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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Teresa Ann Southwick

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Noche de locura, n.º 1243 - enero 2015

Título original: The Last marchetti Bachelor

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6088-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Publicidad

Capítulo 1

 

Comprendo que te marches sin decirme adiós —dijo Luke Marchetti en tono de reproche, faltando en parte a la verdad, ya que no terminaba de entenderlo—, pero lo que no comprendo es que no me dijeras nada de que eras virgen.

Madison Wainright se quedó helada. Se detuvo delante de la puerta, respiró hondo, se dio la vuelta y contestó:

—Luke…

—Dímelo a la cara.

Y vaya cara, pensó ella. Luke estaba de pie junto a la cama, con el pelo húmedo de la ducha y una arrebatadora mirada de niño travieso que le cortaba la respiración. Nariz perfecta, mandíbula cuadrada con barba incipiente, y dos atractivos hoyuelos que desaparecían cuando se ponía serio, como en ese momento. Pero Madison lo había visto sonreír: era como si un escultor hubiera presionado suavemente con dos dedos. El efecto final conseguía derretir el corazón de una mujer. Excepto el suyo, por supuesto, aunque, con una toalla blanca enrollada a las caderas…

—¿Por qué, Maddie?

Tras lo ocurrido, mientras él se duchaba, Madison había estado reflexionando sobre la conveniencia o no de enfrentarse a él. Finalmente, se había puesto unos vaqueros y una camiseta decidida a huir, pero había sido inútil.

—¿Por qué, qué?, ¿por qué me voy de mi propio apartamento, o por qué no te conté que era virgen?

—Cualquiera de las dos. Las dos —respondió él encogiéndose de hombros.

Luke era lo que se dice un tipo impresionante, aunque ella no fuera experta juzgando hombres desnudos. Sí tenía, sin embargo, una opinión, y su opinión era que le gustaba su cuerpo, alto y esbelto, y el vello de su pecho.

Madison reprimió un suspiro. Recordaba cómo le había temblado la mano mientras acariciaba esos contornos masculinos. Por fin, a la luz del día, podía añadir una imagen visual a los recuerdos táctiles. El vello de su pecho descendía en forma de V justo hasta la toalla. Solo con ver las sábanas revueltas sentía una tremenda sensación de culpabilidad. Por fin había dejado de ser virgen, la última virgen de veinticinco años del sur de California. ¿Por qué había permitido que Luke fuera el primero? Madison tragó un par de veces antes de contestar:

—Es mi casa, y como soy una anfitriona educada, he creído mejor desaparecer sin hacer ruido.

—Mejor, ¿para quién?

—Para los dos. Trataba de evitar la violencia de «la mañana siguiente».

—Pero si compartir la experiencia a la mañana siguiente es lo mejor de todo, aunque, claro, tú eso no lo sabes, como ha sido la primera vez…

—¿Te estás burlando de mí?

—Jamás. Solo estoy molesto porque no contestas a mi pregunta —alegó Luke cruzándose de brazos.

—Está bien, tienes razón. Jamás había hecho esto antes. Además, no leo revistas femeninas. No sé cuáles son los diez temas de discusión más habituales después de pasar la noche con un hombre, no sé cuál es el comportamiento políticamente correcto. Mi experiencia se reduce a los Tribunales, no a los dormitorios, y no me gusta sentirme perdida. Cuando voy al juzgado, sé cómo prepararme, pero para una cosa como la de anoche… Solo trataba de ahorrarnos a los dos una situación violenta. Siento haberte desilusionado.

Luke respiró tenso. Parecía una bestia salvaje oliendo su presa.

—Yo no he dicho que me hayas desilusionado. En realidad, ha sido precisamente al revés.

Madison lo miró a los ojos. Azul eléctrico. Su mirada era intensa y primitiva. ¿Qué quería decir eso? Probablemente, que lo mejor era desaparecer. Y eso había tratado de hacer, a pesar de que estuvieran en su casa.

Luke respiró hondo. Sus labios adquirieron entonces un aspecto aún más excitante, si cabía, que aquella noche. Aquellos labios ponían en alerta todos sus sentidos, pero debía romper el hechizo. Madison lo miró a la cara y dijo lo primero que se le ocurrió:

—No te has afeitado.

—No tengo maquinilla. Y me alegro, porque de otro modo te habría dado tiempo a escapar.

—Escapar, sí —respondió Madison junto a la puerta, acariciando de cerca la libertad—. Tengo trabajo que hacer.

—¿Qué prisa tienes? Es domingo. Hasta una persona tan fanática por el trabajo como tú tiene el día libre. Los Juzgados están cerrados.

—Cierto, pero la mayor parte del trabajo de un abogado se realiza antes de entrar en el Juzgado. Además, tengo que ir a la compra y…

—Espera, Maddie —Maddie. Luke era la única persona que la llamaba así. Y la culpa era suya, por habérselo permitido. Siempre la llamaban Madison. ¿Por qué no lo había corregido?—. Después de salir con mi hermano Nick, juraste que jamás volverías a citarte con ningún Marchetti, y sé que no has estado con más hombres. Por eso… tengo que saberlo… ¿por qué yo?

Tenía razón, se había hecho a sí misma una promesa. De eso hacía un año, tras la desastrosa relación con Nick. El corazón del hermano de Luke pertenecía a otra mujer, y no era ninguna sorpresa. Madison no se consideraba una mujer de esas de las que los hombres se enamoran. Era de esperar, con una niñez como la suya. Había roto con Nick amistosamente, y Luke le había ofrecido su hombro para llorar. Cosa que ella había rechazado, claro.

Lo más importante en su vida debía ser el trabajo. Madison no quería mantener relaciones íntimas. ¿Se había vuelto loca, acostándose con Luke? ¿Se debía, quizá, a que él la hechizaba? Cierto, Luke la hechizaba, pero Madison no era de las que pierden el control.

—Tengo una objeción que hacer a esa pregunta. Es irrelevante.

—Para mí no lo es —respondió Luke—. Tienes veinticinco años, eres guapa, pelirroja, y tienes ojos verdes.

—Ve al oculista. ¿Es que no me has visto las pecas? Son horribles.

—A mí me gustan. E imagino que a muchos hombres también. De hecho, estoy convencido de que tienes hombres a montones. Por eso quiero saberlo. ¿Por qué yo?

—Ojalá lo supiera.

Ojalá pudiera achacar su locura temporal al alcohol ingerido la noche anterior, durante la boda de Alex, otro de los hermanos de Luke. Sin embargo, solo había tomado una copa de champán, y ni siquiera la había terminado. Al presentarse en la iglesia sin pareja, Luke se había mostrado muy atento con ella. El gabinete de abogados para el que Madison trabajaba se ocupaba de todos los asuntos legales de Marchetti’s Incorporated, el negocio familiar, y como Madison había llegado a ser amiga de la familia, había resultado elegida para asistir a la boda en calidad de representante del gabinete. Sola. Y Luke tampoco tenía pareja, cosa que ella no alcanzaba a comprender.

Un hombre como él debía andar apartando mujeres a su paso aunque, ciertamente, Madison jamás lo había visto salir en serio con ninguna. ¿Por qué diablos iba a ser tan tonta como para creer que sería ella la elegida?

Lo cierto era que se había alegrado de su compañía. Por alguna razón, al terminar el banquete, se había sentido reacia a volver a la soledad de su casa. Luke la había llevado en coche y, conversando, había mencionado que no conocía su casa. Entonces ella lo había invitado a subir, y una cosa había llevado a la otra.

—No estoy segura de por qué, Luke. Supongo que tenía un móvil y se me ofreció la oportunidad.

—Hablas como un abogado —sonrió Luke mostrando sus atractivos hoyuelos.

—Exacto. Ante todo soy abogada. Jim Mallery se ha retirado y me ha dejado todos sus clientes, incluido Marchetti. Soy virgen y abogada de prestigio. Es decir, era —se encogió Madison de hombros.

—Eso no contesta a mi pregunta. ¿Por qué yo?

—Tú entras dentro del apartado de la oportunidad.

—Esperaba que me dieras una respuesta menos premeditada, algo así como «perdí la cabeza, no pude evitarlo».

Luke acababa de dar en el clavo, pero no iba a confesárselo. Perder la cabeza y romperse el corazón estaban a un solo paso. Pecar una vez era de ingenuos, pecar dos, de idiotas. Bastaba con la experiencia de Nick.

—Además, preferiría que me hubieras dicho que eras virgen con antelación —añadió él.

—¿Por qué?, ¿qué importa?

Luke se acercó, quedando a un solo paso de ella. Madison sintió un revoloteo en el estómago.

—Importa mucho, es muy distinto. En primer lugar, de haberlo sabido, quizá me habría echado atrás. En segundo lugar, es una enorme responsabilidad.

—¿Por qué?

Aquella pregunta había salido de sus labios antes de que pudiera evitarlo, pero se avergonzó de inmediato. Madison había sido siempre muy curiosa: por eso había sido de las primeras de clase.

—La primera vez, para una mujer, tiene un impacto importante que se refleja en sus relaciones posteriores. Un hombre puede hacer ciertas cosas para… para hacérselo más fácil, mejor.

—Estuvo bien —dijo ella.

Luke sonrió a medias. Aquel gesto la excitaba y la ponía nerviosa al mismo tiempo. ¿Sería posible que hubiera puesto en sus manos un arma secreta que luego podría utilizar él en su contra?

—Me alegro —dijo él—, pero no me creo eso de que yo entre en el apartado de la oportunidad. ¡Eh, que soy yo, Luke! —exclamó dándose palmadas en el pecho—. Debes tener hombres a cientos, y sigues sin explicarme por qué me elegiste a mí.

—Te contestaré lo mejor que pueda, pero ni yo misma estoy segura —respondió Madison suspirando—. Me dejé llevar por la magia de la fiesta, supongo. Fue maravilloso sentirme parte de una familia numerosa y feliz.

—¿Sigues enamorada de Nick? —preguntó él con cierto mal humor—. ¿Te desilusionó la noticia de que Abby está embarazada?

—Jamás estuve enamorada de Nick, era a vuestra familia a quien echaba de menos. Yo nunca tuve una familia numerosa, y menos aún feliz —declaró Madison con tristeza.

—Creía que tenías un hermano.

—Y lo tengo. Tengo un hermano mayor, pero estamos muy alejados el uno del otro. Y de mis padres también.

—Entonces, ¿es que te crió una loba?

—¡Si te oyera mi madre! —rio Madison—. No, me crié en internados, clases intensivas, la Universidad… ¡Oh, Dios! —exclamó luchando por no perder el buen humor, a pesar de la tristeza de los recuerdos.

—Pues yo creo que se trata de algo más.

—No, Luke.

—No, ¿qué?

—Que no trates de ver cosas que no existen —contestó Madison—. No busco novio.

—¿Quieres decir que no quieres que seamos novios?

—Ni tú ni nadie, pero desde luego un Marchetti sería el último de la lista.

—Yo tampoco busco novia.

—Bien —contestó Madison ligeramente desilusionada—. ¿Y por qué no? —añadió, sin darse cuenta.

—Bueno, supongo que si a estas alturas no ha ocurrido, es que no está en mis cartas. Pero no hay razón para que no seamos amigos.

—No pierdas el tiempo conmigo —declaró Madison pensando que la amistad era imposible después de lo ocurrido.

—¿No crees que debería ser yo quien decidiera si es una pérdida de tiempo o no? Es mi tiempo.

—Pues conmigo lo vas a malgastar. Te ofrezco una salida airosa y sin dolor.

—¿Es que piensas que el amor es siempre doloroso?

—Exacto —convino Madison, pensando en el amor no correspondido.

—No estoy seguro de que me convenza tu explicación —contestó Luke ladeando la cabeza con tristeza.

—Todo crimen tiene un móvil y una oportunidad.

—¿Es que lo de anoche fue un crimen?

—Bueno, una falta menor. Desde luego no fue inteligente, ¿no te parece?

—No, a medio plazo no —respondió Luke frunciendo el ceño—. Pero no acabo de creerte. Tú no eres una mujer ligera de cascos. Eres abogada, aunque no te gusta manipular a la gente. No eres calculadora. Creo que, por primera vez, te has dejado llevar, has sentido. Estamos bien juntos, Maddie, nos gustamos. Te dejaste llevar por el momento. Tú misma has admitido que estuvo bien. Para ser la primera vez, es perfecto. De ahora en adelante solo puede ir a mejor.

—Esto no va a volver a suceder, Luke.

—Podría —contestó él sugerente—, si tú quisieras.

—No quiero. Y aunque quisiera, cosa que no es cierta —mintió Madison—, tu familia es cliente de Addison, Abernathy y Cooke.

—Pero saliste con Nick.

—Eso fue antes de que Marchetti’s pasara a ser cliente mío, ahora puede producirse un conflicto de intereses.

—No hay ningún conflicto, yo estoy interesado. Definitivamente.

—Sé serio, Luke.

—Jamás he hablado más en serio. No entiendo por qué va a ser un problema que tú y yo seamos amigos.

—Porque no eres abogado —repuso Madison—. Para empezar, mantener una relación demasiado estrecha con un cliente es inapropiado. Aunque creyera en el amor, sería poco profesional por mi parte seguir viéndote. Y, ante todo, soy una profesional.

—Pues con esos vaqueros y esa camiseta parece que tienes dieciocho años —alegó Luke mirándola de arriba abajo—. Si fueras así al Juzgado conseguirías todo lo que quisieras. Del juez, del fiscal y del jurado.

—No estás colaborando mucho, que se diga.

—Mejor. No vas a deshacerte de mí tan fácilmente.

—No es que quiera deshacerme de ti, Luke, es que entre tú y yo solo puede haber una relación laboral.

—Hay mucho más que eso, Maddie. Y no se puede volver atrás.

Sí, sí se podía volver atrás. Y no había mejor momento que ese.

—Me llamo Madison.

—¿Desde cuándo?

—Desde que nos hemos despertado en la cama juntos esta mañana.

 

 

Cuatro semanas después de que Maddie, es decir, Madison, lo despachara, Luke estaba sentado en la oficina tratando de concentrarse. Era casi la hora de marcharse, pero el solitario pisito de soltero no resultaba nada tentador. Además, la mente de Luke no podía olvidar una figura menudita, pelirroja, de ojos verdes y cabellos rizados.

Luke se reclinó en el asiento de piel. Era el director de contabilidad de Marchetti’s Incorporated. El negocio de restaurantes familiar era próspero, tenía miles de cosas que hacer. Sin embargo, no podía pensar más que en el cuerpo de Maddie. Habían pasado cuatro semanas, ¡cuatro! Ella había dejado claro que no tenía ninguna oportunidad. ¿Por qué, entonces, no podía quitársela de la cabeza?

Luke tenía más de treinta años, había conocido a muchas mujeres, y con muchas de ellas había terminado en la cama. Sin embargo, jamás le había costado olvidarlas. ¿Por qué le costaba olvidar a Maddie? ¡Demonios, jamás la llamaría Madison! ¿Acaso el legendario carácter de las pelirrojas tenía que convertirse siempre en cabezonería? Maddie había escogido el momento menos oportuno para demostrarlo. ¿Qué podía tener de malo ser amigos?

No obstante, Luke no estaba dispuesto a volver a pedírselo. Tenía la sensación de que la negativa de Maddie a mantener una relación respondía a algo más profundo que lo que le había contado. Quizá fuera por él, por el hecho de ser la oveja negra de la familia. Luke era el único en la familia de ojos azules, era el más reservado, y era el más bajo de los hermanos. Excepto Rosie, su hermana. Él era diferente, era el único soltero. Quizá hubiera heredado un gen especial, uno que lo incapacitara para enamorarse. Por eso el hogar, la familia, le estaban vedados. ¿Por qué iba Maddie a arriesgarse con una persona como él?

A pesar de todo, Luke habría apostado sus acciones de la Marchetti’s Incorporated a que Maddie había dicho la verdad: jamás había estado enamorada de Nick. Y, tras descubrir que era virgen, estaba aún más convencido. De pronto, sonó el intercomunicador sobresaltándolo.

—¿Sí?

—La señorita Wainright quiere verlo —dijo la secretaria—. Es la hora, me marcho.

—Dile que pase. Y buenas noches, Cathy.

Solo con oír su nombre se le aceleraba el pulso, no podía creer que Maddie acudiera a verlo a la oficina. Quizá hubiera cambiado de opinión y quisiera mantener algo más que una relación laboral. ¿Qué otra razón podría tener para ir a verlo? Luke echó un vistazo al ordenador. Maddie había sido elegida por su gabinete para encargarse de todos los asuntos legales de la Marchetti’s Incorporated. Su visita podía deberse a cualquier otra cosa, en lugar de a un asunto personal. Maddie era impredecible, y la noche compartida era buena prueba de ello. Con mujeres tan enigmáticas como la señorita Wainright, lo mejor era no dar nada por sentado. Mientras no dijera lo contrario, supondría que su visita era de carácter profesional. Cuantos más asuntos legales trataran juntos, más pronto se la quitaría de la cabeza. Para él, con las mujeres, siempre había sido así. La puerta del despacho se abrió.

—Hola, Luke.

—Hola —contestó él poniéndose en pie, siguiendo las normas de cortesía que le había inculcado su padre.

—¿Tienes un minuto?

—Claro, siéntate —respondió señalando la silla frente a su mesa.

Luke se había remangado la camisa y aflojado el nudo de la corbata a primera hora de la mañana. De pronto sentía un deseo imperioso de volver a ponérselo bien, pero se reprimió. Había pasado una noche inolvidable con Maddie, y aunque fuera un solitario, incapaz de enamorarse, tampoco quería echar el asunto a perder. No estaba dispuesto a levantar ninguna barrera entre ambos. Y tampoco había nada de malo en recordárselo.

—¿A qué debo el honor y el placer de la visita de la chica más atractiva de Addison, Abernathy and Cooke?

Maddie se sonrojó. Había conseguido el efecto deseado. Sus pecas se destacaban en la nariz. Tenía exactamente seis, y lo sabía porque las había besado. Ella seguía de pie, vacilante, entre la puerta y la silla. Aquello alertó a Luke, tenía que ir más despacio. Maddie siempre había sido una persona directa, jamás se andaba con tonterías. No era cohibida o reservada. Además, parecía preocupada.

—Me alegro de verte, Maddie —añadió.

—Te he dicho que me llames Madison.

—Lo recuerdo, sí. Y… vamos a ver, ¿qué te trae por aquí?, ¿placer, o negocios?

—Se trata de algo personal, Luke.

¿Habría cambiado de opinión? No lo creía. Parecía cansada, pálida.

—¿Qué ocurre?, ¿te encuentras bien? ¿Se ha muerto alguien?

—Sí, alguien ha muerto.

—¿Sí?, ¿quién?

Maddie tragó, se sentó y dejó el maletín en el suelo.

—No sé cómo decirte esto.

—Simplemente suéltalo. ¿Quién ha muerto?

—Tu padre —respondió Maddie tras tragar otras dos veces, mirándolo directamente a los ojos—. No Tom Marchetti, claro —se apresuró a añadir.

—Yo no soy adoptado, no sé de qué estás hablando.

—No es fácil decirte esto, Luke. Tom Marchetti no es tu padre biológico. El hombre que es… que era tu padre… ha muerto.