Tabla de Contenido

Título

Introducción

Diagnóstico de muerte

Extraordinaria historia de dos tuertos

El Gato Negro

El color que cayó del cielo

Mi crimen favorito

El entierro

Una noche terrible

About the Publisher

Introducción

Historia de terror, una historia en la que el foco está en crear un sentimiento de miedo. Estos cuentos son de origen antiguo y forman una parte sustancial del cuerpo de la literatura popular. Pueden presentar elementos sobrenaturales como fantasmas, brujas o vampiros, o pueden abordar miedos psicológicos más realistas. En la literatura occidental, el cultivo literario del miedo y la curiosidad por sí mismo comenzó a surgir en la era prerromántica del siglo XVIII con la novela gótica. El género fue inventado por Horace Walpole, cuyo Castillo de Otranto (1765) puede decirse que fundó la historia de terror como una forma literaria legítima. Mary Wollstonecraft Shelley introdujo la pseudociencia en el género en su famosa novela Frankenstein (1818), sobre la creación de un monstruo que finalmente destruye a su creador.

En la era romántica, el narrador alemán E.T.A. Hoffmann y el estadounidense Edgar Allan Poe elevaron la historia de terror a un nivel que va más allá del mero entretenimiento a través de su hábil mezcla de razón y locura, su atmósfera misteriosa y su realidad cotidiana. Ellos invirtieron sus espectros, dobles y casas embrujadas con un simbolismo psicológico que le dio a sus cuentos una credibilidad inquietante.

La inuencia gótica persistió a lo largo del siglo XIX en obras como The House by the Churchyard y Green Tea, de Sheridan Le Fanu, The Moonstone, de Wilkie Collins, y Drácula, de Bram Stoker, un cuento de vampiros. La inuencia fue revivida en el siglo XX por escritores de ciencia-cción y fantasía como Mervyn Peake en su serie Gormenghast. Otros maestros del cuento de terror fueron Ambrose Bierce, Arthur Machen, Algernon Blackwood, H.P. Lovecraft y Stephen King.

Diagnóstico de muerte

por Ambrose Bierce

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- No soy tan supersticioso como algunos de tus doctores de ciencia, como tú te complaces en decir - dijo Hawver, replicando una acusación que no había sido hecha - Algunos de ustedes, solo algunos, confieso, creen en la inmortalidad del alma, y en apariciones que tú no tienes la honestidad de llamar fantasmas. No voy decir más que tengo la convicción que los vivos algunas veces son vistos donde no están, en lugares donde han estado, donde ellos vivieron tanto tiempo, quizás tan intensamente, como para dejar sus impresiones en todo lo que los rodea. Sé, en efecto, que nuestro entorno puede ser tan afectado por nuestra personalidad como para producir, mucho después, una imagen de uno mismo en los ojos de otro. Indudablemente la personalidad impresionable tiene que ser una personalidad adecuada, así como los ojos perceptores tienen que ser el tipo justo de ojos, los míos por ejemplo. 

- Si, el tipo justo de ojos que transmiten sensaciones al tipo de cerebros inadecuados- dijo el Dr. Frayley, sonriendo. 

- Gracias; a uno le gusta tener sus espectativas gratificadas; esto es en réplica de lo que yo supongo que haría alguien civilizado.

- Perdóname. Pero tú dices que lo sabes. Es algo fácil de decir, ¿no crees? Quizás no te importará decirme como lo supiste.

- Tú lo llamarás una alucinación - dijo Hawver, - pero no es tal cosa - y le contó la historia.

El último verano, como tú sabes, fui a pasar la temporada de calor a la ciudad de Meridian. Los parientes cuya casa intentaba habitar estaban enfermos, así que busqué otras habitaciones. Luego de algunas dificultades renté una de las habitaciones vacantes que había sido ocupada por un excéntrico doctor llamado Mannering, quien se había ido varios años atrás, no se sabía adonde, ni siquiera su agente. Él había construído una casa y había vivido allí durante diez años, acompañado por un viejo sirviente. Su práctica, no muy extensa, lo tuvo ocupado durante algunos años. Él también se vio abstraído de la vida social y se convirtió en un recluso. Me lo contó un doctor del pueblo, que fue la única persona que tuvo alguna relación con él, que durante su retiro, se hizo devoto de una única línea de estudio, el resultado de lo que él expuso en un libro que no fue recomendado a la aprobación de sus colegas médicos, quienes, sin embargo le consideraron no enteramente sano. No he visto el libro y no puedo recordar su título, pero me dijo que exponía una extraña teoría. Él decía que era posible que una persona de buena salud pudiera pronosticar su propia muerte con precisión, varios meses antes del evento. El límite, creo, eran dieciocho meses. Hubo cuentos locales sobre que había ejercido sus poderes de pronóstico, que quizás tú llames diagnóstico; y que las personas a las que advirtió el deceso, murieron súbitamente en el plazo fijado, sin causa conocida. Todo esto, por cierto, no tiene nada que ver con lo que te dije; pienso que puede divertir a un médico.

La casa estaba amueblada, como cuando él había vivido ahí. Era una oscura morada para alguien que había sido un recluso más que un estudiante, y creo que me dio algo de su carácter, quizás algo del carácter de su anterior ocupante; siempre sentí una cierta melancolía que no estaba en mi disposición natural, según creo, debido a la soledad. No tenía sirvientes que durmieran en la casa, pero siempre tuve la adicción, como tú sabes, a la lectura. Cualquiera que fuera la causa, el efecto fue un rechazo y un sentido de mal inminente; esto fue especialmente en el estudio del Dr. Mannering, a pesar de que esta habitación era una de las más luminosas y aireadas de la casa. El retrato de tamaño real del doctor parecía dominarlo completamente. No había nada inusual en la foto; el hombre evidentemente lucía bien, unos cincuenta años de edad, con un cabello gris metalizado, una cara recién afeitada y unos ojos oscuros y serios. Algo en la imagen siempre acaparaba mi atención. La apariencia del hombre se convirtió en familiar para mí, hasta me 'hechizó'.

Una tarde estaba pasando a través de esta habitación para ir a mi dormitorio, con una lámpara (no había gas en Meridian). Me paré, como era usual, frente al retrato, que parecía a la luz de la lámpara cobrar una nueva expresión, no fácilmente descriptible, pero realmente escalofriante. Me interesé pero no me inquieté. Moví la lámpara de un lado a otro y observé los efectos de alterar el punto de iluminación. Mientras estaba tan absorto sentí un impulso de darme la vuelta. Y cuando lo hice ¡vi a un hombre que se movía a través de la habitación y se dirigía hacia donde yo estaba! Tan pronto como él se acercara a la lámpara su rostro se iluminó, y vi que era el Dr. Mannering en persona; ¡era como si el retrato estuviera caminando!

'Le pido disculpas', dije, algo fríamente, 'pero si usted llamó no lo escuché'.

Él me pasó, a un brazo de distancia, extendió su dedo índice, como en advertencia, y sin una palabra se marchó de la habitación, a pesar de que observé su ida no más de lo que había observado su entrada.  

Por supuesto, no necesito decirte que esto puede ser lo que tu llamarías una alucinación y lo que yo llamo una aparición. Esa habitación tenía solo dos puertas, una de las cuales estaba cerrada; la otra llevaba al dormitorio, desde donde no había salida. Mi sentimiento sobre esto es que no es una parte importante del incidente. 

Indudablemente esto te parecerá un lugar común "el cuento de fantasmas" algo que uno construye sobre las líneas dejadas por los viejos maestros del arte. Si así fuera, no te lo habría contado, aún si hubiera sido verdad. Pero el hombre no está muerto; lo conocí hoy mismo en la Calle Unión. Me adelantó en la multitud.

Hawver finalizó su historia y ambos hombres se quedaron callados. El Dr. Frayley distraídamente golpeó la mesa con sus dedos.

- ¿Te dijo algo hoy, - preguntó - alguna cosa que te haya hecho inferir que no estaba muerto?

Hawver lo miró fijamente y no replicó.

- Quizás - continuó Frayley - él hizo alguna señal, un gesto, alzó un dedo. Es un truco que él tenía, un hábito cuando decía algo serio, anunciando el resultado de un diagnóstico, por ejemplo.  

- Sí, lo hizo, justo cuando hizo su aparición. Pero, ¡por Dios! ¿Lo conocías?  

Hawver estaba poniéndose aparentemente nervioso.

- Lo conocí. He leído su libro, como todo médico lo hará algún día. Es una de las más importantes contribuciones del siglo a la ciencia de la Medicina. Sí, lo conocí; lo traté en su enfermedad durante los últimos tres años. Él murió.  

Hawver buscó una silla, visiblemente incómodo. Dio unas zancadas a un lado y otro de la habitación; se aproximó entonces a su amigo, y en una voz no muy clara, dijo: - Doctor, ¿tiene usted algo que decirme como médico? 

- No, Hawver; eres el hombre más saludable que jamás haya conocido. Como amigo te recomiendo que vayas a tu habitación. Tocas el violín como un ángel. Tócalo, toca algo alegre y jovial. Ten este maldito asunto fuera de tu mente.  

Al siguiente día Hawver fue hallado muerto en su habitación, el violín en su cuello, el arco sobre las cuerdas, su música abierta delante de él en la Marcha Fúnebre de Chopin.

Extraordinaria historia de dos tuertos

por Roberto Arlt

Dudo que tuerto alguno pueda contar otra maravillosa historia semejante a la que nos ocurrió a mí y a Hortensio Lafre, tuerto también como yo. Y ahora tomáos el trabajo de leerme.

Tenía yo pocos años de edad cuando perdí mi ojo derecho en un accidente de caza que le aconteció a mi padre, y la ruina sobrevenida a éste poco tiempo después, por ser más aficionado a los deportes cinegéticos que al cuidado de su molino y campos, nos arrastró a todos hasta ese refugio de fracasados que es el Barrio Latino de París. Después de numerosas peripecias que no son del caso, a la edad de dieciocho años conseguí un empleo de cobrador de una compañía de mutualidad, y en este trabajo me ganaba penosamente la vida, durante los comienzos del año 1914, cuando a fines del mes de enero trabé conocimiento con un venerable caballero que estaba asociado a la compañía. Este buen señor usaba barba en punta como un artista, y su melena de cabello entrecano y ondulado, así como su mirada bondadosa, le concedían la apariencia que podría tener el padre del género humano si acertaba a hacerse invisible. Se llamaba monsieur Lambet.

Monsieur Lambet vivía en una discreta casa con jardincillo en el arrabal de Mont Parnasse, y la segunda vez que le fui a cobrar la cuota de su seguro, como no tuviera nada que hacer, me acompañó por las calles y se interesó evidentemente en las condiciones en que vivía yo y mi madre y mi hermana. Cuando le manifesté que nuestra condición económica era sumamente precaria, no se asombró, y sí recuerdo que me dijo con tono de voz sumamente patético:

-Mi querido joven: si vos usarais un ojo de vidrio os sería mucho más fácil conseguir un puesto honorable.

-¿De dónde sacar el importe de un ojo de vidrio, monsieur Lambet? ¿De dónde?

Monsieur Lambet guardó un prudente silencio y continuó caminando en silencio a mi lado. Luego me dijo:

-Evidentemente, no se trata de menospreciar vuestra persona, pero un joven tuerto no es, en manera alguna, atrayente.

-Vaya si lo sé -repuse yo, suspirando tristemente.

Monsieur Lambet prosiguió:

-Ha progresado tanto la industria de los ojos de vidrio, que hoy se hacen tan perfectos, que hay personas que afirman que los ojos de vidrio son más tiernos y expresivos que los ojos naturales. Yo no me atrevería a jurar eso, pero evidentemente un hombre tuerto con su ojo de vidrio es mucho más atrayente que sin él.

-Monsieur Lambet: creo que yo jamás reuniré el dinero que cuesta un ojo de vidrio.

Pero monsieur Lambet era un hombre de sentimientos nobles. Me tomó de un brazo, me apretó y me dijo:

-Querido joven: vos me recordáis, precisamente, el rostro de un hijo mío muerto hace muchos años. Permitidme seros útil. Monsieur Tricot, honrado comerciante amigo mío, trafica en anteojos, lentes, vidrios de aumento y ojos artificiales. Yo os recomendaré a él, y estoy seguro que accederá a colocaros un ojo de vidrio en condiciones que no os serán onerosas.

Deshaciéndome en muestras de gratitud le di repetidas gracias a monsieur Lambet, quien me estrechó contra su pecho y dijo que estaba encantado de poder serme útil en tal insignificancia, y debió serlo, porque cuando al día siguiente me presenté en la tienda de monsieur Tricot, monsieur Tricot, un caballero alto, grueso, de atravesada mirada y espesa barba negra, me recibió aparatosamente, me hizo entrar a su trastienda y dio principio al trabajo de probarme diferentes ojos de vidrio, hasta que finalmente descubrió un hermoso ejemplar que parecía hermano gemelo del mío, natural, a punto, que al observarme en un espejo no pude menos de lanzar un grito de admiración. Me había transformado en otro hombre gracias a la bondadosa generosidad de monsieur Lambet.

Cuando lo interrogué a monsieur Tricot respecto al precio del ojo de vidrio, me respondió:

-Vete a darle las gracias a tu benefactor, y no te preocupes. Lo que des aquí en la tierra, lo recibirás centuplicado en el cielo. Lo que debes hacer, truene o llueva, es quitarte este ojo todas las noches y ponerlo en remojo en un vaso de agua como si fuera una dentadura. Mediante ese procedimiento, sus colores se mantendrán siempre frescos y puros y no darás a la gente una mala impresión, porque los ojos de vidrio se empañan mucho con la humedad.

Nuevamente le di las gracias a monsieur Tricot, prometiéndole seguir escrupulosamente sus consejos, y poco menos que bailando por las calles llegué a Mont Parnasse, donde al ver a monsieur Lambet me precipité hacia él. Monsieur Lambet, como si yo fuera su mismo hijo resucitado, me tomó por los brazos, me miró y me dijo:

-Vive Dios que eres mi hijo, mi propio hijo resucitado, y no te dejo marchar. De aquí en adelante vivirás en mi casa.

No hubo forma de persuadirle para que dejara de cumplir su deseo, y tuve que complacerle y marcharme de mi casa a vivir en la suya. No dejé de ser lo suficiente ingrato para desconfiar de las atenciones de mi protector; pero a los pocos días de vivir bajo su techo, comprendí que me había equivocado groseramente. Monsieur Lambet era el más simpático y bueno de los hombres. Lo único que exigía de mí era que durmiera en su casa y almorzara y cenara con él. Luego me dejaba salir a vagabundear, no sin dejar de decir siempre que se despedía de mí:

-Gracias, muchacho. Me has dado el placer de pasar una hora con mi hijo.

Mi excelente familia se alteró con este cambio, en razón de mi juventud e inexperiencia, pero terminaron convenciéndose de que monsieur Lambet era un viejo maniático cuyo trato nos beneficiaba. Y así era. Un mes después de este cambio, monsieur Lambet, alegremente, me informó que por favor de monsieur Tricot había obtenido para mí una plaza de vendedor de anteojos y ojos de vidrio en la zona alemana de Hamburgo. Recibiría sueldo y un tanto por ciento sobre los beneficios de las ventas. Yo me manifesté algo reacio a abandonar mi puesto de cobrador, pero tanto insistió monsieur Lambet en que mi posición económica cambiaría fundamentalmente, que resolví contra mi agrado hacer la prueba. No creía en el éxito de los ojos de vidrio. Para que mis gastos fueran menores, monsieur Lambet me recomendó al Hotel de “Las Tres Grullas”, cuyo propietario, un sonriente y gordo hamburgués, me recibió como si fuera su hijo. ¡Evidentemente, el mundo estaba repleto de buena gente!