En Serio,

17.

Edición en formato digital: diciembre 2020

© de la traducción: Montse Tutusaus, 2019

© de la presente edición: La Fuga Ediciones, 2020

Diseño gráfico: Tactilestudio Comunicación Creativa

ISBN: 978-84-123107-1-9

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Jaroslav Hašek

Cómo encontré al autor de mi necrológica

Relatos de humor autobiográficos

traducción de Montse Tutusaus

Jaroslav Hašek

(Praga 1883 - Lipnice nad Sázavou 1923)

Nacido en Praga en una familia arruinada a causa de los problemas de alcoholismo del padre, Jaroslav Hašek tuvo siempre una vida al límite. Despedido de varios trabajos por su afición a la bebida, se dedicó al periodismo acercándose a los ambientes anarquistas. En 1911 fundó el Partido del Progreso moderado dentro de los Límites de la Ley y se presentó como candidato a las elecciones generales. Durante la I Guerra mundial combatió en las filas del ejército austrohúngaro (experiencia que narra en su única novela Las aventuras del buen soldado Švejk), desertó y se incorporó al ejército revolucionario ruso, donde llegó a ser comandante de todas las operaciones en Siberia. De vuelta en Praga, murió de alcoholismo a los cuarenta años.

Títulos:

- Cómo encontré al autor de mi necrológica

- Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley

- El buen soldado Švejk antes de la guerra

Cómo encontré al autor de mi necrológica

Mi confesión

El panfleto 28 de octubre trata en varias columnas de comprometer mi reputación delante de la opinión pública. Reconozco que lo que dice tiene fundamentos reales. Pues no solo soy un pillo y un granuja de cuidado como me describen ahí sino también todo un depravado.

Siendo así, trataré de ofrecer material detallado para que los redactores puedan seguir arremetiendo contra mí. Esta será mi más sincera confesión pública.

Así pues:

Confieso a Dios todopoderoso y a ustedes señores diputados Modráček y Hudec que...

Al nacer ya causé grandes estragos en la vida de mi madre y la pobre no pegó ojo en varios días y noches.

A los tres meses maté de un mordisco a mi nodriza y el asunto acabó en manos del tribunal del juzgado penal. En ausencia de este servidor, mi pobre madre fue condenada a tres meses por negligencia en los cuidados del niño. Miren si ya era perverso que no me presenté a declarar ni siquiera una palabra en su favor.

Al contrario, seguí creciendo alegremente y mostrando instintos animales.

A los seis meses me zampé a mi hermano mayor, y no solo eso, después le robé las santas imágenes que llevaba en el mini ataúd y las escondí en la cama de la sirvienta. La infeliz terminó despedida y condenada a diez años por haber robado a un cadáver. Por si no bastara, la pobre mujer encontró al cabo de un tiempo la muerte de forma violenta. Fue en el transcurso de una riña con otras reclusas a la hora del paseo diario. Como consecuencia, el que era su pretendiente se suicidó dejando seis pequeños bastardos. Con el tiempo, varios de ellos serían destacados ladrones internacionales de hoteles. Uno llegó a prelado de los canónigos premostratenses y el último, el mayor, escribe para el 28 de octubre.

Cuando tenía un año, en Praga no quedaba un solo gato al que un servidor no le hubiera pinchado los ojos y cortado la cola. Y cuando salía a pasear con mi institutriz los perros me evitaban ya de lejos. La institutriz, sin embargo, no llegó a hacer muchos paseos conmigo, a los dieciocho meses la llevé al cuartel de la plaza Karlovo y la entregué a los soldados a cambio de dos paquetes de tabaco.

La mujer no sobrevivió a tanta indecencia, se hizo atropellar en Veleslavín por un tren de pasajeros. Lo que pasa es que, con el obstáculo, el tren descarriló y hubo dieciocho muertos y doce heridos graves. Entre los muertos se hallaba un pajarero. Las jaulas quedaron destrozadas pero por obra de Dios se salvó un pechiazul (L.v. cyanecula), miembro de la familia de los muscicápidos. El pechiazul cuenta con un plumaje marrón grisáceo en la parte superior y de una tonalidad algo más clara en la zona de la cola. En la garganta y el pecho, sin embargo, las plumas son azuladas con una franja en el medio de color blanco o rojo oxidado. El vientre es también blanco. Aunque presente en nuestras latitudes, el pechiazul se deja ver en las zonas húmedas cubiertas de matorrales solo en contadas ocasiones. Se alimenta de gusanos e insectos. Cuando los atrapa mueve la cola. En cautividad, se amansa rápidamente y canta con fervor. (Véase la Enciclopedia de Otto, volumen XVII, página 494, entrada Pechiazul – Pechina).

A los tres años no había chiquillo más pervertido en toda Praga que yo. A tan temprana edad mantuve una relación sentimental con la esposa de una personalidad distinguida. De haberse hecho público el affaire, a buen seguro habría escandalizado toda la ciudad y alrededores.

A los cuatro años me escapé de casa porque le había abierto la cabeza a mi hermana Máňa con la máquina de coser. Me largué sin olvidar apoderarme antes de varios miles de guldens que después derroché en el barrio judío con una pandilla de ladrones.

Cuando, al cabo de poco, me quedé sin dinero, me mantuve un tiempo a base de limosnas y hurtos, haciéndome pasar por el hijo del noble señor Thun (que por aquel entonces todavía era conde).

Me cogieron y me encerraron en el reformatorio de Libeň pero acabé incendiándolo. En el trágico accidente fallecieron todos los maestros, y es que previamente me encargué de cerrarles la puerta de la habitación desde fuera.

Me esperaban tiempos difíciles. A los cinco años me arrastraba hambriento por las calles de Praga robando panecillos a los panaderos y manzanas en las paradas. Sin embargo, mi situación mejoró considerablemente cuando asalté el templo de Santo Tomás y robé un cáliz dorado. Se lo vendí por un gulden a un tipo del barrio judío y, cuando hube malgastado el dinero en cierta casa de la siniestra calle Umřlec, fui a chantajear al judío amenazándolo con delatarlo a la policía. Así le fui quitando un gulden detrás de otro hasta que al final el hombre fue a delatarse él mismo para ahorrar costes.

Las circunstancias me empujaron a marcharme de Praga, y me encaminé en esa ocasión a Polná. Si mi confesión tiene que ser sincera y completa, declaro públicamente que a la chica de Polná no la mató Hilsner sino yo1. ¡Por tres guldens lo hice!

Como es lógico, quedarse en Polná era impensable así que me fui a pie hasta Viena. Llegué a dicha ciudad con los seis años ya cumplidos y sin medios para regresar a Praga, por lo que me vi obligado a atracar un banco de la Herrenstrsasse. Claro que antes me tocó estrangular a cuatro guardias. Lo hice escrupulosamente.

Fue, es cierto, uno de mis peores actos, nada fácil de justificar, pero si piensan que me moría de ganas de volver a casa y de ver después de tanto tiempo a mis angustiados padres...

Pero no nos pongamos sentimentales. Llegué felizmente a Praga en tren después de engatusar a una anciana en el balconcito del último vagón. Le arranqué el bolso y la empujé en plena marcha. Cuando, después, los demás pasajeros la buscaban, les dije que la señora había bajado en la anterior parada y que les mandaba un saludo muy cordial.

Con todo, cuando llegué a casa mis padres ya habían fallecido. Mi padre hacía unos dos meses que se había ahorcado, tanta era la pena que le causaba mi perversión. Y mi madre se había tirado del puente Carlos. Por lo visto, durante el salvamiento el bote de los rescatadores volcó y se ahogaron todos.

Y como finalmente envenené a toda la familia de mi pobre tío para apropiarme de la libreta de ahorros que tenían y además falsifiqué las cifras para cobrar más, me tocó crecer solo como un hongo.

● ○

Estimada redacción del 28 de octubre:

La tinta de mi pluma empieza a escasear. Querría seguir escribiendo y confesarme hasta el final, mas un torrente de sinceras lágrimas de arrepentimiento me enturbia la vista. Lloro, lloro amargamente por mi juventud y mi pasado y, de corazón, espero continuar en el 28 de octubre. Que esto sea, pues, un apéndice de mi confesión.

Y para que mi penitencia frente a toda la nación checa sea más total si cabe, ruego que me acepten como miembro de su partido de socialistas progresistas. Prometo ganarme su confianza con mi buena conducta.

Ruego, así mismo, que me notifiquen cuándo y dónde debo pagar la primera cuota al partido.

Por ahora, ¡adiós!


1 Leopold Hilsner (1876-1928), judío vecino de Polná, fue acusado de asesinar a una muchacha (después se le imputó también otro caso de homicidio sin relación aparente con el primero) en un periodo de antisemitismo creciente.