V I G I L A N D O

 

(Las vivencias de Riley Paige—Libro #1)

 

 

 

B L A K E   P I E R C E

 

Blake Pierce

 

Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio de RILEY PAIGE, que cuenta con doce libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con ocho libros), de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros) y de la nueva serie LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE, la cual comienza con VIGILANDO.

Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.

 

Derechos de autor © 2018 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976 y las leyes de propiedad intelectual, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o distribuida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en un sistema de bases de datos o de recuperación sin el previo permiso del autor. Este libro electrónico está licenciado para tu disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otras personas, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor.   Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Derechos de autor de la imagen de la cubierta son de  Korionov, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.

LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

 

SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

 

SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ CONSUMIDO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ CONGELADO (Libro #8)

 

SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

 

SERIE DE MISTERIO AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

CAUSA PARA CORRER (Libro #2)

 

SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

 

CONTENIDO

 

 

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

 

 

 

CAPÍTULO UNO

 

Riley estaba jorobada en su cama ojeando su libro de psicología, pero no podía concentrarse por todo el ruido. La canción de Gloria Estefan «Don’t Let This Moment End» estaba sonando otra vez.

¿Cuántas veces había oído esa estúpida canción solo esta noche? Todo el mundo parecía estar escuchándola últimamente.

Riley gritó sobre la música a su compañera de cuarto: —Trudy, ¡por favor quita esa canción! O solo mátame y ya.

Trudy se echó a reír. Ella y su amiga Rhea estaban sentadas en la cama de Trudy al otro lado de la habitación. Acababan de terminar de arreglarse las uñas y ahora estaban agitando sus manos para que se secaran.

Trudy gritó sobre la música: —Pues no.

—Te estamos torturando —añadió Rhea—. No te dejaremos en paz hasta que salgas con nosotras.

Riley dijo: —Es jueves.

—¿Y? —dijo Trudy.

—Y tengo que ir a clase en la mañana.

Rhea dijo: —¿Desde cuándo necesitas dormir?

—Rhea tiene razón —añadió Trudy—. Nunca he conocido a una persona tan noctámbula.

Trudy era la mejor amiga de Riley, una rubia con una enorme sonrisa que hechizaba a casi todas las personas a las que conocía, especialmente a los chicos. Rhea era una morena, más linda que Trudy y un poco más reservada por naturaleza, aunque hacía todo lo posible por mantenerse a la par con Trudy.

Riley soltó un gemido de desesperación. Se levantó de la cama y se acercó al reproductor de CD de Trudy y le bajó a la música, y luego se volvió a subir en su cama y cogió su libro de psicología.

Y, por supuesto, Trudy se levantó y volvió a subirle a la música. No estaba tan fuerte como antes, pero igual no podía concentrarse en su lectura.

Riley cerró su libro de golpe y dijo: —Me vas a obligar a recurrir a la violencia.

Rhea se echó a reír y dijo: —Bueno, al menos eso te haría moverte. Si sigues sentada así como una jorobada, te quedarás así.

Trudy añadió: —Y no nos digas que tienes que estudiar. Recuerda que yo también estoy en esa clase de psicología. Sé que estás bastante adelantada, quizás hasta semanas.

Rhea soltó un jadeo, fingiendo estar horrorizada. —¿Estás adelantada en la lectura? ¿Eso no es ilegal? Porque debería serlo.

Trudy le dijo un codazo a Rhea y dijo: —A Riley le gusta impresionar al profesor Hayman porque siente algo por él.

Riley espetó: —¡No siento nada por él!

Trudy dijo: —Lo siento, me equivoqué. ¿Por qué sentirías algo por él?

Riley no pudo evitar pensar: «¿Porque es joven, lindo e inteligente? ¿Porque todas las chicas de la clase están enamoradas de él?»

Pero se guardó ese pensamiento.

Rhea tendió su mano y se miró las uñas. Luego le preguntó a Riley: —¿Desde cuándo no tienes sexo?

Trudy le negó con la cabeza a Rhea y dijo: —Riley hizo un voto de castidad.

Riley puso los ojos en blanco y se dijo a sí misma: «Eso ni siquiera vale la pena una respuesta.»

Luego Trudy le dijo a Rhea: —Riley ni siquiera se está tomando la píldora.

Los ojos de Riley se abrieron de par en par ante la indiscreción de Trudy.

—¡Trudy! —exclamó.

Trudy se encogió de hombros y dijo: —No me hiciste jurar guardar el secreto.

Rhea estaba boquiabierta y parecía estar realmente horrorizada.

—Riley. Di que no es verdad. Por favor, por favor, dime que Trudy está mintiendo.

Riley gruñó por lo bajo y no dijo nada.

«Si supieran», pensó.

No le gustaba pensar en sus años adolescentes rebeldes, y mucho menos hablar de ellos. Había tenido suerte de no quedar embarazada o contraer una enfermedad. Se había enderezado un poco en la universidad, incluyendo en el sexo, a pesar de que siempre llevaba una caja de condones en su cartera por si acaso.

Trudy volvió a subirle a la música intencionalmente.

Riley suspiró y dijo: —Está bien, me rindo. ¿Adónde quieren ir?

—A La Guarida del Centauro —dijo Rhea—. Quiero beber.

—Sí ese es el mejor lugar —agregó Trudy.

Riley se puso de pie y preguntó: —¿Estoy bien vestida?

—¿Estás bromeando? —dijo Trudy.

Rhea dijo: —La Guarida es mugrienta e informal, pero no tanto.

Trudy se acercó al clóset y rebuscó entre la ropa de Riley antes de decir: —No puede ser que hasta tenga que comportarme como tu mamá y escogerte la ropa.

Trudy sacó una camiseta corta y un buen par de jeans y se los entregó a Riley. Luego ella y Rhea salieron al pasillo para buscar a otras chicas de su piso para que las acompañaran.

Riley se cambió de ropa, y luego se quedó mirándose en el espejo de cuerpo entero en la puerta del clóset. Tenía que admitir que lo que Trudy había escogido le quedaba muy bien. La camiseta halagaba su cuerpo esbelto y atlético. Con su cabello largo y oscuro y ojos castaños, parecía una chica fiestera más.

Aun así, todo esto se sentía como un disfraz, nada parecido a ella.

Pero sus amigas tenían razón, pasaba demasiado tiempo estudiando.

Y seguramente se estaba sobrepasando.

«Mucho trabajo y poca diversión», pensó.

Se puso una chaqueta vaquera y se susurró a sí misma en el espejo: —Vamos, Riley, vive un poco.

 

*

 

Cuando ella y sus amigas abrieron la puerta de La Guarida del Centauro, Riley se sintió abrumada por el olor familiar y sofocante de humo de tabaco y el ruido igualmente sofocante de la música heavy metal.

Ella vaciló. Tal vez esta salida había sido un error. ¿La música de Metallica era una mejoría a la monotonía adormecedora de Gloria Estefan?

Pero Rhea y Trudy estaban detrás de ella, y la empujaron adentro. Otras tres chicas del dormitorio las siguieron y luego se dirigieron directamente a la barra.

Riley vio unas caras conocidas a través del humo. Le sorprendió encontrar tantas aquí en una noche de semana.

Casi todo el espacio estaba compuesto por una pista de baile, donde luces brillaban sobre los rostros que felizmente cantaban el coro de «Whiskey in the Jar».

Trudy agarró a Riley y Rhea de las manos y exclamó: —Vamos, ¡bailemos!

Era una táctica familiar. Las chicas bailaban juntas hasta que llamaban la atención de unos chicos. En poco tiempo estarían bailando con chicos… y bebiendo sin parar.

Pero Riley no estaba de humor para eso, ni para el ruido.

Sonriendo, negó con la cabeza y se soltó del agarre de Trudy.

Trudy se vio momentáneamente herida, pero había demasiado ruido aquí como para discutir. Entonces le sacó la lengua a Riley y empujó a Rhea a la pista de baile.

«Qué madura», pensó Riley.

Se abrió paso entre la multitud hasta la barra y se compró una copa de vino tinto. Luego bajó las escaleras, donde mesas llenaban una sala completa. Encontró una mesa vacía y se sentó.

A Riley le gustaba más estar aquí que allá arriba. Sí, había mucho más humo de tabaco, el suficiente como para que le ardieran los ojos. Pero no había tanto ruido, aunque todavía se sentía la música a través de las tablas del piso.

Tomó un sorbo de vino, recordando lo mucho que había bebido de adolescente. Siempre se las arregló para comprar lo que quiso en el pueblito de Larned, aunque no tenía la edad suficiente. Whisky había sido su bebida preferida en esos días.

«Pobres tío Deke y tía Ruth», pensó.

Los había hecho pasar por muchas cosas debido a su ira y aburrimiento y siempre se decía a sí misma que tal vez algún día se los compensaría.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz masculina.

—Hola.

Riley levantó la mirada y vio a un hombre grande, musculoso y guapo que estaba sostenido una jarra de cerveza y mirándola con una sonrisa confiada.

Riley entrecerró los ojos, una expresión que preguntaba en silencio: —¿Te conozco?

Obviamente Riley sabía quién era el hombre.

Era Harry Rampling, el mariscal de campo del equipo de fútbol americano universitario.

Riley lo había visto acercarse a otras chicas de la misma forma, presentándose a sí mismo sin presentarse, porque daba por hecho que ya era conocido en todas partes como un regalo de Dios a todas las mujeres del campus.

Riley sabía que esta táctica generalmente funcionaba. Lanton tenía un pésimo equipo de fútbol americano, ​​y era probable que Harry Rampling no terminara jugando profesionalmente, pero él era un héroe aquí en Lanton de todos modos, y las chicas siempre estaban encima de él.

Se limitó a mirarlo con una expresión burlona, ​​como si no tuviera ni idea de quién podría ser.

La sonrisa de Harry se desvaneció un poco. Era difícil de decir en la penumbra, pero Riley sospechaba que se había sonrojado.

Luego se alejó, aparentemente avergonzado, pero reacio a rebajarse a la indignidad de presentarse de verdad.

Riley tomó un sorbo de vino, disfrutando de su pequeña victoria y soledad, pero luego oyó otra voz masculina.

—¿Cómo hiciste eso?

Otro hombre estaba de pie al lado de su mesa con una cerveza en mano. Iba bien vestido, tenía buen cuerpo, era un poco mayor que ella, e inmediatamente le pareció más atractivo que Harry Rampling.

—¿Cómo hice qué? —preguntó Riley.

El chico se encogió de hombros y dijo: —Rechazar a Harry Rampling de esa forma. Te deshiciste de él sin decir ni una palabra, ni siquiera un ‘vete a la mierda’. No sabía que eso era posible.

Riley se sintió extrañamente desarmada por este tipo.

Ella dijo: —Me rocié con repelente de atletas antes de venir aquí.

Tan pronto como las palabras salieron de sus labios, pensó: «Por Dios, estoy siendo ocurrente con él.»

¿Qué demonios se creía que estaba haciendo?

Él sonrió, disfrutando del chiste. Luego se sentó sin ser invitado en el asiento frente a Riley y le dijo: —Mi nombre es Ryan Paige, y no me conoces,  y no te culparé si olvidas mi nombre en cinco minutos o incluso antes. Te aseguro que soy eminentemente olvidable.

A Riley le sorprendió su audacia.

«No te presentes», se dijo a sí misma.

Pero dijo en voz alta: —Soy Riley Sweeney. Soy estudiante de psicología, en mi último año.

Sentía que estaba sonrojada.

Este tipo tenía bastante labia. Y su técnica era tan casual que no parecía ser una técnica en absoluto.

«Fácil de olvidar, sí, seguro», pensó Riley.

Ya estaba segura de que no olvidaría a Ryan Paige en el corto plazo.

«Ten cuidado con él», se dijo a sí misma.

Luego le dijo: —Eh, ¿eres un estudiante de Lanton?

Él asintió con la cabeza y respondió: —Sí, de derecho. También estoy en mi último año.

Lo dijo como si no hubiera ninguna razón para que ella se impresionara. Y, por supuesto, Riley estaba impresionada.

Hablaron por un buen rato, no sabía cuánto tiempo exactamente.

Cuando le preguntó qué pensaba hacer después de graduarse, Riley tuvo que admitir que no estaba segura.

—Buscaré trabajo —le dijo a Ryan—. Supongo que tendré que encontrar una forma de hacer el posgrado si quiero trabajar en mi campo.

Él asintió con la cabeza y dijo: —He estado investigando varios bufetes de abogados. Algunos parecen prometedores, pero tengo que pensar muy bien en mi siguiente paso.

Mientras hablaban, Riley se dio cuenta de que sentía un cosquilleo cada vez que sus ojos se encontraban y se quedaban mirándose fijamente.

¿Él también lo sentía? Riley se había dado cuenta de que había apartado la mirada de repente un par de veces.

Luego, durante una pausa en la conversación, Ryan se terminó la cerveza y le dijo: —Mira, lo siento, pero tengo una clase en la mañana y tengo que estudiar.

Riley se quedó sin aliento.

¿Ni siquiera se le insinuaría?

«No —pensó—. Él tiene demasiada clase para eso.»

No es que él no estaba interesada en ella, porque estaba segura de que sí.

Pero también sabía que no debía insinuársele tan rápido.

«Impresionante», pensó.

Se las arregló para responder: —Sí, yo también.

Él esbozó una sonrisa sincera y le dijo: —Fue un placer conocerte, Riley Sweeney.

Riley le devolvió la sonrisa y le dijo: —También fue un placer conocerte, Ryan Paige.

Ryan se echó a reír y dijo: —Guau, recordaste mi nombre.

Sin decir nada más, se levantó y se fue.

Todo lo que había sucedido tenía a Riley desconcertada. No habían intercambiado números de teléfono, ella no había mencionado el dormitorio en el que vivía y tampoco tenía idea de dónde vivía él. Y él ni siquiera la había invitado a salir.

Estaba segura de que él creía que tendrían una cita en el futuro, pero que hacía las cosas así porque era confiado. Él estaba seguro de que sus caminos se cruzarían de nuevo pronto, y que habría mucha química entre ellos.

Y Riley creía que tenía razón.

En ese momento, oyó la voz de Trudy: —¡Oye, Riley! ¿Quién era el guapo con el que andabas?

Riley se dio la vuelta y vio a Trudy bajando las escaleras con una jarra llena de cerveza en una mano y un vaso en la otra. Las otras tres chicas de su dormitorio estaban detrás de ella. Se veían bastante borrachas.

Riley no respondió a la pregunta de Trudy. Solo esperaba que Ryan ya estuviera fuera del alcance del oído.

A lo que las chicas se acercaron a la mesa, Riley preguntó: —¿Dónde está Rhea?

Trudy miró a su alrededor. —No sé —dijo, arrastrando las palabras—. ¿Dónde está Rhea?

Una de las otras chicas dijo: —Rhea regresó al dormitorio.

—¡Qué! —dijo Trudy—. ¿Se fue sin decirme nada?

—Sí te lo dijo —dijo otra chica.

Las chicas estaban a punto de sentarse en la mesa de Riley. En lugar de quedar atrapada allí con ellas, Riley se levantó de su asiento.

—Deberíamos irnos a casa —dijo.

Con una oleada de protestas, las chicas se sentaron entre risas, obviamente preparándose para una larga noche.

Riley se dio por vencida. Ella subió las escaleras y salió por la puerta principal. Una vez afuera, respiró aire fresco. Era marzo y a veces hacía frío por las noches aquí en el Valle de Shenandoah de Virginia, pero el frío era bienvenido después del bar abarrotado y lleno de humo.

Fue un paseo corto y bien iluminado de regreso al campus y su dormitorio. Sentía que le había ido bastante bien. Solo se había tomado una copa de vino, lo suficiente para relajarse, y también había conocido a ese chico…

Ryan Paige.

Riley sonrió.

No, ella no había olvidado su nombre.

 

*

 

Riley estaba durmiendo profundamente cuando algo la despertó.

«¿Qué pasa?», se preguntó.

Al principio pensó que tal vez alguien le había sacudido el hombro.

Pero no, no era eso.

Mientras miraba la oscuridad de su dormitorio, volvió a oír el sonido.

Un chillido.

Una voz aterrorizada.

Riley sabía que algo terrible había sucedido.

 

 

 

CAPÍTULO DOS

 

Riley se puso de pie inmediatamente, antes de estar completamente despierta. Ese sonido había sido horrible. ¿Qué había sido?

Cuando encendió la luz junto a la cama, una voz familiar se quejó: —Riley, ¿qué pasa?

Trudy estaba acostada en su cama totalmente vestida, tapándose los ojos por la luz. Era evidente que había colapsado en la cama bastante ebria.

Riley ni siquiera la había sentido llegar.

Pero ahora estaba bien despierta, al igual que otras personas en el dormitorio.

 Oía voces alarmadas llamando desde habitaciones cercanas.

Riley se activó y se puso unas zapatillas, una bata y abrió la puerta de su habitación. Dio un paso hacia el pasillo.

Otras puertas se estaban abriendo. Otras chicas estaban asomando sus cabezas, preguntando qué pasaba.

Riley vio algo fuera de lugar. En medio del pasillo, una chica estaba sollozando de rodillas. Riley corrió hacia ella.

«Heather Glover», se dio cuenta.

Heather había estado con ellas en La Guarida del Centauro. Y se había quedado con las demás chicas luego de la partida de Riley. Ahora Riley sabía que era Heather la que había oído gritar.

También recordó que Heather era la compañera de cuarto de Rhea.

Riley alcanzó a la chica y se agachó junto a ella.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Heather, qué pasa?

Sollozando y atragantándose, Heather señaló la puerta abierta a su lado. Se las arregló para jadear: —Es Rhea. Ella está…

Heather vomitó de repente.

Esquivando el chorro de vómito, Riley se levantó y se asomó en la puerta de la habitación. Por la luz del pasillo, veía un líquido oscuro en el piso. Al principio pensó que era un refresco que se había derramado. Luego se estremeció al darse cuenta de que era sangre.

Había visto sangre acumulada antes. Eso era lo que era, no cabía duda.

Entró en la puerta y vio rápidamente a Rhea tendida sobre su cama, completamente vestida y con los ojos bien abiertos.

—¿Rhea? —dijo Riley.

Miró más de cerca. Luego arqueó.

Rhea estaba degollada.

Estaba muerta, Riley sabía eso con certeza.

No era la primera mujer asesinada que había visto en su vida.

Entonces Riley oyó otro grito. Por un momento se preguntó si el grito podría ser suyo.

Pero no, venía justo de detrás de ella.

Riley se dio la vuelta y vio a Gina Formaro en la puerta. También había estado de fiesta en La Guardia del Centauro esa noche. Ahora tenía los ojos saltones y estaba temblando toda, pálida por la impresión.

Riley se dio cuenta de que se sentía muy tranquila, y que no estaba asustada en absoluto. También sabía que probablemente era la única estudiante en todo el piso que no estaba en estado de pánico.

Le correspondía a ella asegurarse de que las cosas no empeoraran.

Riley tomó suavemente a Gina por el brazo y la sacó de la habitación. Heather aún estaba en el piso donde había vomitado, sollozando. Y otros estudiantes curiosos estaban haciendo su camino hacia la habitación.

Riley cerró la puerta de la habitación y se paró delante de ella.

—¡No se acerquen! —les gritó a las chicas—. ¡Manténganse alejadas!

A Riley le sorprendió la fuerza y ​​la autoridad en su propia voz.

Las chicas obedecieron, formando un semicírculo alrededor de la habitación.

Riley volvió a gritar: —¡Alguien llame al 911!

—¿Por qué? —preguntó una de las chicas.

Aún agachada en el piso con el charco de vómito en frente de ella, Heather Glover logró decir: —Es Rhea. Fue asesinada.

De repente se oyó una mezcla salvaje de voces en el pasillo, algunas gritando, algunas jadeando, algunas sollozando. Algunas de las chicas trataron de acercarse a la habitación de nuevo.

—¡No se acerquen! —repitió Riley, aun bloqueando la puerta—. ¡Llamen al 911!

Una de las chicas tenía un pequeño teléfono celular en su mano e hizo la llamada.

Riley estaba preguntándose: «¿Qué hago ahora?»

Solo sabía una cosa con certeza, que no podía permitir que ninguna de las chicas entrara en la habitación. Ya había suficiente pánico. Si más personas veían lo que había en esa habitación, todo empeoraría.

También se sentía segura de que nadie debía estar caminando por…

Por ¿qué?

Por una escena del crimen. Esa habitación era una escena del crimen.

Recordó, estaba segura que de películas o programas de televisión, que la policía desearía que nadie tocara la escena del crimen.

Lo único que podía hacer era esperar, y mantener a todo el mundo afuera.

Y hasta el momento estaba teniendo éxito. El semicírculo de estudiantes comenzó a desintegrarse, y las chicas comenzaron a formar grupos más pequeños, desapareciendo en habitaciones o formando pequeños grupos en el pasillo para hablar de lo sucedido. Todo el mundo estaba llorando. Estaban apareciendo otros teléfonos celulares, sus dueñas llamando a padres o amigos para contarles lo sucedido.

Riley supuso que probablemente no era una buena idea, pero no tenía forma de detenerlas. Al menos se estaban manteniendo alejadas de la puerta.

Y ahora ella estaba empezando a sentirse aterrorizada.

Imágenes de su infancia inundaron su mente…

 

Riley y mamá estaban en una tienda de dulces, ¡y mamá estaba mimando mucho a Riley!

Estaba comprándole muchos dulces.

Las dos estaban riendo hasta que…

Un hombre se acercó a ellas. Tenía un rostro extraño, chato y sin rasgos distintivos, como algo salido de una de las pesadillas de Riley. Le tomó a Riley un segundo darse cuenta de que llevaba una media de nailon sobre su cabeza, las mismas que mamá llevaba en sus piernas.

Y él tenía una pistola.

Empezó a gritarle a mamá: —¡Tu cartera! ¡Dame tu cartera!

Su voz sonaba tan asustada como Riley se sentía.

Riley miró a mamá, esperando que ella hiciera lo que el hombre había dicho.

Pero mamá se había puesto pálida y estaba temblando toda. No parecía entender lo que estaba pasando.

—¡Dame tu cartera! —volvió a gritar el hombre.

Mamá se quedó allí parada, aferrada a su cartera.

Riley quería decirle a mamá: —Haz lo que dijo el hombre, mami. Dale tu cartera.

Pero, por alguna razón, ninguna palabra salió de su boca.

Mami se tambaleó un poco, como si quisiera correr pero no podía hacer que sus piernas se movieran.

Luego hubo un destello y un terrible ruido fuerte…

… y mamá cayó al piso.

Su pecho estaba chorreando algo de color rojo oscuro, y el color empapó su blusa y se extendió en un charco en el piso…

 

Riley fue regresada al presente por el sonido de sirenas que se acercaban. Los policías locales estaban llegando.

Le alivió que las autoridades ya habían llegado para tomar las riendas y hacer lo que fuera necesario.

Ella vio que los chicos que vivían en el segundo piso estaban bajando y preguntándoles a las chicas lo que estaba pasando. Algunos llevaban camisa y jeans, pero otros estaban de pijamas y batas.

Harry Rampling, el jugador de fútbol americano que se le había acercado a Riley en el bar, se dirigió hacia donde ella estaba parada en la puerta cerrada. Se abrió paso entre las chicas que aún estaba aglomeradas allí y se le quedó mirando por un momento.

—¿Qué crees que estás haciendo? —espetó.

Riley se quedó callada. No tenía sentido tratar de explicar, no con la policía a punto de aparecer en cualquier momento.

Harry sonrió un poco y dio un paso amenazante hacia Riley. Obviamente había sido informado de que había una chica muerta adentro.

—Quítate de en medio —dijo—. Quiero ver.

Riley se quedó parada allí como una estatua.

—No puedes entrar —dijo.

Harry dijo: —¿Por qué no, niña?

Riley le lanzó una mirada mortal, pero se preguntó: «¿Qué demonios estoy haciendo?»

¿Realmente creía que podría impedir que un atleta masculino entrara si eso es lo que quería?

Por extraño que parezca, tenía la sensación de que probablemente sí podría.

Ciertamente daría la batalla si llegara a eso.

Afortunadamente, oyó el ruido de pasos, y luego la voz de un hombre gritando: —Dispérsense. Déjennos pasar.

Todos los estudiantes se dispersaron.

Alguien dijo: —Por ahí. Los tres policías uniformados se dirigieron hacia Riley.

Los reconoció a todos. Eran caras conocidas aquí en Lanton. Dos de ellos eran hombres, los oficiales Steele y White. La otra era mujer, la oficial Frisbie. Un par de policías del campus también los estaban acompañando.

Steele tenía sobrepeso y una cara rojiza que hacía a Riley sospechar que bebía demasiado. White era un tipo alto que caminaba con un aire gacho y cuya boca siempre parecía estar abierta. A Riley no le parecía muy brillante. La oficial Frisbie era una mujer alta y robusta que siempre le había parecido a Riley amigable y bondadosa.

—Recibimos una llamada —dijo el oficial Steele—. ¿Qué demonios está pasando aquí?

Riley se apartó de la puerta y la señaló.

—Es Rhea Thorson —dijo Riley—. Ella está…

Riley descubrió que no pudo terminar la frase. Todavía le estaba costando creer que Rhea estaba muerta, así que solo se hizo a un lado.

El oficial Steele abrió la puerta y entró a la habitación.

Luego se oyó un fuerte jadeo mientras exclamó: —¡Dios mío!

Los oficiales de policía Frisbie y White entraron a toda prisa.

Luego reapareció Steele y les dijo a los espectadores: —Necesito saber lo que pasó. Ahora mismo.

Hubo un murmullo general de confusión alarmada.

Luego Steele espetó una serie de preguntas. —¿Qué sabes sobre esto? ¿Esta chica estuvo en su habitación toda la noche? ¿Quién más estuvo aquí?

Más confusión siguió, algunas de las chicas diciendo que Rhea no había salido del dormitorio, otras diciendo que había ido a la biblioteca, otras que había tenido una cita, y por supuesto, otras que había salido a tomar. Nadie había visto a nadie extraño aquí. No hasta que escucharon los gritos de Heather.

Riley respiró para prepararse para gritar lo que sabía. Pero antes de que pudiera hablar, Harry Rampling señaló a Riley y dijo: —Esta chica ha estado actuando raro. Estaba parada allí cuando llegué. Como si tal vez acababa de salir de la habitación.

Steele dio un paso hacia Riley y gruñó: —¿Ah sí? Tienes mucho que explicar. Empieza a hablar.

Parecía estar alcanzando sus esposas. Por primera vez, Riley comenzó a sentir pánico.

«¿Este tipo va a arrestarme?», se preguntó.

No tenía idea de lo que podría pasar si lo hacía.

Pero la mujer policía le dijo bruscamente al oficial Steele: —Déjala, Nat. ¿No entiendes lo que estaba haciendo? Ella estaba custodiando la habitación, asegurándose de que nadie más entrara. Gracias a ella la escena del crimen no se contaminó.

El oficial de policía Steele retrocedió, viéndose resentido.

La mujer les gritó a los espectadores: —Quiero que todos se queden exactamente dónde están. Que nadie se mueva. Y no hablen.

El grupo asintió con la cabeza.

Luego la mujer agarró a Riley por el brazo y empezó a alejarla de los demás.

—Ven conmigo —le susurró bruscamente a Riley—. Tú y yo vamos a hablar.

Riley tragó con ansiedad mientras la oficial Frisbie se la llevó.

«¿Estoy en problemas?», se preguntó.

 

 

 

CAPÍTULO TRES

 

La oficial Frisbie mantuvo agarrado el brazo de Riley durante todo el camino por el pasillo. Pasaron por un par de puertas dobles y terminaron en las escaleras. La mujer finalmente la soltó.

Riley se frotó el brazo porque le dolía un poco.

La oficial Frisbie dijo: —Lamento haber sido ruda. Estamos apurados. Primero que todo, ¿cuál es tu nombre?

—Riley Sweeney.

—Te he visto por el pueblo. ¿En qué año estás?

—En mi último año.

La expresión severa de la mujer se suavizó un poco.

—Bueno, primero que todo, quiero disculparme por la forma en la que el oficial Steele te habló hace un momento. Pobrecito, no puede evitarlo. Es solo que es… ¿Cuál es la palabra que usaría mi hija? Ah, sí. Un cretino.

Riley estaba demasiado asustada como para reírse. De todos modos, la oficial Frisbie no estaba sonriendo.

Ella continuó: —Me enorgullece tener unos instintos infalible, mejores que los de los tipos con los que tengo que trabajar. Y en este momento mis instintos me dicen que tú eres la única que podría decirme exactamente lo que necesito saber.

Riley sintió otra oleada de pánico mientras la mujer seria sacó una libreta y se dispuso a escribir.

Ella dijo: —Oficial Frisbie, realmente no tengo ni la menor idea…

La mujer la interrumpió.

—Te sorprenderías. Solo habla, cuéntame cómo estuvo tu noche.

Riley estaba desconcertada.

«¿Cómo estuvo mi noche?», pensó.

¿Eso qué tenía que ver con lo que había pasado?

—Desde el principio —dijo Frisbie.

Riley respondió lentamente: —Bueno, yo estaba sentada en mi habitación tratando de estudiar, porque tengo una clase mañana, pero mi compañera de cuarto, Trudy, y mi amiga Rhea…

Riley se quedó muda de repente.

Mi amiga Rhea.

Recordó haber estado sentada en su cama mientras Trudy y Rhea habían estado arreglándose las uñas y escuchando la música de Gloria Estefan a todo volumen y causando molestias, tratando de hacer que Riley saliera con ellas. Rhea había estado tan animada, riéndose de forma traviesa.

Más nunca.

Más nunca volvería a escuchar la risa de Rhea ni tampoco vería su sonrisa.

Por primera vez desde que esta cosa horrible había sucedido, Riley se sentía a punto de llorar. Ella se apoyó en la pared.

«Ahora no», se dijo con severidad.

Se enderezó, respiró profundo y continuó.

—Trudy y Rhea me convencieron a ir a La Guarida del Centauro.

La oficial Frisbie le asintió con la cabeza y dijo: —¿A qué hora fue eso?

—Como a las nueve y media, creo.

—¿Y solo salieron ustedes tres?

—No —dijo Riley—. Trudy y Rhea animaron a otras chicas para que nos acompañaran. Éramos seis.

La oficial de policía Frisbie estaba tomando notas rápidamente ahora.

—Dime sus nombres —dijo.

Riley no tuvo que detenerse para pensar.

—Trudy Lanier, Rhea, por supuesto, Cassie DeBord, Gina Formaro, Heather Glover, la compañera de cuarto de Rhea, y yo.

Se quedó en silencio por un momento.

«Tiene que haber algo más», pensó.

Seguramente podía recordar algo más que contarle a la policía. Pero su cerebro parecía estar atrapado en su grupo inmediato, y en la imagen de su amiga muerta en esa habitación.

Riley estaba a punto de explicar que no había pasado mucho tiempo con las demás en La Guarida del Centauro. Pero antes de que pudiera decir algo más, la oficial Frisbie se guardó el lápiz y la librera en su bolsillo bruscamente.

—Bien hecho —le dijo, sonando muy profesional—. Esto era exactamente lo que necesitaba saber. Ven.

Mientras la oficial Frisbie la llevaba de regreso al pasillo, Riley se preguntó: «‘¿Bien hecho?’ ¿Qué fue lo que hice?»

La situación no había cambiado. Todavía había una aglomeración de estudiantes aturdidos y horrorizados deambulando, mientras que el agente White los miraba. Pero había dos recién llegados.

Uno de ellos era el decano Angus Trusler, un hombre meticuloso que se agitaba con facilidad que estaba mezclándose entre los estudiantes, logrando que algunos de ellos le dijeran lo que estaba pasando a pesar de las órdenes de no hablar.

El otro recién llegado era un hombre mayor alto y de aspecto vigoroso que llevaba un uniforme. Riley le reconoció enseguida. Era el jefe de policía de Lanton, Allan Hintz. Riley se dio cuenta de que la oficial de policía Frisbie no parecía sorprendida de verlo, pero tampoco se veía nada contenta.

Con sus brazos en jarras, le dijo a Frisbie: —¿Podrías decirnos por qué nos tienes aquí esperando, Frisbie?

La oficial Frisbie lo miró con desprecio. Era obvio para Riley que no se llevaban muy bien.

—Me alegra ver que te levantaste de la cama —dijo la oficial de policía Frisbie.

El jefe Hintz frunció el ceño.

Haciendo todo lo posible para verse lo más autoritario posible, el decano Trusler dio un paso adelante y le dijo a Hintz bruscamente: —Allan, no me gusta la forma en que están manejando esto. Estos pobres chicos ya están bastante aterrorizados, así que no necesitan ser mandados. ¿Qué es eso que les dijeron que se quedaran quietos y callados sin ninguna explicación? Algunos quieren volver a sus habitaciones para tratar de dormir un poco. Algunos quieren irse de Lanton y volver a casa con sus familias por un tiempo, ¿y quién puede culparlos? Algunos hasta se preguntan si tienen que contratar abogados. Es hora de que les digan lo que quieren de ellos. Seguramente ninguno de nuestros estudiantes es sospechoso.

Mientras el decano seguía hablando, Riley se preguntó cómo podía estar tan seguro de que el asesino no estaba aquí mismo entre ellos. Le parecía difícil imaginar a ninguna de las chicas cometiendo un crimen tan horrible. Pero ¿y qué de los chicos? ¿Qué tal un gran atleta como Harry Rampling? Ni él ni ninguno de los otros chicos se veía como si acababan de degollar a alguien. Pero tal vez después de una ducha y un cambio de ropa…

«Cálmate —se dijo Riley a sí misma—. No te dejes llevar por tu imaginación. Pero si no fue un estudiante, entonces ¿quién pudo haber estado en la habitación de Rhea?»

Luchó de nuevo para recordar si había visto a alguien con Rhea en La Guarida del Centauro. ¿Rhea había bailado con un chico? ¿Se había tomado una copa con alguien? Pero Riley no recordó más nada.

De todos modos, preguntas como esa no parecían importar. El jefe Hintz no estaba escuchando nada de lo que el decano Trusler estaba diciendo. La oficial Frisbie le estaba susurrando y mostrándole las notas que había tomado de su charla con Riley.

Cuando terminó, Hintz le dijo al grupo: —Bueno, escuchen. Quiero que cinco de ustedes vayan a la sala común.

Recitó los nombres que Riley le había dado a la oficial Frisbie, incluyendo el suyo.

Luego dijo: —Los demás pueden irse a sus habitaciones. Chicos, eso significa que tienen que volver a su piso. Todos quédense quietos esta noche. No salgan del edificio hasta que se les notifique que pueden hacerlo. Y ni se les ocurra irse del campus. Lo más probable es que tengamos preguntas para muchos de ustedes. —Se volvió hacia el decano y le dijo—: Asegúrate de que todos los estudiantes del edificio reciban el mismo mensaje.

El decano estaba boquiabierto, pero se las arregló para asentir. La sala se llenó de murmullos de descontento mientras las chicas obedientemente se fueron a sus habitaciones y los chicos subieron al piso de arriba.

El jefe Hintz y los oficiales Frisbie y White llevaron a Riley y sus cuatro amigas al final del pasillo. En el camino, Riley no pudo evitar mirar la habitación de Rhea. Vislumbró al oficial Steele examinando todo. No podía ver la cama donde había encontrado a Rhea, pero estaba segura de que su cuerpo todavía estaba allí.

Eso no le parecía bien.

«¿En cuánto tiempo se la llevarán?», se preguntó. Esperaba que al menos ya estuviera tapada, para así ocultar su garganta degollada y ojos bien abiertos. Pero supuso que los investigadores tenían cosas más importantes por hacer. Y tal vez todos estaban acostumbrados a ver ese tipo de cosas.

Estaba segura de que nunca olvidaría la imagen de Rhea muerta y del charco de sangre en el piso.

Riley y las demás entraron a la sala común bien amueblada y se sentaron en varias sillas y sofás.

El jefe Hintz dijo: —La oficial Frisbie y yo hablaremos con cada una de ustedes individualmente. Mientras lo hacemos, no quiero que ninguna de ustedes hable entre sí. Ni una sola palabra. ¿Me entienden?

Sin siquiera mirarse, las chicas asintieron con nerviosismo.

—Y por ahora, ni siquiera usen sus teléfonos —agregó Hintz.

Todas volvieron a asentir, luego se quedaron allí mirando sus manos, el piso, o al espacio.

Hintz y Frisbie llevaron a Heather a la cocina contigua, mientras que el oficial de policía White se quedó vigilando a Riley, Trudy, Cassie y Gina.

Después de unos momentos, Trudy rompió el silencio. —Riley, ¿qué demonios…?

White interrumpió: —Silencio. Esas son las órdenes del jefe.

Cayó un silencio, pero Riley vio que Trudy, Cassie y Gina la estaban mirando. Ella apartó la mirada.

«Creen que es mi culpa que están aquí», se dio cuenta.

Entonces pensó que tal vez era cierto, que tal vez no debería haber mencionado sus nombres. Pero ¿qué se suponía que hiciera, mentirle a un oficial de policía? Sin embargo, Riley odiaba lo desconfiadas que se veían sus amigas. Y no podía culparlas por sentirse así.

«¿En qué lío estamos metidas? —se preguntó—. Solo por haber salido juntas…»

Estaba especialmente preocupada por Heather, quien todavía estaba en la cocina respondiendo preguntas. La pobre muchacha había sido muy cercana a su compañera de cuarto, Rhea. Obviamente esto era una pesadilla para todo el mundo, pero Riley no podía imaginar lo difícil que debía ser para Heather.

Pronto escucharon la voz del decano tartamudeando inquietamente por los altavoces del dormitorio.

—Habla el decano Trusler. E-estoy seguro de que todos ustedes ya saben que algo terrible acaba de pasar en el piso de las chicas. Tienen órdenes del jefe de policía Hintz de permanecer en sus habitaciones esta noche y no salir del dormitorio. Un oficial de policía o un funcionario del campus quizá pase por sus habitaciones para hablar con ustedes. Asegúrense de contestar todas las preguntas. Por ahora, tampoco hagan planes de salir del campus mañana. Todos recibirán más instrucciones pronto.

Riley recordó algo más que el jefe había dicho: