Autores varios

Calila y Dimna
Este libro es llamado de Calila y Dimna, el cual departe por ejemplos de hombres, y aves, y animalias
Edición y prólogo de Antonio García de Solalinde

Créditos

ISBN rústica: 978-84-96428-64-5.

ISBN ebook: 978-84-9897-134-7.

Sumario

Créditos 4

Prólogo de Antonio García Solalinde 9

Introducción de Abdalla Ben Almocafa 15

El hombre que encontró un tesoro y es engañado por los cargadores 16

El ignorante que quiere pasar sabio 16

El que se duerme mientras le roban 17

El que queriendo robar a su compañero, resultó robado 18

El pobre que se aprovecha de lo que robaban 19

Capítulo I. Cómo el rey Sirechuel envió a Berzebuy a tierra de India 20

Capítulo II. Historia del médico Berzebuey 22

Del ladrón a quien hacen creer que la Luna sirve de escala 26

El amante que cae en manos del marido 28

El que desea hacer tallar una piedra y se le va el tiempo en oír cantar al jornalero 29

El can engañado por el reflejo agua 29

El que pasa de un peligro a otro 33

Capítulo III. Del león y del buey y de la pesquisa de Dimna y de Calila 34

Un rico mercader aconseja a sus hijos que no sean pródigos 35

Comienza la historia de Senceba 35

El que por huir de un peligro cae en otro 36

Del simio y la cuña 36

La vulpeja y el tambor 42

El religioso robado 44

La vulpeja aplastada por dos cabrones 44

La alcahueta y el amante 44

El carpintero, el barbero y sus mujeres 45

El cuervo y la culebra 47

La liebre y el león 49

Las tres truchas 52

El piojo y la pulga 53

El ánade y la Luna 56

De lo que pasó al camello con el león y sus compañeros 58

Los tittuy y el mayordomo del mar 62

Los dos ánades y el galápago 62

Los simios, la luciérnaga y el ave 66

El hombre falso y el torpe 67

La garza, la culebra y el cangrejo 68

Los mures que comían hierro 69

Capítulo IV. De la pesquisa de Dimna; y es el Capítulo del que quiere pro de si y daño de otro, que torna su hacienda 71

La mujer y el siervo 75

El médico ignorante que envenenó a la hija del rey 80

El labrador y sus dos mujeres 82

Los papagayos acusadores 85

Capítulo V. De la paloma collarada, y del galápago, y del gamo, y del cuervo; y es Capítulo de los puros amigos 87

El mur cuenta historia 91

La mujer del sésamo 92

El lobo y el arco 93

Capítulo VI. De los cuervos y de los búhos. Es ejemplo del enemigo que muestra humildad y gran amor a su enemigo, y se somete hasta que se apodera dél, y después le mata 101

Las liebres y la fuente de la Luna 105

La gineta, la liebre y el gato religioso 106

El religioso y los tres ladrones 108

La mujer del viejo 110

El diablo y el ladrón 110

El carpintero engañado 111

La rata cambiada en niña 113

La culebra y las ranas 116

Capítulo VII. Del galápago y del simio; y es Capítulo del que demanda la cosa antes que la recaude y después la desampara 119

El asno sin corazón y sin orejas 123

Capítulo VIII. Del religioso y del can; es el Capítulo del hombre que hace las cosas rabiosamente, y a que torna su hacienda 125

El religioso que vertió la miel y manteca sobre su cabeza 125

Capítulo IX. Del gato y del mur 127

Capítulo X. Del rey Varamunt y del ave que dicen Catra 130

Capítulo XI. Del rey Cederano y de su alguacil Belet y de su mujer Helbed 133

Las dos palomas 141

El simio y las lentejas 142

Capítulo XII. Del arquero y de la leona y del anxara 148

Capítulo XIII. Del religioso y de su huésped 149

El cuervo y la perdiz 150

Capítulo XIV. Del león y de anxahar religioso 150

Capítulo XV. Del orebce y del simio y del castigo y de la culebra y del religioso 157

Capítulo XVI. Del hijo del rey y del hidalgo y de sus compañeros 161

Las palomas y el tesoro 167

Capítulo XVII. De las garzas y del zarapico 168

El simio y la medicina 170

Los gatos y el lobo 172

El ratón y el gato 175

Capítulo XVIII. De la golpeja y de la paloma y del alcaraván; y es el Capítulo del que da consejo a otro y no lo tiene para sí 178

Vocabulario 181

Libros a la carta 191

Prólogo de Antonio García Solalinde

La manifestación oral de la eterna tradición popular ha cristalizado, de tiempo en tiempo, en esas colecciones más o menos eruditas, que se traducen a todas las lenguas y que manejan todos los pueblos. Así nacieron las famosas recopilaciones de cuentos, que los budistas ensartaban al predicar la nueva moral religiosa para hacer más plástica y educativa su misión. Así se llegó al «Panchatantra», al «Mahabarata», a otros compendios del tesoro folklórico de la India; y CALILA Y DIMNA no es sino el más extenso de todos estos libros recopilatorios, ya que los aprovecha total o parcialmente.

La complicada genealogía del CALILA ha venido precisándose con lentitud y paciencia a través de un siglo entero de críticas investigaciones, inauguradas en 1816 por Sacy, editor del texto árabe.

Baste saber, como resumen de tantos desvelos, que a quien parece debérsele la reunión de las distintas fuentes sánscritas antes aludidas, es a Berzebuey, filósofo y médico del siglo VI de nuestra era, que las tradujo al pehlvi, dialecto persa reconocido como lengua oficial del imperio.

El libro se difundió extraordinariamente merced a las muchas traducciones que de él se hicieron en lenguas orientales y europeas. Para nosotros tiene una especial importancia la versión árabe que Abdalla ben Almocafa realizó a mediados del siglo VIII, pues de ella deriva la antigua versión castellana que publicamos.

En la nota final de nuestro texto se afirma también esta procedencia, aunque añadiendo que se hizo por intermedio del latín. Podríamos darle crédito, aunque sea difícil admitir esta supuesta versión intermedia, si aquella nota no fuese en todas sus partes inexacta, lo que nos lleva a declararla apócrifa, pues también atribuye la traducción a Alfonso X. No es este el único caso de atribuciones semejantes. La enorme fama alcanzada por el sabio monarca, impulsor de la poesía, de la legislación, de la historia, de las ciencias, moldeador del idioma, al que dio una flexibilidad capaz de expresar con épicos acentos los instantes más inspirados de nuestras gestas, capaz de traducir a Ovidio con elegancia y emoción, capaz de dar nuevo calor a las páginas bíblicas, esa fama bien merecida atrajo hacia él la atribución de obras anónimas, ya por el solo antojo del copista firmante del códice, ya por el más inteligente deseo de dar autoridad a las obras salidas de manos ignoradas. Pero Alfonso X no aprovecha esa traducción en su «General Estoria» o historia universal, redactada hacia 1270, donde da a conocer otro texto distinto del capítulo I del CALILA, y de existir aquella sin ningún género de duda la hubiera aprovechado, sin tener que recurrir a otra nueva. Quizá por esta misma razón halla que rectificar también la fecha de 1251 que da la nota final que discutimos, y adelantarla en unos treinta años más.

Claro es que en la complicada transmisión de la obra fue ésta modificándose con adiciones, amplificaciones y retoques. Aparte de la transformación de detalles, alterando y suprimiendo todo aquello que podía chocar a hombres de otras latitudes para ir acomodando el libro a las distintas civilizaciones, los traductores, aunque no todos ni con mucha frecuencia, superpusieron algo propio. Y así el libro, que comenzó por estar constituido por doce capítulos, llega en la versión castellana a tener dieciocho.

El título proviene de los nombres dados a los protagonistas —dos lobos cervales— de una larga historia de infidelidad y ambición, comprendida en nuestros capítulos III y IV. Las demás narraciones no se relacionan con esta primera, y solo sustentan la unidad de ser, como ella, rimeros de fábulas y consejos. Este título, al parecer, tiene tan larga vida como el libro mismo.

La ficticia unidad hállase asegurada por las palabras que Berzebuey y los sucesivos interpoladores han puesto en boca de un rey que inquiere y da a su interlocutor, el filósofo, como pie forzado, el tema del apólogo siguiente, que éste desarrolla desprendiendo los consejos propios para el rey. Del nombre siriaco de este filósofo, Bidwag, nació el de Bidbai, Pilpai o Bidpai, al que se le supuso escritor indio.

Ya dentro de aquella fábula principal, los personajes mismos relatan nuevos cuentos; poco a poco se pierde el hilo de la primitiva historia, hasta que un personaje lo recoge para volver a dar vida a otras nuevas moralizaciones. Esta concatenación produce alguna fatiga, y no es ni lo más claro ni lo más apropiado a nuestro sistematizado modelo de una narración única; pero el procedimiento ha sido eterno, y aunque nunca llegó a los extremos de los fabulistas indios, ha producido, sin remontarnos mucho en nuestro recuerdo, la interpolación dentro del «Quijote», de novelas tan deliciosas como la del cautivo capitán o la del «Curioso impertinente».

Los protagonistas de todos estos cuentos son animales, pues las personas —rey, filósofo, brachmanes— tienen un carácter secundario, y si alguna fábula está solo representada por personajes humanos, es —con las excepciones consiguientes— porque procede de las interpolaciones sucesivas, y más generalmente del traductor árabe, como se puede comprobar con todos los cuentos comprendidos en nuestro capítulo IV, que fue añadido para éste. Las fábulas indias no hacen, pues, sino dar la pauta, que ha de ser seguida con religiosa aquiescencia por todos los fabulistas, hasta llegar a un La Fontaine o un Iriarte.

He aquí, pues, en vuestras manos un libro de fama antiquísima y universal, un libro cuyo esencial valor reside en presentarnos recubierta de la pátina literaria la tradición inagotable del pueblo. Cada uno de estos apólogos ha recorrido el mundo por extraños caminos y ha surgido aquí y allá como flor imperecedera. Muchos no tendrán novedad alguna para un lector moderno; en mil libros, en boca de los maravillosos narradores rústicos que aún quedan, surgen con la viva espontaneidad de la fuente siempre rumorosa. Y así reconoceréis, aunque sea otro el protagonista, la fábula de «La lechera» en el cuento de «El religioso que vertió la miel y la manteca sobre su cabeza». Lo exótico de estos apólogos y su mismo recargamiento de máximas y moralizaciones no empaña en nada lo popular de ellos; se cuentan casi todos con gracia y ligereza, y no hay que enojarse porque la uniforme repetición de la fórmula para intercalar los cuentos dé cierta pesadez a la lectura. A un lector moderno y presuroso no se le podrá pedir que lea este libro de seguido; por ello he procurado singularizar cada cuento, escondido en los largos relatos, a fin de facilitar su lectura aislada.

Bien definida está la moralidad relativa del libro por Gastón Paris, el admirado erudito francés que estudió en la Histoire Littéraire de la France (París, 1906, tomo XXXIII) con su certero criterio las versiones del CALILA, a propósito de una de Raimond de Béziers —del siglo XIV— hecha sobre la castellana. «Sus enseñanzas —dice— son poco elevadas y bastante vanas; se refieren, casi en su totalidad, a estos preceptos: hay que ser prudentes, ceder a la fuerza, saber aprovechar las ocasiones, y ante todo y sobre todo, hay que desconfiar de todo y de todos. Reconozcamos, sin embargo, que la honestidad se recomienda frecuentemente y señalemos un rasgo simpático que reaparece a través de toda la colección, y que es tan propio del carácter indio: la preciada amistad.»

Y otro crítico francés, Derenbourg, el editor de una versión latina del CALILA, escribe que «las ideas religiosas profesadas en nuestro libro han permanecido —a través de las distintas nacionalidades y de religiones diferentes porque ha pasado— sin ningún cambio notable. Dios es uno y todo poderoso, recompensa el bien y castiga el mal; la retribución está reservada ciertamente a un mundo futuro; el hombre no sabrá evitar las decisiones del destino, y debe, sin embargo, conducirse como si fuera libre. La contradicción entre la presciencia de Dios y el libre albedrío está planteada en el CALILA y tan imperfectamente resuelta como en toda la teología medieval. Al lado de esta uniformidad, poco importa que se hable por acaso de un religioso o de un confesor, que se cite un versículo del Nuevo Testamento o que se añada un cuento cuyo asunto sea el descanso dominical».

La Edad Media vio en este libro una colección de consejos saludables para su rey y para su pueblo, y no vaciló en traducirlo y asimilarlo a la literatura más afortunada del tiempo, la de consejos y castigos. El conde Lucanor, del infante don Juan Manuel; los Castigos y documentos, atribuidos a Sancho IV; el Libro de los gatos, o de los cuentos; el Libro de ejemplos por a. b. c. y otros muchos, entre ellos el De los engaños e los asayamientos de las mugeres y también el del Arcipreste de Hita, son muestras variadas y eminentes de la predilección medieval por esta literatura moralizadora, y aún encontraríamos en estos libros y en mayor o menor cantidad el recuerdo directo o vago de los cuentos del CALILA Y DIMNA.

Esta edición se ha hecho sobre las dos anteriores del erudito americano Allen (Macon, 1906) y del académico Alemany (Madrid, 1915). El primero copió exactamente los dos manuscritos conservados en El Escorial (ms. A = h. III. 9 y ms. B = x. III. 4); el segundo avaloró su nueva edición con el cotejo del texto árabe y decidió las divergencias de los dos manuscritos casi siempre a favor del más extenso, B. Hay otra edición anterior, de Gayangos (Madrid, 1860), que ha sido anulada por estas dos. Procuro en esta mía dar un texto único, combinando las lecturas de ambos manuscritos, pero decidiéndome a no alterar el texto de A que me sirve de base, sino cuando el sentido quede incompleto o esté manifiestamente estropeado por el copista. No me aventuro por mi cuenta a hacer sino las correcciones más evidentes, pues todas las restantes están fundadas en las ediciones anteriores. Los eruditos harán bien en seguir consultando las citadas ediciones, y en ésta encontrarán un texto modernizado en la ortografía, y en el que se destacan unos de otros los diversos cuentos de la colección, a fin de dar facilidad al público a que se dirige esta Biblioteca y para el que también damos un sencillo vocabulario.

Introducción de Abdalla Ben Almocafa

Los filósofos entendidos de cualquier ley y de cualquier lengua siempre pugnaron y se trabajaron de buscar el saber, y de representar y ordenar la filosofía; y eran tenidos de hacer esto. Y acordaron y disputaron sobre ello unos con otros, y amábanlo más que todas las otras cosas de que los hombres trabajan, y placíales más de aquello que de ninguna juglería ni de otro placer; ca tenían que no era ninguna cosa de las que ellos se trabajaban, de mejor premia ni de mejor galardón que aquello de que las sus ánimas trabajaban y enseñaban. Y pusieron ejemplos y semejanzas en la arte que alcanzaron y llegaron por alongamiento de nuestras vidas y por largos pensamientos y por largo estudio; y demandaron cosas para sacar de aquí lo que quisieron con palabras apuestas y con razones sanas y firmes; y pusieron y compararon los más destos ejemplos a las bestias salvajes y a las aves.

Y ayuntáronseles para esto tres cosas buenas: la primera, que los fallaran usados en razonar, y trobáronlos, según lo que se usaban, para decir encubiertamente lo que querían, y por afirmar buenas razones; y la segunda es, que lo fallaron por buena manera con los entendidos por que les crezca el sabor en aquello que les mostraron de la filosofía cuando en ella pensaban y conocían su entender; la tercera es, que los fallaron por juglaría a los discípulos y a los niños. Y por esto lo amaron y lo tuvieron por extraña cosa, y quisieron estudiar en ello y saberlo; que cuando el mozo hubiere edad: y su entendimiento cumplido, y pensare en lo que dello hubiere decorado en los días que en ello estudió, y amare lo que ende ha notado en su corazón, sabrá ende que habrá alcanzado cosa que es más provechosa que los tesoros del haber y sería atal como el hombre que llega a edad y falla que su padre le ha dejado gran tesoro de oro y de plata y de piedras preciosas, por donde le excusaría de demandar ayuda en vida.

Pues el que este libro leyere sepa la manera en que fue compuesto, y cual fue la intención de los filósofos y de los entendidos en sus ejemplos de las cosas que son ahí dichas. Ca aquel que esto no supiere no sabrá que será su fin en este libro. Y sepas que la primera cosa que conviene al que este libro leyere, es que se quiera guiar por sus antecesores que son los filósofos y los sabios, y que lo lea, y que lo entienda bien, y que no sea su intento de leerlo hasta el cabo sin saber lo que ende leyere. Ca aquel que la su intención será de leerlo hasta en cabo, y no lo entendiere ni obrare por él, no hará pro el leer, ni habrá dél cosa de que se pueda ayudar.

Y aquel que se trabajare de demandar el saber perfectamente, leyendo, los libros estudiosamente si no se trabajase en hacer derecho, y seguir la verdad, no habrá dél fruto que cogiere si no el trabajo y el lacerio.

El hombre que encontró un tesoro y es engañado por los cargadores

Y será atal como el hombre que dijeron los sabios que pasara por un campo, y le apareció un tesoro, y después que lo hubo, vino un tal tesoro cual hombre no viera, y dijo en su corazón: «Si yo me tomare a levar esto que he fallado, y lo levare poco a poco, hacérseme ha perder el gran sabor que he dello. Mas llegaré peones que me lo lleven a mi posada, y desí iré en pos dellos». Y hízolo así, y levó cada uno dellos lo que pudo levar a su posada, e hiciéronlo desta guisa hasta que hubieron levado todo el tesoro. Y desí esto hecho, fuese el hombre para su posada y no falló nada, mas falló que cada uno de aquéllos había apartado para sí lo que levara, y así no hubo dende salvo el lacerio de sacarlo. Y esto por cuanto se acuitó, y no sopo hacer bien su hacienda por no ser enviso.

Y por ende, si el entendido alguna cosa leyere deste libro, es menester que lo afirme bien y que entienda lo que leyere, o que sepa que ha otro seso encubierto. Ca si no lo supiere, no le terná pro lo que leyere, así como si hombre levase nueces sanas con sus cascas, y no se puede dellas aprovechar hasta que las parta y saque dellas lo que en ellas yace.

El ignorante que quiere pasar sabio

Y no sea atal como el hombre porque decía que quería leer gramática, que se fue para un su amigo que era sabio, y escribióle una carta en que eran las partes de fablar, y el escolar fuese con ella a su posada, y leyóla mucho; pero no conoció ni entendió el entendimiento que era en aquella carta, y la decoró, y súpola bien leer. Y acertóse con unos sabios cuidando que sabía tanto como ellos, y dijo una palabra en que yerró. Y dijo uno de aquellos sabios: «Tú yerraste en lo que decías, ca debías decir así». Y dijo él: «¿Cómo yerré? Ca yo he decorado lo que era en una carta». Y ellos burlaron dél por que no la sabía entender, y los sabios tuviéronlo por muy gran necio.

Y por esto cualquier hombre que este libro leyere y lo entendiere, llegará a la fin de su intención, y se puede dél aprovechar bien, y lo tenga por ejemplo, y que lo guarde bien. Ca dicen que el hombre entendido no tiene en mucho lo que sabe ni lo que aprendió dello, maguer que mucho sea. Ca el saber esclarece mucho el entendimiento, así bien como el óleo que alumbra la tiniebla, ca es la oscuridad de la noche. Ca el enseñamiento mejora su estado de aquel que quiere aprender. Y aquel que supiere la cosa y no usare de su saber, no le aprovechará.

El que se duerme mientras le roban

Y es atal como el hombre que dicen que entró el ladrón en su casa de noche y sopo el lugar donde estaba el ladrón, y dijo: «Quiero callar hasta ver lo que hará, y de que hubiere acabado de tomar lo que quisiere, levantarme he para se lo quitar». Y el ladrón anduvo por casa, y tomó lo que falló, y entre tanto el dueño dormióse; y el ladrón fuese con todo cuanto falló en su casa, y después despertó y falló que había el ladrón levado cuanto tenía. Y entonces comenzó el hombre bueno a culparse y maltraerse, y entendió que el su saber no le tenía pro, pues que no usara dél.

Ca dicen que el saber no se acaba si no con la obra. Y el saber es como el árbol, y la obra es la fruta; y el sabio no demanda el saber si no por aprovecharse dél. Ca si no usare de lo que sabe, no le tendrá pro. Y si un hombre dijese que otro hombre sabía otra carrera provechosa, y andodiera por ella diciendo que tal era, y no fuese así, haberlo hían por simple, y atal como el hombre que sabe cuál es la vianda buena y mala, y desí véncele la golosina y el sabor de comer, y come la vianda mala, y deja de usar de la buena. Y el hombre que más culpado es en hacer las malas obras y dejar las buenas, así como si dos hombres fuesen que sirviese el uno al otro, y fuese el uno ciego, y cayesen amos a dos en un hoyo; que más culpa habría el que tenía ojos que no el ciego en caer.

Y el sabio debe castigar primero a sí, y después enseñar a los otros. Ca sería en esto atal como la fuente que beben todos della y aprovecha a todos, y ella no ha de aquel provecho cosa ninguna; ca el sabio, después que adereza bien su hacienda, mejor adereza a los otros con su saber. Ca dicen que tres maneras de cosas debe el seglar ganar y dar: la primera es ciencia, la segunda riquezas, y la tercera codiciar de hacer bien. Y no conviene a ningún sabio profazar de ninguna cosa, haciendo él lo semejante ca será atal como el ciego que profazaba al tuerto.

ni debe trabajar provecho para sí por dañar a otro, ca este atal que esto hiciese sería derecho que le aconteciese lo que aconteció a un hombre.

El que queriendo robar a su compañero, resultó robado

Y dicen que un especiero tenía sésamo, él y un su compañero, cada uno dellos tenía una bujeta dello, y no lo había en toda esa tierra más de lo que ellos tenían. Y el uno dellos pensó en su corazón que hurtase lo de su compañero, y puso una señal sobre una bujeta, en que estaba el sésamo de su compañero, por que, de que viniese de, noche a lo hurtar, que la conociese por la señal. Y puso una sábana blanca encima dello por señal. Y descubrió esto que quería hacer a un su amigo, por que fuese con él de noche a lo hurtar. Y el otro no quiso ir con él hasta que le prometió de darle la mitad dello.

Y después su compañero vino, y falló la sábana cubierta sobre su sésamo, y dijo: «Verés qué ha hecho mi compañero por guardar mi sésamo de polvo; púsole esta sábana, y dejó lo suyo descubierto». Y dijo: «Mas razón es que esté lo suyo guardado que no lo mío». Y quitó la sábana y púsola sobre el sésamo de su compañero. Y después que fue de noche vinieron su compañero y el otro a hurtar el sésamo. Y anduvo catando y atentando hasta que topó en la señal que tenía puesta; y entonces tomó el sésamo que estaba debajo, pensando que era lo de su compañero, y era lo suyo, y dio la mitad dello a aquel amigo que entró con él a lo hurtar. Y luego, cuando fue de día, vinieron él y su compañero amos a dos a la botica. Y cuando vio que el sésamo que levara era lo suyo, calló y no osó decir nada, ca tuvo que en saberlo su compañero era mayor pérdida que el sésamo.

Y pues el que alguna cosa demanda, debe de demandar cosa que haya fin y término que fenezca; ca dicen que el que corre sin fin, aína le puede fallecer su bestia. Y es derecho que no se trabaje en demandar lo que término no ha, ni lo que otro no hubo ante que él, ni se desespere de lo que puede ser y puede haber. Y que ame más el otro siglo que a este mundo; ca quien ama a este mundo poca mancilla ha cuando se parte dél. Y dicen que dos cosas están bien a cada un hombre: la una es religión y la otra es riqueza. Y esto semeja al fuego ardiente que toda leña que le echan arde mejor.

Y el entendido no se debe desesperar ni desfiuzarse; ca por aventura será acorrido cuando no pensare.

El pobre que se aprovecha de lo que robaban

Y esto semeja a lo que dicen que era un hombre muy pobre, y ninguno de sus parientes no le acorrien a le dar ninguna cosa. Y seyendo así una noche en su posada vio un ladrón. Y dijo entre sí: «En verdad no hay en mi casa cosa que este ladrón tome, ni pueda levar. Pues trabájese cuanto pudiere». Y buscando por casa qué tomase, vio una tinaja en que había un poco de trigo. Y dijo entre sí: «¡Par Dios!, no quiero yo que mi trabajo vaya de balde». Y tomó una sábana que traía cubierta, y tendióla en el suelo, y vació el trigo que estaba en la tinaja en ella para lo levar. Y cuando el hombre vio que el ladrón había vaciado el trigo en la sábana para se ir con ello, dijo: «A esta cosa no hay sufrimiento. Ca si se me va este ladrón con el trigo, allegar se me ha mayor pobreza y hambre; que nunca estas dos cosas se allegaron a hombre que no lo llegasen a punto de muerte». Y desí dio voces al ladrón, y tomó una vara que tenía a la cabecera del lecho, y arremetió para el ladrón. Y el ladrón, cuando lo vio, comenzó a huir, y por huir cayósele la sábana en que levaba el trigo, y tomóla el hombre y tomó el trigo a su lugar.

Mas el hombre entendido no debe allegarse a tal ejemplo como aquéste, y dejar de buscar y hacer lo que debe para demandar su vida; ni se debe guiar por aquellos a quien vienen las aventuras sin albedrío de sí o trabajo; ca pocos son los hombres que trabajan en demandar las cosas en que alleguen grandes haciendas. Ca todo hombre que entendimiento haya, y pugne que su ganancia sea de las mejores y de las más leales, que esquive todas las que probó trabajosas y le hicieron haber cuidado y tristeza. Y no sea tal como la paloma que le toman sus palominos y se los degüellan y por eso no deja de hacer otros luego. Ca dicen que Dios, cuyo nombre sea bendicho, puso a toda cosa término a que hombre llegue. Y el que pasa dellas es atal como el que no llegó a ellas, ca dicen que quien se trabaja deste siglo es la su vida contra sí, y al que se trabaja deste siglo y del otro es su vida a par de sí o contra sí.

Y dicen que en tres cosas debe el seglar enmendar en la su vida: y afiar la su ánima por ella, la segunda es por la hacienda deste siglo, y por la hacienda de su vida y vivir entre los hombres. Y dicen que algunas cosas hay en que nunca se endereza buena obra: la una es gran vagar; la otra es menospreciar los mandamientos de Dios; la otra es creer a todo hombre lisonjero; la otra es desmentir a otro sabio. Y el hombre entendido debe siempre sospechar en su asmamiento y no creer a ninguno, maguer verdadero sea, y de buena fama, salvo de cosa que le semeje verdad; y cuando alguna cosa dudare, porfíe y no otorgue hasta que sepa bien la verdad. Y no sea atal como el hombre que deja la carrera y la ha perdido, y cuanto más se trabaja en andar, tanto más se aluenga del lugar donde quería llegar; y es atal como el hombre que le cae alguna cosa en el ojo, y no queda de le rascar hasta que le pierde; ca debe el hombre entendido creer la aventura, y estar apercibido, y no querer para los otros lo que no querría para sí.

Pues el que este libro leyere piense en este ejemplo, y comience en él. Ca quien supiere lo que en él está, excusará con él otros, si Dios quisiere.

Y nos, pues leemos en este libro, trabajamos de le trasladar del lenguaje de Persia al lenguaje arábigo, y quisimos y tuvimos por bien de atraer en él un capítulo de arábigo en que se mostrase el escolar discípulo en la hacienda deste libro; y es esto el capítulo.

Capítulo I. Cómo el rey Sirechuel envió a Berzebuy a tierra de India

Dicen que en tiempo de los reyes de los gentiles, reinando el rey Sirechuel, que fue hijo de Cades, fue un hombre a que decían Berzebuey, que era físico y príncipe de los físicos del reino; y había con el rey gran dignidad y honra, y cátedra conocida. Y como quier que era físico conocido, era sabio y filósofo, y dio al rey de India una petición, la cual decía que fallaba en escrituras de los filósofos que en tierra de India había unos montes en que había tantas yerbas de muchas maneras, y que si conocidas fuesen y sacadas y confacionadas, que se sacarían dellas melecinas con que resucitasen los muertos; e hizo al rey que le diese licencia para ir buscarlas, y que le ayudase para la despensa, y que le diese sus cartas para todos los reyes de India, que le ayudasen por que él pudiese recaudar aquello por que iba.

Y el rey otorgóselo y aguciólo; y envió con él sus presentes para los reyes donde iba, según que era costumbre de los reyes cuando unos enviaban a otros sus mandaderos con sus cartas por lo que habían menester. Y fuese Berzebuey por su mandado, y anduvo tanto hasta que llegó a tierra de India. Desí dio las cartas y los presentes que traía a cada uno de aquellos reyes, y demandóles licencia para ir buscar aquello por que era venido. Y ellos diéronle todos licencia y ayuda. Y duró en coger estas yerbas y plantas gran tiempo, más de un año, y volviéndolas con las melecinas que decían sus libros, y haciendo esto con gran diligencia. Desí probólas en los finados, y no resucitaron ningunos; y entonces dudó en sus escrituras, y cayó en gran escándalo, y tuvo por cosa vergonzosa de tornar a su señor el rey con tan mal recaudo.

Y quejóse desto a los filósofos de los reyes de India. Y ellos dijéronle que eso mismo fallaron ellos en sus escrituras que él había fallado, y propiamente el entendimiento de los libros de la su filosofía y el saber que Dios puso en ellos son las yerbas, y que la melecina que en ellos decía son los buenos castigos y el saber, y los muertos que resucitasen con aquellas yerbas son los hombres necios que no saben cuándo son melecinados en el saber, y les hacen entender las cosas, y explanándolas aprenden de aquellas cosas que son tomadas de los sabios, y luego, en leyendo aprenden el saber y alumbran sus entendimientos.

Y cuando esto sopo Berzebuey buscó aquellas escrituras y hallólas en lenguaje de India y trasladólas en lenguaje de Persia, y concertólas. Desí tornóse al rey su señor. Y este rey era muy acucioso en allegar el saber, y en amar los filósofos más que a otri, y trabajábase en aprender el saber, y amábalo más que a muchos deleites en que los reyes se entremeten. Y cuando fue Berzebuey en su tierra, mandó a todo el pueblo que tomase aquellos escritos y que los leyesen, y rogasen a Dios que les diese gracia con que los entendiesen, y dioles aquellos que eran más privados en la casa del rey. Y el uno de aquellos escritos es aqueste libro de Calila y Dimna.

Desí puso en este libro lo que trasladó de los libros de India, unas cuestiones que hizo un rey de India que había nombre Dicelem, y al su alguacil decían Burduben; y era filósofo a quien él más amaba. Y mandóle que respondiese a ellas capítulo por capítulo, y respuesta verdadera y apuesta, y que le diese ejemplos y semejanzas y por tal que viese la certidumbre de su respuesta, y que lo ayuntase en un libro entero, por que lo él tomase por castigo para sí, y que lo dejase después de su vida a los que dél descendiesen.

Y era el primero capítulo del león y del buey, que es después de la historia de Berzebuey el menge.