El Camino de Santiago

Mitos y leyendas

Autora: Christine Giersberg.

1. Santiago el Mayor:

¿Quién fue ese Santiago que todavía hoy en día sigue inspirando a tantas personas? ¿En qué consiste su encanto? ¿Por qué desde hace más de mil años peregrinos de todas partes del mundo emprenden el camino, muchos de ellos a pie, para visitar su sepultura con el fin de hacer penitencia o con la esperanza de hallar paz y tiempo para encontrarse a sí mismos o encontrar soluciones a graves crisis existenciales? Al final del penoso viaje a los peregrinos les espera la monumental catedral de Santiago de Compostela, donde en un grandioso relicario reposa la osamenta de Santiago. Santiago nació cerca del lago Tiberíades, en la provincia hebrea de Galilea en Israel. Su padre era Zebedeo, un pescador, y su madre María Salomé. Fue nombrado Santiago el Mayor para diferenciarlo del Apóstol Santiago el Menor.

Santiago y Juan, su hermano menor, fueron discípulos de Jesús, quién los llamaba "Boanerges", que significa "hijos del trueno", por su temperamento y fervor. Los dos hermanos fueron, junto con San Pedro, los discípulos más cercanos a Jesús. Le acompañaron en la Transfiguración al Monte Tabor y también durante sus horas más difíciles, marcadas por el miedo y la desesperación, en el Huerto de Getsemaní al pie del Monte de los Olivos en Jerusalén. Herodes Agripa I Rey de Judea, segundo sucesor de Poncio Pilato, ordenó decapitarlo en el año 43, aunque otras fuentes lo ubican en la Pascua del año 44. Santiago se convierte por lo tanto en el primero de los apóstoles que murió como mártir. Dicen que la Iglesia de Santiago en Jerusalén está ubicada exactamente en el mismo lugar donde falleció el Apóstol.

En el año 70 se transportaron sus restos mortales a la Península del Sinaí, más concretamente al Monasterio de Santiago, que hoy en día recibe el nombre de Monasterio de Santa Catalina. Supuestamente en el siglo 7 y por temor a los Sarracenos, las reliquias fueron transportadas a "Hispania", como entonces se denominaba a España y Portugal, al fin del mundo, al "finis terrae". Con el fin de guardarlas se construyó la Catedral de Santiago de Compostela en Galicia.

Hasta el día de hoy Europa está provista de una red de rutas de peregrinaje, los así llamados Caminos de Santiago y cada uno de ellos termina en Santiago de Compostela. El más conocido es el camino francés. Arranca en la pequeña localidad francesa de San Juan Pie del Puerto, al pie de los Pirineos y recorre el norte de España a lo largo de 800 kilómetros hasta llegar a Santiago de Compostela. Ya son muchas las personas que han recorrido este camino y más las que lo harán en el futuro. Cada uno de los hombres y mujeres que han peregrinado alguna vez por este camino recordarán numerosos momentos conmovedores y experiencias extraordinarias. Hasta aproximadamente la mitad del siglo XV la tumba de Santiago atraía a más peregrinos que Roma y Jerusalén. Al principio, Santiago fue un lugar de peregrinación más bien limitado al norte de España que era visitado principalmente por el alto clero y la nobleza. Dicen que incluso San Francisco de Asís peregrinó a la tumba del Apóstol. Pero con el tiempo también la gente humilde comenzó a viajar a Santiago de Compostela. La decisión de emprender el peligroso camino requería mucha preparación, antes mucho más que hoy en día. Estaba claro que el viaje duraría muchos meses y por lo tanto había que arreglar los asuntos familiares antes de comenzar. Además, los peregrinos debían confesarse antes de comenzar el viaje para después poder recibir la bendición del peregrino. Su iglesia les otorgaba un documento que les identificaba como tal y les garantizaba alojamiento en los hospicios a lo largo del camino. Esta credencial de peregrino todavía es necesaria para poder pernoctar en los albergues de peregrinos en el camino. Y no solo sirve para eso. Al final de la peregrinación, al llegar a Santiago de Compostela, sirve para dar fe de haber hecho el camino a pie y no de otro modo. Solo aquel que ha reunido los sellos necesarios recibe en Santiago el ansiado diploma de La Compostela.

En la Edad Media a los peregrinos se les reconocía por su vestimenta: un sombrero de ala ancha y una capa, que a su vez protegían al peregrino del frío, la lluvia, la nieve o también del calor. Del largo bastón que todo peregrino llevaba consigo, colgaba un recipiente donde almacenaban agua o vino. Una vez que los peregrinos comenzaban el camino eran asediados por diferentes peligros. Ladrones y salteadores, sacerdotes o monjes falsos, pero también posaderos deshonestos y embaucadores. A todo esto se añadían tramos de camino difíciles e incluso enfermedades, que hicieron que algunos no llegaran nunca a su destino.

Tanto los católicos como los protestantes celebran el 25 de julio la fiesta litúrgica de Santiago, Santo Patrono de España y de la ciudad de Innsbruck. Además el Apóstol es también Santo Protector de los guerreros, de los trabajadores, de los marineros, los farmacéuticos y los alquimistas, así como naturalmente de los peregrinos y romeros. Al mismo tiempo se le considera responsable del tiempo atmosférico y del crecimiento y desarrollo de las manzanas y de ayudar a las personas con reumatismo. En este audiolibro queremos ir descubriendo a medida que avanzamos por el Camino Francés las incontables leyendas que acompañan, más que a ningún otro, al Santo Apóstol Santiago.

2. Los milagros del Santo Santiago

Tras la ascensión de Jesús al cielo, el Señor pidió a sus discípulos que difundieran sus enseñanzas al mundo entero. A estos hombres les pareció que lo mejor y más justo era dividirse los pueblos a los que debían transmitir el mensaje divino. Según cuenta la Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine, al temperamental de Santiago le correspondió la evangelización de Hispania.

A pesar de su idealismo y afán de evangelizar, y de su amor por el país, no logró cosechar muchos éxitos. Solamente 8 discípulos siguieron sus enseñanzas. Sintiéndolo en el alma tuvo que admitir que todo su esfuerzo había sido en vano. De ese modo y acompañado por dos de sus más fieles seguidores, de nombres Teodoro y Anastasio, se hizo al fatigoso viaje de regreso a Jerusalén. Una vez allí fue de un sitio a otro predicando a las gentes la Palabra de Dios.

Vivía por aquellos tiempos el poderoso mago fariseo Hermógenes, quien seguía con envidia la obra de Santiago. Este Hermógenes tenía un discípulo llamado Fileto que se convirtió a las enseñanzas de Santiago tras un enfrentamiento con éste. Cuando Hermógenes se enteró de este suceso comenzó a echar espuma de la rabia. Según se cuenta, Hermógenes hechizó a su discípulo con ayuda de sus poderes mágicos y le encantó para que no pudiera moverse. A pesar de ser incapaz de moverse Fileto consiguió hacer llegar un mensaje a Santiago haciendo que este se presenciara allí. Este puso su manto al pobre hombre y en cuanto tocó los hombros de Fileto el encantamiento se deshizo y este recobró su movilidad.

Cuando Hermógenes se enteró de lo que había pasado entró en cólera y conjuró a sus espíritus y demonios que debían traerle encadenados a Santiago y a Fileto. Estas criaturas malignas no se atrevieron a tocar al Apóstol. Se postraron ante él humillados y se mostraron confusos y sumisos. Santiago por su parte dijo: “Vosotros no me podéis hacer nada. Yo os ordeno que volváis con vuestro maestro y me lo traigáis atado con cuerdas.”

Y así sucedió.

Una vez hubieron regresado de nuevo ante Santiago los espíritus y demonios con el furioso Hermógenes maniatado, estos pidieron a Santiago poder vengarse: “No”, respondió el Apóstol. “En este caso la venganza no ayuda.” Entonces Santiago dirigiéndose a Hermógenes dijo: “Hermógenes, ¿creíste en algún momento que podrías usar a tus espíritus y demonios en mi contra? Yo me hallo bajo la protección de Dios y como discípulo de Jesús he vivido tantos milagros y hechos indescriptibles que todos tus espíritus y tu hechicería no pueden asustarme.”

Hermógenes se sintió inseguro y mirando a Santiago bajo sus pobladas cejas negras preguntó impaciente: “¿De verdad? Han llegado a mis oídos ciertos hechos de tu maestro. Pero, ¿todo lo que se dice es realmente cierto?”

“Por supuesto”, respondió Santiago. “Escucha lo que quiero contarte sobre nuestro Dios y Padre en el Cielo. Después podrás decidir si renuncias a tus dioses y te dedicas al único y verdadero Señor o si por el contrario prefieres seguir difundiendo falsas enseñanzas.”

Y efectivamente el mago escuchó los relatos de Santiago con interés y sin interrumpir. Cuando Santiago hubo terminado el mago se quedó mirando pensativamente durante un rato. Parecía que tras su amplia frente se tramaba algo. Santiago tampoco dijo nada, sino que esperó paciente. ¿Realmente había ganado a este mago como discípulo de sus creencias?

Por fin el mago alzó la cabeza y mirando a Santiago con grandes ojos dijo entregándole un montón de pergaminos: “Me has convencido. Toma, coge estos conjuros mágicos y quémalos. Te lo pido, libérame de todos aquellos demonios con los que hasta ahora estaba aliado, y que estos no se puedan vengar de mi, ni torturarme ni tomarme preso.”

Y así sucedió.

Santiago mandó tirar los pergaminos mar adentro, ya que temía que un fuego pudiera llamar la atención de aquellos que ahora eran sus enemigos y estos pudieran encontrarle. A continuación rezó encarecidamente por el alma de aquel hombre que se encontraba arrodillado ante él y entonces, sucedió que cuando el mago se puso en pie parecía que dentro de él una sonrisa se apoderaba de su lúgubre y temible rostro haciéndolo brillar. Santiago entregó a Hermógenes su bastón como protección contra futuros ataques de espíritus y demonios. Hermógenes, con lágrimas en los ojos, dio las gracias a Santiago, le abrazó y se puso en marcha en silencio y pensativo. Desde aquel momento su misión sería la de divulgar la Palabra de Dios.

3. La muerte del Santo Santiago

En la leyenda precedente oíamos cómo Santiago el Santo convertía al mago fariseo Hermógenes y le ayudaba a encontrar a Dios.

Esto tuvo sus consecuencias. Cuando el sumo sacerdote Abiatar supo que incluso el poderoso Hermógenes se había convertido al cristianismo, urdió una sublevación y amotinó al pueblo contra Santiago. Finalmente, en un momento en que el Apóstol se encontraba indefenso, el escriba Josías lo tomó preso. Amarrado por el cuello con una cuerda lo arrastró entre los gritos de la multitud ante Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande. El devoto y honrado Santiago le molestaba con sus enseñanzas como si de una espina en el costado se tratara, ya que para Poncio Pilato este no era más que un agitador de masas que amenazaba con socavar la autoridad de Agripa. Este fue el motivo por el que el Apóstol fue condenado tras un juicio breve a la pena de muerte. Al poco tiempo, el condenado fue llevado al lugar donde sería ejecutado. La cuerda con la que fue arrastrado por el escriba Josías todavía estaba atada alrededor del cuello de Santiago. Este, tranquilo y ensimismado, comenzó a andar junto a su esbirro sin oponer resistencia. De su pecho brotaban sentimientos confusos: pena por no poder seguir divulgando la Palabra de Dios, así como también una tranquilidad enorme. Sabía que dentro de poco se presentaría ante el trono del Todopoderoso.

De repente una voz lastimosa y ronca penetró a Santiago por el oído arrancándole de sus pensamientos. Se quedó parado y vio a un hombre tumbado al lado del camino que con esfuerzo se apoyaba sobre una mano mientras que con la otra rogaba encarecidamente al Apóstol. Las piernas del hombre yacían en el suelo, como dos palos sobre el polvo.

“¡Santiago, Santiago!“ dijo el hombre agarrándole la basta vestimenta. “¡Te lo suplico, cúrame! ¡Haz que pueda volver a andar!” Santiago se agachó, posó una mano sobre la cabeza cubierta de pelo apelmazado y dijo: “Hijo mío, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, por el cual me dirijo ahora a la muerte, levántate y cúrate.” Y sucedió que el hombre se levantó y podía andar. Llorando dio las gracias al Apóstol y comenzó a dar saltos de alegría al mismo tiempo que no paraba de tocarse las piernas que ahora estaban sanas.

Josías el escriba, que todavía mantenía la cuerda atada al cuello del Apóstol, había seguido con asombro la curación del paralítico. De repente, soltó la cuerda como si le estuviera quemando la mano y la tiró ante las rodillas de Santiago: “Santiago, perdóname, me he dado cuenta de que realmente eres bendito. He pecado en tu contra y ahora te pido que me perdones.”

“Josías, ¿también tú estás dispuesto a convertirte a mi religión?” le preguntó Santiago.