Aquiles

soltando amarras

 

 

 

 

Gonzalo Narvreón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Gonzalo Narvreón

Aquiles soltando amarras

ISBN Libro en papel: 978-84-685-4871-5

ISBN eBook en ePub: 978-84-685-4872-2

ISBN eBook en PDF: 978-84-685-4873-9

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L

 

 

 

 

 

 

 

 

“Para bien o para mal, debes tocar tu propio instrumento en la orquesta de la vida.”

 

Dale Carnegie

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dedicatoria

A todos aquellos que lograron vencer sus propios prejuicios

 

Gonzalo Narvreón


Índice

 

Índice

Capítulo 1 El regreso

Capítulo 2 Al mal tiempo, buena cara

Capítulo 3 Alejandro y Malena

Capítulo 4 Reunión distendida

Capítulo 5 Lluvia y morbo

Capítulo 6 La confesión de Alejandro y su punto G

Capítulo 7 Lunes otra vez

Capítulo 8 La charla con Adrián

Capítulo 9 La fiesta

Capítulo 10 La intriga

Capítulo 11 La disculpa

Capítulo 12 Salida inesperada

Capítulo 13 Desahogo con amigos

Capítulo 14 Sumando sorpresas

Capítulo 15 Cruzando el charco

Capítulo 16 Vino, burbujas y una charla picante

Capítulo 17 Estrechando lazos

Capítulo 18 La gran movida

Capítulo 19 Soltando amarras

Epílogo

 

 

 

 

 

 

Introducción

 

 

Aquel viaje que Aquiles hubiese querido evitar, fue el desencadenante como para que sucediera lo que, de una u otra manera, iba a terminar sucediendo…

La decisión y el impulso de Alejandro, habían llevado a que Aquiles abriese la puerta que lo adentraría en un mundo nuevo, misterioso; un mundo que le generaba cierto temor.

Su vida entera estaba en un punto de inflexión; promediaba la mitad de su vida biológica, estaba a punto de convertirse en padre y, aunque no hubiese existido penetración, lo cierto es que acababa de transitar por su primera experiencia sexual con otro hombre, un combo de emociones que resultaban difíciles de manejar.

Solo la serenidad y fundamentalmente el intentar ser fiel a lo que su naturaleza le reclamaba, podrían hacerlo transitar por un sendero más llano y sin tantas piedras con las cuales pudiese tropezar.

Capítulo 1

El regreso

 

 

 

A pesar de la fría noche de invierno que abrazaba a la ciudad, y que daba fin a otra semana laboral, las calles se encontraban con abundante tráfico, lo que no era de extrañarse, ya que, transcurriendo los primeros minutos del sábado, era de imaginar que la gente saliese a disfrutar del comienzo del fin de semana.

Al no haber despachado equipaje, Aquiles no tuvo que esperar frente a las cintas para recogerlo, no obstante, entre el tiempo que le había llevado desembarcar del avión, más la espera del auto que lo transportaría hacia su departamento, habían transcurrido los pocos minutos que quedaba del viernes.

Estando en Ushuaia y previo a embarcar, sabiendo que llegaría bien tarde, había contactado a Marina para decirle que no lo esperase para cenar. Ya en Buenos Aires, yendo hacia el auto, la había llamado nuevamente para avisarle que había desembarcado y que estaba en camino.

Sobre el río, los relámpagos continuaban iluminando el oscuro horizonte y a medida que las densas nubes avanzaban hacia el continente, comenzaban a teñirse de rosa oscuro, producto de las luces de la gran ciudad que se reflejaban sobre ellas.

El movimiento de las copas de los árboles que flanqueaban a la Avenida Costanera, dejaban entrever que el viento había comenzado a rotar y que empezaba a soplar con mayor intensidad desde el sureste, por lo que, sin duda alguna, junto con la tormenta que se avecinaba, sería el inicio de una sudestada y de un notorio descenso de la temperatura.

–Parece que se viene y que va a hacer mucho frío este fin de semana –dijo el conductor, haciendo referencia a la tormenta que se avecinaba y al descenso de la temperatura, que ya comenzaba a hacerse sentir.

–Eso parece… estate atento a las noticias por si llega a granizar –respondió Aquiles, consultando una aplicación sobre pronóstico del clima que tenía instalada en su celular y recordando una tormenta con abundante caída de granizo que había golpeado fundamentalmente a la zona norte de Buenos Aires hacía ya unos cuantos años y que había provocado innumerables daños materiales en viviendas y en automóviles; el suyo había sido justamente uno de los afectados.

Un mensaje de WhatsApp entraba en su celular. Era de Alejandro diciéndole “Que tengas una linda noche…”

Aquiles sabía que Alejandro aún debía estar en el auto que lo estaba trasladando a su departamento y aunque el mensaje le resultó extraño, pensó que, probablemente, se tratase de un simple gesto de cortesía y nada más que eso.

A pesar de la experiencia vivida hacía apenas unas horas, sobre la que aún no había pensado demasiado y mucho menos había podido digerir, prefirió no enroscarse con el tema y decidió dejarlo ahí, por lo que simplemente respondió “Gracias, lo mismo para vos…”

Aprovechó para enviar un mensaje al grupo de fútbol, avisando que este sábado no iría, aunque pensó que, por como pintaba el clima, probablemente el partido se cancelaría. Casi simultáneamente, aparecía un mensaje de Alejandro avisando que él tampoco iría.

Marcos respondió con el emoji del hombre levantando ambos brazos como diciendo “que se le va a hacer,” Félix y Alfredo enviaron un pulgar para arriba, Facundo enviaba el del hombre tapándose la cara con una mano, como gesto de “qué problema,” Adrián envió un pulgar de aprobación y preguntaba si aún estaban en Ushuaia, el resto enviaron pulgares de aprobación, como dándose por enterados.

Aquiles le envió un mensaje privado a Adrián, contándole que ya había regresado y que estaba en camino hacia su departamento.

–Qué hacés querido –escribió Aquiles.

–Por acá todo bien, ¿cómo les fue? –preguntó Adrián.

–Bien, por suerte todo salió mejor de lo esperado –respondió Aquiles.

–Genial… ¿algo más para contar? –preguntó Adrián.

–Juicio terminado, una cena en una estancia increíble, una excursión por el Canal de Beagle… todo bien. –escribió Aquiles, que sabía perfectamente hacia donde apuntaba la pregunta de Adrián.

–Ok, ¿nada más? –insistió Adrián.

–Ya te voy a contar… si hay ganas, quizá podríamos vernos a la noche o el domingo –respondió Aquiles.

–Dale, vamos viendo… yo también te tengo que contar algo medio loco que me sucedió, abrazo –escribió Adrián, dando por terminada la conversación y dejando a Aquiles intrigado.

La pantalla del celular se apagó; Aquiles giró su cabeza y permaneció en silencio, mientras que observaba a través de la ventana como los rayos serpenteaban sobre el horizonte, quebrando la profunda oscuridad que envolvía al río.

Estaba contento por regresar a su hogar y a pesar de haber dormido pocas horas, se sentía de buen humor, probablemente, en eso habían ayudado el par de horas durante las que había dormitado arriba del avión.

Tras haber cruzado el límite que dividía a la Ciudad de Buenos Aires con las zonas suburbanas, siguiendo las indicaciones de Aquiles, el conductor ubicó el auto en una dársena de la avenida para poder girar hacia su izquierda y en pocos minutos, estacionaban justo frente a la puerta del edificio. Ambos descendieron y fueron hacia la parte trasera para abrir el portaequipaje; Aquiles abonó el viaje, tomó sus pertenencias y luego de saludar al conductor, se dirigió hacia el accedo del edificio, donde lo aguardaba el personal de seguridad, que cortésmente le abría la puerta de vidrio. Saludó amablemente y se dirigió hacia el ascensor que estaba detenido en planta baja.

Ingresó al departamento y luego de dejar llaves y billetera sobre el mueble del acceso, dejó el equipaje, apoyó la funda con el traje sobre una banqueta y se acercó al sillón en el que estaba tirada Marina, a quien abrazó y besó.

–Hola, amor –dijo Aquiles.

–Hola, te extrañamos… que cara fría –dijo Marina, con una sonrisa dibujada en su rostro.

–Sí, está haciendo mucho frío y viene tormenta –respondió Aquiles.

–Sí, escuché que va a haber mal tiempo durante todo el fin de semana… –dijo Marina, que preguntó– ¿viajaron bien?

Sí, muy bien, lindo vuelo, tranquilo… la verdad es que, al despegar ya era de noche y luego de que sirvieron el snack, me quedé profundamente dormido. Me desperté una media hora antes de aterrizar; anoche nos acostamos tarde y fue por eso que perdimos el vuelo de la mañana –dijo Aquiles.

–Ah, entonces algo descansaste –dijo Marina.

–Sí, algo… por acá ¿todo bien?, ¿el bebé?, ¿cenaste? –preguntó Aquiles.

–Todo en orden, el bebé tanqui… Sí, ya cené; te dejé en el grill unas porciones de pizza por si querés comer, o no sé si primero preferís darte una ducha –dijo Marina.

–Me voy a duchar antes de ir a la cama. Estoy muerto de hambre; llevó la valija y la mochila al lavadero y mañana saco la ropa. Traigo la comida acá así no te levantas y conversamos un rato –dijo Aquiles.

–Ok, como quieras –dijo Marina.

Aquiles se incorporó, agarró la funda conteniendo el traje para llevarlo al vestidor y regresó a buscar la valija para llevarla al lavadero. Sirvió vino en una copa, agarró de dentro del grill tres porciones de pizza que aún estaban calientes, las puso sobre un plato y regresó al estar.

–Ahora sí –dijo Aquiles, que se sentó al lado de Marina, se quitó el calzado, apoyó los pies sobre la mesa ratona y comenzó a saborear las porciones de pizza.

–¿Qué sucedió finalmente con el juicio? –preguntó Marina.

–Algo te comenté, pero el resumen es que los tipos recibieron una oferta de compra de una multinacional, por lo que deben estar limpios, sin arrastrar litigios legales ni problemas fiscales, por lo que, después de tanto tiempo de litigar, decidieron llegar a un acuerdo extrajudicial como para cerrar todo lo más rápidamente posible –dijo Aquiles, haciendo una síntesis de la situación.

–Ah, que loco… ¿y cómo sigue el tema? –preguntó Marina.

–Luego de haber hablado con nuestro cliente y de tener su aprobación, Alejandro tuvo que presentar unos documentos en el juzgado como para cancelar el tema judicial, pero la verdad es que no tengo muy claro como continúa. Imagino que él y Marcos deberán manejar esa parte y, en todo caso, yo deberé participar si es que fuese necesario cerrar con algún tema contable, cosas que seguramente sucederá. –respondió Aquiles.

–Qué desperdicio de dinero –dijo Marina.

–Sí, mucho… de todas maneras, esta gente ve las cosas desde otra perspectiva, viven en un universo paralelo y manejan números que a uno le resultan increíbles. –dijo Aquiles.

–¿Linda la casa? –preguntó Marina.

–Huf… ¡Hermosa!, similar a esas propiedades que se ven en las películas, enorme… de estilo Victoriano, con todas las comodidades de la vida moderna y en medio de no sé qué cantidad de hectáreas –dijo Aquiles.

–¡Qué lindo!, ¿alguna foto? –preguntó Marina.

–No, tuve ganas, pero me pareció que no quedaría muy profesional estar sacando fotos como un pajuerano y que alguien pudiese verme, por lo que no saqué. De hecho, me tentó enormemente la idea de hacerlo para mandárselas a Marcos con la intención de que viera donde estábamos y como estaba servida la mesa. –dijo Aquiles riendo.

–Huy, con lo celoso que es, creo que Marcos se tomaba el primer avión –dijo Marina riendo.

–La verdad es que jamás había estado en una cena presentada de esa manera dentro de una casa familiar. –dijo Aquiles.

–¿Cómo se llama la familia? –preguntó Marina.

–Evans, se llaman Evans. El que actualmente maneja el holding se llama George, George Evans –dijo Aquiles.

–Suena muy inglés –dijo Marina.

–Sí, familia inglesa. De hecho, mientras nos llevaba de regreso al hotel, el chofer nos contó que la casa había sido construida por el abuelo de George, un tal John Evans, que había traído los materiales desde Inglaterra. Otras épocas, otras costumbres y obviamente, poseedores de una gran fortuna –dijo Aquiles.

–¿A qué se dedican concretamente? –preguntó Marina.

–¡A qué no se dedican…! –respondió Aquiles, agregando– en Tierra del fuego, fundamentalmente a la cría de ganado ovino y bovino, pero también están en el tema minería, petróleo, energía en general y ensamblado de componentes electrónicos… están metidos en docenas de negocios; pero viste como es el mundo, siempre hay uno que la tiene más larga y el pez grande termina comiéndose al pez chico –respondió Aquiles.

–Y yo que pensaba que eras vos el que la tenía más larga –dijo Marina, sonriendo y apoyándole una mano sobre su paquete.

Aquiles sonrió sin decir nada.

–Bueno, linda experiencia y fenomenal contacto –dijo Marina.

–Sí, buen contacto y toda una experiencia –respondió Aquiles, pensando inevitablemente en lo que había sucedido luego en el hotel, más allá de que no hubiese sido una situación provocada por él.

–¿Y vos qué hiciste? –preguntó Aquiles.

–Semana muy tranquila, por lo que me quedé trabajando acá y sin demasiado por hacer; aprovechando que no había nadie en el edificio, bajé un par de veces a nadar –dijo Marina.

–Bien… va, con respecto a lo del trabajo no sé si es bueno o si es malo lo que me contás –dijo Aquiles.

–Trabajo tenemos, así que todo bien, solo que hay algunas cosas que ya están encaminadas y existen otras en las que aún no hace falta invertir mucho tiempo –respondió Marina.

–Bueno, me alegro… quizá luego del nacimiento podamos ir por la casa –dijo Aquiles, haciendo referencia a mudarse finalmente a un Barrio privado.

–Hoy tenés fútbol –dijo Marina.

–Sí, pero ya avisé que no iba; de todas maneras, si llueve se suspende –dijo Aquiles, que, mirando hacia afuera, pudo observar como comenzaban a caer algunas gotas.

Terminó con su cena y con su copa de vino y permanecieron por un rato tirados en el sillón, viendo el final de la película que estaba mirando Marina.

–Vamos a la cama –dijo Marina.

–Dale, andá yendo que me doy una ducha rápida y enseguida voy –respondió Aquiles.

Ambos se incorporaron, Marina fue al baño y luego se dirigió directo a la cama, mientras que Aquiles se dirigió hacia la cocina, dejó el plato y la copa dentro del lavabo; abrió el freezer y encontró un pote de helado, agarró una cuchara de postre y permaneciendo parado, con la cola apoyada contra la mesada, comenzó a degustarlo.

Guardó el helado y fue hacia el baño, se quitó la ropa que dejó dentro del lavabo y se metió bajo la lluvia de agua templada.

Si bien el hotel en el que se habían hospedado era confortable y todo funcionaba a la perfección, pensó “nada como regresar a casa y utilizar el baño propio.”

Cerró las llaves de agua, se secó y se higienizó los dientes. Desnudo como estaba, agarró la pila de ropa que había dejado en el lavabo y fue hacia el lavadero para meter todo dentro del lavarropas, con excepción del sweater, que dejó colgado en un tender. Sintió que la temperatura en el departamento estaba algo elevada, por lo que abrió el mueble que escondía a la caldera y la bajó al mínimo, luego se dirigió hacia la habitación, seguro de que Marina lo estaría aguardando para tener una noche de sexo. Hizo memoria y recordó que la última vez que habían cojido, había sido en la mañana del martes previo al viaje.

Ingresó a la habitación y para su sorpresa, vio que Marina ya estaba dormida y que no se movía, por lo que se metió en la cama lentamente, intentando no despertarla.

Apagó la luz de su velador y se recostó boca abajo, abrazando la almohada y seguro de que, luego de una semana de haber acumulado tensiones, en pocos minutos caería dormido, pero no pudo conciliar el sueño.

Dio media vuelta, quedando recostado de espaldas y con ambos brazos por fuera de las sabanas. Sintió como las gotas, que, empujadas por el fuerte viento, golpeaban contra la persiana que había quedado a medio bajar y como el sonido de los truenos era cada vez más frecuente e intenso.

Súbitamente, vino a su mente la imagen de Alejandro junto a Malena, e imaginó que, seguramente, deberían estar en su departamento garchando como dos animales salvajes, más allá de que Alejandro le había dicho que no sabía si Malena iría a pasar la noche con él.

Inevitablemente, comenzaron a volar por su mente las imágenes de lo acontecido en la habitación del hotel durante la madrugada del viernes al regresar de la cena en la estancia de los Evans.

Más allá de lo movilizador que podía resultarle todo lo sucedido, se le ocurrió pensar en cuál podía haber sido el motivo por el que Alejandro se había detenido ahí y no había intentado ir por más… Si se había animado a meterse dentro de su cama para terminar haciendo lo que finalmente habían hecho, ¿por qué no había intentado que existiese penetración? Pensó en cuál podría haber sido su reacción ante ese intento.

Si bien se trataba de un episodio reciente, la realidad era que, reposando en su cama, con la mente fría y ya lejos de haber sido sorprendido por la inesperada arremetida de Alejandro y del posterior estado de calentura, era previsible pensar que, seguramente, ese hubiese sido el límite y que no lo hubiese dejado avanzar, aunque la realidad era que, previo a lo sucedido, tampoco hubiese imaginado que algún día fuese a permitir que Alejandro hiciera lo que finalmente había hecho.

Envuelto en esos pensamientos, escuchando el sonido del viento y de la lluvia que arreciaban, quedó finalmente dormido.

Capítulo 2

Al mal tiempo, buena cara

 

 

 

A pesar del cansancio, producto de la tensión y del poco dormir, Aquiles había pasado una noche en la que su sueño había estado entrecortado. Se había despertado varias veces, había ido al baño a orinar, volvió a abrir el freezer para comer helado, dio algunas vueltas por el departamento y permaneció parado frente al ventanal del estar, observando como la torrencial lluvia caía, mientras que una seguidilla de relámpagos iluminaba el cielo. Las copas de los árboles se mecían de un lado hacia el otro, haciendo que las ramas parecieran a punto de quebrarse.

Aquiles había regresado a la cama sin que Marina se hubiese percatado de nada, ya que permanecía profundamente dormida. Cerca de las cinco de la madrugada, finalmente había logrado conciliar el sueño nuevamente.

Después de todo, consciente o inconscientemente, lo que le había sucedido en Ushuaia, seguramente estaba causando efectos en su psiquis y lo había impulsado a transitar por un evidente estado de ansiedad.

Abrió los ojos y miró el despertador; eran las once de la mañana y Marina ya no estaba en la cama. Estiró un brazo para alcanzar el borde del Black out que separó un poco de la ventana y pudo observar que, si bien no era la lluvia torrencial de la madrugada, continuaba lloviendo copiosamente.

Se recostó boca arriba y se quedó con los ojos cerrados, disfrutando del confort de su cama y del placer que le generaba el sonido de la lluvia.

Marina ingresaba al dormitorio con una bandeja en la que traía el desayuno. Café con leche, tostadas con mermeladas y queso untable, jugo de naranja y la pava con el mate.

–Buenos días, amor –dijo, acercándose a la cama y dejando la bandeja sobre ella.

Aquiles abrió los ojos, se incorporó, dejando su espalda apoyada sobre el respaldo de la cama y respondió:

–Buenos días, qué rico y que hambre que tengo.

Marina se acercó para darle un beso en los labios, mientras que, con los dedos de una mano, comenzaba a jugar con los pelos de su pecho, bajando por el torso hasta llegar a su pelvis.

Aquiles esbozó una sonrisa, sabiendo cuáles eran las intenciones de su mujer.

–Tenemos todo el fin de semana, dejame desayunar –dijo, dándole un beso en los labios.

Marina no insistió y preguntó:

–¿Dormiste bien?

–Más o menos… me costó dormirme y luego de haberlo logrado, me desperté un par de veces; me levanté para ir al baño, me quedé un rato viendo como diluviaba, volví a la cama y a eso de las cinco, logré dormirme nuevamente –respondió Aquiles.

–Ah, no te escuché… ¿En serio que diluvió? –preguntó Marina.

–Sí, ya me di cuenta de que no escuchaste nada, porque seguías durmiendo como un oso. Se cayó el cielo anoche y hubo muchísima actividad eléctrica. Menos mal que la tormenta se desató después del arribo de mi vuelo, porque seguramente desviaron todos los vuelos posteriores para otros aeropuertos –dijo Aquiles.

Marina se incorporó, levantó el Black out y la cortina que estaba a media altura.

–¿Vos no desayunas? –preguntó Aquiles, al ver que solo había un vaso y una taza.

–Hace dos horas que me levanté y no quise despertarte, así que desayuné en la cocina –respondió Marina.

–Qué placer estar en la cama desayunando y viendo este paisaje –dijo Aquiles, que ya había terminado su jugo y estaba disfrutando de un delicioso café con leche recién preparado.

–¿Qué tal estuvo esa excursión que me dijiste que harían? –preguntó Marina.

–Ah, lindo… La verdad es que el paisaje del lugar resulta imponente; nada similar a ningún otro lugar en el que hayamos estado. Una cosa es el bosque, la montaña, la nieve y los lagos y otra es ver las montañas nevadas estando a la orilla del mar y encima, sabiendo que unos kilómetros más hacia el sur, lo único que queda es la Antártida –dijo Aquiles.

–¡Qué loco eso! –dijo Marina.

–La Isla Bridges, que es donde desembarcamos, es una de tantas que se ubican al sur de Tierra del Fuego y dentro del Canal de Beagle, tierra escarpada, lobos marinos, te cagás de frío, mucho viento, poca luz natural… no sé, no es tanto lo que hay en la isla, lo que vale es el paisaje que podés observar estando allí, realmente imponente… Algún día deberíamos ir, al menos durante un fin de semana largo –dijo Aquiles.

–Estaría bueno… ¿y Alejandro qué dijo? –preguntó Marina.

–¿Qué dijo con respecto a qué?, ¿al lugar? –preguntó Aquiles.

–Sí, ¿o ya conocía? –preguntó Marina.

–No, no… me dijo que no conocía y también le pareció impresionante –dijo Aquiles, que agregó– de todas maneras, la excursión la hicimos como para matar el tiempo antes de que saliera nuestro vuelo –respondió Aquiles.

–¿Y no vieron pingüinos? –preguntó Marina.

–No, no sé si habrá… nosotros no vimos –respondió Aquiles, que ya había terminado con su desayuno.

–Bueno, yo creo que por acá sí vi a un lindo pingüino –dijo Marina, metiendo su mano por debajo de la sabana y agarrando el miembro de Aquiles, que estaba desnudo.

–¡Pará que vas a tirar todo! –dijo Aquiles, intentando correr la bandeja.

Marina corrió la sabana, dejando expuesta la desnudez de Aquiles y tirándose sobre él, comenzó a comerle la boca, recorriéndole el cuello y el pecho con la lengua, pasando por su abdomen, hasta alcanzar su miembro ya casi erecto, al que comenzó a practicarle una deliciosa mamada.

–Huy, ¡qué rico! –exclamó Aquiles.

–Mi Pingüino Emperador –dijo Marina, sacándose el miembro de la boca y recorriéndole las bolas con la lengua.

Aquiles cerró los ojos y se entregó al placer.

Marina se quitó la bata y el camisón que llevaba puesto, se sacó la trusa y sin demasiada demora, sintiendo que estaba absolutamente mojada, se montó sobre Aquiles, introduciéndose el miembro hasta el fondo.

Aquiles abrió los ojos y observó frente a él a la figura de Marina, cuyos pechos parecían crecer día a día y la redondez de su panza, que, con cinco meses de gestación, ya había crecido considerablemente.

Hacía una semanas que las glándulas mamarias de Marina habían comenzado a segregar calostro, cosa que a Aquiles le generaba un morbo muy particular y disfrutaba enormemente mamándoselas y percibiendo como salía de sus pechos ese líquido con sabor tan particular.

Permaneció con la espalda reclinada sobre el respaldo de la cama, apoyado sobre una almohada y sobre almohadones, casi sentado e inmóvil, disfrutando y dejando que fuese Marina la que manejase la sesión de sexo. Además de disfrutar al ver como su mujer se liberaba y gozaba sin tapujos y sin prejuicios, sentía algo de temor de ser él quien llevara la actitud dominante, al saber que dentro de ella había un bebé, por más de que el obstetra les hubiese explicado que no había ningún problema en que continuaran manteniendo relaciones de manera normal.

Marina apoyó las palmas de ambas manos sobre el pecho de Aquiles y comenzó con el movimiento de su pelvis, haciendo que el miembro de Aquiles entrara y saliera, variando el ritmo y buscando los puntos exactos que le generaban mayor placer. Por momentos acercaba sus pechos a la boca de Aquiles, para que se los mamara, aumentando su nivel de placer y de calentura.

Marina comenzó a acelerar el ritmo, arqueando su espalda y tirando su cabeza hacia atrás, clara señal de que estaba en su clímax y a punto de conseguir su premio. Aquiles conocía sus gestos, sus movimientos, sus sonidos, como para saber si ya estaba a punto o si necesitaba de más tiempo y de más trabajo.

Un gemido acompañado de un grito contenido y el vibrar de su cuerpo, fueron señales inequívocas de que Marina había comenzado a experimentar un explosivo orgasmo que pareció no terminar nunca.

Aquiles se mantuvo quieto y aguardó a que Marina terminase de disfrutar de su experiencia multiorgásmica, hasta que quedó recostada sobre él, satisfecha y exhausta.

Aguardó unos instantes y aún sin haber podido eyacular, giró para dejarla tendida sobre la cama y posicionándose detrás de ella, la penetró lentamente, concentrándose en lograr su propio placer.

Le llevó unos cinco minutos de ejercicio pélvico el alcanzar su propio orgasmo, que, por cierto, le había resultado muy placentero y durante el que Marina había logrado alcanzar un nuevo orgasmo. Por las condiciones en las que había quedado la sabana, claramente había eyaculado, algo que no a todas las mujeres les sucedía.

Permanecieron un rato recostado boca arriba, disfrutando de la distensión que ambos habían logrado alcanzar.

–Dejaste todo mojado –dijo Aquiles luego de un rato de permanecer callados.

–Sí, un enchastre… así me pone tu pingüino –respondió Marina.

Aquiles sonrió por el comentario y por el nuevo apodo utilizado por su mujer para referirse a su miembro.

Ambos se incorporaron y mientras que Aquiles se dirigía al baño para ducharse, Marina sacaba las sábanas y las llevaba al lavadero para meterlas en el lavarropas.

–Me parece que este fin de semana nos vamos a quedar adentro ¿no? –dijo Marina ingresando al baño, metiéndose bajo la ducha y dándole un tierno beso en los labios.

–La verdad es que está horrible y no da como para salir, a no ser que tengas ganas de ir al cine o a la casa de alguien, no sé –respondió Aquiles.

–No, la verdad es que no, aunque “al mal tiempo, buena cara” dice el refrán… habíamos hablado con Inés sobre la idea de que quizá nos podríamos ver durante el fin de semana, pero fue antes de saber que el clima iba a estar así de horrible y dependía de tu llegada y de tus ganas –dijo Marina.

–Yo anoche crucé unas palabras con Adrián mientras que venía para acá y también tiramos la idea de que quizá podíamos vernos el fin de semana, pero solo eso… quedamos en que hablaríamos –dijo Aquiles, saliendo de la bañera.

–Bueno, vamos viendo… ¿Vos vas a bajar a nadar? –preguntó Marina.

–La verdad es que ahora no tengo ganas, aunque realmente debería, porque comí toda la semana con ganas y desde el martes que no hago nada de ejercicio –respondió Aquiles, secándose con un toallón, que luego ató a su cintura y pensando en que, efectivamente, solo el lunes había ido al gimnasio, por lo que el marte por la mañana, antes de viajar, había bajado a nadar y ese había sido su último espacio dedicado para hacer deporte.

–Bueno, relajate y el lunes arrancás nuevamente con tu rutina –respondió Marina.

–Por cierto, hablando de comida, te traje dos cajas de chocolates que dejé en la mochila –dijo Aquiles, saliendo del baño y dirigiéndose hacia el vestidor.

Por como pintaba el día, eligió vestirse con una remera térmica de mangas largas, sobre la que se puso un buzo liviano, eligió un bóxer de algodón ajustado y de piernas largas, sobre el que se puso un jogging bien cómodo. Cubrió sus pies con medias de algodón abrigadas y pensó en que, muy probablemente, así permanecería por el resto el día.

No había horarios ni obligaciones, solo tiempo para el relax, el placer y quizá, para la reflexión.

Capítulo 3

Alejandro y Malena

 

 

 

Tras un viaje callado y sin haber intercambiado casi palabra alguna con el conductor, cosa extraña y poco frecuente en él, Alejandro había llegado a su departamento.

Durante el trayecto, le había enviado mensaje a Malena diciéndole que ya estaba en Buenos Aires y preguntándole si iba a ir a pasar la noche con él. Malena le había respondido que aún no había cenado, por lo que, si él tenía ganas, se daba una ducha, salía para allí y pedían algo para comer juntos.

Alejandro le dio el Ok y adelantándose, envió un WhatsApp a la pizzería haciendo el pedido, con la idea de tener la cena en su departamento cuando llegase Malena.

También le había enviado el mensaje a Aquiles deseándole que descansara bien, y había recibido como respuesta un simple “Gracias, lo mismo para vos…” que le había resultado algo frío y distante, aunque viniendo de Aquiles, no sabía muy bien por qué razón debía haber esperado otra cosa. Más allá de que la relación entre ellos se había hecho más suelta y fluida, Aquiles solía tener un trato bastante seco y distante, que muchas veces lo hacían parecer hasta antipático, aunque realmente no lo fuese.

Llegó al edificio y bajó del auto con su maletín en la mano y con la mochila colgando de un hombro, agarró su valija del porta equipaje, abonó el viaje e ingresó al edificio, donde, al igual que a Aquiles, el personal de seguridad lo aguardaba con la puerta abierta.

Subió al ascensor y apretó el botón del piso quince. El ascensor se detuvo, Alejandro salió e ingresó a su departamento. La imagen que tuvo frente de él, le resultó entre cautivante y atemorizante. La señora encargada de hacer la limpieza, que era una persona de confianza de sus padres y que iba un par de veces por semana a su departamento, había dejado los Black outs recogidos, por lo que, desde esa altura y con vista abierta hacia el este, mirando de frente hacia el río, se observaba el espectáculo de las nubes avanzando en forma de rodillos, con el horizonte iluminado por continuas descargas eléctricas y en el parque del otro lado de la avenida, las copas de los árboles danzando de un lado al otro a merced del viento. Sin duda alguna, se trataba de una tormenta fea que en pocos minutos golpearía a la ciudad.

Dejó la valija y la mochila en la cocina, al lado del lavarropas; ya se ocuparía de separar la ropa limpia de la usada. Fue hacia el mueble que escondía la caldera, abrió la puerta y apretó el botón para encender el piso radiante, ya que, al salir hacia el aeropuerto la había apagado, porque no tenía certeza sobre cuando regresaría y le pareció que, quedando el departamento vacío, no tenía sentido gastar gas. Luego de varios días en los que la temperatura se había mantenido por debajo de los 10º C, los ambientes se sentían realmente fríos.

Terminado con el trámite, fue hacia el dormitorio, donde dejó la funda con el traje y el maletín y aprovechó para ir al baño a orinar, cosa que venía postergando desde que había desembarcado.

Le envió un mensaje a Malena diciéndole que se apresurara, porque se aproximaba una tormenta fea y contándole que ya había encargado pizzas.

Pasados quince minutos, sonaba el timbre, anunciando que el delivery estaba abajo. Alejandro atendió y dio el Ok al personal de seguridad como para que lo dejasen subir.

Recibió las cajas, le dio propina al muchacho y fue hacia la cocina para dejar las cajas dentro del horno, que encendió a temperatura mínima como para mantener la comida caliente y puso cuatro latas de cerveza en el freezer.

En diez minutos, sonaba nuevamente el timbre y Alejandro atendía, dando la autorización para que Malena ingresara al edificio; fue hacia la puerta y la dejó entornada. Mientras que Malena subía, aprovechó para ir nuevamente hacia el baño con la intención de darse una rápida ducha que lo ayudara a quitarse el día de encima.

Como siempre le sucedía, parte de su cansancio era producto de la tensión que le generaba el tener que subirse a un avión.

Se desvistió, dejó la ropa tirada en el piso del dormitorio, abrió las llaves de agua y se metió bajo la lluvia templada.

Tomó el pan de jabón con aroma a cítricos y se lo pasó rápidamente por el cuerpo, tras lo que puso un poco de shampoo sobre su cabeza.

–Qué hacés amor… ¿dónde estás? –escuchó que Malena preguntaba desde el estar.

–Me estoy dando una ducha, controlá las pizzas que puse en el horno, enseguida voy –gritó Alejandro, que tenía la cabeza recién enjabonada y estaba con los ojos cerrados.

Afuera, el sonido de los truenos anunciaba que la tormenta ya estaba encima de la ciudad, mientras que las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer, estrellándose con fuerza contra los vidrios de las ventanas.

Malena fue hacia la cocina, apagó el horno y se dirigió a la habitación.

Vio la ropa de Alejandro tirada en el piso y lo escuchó cantando bajo la ducha. La escena le produjo un espontáneo estado de excitación; comenzó a desvestirse, dejando sus prendas apoyadas sobre la cama y completamente desnuda, caminó hacia el baño e ingresó dentro de la bañera, sorprendiéndolo al agarrarle el miembro, sin que él se hubiese dado cuenta de su presencia.

Alejandro abrió los ojos.

–¡Me asustaste tonta! –exclamó Alejandro.

Sin darle tiempo como para que reaccionara, Malena, que parecía estar en un estado de calentura extrema, se colgó de su cuello con los brazos y luego de enroscarle la cintura con ambas piernas, literalmente, le devoró la boca.

–¡Pará loca!, ¡tenemos todo el fin de semana! –volvió a exclamar Alejandro, sintiendo que su miembro comenzaba a erectarse.

–El fin de semana acaba de comenzar, no perdamos tiempo –dijo Malena, ahogándolo con un profundo beso de lengua.

Alejandro sintió que su glande estaba apoyado sobre los labios de la vagina de Malena y percibió el calor que emanaba.

–Entrame –dijo Malena, aflojando un poco sus brazos como para que su cuerpo descendiera.

Alejandro elevó su pelvis, logrando que su miembro comenzara a penetrarla lentamente.

No era la primera vez que practicaban sexo de esa manera y Alejandro tenía los músculos de sus piernas y de sus brazos lo suficientemente desarrollados y entrenados como para sostener al pequeño cuerpo de Malena.

El agua tibia caía sobre ambos cuerpos, que se encontraban fundidos y disfrutándose uno del otro.

Alejandro giró, haciendo que la espalda de Malena quedara apoyada contra la pared y afirmándose sobre el piso de la bañera, comenzó con una seguidilla de embestidas cada vez más potentes.

Malena sintió el contacto de su espalda contra los fríos cerámicos que cubrían la pared, pero su calentura fue más fuerte y se entregó a pleno para disfrutar de ese momento de placer sexual.

Alejandro continuó con las embestidas y sintió como las uñas de Malena se clavaban en su espalda, mientras que emitía un gemido que fue seguido por un grito, anunciando que se encontraba en medio de un orgasmo.

Alejandro dejó fluir su energía y se concentró en su propio placer, logrando que, en tres o cuatro embestidas más, su esperma comenzara a fluir, provocándole una inmensa sensación de placer, que expresó por medio de un grito incontenible, mientras que sus piernas se aflojaban y comenzaban a temblar.

Malena bajó sus piernas, liberándolo de la carga y haciendo que el miembro de Alejandro saliera de su vagina.

–Bienvenido –dijo, mientras que volvía a comerle la boca y luego se arrodillaba para mamarle el miembro y limpiárselo con la lengua.

Agarró un toallón que ató sobre sus pechos y caminó directo al cuarto, como si nada hubiese sucedido y satisfecha por haber complacido sus propios deseos.

Alejandro permaneció por un momento bajo el agua y lavó nuevamente sus genitales. Cerró las llaves de agua, agarró un toallón, se secó y lo ató a su cintura.

Salió del baño y se encontró con Malena, que sentada en la cama y secándose el pelo, ya tenía puesta una bata blanca.

Alejandro disfrutaba de ese tipo de detalles y utilizaba su dinero para comprar cosas que lo hicieran sentir bien y que le generasen placer; una de ellas justamente, era el detalle de tener un juego de batas blancas para ser utilizadas por él y por quienquiera que fuese su compañía.

–¿Qué tal tu semana? –preguntó Alejandro, como si lo ocurrido hacía apenas unos minutos se hubiese tratado de solo un trámite que había concluido y ya, a otro tema.

–Bien, bastante estudio, se vienen los parciales, pero todo bien –respondió Malena, que preguntó– ¿y tu viaje?

–Todo bien, nos salieron las cosas redondas y muy lindo el lugar –respondió Alejandro, sin explayarse demasiado. En todo caso, ya habría tiempo como para hacerlo, si es que tuviese ganas y si fuese que Malena se mostrase interesada.

–Bien, me alegro –dijo Malena.

Alejandro dejó caer el toallón y caminó hacia el vestidor. No le resultaba cómodo cenar vestido con una bata, por lo que decidió cambiarse y ponerse algo cómodo. Como copiándose de Aquiles, se puso un bóxer, una remera de mangas largas, un buzo, un jogging y medias abrigadas.

–¿Cenamos? –preguntó al regresar al cuarto.

–Dale –respondió Malena.

Fueron hacia la cocina. Mientras que Alejandro sacaba del freezer las latas que había puesto y agarraba un par de platos y de vasos para llevar a la mesa ratona del estar, Malena sacaba del horno las pizzas que aún se mantenían calientes.

Se sentaron sobre uno de los sillones, encendieron la TV y comenzaron a disfrutar de la cena.

–¿Qué onda tu jefe? –preguntó Malena.

Alejandro no entendía exactamente hacia donde apuntaba concretamente la pregunta; lo que sí le había quedado claro desde aquel sábado en el que los había presentado ahí mismo luego de la carrera, es que ella le había puesto el ojo encima y quien sabe las cosas que había imaginado con su cabecita sexópata y desprejuiciada.

–¿Qué onda en qué sentido? –preguntó Alejandro, pensando en si contarle todo lo que realmente había sucedido, o si acotar el relato obviando esa parte de su intimidad.

Pensó en que tampoco le había contado lo sucedido en Brasil con Facundo, aunque la situación había sido absolutamente diferente, porque de por medio había estado otra mujer y si bien ellos llevaban una relación que implícitamente era abierta, jamás se habían contado con quien habían estado en la cama.

–Ah, sí… es la primera vez, re buena onda Aquiles, bien. En verdad, con el tema de los encuentros de fútbol y de las clases de windsurf, ya hace un tiempo en el que la relación se hizo más fluida y es cierto lo que decís; al estar compartiendo todo durante unos días, nos hizo generar otro tipo de vínculo –respondió Alejandro, dejándolo ahí, aunque sabía que, probablemente, de contarle lo que había sucedido la última noche, no haría otra cosa más que calentarla y motivarla como para que se le fijara la idea de hacer un trío con ellos dos.