluía la adulación. La llaman “obtener fondos monetarios”: atender a matronas vulgares, faltas de tacto, lo describiría mejor. Cuando acepté una cátedra de tiempo completo en Brandeis pensé que me querían por la brillantez de mi investigación, mi perspicaz método de enseñanza, la seriedad de mi espíritu universitario…
—Detente, Felix —lo interrumpió Shelly, quien en forma instintiva se había cubierto la boca para esconder su risa incipiente—. Los dos conocemos tus virtudes. ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Qué es lo que pasó en el banquete? Y, ¿de quién estás hablando? —y lo picó gentilmente con la punta del dedo.
—¡“Pitos duros”, me dijo ella! Trataba de instruir a mis compañeros de mesa acerca de nuestra investigación actual, el trabajo sobre el óxido nítrico, tú sabes. “Háganlo breve y que sea excitante”, nos dijo Art, ese jefe de desarrollo, el gordo que usa corbatas corrientes con franjas cruzadas, antes de dejarnos en las manos de la sociedad de ex alumnos benefactores, y ver lo que ocurrió. Supongo que eso es lo que él obtiene por dejar que el cuerpo de investigación de la universidad le haga su trabajo. Nos llamó “estrellas”. ¿Puedes imaginarlo pensando que podemos ser comprados con… eso? ¡Y luego esa mujer!
Frankenthaler se detuvo jadeando indignado; era claro que se le había acabado el aire.
—Lo que necesitas es tomar tu bebida habitual antes de dormirte —dijo su esposa, mientras se encaminaba a la cocina—. Después podrás contarme todo.
***
—¡Ah! —exclamó Felix sorbiendo cautamente la vaporosa leche, aderezada con la cantidad precisa de canela, y con exactamente tres gotas de extracto de vainilla, la combinación que, por años de experiencia, había demostrado a Shelly Frankenthaler que era el soporífero más efectivo para su esposo. Mas cuando levantó sus ojos de la taza y sacudió la cabeza, su cara mantenía aún la misma expresión irritada—. Aún no sé en qué me equivoqué. Al menos no cometí el error más obvio. Bien pude haberles dicho que el óxido nítrico es un contaminante industrial que funciona a escala global —su voz había asumido un tono paródico, variando del de una conferencia portentosa a una sobrexcitada demostración del arte de vender—, pero que, en forma reciente, tipos habilidosos como tu sincero servidor, aquí, en el Centro de Investigación en Ciencias Médicas Básicas Rosenstiel, de Brandeis, descubrieron que las células de nuestro organismo se comunican entre ellas mediante diminutas exhalaciones de NO exquisitamente medidas. Pude haberles dicho, entonces, que el NO puede encontrarse en tres formas de reducción por oxidación: con carga positiva, negativa o neutra.
—Momento en el que habrías perdido ya la mitad de tu audiencia —Shelly sonrió amablemente a su esposo.
—¡Exacto! Y así, en lugar de complicarlo, mantuve la exposición en forma simple. Sólo les dije que no debían confundir el óxido nítrico, NO, con el óxido nitroso, N2O, que no es sino el gas hilarante común. Pero no era capaz de dejar todo hasta allí, ¿verdad?
Shelly sacudió la cabeza en forma comprensiva.
—Me imagino que fue allí donde la regué. Mi instinto de pedagogo se hizo cargo. Les dije que esas diminutas ráfagas de NO intervienen en una gama extraordinaria de funciones biológicas, que van de la destrucción de las células tumorales hasta… —fue disminuyendo su voz hasta detenerla y sonreír lastimeramente—. Bien pude haber dicho “controlar la presión de la sangre” y dejarlo hasta allí. Pero en lugar de eso dije “hasta producir la erección del pene”. Después de todo, el consejo que nos dio el encargado de obtener financiamientos era hacer que nuestra investigación se viera como algo excitante, y la erección del pene seguramente excita. Pero, toma nota de esto, la expresión “pitos duros” jamás cruzó mis labios de profesor —Frankenthaler se inclinó hacia atrás y bebió varios sorbos de su leche—. Estuve a punto de añadir una observación políticamente correcta, en especial, que este trabajo era seguido por una mujer con posdoctorado que, además, es india, pero la perra…
—¡Felix!
—Lo siento —dijo, ocultando su arrepentimiento mediante el recurso de vaciar el contenido de su vaso—, pero es que esa mujer zafia de veras me irrita. De modo que me negué a seguir hablando. Me di cuenta de que era la fiesta de Art y que él podría salvarla. ¿Por qué hablarles de Renu Krishnan, decirles que estaba a punto de enviarla por unos meses a Jerusalén para trabajar con Davidson en Hadassah? —entrecerró los ojos—. ¿Noto una sombra de desaprobación en los ojos de mi esposa?
El tono cortante tras el tono de chanza no escapó a su esposa.
—¿Desaprobación? Ciertamente no. Por supuesto que pudiste haber sido un poco más diplomático y no poner de manifiesto tu erección del pene.
—¡Shelly!, por fau-vor.
Ella levantó la mano.
—Te muestras demasiado impaciente esta noche, sólo déjame terminar. Quiero decir que en lugar de sacar a relucir tu trabajo acerca de la erección del pene sin previo aviso, debiste haber ido preparando a tus oyentes.
—Muy inteligente —Frankenthaler no hizo intento alguno por ocultar su sarcasmo—. ¿De qué forma vigorosa lo hubieras hecho tú?
—¡Oh! —movió su mano con viveza—. Habría empezado haciendo mención del músculo retráctil del pene del toro. Sinceramente la palabra “retráctil” resulta menos agresiva; cierto, lo admito, también es menos excitante que como lo expusiste en la comida —se inclinó a palmear la mano de su esposo—. Pude haber delineado el trabajo de Gillespie sobre los nervios nanc y su interés en la transmisión nerviosa, y después mencionar que la única razón por la que escogió el músculo del pene del toro es porque constituye una fuente particularmente rica en tales nervios.
—¡Maldición! —llegó a exhalar Frankenthaler, y lo dijo como muestra de admiración.
Y Shelly, que conocía los tonos de su esposo, lo tomó como un cumplido. Frankenthaler estaba sorprendido de que su esposa —no científica confirmada— recordara lo que le había dicho acerca del origen de su propio interés en la investigación del NO. Se había iniciado con algo que leyó acerca de los nervios nanc. ¿Lo había recordado porque le había explicado —¡pero eso había ocurrido hace siglos!— que cuando Gillespie, en Escocia, buscaba el neurotransmisor desconocido de los nervios no adregénicos y no colinérgicos (nanc) —la señal nanc—, resultó ser la misma sustancia inestable, misteriosa, que había sido descubierta por Furchgott, en Nueva York, en las células endoteliales de los vasos sanguíneos? Furchgott denominó su factor relajante endotelial —un mediador fundamental y hasta entonces desconocido del organismo que sirve para regular la presión sanguínea— EDRF (endothelial relaxing factor). Con el tiempo, se descubrió que el factor causante de ambos fenómenos era la molécula diatómica simple del óxido nítrico. Fue aquí donde Frankenthaler entró en escena: el fluido sanguíneo es también indispensable en la erección del pene y, en esto, también ocurre que el NO es la clave. Descubrir de qué manera se produce el NO en el cuerpo humano y cómo se distribuye se había convertido en la tarea de la india que seguía su posdoctorado en el laboratorio. La responsabilidad de Renu Khrisnan era pavimentar el camino de modo que pudieran implementarse las aplicaciones clínicas.
—Es cierto —dijo. El orgullo que le producía su mujer había atemperado su mal humor—. Pero si hubiera seguido tu camino gentil y diplomático, para cuando hubiera llegado a hablar de nuestro trabajo acerca de la erección del pene, ni esa mujer odiosa ni ninguna otra persona en el banquete me habría estado prestando ninguna atención. Además, querida, yo estaba ahí con el fin de reunir fondos para Brandeis, no para alguien en Glasgow o en Nueva York. Pero, ¡basta ya de eso! Mañana voy a tener un día muy largo y ya es hora de ir a la cama. Los dos.
Estoy aquí sentada pensando, lo que por lo general significa estar hablando conmigo misma. Por supuesto que esto no tiene nada de malo; de acuerdo con un famoso ruso, la mayor parte de la gente hace lo mismo: “El pensamiento en sí mismo no es otra cosa que el discurso interior o la conversación social que hemos aprendido a desarrollar en nuestra cabeza”, esto lo citó en una ocasión mi compañera de cuarto, en Wellesley, a quien le encantaba citar a Mikhail Bajtin, entre otros.
Bien pude haber tenido una educación liberal, pero aún me siento como una idiota. Y así estoy aquí, con 26 años de edad, un posdoctorado en química en Brandeis y, según la opinión general, una adulta madura; sin embargo, no puedo evitar mis risitas cuando me pregunta mi profesor si deseo pasar unos meses en Jerusalén.
¿Cómo podría explicarlo? “Profesor Frankenthaler, hace unos días recibí una carta de Ashok.” Una mirada en blanco. Probablemente pensará que Ashok es una ciudad de la India. Siempre hay mucho que explicar: “Ashok es mi hermano, un científico especializado en computación que vive en Bangalore.” Y, supongo, debí haber añadido que Bangalore es el equivalente al Valle del Silicio en la India, y que fue Ashok, cuando era estudiante graduado del MIT, quien convenció a mi mami de que debía ir a estudiar la universidad en Estados Unidos.
—Renu tiene apenas 17 años —había exclamado nuestra madre, pero Ashok sabía que nuestra maravillosa, pero muy india madre, iba a decir eso.
—Tú sabes que papá lo habría aprobado —contraatacó en un tono que implicaba que acababa de regresar de una entrevista con papaji—. Irá a Wellesley, una escuela sólo para muchachas (por supuesto que empleó las palabras muchachas y escuela en lugar de mujeres y universidad), que está situada prácticamente puerta con puerta con el MIT, de modo que siempre podré estarla observando —dijo—.
Jamás se atrevería a decir que ya me había pasado la solicitud de inscripción y que ya la había enviado a Wellesley, y que había obtenido calificaciones extraordinarias en mi TOEFL.1 Esta última parte, por supuesto, no habría sorprendido a mi madre, quien consideraba —desde mucho antes de la muerte de mi padre— que hablar un inglés excelente constituía un prerrequisito absoluto para la clase de matrimonio que tenía en mente para su hija.
Si hubiera intentado decir todo esto al profesor Frankenthaler me habría interrumpido desde mucho antes de que llegara a mencionarle lo del matrimonio arreglado.
—Ve al grano, Renu —me habría dicho en forma bastante cortés, porque él es muy educado. Pero yo me hubiera detenido entonces y hasta allí, sin haberle referido el resto. No es que el profesor fuera incapaz de entender, pues se enorgullece de su “sensibilidad étnica”, la cual es cultivada particularmente en un lugar como Brandeis. Pero yo me habría quedado totalmente avergonzada, y no a causa de que soy india sino porque he vivido aquí durante nueve años. Ya no me siento como una mujer india y no estoy ya segura de lo que es ese sentimiento. O de cuánto más tenía que explicar antes de que el profesor pudiera entender por qué la perspectiva de un viaje a Jerusalén me hiciera estallar en risitas.
Si eso no hubiera ocurrido a finales de los años sesenta en Wellesley, la escuela para graduados de Stanford, a principios de los años setenta, me habría cambiado de todos modos. Mi primera compañera de cuarto en Palo Alto ciertamente me ayudó a lo largo del proceso. Megan Reed estudiaba la maestría en administración de empresas y era muy elegante. En los bares pedía Kir,2 en los restaurantes ceviche, empanadas de hojaldre, arugula —nunca lechuga—. Sabía cómo vestirse (una de sus características era su preferencia por las medias a la altura del muslo en lugar de las pantimedias) y atraía a hombres interesantes, en tal cantidad, que no podía evitar convertirme en beneficiaria de esta superabundancia. Gracias a Dios, para entonces Ashok ya había regresado a la India. Mi hermano es moderno, pero no tan moderno, y, probablemente, habría desaprobado incluso a mi supervisor de doctorado de Stanford, quien viajaba a la escuela en una vieja motocicleta Harley-Davidson arreglada.
Tengo noticias de Ashok cada dos semanas. Sus cartas están llenas de noticias y fotografías, así como de recortes de periódicos de todas clases. Cuando me envió una página del Indian Express, que llevaba el encabezado “Casamenteros”, reí mientras hojeaba las notas. Solía leer esa página diariamente cuando vivía en la India, cuando yo era aún india, una india adolescente, aunque incluso entonces me divertía. Poco era lo que había cambiado y allí estaba el “Bien parecido, temeroso de Dios, sobrio, de costumbres sencillas e, infortunadamente, divorciado inocente y joven en busca de señoras dravidianas con un status semejante al solicitante. Aquellas que no deseen tener más hijos serán tomadas en cuenta”. Y, más abajo de la columna, un “compañero masculino, liberal” era buscado, “preferiblemente con un interés profundo en cosmología, metafísica, filosofía y raja-yoga; con creencias vigorosas en el bien y la virtud, y con la necesidad de conocer los secretos del Universo y de la vida”.
Fue sólo entonces que noté el aviso subrayado con un lápiz de color amarillo: “Se solicita la amistad de un joven brahmán, bien establecido profesionalmente, 28 a 33 años, 1.80 m de estatura o más, con relaciones en EUA o poseedor de tarjeta verde, preferentemente, para una muchacha educada en EUA, 26 años, 1.52 m, clara, atractiva y con doctorado en el área de las ciencias. Conteste anexando su horóscopo al apartado postal 1501-C, Indian Express, Madrás-2.”
Cierto es que mido 1.52 m de estatura, que tengo 26 años y que soy “clara” —un eufemismo para decir “de piel blanca”—, pero lo mismo deben ser muchos miles de “muchachas” indias. (Detesto la palabra muchacha. ¿Y qué tal “muchachos”? Si me caso quiero hacerlo con un hombre, no con un muchacho.) Pero, ¿con un doctorado en ciencias? La India es un país enorme, pero la cantidad de “muchachas” indias de Madrás que midan 1.52 m y tengan tales calificaciones debe ser muy reducido. Qué tan reducido era ese número, lo descubrí cuando leí la carta de mi hermano.
Lo que me escribió Ashok constituía una mezcla curiosa de explicación, disculpas y expiación. No me preguntaba en forma directa: “para cuándo piensas casarte”. En lugar de eso trató mi estado matrimonial como si se tratara de un asunto de negocios que tenía que ser decidido entre él y mi madre viuda. De acuerdo con él, nuestra madre había comenzado a inquietarse ahora que yo comenzaba a acercarme a los 30 años (¿acercarme? ¡Todavía me faltan cuatro años!) Estoy segura de que todo hubiera sido distinto con papaji. Apenas tenía yo 15 años cuando comenzamos a tener nuestras “pláticas de hombre a hombre”, como él solía llamarlas. Y ahora —cuando ya soy doctora en la Universidad de Stanford— me trataban como si fuera una chica. Mami, por supuesto, quería contratar los servicios de un casamentero profesional, propuesta que Ashok había desviado diestramente (su descripción, no la mía). Según él, la sección “Se solicita novio” del Indian Express era capaz de lanzar una red mucho más amplia para atrapar a los candidatos más apropiados —razonamiento que al parecer convenció a nuestra madre, puesto que no excluía la posible inclusión de un casamentero auténtico en el proceso de escoger—.
A continuación se iniciaban las disculpas. Un aviso periodístico (¿no es curioso —pensé— que Ashok, con una maestría en ciencias de la computación por el MIT, aún empleara el término británico?)* no sólo haría que se presentaran más candidatos de dónde escoger, sino que también retrasaría las cosas, lo cual me daría más tiempo (¿para qué?, me dieron ganas de gritar). Aún más, al añadir la parte acerca de la relación con Estados Unidos y la posesión de una tarjeta verde, se las arregló para incluir un desiderátum (otra vez una palabra suya, ¡y qué irritantemente preciosa!) que podría, de hecho, conseguir a algunos candidatos que ya vivieran en Estados Unidos, a los cuales entonces podría tener el deseo de entrevistar personalmente. La parte en que se refería al horóscopo era sólo una concesión que hacía a nuestra madre. (No puede lastimarte, había tenido la desfachatez de agregar). No pensó nunca en disculparse por haber usado las palabras muchacho y muchacha, por supuesto y, en alguna forma, eso era lo peor de todo. Mi sensibilidad al respecto muestra qué tanto había dejado de ser india. Ashok y mami simplemente seguían el estilo hogareño del Indian Express en el cual las mujeres solteras menores de treinta años son denominadas muchachas. Después de esa edad el periódico las transforma en muchachas solteras o sólo en solteras.
Y, finalmente, venía la expiación que era muy mezquina: “Nuestra madre no quería que supieras acerca del aviso periodístico”, escribió Ashok. “Pensarás que está pasada de moda, pero yo pensé que deberías saberlo. Tendrás que admitir que, en comparación con los demás, nosotros somos más bien modernos y sinceros.” ¿Modernos?, yo quería darle una sacudida a Ashok. ¿Con un horóscopo? “Por favor”, terminaba subrayando la frase, “no le digas a nadie que estás enterada del asunto”.
Me llevó un día o dos encontrarle a esto la parte humorística. Después de todo no podían obligarme a que me encontrara con quienquiera que contestara el anuncio. Y no podían ni siquiera soñar en hacerme aceptar a quienes escogieran. Y cuando el profesor salió con la idea de enviarme a Jerusalén, no pude evitar reírme. Imaginen la escena que se desarrollaría en Madrás cuando les llegara mi primera carta procedente de Israel. Mi madre no tiene la menor idea de que Brandeis es una universidad judía. (No significa esto que en ella no haya una gran cantidad de personas que no son judías e incluso estudiantes indios de doctorado y posdoctorado. El Departamento de Química está lleno de ellos; en el Centro Rosenstiel tenemos un Sengupta y un Pakrashi.) Pero, ¿la Escuela de Medicina Hadassah en Jerusalén? ¿Cómo iban a hacer sus citas los presuntos novios portadores de tarjetas verdes?
Ésa es la causa de por qué solté risitas cuando el profesor me preguntó si quería ir a Jerusalén.
—Renu —dijo Felix Frankenthaler pocos días después—. Acabo de recibir una llamada telefónica de Yehuda Davidson de Jerusalén. Estaría encantado de trabajar contigo en su laboratorio. Todo lo que tengo que hacer ahora es conseguir algo de dinero, 25 mil dólares servirán.
—No quiero tratarlo con los NIH3 —Frankenthaler se inclinó sobre su escritorio para hablar más de cerca, como si estuviera revelando un secreto comercial—. Se toman mucho tiempo y, además, no quiero que la competencia se entere de lo que guardamos bajo la manga. Al menos todavía no. Y 25 mil dólares ciertamente no justifica que muestres todas tus cartas frente a una Sección de Estudio de los NIH repleta de… —levantó las cejas sin terminar lo que estaba diciendo—. Llamé a la Fundación REPCON. Su directora, Melanie Laidlaw, es una vieja amiga mía.
—¿Esto no la descalificará? —preguntó Renu—. Quiero decir —añadió rápidamente al darse cuenta de que Frankenthaler fruncía el ceño—, ¿no se descalificará a sí misma?
Él movió la mano rechazando lo dicho.
—Estamos solicitando una nadería: 25 mil dólares. No hay gastos generales ni equipo, sólo los fondos necesarios para hacer una investigación exploratoria acerca de la reproducción masculina con un médico en Jerusalén. ¡Y para una mujer! No es por nada que REPCON significa “reproducción y anticoncepción”, y que siempre están quejándose de la escasez de mujeres que trabajan en ese campo. ¿Cómo podría una directora rechazarle fondos económicos, en especial a otra mujer —emitió una sonrisa breve— tan brillante como tú? —se levantó de su silla para indicar que la reunión había terminado—. Entre paréntesis, no he podido ponerme en contacto con Melanie Laidlaw. Se supone que está en Europa en una especie de Conferencia sobre la Ciencia y los Asuntos Mundiales en Kirchberg; ni siquiera sé dónde queda ese lugar. Pero muy pronto sabremos de ella. De todos modos no tendrás listos tus primeros liberadores del NO sino hasta marzo próximo cuando más pronto, ¿no?
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1 TOEFL (Test of English as a Foreign Language). Examen de inglés como idioma extranjero que deben aprobar quienes desean estudiar en universidades de EUA. [T.]
2 Kir, champagne con cassis. [T.]
* T Advert-Británico Ad-Americano.
3 National Institutes of Health, Institutos Nacionales de Salud. [E.]