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Para mamá y papá,

y, por supuesto, para El Smidge.

“Macbeth no será vencido
hasta que el gran bosque de Birnam
suba a la colina de Dunsinane
para enfrentarlo”.

william shakespeare, macbeth

“La naturaleza, con equidad,
ve a todos sus hijos jugar;
ve cómo el hombre controla al viento,
ve cómo el viento barre al hombre”.

matthew arnold

“Debemos perdonar a nuestros enemigos,
pero nunca antes de que los cuelguen”.

heinrich heine

Prólogo

Año dos


Diario de Bennu, quien corre

Emergieron de la tierra, entre gusanos que aparentaban ser raíces de árboles. Eran más sombras que carne y se abrían paso entre el crujir intenso del tronco en dirección al claro. Las raíces eran casi tan gruesas como un caballo, robustas y retorcidas, y daban la impresión de nunca haber sido tocadas o vistas por un humano. Al principio, las criaturas salieron gradualmente desde las raíces, pero a medida que la luz crepuscular se desvanecía en la noche, tomaron un ritmo más firme, un goteo lento que se convirtió en una humareda constante…

¿De dónde venían? ¿Acaso el árbol estaba hueco por dentro para poder albergar a tantos niños? ¿Qué tan profundo llegaban esas raíces? ¿Era allí donde las criaturas se escondían para escapar del aire fresco del bosque verde? ¿Estaban hechas de lodo, piedra o madera? ¿O acaso eran de carne y hueso como yo?

Había llegado tan lejos, viajado incontables kilómetros, para ser testigo de este renacimiento. En el pasado, ya había presenciado numerosos eventos extraños en Per Ramessu y Bubastis, y me había adentrado en territorios desconocidos rodeado de extraños pintados y animales curiosos. Incluso había visto a una mujer tragarse una cobra entera sin que esto la afectara en lo más mínimo, el rostro de una muchacha derretirse como cera por el aliento de un ángel; había cenado con hombres que alegaban ser más viejos que las mismísimas arenas de mi hogar.

Pero esto… Esto dejó una marca en mí. Presenciar cómo la nada misma adquiría forma, cómo un árbol, alto como un palacio, actuaba como una mujer de carne y hueso dando a luz, creando vida, era algo nuevo. Vida que caminaba y respiraba, cada criatura con un rostro distinto. No eran desagradables, pero no se parecían a ningún ser que hubiera visto antes. Líneas oscuras recorrían toda su piel como tatuajes que, con la poca luz disponible, se notaba que estaban tallados en la piel bastante profundos. Estas criaturas emanaban cierto resplandor y se movían con una gracia poco natural, como si estuvieran flotando sobre el césped cubierto de rocío.

Había algunos búhos, con sus orejas amenazantes como cuernos, sentados en los pequeños árboles a mi alrededor, ululando en un tono grave. Todo tipo de serpientes y arañas se acercaron a observar, formando un ejército de escamas y ojos negros brillantes. De pronto, noté que en el ambiente sonaba una especie de música, como si las ranas y los grillos estuvieran dando un concierto, acompañado por el gemido profundo de lo que parecía ser un ciervo. Los golpes de una música ancestral y primitiva retumbaban contra mi pecho, dándome una sensación de escalofríos que me hacía acurrucarme bajo el abrigo que me había hecho con la piel de algún animal muerto que encontré en el camino. El bosque apestaba a una nueva putrefacción creciente y supurante, a un hedor a tierra que parecía latir con vida propia.

Me preguntaba a dónde había ido mi protector, el hombre bestia que me había acompañado desde Egipto y me había protegido de tanto. Lo único que sabía era que ya no estaba, y solo me quedaba su aullido furioso en la distancia. ¿Se lo habían llevado? ¿Estaba sufriendo?

Vida. Todo era vida, casi hasta la asfixia, todo crecía y se expandía sobre la marga y el agua, sin ninguna civilización que se lo impidiera. Qué desolado y frío se sentía ser el único hombre en medio de tantas criaturas que jugaban a la eternidad.

Pero allí me quedé.

Ninguna de las criaturas que emergían del árbol notó mi presencia, a pesar de no haber siquiera intentado mantenerme oculto. Después de todo, había sido convocado por las visiones de unas mujeres, guiado en plena luz del día por una Serpiente Celestial que deslizaba su enorme y temible cuerpo entre las nubes. La había escuchado y seguido, cruzando mares, montañas y valles para llegar a este lugar. Al árbol. A Padre.

Finalmente, el árbol cesó su creación y todos los seres que habían emergido lo rodearon. La música del bosque comenzó a ser más intensa, dolorosamente intensa, provocando que los tambores se sintieran como puñetazos fuertes contra mi pecho. No podía hacer otra cosa más que acurrucarme en la piel, con los pies mojados y llenos de lodo, mientras el árbol se abría una vez más para que de la gran grieta emergiera una última figura.

¿Acaso sabía lo que era el verdadero frío? ¿Conocía las facetas de la verdadera magia negra? No, pero esto cambiaba todo. Estaba ante la presencia de algo que escapaba al tiempo, a la razón; un ser sin comienzo ni final.

Él era su rey y esta era su corte. Mi rey. Mi Padre. De pronto, todos esos ojos, brillantes y negros como escarabajos, giraron hacia mí a la vez. Sonrieron, pero no deseaba saber por qué. Y en un instante, me sentí derrotado; sabía que esta era mi muerte; aquellas no eran sonrisas de bienvenida, sino el reflejo de un hambre insaciable.

Padre se me acercó y, al hacerlo, la canción se tornó más suave, como un canto impregnado de susurros agudos y fantasmales que se abrían paso entre el ritmo.

Las palabras comenzaron a tener sentido cuando este rey del bosque me vio y se acercó. Era más alto que los demás y su rostro tenía una complexión más dura y rugosa, como si una mano temblorosa hubiera dibujado cada línea de sus rastros humanos. Nariz de halcón, barbilla de león, mejillas de esfinge y cabello de cuervo. Sus ojos, de un negro profundo, bailaban entre destellos difusos de luz roja, acompañando una vestimenta de musgo, enredaderas y plumas, la cual parecía flotar desde sus hombros como si fuera una capa.

Se acercó hacia mí con sus dedos encorvados y puntiagudos, y sabía que lo que sostenía entre mis brazos, lo que presioné contra mi pecho para proteger, pronto sería suyo. ¡Los susurros! Los susurros comenzaron a sonar en mi cabeza, haciéndome sentir débil y olvidadizo.

¿Por qué había venido aquí? Las ninfas me habían ofrecido un santuario. Este no se suponía que fuera mi final…

Padre de todos los Árboles, Padre de todos los Árboles, Padre de todos los Árboles…

No escuchaba otra cosa más que los susurros, ni siquiera mis propios pensamientos. Si sobrevivía a este bosque, no estaba seguro de si alguna vez mi mente volvería a albergar pensamiento alguno.

“Has venido desde muy lejos para traerme esto…”, su voz era el mismísimo crujir de las ramas en una tormenta, las ráfagas de viento azotando las hojas, el golpe del agua contra las rocas. “Para traérmela a ella”.

¿Es para ti? ¿He cometido un error? Quizás no fue hecho para nadie. ¡Nunca debe ser encontrado!

De pronto, sus dedos tocaron el libro que presionaba contra mi pecho y fue entonces cuando toda la energía desapareció de mi cuerpo. Los cientos de ojos negros amenazantes me robaron la fuerza y su canto me adormeció. Me lo quitó. Me lo quitó y fallé.

“Duerme ahora, Bennu, tú que has conocido el hambre, el cansancio y el miedo. Duerme ahora, a salvo entre las ramas. Tus secretos están a salvo conmigo”.

Capítulo
Uno

Norte de Inglaterra

Primavera, 1810

No era la primera vez que tenía el cañón de una pistola frente a mis ojos, aunque sinceramente sí esperaba que fuera la última.

Por lo menos, era un cambio en mi rutina. Había llegado al punto de conocer los efectos adormecedores que el aburrimiento puede tener incluso en las situaciones más extrañas. Al principio, limpiar el desorden ocasionado por Poppy y la Sra. Haylam con sus trucos de magia luego de aniquilar a algunos huéspedes era interesante. Pero levantar cubetas de sangre, fregar las maderas del suelo y limpiar los desechos que las aves del Sr. Morningside dejaban sobre la alfombra se volvió rápidamente cansador. La vida, incluso en la casa de las oscuras maravillas, podía tornarse fastidiosa. Ya había comenzado a perder la cuenta de cuántos huéspedes malvados había ayudado a matar. Todavía me daba náuseas pensar en el motivo para el cual me habían empleado en la Coldthistle House.

–Vamos, no te estás concentrando ni un poco, Louisa –detrás del martillo curvo de la pistola, Chijioke hizo una mueca.

Se le notaba cierto dejo de cansancio en uno de sus ojos, al igual que en su mano, que temblaba un poco mientras me apuntaba con el arma a la cabeza.

La luz difusa del sol se abría paso entre el polvo que recubría las ventanas de la biblioteca, provocando que pequeñas partículas flotaran a nuestro alrededor como luciérnagas del atardecer.

–Solo prométeme que no está cargada –le rogué de mal humor. Giró los ojos hacia arriba y exhaló fuerte.

–Por quinta vez, no lo está. Ahora, concéntrate, Louisa, ¿o acaso lo que salvó tu vida fue pura suerte?

Intenté concentrarme, pero su pregunta solo hizo que me distrajera aún más. A decir verdad, fue una combinación de varias cosas lo que ocurrió aquel día en el que el tío de Lee intentó acabar conmigo. Estaban Mary escudándome con su magia especial y Poppy hirviéndole la cabeza a George Bremerton con sus poderes. Recordar ese momento me daba escalofríos; a menudo tenía pesadillas con ese día y, muy dentro de mí, sabía que estaban para quedarse.

Estaban los sueños espantosos y la aún más cruel ausencia de Mary. La extrañaba. Habían pasado varios meses de mi viaje a Irlanda, donde había tenido la esperanza de poder evocarla nuevamente en algún manantial mágico. Según el Sr. Morningside, Mary, como todo espíritu del Inframundo que no está vivo ni muerto, posiblemente se encontraba en las Tierras del Crepúsculo, un lugar similar al limbo; sentía que debería haber sido capaz de evocarla con la misma magia que la trajo a la vida en un principio, pero mi deseo se hundió en el manantial, dejando solo el sonido de una piedra caer contra el agua.

En esas circunstancias horribles, finalmente había escapado de la Coldthistle House. Dejé el manantial atrás y seguí camino de Dublín a Londres, para luego regresar, de mala gana, a Malton. Esas pocas cosas que había robado de la mansión fueron lejos cuando las vendí, pero no lo suficiente. Pensé en seguir por mi cuenta, encontrar alguna especie de trabajo independiente en alguna cantina, pero, lamentablemente, mi espíritu pendenciero no era muy bienvenido en los pueblos al igual que en la Coldthistle House. En un abrir y cerrar de ojos, volví a estar sin dinero y desempleada. Quizás era el destino lo que me estaba forzando a regresar a la Coldthistle House; quizás, en cierta medida, simplemente extrañaba ese infame lugar.

Chijioke debió haber notado la expresión de consternación en mi rostro, por lo que suspiró y señaló con su cabeza la pistola que tenía apuntando a mi nariz, como si me estuviera recordando que estaba haciendo eso por mi propio bien.

Desde allí dentro, incluso con las ventanas cerradas por completo, podía escuchar el sonido de algunas voces alegres afuera. Durante toda la semana, trabajadores de las propiedades aledañas se juntaron para levantar una tienda enorme en el jardín de Coldthistle. Bueno, en realidad, solo una parte estaba sobre la propiedad de la mansión —la mitad, para ser más específica— y la otra mitad en el terreno del este, aquel del cual se ocupaba el amable pastor que me había acogido una tarde. El propósito de la tienda seguía siendo un misterio para mí, lo que ocasionó que mis pensamientos giraran bruscamente de la pobre Mary a lo que fuera que el Sr. Morningside estuviera planeando. Los trabajadores tomaron el té allí mismo en el jardín, riendo escandalosamente, un sonido por completo inusual para los páramos sombríos de Coldthistle.

–¡Vamos, muchachita, estás poniendo a prueba mi paciencia! –gritó Chijioke justo frente a mí, haciendo desaparecer ese tic de cansancio que tenía en el ojo.

–¡Muy bien! –agregué, retomando la concentración que había perdido. Apareció, como antes, luego de un ataque de ira. No hubo humo ni ningún sonido mágico, ni tampoco una lluvia de polvobrillante; no había nada tan pintoresco o digno de un cuento de niños en lo que yo podía hacer; simplemente, concentré toda mi atención por un instante y el poder de Sustituta dentro de mí se avivó, transformando la pistola en un conejo.

Chijioke suspiró, sorprendido y tan confundido como el conejo bebé que se retorcía entre sus dedos.

Enseguida comenzó a reír y aflojó su mano, lo cual permitió que el pequeño animal se enroscara, curioso, formando una pequeña bola peluda en su palma. Era una vista bastante agradable: la mano callosa del jardinero de Coldthistle meciendo a un conejito blanco no más grande que una bola de nieve.

–Muy gracioso –dijo, levantando una ceja al mirar al conejo–. Entonces, tu poder no fue solo suerte después de todo. ¿Cómo lo llamarás?

Volteé, dándoles la espalda a los dos y dirigiéndome hacia la ventana sucia, en donde me paré de puntillas para poder ver el jardín. La tienda blanca era casi tan grande como el granero. En cada una de sus puntas elegantemente preparadas había un banderín rojo, verde y dorado. Estos eran bastante simples, sin muchos adornos, pero no podía dejar de preguntarme qué significaban. Quizás, a juzgar por el cambio de clima, supuse que se trataba de la Festividad de los Mayos. Aun así, todo parecía demasiado extravagante para ser idea del Sr. Morningside. No había vez en la que hiciera algo agradable sin que hubiera alguna motivación siniestra oculta.

–¿Louisa?

Miré a Chijioke y a su nuevo acompañante peludo, el cual no estaba para quedarse, y así, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció; Chijioke, una vez más, tenía el arma en su mano.

–Maldición, todo para nada. No importa qué tanto lo intente, no logro hacer que el hechizo dure por más tiempo.

Se encogió de hombros para demostrarme su compasión y guardó la pistola en la parte trasera de sus pantalones. Enseguida, se acercó hacia la ventana junto a mí y nos quedamos observando el tonto jardín y a los trabajadores que terminaban de tomar su té y regresaban al trabajo, cada uno haciendo lo mejor para no tropezar con los huecos que había por todo el terreno.

–Quizás sea lo mejor, muchachita –me consoló Chijioke–. Esa cosita seguramente habría terminado siendo la cena de Bartolomé antes de la puesta de sol.

–Sí, es cierto, ha estado comiendo mucho –coincidí–. Y creciendo mucho también. Pronto tendrás que mudarlo al granero. Incluso Poppy comenzará a montarlo por todo el terreno.

Por el rabillo de mi ojo, pude ver a Chijioke hacer una mueca de dolor.

–¿De verdad no sabes de qué se trata todo esto? –le pregunté, acomodando una pila de libros para pararme encima y tener una mejor vista. La ventana tenía un pequeño alféizar lo suficientemente profundo como para que pudiera descansar una rodilla y asomar la cabeza para mirar el jardín.

–Sospecho que solo la Sra. Haylam sabe, aunque no sería una sorpresa que ella estuviera envuelta en la misma oscuridad. No tengo razones para mentirte, Louisa. Pero si llegas a descubrirlo primero, será mejor que me lo cuentes todo.

Entrecerré los ojos para tener una mejor vista pero no se veía mucho, ni siquiera cuando el viento levantó uno de los lados de la tienda. Quejándome, reposé mi frente contra el vidrio de la ventana. Haber usado mis poderes –mis poderes de Sustituta, o así decía el Sr. Morningside– me había dejado un poco débil.

–Si se tratara de otra residencia, podría pensar que están preparando una boda.

Chijioke rio y se apoyó sobre el alféizar a mi lado, hasta que notó el collar que se había salido de mi vestido y colgaba desde mi cuello.

–¿Acaso tenemos alguna en mente?

Dios, el collar. Había jurado mantenerlo en secreto y ahora mi comportamiento poco refinado al trepar y arrastrarme para llegar a la ventana hizo que se soltara de los pliegues de mi corsé. Tomé la cuchara rápidamente y la escondí de nuevo en mi vestido. Enseguida salté desde el alféizar de la ventana y me alejé, tratando de ocultarme entre los estantes de libros.

–No es lo que parece.

–¿Ah, no? Porque para mí se ve como un montón de basura sentimental.

–Esta basura sentimental –le dije, enfurecida, volteando hacia la puerta– salvó mi vida.

Luego de que George Bremerton casi me hubiera matado, solía pensar en irme para siempre. Aún lo seguía haciendo. Pero si abandonaba este lugar, a Lee y todos los recuerdos de Mary, ¿en qué me convertiría? Puedo ser una ladrona y fugitiva, pero nunca una traidora. Quizás si Mary regresara y Lee encontrara la felicidad o, al menos, la paz, quizás entonces podría marcharme. Quizás entonces…

Chijioke me llamó, pero ya estaba demasiado cansada de nuestra práctica, sumado a que ahora estaba triste. Sentí el peso de la cuchara en mi cuello y cerré los ojos, caminando a toda prisa por el corredor. No había forma de pensar en la cuchara sin recordar a Lee, quien había muerto cuando me enfrenté a su tío. Bueno, había muerto solo por un momento, ya que revivió gracias a la magia de la Sra. Haylam y el sacrificio de Mary. Muerto. Revivido. Eso apenas cubría el alcance de lo que había hecho, de lo que había elegido como destino para mi amigo.

No, amigo no; la sombra de un amigo. Si bien vivía en Coldthistle y no podía irse, no he visto un rastro de Rawleigh Brimble en semanas. Solía merodear y esconderse como una sombra y ni una sola parte de mí podía culparlo.

–¡Louisa! Huyendo de tus deberes otra vez, ya veo…

Mi huida se vio interrumpida por la Sra. Haylam, quien se encontraba más limpia y arreglada que nunca, con su cabello gris recogido por detrás, un delantal almidonado y destellantemente blanco. Colocó sus manos oscuras sobre la cintura y me miró con aires de superioridad, refunfuñando.

–Justo iba camino a buscar la ropa de cama para la habitación de los Pritcher –murmuré, evitando su mirada penetrante.

–Por supuesto que sí. Y también te encargarás de la habitación de los Fenton luego, y recuerda traer la ropa sucia. Se acabó esto de no hacer nada justo el día de la convocatoria de la Corte.

Al escuchar eso, pude ver los ojos de Chijioke abrirse tanto como los míos.

–¿La Corte?

La Sra. Haylam era una señora aterradora incluso cuando estaba tranquila, pero al escuchar eso nos dedicó una mirada feroz y se corrió para dejarme pasar, señalando el corredor.

–¿Acaso parece que estoy de humor como para ser interrogada, muchacha?

–Está bien. Pritcher, Fenton, ropa sucia –repetí, pasando a su lado a toda prisa.

Pero me tomó de la oreja y me hizo retorcer y llorar del dolor. Dios, esta señora era mucho más fuerte de lo que aparentaba.

–No tan rápido, Louisa. El Sr. Morningside desea verte. Dijo que es algo urgente, por lo que yo no me retrasaría si fuera tú –esbozó una pequeña pero malvada sonrisa y me soltó.

Como lo único que podía pensar era en escapar de sus garras, no me percaté de que tendría que ir abajo por la puerta verde para ver a mi empleador. Por suerte, nuestros encuentros habían sido muy pocos desde mi regreso de Irlanda. Mientras caminaba por el corredor encogida de miedo como un perro herido, alternaba la vista entre la Sra. Haylam y las escaleras.

Ya se había olvidado de mí, por lo que comenzó a atacar a Chijioke por estar perdiendo el tiempo con una sirvienta tonta en la biblioteca.

Decidí marcharme rápido antes de que se diera cuenta de que la estaba mirando, por lo que volteé y seguí caminando por el corredor con una mano sobre mi oreja lastimada. Por un instante, noté lo que parecía ser el pie de una sombra que desaparecía en una de las esquinas, como si alguien que había estado observándonos escapara hacia el piso de arriba. Las pisadas ya eran cada vez más suaves, pero aun así las podía reconocer. Lee. El sacrificio de Mary y mi decisión lo habían revivido, pero a cambio de eso, su espíritu estaría alimentado solo por oscuridad. Yo apenas lo podía comprender y él no parecía estar dispuesto a discutir los cambios que atravesó.

Me quedé quieta para oír cómo la intensidad de las pisadas disminuía y presioné la cuchara bajo mi vestido contra mi pecho. Lo había condenado a la perdición, al igual que a nuestra creciente amistad, arruinada como todo lo que arruino a mi paso.

–¡Louisa! ¡Abajo! Ahora.

El tono de voz de la Sra. Haylam no daba lugar a discusiones. Me esperaban muchas tareas, pero primero, tenía el deber, para nada envidiable, de reunirme con el Sr. Morningside una vez más.

Capítulo
Dos

Encantadora Louisa, aquí estás.

Su buen humor era bastante perturbador. Las pocas veces que me crucé con el Sr. Morningside siempre estaba irritable o furioso. Era normal escucharlos a él y a la Sra. Haylam discutir a cualquier hora del día, generalmente, por los sirvientes ruidosos y torpes que interrumpían su trabajo. Y ¿acaso no corría mucho aire por el vestíbulo? Pero ahora, sentado detrás de su enorme escritorio, con su colección de aves amontonadas a su alrededor, el Sr. Morningside me sonrió. Con alegría. Con demasiada alegría.

Hice un saludo de cortesía y esperé a que me invitara a sentar, lo cual hizo con un gesto elegante de su mano. El suelo de su oficina estaba cubierto de papeles que habían sido testigos de días más felices, y montones de libros enormes con cubierta de cuero apilados uno sobre otro. En cada rincón, había plumas con las puntas rotas y salpicadas en tinta. Parecía que hubiera estado trabajando duro en algo, aunque nada de lo que estaba escrito en esas páginas era legible para mí. Garabatos, pensaba, pequeños dibujos incomprensibles.

Se reclinó en su silla y yo me senté casi en el borde de la mía, frotando las manos ansiosamente sobre mis piernas. Todavía me quedaba disfrutar una reunión totalmente agradable, o incluso tediosa, con este hombre… criatura… cosa. A juzgar por su sonrisa demasiado amigable, la visita de esa tarde no sería diferente. El Sr. Morningside hizo espacio entre el desorden de su escritorio, juntando al azar papeles viejos y apilándolos a la derecha de la madera pulida.

–¿Té? ¿Algo más fuerte? ¿Qué te parece el espectáculo en el jardín? Pronto será mucho más excitante. La Corte se reunirá aquí… Han pasado, déjame pensar –y comenzó a contar en silencio con sus largos dedos–. Oh, al diablo con esto, ¿quién sabe? ¿A quién le importa? Ha pasado mucho tiempo y ahora seremos los anfitriones de la Corte. Todo un honor.

–Perdón que lo diga –le contesté cuidadosamente–, pero no luce del todo honrado.

–¿No? –sonrió nuevamente mostrando aún más sus dientes blancos y parejos, pero solo lucía más inquietante y forzado. Agresivo–. Bueno, mi placer cuestionable de ser el anfitrión de los más finos bufones vanidosos del Supramundo es tema para otra ocasión, Louisa. Tenemos asuntos más importantes que tratar.

Sirvió el té en sus tazas tan elegantemente decoradas con dibujos de pequeñas aves finas y, sin que se lo pidiera, vertió un poco de lo que parecía ser brandy en ambas, para luego pasármelo rápidamente desde el otro lado de la mesa.

A juzgar por al aroma que emanaba de la taza, parecía ser más brandy que té.

–Todavía ni siquiera son las tres de la tarde –le recordé, señalando tímidamente el brebaje.

El Sr. Morningside inclinó la cabeza hacia un lado, reconociendo mi punto, y enseguida tomó un trago directo de la botella de brandy. Al terminar, juntó los dedos delante de su rostro como si me estuviera estudiando. Mis pensamientos comenzaron a fluir a toda prisa. Por lo general, era bastante impasible. ¿Qué podría ser lo suficientemente temible como para que lo hiciera tomar tanto brandy tan temprano en la mañana? ¿Acaso tenía que ver con Mary? ¿Había regresado de la Tierra del Crepúsculo después de todo? O quizás era por Lee, quien se había convertido en el fantasma de la mansión que uno podía escuchar pero rara vez ver. Por supuesto, también estaba la gente de George Bremerton, el culto de fanáticos que había enviado a Bremerton a Coldthistle con la idea enfermiza de acabar con el Diablo.

Suspiré y tomé la taza de té, expectante. ¿En qué se había convertido mi vida que mi cabeza ahora giraba en torno a este tipo de preocupaciones?

–Recibí una carta bastante curiosa, Louisa. Francamente, no sé qué hacer con ella –confesó, moviendo un mechón de su exuberante cabello negro y abriendo una de los gavetas de su escritorio, de donde sacó un sobre de papel con un sello de lacre verde ya abierto. Incluso en la distancia, podía sentir la distintiva esencia de junípero emanando del papel–. Me dejó sin palabras.

–Bien, eso es extraño –dije pensativa.

–Sí, sí, por favor, disfruta todo lo que quieras mientras puedas. Dudo de que te vayas a sentir tan fervientemente superior cuando oigas lo que dice la carta –sus ojos, amarillos e inquietos, estaban llenos de fastidio.

Hice el té a un lado sin beberlo y estiré el brazo con el ceño fruncido para tomar la carta, pero la corrió, manteniéndola lejos de mi alcance. Algunas de las aves se posaron a su alrededor haciendo ruidos como si lo estuvieran disfrutando.

–Aún no –me dijo, negando con la cabeza–. Pronto la podrás leer, pero primero debo saber algo, Louisa.

El Sr. Morningside se inclinó hacia mí y, moviendo su boca hacia atrás y adelante, como si la estuviera preparando, soltó la pregunta.

–¿Cómo estás?

Al escuchar eso, me quedé perpleja.

–¿Cómo… estoy? ¿Qué clase de pregunta es esa?

–Una amigable –respondió–. Genuina. Comprendí que he estado… muy distante últimamente, pero en verdad me preocupo. Esa horrible situación con Bremerton dejaría a cualquier persona normal en estado de shock. Seguramente sigues confundida con algunas cosas, como qué fue lo que ocurrió con el ritual de Mary que no funcionó. Aparentas estar tomando todo con mucha calma, pero como sabes, las apariencias engañan.

–Estoy… –traté de encontrar la respuesta indicada. Me dolía tratar de entender cuán confusa podía ser esa pregunta. ¿Cómo estaba? Inestable, aterrada, desesperanzada, completamente perdida en un mar de fuerzas extrañas y revelaciones aún más confusas sobre el mundo, sobre mí, sobre la naturaleza del bien y el mal, sobre Dios y el Diablo. Estaba…–. Sobrellevándolo. Sí, estoy sobrellevándolo, señor.

El Sr. Morningside levantó una de sus oscuras cejas al oír eso.

–Una pregunta genuina merece una respuesta igual de genuina, Louisa.

–Muy bien, en ese caso, sobreviviendo. Sobrevivo, por lo general, tratando de no pensar demasiado en lo que es usted y este lugar. Lavo los orinales y la sangre. Friego y limpio los establos, y me tapo los oídos por la noche si un huésped comienza a gritar. Si pensara tanto en todo esto, en quién soy y en lo que he visto y hecho en menos de un año trabajando aquí, quizás no aparentaría estar tomándolo con tanta calma. Entonces, sí, su pregunta puede ser genuina, señor, pero también es estúpida.

Mi voz se había elevado casi al punto de estar gritando y no me disculpé por ello; el Sr. Morningside ni siquiera parecía haberse ofendido.

Colocó la carta sobre el escritorio entre nosotros, juntó sus manos y asintió lentamente, mordiéndose el labio inferior mientras me miraba fijo. Al cabo de unos segundos, volvió a mirar la carta pero enseguida posó la vista sobre mí nuevamente. Me negaba a caer ante esa mirada penetrante.

–¿Te gustaría ver a tu padre?

Reí. Tanto que soné como un cerdito, y señalé la elegante carta.

–Malachy Ditton nunca podría pagar por un papel tan fino. Y si lo ha hecho, es un engaño, una forma de aprovecharse de su dinero, y usted sería un tonto al creer siquiera una palabra de esto.

El Sr. Morningside abrió los ojos, casi con inocencia, y separó sus labios.

–Oh –aún perplejo, tomó la carta y comenzó a abrir los pliegues arrugados, descubriendo una larga nota escrita con una mano firme y hermosa. Nunca había visto letras con tantas vueltas y adornos. Toda la carta parecía estar escrita en gaélico.

–Mi padre apenas puede escribir su propio nombre –murmuré, paralizada por la belleza pura de la caligrafía y el delicado perfume a junípero y bosque que emanaba el papel. Mi vista se posicionó en el final de la carta y la firma, un nombre que no conocía. Parecía que decía algo como Croydon Frost–. Debe haber algún error.

–No es ningún error, Louisa –agregó el Sr. Morningside suavemente–. Esta carta es de tu padre. De tu verdadero padre. No de un simple mortal, sino de un Fae Oscuro, descendiente de las Hadas Oscuras, la fuente de tu poder de Sustituta.

Capítulo
Tres

En un instante, volvía a ser la niña que se escondía en el armario. Mi estómago se sentía como si me hubieran arrojado un saco de ladrillos encima. Tenía muy pocos recuerdos de mi padre antes de que se marchara, pero los que quedaron eran fuertes en un mal sentido. Uno nunca olvida el sonido de una bofetada o el llanto de una madre después de eso. Pasaba más tiempo escondiéndome de sus ataques de ira y de su ebriedad que entre sus brazos oyendo sus historias. Pero sí recuerdo una.

“Recuerda, mi niña”, me había dicho, meciéndome sobre su regazo en uno de sus pocos momentos de sobriedad y bondad, “todas las personas tienen sus límites. Desde la más pequeña hasta la más grande, todas tienen debilidades. Debes conocerlas, hija, pero también debes conocer las tuyas. Verás, yo puedo beber una botella de whisky y mantenerme en pie, pero dos copas más y ¡bam!, termino en el suelo. Tú bebe la botella y mantente en pie. No dejes que esas dos copas te tienten, ¿me has oído? Prepárate para impactar contra la pared con antelación”.

–Vaya padre –suspiré. Había olvidado casi por completo que no estaba sola. El Sr. Morningside me estaba mirando fijo pero no había ninguna señal de presión detrás de su mirada. Finalmente, tomé la taza de té y lo bebí todo de un sorbo, lo cual me hizo toser por lo caliente que estaba y lo fuerte del brandy.

»¿Puedo negarme a verlo? ¿Puede decirle que no puede verme? –le pregunté, alejando la taza y el platillo de mí.

–Claro que puedo. ¿Es lo que deseas?

–Ya tuve un padre y no recomiendo la experiencia. ¿Cómo sé que este está diciendo la verdad sobre nuestro parentesco? Parece tan… rebuscado –pero esto también explicaría mis extraños poderes, los cuales, hace un año, también había encontrado igual de rebuscados.

El Sr. Morningside asintió con la cabeza, dándole golpecitos a la carta que yacía sobre el escritorio con uno de sus dedos.

–¿No te da curiosidad saber qué tiene para decir?

–¿Curiosidad? –miré hacia la pared que estaba detrás de él, a cada una de las aves que se acicalaban y dormían–. Por morbo, quizás sí, pero creo que me siento más… decepcionada. El padre que tenía me defraudó, y es algo que ya acepté. Aprendí a acostumbrarme a ese sentimiento. No creo estar lista para que me decepcionen otra vez.

Me alejé de su escritorio y me puse de pie, y al hacerlo me sentí mareada. No era el brandy, o al menos esa no era la única causa. Por tantos años, mi padre había maltratado a mi madre, acusándola de todo tipo de ridiculeces. ¿Lo principal? Infidelidad. Y ahora aquí estaba la prueba de que al menos una de sus sospechas era verdad. Negué con la cabeza, decidiendo en silencio que no valía la pena darle a este extraño y su historia tanta credibilidad.

¿Por qué alguien se molestaría en buscarte si no fuera verdad? ¿Por qué alguien se preocuparía por una hija que no tiene dinero ni futuro?

–Hay otra posibilidad –agregó suavemente el Sr. Morningside. Ya estaba caminando para irme, pero me detuve y volteé dando pasos inseguros hacia él. Dobló la carta con cuidado y la extendió hacia mí–. Puede que te lleves una agradable sorpresa. Quizás incluso tengan varias cosas en común, considerando que ambos vienen del Inframundo.

–O simplemente es un montón de sinsentidos y es una especie de criminal –le respondí–. ¿No es más probable que sea así? La Coldthistle House atrae a seres malvados, usted mismo lo dijo.

Inclinó su cabeza, aún ofreciéndome la carta.

–Estoy muy familiarizado con los asuntos criminales. Nada en esta carta me lleva a pensar que tiene alguna intención oculta. De hecho, suena bastante educado –me comentó, haciendo una pausa para lograr el efecto buscado–. Y adinerado.

Me arrojó un anzuelo y fui lo suficientemente estúpida como para morderlo. No, estúpida no, desesperada. Tenía muy poco dinero a mi nombre, solo una miseria que había ahorrado de mi salario. Un padre adinerado era lo que toda niña pobre deseaba, ¿no es así? Algo salido de un cuento de hadas… Estiré la mano para tomar la carta pero me detuve.

¿Qué tal si mi vida siempre fue un cuento de hadas?

–No –contesté, cerrando mi mano en un puño–. No la quiero, ni aunque sea el hombre más rico de todo el reino.

–No tengo por qué quedármela –agregó el Sr. Morningside–. Quémala si te hace sentir mejor, pero tú debes ser quien decida su destino. Y el tuyo.

Mi estómago comenzó a revolverse una vez más y cerré los ojos para contrarrestar el mareo que crecía como la marea en mi cabeza. Una parte de mí esperaba que el sobre me quemara los dedos cuando lo tocara, pero no fue así, era un papel común y corriente. Lo cual no significa que me dejara satisfecha. Una vez que tomé la carta y la guardé en mi delantal, hice un saludo de cortesía y me encaminé hacia la puerta, ansiosa de estar sola, ansiosa de poder desechar la carta y nunca más volver a pensar en ella.

–De todas formas, es tonto –agregué mientras me marchaba–. No tengo idea de cómo hacer para leer en gaélico.

Detrás de mí, el Sr. Morningside rio. Volteé y lo encontré susurrándole a uno de sus loros mientras esbozaba una sonrisa irónica, típica de él. Parecía extrañamente satisfecho.

–Eres una muchacha lista, Louisa. Estoy seguro de que encontrarás una solución.

Capítulo
Cuatro

Había observado la conmoción en el jardín desde varios ángulos: mi cuarto, la biblioteca, la cocina, el salón del primer piso; pero nunca desde el tejado. La idea surgió de la desesperación. Mientras trepaba hacia arriba de la Coldthistle House, ignorando las voces que se escuchaban en la lejanía para sentirme sola, el pánico fue desapareciendo poco a poco, como si haber dejado al Sr. Morningside abajo en su oficina con aspecto de caverna me hubiera ayudado a evitar un mar de confusión.

Pero el alivio fue solo momentáneo y duró lo que me tomó encontrar mi camino hacia las almenas superiores. No había regresado al piso superior de la mansión desde aquel día en el que tuve mi primer encuentro horrible allí; sabía que los Residentes, las criaturas de sombras que acechaban Coldthistle, merodeaban allí arriba. Sin embargo, su presencia había sido extrañamente muy escasa en mi vida durante estos últimos meses. Un nuevo temor me acechaba; quizás su ausencia estaba relacionada con la muerte de Lee y su posterior resurrección. Después de todo, había visto su sombra regresar a su cuerpo, devolviéndole la respiración y dándole, aparentemente, una segunda oportunidad.

Y los extraños poderes de la Sra. Haylam eran los que lo habían hecho. Pasar por el enorme salón del último piso en donde se encontraba el libro me hizo hacer una mueca de dolor; había tanto en qué pensar además de la carta de mi “padre”. ¿Había sido lo correcto revivir a Lee? ¿Haber tomado esa decisión que provocó que perdiera a Mary? Mary, a quien también quería recuperar desesperadamente. Había ido al manantial mágico en Irlanda para pedir por su regreso, pero quizás hice algo mal. O la magia no funcionó o no había entendido por completo cómo traerla de regreso…

Luego, volví a sentir el dolor en el estómago. Caminé a toda prisa por el corredor, sintiendo el aire cada vez más húmedo y sofocante en ese piso. A lo largo del lugar había un barandal delgado y tambaleante que proporcionaba una vista completa y vertiginosa hacia los pisos inferiores y el vestíbulo principal. El polvo caía desde las vigas del techo como nieve suave. Las paredes, decoradas con pinturas del Sr. Morningside que contenían aves delgadas y atónitas, estaban recubiertas de un papel tapiz medieval que parecía desgarrarse rápido con el paso del tiempo. Las maderas y piedras detrás de este estaban completamente manchadas de negro por la humedad. Si bien no vi ninguna criatura de sombras mientras caminaba a toda prisa hacia adelante, pude sentir su presencia fría y escalofriante. Estaba segura de que me estaban observando; era imposible estar sola en la Coldthistle House.

Finalmente, me topé con una puerta sumergida en plena oscuridad. Tenía un escalón y estaba decorada con una manija que parecía no haber sido tocada desde el día de su instalación. El aire a mi alrededor se sentía denso, por lo que tomé una bocanada profunda de aire y sujeté la manija, consciente de que la puerta estaría cerrada, lo cual efectivamente era así. Di un paso hacia atrás y cerré los ojos, dejando que la sensación de dolor en mi estómago hiciera lo que tuviera que hacer. Necesitaba esa incomodidad, ese dolor, por lo que me concentré en eso hasta sentirme sofocada por el aire abrasador y polvoriento.

Respiré hondo una última vez y tomé la cuchara que colgaba de mi cuello, imaginándola como una llave. Una diminuta, elegante y antigua llave, lo suficientemente pequeña y delicada como para que cupiera en la puerta miniatura que tenía frente a mí. De pronto, una sensación de calor envolvió mi mano y, cuando abrí los ojos, una llave apareció sobre mi palma sudorosa. La coloqué en la cerradura, preguntándome si siquiera era posible que la pudiera abrir. Pero sí lo era.

La habitación que apareció ante mí luego de varios empujones a la puerta era un ático sucio y olvidado, abarrotado de sábanas carcomidas por polillas y muebles destrozados. Una de las tantas chimeneas de la mansión se cernía con sus ladrillos inestables en medio de la habitación. Me adentré en el ático sin volver a mirar el desastre hasta que noté la presencia de otra puerta en el lado opuesto, una con una ventanilla mugrienta que daba al exterior.

La pequeña llave que había hecho aparecer también encajó en esa cerradura, pero la puerta no quería abrirse. La sacudí varias veces, hasta que decidí intentar empujarla con el hombro, una y otra vez, haciéndome sudar. De pronto, la puerta se abrió y fue así cómo me vi envuelta en los vientos del atardecer, acercándome al borde del tejado demasiado rápido. Solté un pequeño chillido de sorpresa al notar que la nada misma estaba cada vez más cerca de mi andar tambaleante sobre las tejas.

No había ningún barandal para atraparme. Dios, ¿cómo podía ser tan estúpida? Mis manos se movían en todas direcciones, como si trataran de encontrar algo de lo cual aferrarse, pero ya era demasiado tarde. Iba a caer.

Hasta que noté que ya no. Ocurrió en un instante, un brazo fuerte me sujetó por la cintura y me jaló hacia atrás para mantenerme a salvo. Grité nuevamente, sujetándome de ese brazo y saltando hacia atrás, lo cual nos hizo tumbar sobre la pendiente oscura del tejado.

Cerré los ojos y respiré con pesadez, cambiando de lado y alejándome de mi salvador. Me apoyé sobre los codos y levanté la vista, y allí estaba Lee, quien llevaba una camisa de mangas largas y me miraba desde arriba. Esa imagen fue aún más estremecedora que la idea de caer desde el tejado.

–¿Qué haces aquí arriba? –me preguntó. Lucía diferente. Sonaba diferente.

Pero claro, tonta, murió y regresó a la vida. Eso cambiaría a cualquier persona.

–Perdóname –solté en un impulso, mientras luchaba para ponerme de pie. Su cabello, aún rizado y dorado, estaba más largo y descuidado. Sus ojos turquesas tenían cierto dejo a oscuridad y aflicción, y sus mejillas hundidas demostraban un hambre subyacente. Su ropa estaba completamente arrugada y no llevaba ni chaleco ni saco. Lee volteó, escondiendo su rostro. Se acercó al borde del tejado y miró hacia abajo, posando como una gárgola.

Mi corazón latía a toda prisa con su presencia. Había intentado salvarme dos veces con esta. ¿Y qué le había dado a cambio?

–¿Por qué estás aquí? –insistió. Su voz sonaba como un susurro. Como un gruñido.

Me sequé las palmas sudorosas en mi delantal y crucé los brazos sobre mi estómago, ya que el viento a esa altura estaba increíblemente frío.

–Necesitaba estar sola. No era mi intención molestar…

–Bueno, pero pareciera que sí estás molestando –me interrumpió. Y luego, como si no pudiera soportar ser rudo, incluso aunque tuviera todo el derecho a serlo, agregó–: Simplemente me iré.

–Por favor, no –no era justo para mí, no lo había visto en mucho tiempo. De pronto, estaba desesperada por hacer que se quedara. Suspiró suavemente–. Nunca nos… Te debo una disculpa. Varias. Cientos, quizás. Es que solo estaba… En ese momento, creí que estaba haciendo lo correcto, no podía dejarte ir, no de esa forma. Estoy segura de que suena muy egoísta.

Aún se negaba a mirarme. Juntó las manos por la espalda y noté que lucían pálidas y lastimadas.

–Entonces, discúlpate. Si es lo que debes hacer.

–Perdóname –dije en voz baja. Lo había querido decir durante meses, pero hacerlo me lastimó y sonó solo como un suspiro. Posiblemente, no me haya escuchado con todo el viento que había. Por lo que lo repetí más fuerte–. Perdóname, por favor.

Traté de frotarme los brazos para recuperar un poco de calor y seguir hablándole.

–Todo el asunto con tu tío ocurrió tan rápido. En un momento estaba a punto de matarme y al siguiente tú tenías una herida de bala. No merecías morir, Lee; tú solo estabas intentando ayudar. Hice un pacto con el diablo, lo sé, y soy yo quien debe pagar el precio. No tú.

–¿Debería haber sido Mary quien pagara? –preguntó, furioso. Mis ojos se cerraron de golpe. Realmente logró el efecto esperado.

–No. También estoy tratando de arreglar eso. Aparentemente, soy buena rompiendo todo y no remendándolo.

–Pobre de ti –dijo, resoplando.

El viento mecía su cabello y él lo acomodaba, irritado. Abajo, los trabajadores que se encontraban en el jardín se gritaban cosas entre ellos y reían sobre algo que no podía escuchar bien claro.

–No dejaré de buscar a Mary –afirmé con determinación–. Existe un manantial especial… Estoy segura de que esa es la llave y encontraré la forma de traerla de regreso. Y… nunca dejaré de intentar remendar lo que te hice a ti. No te das una idea de cuánto lo siento, Lee.

Luego de eso, permanecimos en silencio por un largo y escalofriante momento. Sus hombros se aflojaron y volteó hacia un lado, mirándome con un ojo, como si me estuviera estudiando.

–Entonces, ¿por qué estás perdiendo el tiempo aquí conmigo si tienes tantas ganas de estar sola?

Me pareció notar un pequeño rastro de su antigua y jovial conducta. Su tono no era severo, pero aún no se lo notaba dispuesto a aceptar mi disculpa. Quizás nunca lo haría.

–Créase o no, acabo de recibir la carta más sorprendente. Es de mi padre.

–Creí que tu padre… –dijo frunciendo el ceño, confundido.

–Uno diferente. Mi verdadero padre, al parecer. Honestamente, no tengo idea de qué pensar.

–¿Qué dice la carta? –volteó otra vez, gruñendo–. Aunque no me importa mucho.

Sentí una pequeña sonrisa burlona aparecer en mi rostro, pero la contuve. Quizás, un día me volvería a hablar como un amigo. Lo único que podía hacer era seguir intentando.

–Bueno, ese es el problema –di un paso hacia él en la cornisa y tomé la carta que tenía guardada en el bolsillo de mi delantal–. Está en gaélico y no entiendo ni una palabra.

–¿Tu querido amigo, el Sr. Morningside, no te puede ayudar? –preguntó con desprecio.

La necesidad de decir algo inteligente era algo difícil de combatir. Se merecía mi amabilidad y paciencia, por lo que respiré hondo, desplegué la carta y miré las extrañas palabras.

–No es mi amigo, y no, no me ayudará. Solo me dijo algo increíblemente condescendiente y me pidió que me marchara –presioné los labios y suspiré–. Como de costumbre.

Lee soltó una risa afónica mientras me miraba por detrás su hombro. Lucía como si estuviera a punto de decir algo, pero se contuvo al notar mi collar. Miré hacia abajo; la llave había regresado a su forma original, la cuchara que él me había obsequiado. La carta temblaba en mi mano y podía notar que los ojos de Lee se tornaban cada vez más negros, como si la parte blanca y turquesa de sus ojos se estuviera llenando de la más pura tinta negra, dejando al descubierto la sombra que habitaba en su interior.

Sus ojos permanecieron así solo por un momento, y parecía estar luchando en su interior en busca de las palabras indicadas. Entre movimientos nerviosos, giró la cabeza y me dio la espalda otra vez. A ambos lados de su cuerpo, colgaban sus manos cerradas en forma de puños.

–Aún conservas la cuchara –agregó con voz ronca.

–Claro que sí –escondí la carta al darme cuenta de que ya no encontraría soledad ni ayuda en ese tejado.

Lee asintió y miró hacia las colinas que rodeaban los límites de la Coldthistle House. El viento comenzó a mecer su cabello de nuevo, pero esta vez permaneció inmóvil.

–Louisa… debes marcharte. Por favor, hazlo ya.

Y lo hubiera hecho, realmente lo hubiera hecho, pero al voltear para irme no pude evitar notar la silueta que caía desde el cielo en la distancia. Ni bien noté su presencia, una sensación fría y profunda de miedo se aferró a mis huesos. Me quedé congelada, petrificada, como si una parte de mí que no podía nombrar me susurrara palabras de advertencia. Era como la puerta verde del Sr. Morningside, un llamado ancestral, con la diferencia de que esta vez no era para que me acercara, sino para que me pusiera a salvo.

Era como si una estrella estuviera cayendo del cielo, emanando un brillante resplandor dorado. El objeto cada vez estaba más cerca y ambos continuábamos admirando en silencio esa luminosidad sobre nuestras cabezas acompañada por un gemido. En un instante, el haz dorado de luz se desplomó con un golpe seco en los campos del este.

No hice caso a la advertencia en mi interior. Sin decir otra palabra, corrimos hacia la pequeña puerta para regresar al ático y nos encaminarnos hacia el pobre desafortunado que había caído del cielo.

Capítulo
Cinco