Título original portugués: Sustentabilidade.
Traducción: Jesús García-Abril Diagramación de portada: Estudio Creativos
© Leonardo Boff, 2012
Petrópolis (Brasil)
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ISBN: 978-607-612-136-8
Hecho en México.
Índice
PRÓLOGO
PRIMERA PARTE
SOSTENIBILIDAD: CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE
1. Desafìos actuales para la construcción
de la sostenibilidad
2. La insostenibilidad del actual orden socio-ecológico
a. La insostenibilidad del sistema económico-financiero mundial
b. La insostenibilidad social de la humanidad a causa de la injusticia mundial
c. La creciente disminución de la biodiversidad: el antropoceno
d. La insostenibilidad del planeta Tierra: la huella ecológica
e. El calentamiento global y el riesgo del final de la especie
f. Conclusión: fieles a la Tierra y amantes del autor de la vida
SEGUNDA PARTE
LOS ORÍGENES DEL CONCEPTO DE SOSTENIBILIDAD
1. La prehistoria del concepto de “sostenibilidad”
2. La historia reciente del concepto de “sostenibilidad”
TERCERA PARTE
CRÍTICA Y ANÁLISIS DE LOS MODELOS DE SOSTENIBILIDAD ACTUALES
1. El modelo estándar de desarrollo sostenible: sostenibilidad retórica
2. Mejoras en el modelo estándar de sostenibilidad
3. El modelo del neocapitalismo: ausencia de sostenibilidad
4. El modelo del capitalismo natural: la sostenibilidad débil
5. El modelo de la economía verde: la sostenibilidad ilusoria
6. El modelo del ecosocialismo: la sostenibilidad insuficiente
7. El modelo del ecodesarrollo o de la bioeconomía: la sostenibilidad posible
8. El modelo de la economía solidaria: la micro-sostenibilidad viable
9. El buen vivir de los pueblos andinos: la sostenibilidad deseada
CUARTA PARTE
CAUSAS DE LA INSOSTENIBILIDAD DEL ORDEN ECOLÓGICO-SOCIAL
1. Visión de la Tierra como cosa y baúl de recursos
2. El antropocentrismo ilusorio
3. El proyecto de la modernidad: el imposible progreso ilimitado
4. Visión parcial, mecanicista y patriarcal de la realidad
5. El individualismo y la dinámica de la competición
6. Primacía del desperdicio sobre el cuidado, del capital material sobre el capital humano
QUINTA PARTE
PRESUPUESTOS COSMOLÓGICOS Y ANTROPOLÓGICOS
PARA UN CONCEPTO INTEGRADOR DE SOSTENIBILIDAD
1. Qué es un paradigma nuevo y una nueva cosmología
2. Elementos de la nueva cosmología, base de la sostenibilidad
a. El vacío cuántico: la Fuente Originaria de todo ser
b. Las cuatro expresiones de la Energía de Fondo
c. Complejidad / interiorización / interdependencia
d. La tierra como superorganismo vivo: Gaia
e. Comunidad de vida versus medio ambiente
f. El ser humano como la parte consciente de la Tierra
g. Rescate de la razón sensible y cordial
h. La dimensión espiritual de la Tierra, del universo y del ser humano
3. El cuidado esencial, componente de la sostenibilidad
4. La vulnerabilidad de toda sostenibilidad
SEXTA PARTE
HACIA UNA DEFINICIÓN INTEGRADORA DE SOSTENIBILIDAD
1. La relevancia de la era Ecozoica
2. La superpoblación humana
3. Estrategias para la seguridad alimentaria de la humanidad
4. La gobernanza global del sistema-Tierra y del sistema-vida
5. Intento de una definición integradora de sostenibilidad
SÉPTIMA PARTE
SOSTENIBILIDAD Y UNIVERSO
OCTAVA PARTE
SOSTENIBILIDAD Y LA TIERRA VIVA
1. Los frentes de la sostenibilidad para la Tierra
2. La renovación del contrato natural Tierra-Humanidad
NOVENA PARTE
SOSTENIBILIDAD Y SOCIEDAD
1. Rescatar el sentido originario de “sociedad”
2. La democracia socio-ecológica, base de la sostenibilidad
3. Cómo podría ser una sociedad sostenible
DÉCIMA PARTE
SOSTENIBILIDAD Y DESARROLLO
1. Presupuestos para la sostenibilidad
2. Cómo pasar del capital material al capital humano
3. La viabilidad ecológica de un desarrollo sostenible
4. Sostenibilidad y capital social regional
5. Sostenibilidad y satisfacción de necesidades fundamentales
6. Indicadores de un desarrollo sostenible
7. Cómo pasar del capital humano al capital espiritual
DÉCIMO PRIMERA PARTE
UN EJEMPLO DE SOSTENIBILIDAD: “CULTIVANDO AGUA BUENA”
1. Qué es y qué pretende el proyecto “Cultivando agua buena”
2. Sensibilización de las comunidades y opción por el biorregionalismo
3. La vigilancia basada en la participación y el voluntariado
4. Importancia de la medicina naturista
5. Producción orgánica sostenible y la acuicultura
6. La aplicación de una ecología integral y su irradiación en el mundo
7. La proyección de un sueño de coeducación sostenible
DÉCIMO SEGUNDA PARTE
SOSTENIBILIDAD Y EDUCACIÓN
1. Una educación ecocentrada
2. Principios orientadores de una ecoeducación sostenible
DÉCIMO TERCERA PARTE
SOSTENIBILIDAD E INDIVIDUO
1. La sostenibilidad del hombre-cuerpo individual
2. La sostenibilidad del hombre-psique individual
3. Sostenibilidad del hombre-espíritu individual
Conclusión: una llamada a la cooperación y a la esperanza
PRIMER ANEXO
1. La Carta de la Tierra
SEGUNDO ANEXO
2. Pensamientos sobre sostenibilidad ecológica
Bibliografía recomendada
Hay pocas palabras más utilizadas hoy, por parte de los gobiernos, las empresas, la diplomacia y los medios de comunicación, que el sustantivo “sostenibilidad” y el adjetivo “sostenible”. Es una etiqueta que se intenta aplicar a cualesquiera productos y a los procesos de fabricación de los mismos, para darles un valor añadido.
No podemos negar que en algunas partes se ha logrado implantar una lógica sostenible en los procesos de producción, en la agroecología, en la generación de energías alternativas, en la reforestación, en el tratamiento de materiales reciclables y en los vertederos, así como en la forma de ges- tionar los transportes. Son experimentos regionales valiosos, pero no es esa la dinámica global que se requiere frente a la degradación general del planeta, de la naturaleza y de la escasez de recursos. Son pequeñas islas en medio de un mar agitado por numerosas crisis.
Lo que se da frecuentemente es una cierta falsedad ecológica al hacer uso de la palabra “sostenibilidad” para ocultar determinados problemas de agresión a la naturaleza, de contaminación química de los alimentos y de marketing comercial con el único fin de vender y obtener beneficios. Por lo general, la mayoría de lo que se presenta como “sostenible” no lo es. Al menos en alguna fase del ciclo de vida de un producto aparece el perturbador elemento de las toxinas o de los residuos no degradables. Lo que se practica con más frecuencia es el greenwash (“pintar de verde” para engañar al consumidor que busca productos no sometidos a procesos químicos). Por eso se impone el sentido crítico y una comprensión más afinada, al objeto de saber qué es sostenibilidad y qué no lo es. Este, y no otro, es el objetivo del presente libro.
Existe una percepción generalizada de que, dado el estado en que se en- cuentra, la Tierra no tiene un futuro demasiado halagüeño. Prácticamente la mayoría de los elementos importantes para la vida (el aire, el agua, el suelo, la biodiversidad, los bosques, la energía, etcétera) se encuentra en un proceso acelerado de degradación. La economía, la política, la cultura y la globalización siguen un derrotero que no puede ser considerado sostenible, debido a los niveles de expoliación de los recursos naturales, así como de generación de desigualdades y conflictos intertribales y los consiguientes desgarros sociales que producen. Tenemos que cambiar. De lo contrario, podremos vernos seriamente afectados por situaciones de enorme drama- tismo y capaces de poner en peligro el futuro de nuestra especie y dañar gravemente el equilibrio de la Tierra.
Lo peor que podemos hacer es no hacer nada y dejar que las cosas sigan tan peligroso curso. Las transformaciones necesarias deben apuntar hacia un paradigma distinto de relación con la Tierra y la naturaleza, así como a la implementación de unos modos más benignos de producción y de con- sumo. Lo cual implica una nueva forma de civilización, más amante de la vida, más “ecoamigable” y más respetuosa de los ritmos, las capacidades y los límites de la naturaleza. Pero no disponemos de mucho tiempo para actuar ni de mucha sabiduría y voluntad de articulación entre todos para hacer frente al peligro común.
Más que nunca, habría que usar con propiedad la palabra revolución, no en el sentido de violencia armada, sino en el sentido analítico de cambio radical del rumbo de la historia, para permitir la supervivencia de la especie humana, de los demás seres vivos y de la preservación del planeta Tierra. Es en este contexto de urgencia en el que formulamos nuestras re- flexiones sobre la sostenibilidad, las cuales son únicamente iniciales y no pretenden ser concluyentes, pero quizá sí puedan animar el debate y movilizar a muchos para tratar de apagar el fuego que está consumiendo la Casa Común. Dado que todo se globaliza, la sostenibilidad, más que cual- quier otro valor, debe ser también globalizada. Si somos capaces de mirar el futuro de la humanidad y de la Madre Tierra con los ojos de nuestros hijos y nietos, inmediatamente sentiremos la necesidad de preocuparnos por la sostenibilidad y crear los medios necesarios para implementarla en todos los campos de la realidad.
PRIMERA PARTE
SOSTENIBILIDAD:
CUESTIÓN DE VIDA
O MUERTE
La Carta de la Tierra, uno de los documentos más inspiradores de los comienzos del siglo xxi, nació a raíz de una consulta realizada durante ocho años (1992-2000) entre miles de personas de diferentes países, cultu- ras, pueblos, instituciones, religiones, universidades, científicos, sabios y representantes que aún perviven de las culturas primitivas. Representa un importante grito de atención acerca de los riesgos que amenazan a la huma- nidad. Al mismo tiempo, enuncia esperanzadamente una serie de valores y principios que han de ser compartidos por todos, capaces de abrir un nuevo futuro para nuestra convivencia en este pequeño y amenazado planeta.
El texto, breve, denso y fácilmente comprensible, en cuya redacción me cupo el honor de participar junto con Mijail Gorbachov, Steven Rocke- feller, Maurice Strong y Mercedes Sosa, entre otros, se abre con una frase preocupante:
Nos hallamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe elegir su futuro... La elección es nuestra y habría de ser entre formar una alianza global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros o, por el contrario, arriesgarnos a ser destruidos y a destruir la diversidad de la vida (Preámbulo).
1. DESAFÍOS ACTUALES PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA SOSTENIBILIDAD
¿Cómo organizar una alianza para el cuidado de la Tierra, de la vida humana y de toda la comunidad de vida y, de ese modo, superar los refe- ridos riesgos? La respuesta no podrá ser otra que la siguiente: mediante la sostenibilidad real, verdadera, efectiva y global, conjugada con el principio del cuidado y la prevención.
Aun antes de definir más apropiadamente qué es la sostenibilidad, po- demos adelantar que fundamentalmente se refiere al conjunto de procesos y acciones destinados a mantener la vitalidad y la integridad de la Madre Tierra y la preservación de sus ecosistemas, con todos los elementos físicos, químicos y ecológicos que posibilitan la existencia y la reproducción de la vida de las generaciones actuales y futuras, así como la continuidad, la expansión y la realización de las potencialidades de la civilización humana en sus distintas expresiones.
Atendiendo al tenor de la Carta de la Tierra, la sostenibilidad aparece como una cuestión de vida o muerte. Nunca antes, a lo largo de la historia cono- cida de la civilización humana, hemos corrido los riesgos que actualmente amenazan a nuestro futuro común. Tales riesgos no se reducen por el hecho de que muchísimas personas, pertenecientes a todos los niveles del saber, se encojan de hombros ante tan trascendental asunto. Lo que no podemos hacer es llegar demasiado tarde, ya sea por descuido o por ignorancia. Más vale el principio de precaución y de prevención que la indiferencia, el cinismo y la despreocupación irresponsable. El mismo papa Francisco pone énfasis en la importancia del principio de precaución:
En la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, “cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces” que impidan la degradación del medio ambiente. Este principio precautorio permite la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o mo- dificarse. Así se invierte el peso de la prueba (LS, n. 186).
Si concedemos la centralidad debida a la alianza del cuidado, seguramen- te llegaremos a un periodo de sostenibilidad general que nos proporcionará alivio, alegría de vivir y esperanza de construir más historia rumbo a un futuro más prometedor.
Nuestras reflexiones van a estar orientadas por estas sabias palabras del final de la Carta de la Tierra: “Como nunca antes en la historia, el destino común nos convoca a buscar un nuevo comienzo. Lo cual requiere un cambio de mente y de corazón. Requiere, además, un nuevo sentido de interde- pendencia global y de responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar con imaginación la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global”.
Recogiendo lo esencial de este llamamiento, conviene no olvidar los siguientes puntos:
a. La Tierra y la humanidad tenemos un destino común, pues en la pers- pectiva de la evolución, o cuando contemplamos la Tierra desde fuera, formamos una única entidad.
b. La situación actual se encuentra social y ecológicamente tan degra- dada que la continuidad en la forma de habitar la Tierra, de producir, distribuir y consumir que hemos adoptado en los últimos siglos no nos ofrece garantía alguna de salvar nuestra civilización e incluso, tal vez, a la propia especie humana; de ahí la imperiosa necesidad de un nuevo comienzo, con nuevos conceptos, nuevas visiones y nuevos sueños, sin excluir los instrumentos científicos y técnicos indispen- sables. Se trata, ni más ni menos, de refundar el pacto social entre los humanos y el pacto natural con la naturaleza y con la Madre Tierra.
c. Para esa trascendental tarea resulta urgente una transformación de la mente, es decir, un nuevo software mental o un design diferente en nuestra forma de pensar y leer la realidad con la clarividencia de que el pensamiento a que ha dado lugar esta calamitosa situación, como advertía Albert Einstein, no puede ser lo que nos libre de ella; para cambiar tenemos, por tanto, que pensar de diferente manera. Pero resulta igualmente fundamental el cambio de corazón; por indispen- sables que resulten, no bastan la ciencia y la técnica, fruto de la razón intelectual y analítica; necesitamos también la inteligencia emocio- nal y, con mayor intensidad aún, la inteligencia cordial, pues es esta la que nos hace sentir que formamos parte de un todo mayor, nos permite percibir nuestra conexión con los demás seres, nos impulsa a realizar con coraje los cambios necesarios y suscita en nosotros la imaginación para tener visiones y sueños cargados de promesas.
d. Resulta urgente desarrollar un sentimiento de interdependencia glo- bal: es un hecho incontestable que todos dependemos globalmente de todos, que hay lazos que nos ligan y religan por todas partes, que nadie es una estrella solitaria y que en el universo y en la naturaleza todo tiene que ver con todo en todos los momentos y en todas las circunstancias (Bohr y Heisenberg); tan importante como la interde- pendencia es la responsabilidad universal; lo cual significa que hay que tomar en muy alta consideración las consecuencias benéficas o ma- léficas de nuestros actos, de nuestras políticas y de las intervencio- nes que realizamos en la naturaleza, porque pueden destruir el frágil equilibrio de la Tierra y, en el caso de que hiciéramos uso de armas de destrucción masiva, fatalmente haríamos que desapareciera la espe- cie humana. Y ello significaría, durante miles de años, un retroceso evolutivo de la Madre Tierra, arruinada y cubierta de cadáveres.
e. Valorar la imaginación. Ya Albert Einstein observaba que cuando la ciencia no encuentra más caminos, es la imaginación la que inter- viene y sugiere pistas inusitadas. Hoy necesitamos imaginación para proyectar no solo otro mundo posible, sino otro mundo necesario, en el que todos tengan cabida y cuiden unos de otros, incluida toda la comunidad de vida, sin la cual nosotros mismos no existiríamos. Para nueva música, nuevos oídos; para actuar de diferente manera, debemos soñar de manera diferente.
f. El verdadero propósito se resume en crear un modo sostenible de vida. El concepto de “sostenibilidad” no puede ser reduccionista y apli- carse única y exclusivamente al crecimiento/desarrollo, que es lo que predomina en nuestros días. Debe abarcar todos los territorios de la realidad, desde las personas, consideradas individualmente, hasta las comunidades, la cultura, la política, la industria, las ciu- dades y, sobre todo, el planeta Tierra y sus ecosistemas. La soste- nibilidad es un modo de ser y de vivir que exige conciliar la praxis humana con las potencialidades limitadas de cada “bioma” y las necesidades de las generaciones actuales y las futuras.
g. En todos los niveles: local, regional, nacional y global. Esta perspectiva enfatiza la anterior para contrapesar la tendencia dominante a apli- car la sostenibilidad únicamente a las macro-realidades, desaten- diendo las singularidades locales y eco-regionales propias de cada país, con su cultura, sus costumbres y sus formas de organizarse en la Tierra. Finalmente, la sostenibilidad debe ser pensada en una perspectiva global que abarque equitativamente a todo el planeta, haciendo que el bien de una parte del mismo no vaya en detrimento de la otra. Los costos y los beneficios deben ser proporcional y so- lidariamente repartidos. No es posible garantizar la sostenibilidad de una parte del planeta sin elevar, en la medida de lo posible, a las otras partes al mismo o parecido nivel.
2. LA INSOSTENIBILIDAD DEL ACTUAL ORDEN SOCIO-ECOLÓGICO
Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta del desequilibrio que se ha apoderado del sistema-Tierra y del sistema-sociedad. Existe un malestar cultural generalizado, debido a la sensación de que en cualquier momento podrían producirse catástrofes imponderables. Veamos algunos puntos neurálgicos de la insostenibilidad generalizada, sin pretensión alguna de ser exhaustivos. Bástenos con captar las tendencias y los puntos críticos.
En un proceso que tuvo su inicio en 2007 y 2008 y que comenzó a agravar- se en 2011, el sistema económico-financiero mundial entró en una profunda crisis sistémica. Comenzamos por dicho proceso porque en los últimos decenios ha venido produciéndose lo que en 1944 el conocido economista húngaro-canadiense Karl Polanyi († 1964) denominó La gran transformación. El modo de producción industrialista, consumista, despilfarrador y con- taminante consiguió hacer de la economía el principal eje articulador y constructor de las sociedades. El mercado libre se transformó en la realidad central, sustrayéndose al control del Estado y de la sociedad, cambiándolo todo en mercancía: desde las realidades sagradas y vitales, como el agua y los alimentos, hasta las más obscenas, como el tráfico de personas, de drogas y de órganos humanos. La política fue vaciada de contenido o sometida a los intereses económicos, y la ética se vio enviada al exilio. Lo bueno es ganar dinero y hacerse rico, no ser honrado, justo y solidario.
Con el fracaso del socialismo real a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, los ideales y características del capitalismo y de la cultura del capital resultaron exacerbados: la acumulación ilimitada, la competi- tividad, el individualismo...: todo se resumía en la máxima greed is good, es decir, “el afán de lucro es bueno”.
El capital especulativo adquirió prominencia sobre el capital pro- ductivo. Es decir, que es más fácil ganar dinero especulando con dinero que produciendo y comercializando productos. La diferencia entre un tipo y otro de capital raya en el absurdo: 60,000 billones de dólares es el monto total de los procesos productivos, mientras que son 600,000 los billones de dólares que circulan por las bolsas como derivados o papeles especulativos.
La especulación y la fusión de grandes conglomerados multinacionales han transferido una cantidad inimaginable de riqueza a unos cuantos grupos y familias. El 20% más rico de la población consume el 82.4% de las riquezas de la Tierra, mientras que el 20% más pobre ha de contentarse con tan solo el 1.6 por ciento. Las tres personas más ricas del mundo poseen unos acti- vos superiores a toda la riqueza de los 48 países más pobres, donde viven 600 millones de personas. Doscientas cincuenta y siete personas acumulan más riqueza que 2,800 millones de individuos, el equivalente al 45% de la humanidad. Actualmente, el 1% de los estadounidenses gana lo correspon- diente a la renta del 99% de la población. Son datos proporcionados por Noam Chomsky, uno de los intelectuales más respetados de los Estados Unidos y crítico severo del actual rumbo de la política mundial.
Hoy hay cada vez menos países ricos, cuyo lugar ha sido ocupado por grupos sumamente opulentos que se han enriquecido especulando, sa- queando los dineros públicos y las pensiones de los trabajadores, además de devastar globalmente la naturaleza.
Lo que es demasiado perverso, como es el caso de la realidad que acabamos de referir, no tiene en sí mismo ninguna sostenibilidad. Llega un momento en que la farsa se desenmascara. Fue lo que ocurrió en 2008 con la explosión de la bolsa especulativa, que desencadenó la crisis eco- nómico-financiera en las naciones centrales (EUA, Europa y Japón), con repercusiones en todo el sistema, con mayor o menor intensidad en unos países que en otros.
La estrategia de los poderosos consiste en salvar el sistema financiero, no en salvar nuestra civilización y garantizar la vitalidad de la Tierra.
El papa Francisco hace constar en su encíclica sobre cómo habitar la Casa Común, que “los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”... Por eso, hoy “cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” (LS, n. 56).
El genio del sistema capitalista se caracteriza por su enorme capacidad de encontrar soluciones para sus crisis, generalmente promoviendo la destruc- ción creativa. De este modo, gana destruyendo un sistema y gana también reconstruyéndolo. Pero esta vez ha topado con un obstáculo insalvable: los límites del planeta Tierra y la cada vez mayor escasez de bienes y servicios naturales. O encontramos otra forma de producir y asegurar la subsistencia de la vida humana y de la comunidad de vida (animales, bosques y demás seres orgánicos), o tal vez asistamos a un fenomenal fracaso, a una grave catástrofe social y ambiental.
La sostenibilidad de una sociedad se mide por su capacidad de incluir a todos y garantizarles los medios necesarios para una vida suficiente y decente. Pero ocurre que la crisis que asuela a todas las sociedades ha desgarrado el tejido social y ha arrojado a millones de seres humanos a la marginalidad y la exclusión, creando una nueva clase de gente: la de los desempleados estructurales y los precarizados, es decir, la de quienes se ven obligados a realizar trabajos inestables y con bajísimos salarios.
Hasta que hizo su aparición la crisis económico-financiera de 2008, había en el mundo 860 millones de personas que pasaban hambre. Hoy son más de 1,000 millones. Los desgarradores gritos de los hambrientos y los mise- rables se elevan al cielo, pero son pocos los que oyen sus lamentos. Hemos alcanzado unos niveles de barbarie y de inhumanidad como en muy pocas épocas de nuestra historia.
Existe una lamentable falta de solidaridad entre las naciones, ninguna de las cuales ha destinado, como se había acordado oficialmente, ni siquiera el 1% de su Producto Interior Bruto a mitigar el hambre y las enfermedades que esta produce y que devastan inmensas regiones de África, Latinoamérica y Asia. El grado de humanidad de un grupo humano se mide por su nivel de solidaridad, de cooperación y de compasión frente a sus semejantes en necesidad. Según este criterio, somos inhumanos y perversos, hijos e hijas infieles de la Madre Tierra, siempre tan generosa para con todos.
Con enorme énfasis, el papa Francisco sostiene que las grandes mayorías que viven en los países pobres serán las primeras víctimas de los cambios climáticos.
Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particular- mente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y de protección (LS, n. 25). El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos (LS, n. 51).
En términos globales, podemos afirmar que la convivencia entre los hu- manos es vergonzosamente insostenible, puesto que no garantiza losmedios de vida necesarios para una gran parte de la humanidad. Todos co- rremos el peligro de atraer sobre nosotros la ira de Gaia (cf. J. Lovelock, La venganza de la Tierra, Planeta, Barcelona 2007), que es paciente para con sus hijos e hijas, pero que puede ser terrible para quienes sistemáticamente se muestran hostiles a la vida y ponen en peligro la vida de los demás. Tal vez Gaia no desee tenerlos más en su seno y acabe eliminándolos de alguna forma solo de ella conocida (catástrofe planetaria, bacterias inatacables, guerra nuclear generalizada...).
El actual modo de producción, que aspira al más elevado nivel posible de acumulación (“¿cómo puedo ganar más?”), conlleva la dominación de la na- turaleza y la explotación de todos sus bienes y servicios. Para ello se utilizan todas las tecnologías imaginables, desde las más sucias, como son las ligadas a la minería y a la extracción de gas y de petróleo, hasta las más sutiles, que utilizan la genética y la nanotecnología. La mayor agresión para el equilibrio vital de Gaia es el uso intensivo de agrotóxicos y pesticidas, pues devastan los microorganismos (bacterias, virus y hongos) que, en número de miles de billones, habitan los suelos y garantizan la fertilidad de la Tierra. El efecto más lamentable es la disminución de la enorme riqueza que la Tierra nos pro- porciona y que no es otra que la diversidad de formas de vida (biodiversidad). La extinción de especies pertenece al proceso natural de la evolución, que no deja de renovarse y siempre permite la emergencia de seres dife- rentes. En su historia de 4,400 millones de años, la Tierra ha conocido diez grandes disminuciones. La del periodo Pérmico, acaecida hace 250 millones de años, fue tan devastadora que ocasionó la desaparición del 50% de los animales y del 95% de las especies marinas. La última, de enormes propor- ciones, tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando impactó sobre Yucatán, en el sur de México, un meteorito de 9.5 km de diámetro que diezmó la población de dinosaurios, los cuales habían vivido durante 33 millones de años sobre la faz de la Tierra. Nuestros ancestros, que vivían en las copas de los grandes árboles escondiéndose de los dinosaurios, pudieron entonces descender al suelo y realizar su proceso evolutivo, que culminó en nuestra actual especie, el homo sapiens.
Debido a la intemperante e irresponsable intervención humana en los procesos naturales durante los tres últimos siglos, hemos inaugurado una nueva era geológica denominada antropoceno, la cual sucede a la del holo- ceno. El antropoceno se caracteriza por la capacidad de destrucción del ser humano, que acelera la desaparición natural de las especies. Los biólogos no se ponen de acuerdo en relación con el número de seres que desaparecen anualmente. Nosotros seguimos en esto al más conocido de los biólogos vivos, el estadounidense Edward Wilson, de la Universidad de Harvard, que acuñó la expresión biodiversidad y estima que están desapareciendo entre 27,000 y 100,000 especies cada año (Robert Barbault, Ecologia Geral, Vozes, Petrópolis 2011, 318).
Según un estudio publicado por el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) en 2011, más del 22% de las plantas del mundo se encuentran en peligro de extinción, debido a la pérdida de sus hábitats naturales y como consecuencia de la deforestación en aras de la producción de alimentos, del agronegocio y de la ganadería (Anuario PNU- MA 2011, 12). Y con la desaparición de los bosques se ven peligrosamente afectados los animales, los insectos y el régimen de unidad, fundamental para todas las formas de vida.
Los desiertos no paran de expandirse cada año el equivalente a la super- ficie del estado brasileño de Bahia (567,000 km2), y la erosión se extiende imparablemente, frustrando cosechas y generando hambre y la consiguiente migración de miles y miles de personas.
El papa Francisco advierte en su ya citada encíclica, Laudato Si', acerca de las graves consecuencias de la pérdida de la biodiversidad para toda la humanidad, y al mismo tiempo subraya el gran valor de esta riqueza viva que de manera irresponsable estamos diezmando:
La pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de espe- cies que podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, no solo para la alimentación, sino también para la curación de enfermeda- des y para múltiples servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental. Pero no basta pensar en las distintas especies solo como eventuales recursos explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho (LS, n. 32 y 33).
En su larga trayectoria dentro del sistema solar, la Tierra ha soportado grandes sacudidas, y tal vez la mayor de ellas tuvo lugar cuando se produjo la llamada deriva continental, es decir, cuando el único continente que existía entonces, Pangea, comenzó a romperse, dando origen de ese modo a los continentes que hoy conocemos. Esto ocurrió hace 245 millones de años.
La Tierra posee una inconmensurable capacidad de adaptarse y de in- corporar nuevos elementos procedentes, por ejemplo, de los meteoritos, que con su presencia colaboraron en el origen de la vida. La Tierra permitió que la vida se procurara un habitat bueno para ella, que denominamos “biosfera”, hoy ampliamente amenazada.
Además, evidenció una inmensa capacidad de soportar y sobrevivir a las agresiones, ya procedieran del espacio exterior, como los meteoros rasantes, ya fueran perpetradas por la actividad humana. A partir de la aparición del homo habilis, hace cerca de dos millones de años, comenzó un complejo diálogo entre el ser humano y la naturaleza. Un diálogo que ha conocido tres fases: inicialmente, se trataba de una relación de interacción por la que reinaba entre ambas partes la sinergia y la cooperación; la segunda fase fue la de la intervención, cuando el ser humano comenzó a utilizar instrumentos (piedras afiladas, palos puntiagudos, y posteriormente, a partir del neolítico, los instrumentos agrícolas) para superar los obstáculos que le presentaba la naturaleza y modificarla; y la tercera fase, la actual, es la de la agresión, cuando el ser humano hace uso de todo un aparato tecnológico para so- meter a sus propósitos a la naturaleza, demoliendo montañas, represando ríos, abriendo minas subterráneas y pozos de petróleo, abriendo carreteras, creando ciudades y fábricas y dominando los mares.
En cada una de esas tres fases, la Tierra ha reaccionado, asimilado, rechazado... y, finalmente, encontrado un equilibrio que le permitiera vivir y ofrecer en abundancia bienes (agua, alimentos, nutrientes...) y servicios (atmósfera, climas, régimen de vientos y lluvias...) para todos los seres vivos. Pero, como un superorganismo vivo que es, Gaia siempre se mostró soberana, derrotando la arrogancia humana de tratar de someter a la naturaleza. Terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis, huracanes, sequías e inundaciones han echado abajo todas las barreras levantadas. El ser humano tuvo que aprender que solo obedeciendo a la naturaleza puede poner esta a su servicio.
Actualmente hemos llegado a un nivel tan elevado de agresión que equivale a una especie de guerra total. Atacamos a la Tierra en el suelo, en el subsuelo, en el aire, en el mar, en las montañas, en los bosques, en los reinos animal y vegetal...: en cualquier lugar donde podamos arrancarle algo para nuestro propio beneficio, sin ningún sentido de retribución ni disposición alguna a concederle reposo y tiempo para regenerarse.
Pero no nos engañemos. Los seres humanos no tenemos posibilidad alguna de ganar esta irracional y despiadada guerra, porque la Tierra es ilimitadamente más poderosa que nosotros, que, por si fuera poco, nece- sitamos de ella para vivir. Ella, en cambio, no tiene ninguna necesidad de nosotros: existía mucho antes de que apareciera el ser humano y puede, tranquilamente, seguir sin nuestra presencia. En cualquier caso, significará una pérdida inimaginable para el propio universo, que en esta su pequeña porción que es nuestro planeta ya no podrá, a través del ser humano in- teligente y consciente, verse a sí mismo y contemplar su propia majestad.
Con razón Friedrich Engels, en el siglo xix, afirmaba en su Dialéctica de la naturaleza:
No nos envanezcamos fácilmente por nuestra victoria sobre la naturaleza. De cada victoria, se venga… Tenemos que convencernos de que nosotros no dominamos a la naturaleza como un conquistador domina a un pueblo extranjero, como si estuviéramos fuera de la naturaleza. Pertenecemos a ella con carne, sangre y cerebro. Estamos dentro de ella. Nuestro dominio consiste precisamente, a diferencia de las demás criaturas, en que cono- cemos sus leyes y podemos aplicarlas correctamente.
En esta guerra total, fruto del ansia de lucro y de la voluntad de acumu- lar y de poder, estamos rompiendo un límite que, una vez superado, pone en peligro la salud de Gaia. Enumeremos algunos indicadores al respecto: la ruptura de la capa de ozono, que nos protege de los rayos ultravioleta, nocivos para la vida; la excesiva concentración en la atmósfera de dióxido de carbono, del orden de 27,000 millones de toneladas al año; la escasez de recursos naturales necesarios para la vida (suelos, nutrientes, agua, bosques, fibras...), que en algunos casos llegan a agotarse (como ocurrirá, más temprano que tarde, con el petróleo y el gas); la pérdida creciente de la biodiversidad (especialmente por lo que se refiere a los insectos que garan- tizan la polinización de las plantas); la deforestación, que afecta al régimen de aguas, de sequías y de lluvias; la acumulación excesiva de desechos in- dustriales, que no sabemos cómo