Vidas frágiles
Una caja de música para Carmen
colección de ensayo
La Huerta Grande
Javier Alonso López
vidas frágiles
una caja de música para carmen
© De los textos: Javier Alonso López
© Del prólogo: Mago More
Madrid, junio 2019
EDITA: La Huerta Grande Editorial
Serrano, 6. 28001 Madrid
www.lahuertagrande.com
Reservados todos los derechos de esta edición
ISBN: 9788417118488
Diseño de colección: TresBien Comunicación
tensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje. Sí, ¡eso es!; ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado. ¿Perder?, ¿cómo?, ¿no es nuestro?, fue apenas un préstamo… el más preciado y maravilloso préstamo ya que son nuestros sólo mientras no pueden valerse por sí mismos, luego le pertenecen a la vida, al destino y a sus propias familias. Dios bendiga siempre a nuestros hijos, pues a nosotros ya nos bendijo con ellos.
Cita anónima
Hay personas que entran en nuestra vida de forma azarosa. Todos hemos visto parejas que se conocieron después de un choque con sus coches. Pues el destino quiso que Javier y yo nos conociésemos del mismo modo.
Todo comenzó un mes de marzo del año 2005, cuando mi mujer Rosalía rompió aguas tras seis meses de gestación. La bolsa se infectó, mi mujer permaneció ingresada en reposo durante un mes. Mi hijo Marcos nació de forma prematura, a los pocos meses le diagnosticaron Síndrome de West e inmediatamente, y después del disgusto, nos apuntamos a la fundación Síndrome de West buscando asesoramiento y consuelo.
Una de las actividades que nos ofrecían a los padres era hidroterapia y allí nos apuntamos esperando que, con la estimulación de la piscina, Marcos pudiese progresar.
Recuerdo el primer día, más perdido que un pijo en el Primark. De repente me encontré con Javier mirando a Carmen, mientras yo vigilaba a Marcos. Tardamos diez segundos en presentarnos y enseguida surgió el flechazo, fue «humor a primera vista».
Empatizamos de inmediato y aquellas sesiones interminables, donde nada podíamos hacer, salvo vigilar de lejos a nuestros hijos, se convirtieron en sábados de asueto donde la sensación era quedar con un colega a tomar un café mientras nuestros hijos curraban de lo lindo con los monitores.
Qué gusto encontrar un papi con el que poder conversar de todo, con sentido del humor y experto en lenguas muertas, eso sí que mola. Recuerdo una de sus frases que a menudo utilizo: «lo mejor de tener un nene discapacitado es que te ayuda a filtrar a los amigos y a la familia», ¡qué gran verdad!
Si Rosalía no hubiese roto la bolsa aquella noche, el destino no nos habría juntado. Y el destino quiso que conociese a personas maravillosas como Javier, como tantos y tantos padres que compartimos hijos discapacitados, noches sin dormir y una incertidumbre por el futuro que nos consume a veces, pero con una enorme capacidad de sacrificio por los demás y de los que aprendo todos los días.
Este libro, amigo lector, te habla de la vida tal cual es, sin tapujos. De los sinsabores que nos encontramos en el camino. No es un libro de autoayuda, ni de éxito, ni busca el postureo manido del buenrollismo.
Javier se desnuda como nunca lo había hecho, y me siento identificado en todo lo que dice.
Me alegro mucho de haber conocido a Javier, me alegro mucho de que el destino cruzase nuestros caminos y me alegro mucho de que se quedara en el filtro de mis amigos.
Mi amiga Irene Villa dice que en la vida tenemos que estar preparados para vivir dos momentos traumáticos, todos vamos a pasar por ahí, y eso sin duda nos hará saborear los pequeños momentos de felicidad que a veces no disfrutamos y que se nos escapan cada día.
Disfruta de este libro y disfruta de la vida.
Mago More
¿quién soy?
Parece una pregunta fácil de responder, pero, en realidad, tiene muchas contestaciones posibles y, en la mayoría de los casos, se basan en la percepción que los demás tienen de mí.
Soy profesor de Universidad, así que para mis alumnos seré eso, la persona que les enseña mucho o poco, aquel que los califica a final de curso. Para unos seré un buen profesor, para otros uno malo, pero en cualquier caso seré un docente.
Mucha gente me conoce también por otras actividades profesionales. Hay quien sabe de mí a pesar de no haberme visto en la vida. Pero me han leído, o me han escuchado en un programa de radio. Quizás, como mucho, me hayan oído hablar una o dos veces en público, y se habrán formado su propia idea sobre esa persona que tienen enfrente.
En mi barrio, probablemente me conocerán como un tipo que intenta ser correcto pero que no hace el menor esfuerzo por interactuar con sus vecinos más de los estrictamente necesario. Mis amigos tendrán sin duda una imagen más completa (y espero que más amable) de mí. Una de las suertes de mi vida es tener buenos amigos desde hace más tiempo del que puedo recordar. Ellos pueden hacerse una idea más cabal de mi identidad, pero no dejará de estar sesgada por lo que saben, y por lo que ignoran.
Para las personas más cercanas, soy o he sido el hijo, el hermano, el sobrino, el primo, el marido, el cuñado, el yerno.
Pero si hay algo que marca la identidad de una persona es tener hijos. Yo he vivido esa bendición dos veces, primero con Miguel y más tarde con Carmen. A partir del nacimiento de un hijo, en muchos lugares y ambientes te conviertes en «el padre de...». Pierdes tu propia identidad para construir una nueva por relación con ese nuevo ser. Pierdes incluso el nombre. Cuántas veces no me habrán llamado Miguel en todos estos años. Cuando mi hijo era pequeño, algunos de sus compañeros de colegio me llamaban Papá de Miguel. El perfecto resumen de lo que eres a partir de ese momento.
Indudablemente, soy todas estas personas (el profesor, el escritor, el amigo, el vecino huraño, el familiar) que la gente ve en mí. Cada una de ellas es una faceta que añade un color al retrato completo de quién soy, pero ninguna de ellas llega al fondo de la pregunta por sí sola.
O sí.
Hace ya mucho tiempo que descubrí que hay una identidad que me ha influido posiblemente más que todas las demás juntas. Una parte de mí que ha acabado por moldear mi forma de ser, mi visión de la vida pasada y futura, que me ha transformado por completo, de manera que ahora soy una persona diferente.
Soy el papá de Carmen.
Mi hija Carmen nació a finales de 2002 y cuando tenía unos tres meses se le diagnosticó un tipo de epilepsia catastrófica (se denominan así, no es una licencia literaria) que tuvo como consecuencia una parálisis cerebral que le provocó un retraso severo en todas las facetas de su vida.
Carmen aguantó en este mundo nueve años, y ni durante su enfermedad (es decir, su vida) ni tras su muerte, escribí una sola línea sobre ella o acerca de cómo me sentía. Una de mis profesoras y hadas madrinas de mi época universitaria, Ana Vázquez, me animó desde el primer momento a utilizar la escritura como vía de escape, expresión o desahogo para todo lo que viví y sigo viviendo con Carmen. Y nunca hice caso a su consejo. Soy escritor, de mi ordenador han salido miles de páginas, pero ni una sola letra se refería a Carmen.
Hasta que, por casualidad, como suelen ocurrir muchas cosas en la vida, un mensaje de mi amiga Patricia Romero me llevó hasta Phil Camino y su editorial. Lo que en principio iba a ser una reunión para hablar sobre la posibilidad de escribir otro libro de Historia, desembocó de repente en algo inesperado: escribir sobre Carmen y sobre mí, sobre cómo veo yo el mundo a través de sus ojos. Gracias a las dos de todo corazón. Le comenté la idea a mi agente, Silvia Bastos, y me animó a escribir. Silvia vivió la muerte de Carmen al poco de iniciar nuestra relación profesional. El comportamiento que tuvo conmigo fue el de una persona de bien, empática y muy cariñosa. Por cómo me trató en el peor momento de mi vida, decidí que, mientras me aguante, será mi representante. Solo tengo palabras de agradecimiento por cuidar no de su escritor, sino del corazón de su escritor. Silvia, eres un cielo.
Por lo general, cuando escribo Historia me planteo qué quiero decir, qué idea, detalle, concepto pretendo enseñar, pero, en un libro de esta naturaleza, lo primero que pensé fue ¿de qué sirve que yo cuente todo esto?
Pronto se me ocurrieron varias respuestas.
La primera, que escribir podría ser una forma de liberar parte del dolor que llevo guardándome desde hace ya demasiado tiempo. Con este testimonio, voy a pasar de no decir nada a nadie para no incomodar, a enseñar todas mis heridas ante ti, lector, absoluto desconocido para mí, que has decidido leer estas páginas.
Espero que esta catarsis me ayude a limpiarme el alma.
jukebox
Hace unos años, un estudiante me dijo que una vida sin un perro no es una buena vida. Estoy de acuerdo. Como mínimo, sin haber tenido un perro, tu vida habrá sido un poco peor. Con la música ocurre otro tanto. Una vida sin música es más triste y, al fin y al cabo, yo no quiero estar triste.
Carmen me hizo plenamente feliz. Ahora solo se trata de volver a serlo sin ella.