U N A V E Z A T R A Í D O
(UN MISTERIO DE RILEY PAIGE—LIBRO 4)
B L A K E P I E R C E
Blake Pierce
Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio de RILEY PAIGE, que incluye los thriller de suspenso y misterio UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1), UNA VEZ TOMADO (Libro #2), UNA VEZ ANHELADO (Libro #3) y UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4). Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE y de AVERY BLACK.
Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.
Derechos de autor © 2016 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto según lo permitido bajo la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, distribuida, transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico está disponible solo para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otra persona, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Derechos de autor de la imagen de la cubierta son de GongTo, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.
LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE
SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE
UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)
UNA VEZ TOMADO (Libro #2)
UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)
UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)
UNA VEZ CAZADO (Libro #5)
UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)
SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE
ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)
ANTES DE QUE VEA (Libro #2)
SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK
UNA RAZÓN PARA MATAR (Libro #1)
UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)
CONTENIDO
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINTIUNO
CAPÍTULO VEINTIDÓS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO VEINTISÉIS
CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
El hombre que estaba sentado en su carro se sentía preocupado. Sabía que tenía que apurarse. Era importante mantener todo en el buen camino esta noche. Pero ¿la mujer vendría por esta carretera a su hora habitual?
Eran las 11:00 de la noche, y sabía que la hora podría ser un problema.
Recordó la voz que había estado resonando en su mente antes de haber venido aquí. La voz del abuelo.
“Más te vale que tengas razón respecto a su horario, Diablito”.
Diablito. No le gustaba ese nombre. No era su verdadero nombre. Para el abuelo, él era una “mala hierba”.
El abuelo lo había llamado así desde épocas que no recordaba. Aunque todo el mundo lo llamaba por su verdadero nombre, Diablito se había metido en su mente. Odiaba a su abuelo. Pero no podía sacarlo de su cabeza.
Diablito golpeó su propia cabeza varias veces, tratando de sacar la voz de su mente.
Le dolió, y por un momento tuvo una sensación de calma.
Pero luego vino la risa sosa del abuelo, haciendo eco en su mente. Al menos se había vuelto un poco más suave.
Miró su reloj ansiosamente. Las once con diez minutos. ¿Llegaría tarde esta noche? ¿Iría a algún otro lugar? No, no era su estilo. Había observado sus movimientos durante días. Siempre era puntual, siempre se apegaba a la misma rutina.
Si tan solo entendiera cuánto estaba en juego. El abuelo lo castigaría si arruinaba esto. Pero era más que eso. Se le estaba acabando el tiempo al mundo en sí. Tenía una enorme responsabilidad, y eso lo agobiaba.
Aparecieron unos faros en la carretera, y suspiró de alivio. Esa tenía que ser ella.
Esta carretera rural solo llevaba a unas pocas casas. Generalmente estaba desierta a esa hora, excepto por la mujer que siempre conducía de su trabajo a la casa donde alquilaba una habitación.
Diablito había girado su auto para estar en frente del de ella y lo detuvo justo en el centro de ese camino de grava. Él estaba parado con manos temblorosas, utilizando una linterna para mirar bajo su capó, con la esperanza de que funcionara.
Su corazón latió con fuerza a lo que el otro vehículo pasó el suyo.
“Detente”, rogó silenciosamente. “Detente, por favor”.
El vehículo se detuvo a una corta distancia poco después.
Diablito sonrió, se volvió y miró hacia las luces.
Sí, era su carro feo, justo como él había esperado.
Ahora solo tenía que atraerla a él.
Ella bajó su ventanilla y él la miró y le sonrió de la forma más agradable posible.
“Supongo que estoy varado”, le dijo.
Colocó la linterna justo en el rostro de la conductora. Sí, definitivamente era ella.
Diablito notó que tenía un rostro encantador. Más importante aún, ella era muy delgada y eso se adecuaba a sus propósitos.
Era una lástima lo que tendría que hacerle. Pero era como decía el abuelo: “Es para el bien de todos”.
Era cierto, y Diablito lo sabía. Si tan solo la mujer pudiera entenderlo, tal vez incluso estaría dispuesta a sacrificarse. Después de todo, el sacrificio era una de las mejores características de la naturaleza humana. Para ella debería ser un placer prestar ese servicio.
Pero sabía que no debería esperar demasiado de ella. Las cosas se volverían violentas y sucias, como siempre.
“¿Cuál es el problema?”, preguntó la mujer.
Él notó algo atractivo en su forma de hablar. No sabía lo que era aún.
“No lo sé”, respondió. “Simplemente se apagó y no quiere arrancar”.
La mujer sacó la cabeza por la ventanilla. Él la miró fijamente. Su rostro pecoso enmarcado por pelo rizado rojo brillante estaba sonriente. No parecía estar ni un poco consternada por las molestias que le había causado.
Pero ¿confiaría lo suficiente como para bajarse del carro? Probablemente, así había sucedido con las otras mujeres.
El abuelo siempre estaba diciéndole lo horriblemente feo que era, y no podía evitar considerarse justamente eso. Pero sabía que otras personas, especialmente las mujeres, lo encontraban agradable de mirar.
Hizo un gesto hacia su capó abierto. “No sé nada de carros”, le gritó.
“Yo tampoco”, dijo la mujer.
“Bueno, tal vez ambos podemos descubrir lo que pasa”, dijo. “¿Te molestaría intentarlo?”.
“Para nada. Solo no esperes que sea de mucha ayuda”.
Ella abrió su puerta, se bajó del carro y caminó hacia él. Sí, todo iba perfectamente. Había logrado convencerla de que se bajara del carro. Pero el tiempo seguía siendo oro.
“Vamos a echarle un vistazo”, dijo, mirando el motor.
Ahora entendió lo que le gustaba de su voz.
“Tienes un acento interesante”, dijo. “¿Eres escocesa?”.
“Irlandesa”, dijo agradablemente. “Llevo aquí solo dos meses, obtuve un permiso de residencia para poder trabajar con una familia en este país”.
Él sonrió. “Bienvenida a Estados Unidos”, dijo.
“Gracias. Me encanta”.
Él señaló hacia el motor.
“Espera”, dijo. “¿Qué crees que sea eso?”.
La mujer se inclinó para observar más de cerca. Diablito aprovechó el momento y movió la palanca para hacer caer el capó sobre su cabeza.
Luego abrió el capó con la esperanza de no tener que golpearla de nuevo. Por suerte, estaba inconsciente, su rostro y torso estirados sobre el motor.
Miró sus alrededores. No había nadie a la vista. Nadie había visto lo que había sucedido.
Tembló de deleite.
La colocó en sus brazos, notando que su rostro y la parte delantera de su vestido ahora estaban llenos de grasa. Era ligera como una pluma. La llevó a su lado del carro y la extendió en el asiento trasero.
Se sentía seguro que sería perfecta para lo que necesitaba hacer.
*
Justo cuando Meara comenzó a recobrar el conocimiento, fue sacudida por ruido ensordecedor. Parecía una mezcla de todos los ruidos que se podía imaginar. Había gongs, campanas, campanadas, sonidos de pájaros y diversas melodías que parecían provenir de una docena de cajas de música. Todos parecían ser deliberadamente hostiles.
Ella abrió los ojos, pero no vio nada. Su cabeza le dolía demasiado.
“¿Dónde estoy?”, se preguntó.
¿Estaba en alguna parte de Dublín? No, fue capaz de armar la cronología. Había llegado aquí hace dos meses y había comenzado a trabajar de inmediato. Definitivamente estaba en Delaware. Con esfuerzo recordó haberse detenido para ayudar a un hombre con su carro. Luego había sucedido algo. Algo malo.
Pero ¿qué era este lugar, con todo su ruido horrible?
Se dio cuenta que estaba siendo cargada como una niña. Oyó la voz del hombre que la estaba cargando sobre todo el ruido.
“No te preocupes, llegamos a tiempo”.
Sus ojos comenzaron a enfocarse. Vio un número asombroso de relojes de cada tamaño, forma y estilo concebible. Vio enormes relojes de pie flanqueados por relojes más pequeños, algunos de ellos relojes cucú, otros con pequeñas personas mecánicas. Había relojes aún más pequeños en los estantes.
“Todos están sonando la hora”, pensó.
Pero no pudo distinguir el número de campanadas entre todo el ruido.
Volvió la cabeza para ver quién la llevaba. Él estaba mirándola. Sí, era él, el hombre que le había pedido ayuda. Había sido un tonta en detenerse por él. Había caído en su trampa. ¿Y qué haría con ella ahora?
Sus ojos se desenfocaron de nuevo cuando los relojes dejaron de sonar. No podía mantenerlos abiertos. Sentía que estaba perdiendo el conocimiento de nuevo.
“Tengo que quedarme despierta”, pensó.
Oyó un golpeteo metálico, luego sintió cuando el hombre la colocó suavemente en una superficie fría y dura. Hubo otro traqueteo, seguido de pasos y finalmente el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose. Los relojes seguían sonando.
Entonces oyó un par de voces femeninas.
“Está viva”.
“Pobre de ella”.
Las voces eran silenciosos y roncas. Meara logró abrir los ojos de nuevo. Vio que el piso era de hormigón gris. Se volvió dolorosamente y vio tres formas humanas sentadas en el suelo cerca de ella. O al menos pensaba que eran humanas. Parecían ser niñas o adolescentes, pero eran cadavéricas, poco más que esqueletos, podía ver sus huesos claramente bajo su piel. Una parecía estar apenas consciente, su cabeza colgando hacia adelante y sus ojos mirando el piso gris. Le recordaban de las fotos que había visto de los presos de los campos de concentración.
¿Todavía estaban vivas? Sí, tenían que estar vivas. Las había oído hablar.
“¿Dónde estamos?”, preguntó Meara.
Apenas oyó la respuesta.
“Bienvenida al infierno”, dijo una de ellas.
Riley Paige no vio el primer puñetazo. Aún así, sus reflejos respondieron bien. Sintió que el tiempo se detuvo cuando el primer golpe se acercó a su abdomen. Ella lo evadió perfectamente. Un gancho de la izquierda se acercó a su cabeza. Ella saltó a un lado y lo esquivó. Cuando él cerró con un golpe final a su cara, subió la guardia y tomó el golpe con sus guantes.
Luego el tiempo reanudó su ritmo normal. Ella sabía que la combinación de golpes había llegado en menos de dos segundos.
“Excelente”, dijo Rudy.
Riley sonrió. Rudy estaba esquivándola ahora, más que preparado para sus golpes. Riley hizo lo mismo, moviéndose de arriba abajo, tratando de mantenerlo en constante adivinación.
“No tienes que apresurarte”, dijo Rudy. “Piénsalo bien. Considéralo un juego de ajedrez”.
Sintió una punzada de molestia mientras seguía moviéndose. Se la estaba poniendo fácil. ¿Por qué tenía que ponérsela fácil?
Pero ella sabía que esto era así. Esta era su primera vez en el ring de combate con un oponente real. Hasta ahora había estado probando sus combinaciones en un saco. Tenía que recordar que apenas era una principiante en esta modalidad de combate. Realmente era mejor no apresurarse.
Había sido idea de Mike Nevins intentar el sparring. El psiquiatra forense que ayudaba al FBI también era buen amigo de Riley. La había ayudado a superar muchas de sus crisis personales.
Recientemente se había quejado con Mike, contándole que tenía problemas para controlar sus impulsos agresivos. Perdía los estribos frecuentemente. Se sentía tensa.
“Prueba el sparring”, le había dicho Mike. “Es una buena forma de desahogarse”.
Ahora mismo se sentía bastante segura de que Mike tenía razón. Se sentía bien tener que actuar rápidamente, tener que enfrentarse a amenazas reales en lugar de las imaginarias, y era relajante enfrentarse a amenazas que no eran realmente mortales.
Unirse a un gimnasio que la alejaba un poco de la oficina central de Quántico también había sido una buena decisión. Pasaba demasiado tiempo allí. Este era un cambio agradable.
Pero se había distraído por mucho tiempo. Y podía ver en los ojos de Rudy que se estaba preparando para otro ataque.
Eligió mentalmente su próxima combinación. Se acercó bruscamente a él para su ataque. Su primer golpe fue un gancho de izquierda que él esquivó. Respondió con un cross que rozó su casco de combate. Respondió en menos de un segundo con un jab de derecha que alcanzó con su guante. En un instante lanzó un jab de izquierda que él esquivó tambaleándose al lado.
“Buen trabajo”, dijo Rudy de nuevo.
A ella no le había parecido que lo había hecho bien. No le había dado ni un solo golpe, mientras que él la había golpeado ligeramente incluso mientras se defendía, y ella estaba comenzando a irritarse. Pero recordó lo que Rudy le había dicho al principio...
“No esperes darme muchos golpes. La mayoría de las personas no lo hacen en el sparring”.
Ella estaba mirando sus guantes, detectando que estaba a punto de lanzar otro ataque. Pero entonces ocurrió una extraña transformación en su imaginación.
Los guantes se convirtieron en una sola llama, la blanca llama de una antorcha de propano. Estaba enjaulada en la oscuridad otra vez, presa por un asesino sádico llamado Peterson. Estaba jugando con ella, haciendo que evadiera la llama para escapar su calor abrasador.
Pero estaba cansada de ser humillada. Esta vez estaba determinada a contraatacar. Cuando la llama saltó hacia su cara, se agachó y simultáneamente lanzó un jab feroz que no conectó. La llama se acercó a ella de nuevo y ella respondió con un cross que tampoco conectó. Pero antes de que Peterson pudiera hacer otro movimiento, ella lanzó un gancho que golpeó su barbilla...
“¡Oye!”, gritó Rudy.
Su voz trajo a Riley de vuelta a su realidad actual. Rudy estaba de espaldas en la alfombra.
“¿Cómo llegó allí?”, se preguntó Riley.
Entonces entendió que lo había golpeado, y fuertemente.
“¡Dios mío!”, gritó. “¡Rudy, lo siento!”.
Rudy estaba sonriendo y volviéndose a colocar de pie.
“No te preocupes”, dijo. “Eso estuvo bien”.
Siguieron con el sparring. El resto de la sesión fue tranquila, y ninguno logró tocar al otro. Pero ahora todo esto le parecía bien. Mike Nevins tenía razón. Esta era exactamente la terapia que necesitaba.
Aún así, siguió preguntándose cuando sería capaz de borrar esos recuerdos.
“Tal vez nunca”, pensó.
*
Riley cortó su bistec con entusiasmo. El chef de El Grill de Blaine hacía un buen trabajo con varios platos menos convencionales, pero el entrenamiento de hoy en el gimnasio la había dejado deseando un buen bistec y una ensalada. Su hija April y su amiga Crystal habían ordenado hamburguesas. Blaine Hildreth, el padre de Crystal, estaba en la cocina, pero regresaría en poco tiempo para terminarse su dorado.
Riley miró alrededor del comedor confortable con un profundo sentimiento de satisfacción. Se dio cuenta que su vida no incluía suficientes noches cálidas como esta con amigos, familiares y una buena comida. Las escenas que su trabajo le presentaban eran a menudo feas e inquietantes.
En pocos días testificaría en una audiencia de libertad condicional para un asesino de niños que esperaba salir de la cárcel antes de tiempo. Y necesitaba asegurarse de que eso no sucediera.
Había cerrado un caso inquietante en Phoenix hace varias semanas. Ella y su compañero, Bill Jeffreys, habían atrapado a un asesino de prostitutas. A Riley aún le costaba sentir que había hecho mucho bien solucionando ese caso. Ahora sabía demasiado de un mundo de explotación de mujeres y niñas para su propia comodidad.
Pero estaba decidida a mantener tales pensamientos fuera de su mente ahora mismo. Sentía que se estaba relajando poco a poco. Comer en un restaurante con un amigo y sus hijas le recordaba cómo sería vivir una vida normal. Estaba viviendo en un hogar agradable y acercándose a un buen vecino.
Blaine volvió y se sentó. Riley no pudo evitar observar una vez más que era atractivo. Sus entradas lo hacían verse maduro, y estaba en forma.
“Lo siento”, dijo Blaine. “Este lugar opera bien sin mí cuando no estoy aquí, pero todos deciden que necesitan mi ayuda si estoy a la vista”.
“Sé cómo es eso”, dijo Riley. “Estoy esperando que la UAC se olvide de mí por un tiempo si me quedo fuera de vista”.
“Eso es imposible”, dijo April. “Te llamarán en poco tiempo. Pronto te dirigirás a otra parte del país”.
Riley suspiró. “Pudiera acostumbrarme a que no me estén llamando a todo momento”.
Blaine terminó un bocado de su dorado.
“¿Has pensado en cambiar de carrera?”, preguntó.
Riley se encogió de hombros. “¿Qué más haría? He sido un agente casi toda mi vida adulta”.
“Estoy seguro de que hay muchas cosas que una mujer con tus talentos podría hacer”, dijo Blaine. “La mayoría de ellas son más seguras que ser agente del FBI”.
Blaine lo pensó por un momento. “Puedo imaginarte de maestra”, añadió.
Riley se rio entre dientes. “¿Crees que eso es más seguro?”, preguntó.
“Depende dónde lo hagas”, dijo Blaine. “¿Y en la universidad?”.
“Esa es una buena idea, Mamá”, dijo April. “No tendrías que viajar todo el tiempo. Y aún ayudarías a las personas”.
Riley se quedó callada, analizando lo dicho. Dar clases en una universidad sería parecido a lo que había hecho en la Academia de Quántico. Le había gustado hacer eso. Siempre le daba la oportunidad de recargarse. Pero ¿querría ser profesora a tiempo completo? ¿Podría realmente pasar todos sus días dentro de un edificio sin actividad real?
Pinchó una seta con su tenedor.
“Podría convertirme en uno de estos”, pensó.
“¿Y convertirte en investigador privado?”, preguntó Blaine.
“No lo creo”, dijo Riley. “Desenterrar secretos sucios sobre parejas que están en pleno divorcio no me llama la atención”.
“Eso no es todo lo que hacen los investigadores privados”, dijo Blaine. “¿E investigar fraude de seguros? Tengo un cocinero que está recibiendo beneficios de discapacidad, dice que su espalda no está bien. Estoy seguro que está fingiendo, pero no puedo probarlo. Podrías empezar con él”.
Riley se echó a reír. Blaine estaba bromeando, obviamente.
“O podrías buscar personas desaparecidas”, dijo Crystal. “O mascotas desaparecidas”.
Riley se echó a reír de nuevo. “¡Eso sí me haría sentir que estoy haciendo algo realmente bueno en el mundo!”.
April ya no estaba involucrada en la conversación. Riley vio que estaba enviando mensajes de texto y riéndose. Crystal se inclinó sobre la mesa hacia Riley.
“April tiene un nuevo novio”, dijo Crystal. “No me agrada”, añadió silenciosamente.
A Riley le molestaba que su hija estaba ignorando a todos los demás en la mesa.
“Deja de hacer eso”, le dijo a April. “Es grosero”.
“¿Por qué es grosero?”, dijo April.
“Hemos hablado sobre esto”, dijo Riley.
April la ignoró y escribió un mensaje.
“Guárdalo”, dijo Riley.
“En un minuto, Mamá”, dijo April.
Riley sofocó un gemido. Desde hace mucho tiempo había aprendido que “en un minuto” significaba “nunca” en el mundo de los adolescentes.
Su teléfono celular vibró en ese momento. Se sintió enojada consigo misma por no apagarlo antes de salir de casa. Miró el teléfono y vio que era un mensaje de su compañero del FBI, Bill. Pensó en no leerlo, pero simplemente no podía hacer eso.
Cuando abrió el mensaje, levantó la mirada y vio a April sonriéndole. Su hija estaba disfrutando de la ironía. Silenciosamente furiosa, Riley leyó el mensaje de texto de Bill.
“Meredith tiene un nuevo caso. Quiere discutirlo con nosotros lo antes posible”.
En agente especial encargado Brent Meredith era el jefe de Bill y de Riley. Sentía una gran lealtad hacia él. No solo era un jefe bueno y justo, sino que alzó la voz en defensa de Riley varias veces cuando tuvo problemas en el trabajo. Sin embargo, Riley estaba determinada en no dejarse llevar, al menos no por los momentos.
“No puedo viajar ahora mismo”, le respondió.
“El caso es local”, respondió Bill.
Riley negó con la cabeza, abatida. Mantenerse firme no sería fácil.
“Después hablamos”, le respondió ella.
Bill no le respondió más, así que Riley guardó el teléfono en su cartera.
“Pensé que dijiste que eso era grosero, Mamá”, dijo April con una voz tranquila y taciturna.
April aún estaba enviando mensajes de texto.
“Ya terminé con el mío”, dijo, tratando de no sonar tan molesta como se sentía.
April la ignoró. El teléfono celular de Riley vibró de nuevo. Dijo una grosería en voz baja. Vio que el mensaje de texto era de Meredith.
“Te espero en la UAC mañana a las 9 AM”.
Riley estaba tratando de pensar en una forma de excusarse a sí misma cuando le llegó otro mensaje.
“Considéralo una orden”.
Riley se sintió horrible cuando vio las dos fotos en las pantallas que estaban encima de la mesa de la sala de conferencias de la UAC. Una era una foto de una chica despreocupada con ojos brillantes y una sonrisa. La otra era su cadáver, horriblemente demacrado y acostado con los brazos apuntando en direcciones extrañas. Riley sabía que debía haber otras víctimas como esta ya que había sido ordenada a asistir a esta reunión.
Sam Flores, un técnico de laboratorio inteligente con gafas negras, estaba andando la pantalla multimedia para los cuatro agentes sentados alrededor de la mesa.
“Estas fotos son de Metta Lunoe, diecisiete años de edad”, dijo Flores. “Su familia vive en Collierville, New Jersey. Sus padres denunciaron su desaparición en marzo, había escapado de casa”.
Vieron un enorme mapa de Delaware en la pantalla que indicaba una ubicación con un puntero.
Él dijo: “Su cuerpo apareció en un campo en las afueras de Mowbray, Delaware el dieciséis de mayo. Alguien había fracturado su cuello”.
Flores colocó otras fotos, una de otra chica joven vibrante, la otra mostrando su cuerpo casi irreconocible con brazos estirados de manera similar.
“Estas fotos son de Valerie Bruner, también de diecisiete años, una chica que se había escapado de Norbury, Virginia. Ella desapareció en abril”.
Flores señaló otra ubicación en el mapa.
“Su cuerpo fue encontrado en un camino de tierra cerca de Redditch, Delaware el 12 de junio. Obviamente el mismo MO del asesinato anterior. El agente Jeffreys tuvo la tarea de investigar”.
Esto sorprendió a Riley. ¿Cómo pudo Bill haber trabajado en un caso sin ella? Entonces lo recordó. Había estado hospitalizada en junio, recuperándose de su terrible experiencia en la jaula de Peterson. Aún así, Bill la había visitado con frecuencia en el hospital. Él nunca había mencionado que también estaba trabajando en este caso.
Se volvió hacia Bill.
“¿Por qué no me dijiste nada al respecto?”, preguntó.
El rostro de Bill se veía sombrío.
“No fue un buen momento”, dijo. “Tenías tus propios problemas”.
“¿Quién fue tu compañero?”, preguntó Riley.
“El agente Remsen”.
Riley reconocía el nombre. Bruce Remsen se había transferido a otra oficina antes de su regreso.
Después de una pausa, Bill agregó: “No pude resolver el caso”.
Ahora Riley podía leer su expresión y su tono de voz. Después de años de amistad y compañerismo, entendía a Bill como nadie. Y ella sabía que estaba profundamente decepcionado consigo mismo.
Flores colocó las fotos del médico forense de las espaldas desnudas de las chicas. Los cuerpos estaban tan descompuestos que apenas parecían reales. Ambas espaldas tenían cicatrices y verdugones.
Riley se sentía incómoda por todas partes. Esta sensación la sorprendía. ¿Desde cuándo se sentía revuelta al ver fotos de cadáveres?
Flores dijo: “Ambas estaban casi muertas de hambre cuando sus cuellos fueron fracturados. También habían sido muy golpeadas, probablemente durante un largo período de tiempo. Sus cuerpos fueron trasladados al lugar donde fueron encontradas post mórtem. No tenemos idea dónde fueron asesinadas realmente”.
Tratando de no dejar que su creciente inquietud la dominara, Riley pensó en las similitudes de este caso con los casos que ella y Bill habían resuelto durante los últimos meses. El llamado “asesino de las muñecas” había dejado los cuerpos de sus víctimas donde podían ser fácilmente encontrados, posados desnudos en posiciones grotescas que asemejaban muñecas. El “asesino de las cadenas” colgaba los cuerpos de sus víctimas, cubiertos violentamente en cadenas pesadas.
Ahora Flores colocó la foto de otra mujer joven, una pelirroja que se veía alegre. Junto a la foto había una de un auto Toyota destartalado.
“Este carro pertenece a una inmigrante irlandesa de veinticuatro años llamada Meara Keagan”, dijo Flores. “Ella fue dada por desaparecida ayer por la mañana. Su carro fue hallado abandonado a las afueras de un edificio de apartamentos en Westree, Delaware. Trabajaba allí para una familia como criada y niñera”.
Ahora habló el agente especial Brent Meredith. Era un afroamericano sensato, intimidante y grande con rasgos angulares.
“Terminó de trabajar a las 11:00 de la noche”, dijo Meredith. “El carro fue encontrado la mañana siguiente”.
El agente especial encargado Carl Walder se inclinó hacia delante en su silla. Él era el jefe de Brent Meredith, era un hombre infantil con un rostro pecoso y pelo rizado color cobre. Él no le agradaba. Ella no creía que era muy competente. Tampoco ayudaba el hecho de que la había despedido una vez.
“¿Por qué creemos que esta desaparición está relacionada con los asesinatos anteriores?”, preguntó Walder. “Meara Keagan es mayor que las otras víctimas”.
Ahora Lucy Vargas intervino. Era una brillante joven novata con cabello oscuro, ojos oscuros y tez oscura.
“Puedes verlo en el mapa. Keagan desapareció en la misma zona donde los dos cuerpos fueron encontrados. Podría ser una coincidencia, pero no parece probable. No durante un período de cinco meses”.
A pesar de su creciente malestar, Riley se complació al ver a Walder hacer una mueca de dolor. Lucy lo había puesto en su lugar sin querer. Riley esperaba que no encontrara la forma de devolvérsela más adelante. Walder podía ser bastante ruin.
“Eso es correcto, agente Vargas”, dijo Meredith. “Nuestra suposición es que las jóvenes fueron secuestradas mientras hacían autoestop. Muy probable que en esta carretera que se extiende por la zona”. Señaló una línea específica en el mapa.
Lucy le preguntó: “¿El autoestopismo no está prohibido en Delaware? Obviamente puede ser difícil hacer cumplir esa ley”.
“Tienes razón sobre eso”, dijo Meredith. “Y esta no es una carretera interestatal, ni siquiera una carretera estatal, así que los autostopistas probablemente la utilizan. Al parecer el asesino también lo hace. Uno de los cuerpos fue encontrado junto a la carretera y los otros dos a menos de diez millas de ese. Keagan fue tomada aproximadamente sesenta millas al norte en esa misma ruta. Con ella usó un truco diferente. Si sigue su patrón habitual, podrá mantenerla hasta que casi muera de hambre. Entonces romperá su cuello y dejará su cuerpo botado de la misma forma”.
“No dejaremos que eso suceda”, dijo Bill con una voz firme.
Meredith dijo: “Agentes Paige y Jeffreys, quiero que se pongan a trabajar en este caso de inmediato”. Empujó una carpeta manila llena de fotos e informes hacia Riley. “Agente Paige, aquí está toda la información que necesitas para estar al corriente”.
Riley alcanzó la carpeta. Pero su mano se movió hacia atrás con un espasmo de angustia horrible.
“¿Qué me pasa?”, se preguntó.
Su cabeza estaba dando vueltas e imágenes borrosas comenzaron a formarse en su cerebro. ¿Era TEPT del caso de Peterson? No, era diferente. Era algo totalmente diferente.
Riley se levantó de su silla y huyó de la sala de conferencias. Las imágenes en su cabeza se agudizaron mientras caminó por el pasillo hacia su oficina.
Eran rostros, rostros de mujeres y niñas.
Vio a Mitzi, Koreen y Tantra, call girls jóvenes cuyo vestuario respetable enmascaraba su degradación, incluso de sí mismas.
Vio a Justine, una puta vieja encorvada con una copa en un bar, cansada y amargada y totalmente preparada para morir una muerte horrible.
Vio a Chrissy, prácticamente encarcelada en un burdel por su esposo proxeneta abusivo.
Y vio a Trinda, una muchacha de quince años que había vivido una pesadilla de explotación sexual que no la dejaba imaginar una vida diferente.
Riley llegó a su oficina y se desplomó en su silla. Ahora entendió su oleada de repugnancia. Las imágenes que había visto hace un momento habían sido el desencadenante. Habían traído a la superficie sus dudas más oscuras sobre el caso de Phoenix. Había detenido a un asesino brutal, pero ella no había logrado obtener justicia para las mujeres y las niñas que había conocido. Ese mundo de explotación seguía vivo. Ni siquiera había arañado la superficie de los males que soportaban.
Y ahora estaba más atormentada que nunca. Esto le parecía peor que el TEPT. Después de todo, podía darle rienda suelta a su rabia y horror privado en un gimnasio de sparring. No tenía forma de deshacerse de estos nuevos sentimientos.
¿Y podría trabajar en otro caso parecido al de Phoenix?
Entonces oyó la voz de Bill en la puerta.
“Riley”.
Ella levantó la mirada y vio a su pareja mirándola con una expresión triste. Estaba sosteniendo la carpeta que Meredith había intentado darle.
“Te necesito en este caso”, dijo Bill. “Es personal para mí. Me vuelve loco el hecho de que no pude resolverlo. Y no puedo evitar preguntarme si no di lo mejor de mí porque mi matrimonio se estaba desmoronando. Conocí a la familia de Valerie Bruner. Son buenas personas. Pero no me mantuve en contacto con ellos porque... bueno, los defraudé. Tengo que resolver este caso para ellos”.
Puso la carpeta en el escritorio de Riley.
“Solo échale un vistazo. Por favor”.
Salió de la oficina. Se quedó sentada mirando la carpeta en un estado de indecisión.
Ella no era así. Sabía que tenía que recuperarse.
Recordó algo de su tiempo en Phoenix mientras siguió analizando las cosas. Había sido capaz de salvar a una niña llamada Jilly. O al menos lo había intentado.
Ella sacó su teléfono y marcó el número de un refugio para adolescentes en Phoenix, Arizona. Escuchó una voz familiar al otro lado del teléfono.
“Habla Brenda Fitch”.
A Riley le alegró que Brenda contestara la llamada. Había logrado conocer a la trabajadora social durante su caso anterior.
“Hola, Brenda”, dijo. “Habla Riley. Quise llamar para ver cómo estaba Jilly”.
Jilly era una chica que Riley había rescatado de la trata de blancas, una morena flaca de trece años de edad. Jilly no tenía familia excepto por un padre abusivo. Riley llamaba cada cierto tiempo para averiguar cómo estaba Jilly.
Riley oyó a Brenda suspirar.
“Me alegra que siempre llames”, dijo Brenda. “Ojalá más personas mostraran más preocupación. Jilly todavía está con nosotros”.
A Riley se le cayó el alma. Esperaba que algún día le dijeran que Jilly se había ido con una bondadosa familia de acogida. Este no sería ese día. Riley estaba preocupada.
“La última vez que hablamos, tenías miedo de que tendrías que enviarla de regreso con su padre”.
“Ah, no, resolvimos eso de forma legal. Incluso tenemos una orden de restricción para mantenerlo lejos de ella”.
Riley dio un suspiro de alivio.
“Jilly pregunta mucho por ti”, dijo Brenda. “¿Quieres hablar con ella?”.
“Sí. Por favor”.
Brenda puso a Riley en espera. Riley de repente se preguntó si esta era una buena idea. Cada vez que hablaba con Jilly terminaba sintiéndose culpable. No sabía por qué se sentía de esa manera. Después de todo, había salvado a Jilly de una vida de explotación y abuso.
“¿Pero la salvé para qué cosa?”, se preguntaba. ¿Qué clase de vida esperaba por Jilly?
Oyó la voz de Jilly.
“Hola, agente Paige”.
“¿Cuántas veces debo decirte que no me llames así?”.
“Lo siento. Hola, Riley”.
Riley dejó escapar una risita.
“Hola, Jilly. ¿Cómo te has sentido?”.
“Supongo que bien”.
En ese momento cayó un silencio.
“Una adolescente típica”, pensó Riley. Siempre era difícil hacer que Jilly hablara.
“¿Qué haces?”, preguntó Riley.
“Me acabo de despertar”, dijo Jilly, sonando un poco aturdida. “Voy a desayunar”.
Riley luego se acordó que era más temprano en Phoenix.
“Siento llamarte tan temprano”, dijo Riley. “Sigo olvidando la diferencia horaria”.
“No te preocupes. Más bien es amable de tu parte el llamarme”.
Riley oyó un bostezo.
“¿Irás a la escuela hoy?”, preguntó Riley.
“Sí. Nos dejan salir todos los días de la prisión para hacer eso”.
Era un chiste constante de Jilly el comparar el refugio a una prisión. A Riley no le parecía muy gracioso.
Riley dijo: “Bueno, voy a dejarte desayunar y prepararte”.
“Oye, espera un momento”, dijo Jilly.
Hubo un momento de silencio. Riley pensó que oyó a Jilly sofocar un sollozo.
“Nadie me quiere, Riley”, dijo Jilly. Ahora estaba llorando. “Las familias de acogida siguen escogiendo a otras. No les gusta mi pasado”.
Riley estaba atónita.
“¿Su 'pasado'?”, pensó. “Dios, ¿cómo podría una niña de trece años tener un 'pasado'? ¿Qué le pasa a la gente?”.
“Lo siento”, dijo Riley.
Jilly habló dificultosamente a través de sus lágrimas.
“Es como... bueno, ya sabes, es...Riley, parece como si fueras la única persona a la cual le importo”.
La garganta de Riley le dolía y sus ojos le ardían. No podía responder.
Jilly dijo: “¿Podría irme a vivir contigo? No sería mucha molestia. Tienes una hija, ¿cierto? Ella podría ser como mi hermana. Podríamos cuidarnos. Te extraño”.
Riley no podía hablar.
“No...No creo que eso sea posible, Jilly”.
“¿Por qué no?”.
Riley se sintió devastada. La pregunta fue como un golpe en la cara.
“Solo... no es posible”, dijo Riley.
Todavía podía oír a Jilly llorando.
“Está bien”, dijo Jilly. “Tengo que ir a desayunar. Adiós”.
“Adiós”, dijo Riley. “Llamaré de nuevo pronto”.
Oyó un clic cuando Jilly finalizó la llamada. Riley se inclinó sobre su escritorio con lágrimas corriendo por sus mejillas. La pregunta de Jilly seguía haciendo eco en su cabeza...
“¿Por qué no?”.
Había miles de razones. Ya estaba bastante ocupada con April. Su trabajo consumía demasiado de su tiempo y energía. ¿Y estaba preparada para lidiar con las cicatrices psicológicas de Jilly? Obviamente no.
Riley se secó las lágrimas y se sentó derecha. Caer en la autocompasión no ayudaría en nada. Ya era el momento de volver al trabajo. Niñas estaban siendo asesinadas, y ellas la necesitaban.
Ella cogió la carpeta y la abrió. ¿Era el momento de volver al campo de juego?
Diablito estaba sentado en el columpio del porche viendo a los niños pasar en sus disfraces de Halloween. Generalmente disfrutaba esta época del año. Pero le pareció una ocasión agridulce esta vez.
“¿Cuántos de estos niños estarán vivos en unas semanas?”, se preguntaba.
Él suspiró. Probablemente ninguno de ellos. La fecha límite estaba cerca y nadie le estaba prestando atención a sus mensajes.
Las cadenas del columpio estaban chirriando. Estaba lloviendo ligeramente, y esperaba que los niños no se enfermaran. Tenía una cesta de dulces en su regazo, y estaba siendo bastante generoso. Se estaba haciendo tarde, y pronto no habría más niños.
En la mente de Diablito, abuelo aún se estaba quejando, a pesar de haber muerto hace años. Y no importaba que Diablito era un adulto ahora, nunca estaba libre de ese viejo.
“Mira a ese con la capa y la máscara de plástico negra”, dijo el abuelo. “Eso ni siquiera puede llamarse un disfraz”.
Diablito esperaba que él y el abuelo no estuvieran a punto de tener otra pelea.
“Él está disfrazado de Darth Vader, abuelo”, dijo.
“No importa quién demonios se supone que es. Es un disfraz barato que fue comprado en una tienda. “Yo siempre hacía tus disfraces para Halloween”.
Diablito recordaba esos disfraces. Para convertirlo en una momia, abuelo lo había envuelto en sábanas rotas. Para convertirlo en un caballero en armadura brillante, abuelo le había puesto cartulina cubierta con papel de aluminio, y él había llevado una lanza hecha con un palo de escoba. Los disfraces del abuelo siempre eran creativos.
Aún así, Diablito no recordaba esos Halloween con cariño. Abuelo siempre maldecía y se quejaba mientras le colocaba esos trajes. Y cuando Diablito llegaba a casa luego de terminar de recoger dulces... Diablito se sintió como un niño pequeño en ese momento. Sabía que el abuelo siempre tenía razón. Diablito no siempre entendía el por qué, pero eso no importaba. El abuelo tenía razón, y él estaba equivocado. Así eran las cosas. Así es como siempre habían sido las cosas.
Diablito se había sentido aliviado cuando ya se había hecho demasiado mayor para seguir recogiendo dulces. Desde entonces, había estado libre para sentarse en el porche dándoles caramelos a los niños. Se sentía feliz por ellos. Le alegraba que estuvieran disfrutando de su infancia, aunque él no había disfrutado de la suya.
Tres niños subieron hasta el porche. Un niño estaba disfrazado de El Hombre Araña, una chica de Gatúbela. Se veían como de nueve años de edad. El disfraz del tercer niño hizo a Diablito sonreír. Una niña de siete años llevaba un traje de abejorro.
“¡Dulce o truco!”, gritaron todos frente a Diablito.
Diablito se rio entre dientes y rebuscó entre la cesta para dulces. Les entregó los dulces a los niños. Ellos le dieron las gracias y se fueron.
“¡Deja de darles dulces!”, gruñó el abuelo. “¿Cuándo vas a dejar de alentar a los pequeños bastardos?”.
Diablito había estado desafiando al abuelo durante un par de horas. Tendría que pagar por ello más tarde.
Mientras tanto, el abuelo todavía estaba quejándose. “No olvides que tenemos trabajo por hacer mañana en la noche”.
Diablito no respondió, solo escuchaba el columpio del porche chirriar. No, no olvidaría lo que tenía que hacer mañana por la noche. Era un trabajo sucio, pero tenía que hacerlo.
*
Libby Clark siguió a su hermano y a su primo al bosque oscuro que estaba detrás de todos los patios del vecindario. Ella no quería estar allí, quería estar en su cama.
Su hermano, Gary, estaba liderando el camino con una linterna. Se veía extraño con su disfraz de El Hombre Araña. Su prima Denise seguía a Gary en su traje de Gatúbela. Libby estaba trotando detrás de ambos.
“Apúrense”, dijo Gary, avanzando.
Se deslizó entre dos arbustos fácilmente. Denise lo siguió, pero el traje de Libby era grande y se quedó atrapado en unas ramas. Ahora tenía algo nuevo que temer. Si arruinaba el disfraz de abejorro, mamá se volvería loca. Libby logró desenredarse y corrió para alcanzarlos.
“Quiero irme a casa”, dijo Libby.
“Adelante”, dijo Gary, avanzando a buen ritmo.
Per Libby tenía miedo de regresar. Habían avanzado demasiado ya. No se atrevía a volver sola.
“Tal vez todos deberíamos regresar”, dijo Denise. “Libby está asustada”.
Gary se detuvo y se dio la vuelta. Libby quería ser capaz de ver su rostro detrás de esa máscara.
“¿Qué pasa, Denise?”, dijo. “¿También estás asustada?”.
Denise se echó a reír de los nervios.
“No”, dijo. Libby sabía que estaba mintiendo.
“Entonces sigamos”, dijo Gary.