Un precioso
legado

Clara se sentía mareada antes incluso de abrir los ojos. Sentía una fuerte presión en los párpados, pero era incapaz de desplegarlos ante el mundo. Sabía quién era y cómo se llamaba, pero no sabía dónde se encontraba y desde cuándo estaba tumbada en aquella cama. Una mano se posó en su brazo y una vocecita le reveló que Elsa se encontraba a su lado.

—Clara, tengo una extraña sensación, me siento muy mareada y sin fuerzas, incluso me cuesta abrir los ojos.

Clara no le contestó porque su boca también se negaba a abrirse.

Con voz temblorosa Elsa le susurró:

—He tenido un sueño, no sé si decir una horrible pesadilla o un bonito cuento de hadas mágicas y enanos sorprendentes.

Clara se esforzó y abrió los ojos, se giró lentamente hasta encontrase con los ojos grises de su primita. En aquella mirada las dos supieron que habían soñado lo mismo, permanecieron así unos segundos hasta que Álex, desde su plegatín, les dijo burlón:

—¿No habréis conocido a un tal Anás y una tal Andrina?

Las dos niñas se incorporaron y se sentaron con dificultad. Tenían a Álex enfrente, inclinado sobre el colchón de su cama.

—¿Y tú qué has soñado? —le preguntó Clara muy seria.

—¿Algo quizá sobre un malvado mago? —Continuó su hermanita.

—Sí, llamado Yermén —contestó Álex con complicidad.

Los tres no pudieron evitar sentir un cosquilleo que casi les paralizó el alma.

Los hizo reaccionar el sonido de un insistente timbre y las palabras de Lola de fondo contestando con apremio que ya iba.

Una voz que les era conocida preguntaba por ellos, en su tono se apreciaba un gran nerviosismo.

—Espera, Iago, ahora les aviso.

Lola entró en la habitación de los niños y les habló.

—Iago quiere hablar con vosotros, parece algo preocupado, no le hagáis esperar. Otra cosa, chicos, ¿no era hoy cuando os habíais propuesto subir a la montaña piramidal, Santa Bárbara?

El pequeño Kim entró en la habitación frotándose los ojos.

—Yo no quiero ser príncipe de Calcidia ni nada de eso —le dijo con voz triste a su tía.

—Vamos, Kim, te prepararé un vaso de leche, hoy tu mamá ha salido prontito a trabajar y te quedarás con nosotros todo el día.

—Tía Lola, ¿tú crees en los magos? —le preguntó Kim mientras iban a la cocina.

Lola se echó a reír a la vez que le acariciaba sus cabellos.

—Estos días de vacaciones estáis descubriendo cosas maravillosas y hermosas, ¿no es así?

Los demás salieron de su habitación todavía en pijama y se encontraron con Iago en la salita.

—Tengo que hablaros de algo que me ha sucedido realmente extraño.

—Sí, Iago, todos hemos estado en el interior de la montaña mágica.

Instintivamente aquellos cuatro niños sin decir nada se abrazaron y crearon un espacio melancólico. Kim apareció en la sala y se plantó en medio de aquel abrazo. Con lagrimitas en los ojos les dijo:

—Yo quiero volver a ver a Andrina.

Lola e Inés miraron la escena conmovidas.

—Estos niños son unos soles —dijo Inés.

—¿Te apetece que les acompañemos en la excursión? Desde pequeñas que no volvemos a subir juntas —le propuso Lola.

—Me encantaría. Volver a ver aquellas encinas que parecían el hogar de algún ser fantástico, o aquellos reflejos de luz que creíamos que eran las alas de diminutas hadas.

—Nunca olvidaré la cara de nuestra hermana Ayla cuando dijo que acababa de ver a una ninfa de los bosques.

—Ja ja ja —rieron las dos.

—No sé por qué os reís. El mundo está lleno de magia —les dijo Clara reprochando sus risas.

—No, si nosotras creemos mucho en ella y en todo aquello que no se ve.

Las dos hermanas salieron de ahí, cogidas de la mano y suspirando.

—Si ellos conocieran nuestras creencias y supieran de nuestras experiencias con lo divino —dijo Lola bajito.

—Y si no que le pregunten a Ayla cuando venga —subrayó Inés.

El teléfono de casa comenzó a sonar; al descolgar el auricular Lola se encontró con la preocupada voz de su hermano Pascual.

—Buenos días, tete, ¿cómo estás?

—Yo bien, y ¿vosotros?

—Bien, ¿sucede algo?

—Sí, bueno no —titubeó—. Es que esta noche he tenido una horrible pesadilla, Kim se perdía en la montaña y se encontraba con un ser terrible, una especie de brujo o algo así. Bueno, supongo que me he despertado angustiado y quería saber si todo andaba bien.

—Quizá está sucediendo algo que se escapa a la realidad que ven nuestros ojos, no es la primera vez que a nuestra vida viene a rozarle la intuición, ya sabes que de alguna forma vivimos en una constante conexión con lo espiritual. Yo también llevo días con una extraña sensación, ayer era de preocupación y hoy ya es un profundo alivio, siento que todo danza en armonía a nuestro alrededor.

—Me alegra oír eso, ¿qué te parece si voy a visitaros con Rebecka y Denís?

—Pues me parece estupendo, los niños se llevarán una tremenda sorpresa cuando vean al tete, sé que tienen muchas ganas de estar contigo y hacer una salida nocturna en bici, todavía recuerdan la última, aquella en la que los asustaste diciendo que habías visto a un gnomo.

—Lola, sé que aquello te produjo mucha risa, pero te aseguro que vi algo parecido a un enano, como recién salido de un cuento, pequeño, rechoncho y barbudo, aquella espesa barba roja le cubría parte de la cara, y en un abrir y cerrar de ojos desapareció de mi vista.

—Siempre he pensado que aquel día el cansancio te jugó una mala pasada y tu vista te engañó. Sería una ardilla lo que viste.

—Sí, claro, una ardilla pelirroja y barbuda sosteniéndose sobre dos patas.

—Ja ja ja. —Aquello hizo reír mucho a Lola—. Tú y tu gran sentido del humor, venga, no te demores que te esperamos para comer.

—Hasta ahora, hermanita.

—Chao, tete.

Lola fue a explicarle a Inés la sorpresa con la que se iban a encontrar los niños.

—Se alegrarán mucho cuando lo vean, por cierto, ¿dónde están?

—Se encuentran en la habitación, explicando historias fantásticas, en la que Kim es el protagonista y se pierde dentro de una montaña mágica, un enano barbudo y pelirrojo los salva de no se qué mago malvado. Estos niños tienen una imaginación increíble, no sé a quién habrán salido.

Lola se quedó paralizada, se quedó mirando fijamente a su hermana sin poder decirle lo que estaba pensando en ese momento.

—Inés, sabes qué, voy a ver de qué hablan los niños, les diré que me expliquen esa historia fantástica y les pediré permiso para escribirla, me da que es más real de lo que pensamos, y quizá haya algo escondido entre líneas que tenga que llegar a las manos de otros niños.

—Me encanta esa capacidad que tienes para transmitir al mundo la necesidad de un cambio de conciencia y de amor para con todos.

—Y a mí me encanta que Ayla, tú y Pascual seáis mis hermanos. Creo que el amor y la constancia que nuestra madre nos ha dedicado a lo largo de nuestras vidas ha conseguido que seamos una familia unida y feliz, os quiero de verdad.

—Admiro el valor que tuvisteis Ayla y tú un buen día al dejar vuestra vida en la ciudad y trasladaros al campo. Este pueblo es precioso, es la mejor herencia que nos dejó nuestro abuelo, poder retornar a sus raíces deja un legado muy especial dentro de nuestros corazones.

—Sí, Inés, así siento Horta de Sant Joan, un pueblecito con encanto que cala hondo, hasta el gran artista Picasso supo transmitirlo en sus obras. Estoy convencida que nuestros abuelos nacieron en un lugar especial.

Aquellas dos hermanas se abrazaron, y con aquel abrazo cerraron la conversación y la mañana y, junto a todo eso completaron esta historia fantástica.

FIN

Lola Salmerón

La fábula de
la Montaña Mágica

La fantástica aventura de Clara, Elsa, Iago
Kim y Álex contra el malvado Yermén


loslibrosdelola

A Clara, por permitirme ser niña cada día;
a Paco, por hacer posible este sueño;
a Salvador, por sus fantásticas ilustraciones;
y a Marta, simplemente por estar ahí

La desaparición
de Yermén

–Ya llegamos, no os detengáis chicos — les pidió Andros al ver que volvían a disminuir la marcha.

Habían bajado por aquella escalera de caracol, habían sobrepasado el puente colgante que les salvaba del precipicio y después de adentrarse en aquella estrecha brecha de la montaña, se encontraron frente al espejo infinito.

—Clara, mira el color de tus ojos en este espejo —le dijo Álex entre risas.

Clara se sorprendió y soltó un suspiro.

—Mis ojos son transparentes, acércate, Iago —dijo sin parpadear y viéndose en aquel mágico reflejo.

Iago no sabía de qué estaban hablando, sin dudarlo se acercó a su amiga hasta comprobarlo por sí mismo. Impresionado exclamó:

—¡Pero si no tengo iris, ha desaparecido su color marrón!

—Chicos, en otra situación podríamos disfrutar de esto, pero tenemos que encontrar el libro.

El enano fue el primero en atravesar aquella magia cristalina. Todos le seguían bien de cerca, tiritaban de frío mientras andaban por aquella cueva helada llena de estalactitas, sabían que Andros había estado acertado al no dejarles que se entretuviesen buscando ropas que pudieran abrigarles.

Elsa y Álex volvieron a maravillarse con lo espectacular de aquel lugar, Clara y Iago no daban crédito a lo que veían, todo ahí dentro era transparente, pero se trataba de un lugar extremadamente gélido.

—Lo que daría por cubrirme con un chaquetón en estos momentos —dijo Iago mientras se frotaba los brazos.

—Yo también —dijo Clara—, no creo que aguantemos mucho tiempo aquí dentro tan justos de ropa.

—No desesperéis, vamos directamente a la antecámara del pasado, ahí la temperatura es muy agradable.

Atravesaron aquella puerta de agua siguiendo a su guía, Iago y Clara seguían reproduciendo exclamaciones, completamente sorprendidos por lo que contemplaban.

—Éste ser tan bello es Andrina, es una lástima pero no puede respondernos ni atendernos. Ella permanece implacablemente en el pasado —les dijo el enano desolado.

—Está igual que la otra vez que la vimos, bailando entre las flores —explicó Álex con la mirada fija en el rostro de Andrina.

Andros se apartó de los chicos y sin pensarlo se fue en dirección a un árbol insólito. Sus ramas crecían hacia arriba entrelazándose unas con otras, una multitud de hojas rojas aterciopeladas le daban un encanto especial. Sus raíces sobresalían de la tierra formando abruptas formas graciosas e insólitas. Andros se acercó al tronco acariciándolo mientras le susurraba unas extrañas y melódicas palabras, y así permaneció unos segundos hasta que la madera comenzó a abrirse. Un hueco mostraba un libro cerrado. La tapa estaba compuesta por las mismas hojas carmesís de aquel árbol. Andros lo cogió con sumo cuidado y se lo mostró a los chicos. Su cara era de un triunfo clemente. Los niños se le acercaron para verlo de cerca.

—Este libro guarda el secreto. Quien pronuncie lo que en él está escrito hará que la puerta de la salvación se abra. En el mismo instante en que las letras de este libro sean pronunciadas por uno de vosotros, el deshielo se iniciará y Andrina será liberada. Vayamos hasta la antecámara del presente, ese ritual tiene que ser realizado en presencia de la Andrina actual, la que permanece congelada.

—¡Vayamos de prisa! —gritó Álex nervioso.

Se dirigieron hacia la salida de aquel lugar encantado, pasando por delante de la ausente Reina de los Bosques. Las dos niñas la miraron con una tristeza inmensa, enviándole un mudo adiós cargado de afecto.

—Yermén no tendría que existir, ojalá nunca hubiera utilizado su brujería contra Andrina —afirmó Clara.

—La ves, Clara, no puede hacer nada por nosotros. El brujo le quitó su magia y congeló su vida, manteniéndola en un sueño infinito.

Clara iba a decir algo cuando la puerta de entrada estalló, deshaciéndose en millones de gotas de agua que rociaron todo lo que encontraron a su paso. Andros y los niños dirigieron su mirada a la entrada asustados por el ruido de aquella explosión inesperada. La imagen quedaba borrosa por el agua despedida, pero ante ellos se encontraba una silueta inconfundible, el mismo Yermén se alzaba altanero ante ellos. En su cara había una sonrisa dibujada con el color de la más intensa ironía.

—Así que habéis encontrado para mí el libro de Andrina. ¡Traédmelo inmediatamente!

—No, Yermén, no te lo daremos. No vamos a permitir que continúes sublevándonos.

—Siempre dije que los enanos sois osados, sois una especie muy testaruda. ¡Te repito que me traigas el libro ahora mismo! —Esta vez su grito fue un rugido.

Kim permanecía a su lado, continuaba con esa corona sobre la cabeza y miraba a sus primos como si fueran unos desconocidos.

El brujo alzó su vara, apuntando con la punta hacia el grupo que tenía delante de sí. De ella salió un rayo azulado que fue a parar directamente sobre el pecho de Andros, éste cayó quedándose doblado sobre las rodillas. Entre dientes soltó un lamento, acompañado de una mirada llena de odio dirigida al brujo.

—A pesar de todo sois una raza fuerte. No hagas que te lance un segundo ataque, facilita las cosas y tráeme el libro, ¡desdichado!

Andros se levantó con dificultad, una vez incorporado sacó su esfera del bolsillo con toda la rapidez que le fue posible y se la lanzó. El mago tuvo buenos reflejos y con su vara golpeó la bola mágica. Los niños soltaron gritos de espanto al ver la esfera estallar en miles de pedazos de cristal, pero más se asustaron al ver al brujo encendido en cólera.

—Mira lo que has hecho, estúpido enano, ¡has roto mi vara, la has roto!

Yermén parecía fuera de sí, dio unas grandes zancadas hasta que llegó a la altura de Andros, lo cogió por la pechera de la camisa y lo elevó en el aire. Al enano le quedaron los pies colgados, pero pataleaba con la intención de librarse del malhechor. Durante el asalto, Andros seguía manteniendo el libro en las manos, aunque se le iba resbalando. Una manita lo agarró y echó a correr.

Yermén soltó al enano sin importarle el resultado de la caída y se giró gritándole a Kim.

—Bien hecho, príncipe Kim, ahora tráemelo.

—¡Ven tú a buscarlo, cacarruta podrida! —dijo Kim con el puño en alto.

—Bien dicho, Kim —le gritó Clara riendo. Aquella expresión la utilizaba muchas veces su primito cuando estaba muy enfadado con alguien. Nunca hubiera pensado que algún día se atrevería a escupírsela a la cara a un malvado hechicero.

Yermén fue hacia el niño dispuesto a todo, sin esperarse la furia de sus primos que se lanzaron contra él. Lo cogieron de la túnica y tiraron de ella impidiéndole que avanzara. Iago permanecía al lado del enano atendiéndolo, el pobre tenía un fuerte dolor en el pecho, que le mantenía prácticamente paralizado. Andrina estuvo toda la escena cantándole a las flores y bailando sobre la hierba, ella no existía en ese momento presente, estaba completamente al margen de todo.

Kim seguía cerca de la salida, pero mirando con rabia al brujo, que seguía oponiéndose a la resistencia de los niños. Incluso pudo sentir el tirón de pelos de su barba que Clara le había propinado en el forcejeo.

—Pensabas que me había creído eso del príncipe de Calcidia, soy pequeño pero más listo que el hambre.

—¡Cállate, enano humano, te arrepentirás de todo esto! —le gritó fuera de sí a la vez que conseguía deshacerse del asalto de los niños.

—¡Corre, Kim, corre! —le gritó Elsa.

El pequeño desapareció a toda prisa de aquel lugar, y Yermén lo siguió con una furia incontrolable.

—Ayudadle, Yermén está desposeído de su magia sin su varita, pero aun y así es muy peligroso —ordenó Andros a los niños.

Una vocecilla interior parecía indicarle a Kim el sitio exacto donde se encontraba encarcelada la Reina de los Bosques. Irrumpió exasperado en la cámara helada, abrió aquel aterciopelado libro rojo ante la dama y comenzó a leer apresuradamente, sabiendo que Yermén haría lo imposible por detenerlo.

—Que la bondad de los seres humanos rompa el hechizo, que la magia inunde sus corazones y...

Yermén entró encrespado a zancadas encendidas por la irritación, se plantó avasalladoramente delante del pequeño, y en un abrir y cerrar de ojos le arrebató el libro, con un dominante zarpazo.

—¡Oh, no! —gritó Álex que había entrado detrás del brujo.

—¡Estáis perdidos, niños! —dijo Yermén riéndose con maldad.

Clara llegó llevando entre las manos una de las esferas mágicas.

—Álex, rápido, ábrela cerca de él.

La lanzó al aire en dirección a su primo, éste la cogió al vuelo y siguió las instrucciones de Clara, abriendo la esfera ante la mirada atónita del brujo. La niña aprovechó la confusión de Yermén y agarró el libro, abrió sus páginas y se acercó al bloque de hielo con apremio.

Mientras ella pronunciaba las palabras mágicas que había compuesto Andrina, de la esfera salía una luz cegadora que horrorizaba al mago. Éste se tapaba los ojos, impotente, la luz le dañaba algo más que la vista. Sus gritos no impidieron que Clara completase el ritual.

—Que la bondad de los seres humanos rompa el hechizo, que la magia inunde sus corazones y vuelva a reinar la paz en mi mundo.

Aquel bloque de hielo empezó a crujir al tiempo que unos finos regueros de agua comenzaban a desfilar sobre el suelo.

Yermén dio un brinco acercándose a Álex, cogiéndolo desprevenido le soltó un manotazo en el brazo que hizo caer la esfera al suelo. La bola dejó de iluminar al instante por culpa del golpe. El brujo se repuso y más encolerizado que antes fue hacia los dos niños, cogió a Clara y Álex poniendo las manos sobre sus nucas y los hizo avanzar empujándolos con fuerza.

Se encontró con Kim que le impedía el paso. Un Kim con piernas abiertas y brazos extendidos, dispuesto a frenar las intenciones de Yermén o a cualquier cosa que osase dañarlos.

—Estúpido mocoso, ¡te voy a aplastar como a una mosca!

—Tú atrévete a acercarte, te voy a dar una patada con mis fuertes patorrillas.

—¡Pantorrillas, Kim! —se atrevió a gritarle Clara a pesar de la situación tan crítica en la que se encontraban.

Un fuerte estruendo hizo que todos dirigieran la mirada hacia donde se encontraba Andrina. Un gran trozo de hielo se había desprendido del bloque, en unos segundos el suelo se llenó de agua fresca, dejando al descubierto la silueta de la Reina de los Bosques.

La sorprendente reina se fue moviendo como si acabara de despertarse de un dulce y largo sueño.

Abrió los ojos descubriendo un azul celeste, pausadamente fue hacia el mago que se había quedado inmóvil, parecía no poder reaccionar, como si una fuerza superior se lo impidiera.

Con una dulce voz le indicó que soltase a los humanos. Yermén no se opuso y soltó a los niños. La dama blanca posicionó su dedo índice en el centro de la frente de Yermén, y éste no tuvo tiempo ni para terminar de mostrar un gesto de estupor, sus labios se convirtieron en una mueca consternada, en un gesto que le recordó a Clara los pucheros que solía hacer Kim antes de romper a llorar por algo que le apenaba.

—Desaparece de nuestro mundo, aquí no eres bienvenido.

Y Yermén desapareció convirtiéndose en una partícula de polvo. Andrina se agachó y con sus dedos cogió aquella motita, se acercó al árbol de hojas rojizas y, cerca de su tronco, bajo la arena, lo enterró.

—Las fuertes raíces y la savia de este árbol impedirán que nunca más vuelvas a reproducirte. Ahora los humanos vuelven a creer en la magia, ahora volvemos a ser inmortales.

Andrina caminó con pasos melódicos hasta que llegó al grupo de niños.

Iago y Andros habían llegado al lugar en el mismo momento en que Andrina se había despertado, y presenciaron toda la escena con la misma fascinación que los demás. Ella se acercó al grupo y posó sus labios en la frente de cada uno de ellos, sin prisas y con el más dulce de los besos.

—Vamos —les dijo calmada—, tenemos algo muy importante que hacer todavía.

Los niños y Andros la siguieron boquiabiertos, incapaces de reproducir ninguna palabra, estaban plenamente dominados por un agradable hechizo.

Los dirigió hasta el Monte Paz sin palabras, sin lamentos, sin dedicarles ningún gesto de ánimo, pero nada de eso era necesario. Un halo armonioso transmitía desde el fondo de su alma, con una luz reparadora, que entregaba paz y amor universal, que les llegaba a todos y a cada uno de ellos penetrándoles por los poros de la piel y recorriéndoles todos los sentidos.

Ninguno de ellos esperaba ver lo que se encontraron en aquel sorprendente lugar. Era un maravilloso mundo lleno de agua, cascadas infinitas provenientes de manantiales limpios y cristalinos inundaban el monte, interminables bosques circundaban lagos que daban vida a un sinfín de peces y algas acuáticas. Todo era hermoso y fascinante, ahí solo podía reinar la alegría, era natural que aquel lugar se llamase Monte Paz. Por desgracia los niños rápidamente se llenaron de amargura, una inmensa tristeza vino a visitarles en el mismo momento en que fueron conscientes de que ahí se estaba celebrando un extraño ritual. Aquel grupo de enanos que habían conocido bajo el dominio de Yermén, ahora vivían en libertad, pero su corazón estaba apresado por una inconsolable desolación. Se encontraban ante un sepulcro en el que lloraban. Cada uno de ellos dedicaba alguna palabra de reconocimiento hacia Anás, mensajes de cariño, expresiones y declaraciones de agradecimiento.

Desviaron su atención hacia Andrina, aquel dolor se fue convirtiendo en ánimo al verla. Que aquel grupo de niños junto a Andrina estuvieran ahí significaba mucho, la esperanza era lo que les llegaba con aquella imagen. Supieron entonces que todo había terminado, que Yermén habría perecido junto a su malvado séquito y a su magia. Con lentitud se fueron acercando a la Reina de los Bosques. Los niños tardaron en ser conscientes de lo que estaba sucediendo, no querían creer que aquello fuese el funeral de Anás. Aquel enano no merecía morir, los había ayudado, de alguna forma él era quien había liberado a su pueblo.