BIBLIOTECA AMERICANA

Proyectada por Pedro Henríquez Ureña
y publicada en memoria suya

Serie de

CRONISTAS DE INDIAS

Cronistas de las culturas precolombinas

El Fondo de Cultura Económica expresa su reconocimiento a la Unión Panamericana por haber cedido el manuscrito original de esta obra.

Cronistas de las culturas precolombinas

Antología

COLÓN / VESPUCCI / PANÉ / LAS CASAS / OVIEDO / CABEZA DE VACA / AYLLÓN / RANGEL / LAUDONNIÈRE / SAN MIGUEL / CORTÉS / DÍAZ DEL CASTILLO / MOTOLINÍA / SAHAGÚN / POMAR / ZORITA / RELACIÓN DE MICHOACÁN / LANDA / NIZA / PÉREZ DE RIBAS / TELLO / BOBADILLA / ANDAGOYA / BASTIDAS / XIMÉNEZ DE QUEZADA / SAN FRANCISCO / XEREZ / PIZARRO / MOLINA / BETANZOS / CIEZA DE LEÓN / SANTILLÁN / POMA DE AYALA / INCA GARCILASO / VAZ DE CAMINHA / SANTA CRUZ / GARCÍA / CARVAJAL / PERO FERNÁNDEZ / SCHMIDL / LÉRY / NÓBREGA / CARDIM / RODRIGUES / LOPES DE SOUSA / SOARES DE SOUSA / ACUÑA / ARÉIZAGA / VALDIVIA / LADRILLERO / GOIZUETA / CRESPÍ / MARINO ANÓNIMO / MOZIÑO

Luis Nicolau d’Olwer


Prólogo y notas Luis Nicolau d’Olwer

Primera edición, 1963
Segunda edición, 2010
Primera edición electrónica, 2012

Imagen de la portada: detalle del grabado Vista de América, en Jean de Léry, Histoire d’un voyage fait en la terre du Brasil: autrement dite Amerique (tomado de Jean de Léry, History of a voyage to the land of Brazil, otherwise called America, University of California Press, 1990)

D. R. © 1963, Fondo de Cultura Económica

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ISBN 978-607-16-1248-9

Hecho en México - Made in Mexico

SUMARIO

Primera idea de América, Pablo Escalante Gonzalbo

Prólogo a la primera edición, Luis Nicolau d’Olwer

ANTOLOGÍA

Advertencia

Primera Parte: Las avanzadas del Nuevo Mundo

Segunda Parte: Los pueblos del Nordeste

Tercera Parte: Las grandes culturas de Mesoamérica y sus anexas

Cuarta Parte: Tierra firme, de mar a mar

Quinta Parte: El mundo incaico

Sexta Parte: El laberinto fluvial

Séptima Parte: Chile y el extremo Sur

Octava Parte: El norte lejano

Índice de personas y lugares

Índice general

PRIMERA IDEA DE AMÉRICA

PABLO ESCALANTE GONZALBO

ANDABAN casi desnudos por la nieve y dormían bajo la única protección de un toldo, navegaban en canoas de corteza y roían los mejillones que sacaban del mar. Es la triste imagen de los chonos del estrecho de Magallanes que proporcionan varias fuentes; entre ellas, la crónica de Juan Ladrillero, que cruzó el paso austral a mediados del siglo XVI. Sólo unas décadas antes, en ese mismo tiempo prehispánico, comediantes e imitadores, saltimbanquis y malabaristas hacían reír a la gente, durante las fiestas, en las bulliciosas calles de México Tenochtitlan. Son los extremos de la cultura: escasez y abundancia. Abundancia de leyes, drenajes y adornos, de lenguas que se cruzan en la plaza de mercado. Escasez de artefactos, de técnicas y de manjares, de bailes o risas; austeridad: unas pieles al cuello y frío por todo el cuerpo. Pero ¿quién podría decir que no son, ambas, manifestaciones de la cultura? Tan americanos son los patagones como los mayas; tan propias de esta tierra las hazañas de los guerreros nahuas como las de los tupinambá.

El día 29 de abril del año 2008 un grupo de observadores de la situación forestal de Brasil detectó desde el aire la pequeña aldea de un grupo indígena que nunca había tenido contacto con la civilización occidental. Apuntaban sus arcos hacia el helicóptero, que aparecía ante ellos como un pájaro inmenso, tan sorprendente como lo fueron para los taínos y los mayas las primeras embarcaciones españolas, a fines del siglo XV. Acaso ese avistamiento que tuvo lugar en la Amazonia brasileña constituya la última ocasión en la que Occidente toma por sorpresa y observa a grupos nativos de América con quienes no había existido un contacto previo.

Cada vez que una expedición se propuso explorar y reconocer alguna región de América, encontró gente que la habitaba y que había adaptado su modo de vida a las condiciones del medio. Selvas, costas heladas, desiertos, mesetas situadas muchos metros más arriba de la mancha arbórea: todas las tierras de América estaban pobladas y la variedad cultural era inmensa. Una variedad infinitamente superior a la que tenemos en mente cuando resumimos la historia precolombina en la trillada fórmula “mayas, aztecas e incas”: éstos fueron, apenas, los últimos señores, los más ricos, impulsores de los imperios tardíos. ¿Pero qué hay de los otros cientos de pueblos? ¿Qué con las urbes del Misisipi y el Amazonas, con los campamentos de las pampas y de los bosques del Canadá?

Una de las cualidades del magnífico libro de Luis Nicolau d’Olwer es su afán de dar cuenta de la variedad real de los pueblos precolombinos. Cuando en 1963 salió a la luz esta antología, ya se habían empezado a publicar algunos estudios importantes que registraban la pluralidad de las culturas de la América indígena;1 pero predominaba la etnografía, enfáticamente descriptiva, apoyada en reportes de diferentes épocas. La obra de Nicolau d’Olwer contribuyó a hacer visible el hecho de que todos los pueblos americanos cuentan con registros históricos debido a los contactos tempranos con exploradores, conquistadores, misioneros y colonos europeos.

Nicolau d’Olwer no sucumbió a la tentación, que tantas veces nos atrapa, de mostrar los testimonios de las “altas culturas” y olvidar lo demás. Prácticamente peina el territorio americano, desde Vancouver hasta la Tierra del Fuego. En busca de esta idea más completa de la América indígena, D’Olwer se abstuvo de respetar las actuales fronteras culturales o políticas, como la que separa Angloamérica de Hispanoamérica. Ni el origen de las potencias colonizadoras ni los límites políticos actuales deberían incidir en la organización del estudio de la América antigua: que ahora el Misisipi esté por completo dentro de los Estados Unidos en nada modifica el hecho de que en la antigüedad prehispánica fuera la vía navegable por la que circulaban artefactos y cultivos procedentes de las costas de Venezuela, Cuba, Yucatán, Florida y Veracruz. Que hoy se hable inglés o francés en una región de América es un hecho ajeno a la evolución prehispánica de esos territorios, y sólo influye, en algunos casos, en el idioma en que están las fuentes. Nicolau d’Olwer prefirió las escritas en español (incluyó sólo algunas traducciones del portugués y del francés), pero ello no le impidió contar con copiosas narraciones de la Florida, noticias de Texas o de la Columbia Británica.

Algunos relatos, propios de navegantes y exploradores, ponen énfasis en la geografía, y aun en pormenores técnicos de la navegación. Pero incluso en ellos las noticias sobre las culturas indígenas son inevitables: el 11 de octubre de 1492 los marineros de la carabela La Pinta vieron flotar en el agua una tablilla y un palo labrado; tuvieron la impresión de que el labrado se había hecho con un instrumento de metal. Antes de haber visto a algún nativo americano, mientras se aproximaban a una pequeña isla, ya habían tenido en sus manos un vestigio de la cultura.

CRÓNICA, PREJUICIO Y ETNOGRAFÍA

Cronistas de las culturas precolombinas anuncia con precisión en su título lo que es y lo que no es. No incluye pasajes de las historias del Nuevo Mundo escritas por quienes no estuvieron en América ni por quienes, aun habiendo estado aquí, no fueron testigos presenciales de lo que narran: esto deja fuera las historias de Pedro Mártir de Anglería y López de Gómara, pero también las noticias de Clavijero sobre los mexicas, o la narración de Torquemada sobre la corte de Moctezuma. Se recogen los relatos de quienes participaron directamente en el encuentro con los indígenas, en su calidad de navegantes, exploradores, soldados, frailes o administradores. Se trata de escritos con un fuerte valor testimonial, en los cuales la impresión personal ocupa un lugar importante. Por otra parte, la recopilación se interesa principalmente en lo que estos testimonios dicen sobre las culturas indígenas, de tal suerte que casi no se incluyen relatos de batallas ni anécdotas sobre la conversión religiosa de los indios. Lo que tenemos en este libro son las descripciones y apreciaciones de las culturas indígenas puestas por escrito por quienes las conocieron directamente de fines del siglo xv a fines del siglo xvi y, en menor medida, durante el siglo XVII.

Hubo quienes decidieron o recibieron la encomienda de emprender indagaciones más profundas y sistemáticas sobre los pueblos que conocieron. Tal sería el caso de fray Bernardino de Sahagún, en México, y de Pedro Cieza de León, en el Perú, autores de cuyas obras se incluyen algunos fragmentos en esta antología. En tales fuentes el juicio tiende a moderarse frente a la presencia preponderante del dato, del análisis, de la descripción detallada: una descripción que se produce desde dentro de la cultura, por así decirlo. Pero en muchos otros casos la crónica refleja impresiones iniciales y miradas rápidas. Los diarios de a bordo, las cartas, los informes oficiosos, a menudo nos dicen tanto de los prejuicios de sus autores, de la motivación inmediata de sus viajes y de su reacción frente a lo desconocido como pudieran hablarnos de los nativos a los que aluden. Las primeras están más cerca de lo que llamamos etnografía, las segundas se hallan aún lejos de tener ese estatuto científico, pero cuentan con el enorme valor de retratar las condiciones históricas del encuentro y la crudeza de las miradas de dominio.

La descripción de las costumbres que hace Cristóbal Colón, por ejemplo, es todavía terriblemente superficial y lejana. Se torna meticuloso al hablar de la navegación de los indios, lo cual es lógico, y alcanza algún detalle también en la descripción del atuendo. Pero pronto descubrimos que no mira las orejas y cuellos por un interés etnográfico en el vestido: ¡está buscando el oro en el cuerpo de los indios! La codicia de Colón llega a ser fastidiosa; no disimula su sed de oro. Por ello mismo, su etnografía es muy pobre. ¿Qué alcanza a decir de los indios que encuentra tras sus desembarcos? Que son gente “de muy buen parecer, de la misma color que los otros de antes y muy tratable”, “todos de muy linda estatura”, “altos de cuerpos y de muy lindos gestos”.

De qué color son, de qué tamaño son, y si muestran o no muestran sus vergüenzas. Tal es el umbral de la etnografía de América: se habla de los indios como si se hablara de tipos de árboles. Vespucci describe a los caribes como “gente de gentil disposición y bella estatura” y los patagones eran, para Ladrillero, “grandes” y “de grandes fuerzas”. Entre los exploradores del área del Paraná, Ulrich Schmidl no cesa de celebrar la desnudez de las indias y glosa con detalle las pinturas que usan en senos y rodillas, mientras que Jean de Léry lamenta haber fracasado en sus afanes por hacer que las indias se vistieran.

La labor misionera fue una de las vías que permitieron a los europeos mirar a los americanos como creadores de cultura. A fines del siglo xv, en La Española, fray Ramón Pané cruzó la barrera lingüística, aprendió la lengua taína, habló con los indios, observó sus ritos y escribió la primera descripción de una religión indígena y la primera recopilación de mitos americanos. Con la obra de fray Bartolomé de las Casas, todavía en las islas, siguió abriéndose paso el esfuerzo intelectual de los occidentales por valorar y describir las peculiaridades de los pueblos americanos. Cuando leemos las líneas que dedica Las Casas a enumerar los pasos para preparar el pan de yuca, sentimos que la mirada etnográfica ha empezado a tomar el ritmo lento que precisa. Ya no es un vistazo a los indios, sino el interés por entender otra manera de hacer las cosas. En Las Casas, además, como sabemos, la descripción de las circunstancias de los pueblos indígenas llegó a tener un carácter apologético.

Un contemporáneo de Las Casas, adversario suyo en las polémicas pero tan responsable como él de la gestación de la etnografía de América, fue Gonzalo Fernández de Oviedo. Su Historia general y natural de las Indias es la obra más utilizada en la antología de Nicolau d’Olwer. Ello se debe a la naturaleza del trabajo de Fernández de Oviedo: además de registrar sus propias impresiones y explicar lo que conoció como vecino de la isla Española, nutrió su gran historia con los relatos que recogió de muchos adelantados y viajeros que, después de lograr la exploración de alguna región, o después de haber naufragado o haber sido atacados por los nativos y sobrevivir al suceso, relataban a Fernández lo que habían visto, antes de emprender el viaje de regreso a España. Varios fragmentos de la antología proceden precisamente de los testimonios que Fernández de Oviedo recogió de estos navegantes o exploradores que se encontraban en tránsito, o bien de las cartas que ellos entregaron a la Audiencia de Santo Domingo.

Entonces, la gran obra de Fernández de Oviedo tiene esas dos vertientes: sus observaciones en La Española y su recopilación de los testimonios de otros viajeros en varias regiones. Como cronista, Oviedo se anticipó a los demás en el afán de ofrecer imágenes completas de la cultura: arquitectura, mobiliario, técnicas de trabajo, alimentación o fiestas religiosas. Sus descripciones, como aquellas sobre el uso del tabaco o bien sobre la práctica del juego de pelota, denotan una observación minuciosa y una actitud científica.

En el proceso de observar y narrar las condiciones de vida de los pueblos nativos, los europeos pasaron por el trance de reconocer la humanidad de los indios; descubrieron en los americanos emociones y formas de expresión similares a las suyas, y llegaron a desarrollar cierta empatía mientras los observaban. René de Laudonnière, por ejemplo, expedicionario francés a la Florida, registró la melancolía de los indígenas a quienes él y su gente tomaron presos para llevar a Europa. Mientras se alejaban de su tierra, estos indios pasaban la noche en la cubierta del barco entonando tristes cantos. También Andrés de Segura (luego llamado fray Andrés de San Miguel) relata las expresiones de tristeza de los indios de la Florida. Después de naufragar, Segura realizó un recorrido por aquella península y pudo conocer las manifestaciones de duelo con las cuales los indios se despedían de su cacique. Cuando el náufrago salía a pescar, en las tardes, escuchaba, a lo lejos, el llanto desgarrado de un indio y de inmediato la réplica de toda la aldea que también lloraba en voz alta. Este llanto vespertino de tristeza continuaba durante un año completo.

En un naufragio que lo llevó a una travesía mucho más peligrosa e incierta que la de Segura, Álvar Núñez Cabeza de Vaca tuvo el nervio para observar y conocer a los indios de las regiones que cruzó, desde Florida hasta Nuevo México. Cabeza de Vaca estuvo a punto de perder la vida, de morirse de frío; convivió con indígenas de distintas lenguas y culturas; se vio obligado a engañarlos, fingiendo dotes de taumaturgo; fue esclavizado, logró huir y se mantuvo en movimiento hasta encontrar una ruta que lo acercara a otros exploradores europeos, lo cual logró cuando se internó en la sierra Tarahumara. Esta dura experiencia de varios años parece haber robustecido su voluntad de comprender a los indios. Desnudo en las precarias llanuras, haciendo curaciones mágicas, el náufrago cristiano no se mira superior a los indios, no se percibe tan distinto a ellos. Años después tuvo la calma de recapitular por escrito lo que había conocido de los pueblos del Norte y explicó la profunda humanidad de los indios: “Es la gente del mundo que más aman a sus hijos y mejor tratamiento les hacen”. Cuando los cronistas se detienen a reflexionar en las lágrimas y en el amor de los indios, es claro que han desechado la distancia de quienes observaban peñascos con un catalejo; se muestran interesados e involucrados con la nueva realidad.

Es muy atractivo descubrir en las páginas de las crónicas americanas el modo en que gana terreno la curiosidad y el afán de entender las culturas indígenas. Pedro Cieza de León representa ejemplarmente a quienes emprendieron el estudio de los pueblos americanos por el deseo personal de entenderlos y explicarlos. El mismo Cieza dice que, al notar las grandes y nunca vistas cosas de América, “vínome gran deseo de escribir algunas de ellas”. Después de haber participado en diversas expediciones y conquistas, así como en la represión de los Pizarro, Cieza viajó por los Andes para conocer las costumbres indígenas. Escuchémoslo, por ejemplo, tratando de entender el funcionamiento de los quipus, este sistema de nudos y cordeles con el cual los incas llevaban cuenta y registro de sus cosas:

estando en la provincia de Jauja […] rogué al señor […] que me hiciese entender la cuenta dicha de tal manera que yo me satisficiese a mí mismo […] y luego mandó a sus criados que fuesen por los quipos […] y así vi la cuenta del oro, plata, ropa que habían dado.

Busca “satisfacerse a sí mismo”, es decir, busca saber, y para ello pide explicaciones, se acerca para que los indios le describan su cultura.

LAS CIVILIZACIONES DE MÉXICO Y PERÚ

La colección de textos referentes al México antiguo incluida en este libro tiene el acierto de no referirse exclusivamente a los nahuas y de no limitarse tampoco a Mesoamérica. Nicolau d’Olwer procuró que aparecieran Michoacán y Yucatán, además del valle de México, e incluyó noticias sobre algunos pueblos de agricultores que habían tenido contacto con emigrantes y mercaderes mesoamericanos, tanto en Centroamérica como en el Noroeste, en Sonora y Sinaloa, donde también había cazadores recolectores.

Se recuperan algunos de los mejores momentos de las obras de Hernán Cortés y Bernal Díaz: esas impresionantes descripciones de quienes tuvieron la fortuna de ver en funcionamiento la vida urbana de Mesoamérica, los palacios, las grandes plazas de mercado y el ritual cortesano. Con gran tino, Nicolau d’Olwer introduce, después de los relatos de conquistadores, algunas páginas de fray Toribio de Benavente, Motolinía, autor de la crónica más temprana y una de las más completas que existen sobre el encuentro entre los misioneros y la “idolatría”. Motolinía conoció todavía vivas muchas de las prácticas prehispánicas; observó templos en pie, vio a los sacerdotes indígenas practicar sus ritos. De manera que, cuando describe con un detalle inusitado las dimensiones del orificio que se hacían los sacerdotes en la lengua, y la forma y ancho de las varas que hacían pasar por ese orificio, está hablando de algo que vio ocurrir frente a él. Ascendió a lo alto de las plataformas piramidales de los templos, las rodeó, las midió y vio de qué estaban hechas.

Los textos de fray Bernardino de Sahagún incluidos en la antología son suficientes para darnos una idea de la naturaleza distinta de su trabajo, resultado de largas conversaciones e incluso de la aplicación de cuestionarios entre diversos informantes. La obra de Sahagún es, antes que otra cosa, un proyecto de equipo, realizado con discípulos del Colegio de Tlatelolco y con la participación de otros indios de los más variados oficios, mercaderes, artesanos, médicos; gente vieja, sobre todo, que recordaba con detalle sus costumbres: cómo eran los banquetes dentro de las casas, qué hacían los nahuas cuando iba a nacer un niño, qué discursos y ceremonias se empleaban entonces, cómo era el vestido, el armamento, cómo era la arquitectura de los palacios y cómo trabajaban los artesanos de la pluma.

Además de estas fuentes, centrales para el estudio de la historia meso-americana, Nicolau d’Olwer presenta a los lectores fragmentos de las crónicas de Juan Bautista Pomar y Alonso de Zorita, e incluye algunas páginas de una obra que todavía hoy no es suficientemente conocida por el público en general: la Relación de Michoacán que suele atribuirse al franciscano Jerónimo de Alcalá. Finalmente, los breves pasajes de Diego de Landa ayudan a vislumbrar la prosperidad urbana y la riqueza de la cultura cortesana entre los mayas de Yucatán; una cultura que incluía, por cierto, a los mismos bromistas, imitadores y comediantes que vemos entre los nahuas, capaces de hacer reír a la gente para animar fiestas y banquetes.

Nicolau d’Olwer concluye la sección dedicada al México prehispánico con textos sobre regiones situadas al norte y al sur de Mesoamérica, respectivamente, y de este modo evita crear la imagen de aislamiento que a veces generan los estudios que sólo se refieren a las grandes civilizaciones. Hay, en efecto, varios fragmentos sobre grupos del Noroeste, en los que se mencionan agricultores y cazadores recolectores, y dos textos sobre Nicaragua, que formó parte de la historia de Mesoamérica. Luego hay una sección completa del libro dedicada a lo que hoy llamaríamos “área intermedia” y que se presenta con el título “Tierra firme, de mar a mar”: se trata de los territorios situados, grosso modo, entre el área mesoamericana y el área andina. Se incluye un texto de Colón, que seguía buscando oro, ahora en Nicaragua, diez años después de su primer viaje, y abundante información sobre los cuna-cueva de Panamá, de la pluma del propio Fernández de Oviedo. También se publican algunos fragmentos referentes al viaje de Pedrarias Dávila por lo que se llamó Castilla del Oro, que incluía Panamá, Costa Rica, Nicaragua y parte de Venezuela y Colombia. A través de la crónica de Gonzalo Ximénez de Quesada, también preservada gracias a la monumental obra de Oviedo, nos damos una idea de la riqueza de Tunja y Bogotá, los señoríos de cultura más compleja en el área intermedia. Allí hay constancia de las cuatrocientas esposas del señor de Bogotá y de los cien mil hombres que podía desplazar para la guerra.

El apartado correspondiente al mundo incaico ofrece un panorama bastante completo de las fuentes que hay para el área. Empieza con unas páginas de Francisco de Xerez, secretario de Francisco Pizarro, donde se encuentran las primeras impresiones de los europeos sobre Atahualpa y Caxamarca, y versiones todavía imprecisas del Cuzco. Se incluye también una parte del relato que Hernando Pizarro envió a la Real Audiencia de Santo Domingo y que Fernández de Oviedo copió literalmente. En esas páginas aparece por primera vez la noticia de uno de los rasgos originales de la civilización incaica, único en América: su red de caminos de cientos de kilómetros, apisonados y empedrados, y los puentes colgantes que hasta hace pocos años tejían con fibras vegetales los habilísimos artesanos de las quebradas andinas.

Para el tema de la religión inca, Nicolau d’Olwer utiliza una narración del español Juan de Betanzos, traductor al quechua de Francisco Pizarro e intérprete oficial de la Audiencia. Betanzos ofrece detalles muy interesantes sobre la vida religiosa en tiempos de Atahualpa, pues conocía de cerca la tradición cortesana cuzqueña: estaba casado con la princesa Añas, hermana del inca. También tiene esta antología el acierto de incluir un fragmento sobre el gobierno, la organización territorial y las instituciones de los incas, de la pluma del jurista Fernando de Santillán.

No podían faltar, desde luego, las mejores obras etnográfico-históricas sobre la sociedad inca, la Crónica del Perú de Pedro Cieza de León y la Nueva corónica y buen gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala, representativas de las vertientes española e indígena de la historiografía peruana. De Cieza se incluyen pasajes referentes al dominio de los incas, a sus políticas de colonización, a sus recursos administrativos, a su historia y su lengua. De Nueva corónica y buen gobierno de Guaman Poma Nicolau d’Olwer utilizó algunos capítulos sobre el calendario y las penas judiciales, y al hacerlo fue pionero en el rescate de una fuente que hoy se considera fundamental para las investigaciones sobre la historia andina. El estudio publicado por John V. Murra y Rolena Adorno, veinte años después de que Nicolau d’Olwer preparara su obra, se ha encargado de establecer en el medio académico la importancia de la obra de Poma como un texto privilegiado para entender la interacción de las culturas indígena y española, pues al conocimiento profundo de la tradición nativa que tenía —por herencia familiar— Poma sumaba el fuerte contacto con la tradición cristiana y con los libros y las obras de los europeos.

La sección dedicada al mundo andino termina con una de las obras literarias más importantes de cuantas se refieren al pasado americano: los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega, sobrino bisnieto de Huayna Capac Inca, que recuerda su tierra con melancolía después de vivir cuarenta años en España, la patria de su padre. Es difícil saber a ciencia cierta cuáles son las observaciones y los datos de Garcilaso que se basan en su experiencia de juventud, cuando vivía en Perú, y cuáles proceden de los libros y documentos que revisó, nostálgico, en España. Lo cierto es que sorprende el detalle que alcanza en el relato: sobre las kilométricas redes de irrigación de los incas, sobre el sistema de chasquis, relevos corredores para enviar mensajes verbales, o sobre el modo en que se ensamblaban los gigantescos bloques de piedra que formaban la muralla de Sajsahuaman. La obra del Inca Garcilaso es, además, una de las crónicas de América que con mayor vehemencia clama por el reconocimiento de la grandeza y la gloria de los reinos de estas tierras.

LA HISTORIA, DE LA LENTITUD FLUVIAL AL FRÍO AUSTRAL

Vale la pena insistir en que las culturas precolombinas que interesan a Nicolau d’Olwer son todas las culturas de los pueblos americanos y no sólo aquellas en las que hubo tronos y altos palacios. En la sección que él llama “El laberinto fluvial” hay casi ciento cincuenta páginas dedicadas a los grupos del sur del Brasil (de Bahia a Pôrto Alegre y en especial de las cuencas de los ríos de la Plata y Paraná) y del Amazonas.

La arqueología y la historia de la segunda mitad del siglo xx nos han permitido vislumbrar una Amazonia distinta de las puras aldeas de flechadores que reaccionaban con temor ante las embarcaciones que mareaban sus meandros. Hay indicios de enormes poblados que fueron casi ciudades palafíticas y vestigios de una cerámica y una iconografía mítica que pueden haber sido las más antiguas del continente y que habrían influido en el arte y el pensamiento de los Andes y de Mesoamérica. Contamos hoy, entonces, con esa noticia sobre un desarrollo cultural que tuvo consecuencias más allá de su región, pero habría que comenzar por recuperar y releer la historia del Amazonas, del Paraná y de las tierras aledañas a través de los testimonios del tiempo de las conquistas española y portuguesa. Esas crónicas bastarían para darse cuenta de que la breve imagen, casi cinematográfica, de los dardos envenenados y la pintura roja en la piel, es my limitada.

En los primeros contactos de los europeos con los pueblos de las tierras bajas de Sudamérica se repiten algunas de las actitudes y observaciones que hemos visto en las Antillas o en la Florida. La carta de Pero Vaz de Caminha al rey don Manuel, con la que Nicolau d’Olwer inicia su recopilación, nos recuerda las de Colón: se ocupa en primer lugar del color que tienen los indios y del modo en que se arreglan el pelo. Invitados a subir a la embarcación, los nativos comen y beben lo que los europeos les ofrecen, y Vaz de Caminha los observa exhaustivamente hasta que se quedan dormidos, ahítos y quizás ebrios. Entonces aprovecha el cronista el plácido sueño de los indios para observar su sexo, y pone por escrito que no estaban circuncidados. Entre los testimonios más tempranos se incluyen también algunos fragmentos de Vespucci y de Alonso de Santa Cruz, y la noticia de Diego García, quien realizó el primer reconocimiento del río de la Plata y del bajo Paraná.

La antología recoge algunas páginas del relato de fray Gaspar de Carvajal, en el que se describe la primera travesía completa del Amazonas (1541-1542), la célebre expedición de Orellana. La crónica de Carvajal tiene tres ingredientes que con mucha frecuencia aparecen juntos en América: narración detallada, imágenes visuales que ayudan a evocar esos momentos únicos y audaces fantasías que conectan la literatura de exploración con siglos de literatura fantástica medieval. Así, Carvajal describe con detalle las corrientes de agua, las aldeas, las chozas y las prácticas militares de los indios ribereños; explica que los bergantines de la expedición española parecían puercoespines por la cantidad de flechas que llevaban clavadas, debido a la lluvia de proyectiles con la que los repelían cuando intentaban aproximarse a algunas aldeas, y finalmente informa sobre la existencia de las amazonas. El fraile dice que las ha visto salir al frente de algunos grupos de guerreros: dice que son altas, que tienen el cabello muy largo, que van desnudas y sólo se cubren sus vergüenzas, que tienen muy largos brazos y que son muy hábiles con el arco y la flecha; eran ellas quienes tenían los bergantines españoles forrados de púas.

La visión de seres fantásticos ocurrió durante décadas y aún había quienes los veían después de un siglo de exploraciones. Fernão Cardim, explorador portugués de la región de Bahia, no lo vio con sus propios ojos pero recogió numerosos testimonios a los cuales dio pleno crédito; existían unos seres de aspecto humano que vivían en el agua; los hombres tenían los ojos hundidos pero las mujeres eran hermosas. Estas criaturas atrapaban a las personas que se acercaban al agua, las abrazaban con tanta fuerza que les quebraban los huesos y luego se comían sus ojos, sus narices, las puntas de sus pies y de sus manos y sus genitales. Finalmente arrojaban en las playas los cadáveres carcomidos.

“Un pintor allá afuera tendría que esforzarse para pintar esto”, tal dice Ulrich Schmidl, marino alemán que viajó en la expedición de Pedro de Mendoza, de la cual resultó la fundación de Buen Aire (luego Buenos Aires) y la primera exploración de Asunción. Internarse por el Paraná, pasar al Paraguay, era entrar en un mundo, era estar “adentro”, y Schmidl hubiera querido que alguien de los de “afuera” viera lo que él y sus compañeros expedicionarios veían, e incluso que pudiera pintarlo. Schmidl también deja un testimonio interesante de la variedad de pueblos y de las condiciones demográficas de la zona. El asedio a Buen Aire, concertado por 23 000 indios charrúas y guaraníes, habla de una organización política mucho más compleja que la de una tribu de arqueros.

Nuevamente son los testimonios de gente religiosa que vivió entre los indios los que ofrecen la mayor cercanía y los detalles de una observación pausada de las rutinas cotidianas. El hugonote Jean de Léry, que aprendió la lengua tupí, se esmera en describir las cosas nuevas que ve utilizar a los nativos, como la maraca y la parrilla para asar o bucán. También él repara con inquietud en la desnudez de las mujeres pero, a diferencia de Schmidl, se afana en convencerlas de que se tapen. Las cartas enviadas desde Brasil por el padre Manoel da Nóbrega completan y confirman buena parte de la información ofrecida por Jean de Léry en su diario de viaje. Es igualmente rica la información de los jesuitas Fernão Cardim, que visitó todas las misiones de la provincia en Brasil, y de Jerónimo Rodrigues, que viajó hacia el sur del Paraná, hasta Rio Grande do Sul.

La recopilación de Luis Nicolau d’Olwer termina con algunos textos referentes a los extremos meridional y septentrional de América. Hay unas páginas de Juan de Aréizaga, que relata el paso de su expedición, en 1526, por el estrecho de Magallanes. Uno de los datos en los que Aréizaga insiste y que otros autores han puesto en duda es el gigantesco tamaño de los indios, a quienes se llamaba “patagones” desde la expedición de Magallanes: el padre Aréizaga recuerda que los españoles apenas les llegaban a los indios a la cintura. Hay unos fragmentos de Pedro de Valdivia sobre los araucanos; se trata de unas líneas muy interesantes: Valdivia fue uno de los conquistadores que, como Cortés o Díaz del Castillo, llegaron a conocer bien y a admirarse de las culturas indígenas que conocieron. En la Araucania Valdivia se admira de todo lo que ve: linda tierra, abundante en todo, gente hermosa, buena ropa… Trágicamente, esa gente, “hermosa” pero altiva y valiente también, habría de darle muerte a Valdivia en la famosa batalla de Tucapel. Las últimas páginas de esta brillante antología están dedicadas al “Norte lejano”, a California y a lo que hoy conocemos como Columbia Británica.

La antología de Luis Nicolau d’Olwer no ha perdido interés ni vigencia en cuarenta y cinco años. Incluso al contrario, hoy es más necesario que entonces que los lectores de habla hispana, y los americanos en particular, emprendan la lectura de una obra que despliega el largo biombo de América, que abre todas las ventanas de América. Y es que estamos sumidos en esta paradoja de la globalización: cuando más vinculados nos sentimos con “el mundo”, menor importancia damos al conocimiento de las historias de quienes son nuestros vecinos y parientes de tradición y cultura. Es un error porque los mexicanos podríamos reconocernos en los peruanos, y aprenderíamos mucho del complejo juego de semejanzas y diferencias que tenemos con los brasileños. El pasado de Ecuador y Colombia se entendería mejor si se pensara mirando, a la vez, a Panamá y a Mesoamérica. Incluso en las regiones de Estados Unidos y Canadá donde aún viven los descendientes de los pobladores originarios, y en áreas como el Misisipi, en las que hubo procesos de colonización afines a los de Iberoamérica, hay claves históricas comunes que debemos recuperar.

La lectura de las fuentes sobre la gran tradición indígena que forma el sustrato de América es urgente para quienes acepten que la reconstrucción de las identidades regionales es un paso necesario hacia una globalización que no sea necesariamente etnocida; y para los demás será también, siempre, una lectura apasionante.

ACTUALIZACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Luis Nicolau d’Olwer murió en 1961 y por lo tanto todas las noticias bibliográficas que reunió y colocó antes de cada fragmento de la antología son anteriores a esa fecha. Con la ayuda de los maestros Marisa Álvarez Icaza y Martín Olmedo he tratado de actualizar esa información. En muchos casos han aparecido excelentes ediciones críticas posteriores a la fecha de la primera edición de Cronistas de las culturas precolombinas y, en general, el lector cuenta hoy con más herramientas para extenderse en las lecturas que despierten su interés. A continuación se presentan los datos sobre las principales ediciones recientes de las fuentes empleadas en la antología. Ocasionalmente se mencionarán algunos impresos anteriores a 1961 que, por alguna razón, no fueron registrados por Nicolau d’Olwer.

I. Las avanzadas del Nuevo Mundo

Cristóbal Colón. Cuando Nicolau d’Olwer realizó la antología, había ya muchas ediciones y traducciones de los textos de Colón, y especialmente de la carta con la narración del primer viaje. Incluso se había publicado en México una edición facsimilar de la primera edición: Carta de Colón en que da quenta del descubrimiento de América, edición facsimilar del texto latino publicado en Roma en 1493, con la traducción castellana, México, Imprenta Universitaria, 1939. Meses después de la muerte de Nicolau d’Olwer apareció la edición de Sanz, que ha sido editada varias veces: Diario de Colón: Libro de la primera navegación y descubrimiento de las Indias, Carlos Sanz (edición), Madrid, Gráficas Yagües, 1962. Otras ediciones posteriores: Diario, Luis Arranz (edición), México, Espasa Calpe, 1984. Los cuatro viajes; Testamento, Consuelo Varela (edición), Madrid, Alianza, 1986. Diario de a bordo, Luis Arranz Márquez (edición), Madrid, Dastin, 2000. Una nueva impresión de la edición de Anzoátegui: Viajes, Ignacio Anzoátegui (edición), Madrid, Espasa Calpe, 2006.

Amerigo Vespucci. A pesar de haberse publicado unos años antes, no se incluyó en la noticia bibliográfica que Nicolau d’Olwer acostumbraba dar la edición argentina: Cartas, Roberto Levillier (edición), Buenos Aires, Editorial Nova, 1951. Posteriormente aparecieron: Carta de Américo Vespucio al Gonfaloniero de Florencia Pier Soderini o carta de las cuatro navegaciones, Madrid, Real Academia de la Historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Fundación MAPFRE América, 1994. (Serie II, Temáticas para la Historia de Iberoamérica, vol. 20.) Cartas, Luciano Formisano (edición), Madrid, Alianza, 1986. (El Libro de Bolsillo. Sección: Clásicos, 1215.) De esta última hay una traducción neoyorquina de Marsilio, 1992. Vale la pena citar también una edición de divulgación: Cartas, Madrid, Anjana, 1983.

Fray Ramón Pané. Una década después de publicarse Cronistas de las culturas precolombinas ocurrió el rescate editorial de la obra de fray Ramón Pané, gracias al esfuerzo singular de Siglo XXI, que supo iluminar ciertos temas y obras americanos muy importantes. Relación acerca de las antigüedades de los indios, José Juan Arrom (edición), México, Siglo XXI, 1974. Esta versión de Arrom ha sido reeditada en varias ocasiones.

Fray Bartolomé de las Casas. Nicolau d’Olwer pudo ya utilizar la edición canónica de Millares Carlo de la Historia de las Indias, pues había sido publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1951. En cuanto a la Apologética, la edición crítica que se utiliza hoy en día salió a la luz algo después que el libro de Nicolau d’Olwer: Apologética historia sumaria: Cuanto a las cualidades, dispusición, descripción, cielo y suelo destas tierras, y condiciones naturales, policías, repúblicas, manera de vivir e costumbres de las gentes destas Indias Occidentales y meridionales cuyo imperio soberano pertenece a los reyes de Castilla, Edmundo O’Gorman (edición), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1967. La única edición completa de las obras de Las Casas se publicó en España con el presupuesto del programa Quinto Centenario de los viajes de Colón: Obras completas, edición preparada por la Fundación “Instituto Bartolomé de las Casas”, bajo la dirección de Paulino Castañeda Delgado, 15 vols., Madrid, Junta de Andalucía, Sociedad Estatal V Centenario y Alianza, 1988-1993.

Gonzalo Fernández de Oviedo. Al parecer Nicolau d’Olwer utilizó la primera edición completa de la Historia… de Oviedo, que había sido publicada por la Real Academia de la Historia a mediados del siglo xix. Ya existía, sin embargo, otra edición completa, que es la que el día de hoy puede consultarse con menos dificultades en las bibliotecas: Historia general y natural de las Indias, Juan Pérez de Tudela Bueso (ed.), 5 vols., Madrid, Ediciones Atlas, 1959. (Biblioteca de Autores Españoles, 117-121.)

II. Los pueblos del Nordeste

Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Hay múltiples ediciones de las dos obras de Cabeza de Vaca, los Naufragios (donde se relata el periplo de la Florida hasta México) y los Comentarios… (sobre su expedición como segundo adelantado al Río de la Plata). Ambas obras se publicaron en el siglo xvi y las ediciones posteriores siguen las características de aquéllas. Por su valor literario y la aventura que en esta obra se narra, Naufragios ha sido publicada de manera independiente más veces que los Comentarios. Una de las últimas versiones es: Naufragios, Trinidad Barrera López (edición), Madrid, Alianza, 2001. Anteriormente se había publicado una edición crítica en Castalia: Los naufragios, Enrique Pupo-Walker (edición), Madrid, Castalia, 1992. (Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 5.) Desde 1922 Espasa Calpe ha publicado las dos obras juntas: Naufragios y comentarios, con dos cartas (Y la relación de Hernando de Ribera), Madrid, Espasa Calpe, 1922. (Viajes Clásicos.) En 1942 incluyó la obra en la Colección Austral: Naufragios y comentarios, con dos cartas (Y la relación de Hernando de Ribera). Madrid, Espasa Calpe, 1942. (Colección Austral, 304.)

Lucas de Ayllón. Relato contenido en la Historia general … de Fernández de Oviedo, antes citada.

Rodrigo Rangel. Relato contenido en la Historia general … de Fernández de Oviedo, antes citada.

René de Laudonnière. Después de la aparición de Cronistas de las culturas … se ha publicado una nueva edición en francés: Histoire notable de la Floride, Sarah Lawson y John Faupel (edición), West Sussex, Antique Atlas Publications, 1992, y hay una traducción al inglés: Three Voyages, Charles Bennett (edición), Gainesville, University Presses of Florida, 1975.

Fray Andrés de San Miguel (nacido Andrés de Segura). Se sigue utilizando y citando en publicaciones académicas la misma edición de 1902 empleada por Nicolau d’Olwer.

III. Las grandes culturas de Mesoamérica y sus anexas

Hernán Cortés. Luis Nicolau d’Olwer consigna los hechos fundamentales sobre la edición de las cartas de Cortés y no es preciso repetirlos. Vale la pena señalar que la primera edición mexicana de las únicas tres cartas de relación conocidas antes de 1777 se imprimió, en edición facsimilar, en 1981: Historia de Nueva España escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés. Aumentada con otros documentos y notas por Francisco Antonio Lorenzana, edición facsimilar, 4 vols., México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1981. Continúa publicándose, desde 1922, la edición de Dantin Cereceda (basada a su vez en la de Gayangos de 1866), por Espasa Calpe, desde 1945 en la Colección Austral. La mayor contribución para la lectura y estudio de la obra de Cortés ha sido la publicación de la biografía y la recopilación general de documentos realizadas por José Luis Martínez, Hernán Cortés, México, UNAM/Fondo de Cultura Económica, 1990; Documentos cortesianos, 4 vols., México, UNAM/Fondo de Cultura Económica, 1990-1992.

Bernal Díaz del Castillo. La edición de Joaquín Ramírez Cabañas, de 1939 (citada por Nicolau d’Olwer), pasó de la Editorial Robredo a la Editorial Porrúa (1955), y es la que actualmente forma parte de la Colección “Sepan Cuantos…” (desde 1960). La edición crítica más avanzada, en la que se incluye un cotejo pormenorizado de las versiones impresas y del “Manuscrito de Guatemala”, es la de Sáenz de Santa María: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, edición crítica de Carmelo Sáenz de Santa María, 2 vols., Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1982. La contribución más reciente es la edición y estudio crítico del manuscrito de Guatemala: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Manuscrito “Guatemala”), José Antonio Barbón Rodríguez (edición), México, El Colegio de México/UNAM/Servicio Alemán de Intercambio Académico/Agencia Española de Cooperación Internacional, 2004.

Fray Toribio de Benavente, Motolinía. Hay tres ediciones fundamentales de la obra de Motolinía, las tres posteriores a la muerte de Nicolau d’Olwer y debidas al trabajo de Edmundo O’Gorman. Don Edmundo demostró que la Historia de los indios… era un manuscrito que no había salido de la mano del franciscano; se trata de una copia apócrifa con alteraciones y numerosas omisiones. Asimismo precisó que la obra conocida como Memoriales… se encontraba más cerca del manuscrito original de Motolinía pero tampoco era el original. Finalmente, O’Gorman optó por preparar una reconstrucción del manuscrito perdido, cotejando la Historia, los Memoriales y las referencias al viejo manuscrito en otras obras de autores que lo conocieron. Las tres obras son: Historia de los indios de la Nueva España. Relación de los ritos antiguos, idolatrías y sacrificios…, Edmundo O’Gorman (edición), México, Editorial Porrúa, 1969 (Colección “Sepan Cuantos…”, núm. 129); Memoriales o Libro de las cosas de las Nueva España y de los naturales de ella, Edmundo O’Gorman (edición), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1971; El libro perdido: Ensayo de reconstrucción de la obra histórica extraviada de fray Toribio, Edmundo O’Gorman (compilación y edición), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1989.

Fray Bernardino de Sahagún. Desde 1956 existía la edición de la Historia general de Sahagún preparada por el padre Ángel María Garibay, y Nicolau d’Olwer la registra. Hasta hace poco era la mejor edición disponible. Tenía el inconveniente de basarse en la edición de Carlos María de Bustamante, realizada entre 1829 y 1830, a partir de lo que conocemos como “manuscrito de Tolosa”, que no es el original que preparó Sahagún sino una copia. En 1982 se publicó por primera vez la paleografía de las columnas en castellano del Códice florentino, éste sí, manuscrito original de Sahagún y sus ayudantes: Historia general de las cosas de Nueva España. Primera versión íntegra del texto castellano del manuscrito conocido como Códice florentino. Josefina García Quintana y Alfredo López Austin (paleografía y edición), México, Banamex, 1982. No existe todavía una traducción completa al español del texto náhuatl pero se ha terminado de publicar la traducción al inglés, que estaba en proceso cuando Nicolau d’Olwer escribía: Florentine Codex. General History of the Things of New Spain, Fray Bernardino de Sahagún, Charles E. Dibble y Arthur J. O. Anderson (trad. y est.), 13 vols., Utah, School of American Research, The University of Utah, 1950-1982. En 1979 se publicó una edición facsimilar del Florentino: Códice florentino. Manuscrito 218-20 de la Colección Palatina de la Biblioteca Medicea Laurenciana (ed. facs.), 3 vols., México, Secretaría de Gobernación, AGN, 1979.

Juan Bautista Pomar. En 1975 se hizo una edición facsimilar de la versión de García Icazbalceta que usó Nicolau d’Olwer: Relación de Tezcoco. Siglo XVI. Edición facsimilar de las de 1891 con advertencia preliminar y notas de Joaquín García Icazbalceta, México, Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, 1975. En 1986 apareció una nueva edición, basada en el manuscrito de la Biblioteca Bancroft de la Universidad de Texas. Es la más rigurosa y reciente: Relaciones geográficas del siglo XVI: México, tomo tercero, René Acuña (edición), México, UNAM, 1986. La “Relación de la ciudad y provincia de Tezcoco” aparece entre la p. 21 y la p. 113.

Alonso de Zorita. Durante muchos años no estuvo disponible ninguna edición de la obra de Zorita distinta de la que conoció Nicolau d’Olwer. La primera y única edición completa de la relación de Zorita se publicó en 1999: Relación de la Nueva España, 2 vols., Ethelia Ruiz Medrano, Wiebke Ahrndt y José Mariano Leyva (edición), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1999.

Relación de Michoacán. La edición más completa y documentada de la Relación de Michoacán, en la época en que se elaboró la presente antología, era la que publicó Editorial Aguilar en Madrid en 1956 (que ya incluía el facsímil y los estudios), reeditada en México en 1977. El interés en esta obra no ha cesado de crecer en las últimas décadas; prueba de ello es el número de nuevas ediciones que se han preparado. Entre ellas: La relación de Michoacán, Francisco Miranda (edición), Morelia, Fimax Publicistas, 1980; Relación de Michoacán, Moisés Franco Mendoza (edición), Zamora y Morelia, El Colegio de Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán, 2000. Y un facsímil detalladísimo: Relación de Michoacán, Armando Mauricio Escobar Olmedo (edición), Madrid, Patrimonio Nacional en coedición con el Ayuntamiento de Morelia, 2001. (Colección Thesaurus Americae, 3.)

Fray Diego de Landa. La edición de Ángel María Garibay, citada por Nicolau d’Olwer, es la más utilizada y ha sido reeditada frecuentemente. Otras ediciones posteriores: Relación de las cosas de Yucatán, María del Carmen León Cázares (edición), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994; Relación de las cosas de Yucatán, Miguel Rivera Dorado (edición), Madrid, Historia 16, 1985. (Crónicas de América, 7.)

Fray Marcos de NizaRelaciónRomance PhilologyPor los senderos de la quimera