U N A R A Z Ó N P A R A H U I R
(UN MISTERIO DE AVERY BLACK – LIBRO 2)
B L A K E P I E R C E
Blake Pierce
Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio de RILEY PAIGE que cuenta con siete libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con cuatro libros), de AVERY BLACK (que cuenta con cuatro libros) y de la nueva serie de misterio de KERI LOCKE.
Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.
Derechos de autor © 2016 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976 y las leyes de propiedad intelectual, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o distribuida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en un sistema de bases de datos o de recuperación sin permiso previo por escrito por parte del editor. Este libro electrónico está licenciado para tu disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otras personas, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Los derechos de autor de la imagen de la cubierta son de miljko, utilizada bajo licencia de istock.com.
LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE
SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE
UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)
UNA VEZ TOMADO (Libro #2)
UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)
UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)
UNA VEZ CAZADO (Libro #5)
UNA VEZ CONSUMIDO (Libro #6)
UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)
UNA VEZ CONGELADO (Libro #8)
SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE
ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)
ANTES DE QUE VEA (Libro #2)
ANTES DE QUE DESEE (Libro #3)
ANTES DE QUE ARREBATE (Libro #4)
SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK
UNA RAZÓN PARA MATAR (Libro #1)
UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)
UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)
UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)
SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE
UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)
UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)
CONTENIDO
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINTIUNO
CAPÍTULO VEINTIDOS
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO VEINTISÉIS
CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
EPÍLOGO
El hombre se quedó oculto en las sombras de una valla de un estacionamiento y miró al edificio de apartamentos de ladrillo de tres pisos que quedaba al otro lado de la calle. Se imaginó que era la hora de la cena para algunos, una hora donde las familias se reunían, reían y compartían historias del día.
“Historias”, se burló. Las historias eran para los débiles.
El silbido rompió su silencio. Su silbido. Henrietta Venemeer silbaba mientras caminaba. “Está tan feliz”, pensó. “Tan distraída”.
Su cólera aumentó cuando la vio, una rabia viva que floreció en ese momento. Cerró los ojos y respiró profundamente para calmarse. Los fármacos solían ayudarlo con su ira. Lo calmaban y mantenían su mente libre de preocupaciones. Últimamente, incluso sus medicamentos recetados no funcionaban. Necesitaba algo más grande para ayudar a equilibrar su vida.
Algo cósmico.
“Sabes lo que tienes que hacer”, se recordó a sí mismo.
Ella era una mujer delgada y mayor con una cabellera roja y una actitud dispuesta que impregnaba cada uno de sus movimientos: sus caderas se movían como si estuviera bailando una canción interna y su caminar era alegre. Llevaba una bolsa de comestibles y se dirigía directamente hacia el edificio de ladrillos en una parte olvidada de East Boston.
“Ve ahora”, ordenó.
A lo la mujer llegó a la puerta de su edificio y se puso a buscar sus llaves, él comenzó a caminar al otro lado de la calle.
Abrió la puerta del edificio y entró.
Antes de que la puerta se cerrara, puso su pie en el interior de la abertura. La cámara que observaba el vestíbulo había sido desactivada antes; había aplicado una capa de gel sobre el lente para oscurecer las imágenes y dar la ilusión de que la cámara estaba funcionando bien. La segunda puerta del vestíbulo había sido desactivada también, su cerradura demasiado fácil de romper.
Seguía silbando mientras desapareció por un tramo de escaleras. Entró en el edificio para seguirla, sin pensar en la gente en la calle o las otras cámaras que podrían haber estado observando de otros edificios. Había investigado todo anteriormente, y el momento de su ataque había sido alineado con el universo.
Para cuando llegó al tercer piso para abrir la puerta principal, él estaba detrás de ella. Abrió la puerta y, al entrar en su apartamento, él la agarró por la barbilla y tapó su boca con la mano, ahogando sus gritos.
Luego entró y cerró la puerta detrás de él.
Avery Black estaba sacando el nuevo auto policía que se había comprado, uno marca Ford de cuatro puertas, del estacionamiento. El olor a auto nuevo y cómo se sentía el volante debajo de sus manos le daba una sensación de alegría, de un nuevo comienzo. Finalmente se había deshecho del viejo BMW blanco que había comprado durante sus años de abogada. Había sido un recuerdo constante de su vida anterior.
“Hurra”, dijo por dentro, como lo hacía casi cada vez que se sentaba detrás del volante. Su nuevo auto no solo tenía vidrios polarizados, llantas negras y asientos de cuero, sino que también vino totalmente equipado con una funda para escopeta, carcasa para una computadora en el tablero y luces policiales en las rejillas, ventanas y espejos retrovisores. Mejor aún, cuando las luces rojas y azules estaban apagadas, se veía igual que cualquier otro auto en las carreteras.
“La envidia de todos los policías”, pensó.
Había pasado buscando a su compañero, Dan Ramírez, a las ocho en punto. Se veía perfecto, como siempre. Su cabello negro estaba peinado hacia atrás, tenía la piel bronceada, ojos oscuros y estaba vestido con ropa de calidad. Tenía puesta una camisa amarilla debajo de una chaqueta carmesí. Llevaba unos pantalones color carmesí, un cinturón color marrón claro y zapatos color marrón claro.
“Hagamos algo esta noche”, dijo. “La última noche de nuestro turno. Podría ser miércoles, pero parece viernes”.
Le sonrío cálidamente.
En respuesta, Avery lo miró con sus ojos azules y le sonrió amorosamente, pero luego su expresión se volvió ilegible. Se concentró en la carretera y se preguntó qué iba a hacer con respecto a su relación con Dan Ramírez.
El término “relación” ni siquiera era preciso.
Desde su derribo de Edwin Peet, uno de los asesinos en serie más extraños de la historia reciente de Boston, su compañero le había dicho lo que sentía por ella. Avery, a su vez, le hizo saber que ella también podría estar interesada. Las cosas no habían ido mucho más lejos. Fueron a cenar, compartieron miradas amorosas, se tomaron de las manos.
Pero Avery estaba preocupada por Ramírez. Sí, era guapo y respetuoso. Había salvado su vida después de la debacle con Edwin Peet y prácticamente se mantuvo a su lado durante toda su recuperación. Sin embargo, era su compañero. Estaban juntos cinco días a la semana o más, desde las ocho de la mañana hasta las seis o hasta más tarde, dependiendo del caso. Y Avery llevaba años sin estar en una relación. La única vez que se besaron, se sintió como si estuviera besando a su ex esposo, Jack, e inmediatamente se apartó.
Miró el reloj del tablero.
No llevaban ni cinco minutos en el auto y Ramírez ya estaba hablando de la cena. “Tienes que hablar con él sobre esto”, pensó. “Qué horror”.
Mientras se dirigían hacia la oficina, Avery escuchó la radio frecuencia de la policía, como lo hacía todas las mañanas. Ramírez colocó una emisora de jazz y condujeron unas cuadras escuchando jazz mezclado con un operador policial detallando las diversas actividades alrededor de Boston.
“¿En serio?”, preguntó Avery.
“¿Qué?”.
“No puedo disfrutar de la música y escuchar las llamadas al mismo tiempo. Eso es confuso. ¿Por qué tenemos que escuchar las dos?”.
“Está bien”, dijo como si estuviera desilusionado. “Pero tengo que escuchar mi música hoy en alguno momento. Me tranquiliza”.
“No entiendo por qué”, pensó Avery.
Ella odiaba el jazz.
Afortunadamente, recibieron una llamada en la radio y eso la salvó.
“Tenemos una diez dieciséis, diez treinta y dos en progreso en la calle East Fourth por Broadway”, dijo una voz femenina rasposa. “No ha habido disparos. ¿Hay algún auto cerca?”.
“Abuso doméstico”, dijo Ramírez. “El tipo tiene un arma”.
“Estamos cerca”, respondió Avery.
“Vamos a tomarla”.
Giró el auto, encendió las luces, y tomó su transceptor.
“Habla la detective Black”, dijo, ofreciendo su número de placa. “Estamos a aproximadamente tres minutos. Tomaremos la llamada”.
“Gracias, detective Black”, respondió la mujer antes de darle la dirección, número de apartamento e información complementaria.
Una de las cosas que le gustaban de Boston eran las casas, la mayoría de ellas de dos a tres pisos de altura con una estructura uniforme que hacía que toda la ciudad se pareciera. Cruzó a la izquierda en la calle Fourth y siguió a su destino.
“Eso no quiere decir que nos libramos del papeleo”, insistió.
“Por supuesto que no”. Ramírez se encogió de hombros.
Sin embargo, el tono de su voz, junto con su actitud y las pilas de su propio escritorio, hacía a Avery preguntarse si tomar este viaje tempranero había sido una buena decisión.
Fue fácil llegar a la casa en cuestión. Una patrulla, junto con un pequeño grupo de personas que estaban escondidas detrás de algo, rodeaba una casa de estuco de color azul con persianas azules y un techo negro.
Había un hombre hispano parado en el césped en calzoncillos y una camiseta sin mangas. En una mano sostenía el cabello de una mujer que estaba llorando de rodillas. En la otra mano, agitaba un arma a la multitud, la policía y la mujer.
“¡Aléjense!”, gritó. “Todos aléjense de mí. Los veo”. Apuntó su pistola hacia un auto estacionado. “¡Aléjense del auto! ¡Deja de llorar!”, le gritó a la mujer. “Si sigues llorando, te volaré los sesos solo por molestarme”.
Dos agentes estaban a cada lado del césped. Una tenía su arma desenfundada. El otro tenía una mano en su cinturón y la otra levantada.
“Señor, por favor suelte esa arma”.
El hombre apuntó al policía con la pistola.
“¿Qué? ¿Quieres irte?”, dijo. “¡Entonces dispárenme! Dispárame, hijo de puta, y vean qué pasa. No me importa. Moriremos los dos”.
“¡No dispare el arma, Stan!”, gritó el otro oficial. “Todos mantengan la calma. Nadie morirá hoy. Por favor, señor, solo...”.
“¡Dejen de hablarme!”, dijo el hombre. “Déjame en paz. Esta es mi casa. Esta es mi esposa. Eres una maldita infiel”, dijo y metió el cañón de su pistola en la mejilla de la mujer. “Debería limpiarte esa puta boca sucia”.
Avery apagó sus sirenas y se acercó a la acera.
“¿Otra puta policía?”, dijo el hombre. “Ustedes son como las cucarachas. Está bien”, dijo tranquila y determinadamente. “Alguien va a morir hoy. No me llevarán de vuelta a la cárcel. O se van a casa, o alguien va a morir”.
“Nadie va a morir”, dijo el primer policía. “Por favor. ¡Stan! ¡Baja el arma!”.
“De ninguna manera”, dijo.
“¡Maldita sea, Stan!”.
“Quédate aquí”, le dijo Avery a Ramírez.
“¡Al diablo con eso!”, respondió. “Soy tu compañero, Avery”.
“Está bien, pero escucha”, dijo. “No queremos que esto se vuelva una tragedia. Mantén la calma y sigue mi ejemplo”.
“¿Qué ejemplo?”.
“Solo sígueme”.
Avery se bajó del auto.
“Señor”, le ordenó al oficial con el arma desenfundada. “Baja el arma”.
“¿Quién diablos eres tú?”, dijo.
“Sí, ¿quién coño eres tú?”, exclamó el agresor latino.
“Ambos aléjense de la zona”, les dijo Avery a los dos oficiales. “Soy la detective Avery Black de la A1. Yo me encargo de esto. Tú también”, le dijo a Ramírez.
“¡Me dijiste que siguiera tu ejemplo!”, gritó.
“Este es mi ejemplo. Vuelve al auto. Todos aléjense”.
El oficial con el arma desenfundada escupió y negó con la cabeza.
“Maldita burocracia”, dijo. “¿Qué? ¿Solo porque estás en unos periódicos te crees una súper policía? Bueno, ¿sabes qué? Me gustaría verte manejar esto, súper policía”. Con sus ojos centrados en el perpetrador, levantó su arma y caminó hacia atrás hasta ocultarse detrás de un árbol. “Adelante”. Su compañero hizo lo mismo.
Una vez que Ramírez ya estaba de vuelta en el auto y los demás oficiales estaban seguros, Avery dio un paso adelante.
El hombre latino sonrió.
“Mira eso”, dijo, apuntando con su arma. “Eres la policía que atrapó al asesino en serie, ¿verdad? Bien hecho, Black. Ese tipo estaba desquiciado. Y tú lo atrapaste. ¡Oye!”, le gritó a la mujer de rodillas. “¡Deja de retorcerte! ¿No ves que estoy conversando?”.
“¿Qué hizo?”, preguntó Avery.
“La maldita perra se acostó con mi mejor amigo. Eso es lo que hizo. ¿No es así, perra?”.
“Maldita sea”, dijo Avery. “Eso es terrible. ¿No es la primera vez que lo hace?”.
“No”, admitió. “Engañó a su último hombre conmigo, pero mierda, ¡me casé con la perra! Eso tiene un significado, ¿cierto?”.
“Definitivamente”, dijo Avery.
Era delgado, con un rostro estrecho y dientes faltantes. Miró la audiencia cada vez más numerosa, y luego miró a Avery como un niño culpable y susurró:
“Esto no se ven bien, ¿verdad?”.
“No”, respondió Avery. “No es bueno. La próxima vez quizás sea mejor que manejes esto en la intimidad de tu casa. Y en silencio”, dijo en voz baja. Se acercó más.
“¿Por qué te estás acercando tanto?”, preguntó con las cejas levantadas.
Avery se encogió de hombros.
“Es mi trabajo”, dijo como si fuera una tarea desagradable. “Para mí, tienes dos opciones. La primera: vienes con nosotros tranquilamente. Ya metiste la pata. Demasiado ruidoso, demasiado público, demasiados testigos. ¿El peor de los casos? Ella presenta cargos en tu contra y tienes que contratar a un abogado”.
“No va a presentar ningunos putos cargos”, dijo.
“No lo haré, bebé. ¡No lo haré!”, exclamó la mujer.
“Si ella no presenta cargos, entonces podrás ser arrestado por asalto a mano armada, resistencia al arresto y otras infracciones menores”.
“¿Tendré que ir a la cárcel?”.
“¿Has sido arrestado antes?”.
“Sí”, admitió. “Estuve cinco años en la cárcel por intento de homicidio”.
“¿Cuál es tu nombre?”.
“Fernando Rodríguez”.
“¿Todavía estás en libertad condicional, Fernando?”.
“No, se me terminó hace dos semanas”.
“Está bien”. Ella pensó por un momento. “Entonces es probable que tengas que estar tras las rejas hasta que todo esto se resuelva. ¿Tal vez uno o dos meses?”.
“¡¿Un mes?!”.
“O dos”, reiteró. “No mames. Seamos honestos. ¿Después de cinco años? Eso es nada. La próxima vez maneja todo en privado”.
Ella estaba justo en frente de él, lo suficientemente cerca para desarmarlo y librar a la víctima, pero él ya estaba calmando. Avery había tratado con personas como él antes cuando trabajó con unas pandillas de Boston. Eran hombres que habían pasado por tanto que cualquier cosa los podría quebrantar. Pero, en última instancia, cuando se les daba la oportunidad de relajarse y evaluar su situación, su historia siempre era la misma: solo querían ser consolados, ayudados y no sentirse solos en el mundo.
“Solías ser abogada, ¿cierto?”, dijo el hombre.
“Sí”. Se encogió de hombros. “Pero luego cometí un error estúpido y mi vida se volvió una mierda. No seas como yo”, advirtió. “Pongámosle fin a esto ahora”.
“¿Y ella?”, dijo, señalando a su esposa.
“¿Por qué quieres estar con alguien como ella?”, preguntó Avery.
“La amo”.
Avery lo desafió con la mirada.
“¿Esto te parece amor?”.
La pregunta pareció molestarlo de verdad. Con el ceño fruncido, miró a Avery, y luego a su esposa. Después volvió a mirar a Avery.
“No”, dijo, y bajó el arma. “Así no se debe amar”.
“Mira, hagamos algo”, dijo Avery. “Dame el arma y dejaré que estos chicos te lleven tranquilamente. Además, te prometo algo”.
“¿Qué cosa?”.
“Prometo que estaré pendiente de ti y me aseguraré de que te traten bien. No me pareces un villano, Fernando Rodríguez. Me parece que tuviste una vida dura”.
“No tienes ni idea”, dijo.
“No”, dijo. “Ni la menor idea”.
Le tendió una mano.
Soltó a su rehén y le entregó el arma. Su esposa se movió por el césped y corrió para ponerse a salvo inmediatamente. El policía agresivo que había estado preparado para abrir fuego dio un paso adelante con una mirada que rebosaba envidia.
“Me encargaré de aquí en adelante”, dijo con desprecio.
Avery se le acercó.
“Hazme un favor”, dijo. “Deja de actuar como si fueras mejor que las personas que detienes y trátalo como un ser humano. Eso podría ayudarte”.
El policía se sonrojó de ira y parecía estar listo para destruir el ambiente tranquilo que Avery había creado. Afortunadamente, el segundo oficial se le acercó al hombre latino primero y lo manejó con cuidado. “Voy a esposarte ahora”, dijo en voz baja. “No te preocupes. Me aseguraré de que te traten bien. Tengo que leerte tus derechos, ¿de acuerdo? Tienes el derecho a permanecer en silencio…”.
Avery se alejó.
El agresor latino levantó la mirada. Los dos sostuvieron la mirada por un momento. Ofreció un gesto de agradecimiento, y Avery respondió asintiendo la cabeza. “Lo que dije va en serio”, reiteró antes de volverse para irse.
Ramírez tenía una gran sonrisa en su rostro.
“Mierda, Avery. Eso fue candente”.
El coqueteo molestó a Avery.
“Me enferma cuando los policías tratan a los sospechosos como si fueran animales”, dijo, volviéndose para ver el arresto. “Apuesto a que la mitad de los tiroteos en Boston podrían evitarse con un poco de respeto”.
“Tal vez si hubiera una mujer comisionada como tú a cargo”, bromeó.
“Tal vez”, respondió ella, y de verdad pensó en las implicaciones.
Su walkie-talkie comenzó a sonar.
Oyó la voz del capitán O’Malley por la estática.
“Black”, dijo. “¿Black, dónde estás?”.
Ella contestó.
“Estoy aquí, capitán”.
“Mantén tu teléfono encendido de ahora en adelante”, dijo. “¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Y vete a la Marina de Boston cruzando por la calle Marginal en East Boston. Tenemos una situación allí”.
Avery frunció el ceño.
“¿East Boston no es territorio de la A7?”, preguntó.
“Olvídate de eso”, dijo. “Deja lo que estás haciendo y vente lo más rápido que puedas. Tenemos un asesinato”.
Avery llegó al puerto de Boston por el túnel Callahan, que conecta el North End a East Boston. El puerto quedaba cerca de la calle Marginal, justo por al agua.
El lugar estaba repleto de policías.
“Mierda”, dijo Ramírez. “¿Qué demonios pasó aquí?”.
Avery caminó con calma al puerto deportivo. Las patrullas estaban estacionadas irregularmente. También había una ambulancia. Una multitud de personas que querían navegar sus barcos en esta brillante mañana deambulaban por allí, preguntándose qué debían hacer.
Se estacionó y ambos se bajaron y mostraron sus credenciales.
Más allá de la puerta principal y el edificio había una dársena expansiva. Dos embarcaderos sobresalían de la dársena en forma de V. La mayor parte de los policías se habían agrupado alrededor del extremo final de una dársena.
Vio el capitán O’Malley a lo lejos, vestido con un traje oscuro y una corbata. Se encontraba discutiendo con otro policía completamente uniformado. Por las dobles rayas en su pecho, Avery supuso que el otro era el capitán de la A7, que manejaba todo East Boston.
“Mira a este personaje”, dijo, señalando al hombre uniformado. “¿Acaba de salir de una ceremonia o qué?”.
Los agentes de la A7 los miraron feo.
“¿Qué está haciendo la A1 aquí?”.
“Vuelvan al North End”, gritó otro.
El viento azotaba el rostro de Avery mientras caminaba por el muelle. El aire era salado y suave. Apretó su chaqueta alrededor de su cintura para que no se abriera de repente. A Ramírez no le estaba yendo muy bien con las ráfagas intensas, que seguían alborotando su cabello.
Algunas dársenas sobresalían en ángulos perpendiculares en un lado del muelle, y cada muelle estaba lleno de barcos. También había barcos en el otro lado del muelle: lanchas, barcos veleros costosos y enormes yates.
Una dársena separada formaba una forma de T con el extremo del muelle. Un único yate blanco mediano estaba anclado en el medio. O’Malley, el otro capitán y dos oficiales hablaban mientras que un equipo de forenses recorría el barco y tomaba fotografías.
O’Malley se veía igual que siempre: su cabello corto teñido de negro y un rostro arrugado que parecía que podría haber sido el de un boxeador en una vida anterior. Tenía los ojos entrecerrados por el viento y se veía molesto.
“Ella está aquí ahora”, dijo. “Dale una oportunidad”.
El otro capitán parecía señorial, tenía el pelo canoso, un rostro delgado y una mirada arrogante debajo de un ceño fruncido. Era mucho más alto que O’Malley y se veía atontado por el hecho de que O’Malley, o cualquier persona no perteneciente a su equipo, invadiera su territorio.
Avery les asintió a todos.
“¿Qué pasa, capitán?”.
“¿Esta es una fiesta o qué?”. Ramírez sonrió.
“Deja de sonreír”, espetó el capitán señorial. “Esta es una escena del crimen, joven, y espero que te comportes”.
“Avery, Ramírez, este es el capitán Holt de la A7. Él fue lo suficientemente amable como para...”.
“¿Amable?”, espetó. “No sé en qué anda el alcalde, pero está equivocado si cree que puede pisotear toda mi división. Te respeto, O’Malley. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero esto no tiene precedentes y tú lo sabes. ¿Cómo te sentirías si fuera a la A1 y comenzara a dar órdenes como loco?”.
“Nadie está tomando el control”, dijo O’Malley. “¿Crees que me gusta esto? Tenemos suficiente trabajo en nuestro lado. El alcalde nos llamó a los dos, ¿cierto? Yo tenía otras cosas que hacer hoy, Will, así que no actúes como si esto es una movida ofensiva”.
Avery y Ramírez intercambiaron una mirada.
“¿Cuál es la situación?”, preguntó Avery.
“La llamada entró esta mañana”, dijo Holt, haciendo un gesto hacia el yate. “Una mujer fue hallada muerta en ese barco. Fue identificada como una vendedora de libros local. Llevaba quince años siendo dueña de una librería espiritual en la calle Sumner. No tenía antecedentes penales. No hay nada sospechoso sobre ella”.
“Excepto la forma en la que fue asesinada”, dijo O’Malley, tomando el control. “El capitán Holt estaba desayunando con el alcalde cuando entró la llamada. El alcalde decidió que quería venir y verlo en carne propia”.
“Lo primero que dice es ‘¿Por qué no ponemos a Avery Black en el caso?’”, concluyó Holt, mirando a Avery con desdén.
O’Malley intentó paliar la situación.
“Eso no es lo que me dijiste a mí, Will. Me dijiste que tus chicos llegaron a la escena y que no entendieron lo que estaban viendo, así que el alcalde sugirió que hablaras con alguien que ha tenido experiencia con este tipo de cosas”.
“Da igual”, gruñó Holt y levantó la barbilla pomposamente.
“Ve a echarle un vistazo”, dijo O’Malley y señaló el yate. “Anda a ver qué puedes encontrar. Nos iremos si regresa con las manos vacías”, agregó, hablándole directamente a Holt. “¿Eso te parece justo?”.
Holt se fue a zancadas a sus otros dos agentes.
“Esos dos son de su brigada de homicidios”, indicó O’Malley. “No los miren. No hablen con ellos. No causen problemas. Esta es una situación política muy delicada. Solo cierren la boca y díganme lo que ven”.
Ramírez estaba muy entusiasmado mientras caminaban al gran yate.
“Es una belleza”, dijo. “Parece un Sea Ray 58 Sedan Bridge. Es de dos pisos. Te da sombra arriba, y tiene aire acondicionado adentro”.
Avery estaba impresionada.
“¿Cómo sabes todo eso?”, preguntó.
“Me gusta pescar”. Se encogió de hombros. “Nunca he pescado en un barco así, pero un hombre puede soñar, ¿o no? Debería llevarte a pasear en mi barco”.
A Avery no le gustaba mucho el mar. Las playas, a veces, los lagos, absolutamente, pero ¿veleros y embarcaciones lejos en el océano? Le ocasionaban ataques de pánico. Había nacido y crecido en un terreno plano, y la idea de estar en la marea que se menea, sin tener idea de lo que podría estar al acecho justo debajo, hacía que su mente fuera a lugares oscuros.
A lo que Avery y Ramírez pasaron y se prepararon para embarcar, Holt y sus otros dos detectives los ignoraron. Un fotógrafo en la proa tomó una última foto y le hizo señas a Holt. Hizo su camino a lo largo de la borda a estribor y levantó las cejas a lo que vio a Avery. “Nunca volverás a ver un yate con los mismos ojos”, bromeó.
Una escalera de plata daba a los costados del barco. Avery subió, colocó sus manos en las ventanas negras y se meneó.
Una mujer de mediana edad con cabello rojo y salvaje había sido colocada en la parte delantera del barco, justo antes de las luces laterales de la proa. Yacía de lado, hacia el este, sus manos sujetando sus rodillas y con la cabeza abajo. Si hubiera estado sentada en posición vertical, se hubiera visto como si estuviera dormida. Estaba completamente desnuda, y la única herida visible era la línea oscura alrededor de su cuello. “Le rompió el cuello”, pensó Avery.
Lo que hacía que la víctima resaltara, más allá de la desnudez y la exhibición pública de su muerte, era la sombra que proyectaba. El sol estaba en el este. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia arriba, y producía una imagen especular de su forma arrugada en una sombra larga y deformada.
“No me jodas”, susurró Ramírez.
Como hacía Avery cuando limpiaba las superficies en su casa, se agachó y le echó un vistazo a la proa del barco. La sombra era o bien una coincidencia o una señal del asesino y, si había dejado una señal, quizás dejó otra. Ella se movió de un lado del barco al otro.
En el resplandor del sol, en la superficie blanca de la proa del barco, justo encima de la cabeza de la mujer entre su cuerpo y su sombra, Avery vio una estrella. Alguien había utilizado su dedo para dibujar una estrella, ya sea con saliva o agua salada.
Ramírez llamó a O’Malley.
“¿Qué dijeron los forenses?”.
“Encontraron algunos pelos en el cuerpo. Podrían ser de una alfombra. El otro equipo aún está en el apartamento”.
“¿Qué apartamento?”.
“El apartamento de la mujer”, dijo O’Malley. “Creemos que fue secuestrada allí. No hay huellas por ninguna parte. El tipo pudo haber usado guantes. No sabemos cómo la trasladó aquí, a un muelle muy visible, sin que nadie lo viera. Se metió con unas de las cámaras del puerto deportivo. Debió haberlo hecho justo antes del asesinato. Posiblemente fue asesinada anoche. Parece que el cuerpo no fue molestado, pero el forense tiene la última palabra”.
Holt hizo un ruido.
“Esta es una pérdida de tiempo”, le espetó a O’Malley. “¿Qué puede ofrecer esta mujer que mis hombres ya no hayan descubierto? No me importa su último caso ni su personaje público. En lo que a mí respecta, solo es una abogada fracasada que tuvo suerte en su primer caso importante porque un asesino en serie, a quien ella defendió en los tribunales, la ayudó”.
Avery se levantó, se apoyó en la barandilla y observó a Holt, O’Malley y a los otros dos detectives en el muelle. El viento seguía moviendo su chaqueta y pantalón.
“¿Vieron la estrella?”, preguntó.
“¿Qué estrella?”, dijo Holt.
“Su cuerpo está inclinado hacia un lado y hacia arriba. En la luz del sol, crea una imagen sombreada de su silueta. Muy marcada. Casi parecen ser dos personas, espalda con espalda. Entre su cuerpo y esa sombra, alguien dibujó una estrella. Podría ser una coincidencia, pero la colocación es perfecta. Tal vez podamos tener suerte si el asesino la dibujó con saliva”.
Holt consultó con uno de sus hombres.
“¿Vieron una estrella?”.
“No, señor”, respondió un detective delgado y rubio con ojos marrones.
“¿Y los forenses?”.
El detective negó con la cabeza.
“Ridículo”, murmuró Holt. “¿Una estrella dibujada? Un niño pudo haber hecho eso. ¿Una sombra? La luz crea las sombras. Eso no tiene nada de especial, detective Black”.
“¿Quién es el dueño del yate?”, preguntó Avery.
“Un callejón sin salida”, dijo O’Malley, encogiéndose de hombros. “Un promotor inmobiliario importante. Está en Brasil en un viaje de negocios. Lleva casi un mes allá”.
“Si el barco ha sido limpiado en el último mes, entonces la estrella fue puesta allí por el asesino y, como está perfectamente colocada entre el cuerpo y la sombra, tiene que significar algo. No estoy segura de qué, pero sé que tiene un significado”, dijo Avery.
O’Malley ojeó a Holt.
Holt suspiró.
“Simms, llama a los forenses para que regresen”, le dijo al oficial rubio. “Diles lo de la estrella y la sombra. Te llamaré cuando terminemos”.
Holt miró a Avery miserablemente, y finalmente negó con la cabeza.
“Deja que vea el apartamento”.
Avery caminaba lentamente por el pasillo del edificio de apartamentos mal iluminado, flanqueada por Ramírez. Su corazón latía con anticipación como siempre lo hacía cuando estaba a punto de entrar en una escena del crimen. En este momento, quisiera estar en cualquier otro lado.
Logró recuperarse. Se armó de valor y se obligó a observar cada detalle, sin importar lo mínimo que fuera.
La puerta del apartamento de la víctima estaba abierta. Un oficial estacionado afuera se apartó y les permitió a Avery y los otros pasar por debajo de la cinta de la escena del crimen y entrar.
Un estrecho pasillo daba a una sala de estar. La cocina estaba separada de la sala. Nada parecía estar fuera de lugar, solo era el apartamento bonito de alguien. Las paredes estaban pintadas de un color gris claro. Había estanterías en todas partes. Había pilas de libros en el suelo. Algunas plantas colgaban de las ventanas. Un sofá verde estaba en frente de un televisor. En la única habitación, la cama estaba hecha y cubierta con una manta blanca de encaje.
La única alteración era en la sala de estar, donde era evidente que faltaba una alfombra. Un contorno polvoriento, junto con un espacio oscuro, había sido marcado con numerosas etiquetas policiales amarillas.
“¿Qué encontraron los forenses aquí?”, preguntó Avery.
“Nada”, dijo O’Malley. “No hay huellas. No hay nada. Estamos a oscuras en este momento”.
“¿Algo fue tomado del apartamento?”.
“No creo. El frasco de las monedas está lleno. Su ropa fue colocada cuidadosamente en la cesta de la ropa sucia. Su dinero e identificación todavía estaban en sus bolsillos”.
Avery se tomó su tiempo en el apartamento.
Como de costumbre, se movió en pequeñas secciones y revisó cada una completamente; las paredes, los pisos y las tablas de madera, las chucherías en los estantes. Una foto de la víctima con dos amigas se destacaba. Tomó nota de aprender sus nombres y comunicarse con ellas. Analizó las estanterías y pilas. Había montones de novelas románticas femeninas. El resto eran de temas espirituales, autoayuda y religión.
“Religión”, pensó Avery. “La víctima tenía una estrella sobre su cabeza. ¿La estrella de David?”.
Después de haber observado el cadáver en el barco y el apartamento, Avery comenzó a formar una imagen del asesino en su mente. Él habría atacado desde el pasillo. La matanza fue rápida y no dejó marcas, no cometió errores. La ropa y las pertenencias de la víctima habían sido dejadas en un lugar limpio, a fin de no perturbar el apartamento. Solo la alfombra fue movida, y había polvo en esa zona y en los bordes. Eso referenciaba la ira en el asesino. “Si fue tan meticuloso en todos los otros aspectos, ¿por qué no limpiar el polvo de los lados de la alfombra?”, pensó Avery. “¿Por qué siquiera llevarse la alfombra? ¿Por qué no dejar todo en perfecto estado?”. Comenzó a reproducir todo en su mente. Le rompió el cuello, la desnudó, guardó la ropa y dejó todo en orden, pero luego la enrolló en una alfombra y la sacó como un salvaje.
Se dirigió a la ventana y miró la calle. Había pocos lugares donde alguien podría esconderse y observar el apartamento sin que nadie lo notara. Un punto en particular le llamó la atención, un callejón estrecho y oscuro detrás de una valla. “¿Estuviste allí?”, se preguntó. “¿Acechando? ¿Esperando el momento perfecto?”.
“¿Entonces?”, dijo O’Malley. “¿Qué piensas?”.
“Tenemos un asesino en serie en nuestras manos”.
“El asesino es hombre, y es fuerte”, continuó Avery. “Obviamente superó a la víctima y luego la llevó al muelle. Parece que fue personal”.
“¿Cómo sabes eso?”, preguntó Holt.
“¿Por qué pasar por tantas cosas con una víctima al azar? Parece que nada fue robado, así que ese no fue el motivo. Fue preciso con todo excepto esa alfombra. Si pasas tanto tiempo planeando un asesinato, desnudando a la víctima y poniendo su ropa en la cesta de la ropa sucia, ¿por qué llevarte algo suyo? Parece que eso fue planeado. Quería llevarse algo. ¿Tal vez para demostrar que era poderoso? ¿Que podía hacerlo? No lo sé. ¿Y dejarla en un barco? ¿Desnuda y a la vista del puerto? Este tipo quiere ser visto. Quiere que todos sepan que él lo hizo. Es posible que tengas otro asesino en serie en tus manos. Lo mejor es que no tardes en tomar una decisión respecto a quién se encargará de este caso”, dijo.
O’Malley se volvió a Holt.
“¿Will?”.
“Sabes lo que siento al respecto”, dijo con desprecio.
“¿Pero lo harás?”.
“Es un error”.
“¿Pero...?”.
“Que sea lo que quiera el alcalde”.
O’Malley se volvió a Avery.
“¿Estás preparada para esto?”, preguntó. “Sé honesta conmigo. Acabas de salir de un caso muy público. La prensa te crucificó en todo el camino. Todos los ojos estarán puestos en ti una vez más, pero esta vez el alcalde estará prestando más atención. Él te solicitó específicamente”.
El corazón de Avery latía con más fuerza. Marcar una diferencia como oficial de policía era lo que realmente le gustaba de su trabajo, pero capturar a asesinos en serie y vengar a los muertos era lo que anhelaba.
“Tenemos un montón de otros casos abiertos”, dijo. “Y un juicio”.
“Puedo darle todo a Thompson y Jones. Puedes supervisar su trabajo. Si tomas el caso, será tu primera prioridad”.
Avery se volvió a Ramírez.
“¿Te anotas?”.
“Me anoto”. Asintió con la cabeza.
“Lo haremos”, dijo.
“Excelente”. O’Malley suspiró. “Este es su caso. El capitán Holt y sus hombres se encargarán del cuerpo y el apartamento. Tendrán acceso completo a los archivos y su plena cooperación durante toda esta investigación. Will, ¿con quién deben comunicarse si necesitan información?”.
“Con el detective Simms”, dijo.
“”’“”