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¡Aquel que quiere vivir debe pelear,
y aquel que no quiere pelear en este mundo de perpetua lucha no merece vivir!
Adolf Hitler, Mein Kampf (Mi lucha)

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El mejor de Alemania

Los nazis prestaron mucha atención al boxeo. Para ellos e, indudablemente para Hitler, no era un deporte cualquiera. Los jóvenes alemanes debían, escribió, practicarlo y forjarse a través de él para la guerra. Debían encorajarse e inspirarse mediante el boxeo, así que los nazis decidieron que los judíos no podían volver a participar en él. No habría más judíos en el boxeo ni como boxeadores, ni como entrenadores, cutmen1; ningún doctor judío a pie de ring. Fuera.

La ley era demasiado importante para aprobarla en el Reichstag y confiar su cumplimiento a la policía. Debía ser aplicada con urgencia y con un toque personal. Erich Seelig, el campeón nacional de Alemania del peso semipesado, a quien Hitler tuvo la inquietante experiencia de ver desde un asiento en la primera fila y cuyo éxito tanto incomodó al más fervoroso creyente de todo el mundo en la superioridad de la raza aria, recibió una carta que le daba dos semanas para abandonar tanto el deporte como el país. Cuando su tiempo hubo terminado, unos hombres fueron enviados a su casa. Encogido en el asiento trasero de un coche entre policías malcarados que le apuntaban a la cabeza con sus pistolas, Seelig fue conducido directamente al aeropuerto. Su familia, le dijeron, moriría si regresaba.

El título nacional quedaba vacante, a la espera de un nuevo héroe del boxeo.

La prensa deportiva controlada por el Gobierno dejó claro quién debería ganarlo mientras Adolf Witt y Johann Trollmann se preparaban para subir al ring. Witt tenía que vencer. Trollmann, que había tenido como mentor al judío Seelig, no era el arquetipo adecuado de luchador alemán. Era un inferior racial, un gitano. Puesto que era el boxeador con el mejor récord en su peso, no había forma de no dejarle pelear por el título, pese a lo cual Box-Sport afirmó que su estilo «tenía poco que ver con el boxeo». Bailaba, era impredecible. Era escurridizo, escribieron. Usaba el instinto más que el cerebro. Le gustaba demasiado «dar saltos por el ring» antes de noquear a sus oponentes. Era un insulto para los valerosos y audaces hombres blancos.

Había pasado un mes desde la quema por todo el país de libros antialemanes cuando Trollmann y Witt subieron al ring en la enorme cervecería Bockbierbraurei de Berlín. Era un ring al aire libre y se acercaba una tormenta. Los aficionados se bajaban los homburg2 y se inclinaban hacia delante en sus asientos de madera.

Witt ganó el primer asalto antes de que Trollmann pudiera descifrarlo. A partir de ese momento, no tuvo ningún problema. Trollmann acertaba una vez tras otra con la izquierda. Witt trataba de colocar golpes contundentes pero se encontraba con que el juego de piernas del gitano era demasiado esquivo.

Aquello era intolerable. Devoto nazi y presidente de la Asociación Nacional de Boxeo, Georg Radamm corrió al ring y susurró algo al árbitro, pero este no podía hallar motivo alguno que justificara detener la pelea o influir en el resultado.
Solo los boxeadores podían decidir el ganador.

La campana sonó al final del decimosegundo y último asalto. El público esperaba. «Combate nulo», anunció el árbitro. El título permanecía vacante. Durante lo que pareció una eternidad no se produjo ningún sonido o movimiento.

Y entonces el público despertó, se volvió loco, gritando y saltando en sus asientos. El mánager de Trollmann se contagió de aquella atmósfera. Maldecía. Corría alrededor del ring profiriendo amenazas. Cogió las tarjetas de puntuación de los jueces y se las mostró a cualquiera que quisiera mirarlas.
Trollmann había ganado con claridad según las puntuaciones de todos los jueces. En las gradas, estallaron más peleas.

Radamm y los promotores se plantaron ante el público y llamaron al orden. Echarían un vistazo a las puntuaciones. Examinaron con ostentación las tarjetas. Sí, había habido un error.

Trollmann fue declarado ganador y el nuevo campeón semipesado. Un hombre cuya raza de piel oscura la política gubernamental había declarado sucia y un peligro para la sociedad aria había alcanzado el olimpo atlético de Alemania en un deporte que Hitler y el nazismo habían considerado la mejor demostración del coraje y el espíritu guerrero. El público lo ovacionó.

El lunes, los líderes de la Asociación de Boxeo se reunieron y anularon con prontitud el resultado. La pelea se registraría como nula como consecuencia del «esfuerzo insuficiente de ambos luchadores». Alegaron también que Trollmann no merecía el título porque su comportamiento no había sido deportivo y había llorado (tras el anuncio del combate nulo).

Cuando Trollmann volvió a pelear un mes después, había descendido a una categoría inferior de peso para combatir contra el púgil de Dortmund Gustav «Eisener» (Hierro) Eder.

Eder era más bajo y ligero, incluso después de la rápida pérdida de peso de Trollmann. ¿Importaba en qué categoría por peso estuviera, o cómo peleara? ¿No había quedado demostrado que el hombre blanco, el hombre alemán siempre ganaría? Tenía que hacerlo.

Con el público pidiendo a voces que el espectáculo comenzara, Trollmann recorrió el pasillo hasta el ring. Estaba irreconocible. Su pelo estaba teñido de un rubio casi blanco. Brillante y húmedo, estaba cubierto desde la cabeza a las pantorrillas de una especie de polvo blanco. ¿Era esto lo que querían? ¿Tendría que cambiar de color para ser un auténtico alemán?

Hizo algo más que cambiar su aspecto aquella noche. Ya no se trataba de ganar. Peleó como los comentaristas habían dicho que debía hacerlo un ario. Desde el primer asalto, mantuvo los pies fijos en la lona. Retaba a Eder a que se acercara hasta estar frente a frente, sin retroceder. Desafiaba al público y a la prensa de boxeo a enfrentarse a su obsesión racial.

Trollmann continuó peleando. Mientras el régimen fascista reunía a roma y sinti para su deportación a los campos de concentración, él peleaba por su país —luchaba por el nazismo— en los frentes de Francia y la Unión Soviética. Mientras él luchaba por Alemania, muchos otros roma y sinti luchaban contra ella, en los ejércitos de sus países y en grupos de resistencia clandestinos. En la Rumanía fascista, donde las autoridades simultáneamente deportaban a roma para que murieran en las nieves de Transnistria y los llamaban a filas, roma de uniforme obligaban al régimen a dar marcha atrás en su limpieza étnica.

Lo que sigue es la historia de cómo Trollmann y muchos otros roma y sinti lucharon, resistieron, murieron y sobrevivieron al Holocausto, de cómo la sociedad y los gobiernos convirtieron a atletas individuales, seres humanos complejos, en símbolos simplistas de sus políticas raciales y de cómo la lucha por la memoria de los roma y los sinti en los años de la guerra aún continúa.


1 Los cutmen son los especialistas en detener hemorragias, que acompañan al equipo técnico en la esquina del boxeador o la boxeadora (N. del T.).

2 El homburg es un tipo de sombrero de fieltro de estilo tirolés (N. del T.).

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Roma, sinti, gitanos y el Holocausto: qué cabe en una palabra

Sus sinagogas deben ser reducidas a cenizas, por el honor de Dios y la Cristiandad.
Los cristianos deben destruir las casas de los judíos, y conducirlos a todos bajo un único techo, o a un establo como a los gitanos.

Martín Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras (1543)

La palabra roma se refiere a los miembros de un grupo étnico específico. Es la minoría étnica más grande de Europa en la actualidad y según muchos baremos la más excluida socioeconómicamente. Los sinti son un grupo estrechamente relacionado pero distinto étnicamente. Ambos son denominados gitanos por quienes no pertenecen a ellos.

La palabra gitano tiene, dependiendo del diccionario o el hablante, muchas definiciones y la mayoría se refieren al comportamiento de una persona. Llamar a alguien gitano es llamarle errante, nómada, ladrón, una persona «astuta o mañosa» (según el diccionario Webster) o un adivino. ¿Cómo puede alguien usar la palabra gitano para referirse a los roma o los sinti sin ser culpable de prejuicio? No es posible. La palabra es incorrecta. Se usa con frecuencia en este texto porque fue una clasificación oficial aplicada a gente inocente durante el nazismo y otros gobiernos. Roma, sinti3 y algunas otras comunidades fueron unificadas como pertenecientes a una raza gitana.

Genocidio es la eliminación sistemática de un grupo étnico, racial, nacional o religioso y no cabe duda de que esto es lo que los nazis y sus colaboradores intentaron hacer con los roma y los sinti.

Holocausto se define a menudo como el genocidio alemán de aproximadamente seis millones de judíos. En este libro, la palabra Holocausto se utiliza con frecuencia para describir el genocidio nazi tanto de judíos como de gitanos, aunque muchos estudiosos se oponen al uso de la palabra para referirse a las víctimas gentiles. En la actualidad algunos activistas romaníes y estudiosos promueven el uso de un término distintivo para el genocidio romaní, porrajmos. Esta palabra, sin embargo, tiene sus propias y desafortunadas connotaciones, ya que proviene del verbo que significa «abrir por la fuerza» o «violar». Otros romaníes prefieren samudaripe, que literalmente significa el «asesinato de todos». Para la gente romaní y sinti común, no hay término más reconocido o entendido que el de Holocausto.


3 Roma y sinti se usan en el presente libro como nombres colectivos y por lo tanto en minúsculas y singular. En el caso del grupo sinti, hay formas masculina y femenina en singular: sinto para masculino y sintisa para el femenino. En algunos lugares del libro, el autor se refiere a los roma también como romaníes. En cada caso se utiliza la denominación elegida por el autor (N. del T.).

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La perdurable relevancia de Trollmann

En cierto modo, Johann «Rukeli» Trollmann es el Holocausto romaní y sinti. La nieta de su hermano, Diana, dice: «En Alemania, para los sinti, Rukeli es nuestra Ana Frank». Como las muertes sinti en el Holocausto, él es un símbolo permanente del pasado y una advertencia de lo posible entre su propia gente, pese a lo cual aún es enormemente desconocido para la mayoría del mundo.

Su lucha resuena. Hablando de Johann Trollmann y su identidad étnica, el sinto y antiguo campeón de boxeo de Alemania Occidental Robert Marschall dice: «Tienes que aprender a luchar, levantarte si caes… De lo contrario como sinto estás perdido desde el mismo comienzo»4.

Este libro no es solo sobre Trollmann. Los últimos capítulos se ocupan de los esfuerzos de algunos roma y sinti en la actualidad para que se tome conciencia de lo que su pueblo vivió, perdió y defendió durante el Holocausto. Mientras que el 95 % de los estadounidenses dicen haber oído hablar del Holocausto, la mayoría de estudiantes de secundaria no son capaces de dar una definición de la palabra. Solamente el 21 % respondió que sí, que el gueto de Varsovia tuvo algo que ver con el Holocausto5. La palabra aparece conectada a películas e iconos populares pero desvinculada del fascismo o de la historia de la segregación étnica en Europa. Si la gente sabe poco de cómo y por qué movimientos formidables llegaron a intentar —y casi lograr— la eliminación de los judíos europeos, sabe mucho menos acerca del otro grupo étnico que los nazis y sus colaboradores señalaron para su total exterminio.

Cuando alguien piensa en genocidio o en el Holocausto, piensa en víctimas y opresores. Piensa en los heroicos liberadores y solo quizá en aquellos que lucharon contra ellos con recursos más limitados; los que protestaron, la resistencia clandestina, los actos de desafío que tan importantes son precisamente por quijotescos. A diferencia de lo que sucede en las películas, la realidad no siempre nos ofrece héroes y villanos. El fascismo duró mucho más que un drama de Hollywood. La gente bajo su yugo tuvo ocasión de desempeñar muchos papeles. Ethel Brooks señala que habitualmente «mantenemos las categorías de superviviente, víctima y perpetrador»6 cuando miramos al Holocausto. Trollmann y los otros roma y sinti de esta historia nos recuerdan que la gente no encaja en categorías precisas, y menos aún en los tiempos más caóticos. Johann Trollmann retó a muchos hombres fuertes a lo largo de su vida. Fuera y dentro del ring, desafió al Gobierno y a la sociedad alemanes. Muerto, ha logrado victorias que lo eludieron en vida. Desafía nuestras ideas sobre cómo los miembros de minorías proscritas deben relacionarse con la sociedad en tiempos de la más extrema exclusión.

Para entender la vida de Johann Trollmann, necesitamos un contexto. Vivió en una sociedad que hizo de la herencia étnica un asunto de la máxima importancia, de modo que esta historia debe comenzar con los orígenes de los sinti, la comunidad «gitana» de la que él provenía. Su historia tampoco termina con su muerte en 1943 pues su carrera, de una forma muy real, solamente terminó en 2003, cuando le fue devuelto su título de campeón nacional. Tanto la lucha por preservar la memoria de roma y sinti que fueron asesinados en la década de 1940 como el empeño por recordar a Trollmann en particular continúan a fecha de hoy. Durante décadas tras el Holocausto, a los alemanes se les enseñó que los gitanos no fueron víctimas de la política de exterminio racial sino que se les señaló por ser «asociales». La infamia de que los asesinados fueron seleccionados por algún comportamiento inadecuado o asocial exigió una lucha larga y coordinada para ser rectificada.  

Para comprender la respuesta de Trollmann al racismo, necesitamos hacer algo más que imaginar cómo nos habríamos sentido en su lugar; deberíamos apreciar cuán diferente, cuánto más manifiesta y claramente veía él la inhumanidad de normas que otros atletas de su tiempo tomaron como meros infortunios de la vida. Trollmann no tragó el maltrato. Era un luchador. Hay un viejo dicho romaní, «nashtik djas vorta po bango drom» [no se puede ir recto por un camino torcido]. Trollmann no siempre tomó la postura antifascista. Vivía dentro de la sociedad alemana y con frecuencia luchó por ser un miembro aceptado del único mundo que conocía. Pese a lo cual, comparado con otras muchas víctimas de los prejuicios raciales y la violencia, mostró una conciencia inusualmente consistente de su propia humanidad y voluntad para continuar, para luchar. Otros que como él opusieron resistencia también tienen un lugar en la historia.

No fue solo un gran boxeador, un campeón en un país que era líder mundial en los deportes. Y sin embargo, apreciar su boxeo es un punto de partida. Un boxeador debe ser un excelente atleta y él lo era. Otros han escrito que era, incluso de niño, un corredor más rápido, un nadador más vigoroso que sus compañeros. Para boxear bien, la habilidad física no es suficiente. El deporte exige tomar decisiones estratégicas y tácticas, y hacerlo rápido. El boxeador que gana tiene que examinar el estilo y las costumbres de sus oponentes, analizarlos, para formular una hipótesis sobre cómo pueden ser vencidos. A continuación necesita poner a prueba la hipótesis, evaluar los resultados del test e intentar algo nuevo. El boxeo, al fin y al cabo, es llamado a menudo «dulce ciencia»7. Un plan exitoso proporciona una revelación que solo puede ser utilizada unas pocas veces antes de que la estrategia se vuelva predecible, tras lo cual el boxeador tiene que empezar de nuevo. Hay mucho que pensar y hacerlo mientras la parte del cuerpo que usamos para pensar es golpeada y sacudida. La estrategia debe formarse mientras el boxeador lucha por respirar, corre en un círculo estrecho y experimenta dolor súbito. Hace falta una separación, o trascendencia del yo. Trollmann ganó el título alemán de los semipesados. Sabía trascender.

Para entender a Johann Trollmann, debería entenderse que su nombre no era Johann. Ese era un nombre utilizado con gente de fuera pero no con su familia ni su comunidad. Era un nombre para cuando hablaba en alemán. En casa, donde se hablaba el idioma de los sinti, era Rukeli, o «Pequeño Árbol». Aunque Rukeli fue en muchos aspectos tan solo un niño alemán cualquiera, o al menos un niño cualquiera de su situación económica a comienzos de siglo, fue no obstante definido, refrenado y en última instancia asesinado como consecuencia de esta diferencia, porque era un sinto. Justo cuando él alcanzaba el cenit de su poderío atlético, Alemania se consagraba a una visión política en la que las teorías raciales eran centrales y en la que el boxeo ocupaba un lugar simbólico especial. Para entender la injusticia de la vida de Trollmann, necesitamos ver hasta qué extremo las creencias de la época —al igual que muchas de las ideas comunes de hoy— acerca de los gitanos y la identidad étnica estaban, y están aún, equivocadas.


4 Hudson, A. (23 de Octubre de 2012). Germany finally commemorates Roma victims of Holocaust. Reuters. Recuperado de http://www.reuters.com/article/us-germany-roma-monument/germany-finally-commemorates-roma-victims-of-holocaust-idUSBRE89M0PT20121023.

5 Rothe, A. (2011). Popular Trauma Culture. Rutgers University Press.

6 Gerson, J. M., y Wolf, D. L. (Eds.). (2007). Sociology Confronts the Holocaust: Memories and Identities in Jewish Diasporas. Duke University Press.

7 La expresión «dulce ciencia» fue acuñada por Pierce Egan (1772 - 1849), quien en una de las crónicas pugilísticas reunidas en Boxiana; or Sketches of Ancient and Modern Pugilism y publicadas entre 1813 y 1824, llamó al boxeo «the sweet science of bruising», que podría traducirse como «la dulce ciencia de magullar» (N. del T.).

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Los roma, los sinti y la Historia

Los roma son en la actualidad la minoría étnica más numerosa de Europa. Entre diez y doce millones de roma viven en Europa si se cuentan todas las personas de la diáspora romaní, como los sinti. En varios países, los niños romaníes se encuentran aún en su mayoría segregados en ambientes educativos inferiores. En algunos países, los roma son enviados a escuelas destinadas oficialmente a personas con discapacidades de aprendizaje pero que en la realidad están mayoritariamente ocupadas por roma. Incluso en muchos de los supuestos colegios integrados, los roma son puestos en clases aparte. Situados en entornos de aprendizaje donde se enseña poco, los roma suelen abandonar la educación en la adolescencia. La discriminación laboral es común incluso para aquellos con las aptitudes que les permitirían conseguir un empleo. Mientras que la discriminación laboral es ilegal en la mayor parte de Europa, la aplicación de las leyes antidiscriminatorias no es fácil. Faltos de educación, desempleados y rechazados, los roma viven comúnmente en barrios de chabolas, separados de la población no roma. Richard John Neuhaus, editor de la reputada y ampliamente leída publicación estadounidense First Things llama a los gitanos «gente vaga, embustera, ladrona y extraordinariamente sucia». Personas por lo demás cultas hacen afirmaciones sobre los roma que serían rápidamente censuradas como estúpida intolerancia si se refiriesen a cualquier otra comunidad étnica8.

Si bien los romaníes que viven en casas remolque o caravanas son muy visibles para el mundo exterior, constituyen una mínima fracción de los millones de roma de Europa y el mundo. Mientras que los niños romaníes mendigos o carteristas que operan en abarrotadas atracciones turísticas recuerdan a los transeúntes algunos estereotipos muy antiguos y bien conocidos, son también, una vez más, un minúsculo segmento de una gran comunidad. La gran mayoría de los roma no roban, mendigan ni llevan un estilo de vida nómada. La gente de fuera mira a menudo a mendigos y a inmigrantes y supone que esos roma viven de acuerdo con una cultura ancestral. No es así. Hay algunos roma y sinti que ven la vida en una caravana como una tradición familiar. Los patrones de viaje de la familia Trollmann mientras Rukeli estaba creciendo, que se discutirán más adelante, proporcionan una ocasión para separar mito y realidad. Hay más que se desplazan por los motivos por los que los roma siempre lo han hecho: están buscando una nueva vida, un modo de proveer a una familia.

Pese a lo cual es cierto que la mayoría de los roma son pobres y viven al margen de las oportunidades y la sociedad de Europa. ¿Cómo ha llegado a ser así?

Mucho se ha debatido sobre la historia de los roma. Lo más probable es que en el siglo VI a.C., los primeros grupos de ancestros romaníes abandonaran el noroeste de India rumbo al Imperio persa. En 1001, cuando el líder musulmán Mahmud de Gazni invadió India, otra ola de indios, la mayoría hombres de castas inferiores, fueron reclutados para luchar en la guerra contra los musulmanes en el norte de India y Persia durante más de tres décadas de conflicto. En una serie de oleadas, los indios fueron llegando a Persia como esclavos, mercenarios, mercaderes y demás. El primer pueblo en llamarse a sí mismo roma y en hablar un idioma llamado romaní se remonta al Imperio persa y tenía raíces en India. Tal vez la identidad romaní, por lo tanto, ha sido siempre la de un pueblo en diáspora, un pueblo con raíces en algún otro lugar. Los roma emigraron, como hicieron muchos otros pueblos, hacia Bizancio y, a medida que el Imperio bizantino se expandía, en dirección al sudeste de Europa. Hacia el siglo XIV y quizá antes, los roma habían llegado hasta Bohemia (en la actual República Checa). Alrededor del siglo XV, se encontraban casi en toda Europa, desde Rusia y el nordeste hasta Escocia, Suecia, Portugal y regiones intermedias, incluyendo Alemania. Al cruzar fronteras hacia nuevas tierras, algunos roma dijeron a las autoridades que eran penitentes procedentes de Egipto. Afirmaron ser antiguos musulmanes en peregrinaje a lugares santos occidentales para pagar por su pasado hereje. El mito de que los roma provenían de Egipto es el origen de la palabra inglesa Gypsy y de la española «gitano».

Algunos nobles locales del centro de Europa animaron activamente a los roma a asentarse en sus tierras, con la promesa de impuestos razonables y ofertas de trabajo. Los roma tenían fama de contar entre los suyos con muy hábiles criadores y entrenadores de caballos y metalurgistas. Para los duques o los pequeños señores con la mirada puesta en los invasores orientales, tales habilidades poseían el máximo valor.

Si sus habilidades eran valoradas por algunos, los roma eran aún del este, extraños provenientes del mundo no cristiano en una época en la que la cristiandad era insegura.
No eran blancos en un tiempo en el que se enseñaba a los cristianos que la piel oscura era la marca de Caín y de la maldad. Hizo falta poco tiempo para que despertara el sentimiento antirromaní. La expulsión de los roma de la región de Meissen (Alemania) fue ordenada en 1416. En los siglos XV y XVI gobernantes de toda Europa prohibieron a los gitanos la entrada o el asentamiento en sus territorios. En 1510, una ley de Suiza ordenaba que se diera muerte inmediata a todos los gitanos a la primera ocasión en que se les viera.

En Wallachia, Transilvania y Moldavia, los roma fueron esclavizados durante cinco siglos, hasta la abolición en la década de 1860, muy poco antes del fin de la esclavitud de los afroamericanos en los Estados Unidos.

En 1710, el gobernante de la Casa de Habsburgo José I ordenó que todos los hombres adultos fueran ahorcados sin juicio y las mujeres azotadas y desterradas para siempre.
En el reino de Bohemia debía cortárseles la oreja derecha y en Moravia, la izquierda. Augusto de Sajonia, un año después, se sumó a la moda y aprobó una ley que prohibía a todos los gitanos la entrada a sus tierras. Los infractores eran azotados y marcados con un hierro al rojo. De regresar, serían ahorcados.

La persecución de los roma de un lugar a otro no sentó, como se puede adivinar, las bases de la integración. Los roma acabaron en la pobreza, migrando y separados de las mayorías tanto económica como culturalmente. A medida que Europa fracasaba en su intento de mantener a esta gran población fuera, las políticas se fueron centrando en cómo asimilarlos. En España, la lengua romaní fue prohibida y se ordenó que la lengua de los infractores fuera cortada.

En 1758 la gobernante Habsburgo y emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico María Teresa comenzó un programa de asimilación para convertir a los roma en ujmagyarok (nuevos húngaros). Tanto si migraban por elección propia como si lo hacían en busca de tierras donde se les permitiera vivir —y donde poder ganarse la vida—, la política obligaba ahora a apartarlos por la fuerza de su presumiblemente elegido nomadismo. El imperio reemplazó las tiendas móviles y los carruajes tirados por caballos por cabañas permanentes y separó por la fuerza a muchos niños de sus padres para entregarlos en adopción a hogares no romaníes. En la práctica, en muchas partes del imperio la política significaba arrebatar los útiles de trabajo a personas que se ganaban la vida como artesanos cualificados o comerciantes ambulantes y convertirlos en siervos empobrecidos. Obligaba a familias que sobrevivían de forma independiente y a las que era difícil hacer pagar impuestos a convertirse en menesterosos granjeros, más fácilmente explotables por la nobleza. Por otro lado puede que cogiera a algunos roma que vagaban sin recursos y los asignase a tierras y a vidas de aparcería. En cualquier caso, para 1894 la mayoría de los roma de un censo nacional eran sedentarios.

Con independencia del modo en que los roma vivían, eran vistos por las mayorías como diferentes y salvajes. En 1830 los niños romaníes de Nordhausen —en la región oeste de Alemania, un poco al sur de Hannover— fueron separados de sus familias para ser entregados en adopción a alemanes.

La imagen del gitano primitivo que rechazaba trabajar y acomodarse a las normas de otros, encajaba con las preocupaciones de la época. En el siglo XIX, el Romanticismo en las artes y la literatura buscaba un «noble salvaje», un hombre primitivo como opuesto a la Revolución industrial y a las costumbres europeas. Muchos escritores y pintores retrataron a los roma en este papel. Los puntos de vista de los romaníes auténticos no interesaban por lo general. Cuando muchos roma lograron la emancipación de la esclavitud en el sudeste de Europa en la década de 1860, una nueva ola migratoria reavivó la idea de que los roma eran y deseaban ser nómadas. Poco importaba que estos que ahora erraban hubieran vivido durante siglos en los mismos estados y que su viaje fuera algo nuevo para ellos.

Al comienzo del siglo XX, los roma eran ampliamente repudiados. Se les veía como incapaces o reacios a encajar. En varios países, incluidos Polonia, Unión Soviética, Checos- lovaquia y los Estados Unidos, algunos roma establecieron asociaciones culturales, benéficas y políticas cuyo objetivo era mejorar la integración y desafiar la discriminación.

Hay una historia que circula entre algunos sinti y roma. Hitler fue a una adivina romaní. Mirando la bola de cristal, le prometió un gran poder. También le dijo que su caída sería más rápida que su ascenso. Se puso furioso. Decidió que podría vencer la maldición del vaticinio si vencía a la raza que lo había formulado. La verdad es que no hace falta ninguna historia especial para entender la creencia de Hitler y de gran parte de Europa de que los gitanos deberían morir. El dogma racial que los nazis llevaron hasta su conclusión lógica no era ni nuevo ni exclusivamente alemán9. Si el asesinato de los roma y los sinti hubiera sido una idea radical y desagradable para todo el mundo, no habría sido llevado a cabo con tanta eficacia. No siempre fue controvertido. En la Serbia ocupada por los alemanes, no había una directiva específica de Berlín sobre el exterminio de los roma. Los mandos militares, sencillamente, lo llevaron a cabo.

A principios del siglo XX, muchos miembros de las pequeñas comunidades sinti y romaníes de Alemania vivían de forma no muy diferente de la de sus vecinos no gitanos. Cuando los padres de Johann Trollmann se casaron, en 1901, sus familias habían estado en el norte de Alemania y en el área de Hannover durante siglos. Vistos en comparación con muchos de los gitanos de Europa, a los sinti alemanes no les iba mal. La mayoría de ellos tenían hogares permanentes. Aquellos que estaban «viajando» y que tenían carromatos o caravanas —como los que usaban los Trollmann a veces— solo mantenían tales medios de transporte para viajes de negocios o para las visitas a familiares en vacaciones y verano.

Los Winterstein eran otra familia similar sobre cuyo destino hablaremos. Habían tenido propiedades desde hacía varias generaciones antes de la Segunda Guerra Mundial. Tenían una casa y un granero en un pequeño pueblo llamado Lohr am Main, en el río Meno. La familia proporcionaba uvas a varias bodegas. Todos los niños iban a la escuela. No encajaban en las fantasías de la mayoría sobre los gitanos. Pero no importaba. De hecho, mientras que la matanza nazi de los judíos comenzó con aquellos a los que las definiciones nazis trataban como plenamente judíos y solamente después se extendieron a aquellos de orígenes mixtos, las ideas nazis sobre los gitanos consideraron a quienes provenían de familias mixtas —a menudo los más integrados y asimilados— como la mayor amenaza para la sociedad alemana. Los gitanos que vivían entre vecinos blancos y que se habían mezclado por matrimonio eran un peligro para la pureza racial del Volk alemán, de la nación, más que aquellos que vivían en el camino y que tenían limitado el contacto social con los blancos. Mucho antes de que los nazis ocuparan el Gobierno y antes de que se formularan las políticas del genocidio judío, el Gobierno empleó a higienistas raciales tales como Robert Ritter y los políticos escribieron sobre la necesidad de eliminar a la gente de herencia gitana mixta (parcial) mediante la esterilización y la concentración o el internamiento en campos.

La idea de que los roma y los sinti eran genéticamente proclives al crimen no era exclusiva de Alemania. En Austria, antes de que Alemania se anexionara a su vecino, hubo un debate gubernamental sobre el reasentamiento de todos los sinti de Austria en islas del Pacífico Sur10. En Italia, criminólogos de primera línea como Cesare Lombroso creían que los roma y los sinti eran «el vivo ejemplo de toda una raza de criminales»11.

Y pese a todo los roma y los sinti de Alemania no vieron venir el genocidio. No supieron adivinar lo que estaba sucediendo ni por qué mientras eran detenidos sin aviso, sin permiso siquiera para coger un abrigo de invierno, eran conducidos a centros de detención y después subidos a trenes que los llevaban a los campos. Años después de que comenzase la encarcelación forzosa en campos de concentración, muchos seguían sin imaginar lo que los aguardaba. Pálidos de fatiga tras días y noches sin dormir, habiendo perdido peso por la falta de alimento, con ojeras y las narices moqueando después de días en transportes sin calefacción, hombres gitanos formaban orgullosos en sus uniformes militares y enseñaban las medallas que habían recibido por su servicio en combate por la patria.

Tras ocuparnos de los roma, ¿qué hay de los sinti? ¿Quiénes son?

En la Alemania actual, la discriminación contra los sinti no ha desaparecido. Miembros supervivientes de la familia Trollmann han hecho de la lucha contra la discriminación, y no solo contra los sinti, una parte central de sus vidas.

Mientras que puede que haya doce millones de roma en Europa, probablemente no haya más de 80.000 sinti12. Incluso esta estimación parece inflada, ya que incluye a los manouche de Francia. Mientras que los manouche son vistos por algunos como una clase de sinti, la mayoría de manouche insisten en que no son ni sinti ni roma13 y en que tienen su propia y orgullosa identidad. Los sinti, sea cual sea su número, eran antes de la guerra y siguen siendo la mayoría de los «gitanos» de Alemania. Fuera de Alemania y Austria, uno se olvida a menudo de ellos al hablar de los roma; en Alemania, no.

Jud Nirenberg fue preguntado una vez por su origen étnico en una cena. Explicó su mezcla e incluyó la parte roma.

«En Alemania, decimos roma y sinti», le corrigió su interlocutor alemán.

«Sí, bueno, yo soy roma solamente. No hay sinti en mi familia».

Cohibido por el error de no haber utilizado lenguaje políticamente correcto, el alemán bajó la voz y repitió, «Nosotros decimos roma y sinti». La idea de que hubiera dos etnicidades distintas se le escapaba.

Los sinti parecen a muchos observadores similares a los roma en apariencia, cultura y, por supuesto, en la historia de su persecución. Para muchos, los roma y los sinti son todos gitanos y las distinciones apenas tienen importancia.
Sin embargo muchos sinti se apresuran a señalar que ellos no son roma.

En el pasado, antropólogos y otros estudiosos dieron ampliamente por sentado que los sinti eran un subgrupo de los roma y que los primeros sinti fueron roma que de algún modo formaron, mientras vivían en la Europa germanohablante, una subidentidad y un dialecto único. La visión predominante hoy día es diferente. Es muy probable que los sinti hayan sido siempre un pueblo distinto, incluso aunque hayan estado siempre muy estrechamente vinculados a los roma. Tal vez los sinti, quienes también han demostrado tener raíces genéticas y lingüísticas en el norte de India, vinieran a Europa junto con los roma y hayan mantenido ciertas costumbres compartidas —así como sufrido un maltrato similar— incluso mientras permanecían apartados de la sociedad mayoritaria. Antropólogos culturales alemanes han llegado a la conclusión de que los sinti alemanes ya hablaban una lengua muy diferente de la de los roma en el siglo XIV14.

Mientras que los roma estuvieron y siguen encontrándose por toda Europa —así como por lugares tan lejanos como Australia, norte y sur de América y Sudáfrica— los sinti históricamente han tenido un área de dispersión más pequeña. Los sinti vivieron en o cerca de la Europa germanohablante. Se debería recordar, sin embargo, que la Europa germanohablante del siglo XIX incluía más que solamente Alemania, Austria y Suiza.

Había grandes pueblos y comunidades germanohablantes en la región de los Sudetes (en la actual República Checa), Hungría, Croacia, Rusia, Ucrania, etc. Algunos sinti vivían en Francia, Holanda y el norte de Italia. Pese a ello, el área por el que se extendieron nunca se alejó mucho de las comunidades alemanas. En la lengua romaní, se dice que uno habla romanés (forma adverbial de romaní). Los sinti también dicen que hablan romanés, aunque no hablan la misma lengua que los roma. La lengua sinti es un criollo, que mezcla palabras y características romaníes y alemanas (aunque, como se mencionó antes, el sinti y el romaní puede que fueran muy diferentes mucho tiempo antes de que la lengua sinti adoptara sus influencias alemanas). Si bien los nazis y sus aliados señalaron a todos los gitanos para el genocidio y muchos roma murieron, la aniquilación de la vida y la cultura sinti estuvo especialmente cerca de lograr su objetivo final. Hoy día, las personas con identidad sinti de fuera de Alemania y Austria son muy escasas. La comunidad superviviente de Eslovenia, aunque mejor investigada y conocida que muchas, cuenta solamente con 150 personas. Antaño vibrantes comunidades sinti de muchos países no solo han desaparecido sino que también han sido olvidadas. En Alemania, una pequeña pero orgullosa comunidad sinti, que incluye a la familia Trollmann, trabaja duro para asegurarse de que las muertes sinti del Holocausto no desaparecen de la memoria histórica.

Alemania no era el peor lugar de Europa para ser gitano a comienzos del siglo XX aunque los sinti y los roma no gozaban de plena igualdad en ella. Pese a no sumar más del 0.03 % de la población alemana según datos del Gobierno en 191015 y aunque muchos de ellos llevaban vidas muy normales, la concepción mayoritaria era que los gitanos suponían un problema. Los alemanes creían que sinti y roma eran criminales que rehusaban vivir como la gente decente. Desde la década de 1880 y hasta el ascenso de los nazis al poder, algunas políticas y leyes gubernamentales se dirigieron explícita y distintamente a los gitanos, quienes debían ser tratados de forma discriminatoria por las fuerzas del orden.

En 1886, por ejemplo, el canciller escribió a sus ministros animándoles a que hicieran cumplir las leyes dirigidas específicamente a los gitanos. En 1890, el parlamento de Suabia celebró una conferencia sobre «la chusma gitana». La práctica habitual de repicar las campanas para avisar a los alemanes blancos cuando llegaban gitanos al pueblo fue impuesta por ley. En la República de Weimar, los roma tenían prohibido entrar en piscinas públicas, parques y otras áreas de recreo. Los gitanos eran retratados habitualmente en los medios de comunicación como criminales. Una directiva de 1906 en Prusia ordenaba que los gitanos fueran, al ser acusados de cualquier delito, «castigados sin clemencia». Las condenas discriminatorias eran el objetivo declarado.

Alemania y la región en la que nació Johann Trollmann no creían en la igualdad racial ni veían a los gitanos, que habían vivido allí durante incontables generaciones, como alemanes ni como iguales. No los veían como igualmente alemanes antes ya de que los nazis tomaran el poder ni, por supuesto, los consideraron humanos durante el Tercer Reich. Cuando las autoridades comenzaron a agrupar a los sinti y los roma para la Solución Final, afirma el historiador Guenter Lewy, «muy pocos gitanos encontraron refugio en familias no gitanas… Por el contrario, sabemos de casos en los que los gitanos fueron denunciados a la policía [para su deportación a los campos]».

No se debían hacer excepciones. En febrero de 1944 una mujer gitana, Helene K. fue llevada ante las autoridades de Colonia, Alemania, para su envío a Auschwitz. En junio, se descubrió el paradero de sus dos hijas, de doce y trece años de edad. Habían sido acogidas por una familia aria en una granja. Su tutor legal apeló al tribunal para lograr que se quedaran. ¿Había alguna apelación contra su deportación al campo?, preguntó la familia de acogida. Las niñas habían vivido con su familia de acogida durante cuatro años. No habían dado muestras de ninguna tendencia criminal. La hija mayor era una valiosa trabajadora de la granja. La respuesta fue escueta: se trataba de niñas gitanas de raza mixta y serían enviadas a Auschwitz. Punto final.

Los sinti muestran aún hoy las cicatrices del siglo XX. Si su cultura es menos conocida y su voz menos oída en el debate público europeo, es en parte porque la comunidad sinti es muy protectora respecto a sus fronteras. Como Romani Rose, presidente de la principal organización de la comunidad sinti alemana, el Consejo Central de Sinti y Roma Alemanes16, le dijo al escritor sinti esloveno Rinaldo diRicchardi-Reichard, «los sinti alemanes llegaron a la conclusión de que solo debía enseñarse nuestra cultura en el seno de las familias sinti [y no públicamente] [...]. Ninguna de las asociaciones alemanas de sinti [...] ha hablado nunca sobre sus normas. [...] Tales decisiones fueron tomadas tras la Segunda Guerra Mundial, después del régimen nazi»17. En resumidas cuentas, los sinti aprendieron por las malas que confiar en los de fuera es peligroso. A principios del siglo XX, algunas familias sinti dieron la bienvenida en su hogar y en sus corazones a antropólogos. Creyeron que se podía confiar en aquellos investigadores, que pasaron años conociendo y trabando amistad con los sinti. Aquellos mismos investigadores proporcionaron información y validación a los nazis cuando la política de genocidio fue establecida y puesta en práctica. Los líderes sinti aconsejan seguridad y unos límites claros. Esto no quiere decir que la cultura o la lengua sinti sean un secreto perfectamente guardado. El primer diccionario sinti-alemán de Bischoff fue escrito en 1927. El diccionario de Mihail Kogălniceanu apareció en 1837. Para el lector que desee conocer más a fondo la cultura sinti, hay recursos. Sin embargo, el miedo sinti al elemento de fuera es fuerte y, desde los 1940, solo poco a poco va mitigándose.

En 1971 en Londres, unos pocos roma de un amplio grupo de países celebraron un Congreso Mundial Gitano. Este encuentro fue el primer paso hacia la formación del Congreso Mundial Romaní de 1977 y finalmente la International Romani Union (IRU), que habría de convertirse en la organización internacional de roma más visible hasta 1990 (aún existe en la actualidad, si bien no es ya tan destacada y comparte objetivos con otras organizaciones internacionales sin ánimo de lucro). Los sinti mantuvieron conversaciones con los participantes de muchos encuentros y organizaciones pero no se les convenció para que se unieran. Con el tiempo, Romani Rose y el Consejo Central de Sinti y Roma Alemanes decidieron romper todo vínculo con la IRU, al considerarla dirigida por roma de países comunistas y socialistas y por lo tanto incapaz de independencia política. Los sinti permanecieron durante años ajenos al activismo romaní paneuropeo. Incluso en el momento en que esto se escribe, el mayor consorcio de romaníes y otras organizaciones de comunidades «gitanas» de Europa, el European Roma and Travellers Forum (Foro Europeo de Roma y Nómadas18) tiene más de un centenar de representantes de comunidades romaníes de más de cuarenta países pero ni un solo sinti.

Los tiempos cambian, sin embargo, y Romani Rose y su organización —pese a la objeción de muchos miembros de la comunidad sinti— están ahora empezando a trabajar con activistas romaníes de toda Europa. Rose se unió en 2015 a la junta directiva de un futuro Instituto Romaní Europeo que apoyará la investigación académica y los medios sobre las culturas, las artes y otros temas romaníes y sinti.

Aparte de la cooperación con los roma, como se verá, la comunidad sinti organizada ha luchado, cuando menos, por la compensación y la memoria de las víctimas del Holocausto.


8 Lewy, Guenter. (2000). The Nazi Persecution of the Gypsies. Oxford University Press.

9 En España los gitanos también fueron perseguidos y hubo un intento claro de genocidio. En El marqués de la Ensenada. El secretario de todo publicado por Punto de Vista Editores se relata dicho intento (N. del E.).

10 Weiss-Wendt, A. (Ed.). (2013). The Nazi genocide of the Roma: reassessment and commemoration. Berghahn Books.

11 Illuzzi, J. (2010). Negotiating the ‘state of exception’: Gypsies’ encounter with the judiciary in Germany and Italy, 1860–1914. Social History, 35(4), 418-438.

12 diRicchardi-Reichard, R. (2014). Crisis of Sinti (Gypsy) Ethnicity/Identity. Editor: Rinaldo diRicchardi-Reichard.

13 Williams, P. (1993). Nous, on n’en parle pas: les vivants et les morts chez le Manouches. Paris, France: Editions de la Maison des Sciences de l’Homme.

14 diRicchardi-Reichard, R., Op. cit.

15 Zimmermann, M. (2002). Intent, Failure of Plans, and Escalation: Nazi Persecution of the Gypsies in Germany and Austria, 1933–1942. En Shapiro, P., y Ehrenreich, R. (Ed.). Roma and Sinti: Under–Studied Victims of Nazism. In Symposium Proceedings (pp. 9-21). Washington, Estados Unidos: The United States Holocaust Memorial Museum.

16 Zentralrat Deutscher Sinti und Roma, en alemán y Central Council of German Sinti and Roma, en inglés (N. del T.).

17 diRicchardi-Reichard, Op. cit.

18 Travellers se ha traducido por Nómadas, aunque este término en español no tiene las connotaciones que sí tiene en inglés, lengua en la que se usa para referirse a grupos nómadas que a menudo se confunden con los romaníes, como se verá cuando se trate la historia de Tyson Fury (N. del T.).