BREVIARIOS
del
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
551
LA TIERRA Y LAS ENSOÑACIONES
DEL REPOSO
Traducción
RAFAEL SEGOVIA
Primera edición en francés, 1948
Primera edición en español, 2006
Primera reimpresión, 2014
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: Laura Esponda
© 1948, Editions Corti
Título original: La terre et les rêveries du repos.
Essai sur les images de l’intimité
D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-2249-5 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
La indagación que lleva a cabo Bachelard a lo largo de toda su obra es por necesidad una práctica multidisciplinaria de índole muy singular: aprovecha el rigor lingüístico del filólogo, cruza los territorios de alta tensión significativa del psicoanálisis, acude al rico acervo histórico de las antiguas culturas y al habla popular con su calidez expresiva, haciendo converger todos esos caminos y otros más, recorridos por su extensa erudición, en el campo fértil de su propia inteligencia intuitiva.
Todo ello resulta en usos del lenguaje poco convencionales y, en gran número de casos, “hechos a la medida” para expresar tal o cual campo conceptual, describir tal o cual realidad; usos que se hallan muchas veces en un “entre dos”, en un área indefinida o ambivalente de los léxicos comunes. Sin mencionar la coloración característica que le da a su estilo el uso de terminologías de la tradición alquímica, de la botánica o la zoología, y otras jergas oriundas de diversos oficios, o simplemente de la memoria popular.
Esa modalidad de uso del lenguaje, precisa pero poco apegada a la norma, rigurosa e inventiva a la vez, obliga al traductor a buscar el mayor respeto posible a las peculiaridades de uso del autor, en ocasiones acercándose al límite de lo permisible en la lengua “de llegada” y hasta rebasándolos aquí y allá.
Destacan entre las peculiaridades estilísticas del autor un uso peculiar —y sin duda significante— de la puntuación, un trabajo de “recuperación” etimológica de palabras usuales, un empleo “transitivo” de ciertos sustantivos, o “sustantiva” de algunos verbos, entre otras. Todas ellas contribuyen a devolver a ciertas palabras su fragancia original, e infundirles funciones más dinámicas o “vibrantes” en el discurso.
Así pues, el lector encontrará en diversos puntos de este texto una variedad de “usos límite” del español, que responden a las pequeñas transgresiones o tergiversaciones de las normas de la lengua francesa en que incurre Bachelard. Esperamos que esta relativa libertad contribuya a transmitir la fineza conceptual de este gran autor.
R. S.
La terre est un élément très propre pour cacher et manifester les choses qui lui sont confiées.[*]
Le Cosmopolite
I
Hemos iniciado el estudio de la imaginación material del elemento terrestre en un libro que acaba de publicarse: La tierra y los ensueños de la voluntad.[**] En él hemos estudiado sobre todo las impresiones dinámicas o, más precisamente, las solicitaciones dinámicas que despiertan en nosotros cuando formamos las imágenes materiales de las sustancias terrestres. En efecto, tal parece que las materias terrestres, desde el momento en que las tomamos con mano curiosa y valerosa, estimulan nuestra la voluntad para trabajarlas. Por ello hemos creído poder hablar de una imaginación activista y hemos dado numerosos ejemplos de una voluntad que sueña y que, soñando, le da un porvenir a su acción.
Si fuera posible sistematizar todas estas solicitaciones que nos llegan desde la materia de las cosas, rectificaríamos —nos parece— lo que hay de demasiado formal en una psicología de los proyectos. Distinguiríamos entre el proyecto del contramaestre y el proyecto del trabajador. Se entendería que el homo faber no es un simple ajustador, sino que además es modelador, fundidor y herrero. Quiere obtener, en su forma exacta, una justa materia, la materia que pueda realmente sostener la forma. Vive, mediante la imaginación, ese sostén; ama la dureza material, única que puede darle duración a la forma. Y entonces el hombre está como despierto para realizar una actividad de oposición, actividad que presiente y prevé la resistencia de la materia. De tal forma se funda una psicología de la preposición contra que va desde las impresiones de un contra inmediato, inmóvil y frío, hasta un contra íntimo, un contra protegido por varios atrincheramientos, un contra que nunca deja de resistir. Así pues, al estudiar en el libro anterior la psicología del contra, iniciamos el examen de las imágenes de la profundidad.
Pero las imágenes de la profundidad no llevan solamente esa marca de hostilidad; tienen también aspectos acogedores, aspectos invitantes y toda una dinámica de atracción, de atraimiento, de llamado, que ha sido un tanto inmovilizada por las grandes fuerzas de las imágenes terrestres de resistencia. Nuestro primer estudio de la imaginación terrestre, escrito bajo el signo de la preposición contra, debe pues ser completado por un estudio de las imágenes que se encuentran bajo el signo de la preposición dentro.
Dedicamos el presente texto al estudio de estas últimas imágenes; se presenta, por lo tanto, como continuación natural del anterior.
II
De hecho, al escribir estos dos libros no hemos intentado separar de manera absoluta los dos puntos de vista. Las imágenes no son conceptos. No se aíslan en su significación. Precisamente tienden a rebasar su significación. La imaginación es entonces multifuncional. Por no tomar sino los dos aspectos que acabamos de distinguir, resulta que debemos reunirlos. En efecto, es posible sentir en acción, en muchas imágenes materiales de la tierra, una síntesis ambivalente que une dialécticamente el contra y el dentro y que muestra una solidaridad innegable entre los procesos de extroversión y los procesos de introversión. Desde los primeros capítulos de nuestro libro La tierra y los ensueños de la voluntad, mostramos con cuánta rabia deseaba la imaginación explorar la materia. Todas las grandes fuerzas humanas, aun cuando se despliegan de forma exterior, son imaginadas en una intimidad.
Consecuentemente, así como en el libro anterior no esperamos para tomar nota, en ocasión de encontrar determinadas imágenes, de todo lo que pertenece al campo de la intimidad de la materia, del mismo modo no olvidaremos, en el presente texto, lo que pertenece a una imaginación de la hostilidad de la materia.
Si se nos objetara que la introversión y la extroversión deben ser designadas partiendo del sujeto, responderíamos que la imaginación no es otra cosa que el sujeto transportado dentro de las cosas. Las imágenes llevan entonces la marca del sujeto. Y esta marca es tan clara que finalmente es por las imágenes como se puede obtener el diagnóstico más confiable sobre los temperamentos.
III
Pero en estas breves palabras preliminares queremos simplemente atraer la atención sobre ciertos aspectos generales de nuestra tesis, dejando a la oportunidad de encuentros con las imágenes la adecuación de los problemas particulares. Mostremos pues rápidamente que toda materia imaginada, toda materia meditada, es inmediatamente la imagen de una intimidad. Se cree que esta intimidad es lejana; los filósofos nos explican que nos está para siempre oculta, que apenas se alza un velo cuando ya otro se tiende sobre los misterios de la sustancia. Pero la imaginación no se detiene en esas buenas razones. De una sustancia hace inmediatamente un valor. Las imágenes materiales trascienden así de inmediato las sensaciones. Las imágenes de la forma y del color pueden muy bien ser sensaciones transformadas. Las imágenes materiales nos implican en una afectividad más profunda; es por ello que arraigan en las capas más profundas del inconsciente. Las imágenes materiales sustancializan un interés.
Esa sustancialización condensa imágenes numerosas y variadas, nacidas con frecuencia en sensaciones tan alejadas de la realidad presente que parece que hubiera todo un universo sensible en potencia dentro de la materia imaginada. Entonces el antiguo dualismo del Cosmos y el Microcosmos, del universo y el hombre, no basta ya para traducir toda la dialéctica de las ensoñaciones sobre el mundo exterior. Se trata efectivamente de un Ultracosmos y de un Ultramicrocosmos. Se sueña más allá del mundo y más acá de las realidades humanas mejor definidas.
¿Hay entonces que admirarse de que la materia nos atraiga hacia las profundidades de su pequeñez, hacia el interior de su semilla, hasta el principio de sus germinaciones? Comprendemos que el alquimista Gérard Dorn haya podido escribir: “No hay límite alguno para el centro; el abismo de sus virtudes y de sus arcanos es infinito”.[1] Es porque el centro de la materia se ha convertido así en un centro de interés, por lo cual viene a formar parte del reino de los valores.
Claro está que, en esta inmersión en lo infinitamente pequeño de la sustancia, nuestra imaginación se entrega a las impresiones peor fundamentadas. Es por ello que las imágenes materiales tienen la reputación, entre los hombres razonables y con sentido común, de ser ilusorias. No obstante, habremos de seguir la perspectiva de estas ilusiones. Veremos cómo las primeras imágenes llenas de candidez y muy reales del interior de las cosas, de la inserción de las semillas, nos llevan a soñar con una intimidad de las sustancias.
Es al soñar con esa intimidad cuando se sueña con el reposo del ser, con un reposo enraizado, un reposo que tiene una intensidad y no es tan sólo esa inmovilidad toda ella exterior que reina entre las cosas inertes. Es seducida por ese reposo íntimo e intenso como ciertas almas definen el ser por el reposo, por la sustancia, en contraposición con los esfuerzos que hemos realizado, en nuestro libro anterior, por definir al ser humano como emergencia y dinamismo.
A falta de elaborar, en un libro elemental, la metafísica del reposo, hemos querido intentar la caracterización de sus tendencias psíquicas más constantes. Considerado en sus aspectos humanos, el reposo es necesariamente dominado por un psiquismo involutivo. El repliegue sobre sí mismo no puede siempre permanecer abstracto. Cobra el aspecto de enrollamiento sobre sí mismo, de un cuerpo que se hace objeto para sí mismo, se toca a sí mismo. Nos resultaba pues posible dar una imaginería de esa involución.
Examinaremos las imágenes del reposo, del refugio y del arraigo. A pesar de las variedades muy numerosas, a pesar de las importantes diferencias de aspecto y de formas, reconoceremos que todas esas imágenes son, si no isomorfas, al menos isótropas, es decir, nos aconsejan todas un mismo movimiento hacia las fuentes del reposo. La casa, el vientre, la caverna, por ejemplo, llevan en sí la gran marca del retorno a la madre. En esa perspectiva, el inconsciente manda, el inconsciente dirige. Los valores oníricos se hacen cada vez más estables, más regulares. Todos ellos tienen por objeto el absoluto de las potencias nocturnas, de las potencias subterráneas. Tal como dice Karl Jaspers, “la potencia subterránea no admite que se le trate como relativa, y no se prevalece finalmente más que de sí misma”.[2]
Son esos valores del inconsciente absoluto los que nos han guiado en la búsqueda de la vida subterránea que es, para tantas almas, un ideal de reposo.