Sobre este libro
Como mejores amigas, Caddy y Rosie son inseparables. Sus diferencias de carácter las ha unido, pero, al cumplir los dieciséis años, Caddy comienza a desear parecerse un poco más a Rosie: confiada, interesante, divertida. Entonces aparece Suzanne en sus vidas; una chica linda, desafiante, excitante y misteriosa. A partir de allí las cosas empiezan a complicarse. Al revelarse el pasado problemático y doloroso de Suzanne, el presente de todas se ve afectado, y en ese proceso Caddy descubre lo divertido que puede resultar meterse en problemas. Sin embargo, el curso que toma la amistad resultará mucho más áspero de lo que creían. En ese camino, Caddy aprenderá que las espirales descendentes cobran su propio impulso.
Frágil como nosotras fue elegido por el Zoella Book Club para formar parte de su exclusiva selección de libros. Zoella es una referente del mundo vlogger; su canal de YouTube tiene más de 10 millones de suscriptos, su cuenta de Twitter tiene más de 4 millones de seguidores y en Instagram la siguen más de 7 millones de personas. Frágil como nosotras ya es un éxito mundial.
Índice
Sobre este libro
Créditos
Ediciones Granica
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Después
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Agradecimientos
Nota de la autora
Acerca de la autora
Créditos
Barnard, Sara Frágil como nosotras: fuerte como la amistad / Sara Barnard. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Granica, 2016. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Paula San Martín. ISBN 978-950-641-903-5 1. Novela. I. San Martín, Paula , trad. II. Título. CDD 823 |
Fecha de catalogación: Noviembre 2016
Título original: Beautiful Broken Things
Traducción: Paula San Martín
Diseño de tapa: Estudio Olivieri
Conversión a EPub: Daniel Maldonado
Reservados todos los derechos, incluso el de reproducción en todo o en parte, en cualquier forma
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Para Lora, mi todo.
Si pudiera decirte solo una cosa
mi mensaje sería el siguiente:
el mundo sería un lugar solitario
si no existieras.
Erin Hanson
Antes
1
Pensé que era el comienzo de una historia de amor. ¡Por fin!
El chico, que parecía ser de mi edad o un poco mayor, se había acercado hasta detenerse delante de mí. Me miró rápido y luego me sonrió insinuante. Su amigo, más lindo pero mucho menos simpático, frunció el ceño con fastidio.
—Hola —dijo el chico, así como así. Hola.
—Hola —dije, rogando que mi colectivo no llegara antes de que terminara la conversación. Acomodé mi pelo de manera indiferente (complicado cuando la mano se mete en el arbusto enmarañado) y levanté el mentón como me mostró mi hermana cuando me enseñaba cómo actuar con confianza.
—¿Qué sabor te gusta?
—¿Cómo?
Señaló el vaso de ShakeAway que tenía en mi mano.
—¡Ah! —dije como una estúpida—. Toblerone. —Solo había bebido unos cuantos sorbos. Me gustaba que se derritiera un poco antes de comenzar a tomarlo, y el vaso se sentía pesado en mi mano.
—¡Qué rico! —Continuaba sonriéndome—. Nunca probé ese gusto. ¿Puedo?
Y esto fue lo que pensé mientras le entregaba el vaso: “¡Le gustan los ShakeAway! ¡Me gustan los ShakeAway! Este es el momento. Este es el comienzo”.
E inmediatamente me dio la espalda y salió corriendo con su amigo, dejando sus risas detrás de ellos. Cuando se alejaron unos metros, el chico giró hacia mí mostrándome el vaso de manera triunfal.
—¡Gracias, amor! —gritó sin darse cuenta o sin importarle que no tenía la edad suficiente, ni hablar de la cortesía necesaria, para pronunciar la palabra “amor”.
Yo permanecí allí con mi mano sosteniendo nada más que aire. Las personas que estaban en la parada del colectivo me miraban fijo, algunos ocultando su sonrisa burlona, otros con empatía y vergüenza ajena. Me ajusté las tiras de la mochila con tanta indiferencia como pude, evitando las miradas y considerando seriamente tirarme abajo del primer auto que pasara.
Tres días antes había cumplido dieciséis años; fui la primera de mis amigas en subir ese peldaño, gracias a mi cumpleaños a principios de septiembre, y mis padres habían alquilado un salón para celebrarlo.
—¡Podés invitar muchachos! —había dicho mi mamá con más entusiasmo que nadie ante esa posibilidad. El problema no era que yo no quisiera muchachos (definitivamente, no era esa la cuestión), sino que concurría a una escuela de mujeres, y podía contar con los dedos de una mano a los chicos que conocía suficientemente como para hablarles. A pesar de los esfuerzos de mi mejor amiga, Rosie, que asistía a una escuela mixta y tenía muchos amigos varones, hubo un desequilibrio inevitable de género en la fiesta. Pasé casi toda la noche comiendo torta y hablando con mis amigas más que coqueteando alocadamente y bailando con los que Rosie llamaba “potenciales”, como hace la mayoría de las adolescentes de dieciséis años. No estuvo mal para comenzar mis dieciséis, pero tampoco fue espectacular.
Cuento esto para que mi estupidez del extraño-llevate-mi-bebida-todo-bien tenga un contexto. Tenía dieciséis y honestamente creí que estaba en las puertas de una historia de amor. Nada épico (no soy pretenciosa), pero algo que valiera la pena contar. Alguien a quien agarrar de la mano… etcétera. El flechazo de ese día tendría que haber terminado en amor a primera vista. Pero en cambio, quedé solo yo, con las manos vacías, y el chico no era más que un chico.
Cuando el colectivo se detuvo en la parada, unos minutos más tarde, subí y me refugié en el fondo. Realicé una lista mental de todos los objetivos que había querido alcanzar antes de mi siguiente cumpleaños.
Tener un novio. Uno de verdad.
Perder la virginidad.
Experimentar un Hecho Significativo.
En el año siguiente solo logré uno de los objetivos. Y no fue el que yo esperaba.
—¿Se llevó tu vaso así sin más? —La voz de Rosie sonaba escéptica. Eran alrededor de las nueve de la noche y me había llamado para nuestra charla tradicional de última-noche-antes-de-comenzar-el-colegio.
—Exacto. Lo agarró de mi mano.
—¿Te lo arrebató así nomás?
—Mmm, sí.
Hubo una pausa seguida del sonido de la risa de Rosie que se sintió como cosquillas en la línea. Fuera de mis abuelos, ella era la única persona con la que hablaba por teléfono de línea.
—¡Oh, por Dios, Caddy! Decís que se lo entregaste?
—No a propósito —dije, deseando no haberle contado la historia. Pero me era muy difícil evitar contarle a Rosie absolutamente todo. Era instintivo.
—Me hubiera gustado estar ahí.
—A mí también me hubiera gustado que estuvieras. Lo habrías corrido.
Habíamos pasado el día juntas, era otra tradición antes-de-comenzar-el-colegio, y habíamos comprado unas bebidas antes de tomar cada una su camino. Definitivamente Rosie lo habría perseguido si hubiera estado ahí. Cuando teníamos cuatro años, no mucho después de habernos conocido en una clase de ballet que ambas odiábamos, un nene mayor había arrebatado mi lazo (yo era del tipo de nenas que llevan lazos en el pelo) y Rosie corrió a toda velocidad tras él, y trajo de vuelta el lazo luego de pisar fuerte su pie. Desde ese entonces, nuestra amistad siguió más o menos así.
—¿Por qué no lo perseguiste vos?
—Me sorprendió.
—Pensé que después de tantos años en colegios diferentes habías aprendido a arreglártelas con tus propios matones —dijo Rosie con una voz más suave y burlona.
—Quizá lo aprenda en el último año del colegio.
—Quizá. ¿Hay matones en los colegios privados?
—Sí. —Ella sabía muy bien que los había. Fue mi soporte en octavo año, cuando fui el objetivo de las bravuconas de mi colegio. La secundaria Esther Herring de chicas, el colegio al que iba, tenía más bravuconas de las que me hubiera gustado.
—Cierto. Perdón. Me refería a chicos bravucones. Obviamente no hay de esos en tu colegio. Esos son los que persigo por vos.
Dejé que se burlara unos minutos más hasta que colgamos. Subí a mi habitación, y en el camino me crucé con la imagen de mi mamá, que planchaba frente al televisor.
—Acá tengo tu uniforme —me gritó—. ¿Querés venir a buscarlo?
Caminé con muy pocas ganas de vuelta a la habitación en donde ella estaba. Mi uniforme colgaba del armario. Las tablas de la pollera se veían perfectas, el blazer impecable. Había evitado mirar el uniforme durante todo el verano. Era mucho más verde de lo que recordaba.
—Recién planchado —dijo mi mamá, que lucía orgullosa y satisfecha con su trabajo. Nadie estaba tan contento como ella de que yo fuera al colegio Esther. Cuando supo que había entrado, lloró. En realidad, las dos lloramos, pero las mías no eran lágrimas de felicidad.
—Gracias —dije mientras agarraba las perchas.
—¿Estás ansiosa por empezar el cole? —Ella sonreía, y yo me pregunté si lo decía en serio.
—No realmente —dije, pero entonándolo con un poco de humor para evitar el discurso de “no-desaproveches-tus-oportunidades”.
—Es un año muy importante —dijo ella. La plancha hizo un ruido fuerte como un silbido. La levantó. Me di cuenta de que planchaba los pantalones de mi papá.
—Mmm —dije, acercándome a la puerta.
—Va a ser un gran año —continuó diciendo, contenta, sin siquiera mirarme—. Quizá te hagan capitana de la clase.
Eso era muy poco probable. Comportarse correctamente y tener buenas notas no era suficiente en mi colegio.
En mi clase, las que más posibilidades tenían de ser elegidas como capitanas eran Tanisha, que había empezado una sociedad feminista en noveno año y quería llegar a ser presidenta de la Nación, y Violeta, que encabezaba el equipo de debate y había llevado a cabo la campaña para que en el colegio se practicara el Comercio Justo. El colegio Esther era para personas como Tanisha y Violeta. Ellas no solamente alcanzaban los objetivos, que era lo que se esperaba de todos, sino que los superaban.
—Quizá —dije—. Pero no te decepciones si no me eligen, ¿sí?
—Voy a estar decepcionada con ellos, no con vos —respondió mamá de la manera que mejor sabía.
“Genial”, pensé. “Otra cosa por la que preocuparme.”
—Realmente espero que te concentres en tus objetivos este año —dijo, mirándome mientras yo trataba de escapar de la habitación. Sus metas eran siempre a lo grande.
Pensé en la lista de objetivos que había hecho mentalmente en el colectivo. Novio. Virginidad. Hecho Significativo.
—Estoy completamente enfocada —respondí—. Buenas noches.
He aquí mi teoría sobre los Hechos Significativos: todos los tienen, pero algunos tienen más que otros, y de cuántos tengas depende lo interesante que seas y cuántas historias tengas para contar. Yo todavía esperaba tener uno por primera vez.
No es que me queje, pero mi vida hasta los dieciséis había sido impecable y sin sobresaltos. Mis padres estaban todavía casados, Rosie había sido mi mejor amiga durante los últimos diez años, nunca había tenido una enfermedad grave y nadie cercano a mí había muerto. Nunca había ganado alguna competencia importante, ni había sido descubierta por algún talento (no es que tenga un talento…), ni había logrado nada que no fuera cumplir con las obligaciones del colegio.
Esto no significa que no haya estado cerca de hechos de este tipo, pero pertenecían a otras personas. Rosie tuvo dos, ambos malos. A sus dos años y medio su papá las abandonó, a ella y a su mamá, y nunca regresó. Cuando tenía once, su hermana bebé falleció por muerte súbita. A mi hermana mayor, Tarin, le diagnosticaron un desorden bipolar cuanto tenía dieciocho, y yo diez, y todo ese período estuvo envuelto en nubes negras, lágrimas y Discusiones Serias. Atravesé estos últimos dos hechos desde el centro de la tormenta y vi cómo se transformaba la vida de mis dos personas favoritas en el mundo.
Rosie y Tarin pensaban que mi teoría de los Hechos Significativos era ridícula.
—No llames a la tragedia a tu vida —decía Tarin—. O a las enfermedades mentales.
Ella no entendió cuando traté de explicarle que los Hechos Significativos podían ser cosas felices también.
—¿Como qué?
—Como casarse. —Cuando sus ojos se abrieron con asombro, agregué rápido—: Digo, en general; obviamente, no para mí en el corto plazo.
—Dios, Caddy. Espero que tu Hecho Significativo sea más importante que el matrimonio.
Rosie fue despectiva.
—Son solo cosas horribles que pasan, Cad. No me hacen más interesante que vos.
Pero el hecho es que sí la hacían más interesante que yo. La única historia interesante que tenía para contar sobre mi propia vida era la de mi nacimiento, que más allá de mi rol protagónico como El Bebé, no tenía nada que ver conmigo. Mis padres, que veraneaban en Hampshire durante varias semanas antes de mi fecha estimada de nacimiento, quedaron atrapados en un congestionamiento de tráfico en un pequeño pueblo llamado Cadnam, y fue precisamente ahí donde mi mamá comenzó el trabajo de parto. Me tuvo al costado del camino, con la ayuda de una enfermera que de casualidad estaba en otro auto.
Esta era una magnífica historia para sacar de la galera si llegaba a necesitarla (“Caddy” es un nombre interesante/extraño/gracioso. ¿Es la abreviación de qué nombre?), y la conté tantas veces que sabía qué tipo de expresiones faciales esperar del oyente y los chistes que les gustaba hacer (¿Qué nombre habrías tenido si hubieras nacido junto a otro pueblo?). Pero ser protagonista no la hacía mi historia. No podía recordar ese momento, y no tenía ningún tipo de efecto en mi vida.
Si alguien me preguntaba por alguna anécdota de mi existencia reciente, siempre quedaba sin saber qué decir.
Por supuesto que no quería llamar a la tragedia a mi vida. Sé que lo que viene de la mano del dolor es la tristeza, no las anécdotas. Pero todo en mi vida se sentía común, corriente, incluso estereotipado. Todo lo que quería era que sucediera algo significativo.
Y luego, tan lentamente al comienzo que casi no me di cuenta de que estaba sucediendo, ocurrió.
2
Martes
Rosie, 09.07: Atención, una nueva
Caddy, 10.32: ??
10.34: Entró una chica nueva
10.39: ¿De veras? Quiero detalles
10.44: Su nombre es Suzanne. Parece genial. Desp hablamos, ahora Matemáticas
13.19: Se acaba de mudar aquí. Vivía en Reading. Eligió las mismas que yo. Muy gracioso
13.20: Quise decir que ella es muy graciosa
13.28: Genial. ¿Qué tal todo lo demás?
13.33: Igual. Llamame esta noche para blablabla. Beso
13.35: Dale. Beso
Miércoles
08.33: Estoy en el colectivo y me acabo de dar cuenta de que no me cepillé los dientes
08.37: ¡Hermoso!
10.38: ¿¿¿Adivina quién no es la capitana???
10.40: ¿¿¿Tú???
10.42: Sí
10.43: Guauuuuuuuu!!!! *tambores*
10.44: Tu apoyo significa mucho para mí
13.01: Siempre serás la capitana para mí
13.06: ¡Mmm, gracias!
13.06: ¿Entendiste??
13.09: ¡¡¡¡¡Sí!!!!!
13.11: Jajajaja. Dice Suzanne q no debería reírme porque quizá vos querías ser capitana
13.29: ¿Le contaste?
13.33: ¡¡¡Sí!!! Le dije que definitivamente no querías ser capitana y que me estoy riendo con buena onda.
Suze dice que las mejores personas que conoce no son capitanas
13.40: ¿¿¿Cad???
13.46: Definitivamente no quería ser capitana. Pero mi mamá sí quería
13.48:
Ninguna de las dos seremos capitanas. Siempre juntas. Besos
Jueves
13.19: Nikki se dio cuenta de que Suze es genial. Trató de sentarse con ella para el almuerzo
13.25: ¿¿Lo logró??
13.27: No. Suzanne le dijo que estaba bien conmigo. Nikki le dijo: “ya debes haberte dado cuenta de que es una perdedora”. Suze tenía cara de “¿qué le pasa a esta?”. Y Nikki siguió: “de verdad, ¡estoy tratando de salvarte!”
13.28: ¡¡¡Perra!!! ¿Estás bien?
13.29: No, estoy llorando en el cuarto de baño
13.30: ¿Te llamo?
13.31: No
13.31: Sí, por favor
Viernes
09.01: Q desayunaste esta mañana?
09.02: Mmm, café con leche
09.03: Mi mamá me hizo panqueques, ¡¡¡gané!!!
3.12: Tengo una idea. Qué te parece si llevo a Suzanne a tu casa desp del colegio? ¡¡¡Así la conocés!!!
13.42: Claro. OK
13.43: Buenísimo. La vas a adorar, es genial. Vamos directo. En tu casa a las 4
13.58: Nos vemos
15.33: ¡Fin de semana!
3
Había planeado llegar a mi casa antes que Rosie y Suzanne, principalmente porque quería que Rosie me viera lo menos posible con mi uniforme del colegio. Ella era muy afortunada de tener un uniforme discreto: pollera negra, camisa blanca, cárdigan blanco. Y tenía la costumbre de reírse en mi cara si alguna vez me veía con el mío puesto.
Con la suerte que me caracteriza, en el momento en que ponía la llave para abrir la puerta de entrada escuché los pasos de Rosie detrás de mí y allí estaba ella, tirándose sobre la puerta cerrada y acercando su cara a la mía.
—¡Hola! —gritó con una gran sonrisa. Tuve que reír.
— Hola —dije, mientras giraba la llave y abría la puerta—. ¿Existe alguna posibilidad de convencerte de que te quedes aquí mientras me cambio?
—No —contestó Rosie al mismo tiempo que entraba antes que yo y me bloqueaba la entrada—. Ya es tarde. Te vimos las dos. —Hizo un gesto hacia Suzanne, que estaba de pie detrás de mí—. Suze, ¿no te dije que iba a ser la cosa más verde que hayas visto?
Giré y miré a la chica nueva. Cuando nuestros ojos se encontraron, las dos sonreímos.
—Hola. Soy Suzanne. —Ella era naturalmente simpática, su voz era alegre y su rostro despejado.
—Hola. Supongo que ya sabés que soy Caddy —dije, tratando de imitar el tono de voz radiante de Suzanne, sin lograrlo.
Asintió.
—Tu casa es muy linda.
—Gracias —dije, como si tuviera algún tipo de injerencia sobre el asunto. Entré a la casa y ella me siguió, colocándose a un lado, de manera que pudiera cerrar la puerta.
Rosie reapareció por la puerta de la cocina. Sostenía tres latas de gaseosa.
—¿Tomás Coca-Cola? —preguntó a Suzanne, mientras le ofrecía una lata.
Suzanne me miró como pidiendo permiso.
—No le hagas caso. Ella cree que esta es su casa también —dije, tomando una de las latas para mí. Luego me dispuse a subir por las escaleras.
—Básicamente lo es. —Rosie sonaba mucho más animada de lo que generalmente solía estar luego de la primera semana de clases. A esta altura, el año pasado, se había desplomado en mi sofá y se negaba a mover un músculo.
En mi habitación, Rosie agarró el puf y se sumergió en él, pero por algún motivo no eligió el lugar en el que siempre solía acomodarse, en la cama, a mi lado. Suzanne se sentó junto a ella. Sus ojos recorrían toda la habitación. Noté cómo se posaban en el póster de Disney de Bernardo y Bianca –un regalo que me había dado Tarin hacía unos años como premio de una búsqueda del tesoro–, con una sonrisa desconcertada que cruzó por su rostro.
Traté de estudiar de manera discreta esta posible farsante, que no resultó ser lo que esperaba según lo que Rosie había descripto por teléfono.
Esto sucedió probablemente porque, con todo lo que habíamos hablado los últimos días (y hablamos mucho), ella no mencionó en ningún momento lo que para mí era lo más digno de atención: Suzanne era preciosa. No bonita, o linda, o cualquier otro adjetivo similar, sino que era deslumbrante. No solo por su cabello rubio (se veía mucho mejor que el mío, al punto que podía llegar a ser rubio natural), o sus ojos azules, o su figura de modelo. Era también su maquillaje e incluso la manera en que se movía. Me sentí intimidada por ella; dolorosamente consciente de mi pelo despeinado y mi tendencia a encorvarme, sin mencionar mi horrorosa imagen con el uniforme del colegio. Rosie me había hablado de su “seguridad”. ¿Cómo podía no ser segura una persona, si se veía como ella?
—¿Te gustó Brighton, hasta el momento? —dije eligiendo la pregunta más sencilla para comenzar, y rogué que fuera suficiente para cumplir con mi papel de amiga de la amiga.
—Es genial —dijo Suzanne mirándome y sonriendo—. Le decía a Ros que ustedes tienen mucha suerte de haber crecido aquí.
Registré la manera en que la llamó: “Ros”, y me mordí el labio para evitar hacer un gesto.
—Le dije que está sobrevalorado —dijo Rosie.
—Tienen playa… —respondió Suzanne riendo.
—¡Una playa de piedra en vez de arena!
—Hay lugares peores para crecer —dije—. Tú eres de Reading, ¿verdad?
Suzanne levantó su mano y la meneó de un lado a otro.
—En cierto modo. Viví allí desde que tenía ocho. Nací en Manchester —dijo anticipando mi siguiente pregunta.
Eso explicaba el matiz de su acento.
—¿Y por qué se mudaron aquí? ¿Por trabajo?
Levantó las cejas, como confundida.
—Me refiero a si tus padres consiguieron un trabajo acá o algo por el estilo —expliqué.
—Vivo con mi tía. —Pareció que la pregunta la había incomodado.
—Ah —mascullé sin saber exactamente qué decir luego, más allá de lo obvio. Miré fugazmente a Rosie para saber si ella sabía de lo que estaba hablando. Su expresión despreocupada sugería que no.
Otro silencio. Esperé, con la esperanza de que revelara algo más, pero no dijo nada. Rosie, que parecía estar disfrutando de la conversación forzada que se daba entre nosotras, levantó sus cejas mientras me miraba. Pude ver el fantasma de una sonrisa en su cara.
Finalmente pregunté:
—¿Qué hace tu tía?
—Es chef. Es la propietaria de una de las cafeterías de la calle Queen’s. ¿Conocen Muddles?
—Ah, sí, la conozco. —Había pasado por allí una vez con mis padres, y mi mamá había comentado que Muddles era un nombre muy estúpido para una cafetería. Mi papá dijo que le parecía un nombre “amigable”. No entramos.
—¿Qué hacen tus padres? —me preguntó Suzanne.
—Mi papá es médico, especialista, y trabaja en el hospital.
Mi mamá es gerente de comunicaciones, trabaja para los Samaritanos.
Levantó las cejas, como hacen todos cuando menciono las profesiones de mis padres. La gente supone muchas cosas cuando escuchan “médico” o “Samaritanos”. Suelen surgir palabras como “santa”, “héroe”, “altruista” y “si todos fueran como ellos…”.
La verdad se acercaba más a un padre distraído a quien apenas veía y a una mamá cansada del mundo que ya lo había visto todo. Según puede probarse, eran muy buenos en sus trabajos. Pero eso no los hacía necesariamente seres humanos invaluables.
—¿A qué especialidad se dedica tu papá? —inquirió Suzanne con ese tipo de pregunta que todos hacen cuando no saben de qué otra cosa hablar o cuando quieren ser amables.
—Emergencias —respondí.
—Guau —dijo impresionada.
—No es tan interesante como suena.
—Todos los programas de televisión sobre hospitales son sobre el área de Emergencias —dijo Suzanne con conocimiento—. Debe tener buenas historias para contar.
—Si las tiene, nunca las escucho. Trabaja mucho, en turnos nocturnos. Así que no lo veo muy seguido.
Suzanne hizo un gesto, sin duda porque no tenía nada para decir que no fueran palabras de compasión. Hubo otra pausa incómoda, al punto que Rosie se apiadó de nosotras dos y habló.
—Los padres de Caddy son geniales. —La miré sorprendida—. Los conocés y te das cuenta de cómo te gustaría que fueran todos los demás.
—Mmm, bien —me reí.
—Lo digo de verdad. —Rosie me miró levantando las cejas—. Espero que estés agradecida por los padres que tenés. —Se giró hacia Suzanne—. Cuando tenía once, mi hermanita bebé Tansy murió —Suzanne abrió los ojos con asombro—, y para mi mamá fue muy duro soportarlo, entonces vine a vivir con Caddy por unas semanas. Por eso sé el tipo de personas que son.
—Rosie, es mucha información importante para arrojar en una sola oración. —Suzanne se veía todavía estupefacta.
—¿Tu hermanita bebé murió? —repitió como un eco—. Eso es horrible.
—Sí, lo fue —dijo Rosie, y a pesar de que su voz era relajada, vi cómo se tensaban sus hombros y mandíbulas. Estas son cosas que solo percibe una mejor amiga—. Pero lo que quería resaltar era a los padres de Caddy.
—Ros —dije.
—Es horrible —repitió Suzanne con la vista en el piso.
—¿Y vos tenés alguna historia de vida horrible para contar? —le preguntó Rosie con voz animada y cierto filo. Por su actitud indiferente, supe que no le gustaba hablar de Tansy—. Caddy los llama Hechos Significativos.
—Ros. —Mi voz fue cortante esta vez. Me miró poniendo cara inocente. A veces me sentía su mamá, controlándola.
Suzanne dejó de mirarme, y posó su vista en Rosie, claramente preguntándose si seguiría hablando. Luego dijo:
—¿Qué cosas podrían considerarse significativas?
—Mudarse probablemente cuenta —dije tratando de ser generosa—. A mí nunca me ha pasado nada significativo. Soy aburrida.
Suzanne me miró de manera rara, y supe, cuando ya era demasiado tarde, que describirme como aburrida en un primer encuentro probablemente no era la mejor manera de hacer amigos. Abrí la boca para tratar de corregir lo que había dicho de mí, pero mi mente se puso en blanco. Pensé en resignarme a la inevitable opinión que ella se formaría de mí. Pero… solo era la compañera de colegio de Rosie. ¿A quién le importaba lo que ella pensara?
4
Tarin llegó a casa el domingo a la tarde, bronceada y radiante, con regalos y un nuevo tatuaje (tres pájaros volando en su muñeca izquierda). Se había ido de vacaciones con su novio Adam a Turquía y se había perdido mi cumpleaños y mi primera semana de clases.
—¿Y?... ¿Ya tenés novio? —me preguntó.
—No —dije decepcionada—. Te dije que si sucedía te iba a mandar un mensaje de texto.
—Cuando suceda, no si sucede —corrigió rápido Tarin.
Hice un guiño con mis ojos y sonreí. Era difícil no sonreír cuando mi hermana estaba de buen humor. Errática y animada, Tarin llenaba de buenas energías cada espacio en el que estaba. Tenía recuerdos muy claros de Tarin en mi infancia: torbellinos de color y entusiasmo, rodeada por nubes impenetrables de oscuridad, cuando nada lograba sacarla de ella misma. Ahora era más tranquila y estable, seis años después de su diagnóstico, pero seguía siendo Tarin, una hermana extraordinaria.
—Acá tenés —dijo entregándome una bolsa—. No está envuelto, perdón. ¡Feliz cumpleaños!
La bolsa tenía un pañuelo color púrpura y plateado, suave y hermoso. Deslicé la tela por mis dedos. Me lo puse al cuello y traté de colocarlo de la manera en que ella siempre lo llevaba.
—Es hermoso, gracias.
—Dieciséis es una edad importante. ¡No puedo creer que ya tengas dieciséis! Para mí todavía tenés cinco.
—Genial, gracias. —No sabía qué hacer con el pañuelo. Miré mi reflejo para ver si mi intento de acomodarlo se veía tan estúpido como me sentía yo. Mi cabeza parecía haberse transformado en una pelota junto con mi cabello (fuente inagotable de frustración), que se había amontonado por debajo del pañuelo. Mi pelo, de la variedad arbusto, tenía reflejos artificiales color castaño claro sobre el rubio natural con el que había nacido. Ningún largo evitaba el arbusto frondoso que tenía en mi cabeza: corto parecía una melena de león (para nada aceptable), mientras que tenerlo largo me exigía un gran esfuerzo para domarlo. Y con tantas otras cosas que hacer en mi vida, había optado por llevarlo por los hombros. En general, lo ataba y olvidaba el asunto.
Suspiré. Después de que saqué el cabello, el pañuelo quedó desacomodado. Le pegué un tirón con fastidio y Tarin se inclinó hacia mí para arreglarlo. Ella tenía una tendencia a actuar más como una mamá que como una hermana, dados los ocho años de diferencia que nos llevábamos y mi falta general de experiencia.
—¿Y Rosie tiene novio?
—Ninguno decente. Tuvo una historia con un chico, a su estilo, pero duró unas pocas semanas.
—Adivino que por el colegio tiene más chances que vos —dijo con cara burlona pero compasiva—. Pobrecita mi hermana, prisionera en su cárcel de estrógeno.
—No está tan mal —me reí.
—Estás en desventaja. Estoy indignada. Le dije a mamá y papá que no te obligaran a crecer en un lugar sin chicos. Es una crueldad. ¿Tuvieron en cuenta mi opinión? Claro que no.
Tarin había ido a una escuela normal. Y con normal me refiero a que no había chicos de un solo sexo, ni tampoco era privada. Nadie la había obligado a vestir un blazer verde furioso ni medias hasta las rodillas. Tenía la libertad de maquillarse y usar lo que quisiera en su pelo.
—Decidí que este año definitivamente voy a conseguir un novio —dije deseando que al decirlo en voz alta realmente pasara.
—¿Ah, sí? ¿Lo decidiste? —preguntó Tarin con una sonrisa.
Asentí.
—Sí, es mi objetivo para este año. Voy a tener sexo. Y voy a hacer algo significativo.
—¿No vendrían a ser las tres cosas parte de lo mismo? ¿Tres pájaros de un tiro? ¿Un chico para varios logros? ¿Con un pene significativo?
—Te estás burlando.
—Claro. Buena observación. —Pasó su mano por mi cabello de manera afectuosa—. ¿Y qué planeás hacer para que eso suceda?
Hice silencio.
—Porque es muy bueno que hayas decidido que eso es lo que querés, pero también tenés que intentar que pase. —Era fácil para ella decirlo. Tarin nunca tenía que intentar hacer nada para que sucediera.
—Mmm. —Lamenté haber comenzado esa conversación.
—No es que piense que vas a tener algún problema para lograrlo —agregó rápido—, sino que creo que deberías tener más actividades por fuera del colegio para conocer gente nueva.
—Hablando de personas nuevas, hay una chica nueva en la clase de Rosie. —Vi la oportunidad para cambiar de tema.
—¿Sí? —Tarin me quitó el pañuelo y se lo acomodó en el cuello dejando su cabello castaño claro sobre él. Le quedaba mucho mejor que a mí.
—Rosie la ama.
—¿Sí? ¿Estás celosa? —me dijo con una sonrisa pícara en el rostro.
—¿Es tan obvio?
Se rio.
—No, pero te conozco. Vos y Rosie son inseparables y conseguiste que siguieran unidas durante diez años a pesar de ir a diferentes colegios. Ahora aparece una chica nueva cuando falta poco para que terminen el cole y Rosie se acerca a ella... —Puso cara de tragedia y luego sonrió—. Las personas nuevas son siempre interesantes. No te preocupes. Es la novedad. ¿Ya la conociste?
—Sí, el viernes.
—¿Cómo es?
Dudé.
—Agradable.
Hizo un ruido a chicharra, de respuesta incorrecta.
—Intentá de nuevo con un adjetivo que signifique algo.
—Ella es muy segura de sí misma. Pero relajada, para nada ostentosa. —Me di cuenta mientras hablaba de que estaba repitiendo de manera idéntica lo que Rosie me había dicho al describirla por teléfono—. Y divertida, del tipo sarcástico, y muy linda.
—Suena a que es insoportable.
Me reí.
—Ella es mucho más cool que yo.
Tarin golpeó mi brazo.
—No digas esas cosas. ¡Como si lo que importara es ser cool! —Este tipo de cosas las dicen las personas que no deben hacer ningún esfuerzo dado que ser geniales se les da de manera natural—. ¿Te cayó bien?
—Ni bien, ni mal.
—¿Querés que te agrade?
—No necesariamente.
—Quizá deberías darle una oportunidad. Si a Rosie le cae bien, debe ser por algo. Y acordate que solo pasó una semana desde que empezaron las clases. Probablemente en algunas semanas ya ni siquiera se hablen.
Traté de recordar estas palabras más tarde ese mismo día cuando navegaba por Facebook y leía las noticias sin prestar demasiada atención hasta que apareció una imprevista: Rosie Caron y Suzanne Watts ahora son amigas.
Se me cerró la garganta y me dio un ataque de celos irracional. Por supuesto que iban a ser amigas en Facebook. De hecho, lo sorprendente era que no se hubieran hecho amigas antes. Coloqué el cursor sobre el nombre de Suzanne, dudé, y luego hice clic. Resultó en vano ya que no podía acceder a absolutamente nada de su perfil, excepto su foto. Me incliné para verla mejor. Estaba con un muchacho y una chica, todos llevaban un uniforme escolar desconocido, y se abrazaban exageradamente. Sonreían para la foto.
Volví al perfil de Rosie y vi que Suzanne había posteado un video en su muro. Me sentía ridículamente nerviosa y decidí mirarlo. Era un cachorro tratando de salir de una tienda de camping, derrotado por sus propias patas tan cortas. Era un video simpático y me hizo relajar porque sabía (y Suzanne claramente no) que a Rosie no le gustaban los perros. Ella hubiera preferido un video sobre gatos.
Me sentí mejor, cerré la laptop y fui a cepillarme los dientes. Le llevaba diez años de ventaja a esta chica, y sin importar lo interesante o cool que fuera, el tiempo era mi mejor aliado.